jueves, 30 de agosto de 2012

Comisionitis


No descubrimos nada nuevo al afirmar que la administración pública no es cosa sencilla. Priorizar las necesidades nacionales y regionales por encima de los intereses partidarios o de sector ya tiene su chiste. También lo tiene la definición de políticas públicas que den continuidad a las acciones emprendidas en cuanto a  los grandes temas: salud, educación, economía, seguridad. Con ser bastante, lo anterior no es todo: dichos principios tienen que llevarse a cabo, implementarse, a través de la gestión pública. Es posible concluir en que la cuestión tiene sus complejidades.

Por otra parte la herencia colonial española, aun cuando lejana en el tiempo, parece haber dejado huella profunda en la profusión de leyes, decretos, normas, ordenanzas, estatutos… a los que en diversas ocasiones se responde con la clásica forma de que se acata pero no se cumple.

Según el diccionario, “comisión” es una  misión encargada a alguien así como también un conjunto de personas elegidas o designadas para actuar en representación de un grupo o una entidad en algún asunto. Una de las especialidades de la casa tiene que ver con la creación de comisiones en cantidad considerable por lo que aquí también parece que el legado colonial nos llega en versión de barroco recargado; todo parece indicar que en el inconsciente colectivo rige la idea que los problemas se resuelven creando instituciones. Sara Sefchovich en su libro País de mentiras. La distancia entre el discurso y la realidad en la cultura mexicana (México, Océano, 2008) analiza con profundidad esta cuestión.

¿Que hay corrupción? Se crea una Secretaría de la Contraloría de la Federación (hoy de la Función Pública) y sus correspondientes estatales para “combatirla”. ¿Que hay contaminación? Se crea no una sino varias instituciones para "resolverla": una Secretaría del Medio Ambiente, un Instituto Nacional de Ecología, una Comisión Metropolitana para la Prevención y Control de la Contaminación Ambiental en el Valle de México, una Secretaría del Medio Ambiente del Distrito Federal, un Programa Integral contra la Contaminación Atmosférica. Por supuesto, cada una de esas instancias tiene sus oficinas, sus funcionarios, su jerga ("se decretó pre-contingencia ambiental", "se va a aplicar la fase uno del sistema de emergencia"), sus siglas ("NOM-EM-102-ECOL-1995"), sus normas ("Las verificaciones deben ser más estrictas en un 35%") y sus datos ("a 38% de los capitalinos les duele la cabeza"). ¿Que hay delincuencia? Se instala una Comisión para atender el problema. ¿Que a pesar de eso sigue la delincuencia? Se organiza un Plan de Reacción Inmediata y Máxima Alerta. ¿Que de todos modos no se quita la delincuencia? Se forma un grupo intersecretarial. ¿Que ni así mejoran las cosas? Se organiza una Reunión Nacional de Procuradores. ¿Que a pesar de eso sigue habiendo asaltos, robos, asesinatos y secuestros? Pues se instituye una Secretaría de Seguridad Pública. ¿Que no se compone esto de la delincuencia? Entonces se crea con bombos y platillos un Consejo Nacional de Seguridad Pública ¡todo un sistema nacional en el que participan gobernadores y procuradores que, nos dicen, logrará ahora sí, terminar con la criminalidad!, pues según el procurador general de la República: "Todas las posibilidades de llegar al nuevo siglo como un país de leyes y justicia están en el instrumento sin precedente".
Éste es el punto central: en México se supone que todo se resuelve si se crean "instrumentos".

Ahora bien, crear el organismo no es tan complicado el problema es que después hay que bautizar a la criatura. A la nueva comisión hay que adjudicarle un nombre digno que la distinga dentro de la maraña burocrática. Sefchovich profundiza en su análisis y tiene motivos más que fundados para afirmar que existe la creencia de que cuanto más largo el nombre, más efectiva será la comisión.

Por eso nuestras instituciones llevan los que llevan: Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación; Dirección General de Gestión Integral de Materiales y Actividades Riesgosas de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales; Comisión Metropolitana para la Prevención y Control de la Contaminación Ambiental en el Valle de México; Tribunal Municipal de Responsabilidades Administrativas y de la Auditoría Superior de Fiscalización; Consejo de Apoyo y Base Interinstitucional a las Delegaciones del Distrito Federal; Oficina de Representación para la Promoción e Integración Social de Personas con Discapacidad... y tantos y tantos más.
La costumbre se ha extendido a las organizaciones y por eso vemos que un sindicato es la Unión Nacional de Trabajadores de la Industria Alimenticia, Refresquera, Turística, Hotelera, Gastronómica, Similares y Conexos de la República Mexicana, y se ha extendido también a los nombres de los cargos de los individuos que se llaman por ejemplo: coordinador de Lluvias y encargado de Riesgos Hidrometeorológicos de la Oficina Federal de Prevención de Desastres, o secretario técnico para Asuntos Sustantivos (¿habrá asuntos que no lo sean?) del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, o este que es un prodigio: jefe de la Unidad Departamental de Operaciones Especiales en las Unidades Especiales dependiente de la Coordinación de Seguridad Pública del Distrito Federal.
¡Hasta algo tan supuestamente sencillo como un convenio de prestación de servicios de los maleteros en el aeropuerto lleva el larguísimo título de “Contrato de acceso a zona federal para la prestación del servicio de manejo y transporte de equipajes en ambulatorio público, puertas y banquetas, así como servicios de apoyo a líneas aéreas"!

