viernes, 28 de enero de 2011

Tentación


 
Sus abuelos habían vivido toda la vida juntos en el pueblo. Un día le hablan a la ciudad para avisarle que había muerto el abuelo. Para allá fue. Se encargó de los trámites. Toda la familia y los amigos se acercaban al cajón para ver por última vez al difunto. Bueno no todos: su esposa no.

-Abuela, ¿no vas a acercarte a ver al abuelo?

-No. Todos dicen que parece como que estuviera durmiendo. En una de esas me entran ganas de acurrucarme a su lado y por ahí nos entierran juntos.

Ilustración: Margarita Nava

viernes, 21 de enero de 2011

Los relatores de futbol


Entre los oficios de la palabra, desde siempre ha llamado mi atención el de relator de futbol. Las primeras experiencias fueron con quienes trasmitían los partidos por medio de la radio ya que tuvieron que pasar los años para que la televisión hiciera sus pininos en trasmisiones desde exteriores y así surgiera el relator televisivo. No sé si en respuesta a una valoración objetiva o una tradición heredada de mi padre, siempre preferí los relatores radiales a los televisivos por lo que me pertenezco a la especie de quienes optamos durante la transmisión de los eventos futbolísticos por bajar el volumen a la televisión para darle primacía al de la radio.



Muy pronto aprendí, junto con mis amigos del barrio, que los partidos sin relator no saben igual. Así durante aquellos picados (llamados cascaritas en México) jugados en la calle Ramón Massini, con pedazos de baldosas que hacían de portería, el asunto se solucionaba cuando Tito se trepaba a un árbol que daba muy buena visibilidad de lo que acontecía en el terreno de juego y allí instalaba su cabina de transmisión. Cuando lo volví a ver muchos años después aludía al buen pasar económico que hubiese tenido en caso que los anunciantes, que sin saberlo acompañaron aquellos muchos partidos, le hubiesen hecho los pagos correspondientes. 


Hace mucho que dejé de ser fanático del futbol sin embargo aún sigo la transmisión televisiva (con sonido original incluido) de algunos partidos, lo que se ha convertido en un verdadero problema ya que no es raro que termine prestando más atención al relato que al propio partido.
En ocasiones en que el partido es más que muy malo, casi en el límite de lo soportable, algunos locutores deportivos agregan a su relato una emoción digna de mejores causas por lo que entiendo que Fabrizio Mejía Madrid se queda corto cuando afirma que la narración es la mitad de un partido.

Asimismo está quien asegura que el jugador fulano de tal avanza velozmente por la punta izquierda mientras que en realidad el susodicho permanece en el mediocampo con una actitud más bien pre-jubilatoria.

Es así que muchos relatores dan cuenta de encuentros que no existen más allá de su propia mirada, por lo que uno puede sospechar -con buena chance de acierto- que manejan alguna de las siguientes hipótesis, que: todos los que lo escuchamos no prestamos atención a las imágenes que recibimos, somos ciegos o no sabemos nada del deporte que nos convoca.  Me parece que a esta última adhiere Jorge Ibargüengoitia cuando afirma tener la impresión de que si se pasara la imagen de un partido mientras que se transmitiera el comentario de otro, mucha gente no lo advertiría y para validar su intuición propone como experimento transmitir un partido de fútbol, con el comentario de una pelea de box.

Hay otra variante de relatores más sensatos que cuando no sucede nada en la cancha se van por las ramas de un follaje más que generoso: datos biográficos –incluyendo antecedentes familiares- de los jugadores, información socioeconómica y/o culinaria acerca de la ciudad en que se encuentren, características e historia del estadio, informe completo del estado del clima, razones que motivaron los colores de las camisetas de los contendientes, recuerdos de un partido jugado quince años antes, saludos a algún miembro de su familia o a la comunidad de lituanos avecindados en la región de La Laguna y una larga lista de etcéteras. Un buen ejemplo lo proporciona Fabrizio Mejía Madrid

Uno de los partidos del Mundial de México 86, que pasó desapercibido por su mediocridad, fue rescatado por el comentarista. Los televidentes dormitábamos frente al marcador. En eso, comenzó a llover y, como el árbitro era de Arabia Saudita, el comentarista despertó con una frase que hizo historia: "El árbitro está enloquecido; nunca había visto tanta agua junta."

