martes, 24 de enero de 2012

La libertad, esa eterna sospechosa

Hubo un tiempo en que la cordura estuvo emparentada con la sumisión y la resignación mientras que, por el contrario, la rebeldía y el ansia de libertad ponían de manifiesto en forma inequívoca la existencia de severos desarreglos mentales. El caso paradigmático a este respecto es el de los negros esclavos en los Estados Unidos. Algunas mediciones –presumiblemente propuestas por blancos- no dejan dudas al respecto. Veamos lo que señala Eduardo Galeano.

Ocurrió en Washington, en 1840.
Un censo oficial midió la demencia de los negros en los Estados Unidos.
Según el censo, había nueve veces más locos entre los negros libres que entre los negros esclavos.
El norte era un vasto manicomio; y cuanto más al norte, peor. Desde el norte hacia el sur, en cambio, se iba pasando de la chifladura a la cordura. Entre los esclavos que trabajaban en las prósperas plantaciones de algodón, tabaco y arroz, la locura era poca o ninguna.
El censo confirmaba las certezas de los amos. La esclavitud, buena medicina, desarrollaba el equilibrio moral y la sensatez. La libertad, en cambio, generaba chiflados.
En veinticinco ciudades del norte no se había encontrado ni un solo negro cuerdo, y en treinta y nueve ciudades del estado de Ohio y veinte ciudades de Nueva York los negros locos sumaban más que todos los negros.
El censo no parecía muy digno de fe, pero siguió siendo verdad oficial durante un cuarto de siglo, hasta que Abraham Lincoln emancipó a los esclavos, ganó la guerra y perdió la vida.

Para los amos resultaba totalmente incomprensible que los esclavos se rebelaran y buscaran fuera de las plantaciones mejores condiciones de vida lo que era un despropósito si tenemos en cuenta el trato digno y amable que recibían de parte de sus amos. Los médicos se vieron en la emergencia de identificar el mal que producía este comportamiento tan extraño y desagradecido:   O’Connor y Mc. Dermott aluden a ello y analizan el origen del concepto de drapetomanía.
En el siglo XIX se creía que los esclavos de los estados sureños de Estados Unidos padecían accesos de una enfermedad denominada “drapetomanía”. El principal síntoma de la “dolencia” era un deseo irresistible de huir (algo inexplicable, obviamente, para las autoridades médicas de la época y, por tanto, causado por algún proceso patológico. Drapeta es el término latino para nombrar a un esclavo huido). Otros “síntomas” eran el descuido en las tareas asignadas y la destrucción de herramientas.

Por lo visto, el desagradecimiento ha estado presente en muy diversos momentos del devenir histórico. Menos mal que los amos estaban dispuestos de seguir al esclavo huido hasta donde fuese necesario y todo con el único y desinteresado propósito de que el esclavo abandonara comportamientos tan extraños y patológicos.

miércoles, 18 de enero de 2012

Un buen curro

En la cola para entrar al cine encontré a un compatriota amigo que hacía tiempo que no veía. Como ya estaba por empezar la función, quedamos en tomar un café al terminar la película. No me acuerdo cuál era el film y no sé si porque era intrascendente o si lo que sucedió después absorbió toda mi capacidad de almacenamiento memorístico de aquel día, pero el caso es que la película se esfumó.
En el reencuentro, con esa exuberancia expresiva uruguaya, el diálogo no salía de
            -¿Cómo estás?
            -Bien ¿y vos?
            -Bien. ¿Qué estás haciendo?
            -Sigo en ventas, ahí vamos...
-¿Cómo te está marchando el negocio? (esto lo pregunté a sabiendas de que le iba fenómeno ya que un amigo común me había contado acerca de sus éxitos laborales)
-Está duro, hay pocas ventas, el año pasado trabajé mejor. ¿Y vos qué onda?
            -Bien, ahí vamos, con mucho trabajo.
Era evidente que ese día estaba costando calentar los motores que permitieran hablar en serio. En ese momento se me ocurrió la pregunta que salvó la tarde:
            -¿Y tu hermano cómo está?
            -Bárbaro. ¡Ese sí que la hizo!
            -¿Sigue por acá?
            -No, está en Suiza
            -¿De paseo?
-Bueno, te diré... al comienzo fue de paseo, pero después se consiguió flor de laburo y resolvió de momento seguir por allí hasta que le dure el trabajo. Fijate que está laburando en un hospital: prueba los remedios.
            -¿Cómo está eso?
-Sí, es bruto curro. Los laboratorios antes de lanzar sus medicinas al mercado deben hacer varias pruebas. Las primeras se hacen con animales de laboratorio. Una vez superada esa fase de investigación con buenos resultados, se pasa a experimentar con humanos y mi hermano tuvo tanto culo que lo seleccionaron de entre un grupo muy grande y ya lleva como dos meses en esto.
            -¿En qué consiste el trabajo? -pregunté, pues mi asombro crecía.
-Es un lujo, no hace nada, se pasa haciendo sebo y gana un montón de guita. Eso sí, no puede salir del hospital para nada. Y ¿sabés qué? Tiene un cuarto para él sólo, como si fuera un hotel de cinco estrellas, con tele a colores, video y todo.
Dos o tres veces al día tiene que tomar unas pastillas que cambian cada poco tiempo. Durante el día -y a veces en la madrugada, eso es lo único jodido- le sacan sangre, le toman una muestra de orina y de materia fecal y le controlan la temperatura y la presión para comprobar que las medicinas no causen efectos secundarios. ¿Qué te parece? ¡Se sacó la lotería, se sacó! Está loco de la vida.
            Contestadas todas mis interrogantes al respecto, sólo atiné a preguntar:
            -¿Te escribe seguido?
-¡Ah! me olvidaba... Como la mayoría de los compañeros de trabajo de mi hermano son guatemaltecos, haitianos, argentinos y salvadoreños (y hay unos pocos africanos), los jefes son tan buenos tipos que para que se puedan comunicar con sus familias les pusieron en el mismo hospital una oficina de correos. Tal vez sea por eso que mi hermano me escribe más que nunca.