Ya se creó la Comisión, ya tiene nombre, pero aún falta un paso importante: atribuirle siglas que la haga fácilmente identificable evitando, de esa manera, desafortunadas confusiones. Sara Sefchovich ilustra el punto.                                                                                         
El resultado de que se usen estos larguísimos nombres y títulos, es que a fuerza se termina usando solamente las siglas y entonces entramos en un mundo fascinante y misterioso que nos manda de la LOPPE a la LFTAIPG, de la SEMAR a la Semarnat, del Conaculta al Conacyt, de la Conago al Conapo a la Conagua a la Cofepris, del ISSSTE al IMSS al IFAI a la Profeco al Capufe, de la SCJN a la PGR y la PJDF y a las AFI, PFP, SIEDO, MPF Y SAE, del Ceneval (con sus Comipems) al Ciesas y de allí a la UACM, la UAM y la UNAM que a su vez tiene oficinas como la DGAPA y programas como el PRIDE, el PAPIIT y el PAIPA.
Y entonces uno se puede encontrar con un escrito como el siguiente, que es la respuesta oficial de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos a un quejoso: "La CNDH estableció las tarifas con base en lo dispuesto por la LFTAIPG así como por la LFD. Mientras que la cuestión relativa dependiera de una resolución judicial, los servidores públicos de la CNDH han estado obligados a conducirse con estricto apego a la ley. Por ello la CNDH considera que la reciente resolución de la SCJN, que ha determinado que la fracción VI del artículo 5 de la LFD no debe ser referencia, presenta una oportunidad de adoptar este criterio. En cuanto a la información clasificada como reservada, el criterio adoptado es congruente con la LFTAIPG y tiene su fundamento en el artículo 10 del RTAI de la CNDH".

Pero no se crea que detentamos el monopolio en este tema de siglas y abreviaturas. Hace ya varios años el humorista español Julio Camba refería lo siguiente

-¿Aún no me ha escrito esas cartas? –le pregunta con cierta impaciencia a su secretaria un jefe de oficina.
-Aún no –le responde la interpelada-. ¡Qué quiere usted! ¡Las abreviaturas me llevan tanto tiempo!...
Hay quien cree que las abreviaturas se hacen para abreviar, pero quizá esto no sea más que una apariencia.

Y añade Camba que en los países donde se ha impuesto la costumbre de designar a las cosas por sus iniciales “no ha habido más remedio que publicar unos diccionarios de abreviaturas, sin cuyo auxilio resulta ya casi imposible interpretar el texto más insignificante, y es que el lenguaje abreviado tiene siempre algo de inscripción jeroglífica y no está, ni mucho menos, al alcance de cualquiera”.

Dejemos de lado estas consideraciones de forma y veamos lo que hace al fondo de la cuestión. Por supuesto que hay comisiones que realizan sus tareas con profesionalismo y notable eficiencia; pero también hay de las otras… Una vez más recurrimos a Sara Sefchovich.

Pocos ejemplos tan claros sobre la inutilidad de "los instrumentos" como los destinados a resolver emergencias. Existen el Sistema Nacional de Protección Civil, el Fondo de Desastres Naturales, la Dirección General de Protección Civil del DF y todas las direcciones estatales de lo mismo, el Centro Nacional de Prevención de Desastres, el Centro de Instrumentación y Registro Sísmico, el Programa de Atención a Emergencias, el Programa de Atención a Contingencias Mayores, el Plan Permanente Anticontingencias y otros que se aplican en caso de desastre como el Programa de Empleo Temporal, que cuenta con lo que se llama una Reserva Inmediata, que consiste en dar recursos para desazolve, limpieza de escombros y reparación de todo tipo de daños menores. Por supuesto cada uno de estos cuenta con oficinas muy bien montadas, con funcionarios y asesores y secretarias que se la pasan haciendo reglamentos, normas y disposiciones.
(…) Un ejemplo inmejorable es el llamado "grupo Beta" que se creó para ayudar a las personas que están en situaciones de riesgo. La siguiente fue una noticia en la televisión nacional: "En días pasados [julio 2004], dos conciudadanos encontraron la muerte ahogándose en las aguas fronterizas entre México y Estados Unidos. Miembros de este grupo especializado en salvamento intentaron rescatarlos pero no pudieron".
En efecto, no pudieron porque los tales rescatistas eran unos gordos, muy poco ágiles ("hipertensos, diabéticos, cardiópatas, menguados y viejos, incapaces de responder con prontitud a una emergencia" según dijo en entrevista el director de la policía capitalina, "con la panza llena de tacos" según dijo hace varios años el caricaturista Abel Quezada), que no sabían nadar, que no conocían ni las reglas más elementales del salvamento ni del trabajo en equipo y que no contaban ni con los más sencillos implementos como cuerdas y llantas. Por eso mientras las personas luchaban contra las aguas que se los querían tragar, los del "grupo especializado" se mantenían inmóviles, trepados en los árboles o hechos bolas sobre frágiles lanchas, tan apretujados que no podían ni maniobrar. Un buzo privado fue el que pudo rescatar a los accidentados, pero para entonces ya eran cadáveres.