También existen los comentaristas que pertenecen al grupo de los profetas al revés: mientras alaban la brillante gestión de un jugador, éste comete un error de novato; al anunciar que el gol no se hará presente, en ese instante el marcador deja de estar en ceros; mientras analiza que tal goleador anda con la pólvora seca, llega el gol de floritura…

Otra variante está dada por quienes al dar cuenta de un partido de carácter internacional aluden a un nacionalismo de muy bajo nivel al sostener que la dignidad de nuestros pueblos, su pundonor para decirlo con una expresión que les es muy querida, se juega en los noventa minutos (sin considerar los tiempos extras) del duelo en turno. Esta variante, en caso de triunfo, se acompaña de una adaptación de la peor versión de la historia oficial al revestir a los jugadores de héroes arropados con todas las virtudes humanas posibles. Al respecto, señala Ibargüengoitia:

Por otra parte, no hay que perder de vista que la idea de que el deporte estimula la fraternidad humana y produce el acercamiento y la comprensión de los pueblos es una de las mentiras más grandes, más repetidas y más aburridas que se han inventado.
El deporte es una guerra incruenta, es una de las manifestaciones más notorias y más desagradables del nacionalismo. Fomenta el orgullo tribal, que aquí y en China es una cosa pésima, la enemistad entre los pueblos y el desprecio mutuo.
Ahora todos nos sentimos con derecho a decir:
-Estuvimos dominando a los rusos en el primer tiempo.

En caso de derrota, los comentarios serán simétricamente opuestos y podrán concluir con el consabido: jugamos como nunca y perdimos como siempre. 

Debemos reconocer que este oficio cuenta con una envidiable estabilidad laboral cuando sabida es la existencia de médicos, plomeros, ingenieros y electricistas desempleados. Ello no deja de ser milagroso: aunque en realidad haya transcurrido mucho tiempo sin ganar un campeonato o un torneo importante a nivel internacional, las horas-hombre (y mujer, dado que la equidad está llegando al rubro) dedicadas al futbol son innumerables si sumamos: trasmisión de los partidos, comentarios (antes, en medio y después), programas de debate acerca de lo aconteció el fin de semana anterior y de conjeturas en cuanto a lo que se espera suceda en el siguiente, etc. En fin, que me parece que los comentaristas tienen algo de magos y de prestidigitadores: nos hacen ver lo que vemos que no está sucediendo. No quisiera dar la idea pero muchos de ellos tendrían un buen futuro en la crónica política, aunque no podemos dejar de señalar que entre los actuales analistas políticos existen quienes podrían competir de igual a igual en este rubro.

No obstante lo anterior, es justo reconocer que hubo relatores que dictaron cátedra en el oficio y habiendo sido emulados nunca fueron igualados. En Uruguay, contaban los más veteranos, que uno de ellos fue Ignacio Domínguez Riera quien a través de CX 6 Sodre relató los primeros matches disputados en el Stadium Centenario (para decirlo con términos de época) durante el Primer Campeonato Mundial en 1930. Cuenta Raúl E. Barbero que al pasar de los años

Domínguez Riera acompañó sus narraciones con una información que permitía al radioescucha «meterse dentro de la cancha» y seguir el juego como si estuviera protagonizándolo. Bastaba para ello con munirse de una hoja impresa que se distribuía profusamente, donde la superficie del Estadio aparecía dividida en varios cuadros numerados; cuando Domínguez Riera anunciaba: «Fulano atraviesa el cuadro 16», o «La pelota sale al outball por el cuadro 25», el oyente sabía a qué atenerse observando el plano del field.