martes, 10 de enero de 2012

Cuando el amor riñe con la solidaridad

El proceso previo al derrocamiento del dictador Anastasio Somoza, el triunfo de la Revolución Sandinista, así como los enfrentamientos que tuvieron lugar posteriormente con los contras (respaldados por el gobierno de los Estados Unidos), fueron seguidos en México con mucha atención. Muchos mexicanos se alinearon con el sandinismo tanto en su aparato armado como en el apoyo a los diversos programas sociales llevados a cabo luego del triunfo de la Revolución.

Ilustración: Margarita Nava

Las brigadas solidarias estuvieron conformadas en forma destacada por varios integrantes de la comunidad académica y estudiantil quienes no dudaron en arriesgar su vida al ir tras sus ideales. Las universidades públicas (y también las privadas, aunque en menor escala) organizaron campañas solidarias para recaudar fondos y reunir aquellos materiales requeridos por el proceso de alfabetización impulsado por la dirigencia sandinista y considerado como fundamento de todo proceso de cambio.  

Según Gonzalo Celorio el mundo de las letras (en particular la poesía) ocupa un lugar muy importante en esa nación centroamericana. 

Los poetas de Nicaragua se llaman poetas. Es decir se llaman poetas los unos a los otros, vocativamente: Poeta, dame fuego; poeta, servime un trago. Es un oficio que no le tiene miedo a su nombre. En México, al menos, rara vez usamos esa palabra. Como si fuera demasiado pequeña o demasiado grande —tertulia decimonónica o excelencia artística—, la sustituimos por alguna acaso más general: escritor, o por otras que le dan la vuelta: escribe poesía. En Nicaragua, en cambio, se le llama poeta al poeta y como tal se le presenta: El poeta Gutiérrez, el poeta Lobo. Y casi todos son poetas en Nicaragua. Como en Chiapas: hasta que no demuestren lo contrario.
—Es una mierda alfabetizar a estos jodidos —dice, cariñosa, irónicamente, un poeta que participó en la ingente campaña durante la cual la Nicaragua que sabía leer y escribir enseñó a la que no sabía—. Lo primero que hacen los jodidos cuando los alfabetizás es escribirte un poema.
Gonzalo Celorio anduvo en aquellos años por Nicaragua. A la hora de la despedida, el amor de madre hizo un exhorto a la solidaridad del hijo.

Evocando, sin saberlo, el bolero Despedida de Pedro Flores, Mamá me dijo:
—Cuando estés en Nicaragua, no por hacerte el muy valiente te vayas a asomar a la guerra— como si la guerra se concentrara en un estadio de futbol.
La guerra está en cada casa, en cada escuela, en cada fábrica, en cada corazón, en cada biografía, en cada tierra de labor. Atrás de cada ventana, atrás de cada mirada, atrás de cada poema. En cada hora de trabajo y en cada trago de ron. Debajo de la almohada —si la hay—, debajo de la cama —si la hay—, debajo de la tierra —que es tierra de volcanes.
—Acuérdate que tienes hijos —dijo. Y sin poder ocultar la ascendencia de su ascendencia, remató: —y sobre todo madre.
No fue el único caso. Otro tanto sucedió a Marco Aurelio Carballo quien refiere su propia vivencia.
Hace varios sexenios conocí a una mujer chula. Nunca me convencí de que ella me quisiera, escéptico que es uno. Se trataba de una chica dura, digamos. Hasta que no me fui a la guerra en Nicaragua porque entonces ella, reblandecida a punta de besos, dijo:
         —No te me vayas a morir porque te mato.

Es así como en ocasiones el amor mira de reojo, y con cierta carga de celos, a la solidaridad.