Cuando se producen desinteligencias entre diversas instancias tanto públicas como privadas, naturalmente repercuten sobre la ciudadanía. Por ello el notable periodista Manuel Buendía que denunciara una serie de corrupciones, componendas y complicidades de autoridades varias –lo cual le costó la vida- decía que vivimos en una sociedad de repercutidos. “Así, pues, los caballeros de industria, comercio y banca han aprendido rápidamente a conjugar el verbo repercutir: ‘Yo repercuto, tú repercutes, él repercute, nosotros repercutimos...’.” Por lo que concluía en que “la población se divide en repercutidores y repercutidos”.

Por otra parte, Guillermo Sheridan nos invita a adentrarnos en el funcionamiento cotidiano de uno de estos organismos.

Existe en la ciudad de México una Comisión de Nomenclatura encargada de "coadyuvar con la Secretaría de Desarrollo Urbano para establecer los criterios para la asignación y modificación de nomenclatura de colonias, vías y espacios abiertos". Ha de estar en un sótano, habrá tres escritorios chelengues, un librero, dos focos mosqueados y un garrafón vacío.
Sus empleados tramitan oficios de este corte: "Se solicita atentamente otorgar nomenclatura al desarrollo urbano cuya ubicación se anexa, así como para sus nueve vialidades". El jefe -llamémosle Pichardo- grita: "A ver, Menchaca, ¿qué tenemos para nueve vialidades?", Menchaca contesta: "Musas y planetas". Pichardo toma su decisión: acaba de nacer el desarrollo urbano Sistema Solar Tlaxcaltenango; sus calles son Avenida de Venus, Paseo de Mercurio, Calzada de Tierra, Vía de Marte, Rinconada de Júpiter, Calle de Saturno, Callejón de Urano, Callejuela de Neptuno y Ampliación Plutón. Listo. El que sigue.
Pichardo conoce las jerarquías: primero los nombres de los héroes que nos dieron (o nos están dando) Patria, sus fechas y lugares; luego los grandes hombres en general (es decir, extranjeros); los infinitos mundos vegetal, animal y mineral, los ríos y montañas y los lirios (cualquier imprevisto se resuelve con lirios, que debe ser la flor favorita de la mamá de Pichardo). De ahí en adelante Pichardo convierte en calle lo que sea. ¿Sabe usted por qué vive en la calle Fórceps, o en la avenida Cloruro de Sodio? Pregúntele a Pichardo. Su inventiva no va a la zaga de las premiosas circunstancias: en esta ciudad nacen cien calles al día.

Es importante recordar la existencia de funcionarios que intervienen en muy variados organismos lo que hace suponer que cuentan con un excelente nivel formativo que les permite desempeñarse eficientemente en el cumplimiento de muy diversos cometidos. Es a ellos a quien Gilles Chatêlet define como los pantuflas voladoras, “esos mandamases en tránsito permanente entre un sillón de dirección y otro”. Para concluir recordemos que la propia expresión “comisión” adquiere sus asegunes cuando el diccionario le atribuye otro significado: cantidad que se percibe por llevar a cabo una operación comercial. Y hay quienes a esto se lo toman muy en serio…

martes, 28 de agosto de 2012

Nomadismo vocacional


“¿Qué vas a ser cuando seas grande?”, los adultos suelen formular esta pregunta a cuanto niño se cruza en su camino. Las tendencias vocacionales de los infantes son muy variadas y habitualmente conviven sin ningún tipo de dificultad. “Maestra o doctora o actriz o conductora del metro”, dice la niña. “Carpintero o ingeniero o bombero o taxista”, afirma el niño. Con el paso del tiempo el perfil técnico o profesional va definiendo su rumbo, en ocasiones dentro de las opciones de la infancia pero por lo general muy lejos de ellas.
Pocos son los jóvenes y adultos que fueron coherentes con la diversidad vocacional de su infancia. Un caso singular es el de Aminta Granera quien en marzo de 1996 fue designada Jefa Nacional de Tránsito de Nicaragua,  luego de haber sido monja primero y posteriormente guerrillera en tiempos de la revolución sandinista.
 
Consultada por la prensa en relación a estos cambios tan notables en su vida, se limitó a responder que “hay muchas similitudes tanto en la vida religiosa como en las estructuras militares”. Me imagino que estaría pensando en la disciplina, en el valor de la obediencia (recuerdo a un amigo sacerdote jesuita -por cierto: “Compañía de Jesús”- quien comentaba que el voto de pobreza no le costaba, el de castidad procuraba llevarlo de la mejor manera pero –agregaba- “el que realmente es complicado y a veces inhumano es el de obediencia”). También es posible advertir otras similitudes como la del respeto a la jerarquía y la existencia de celdas, tanto en el convento como en las instalaciones policíacas (claro que la estadía en las primeras es voluntaria mientras que en las segundas podríamos suponer que no tanto).
Al tomar conocimiento mediante la prensa de la vida de Aminta, pensé que no le debería haber resultado nada fácil dejar de ser tropa para ocupar el cargo de Jefa Nacional de Tránsito, pasar de obedecer las órdenes a impartirlas y hacerlas cumplir. En eso quedaron mis cavilaciones por aquellos entonces.
 