Cuando llegó la hora del retiro de Domínguez Riera quedó un vacío muy difícil de llenar. Fue nada menos que Carlos Solé, funcionario del Observatorio Nacional, quien asumió el reto de sustituirlo. De ese tamaño fue la figura de don Carlos quien con el devenir de los años se convertiría en el número uno y quien, al decir de Hugo Alfaro, “tenía la garganta conectada por vínculos sutiles al corazón y el sistema nervioso de los uruguayos”. Sus escuchas otorgaban tanta credibilidad a su relato que no lo abandonaban ni aún estando en el propio estadio. El mismo Alfaro sostiene

Al extenderse el uso de las radios a transistores, se hizo común ver en las canchas a los aficionados con ese adminículo pegado a la oreja: le daban más crédito a lo que escuchaban que a lo que veían. En una de sus historietas Julio Suárez inmortalizó esa situación de dependencia. Estando el Pulga y la Porota en la (tribuna) Colombes vieron un golazo de Juan Alberto Schiaffino, pero en lugar de festejarlo la Porota exclamó: "¡Qué lástima, viejo, no estar en casa para escucharlo por radio!".

Desde 1946, y hasta su retiro, Solé pasa a CX 8 Radio Sarandí en donde con aprobación popular será identificado como El Relator y  –de acuerdo a Raúl E. Barbero- impone un estilo inconfundible gracias a una voz privilegiada y a la introducción de modismos de lenguaje que lo identifican plenamente (“intensas precipitaciones pluviales se abaten sobre el Estadio”). Seguramente su relato más famoso correspondió a la primera vez que acompañó a la celeste en un torneo internacional: nos referimos a la hazaña de Maracaná alcanzada en la histórica final el 16 de julio de 1950. Tiempos en que el futbol era otra cosa y la situación económica de muchos jugadores era más que precaria lo que impulsó a que desde otra emisora, CX 18 Radio Sport, en cadena con El Espectador, se promoviera una colecta popular para reconocer a aquellos futbolistas que contra todo pronóstico resultaron campeones del mundo.

Con la ausencia de Carlos Solé quedó vacante el lugar de El Relator, si bien Heber Pinto y Víctor Hugo Morales contaron con auditorios de consideración. Es precisamente a Víctor Hugo, quien luego continuara su ascendente carrera en Argentina, a quien Alfaro sitúa como protagonista de una anécdota que luego he escuchado referida a otros jugadores en otros países, “a Nelson Mulethaler, el 10 de Wanderers, el perseguidor; corría tanto, tanto, durante los noventa minutos, que un día Víctor Hugo Morales le preguntó si tenía tres pulmones: ‘No -contestó con humildad-, uno solo, como todo el mundo’.”

En México, donde la pasión futbolística ha ido creciendo con el paso de los años,  es don Ángel Fernández quien sin ningún lugar a dudas encabeza a los relatores de gran estirpe. Sus metáforas y apodos hicieron historia; Juan Villoro nos invita a disfrutar de algunas de ellas:

El rapsoda del estadio Azteca se desentendió del discurso objetivo y convirtió la cancha en un pretexto para la metáfora. Enemigo de la mesura, creó un tejido narrativo en el que intervenían poemas, canciones, anécdotas y epigramas que delataban el eléctrico estado de su mente. Cuando Cristóbal Ortega debutó con el América dijo en forma inolvidable: «Señoras y señores, hemos vivido en el error: ¡América descubrió a Cristóbal!» Sus alardes fueron legión... Un lateral alemán avanzaba con enjundia: «Ahí viene Hans Peter Briegel, que en alemán quiere decir 'Ferrocarriles Nacionales de Alemania'». Un jugador se encaraba con otro: «'El Alacrán Jiménez', echando mano a sus fierros como queriendo pelear». Enrique Borja, de célebre nariz, se convirtió en el «Gran Cirano», y Cabinho, delantero que se reía al fallar goles, en el «Hombre de la Sonrisa Fácil». El bautizador universal apodó equipos enteros: el Cruz Azul de la gran época (·”la máquina que pita y pita”) se transformó en «La Máquina Celeste», imagen que desbancó al fabril mote de «Cementeros». En plan humorístico, Ángel ofrecía falsas explicaciones de lo real. Cuando la cámara se acercaba a las siglas en el pecho de los soviéticos (CCCP), comentaba: «¿Saben qué significa eso? ¡Cucurrucucú Paloma!» (…)

Dueño de un timbre poderoso, convertía el juego más aburrido en epopeya: «¡Se hunde la nave…., niños y mujeres primero!» (…)

Algunas de sus frases eran joyas para conocedores. Cuando el portero alemán Schumacher estuvo a punto de matar a un delantero, exclamó: «Le hundió el acero hasta donde dice 'Solingen'». Tardé años en saber que los mejores cuchillos alemanes llevan en la hoja el nombre de .la ciudad donde fueron fundidos: Solingen.

Un detalle en apariencia trivial le servía para resumir un destino. Una tarde participamos en una presentación con el Pipiolo Estrada, mítico portero del Necaxa. Ángel encogió los dedos y dijo: «Tengo las manos engarrotadas de tanto treparme a las alambradas del Parque Asturias para ver jugar a este hombre. El Pipiolo tenía todo lo que yo quería tener y no podía ser mío. Ustedes se preguntarán qué era eso... ¡Un suéter de cuello de tortuga!» ¿Hay mejor forma de recordar la elegante estampa de un guardameta que esta significativa bagatela?

Sí, ya lo se. Con el paso de los años el riachuelo de la nostalgia empieza a arremeter con sus crecidas pero, que me perdonen tanto Alberto Kesman como Enrique -el perro- Bermúndez, con la ausencia de Carlos Solé y Ángel Fernández el fútbol ya no es lo que era.

viernes, 14 de enero de 2011

Por el agua del amor

En el estado de Chiapas existe una región con vocación de soledad. Allí, hay un pequeño poblado de indígenas -Xinotepec- que viven al margen de los bienes de la civilización pero en el centro de su destino étnico y cultural.

Ilustración: Margarita Nava
La sierra chiapaneca -que obsesivamente dibuja su contorno en el estilo barroco recargado- se ha adueñado de esa población. Por esos rumbos en que no se ha escuchado hablar de ecología, la tala de árboles es la ocupación esencial, y la venta de madera (a precios irrisorios) a los intermediarios que vienen de la ciudad, proporciona lo suficiente para reproducir el hambre y conservar los sueños de inspiración aguardentosa, que por cierto son promovidos por los caciques que dominan el negocio del alcohol. El accidentado cultivo del maíz y del café es el complemento de la actividad económica. 

En la larga lista de privaciones, la falta de agua guarda un lugar destacado. Las mujeres que no tienen pareja son las encargadas de su acarreo, recorriendo diariamente los tres kilómetros que -de ida y vuelta- se hacen hasta una vertiente de agua, la que, de manera persistente aunque sin mayor convicción, se hace presente en el lugar conocido como Xitla.

Se aproximaban las elecciones municipales. El candidato oficial, Luis Alvariza Moreno, era un joven con excelentes perspectivas de carrera política en el estado y con muy buenas intenciones. Había nacido en la ciudad que era cabecera municipal (San Lázaro) y su padre, próspero comerciante de madera, lo había enviado a estudiar la preparatoria y la carrera a la Ciudad de México. Recién había finalizado con éxito sus estudios de Licenciado en Administración de Empresas, en una universidad privada de prestigio.

Al retornar a su estado natal, fue postulado como candidato a presidente municipal (preámbulo ineludible de quien va a más en términos políticos). Estaba a punto de terminar su campaña cuando -contra la opinión de familiares y correligionarios que menospreciaban los poblados de pocos votos- decidió ir a Xinotepec.

Allí, traductor mediante -oficio que desempeñaba el maestro de la escuela unitaria con que contaba la localidad- fue conociendo las costumbres y formas de vida. Lo impresionó mucho la falta de agua y los esfuerzos que ello suponía. Mientras veía a las mujeres -ataviadas con su vestimenta característica- llegar de una en una, cargadas con sus cubetas de agua, mantenía un diálogo dificultoso con los varones, quienes por naturaleza e historia eran cohibidos y jamás miraban a los ojos de su interlocutor. 

Luis salió segundo en las elecciones, fue ampliamente derrotado por el abstencionismo. Se hizo cargo del gobierno municipal.

A los pocos meses de su gobierno envió al Secretario de Obras a Xinotepec con la orden de construir un aljibe. Dio trabajo encontrar el agua, pero se logró. Luego dispuso el traslado de una Trabajadora Social para que enseñara a las mujeres el uso del pozo.