Pasaron muchos años sin tener noticias hasta que me reencontré con ella en reciente nota del periódico La Jornada.
Managua, 24 de agosto (2012). La policía de Nicaragua decomisó al menos 7 millones de dólares a 18 supuestos mexicanos que fueron detenidos tras ingresar el martes al país por la frontera con Honduras, haciéndose pasar como periodistas de Televisa, informó la jefa policial Aminta Granera.
El grupo traía el dinero oculto en furgonetas con logotipos del consorcio Televisa, que usaron para ingresar en Nicaragua, detalló Granera en declaraciones a periodistas. (…)
El jueves, Televisa informó vía la embajada de México en Managua que no había enviado ningún grupo periodístico a Nicaragua, por lo que la policía resolvió detenerlos.
Granera explicó que los sospechosos fueron trasladados a la Dirección de Auxilio Judicial (DAJ, investigación) de la policía de Managua para “interrogarlos en las celdas” (…)
A resultas de lo anterior es evidente que en estos años Aminta consolidó su vocación desarrollando una carrera ascendente en el ámbito policíaco.
Al ser consultada en su infancia acerca de qué iba a ser de grande, ¿habrá contestado “monja o guerrillera o policía”? En ese caso las carcajadas de los adultos seguramente habrán sido estruendosas. Finalmente, ¿será ésta la última estación laboral en la vida de Aminta o aún depara otra sorpresa?

 

jueves, 23 de agosto de 2012

La burocracia, un tema de siempre

Su existencia es imprescindible pero muchos de sus usos y costumbres se vuelven deleznables. Así las cosas, pocas cuestiones alcanzan en su contra la unanimidad que concita la burocracia, que no tiene quien la defienda. Todos conocemos el desperdicio de tiempo, energía, enojo acumulado, así como  el sentimiento de frustración que se manifiesta una y otra vez frente a la ventanilla de trámites. Documentos que permanecen muchos meses (si no es que años) a la espera de una firma; expedientes que se pierden; resoluciones que viven en estado de postergación permanente; cambios en las formas, formatos y formularios; trabajos que podría desarrollar un solo funcionario y que realizan varios; tardanzas para poner un sello; modificaciones regulatorias; y varios etcéteras.

Ilustración: Margarita Nava
Sin embargo el asunto tiene sus bemoles: ¿en qué se ocuparía a todos los empleados sobrantes si se hicieran recortes de personal en búsqueda de mayor eficiencia y eficacia?, ¿dónde conseguirían trabajo?, ¿estarían condenados a ampliar las cifras del desempleo? Siendo la burocracia buena generadora de empleos sucede que en este tema, como en tantísimos otros, la crítica fluye mientras que las posibles soluciones faltan sin aviso.
Innumerables trámites deberá hacer una persona a lo largo de su vida (si bien el último necesariamente lo derivará a familiares o amigos). Gumaro Morones se refiere a ello.
Los documentos que un ciudadano medio de México debe pagar, firmar, recoger, sellar, revisar, llenar, presentar, cambiar y actualizar son incontables y van desde el acta de nacimiento que demuestra que uno existe, hasta la de defunción, que demuestra que uno ya no existe, pasando por todos los intermedios, que demuestran que uno existe legalmente de la manera que existe.En principio esto no se ve mal. Pero lo terrible es la superabundancia. Permisos, licencias, calcomanías, registros, credenciales, cartas, cartillas, actas, identificaciones, etcétera, etcétera, se multiplican al infinito, sin más límite que la imaginación creadora de nuestros burócratas.      

El escritorio, la ventanilla o el mostrador se constituyen en demarcaciones que separan, en forma irreconciliable, las lógicas expuestas en ambos lados. Lo que para unos es exceso de mala voluntad, para los otros se trata de dar cumplimiento a la ordenanza vigente. Para unos resulta escandaloso el ocio y tortuguismo del funcionariado, los otros lo explican por la permanente saturación de trabajo.

Lo que da más coraje es cuando el funcionario en turno goza al no poder dar entrada al trámite “porque falta la copia autenticada, que debería haber solicitado en el segundo piso pero fíjese que ahorita ya no hay nadie, tendrá que volver mañana”. La cosa se complica aún más cuando con prácticas corruptas los trámites se pueden aceitar. Hace varios años se emitía por televisión el programa “¿Qué nos pasa?” con papel protagónico a cargo de Héctor Suárez. Aun cuando ha pasado el tiempo, está muy presente su caracterización como funcionario de ventanilla que solicitaba documentos absurdos e inconcebibles para poder ingresar un trámite que, por lo mismo, nunca podía completarse.

Las oficinas públicas cuentan con mala fama pero es de justicia apuntar que en muchas empresas privadas el panorama no es mejor. Sin embargo cuando nos referimos a la burocracia enseguida evocamos el estereotipo de empleado público, aquél a quien la función le robó buena parte de la vida. Nada menos que Alfonso Reyes, citado por Carlos Monsiváis, expresa su preocupación por el tema. “Nada prostituye tanto como esa seguridad del sueldo fijo, trabájese o no, y sin esperanza positiva de ascenso, del sueldo fijo recibido de las abstractas manos de una persona moral (…)” Y concluía con una singular petición. “¡Dioses, libradme del contagio!”

Todo nuevo gobierno que se precie de tal promete dar solución al problema mediante la implementación de estrategias adecuadas que forman parte de la llamada “simplificación administrativa” (eufemismo que apunta a disminuir la burocracia). Aun aceptando que se han dado pasos importantes en algunas dependencias, la problemática persiste.
Es por ello que el tema ha interesado a varios autores entre los que destaca Sara Sefchovich, quien afirma que “en un estudio llevado a cabo por el periódico Reforma se demostró que México es uno de los países del mundo que más tiempo de tramitología exige (...)” y expone algunos casos de antología. “¡A una mujer embarazada de cinco meses le dieron (cita) para hacer un ultrasonido en el Seguro Social seis meses después, porque todas las máquinas estaban ocupadas hasta entonces! ¡Y a un hombre de 85 años, paralítico, lo obligaron a presentarse frente al funcionario encargado de firmar su pensión, y como no podían subir la silla de ruedas, lo pusieron en la calle y el burócrata le hizo el favor de asomarse por la ventana para ver si era cierto que existía!”

El problema de la burocracia se presenta en todos los países, pero entre nosotros asume niveles de relevancia. Hace unos años el propio gobierno federal –a través de la Secretaría de la Función Pública- organizó un concurso testimonial convocando a  la ciudadanía a dar testimonio de los trámites más laberínticos realizados ante oficinas públicas. Antonio Garci ofrece detalles a este respecto.
Finalmente, el 8 de enero del 2009, en una ceremonia encabezada por el presidente Felipe Calderón, salió el primer lugar del trámite más engorroso e inútil de México y la denuncia ganadora fue para ¡eI IMSS por los mejores defectos especiales y el mejor reparto de mentadas de madre! El gobierno federal entregó el premio a la abogada Cecilia Deyanira Velázquez y reconoció el presidente que esta mujer sufría por un trámite inútil, engorroso e inaceptable para obtener del lMSS el medicamento que debía darle a su hijo de siete años dos veces al mes. La mujer recibió un reconocimiento de manos de Calderón y un cheque por 300 mil pesos por haber denunciado el caso más representativo de un trámite inútil. En esta ocasión, el gobierno se preocupó mucho de que el cheque tuviera fondos para que el trámite de cobrar este dinero no se convirtiera en el nuevo ganador del trámite más engorroso e inútil de México.En el evento también se premiaron al segundo y tercer lugares que correspondieron a Ana María Calvo, quien denunció lo engorroso por un juicio de aclaración en su acta de nacimiento en la Ciudad de México (para esta ciudadana era más fácil volver a nacer y sacar una nueva acta que arreglar la que le habían hecho); y a Monserrat Contreras por su queja en el trámite para obtener una constancia de residencia en Toluca, Estado de México (al parecer, le pedían que se fuera a vivir a otro país para dársela). (…)Al término de la premiación, varios medios de comunicación quisieron entrevistar a la galardonada y el personal de la Secretaría de la Función Pública les indicó que para eso debían hacer un trámite en la Dirección de Comunicación Social de la dependencia (en serio).

Situaciones tragicómicas que se repiten con frecuencia. Difícil que pueda servir de consuelo pero es importante aclarar que en otros países no cantan mal las rancheras. En Cuba, Rodolfo Livingston invitó (en la década de los ochenta del siglo pasado) a los lectores del medio de prensa en que escribía para que  enviaran cartas narrando sus propias experiencias. Luego de valorar las misivas, escoge como burocratismo de colección lo referido por Rolando de Oraá.