El 15 de agosto fue la inauguración. El gobernador del estado, Licenciado Leonardo Tapia Acevedo (quien por primera vez en su vida visitaba la región y se quejaba del bicherío) cortó el listón azul que estaba sobre la boca del pozo y, con ello, quedó inaugurado el aljibe (que sería una de las 230 obras hidraúlicas de las cuales el gobernador daría cuenta en el informe final de su gestión). El fotógrafo de “El Imparcial” -uno de los dos periódicos del estado- documentaba el acto. Se comió y se bebió.

Pasaron los días y el aljibe quedó en el olvido y cayó en desuso. Las mujeres reanudaron su largo camino por agua. Cuando Luis Alvariza se enteró, su enojo fue considerable y de ese sentimiento le brotaban afirmaciones -que él mismo desestimaba al calmarse- como: “están jodidos porque quieren”, “uno los quiere ayudar y no se dejan”, etc.

Sólo unos cuantos años después se enteró de la verdad. Como esos indígenas son muy tímidos, no se animan a cortejarse públicamente. Entonces los varones saben que las mujeres recorren el camino de una en una y, escondidos en los bordes del mismo, esperan el paso de su candidata. Cuando la divisan, le silban suavecito en total intimidad. Entonces la niña-joven mira. Si deja las cubetas en el piso es señal inequívoca de que quiere con él y se abre la puerta del corazón. Si la joven-niña, después de mirar al pretendiente sigue de largo, la declaración de amor pasa y se la lleva la espesura de la sierra.

El aljibe, con ser imprescindible, no pudo desplazar al camino de los encuentros que -gracias a Dios- es transitado hasta el día de hoy

viernes, 7 de enero de 2011

San Lunes

Tengo claro que los lunes son lunes en buena parte del mundo. Claro que hay lugares en que por una extraña alquimia de origen religioso los domingos (u otro día) son los verdaderos lunes y por tanto los lunes auténticos pierden su carácter de cuesta de la semana. Estos cambios también tienen lugar en algunos oficios de nuestro propio entorno, como el caso de aquel taxista que un día me comentó: “los lunes son mi domingo”. Estos casos son excepciones en nuestra geografía semanal en que el lunes y el viernes son antípodas que se convierten en puntos de referencia. Otra excepción la refería Hugo Gutiérrez Vega cuando aludía a  un martes que tenía mucho de lunes y muy poco de viernes.

Ilustración: Margarita Nava
Parte de esta alergia al lunes tiene que ver básicamente con el regreso tan temido al trabajo luego del descanso del fin de semana. El problema seguramente tiene sus raíces en la desgracia que implica el trabajo y que se pone de manifiesto en el Libro del Génesis. En 1886 Manuel Gutiérrez Nájera comentaba lo siguiente:
La pereza es santa. El trabajo vino al mundo con el pecado: es un hijo del diablo. Mientras el hombre fue bueno, a semejanza del Creador, no trabajó. Adán, en el Paraíso, era un holgazán. Dios, pues, hizo al hombre para que fuera lo que hoy llamamos un ocioso. Se necesitó la intervención del diablo para convertir a aquel espíritu contemplativo en un ser laborioso. El trabajo, por consiguiente, es un castigo.
Por nuestros rumbos para la gran mayoría de las gentes el temor al lunes es de tal tamaño, que en ocasiones ese día con clara vocación imperialista comienza a mostrar su hilacha al extender su área de influencia desde el domingo en la tarde. Diversos estudiosos de la conducta humana han coincidido en que quien tiene claro el sentido de su vida lo demuestra los domingos de tarde. Y cuando todo parece indicar que no es posible que exista algo peor al domingo de tarde pronto descubrimos nuestro error: llega el domingo de noche.

 Así hay quienes en vísperas del lunes agarran la jarra (cuando no la traen asida desde antes) con el único fin de olvidar la llegada de lo inevitable: el comienzo de semana, el regreso al trabajo, la rutina, las obligaciones. Cuanto más difícil sea el trato hacia el jefe, peor la sola idea de tener que volver a verle la cara. Y con unos buenos alcoholes entre pecho y espalda uno se vuelve más valiente y hasta el jefe nos hace los mandados. En estado de pre-coma etílico somos capaces de decirle lo que en persona jamás nos atreveríamos. 