Debía renovar la Licencia de Conducción, ocupándome de este menester el último día del plazo concedido. Me dirigí temprano en la mañana donde un amigo fotógrafo para que me hiciera las fotos pertinentes. Con ellas en mi poder, me encaminé a las oficinas habilitadas para ello.-Estas fotos no le sirven –me comunica el funcionario que me atiende-. En  su licencia dice que usted tiene que manejar con espejuelos. Por lo tanto, en la foto debe aparecer con ellos.-Ahora uso lentes de contacto –aclaro.-¡Ah! –me replica-. En ese caso, debe retratarse con una armadura sin cristales.-¿Debo manejar con la armadura sin  cristales? –ironizo.-Lo que sé es que en las fotos tiene que aparecer con una armadura sin cristales –me enfatiza.Regreso apresurado adonde mi amigo el fotógrafo. Confecciono una armadura de cartón, la pinto de negro y le ruego me repita las fotos. Con ellas aún húmedas, vuelvo a presentarme ante el funcionario de marras.-Estas tampoco le sirven –me espeta, sacando de una gaveta un documento. Aquí dice que deben vérsele las dos orejas en las fotos... léalo.-Sí –le argumento-, lo que se quiere es evitar que la gente se retrate de tres cuartos. Es más, míreme totalmente de frente. ¿Me ve las orejas?-No –confiesa.-Entonces, ¿cómo quiere que mis orejas se vean en las fotos?-Lo siento, pero yo me atengo al documento: tráigame fotos donde se le vean las orejas –enfatiza.Regreso otra vez a lo de mi amigo, hago dos bolitas de papel, me las coloco por detrás de las orejas, de manera que me las proyecten un tanto hacia delante, vuelvo a colocarme la armadura de cartón y le imploro al fotógrafo que me retrate por tercera vez.-¡Ahora sí! –exclama el funcionario cuando le entrego las últimas fotos.
No cabe duda que en caso de existir una competencia panamericana para distinguir los trámites más complejos en las naciones del área, la asignación de preseas no sería tarea sencilla.

martes, 21 de agosto de 2012

Un colega inesperado

Es lugar común la afirmación de que Argentina en general, y la ciudad de Buenos Aires en particular, son espacios en que la llamada cultura psi ha adquirido mayor difusión que en otros rumbos. No sé si ello se sustenta en la realidad o simplemente reproduce uno de los tantos estereotipos en circulación. Lo cierto es que en este entorno se han popularizado términos como “conflictuado” que, de acuerdo con Héctor Zimmerman, el psicoanálisis puso de moda y Adolfo Bioy Casares ridiculiza por considerarlo rebuscado (sin embargo hay que reconocer que da cuenta precisa de la circunstancia en que el conflicto con todos sus bártulos echa raíces, cuando menos por un tiempo, en la vida de cualquiera de nosotros). Tampoco faltan frases ingeniosas como la de Héctor Yánover “(…) actualmente, si no sos un poco esquizofrénico y un poco psicópata, te volvés loco.” Y menos aún podrían ausentarse chistes como el de Perich: “Yo tenía un complejo de Edipo tremendo, así que fui al psicoanalista. Y me lo curó. Desde entonces el psicoanalista es como una madre para mí.”

Pues bien, en relación a este tema hemos seleccionado algunos acontecimientos de la vida cotidiana que de una u otra forma tienen que ver con el mundo de la psicoterapia y son dignos de ser citados.
El escritor español Manuel Vicent comenta que en una de sus visitas a Buenos Aires concurrió al café-concert de la librería Clásica y Moderna. Le sorprendió gratamente que la gente que allí estaba lo reconociera enseguida pero lo que nunca imaginó fue que la explicación al por qué de aquella fama súbita, la encontraría al dirigirse al baño.

En la puerta del retrete de caballeros me encontré con la foto de mi rostro de regular tamaño, sin más explicaciones. Se supone que en ese espacio mi imagen era el símbolo de una parte excretoria de la fisiología masculina, la más secreta y solo debido a eso yo era famoso entre los dependientes y la clientela habitual del establecimiento. Una mezcla de vanidad y decepción se apoderó de mi ánimo. El asombro al verme entrar en el café no se debía a que yo hubiera escrito un libro o algún artículo memorable. Simplemente yo era el señor cuyo rostro estaba en la puerta del retrete de caballeros, un espacio angosto y unipersonal, que en ese momento estaba ocupado. Quise usarlo.
Mientras esperaba mi turno pensé que, sin duda, yo era el monarca absoluto que daba entrada al lavabo de caballeros, un reino de apenas tres metros cuadrados. Después pasé por la prueba de entrar en mi propio reino para ejercer mi función real y el tipo que estaba dentro, al salir, se tropezó con la visión de mi rostro y lanzó un grito de pánico como si acabara de ver un fantasma.
Presa del impacto y el desconcierto, Vicent buscó una opinión autorizada que le ayudara en su interpretación.
Consulté el caso con mi psicólogo, que es argentino, valga la redundancia. En principio yo no sabía si mi foto pegada a la puerta de un retrete de caballeros debería ser tomada como un homenaje o como una forma de mandarme a la mierda. El psicólogo me dijo que servir de guía a los hombres en ese momento era un reconocimiento más importante que cualquier medalla.
Por otra parte, es sabido que existen personas a quienes los largos años de estudio y especialización han ido acercando a una actitud pedante y ensoberbecida (dicho sea esto sin menoscabo de su reconocida trayectoria profesional). En el lado opuesto se sitúan los intelectuales que, habiendo renunciado a la peregrina idea de llegar a respuestas finales en lo que a la condición humana se refiere, son alérgicos ante tanta solemnidad. Uno de ellos, el escritor Isidoro Blaisten cuenta su experiencia a este respecto.
Yo soy muy ordenado (…) tengo cajas y cajitas para todo. Hace un tiempo, vino a visitarme un matrimonio: ella, argentina, psicoanalista, y él, francés, profesor de la Sorbona. Él hablaba un español magistral. Los hice pasar a mi estudio. Por ese entonces estaba terminando los cuentos de “Al acecho”. Yo nunca tiro ninguno de los papeles con los que trabajo mientras escribo, porque supongo que si no sirven para un libro, servirán para otro. Por eso vieron una caja grande que decía “descartes”. “Oh, no me diga que usted es especialista en nuestro filósofo también”, se impresionó el francés. Yo me sentí un miserable, porque en lugar de explicarle la confusión, le dije: “Modestamente”.
Asimismo en las diversas profesiones (científicos, médicos, ingenieros, arquitectos, profesores, etc.) existe una conciencia gremial, en ocasiones corporativa, que suele no estar exenta de cierto sentimiento de superioridad en relación a los demás mortales. Pues bien, llegados a este punto merece destacarse lo acontecido a Jorge Luis Borges en relación a ello y que conocemos por medio de María Kodama.
Hubo un congreso organizado por psicoanalistas de altísimo nivel mundial y de todas partes del mundo. Y fue muy gracioso porque el que organizaba dijo en la sesión inaugural: “Queremos decirle que usted (refiriéndose a Jorge Luis Borges) es el único escritor que hemos invitado. Aquí todos somos psicoanalistas. ¿Qué piensa usted de eso?”. Y Borges, con una voz encantadora y sonriendo dijo: “Bueno, entonces estoy entre mis pares. ¿Acaso no es la psicología una rama de la literatura fantástica?” Todos gritaban, silbaban, aplaudían y él se divertía muchísimo. Borges pensaba que lo que había que hacer en la vida era procurar pasársela bien.
No cabe duda de que solamente a los grandes les fue dado este don de salir airosos luego de provocar, estando en notable desventaja numérica, a tan selecto auditorio.

jueves, 16 de agosto de 2012


Cuando los libros se van de viaje
Aunque no estén ustedes para saberlo ni yo para contarlo, les comento que divido mis errores en efímeros y persistentes (aquellos que, por no aprender de la experiencia, se presentan en forma recurrente y a estas alturas se han convertido en especialidad de la casa). Ahora bien los hay de muy diversas magnitudes: algunos son verdaderos pesos pesados en mi existencia, mientras que otros producen repercusiones menores.
Como no es cuestión de andar ventilándose por la vida, me voy a referir a uno de estos últimos. Sin ser grave aparece puntualmente, me está esperando cada vez que emprendo viaje. A la hora de la salida, en los aprontes previos siempre dedico tiempo para seleccionar los libros que me acompañarán en el periplo. Obviamente la cantidad y tamaño de los mismos varía según sea un viaje de fin de semana o de un par de meses; si se trata de cumplir con un compromiso laboral en otras ciudades o de disfrutar mis vacaciones. Sin embargo, en cualquiera de sus variantes el final es predecible ya que muchos de esos libros regresan sin haber sido leídos. Contrariado por esto, al desarmar la maleta me comprometo ¡ahora sí! a enmendar el error de tal forma que en la próxima oportunidad únicamente llevaré los libros que pueda leer. Pero al retorno del siguiente viaje, acontece lo mismo y una vez más me comprometo ¡ahora sí!...
¿Será acaso que aspiro a tomar un curso de lectura veloz en mi lugar de destino?, lo que, por otra parte, es bastante improbable ya que tengo cierta aversión a estas propuestas en particular por el comentario de Woody Allen al respecto: “Tomé un curso de lectura rápida y fui capaz de leerme La Guerra y la Paz en veinte minutos. Creo que decía algo sobre Rusia.” ¿Podrá ser que el error está en suponer que durante el viaje dejaré de lado obligaciones e intereses varios para concentrarme en una especie de seminario intensivo de lectura? ¿Será que tengo ilusiones de contratar negros, ya no que escriban sino que lean a mi nombre? Lo cierto es que no doy con la tecla y continúo sin solucionar el problema.
Hace pocos días regresé de un nuevo viaje con muchos libros sin abrir, pero algo nuevo aconteció. Tomé notas textuales de uno de los que sí alcancé a leer:
Todos los turistas acarician una ilusión, acerca de la cual no hay ningún caudal de experiencia que pueda curarlos. Imaginan que encontrarán el tiempo, en el curso de sus viajes, para leer muchísimo. Se ven a sí mismos, al final de un día de paseos o visitas en coche, o mientras están sentados en el tren, pasando estudiosamente las páginas de todas las obras vastas y serias que, en tiempos normales, nunca encuentran el momento de leer.
No es difícil comprender que el tema me haya atrapado por lo que seguí leyendo cada vez más interesado. “Comienzan por un tour de dos semanas en Francia, llevándose La crítica de la razón pura, Apariencia y realidad, las obras completas de Dante y La rama dorada.” Igual que yo –pensé- mientras seguí leyendo cada vez más interesado. “Regresan a casa y descubren que han leído algo menos de un capítulo de La rama dorada y las primeras cincuenta y dos líneas del Infierno.” Igual que yo –añadí para mis adentros. Por si fuera poco, un poco más adelante queda claro que el autor me dedica sus reflexiones: “Pero eso no les impide llevarse la misma cantidad de libros la siguiente vez que emprendan un viaje.” De esta forma Aldous Huxley, autor del texto, no solo quitó originalidad a mi problema sino también modernidad si tomamos en cuenta que escribe esto en 1925.
Una vez que caracterizó la situación (que podríamos identificar como “síndrome de expectativas desmedidas de lectura antes de iniciar un viaje”), concluye dando pistas que puedan conducir a la solución del problema.
Las cualidades esenciales de un buen libro de viaje son las siguientes. Tiene que ser una obra de tal tipo que uno pueda abrirla en cualquier parte y estar seguro de encontrar algo interesante, completo en sí mismo y susceptible de ser leído en breve tiempo. Un libro que exige atención constante y esfuerzo mental prolongado no sirve para un viaje; cuando uno viaja, el ocio es escaso y está teñido de fatiga física, la mente está distraída y es incapaz de realizar esfuerzos dilatados.
Muchas gracias, don Aldous, seguiré su consejo. Ya luego les platico.