Pero invariablemente llegará el momento en que si estamos en la casa se acaba la botella o si nos encontramos en la cantina ya no hay dinero para tomar la última. Es el momento propicio para descubrir la sabiduría de lo que dicen que decía Oscar Wilde: “tomo para ahogar mis penas, pero las malditas flotan”.

El lunes en la madrugada será tan grande el dolor de cabeza o la debilidad por la vomitada de la noche que no hay estado de ánimo suficiente como para ir al trabajo. 

A resultas de lo anterior en los días lunes se reduce notoriamente la asistencia del personal a los distintos centros de trabajo (oficinas, obras en construcción, talleres varios, policías, carteros, vendedores ambulantes, conductores de microbuses y varios etcéteras). No tengo idea acerca de si existen estadísticas comparadas sobre como se encuentra el ausentismo en México en relación a otros países. Sospecho que estamos entre las naciones que encabezan la tabla de posiciones.

Es usual que cuando se pregunta acerca de las causas de la ausencia de determinado colega (si no es el caso de que dicho colega sea uno mismo) la respuesta es lacónica: está festejando a san Lunes. Prueba de la popularidad de dicha fiesta (que de más está decirlo no cuenta con mucha chance de ser admitida al santoral oficial) es que hasta existe una canción que así se titula.

Y es que el lunes por la mañana la única voluntad, en caso de que exista, del sujeto lo conduce a comer o tomar algo que le permita hacer frente a la cruda con cierta dignidad, pues como dice Francisco Padrón “la cruda es una de las causas principales de la devoción por San Lunes”. 

Alguien me comentó que en cierta ocasión don Mario de Gasperín, obispo de Querétaro comenzó su homilía diciendo: “Se solicitan albañiles protestantes”. Enseguida señaló que había visto esta frase en un letrero colocado afuera de un edificio en construcción por lo que se acercó a la obra y preguntó:
-¿Por qué los albañiles tienen que ser protestantes?
-Porque los protestantes no se emborrachan (sabida es la lucha sin cuartel que sostienen contra el alcohol algunos grupos de la iglesia reformada). Los católicos, en cambio, se emborrachan el fin de semana y no vienen a trabajar los lunes. Dicen que celebran “San Lunes”.
Me imagino que si un albañil católico aspira al trabajo y es rechazado podría presentarse a la CONAPRED para denunciar la discriminación de que pudo ser sujeto por motivos religiosos. Seguramente le asistiría la razón aun cuando en realidad la restricción no tiene orígenes religiosos sino en relación a la ingesta de alcohol.

Esta singular festividad de inicio de semana cuenta con reconocimiento oficial, tal como lo informa Elsa R. de Estrada
[...] la devoción a San Lunes se antoja un mal nacional, como queda de manifiesto en el hecho incontrovertible de que sea México el único país del mundo en el que existe, una población llamada, precisamente, San Lunes (sita a las afueras de Pachuca, en el estado de Hidalgo), así bautizada en honor a la vinatería del pueblo –llamada también San Lunes-, que solía suministrar de provisiones para su muy particular culto a los trabajadores de la Compañía Minera de Santa Gertrudis, ahí asentados desde finales del siglo XIX.  
Ante mi desconfianza que lo anterior resultara una broma para incautos recurrí al directorio telefónico, más concretamente al apartado en donde figuran las claves telefónicas de las diversas ciudades y poblaciones del país. Busqué a San Lunes y no encontré población alguna con tal nombre. Pero leyendo el periódico La Jornada del 31 de marzo de 2002 encontré en la p. 22 una nota procedente del estado de Hidalgo que da cuenta de un accidente de tránsito que tuvo lugar “en el corredor turístico Pachuca Mineral del Monte, sobre el kilómetro 2.5, de la comunidad de San Lunes”. 

Una vez más pude descubrir que en ocasiones la incredulidad sobre algunos sucesos de la realidad mexicana deja de ser expresión de un sano juicio crítico para ser solamente manifestación de una subestimación sobre lo que la realidad puede dar de sí.