martes, 14 de agosto de 2012

Tiempo de deslindes


No cabe duda respecto al carácter dinámico que asume el lenguaje. Hay palabras que luego de estar de moda pasan gradualmente al olvido; mientras que a otras le sucede lo contrario, en un de repente de tener un perfil bajo llegan a la notoriedad. Este último es el caso de lo que sucede actualmente con el término "deslinde". Al denunciarse o quedar en evidencia algunas situaciones delictuosas, son muchos quienes procuran por todos los medios deslindarse de personas y acontecimientos en un intento –no siempre exitoso- de mantener su credibilidad a salvo. Yo me deslindo, tú te deslindas, él se deslinda… Pero luego de consultar el diccionario es posible concluir que la expresión no es la más adecuada.

Linde: límite entre dos fincas contiguas. Lindar: tener (una finca o terreno) lindes comunes. Deslindar: señalar o determinar los límites. Deslinde: acción de deslindar.

Todo esto suena más que nada a tarea de agrimensores. Sin embargo, bastará con consultar periódicos o escuchar noticieros para entender sus otras acepciones.

En relación al tema recuerdo dos situaciones que tuvieron lugar en la ciudad de Apatzingán, estado de Michoacán. Zona de tierra caliente, con fama de estar bajo fuerte influencia del narcotráfico. Hace muchos años fui a trabajar en aquellos rumbos en los que pude conocer maestros comprometidos con su labor educativa. Coordiné un taller para docentes y di una conferencia dirigida a padres de familia. Al finalizar esta última actividad se acercaron algunos asistentes a expresar sus opiniones o bien a plantear alguna pregunta. El último de todos fue un hombre de mediana edad que lucía -en forma por demás ostensible- reloj, cadena y anillos con apariencia de ser muy valiosos. El diálogo que mantuvimos fue el siguiente:
-Maestro, quiero agradecerle su plática ya que estuvo muy interesante.
-Muchas gracias.
-Pero además, permítame hacerle una pregunta: ¿cuándo se regresa a la
ciudad de México?
-Mañana, en un camión que sale en horas de la noche.
-¿Le puedo hacer una sugerencia?
-Sí, claro.
-Mientras esté en la ciudad no se exhiba.
-¿Cómo?, ¿qué me quiere decir?
-Sí, que no se muestre por allí…
-¿Por qué?
-Lo pueden confundir.
-Pero, ¿confundir con qué o con quién?
En ese momento con un gesto no exento de afecto aquél señor pone una
mano en mi hombro y concluye:
-Maestro, usted debe saber que hay preguntas que no se hacen –dicho lo
cual se despidió amablemente.
Las posibles respuestas pudieron haber sido más de una pero en todo caso la invitación quedó hecha: deslinde preventivo de situaciones que hubieran podido ser riesgosas. Seguí su consejo y el día siguiente lo pasé encerrado en el hotel. Cuando en la noche el camión tomó carretera, respiré hondo, recliné el asiento y dormí como no lo había hecho en el hotel.
La otra situación tuvo lugar años después.

Pocos días –si acaso alguno- como el martes 11 de septiembre de 2001 tuvieron tantas consecuencias en la historia contemporánea. Los atentados terroristas que se produjeron en Estados Unidos alcanzaron una dimensión que hasta ese momento solo era posible ver en películas con gran despliegue de imaginación. Una vez más la realidad le dio alcance a la ficción. Fue entonces que la mirada internacional se dirigió hacia Afganistán como uno de los posibles orígenes de tales ataques.

En lo que pareció ser una muestra más de humor mexicano pronto se generó el rumor de que el alcalde de Apatzingán, preocupado por el cariz que estaban tomando los hechos, había aclarado ante la prensa que la entidad a su cargo no había tenido nada que ver con tales ataques y que las versiones en ese sentido eran totalmente infundadas. Todo pareció quedar en un chiste más, cuando el periódico Reforma del 21/9/2001 en la página 6A publicó, firmada por Adán García corresponsal en Michoacán, la siguiente nota:



Difícil dar crédito a que tal confusión efectivamente haya tenido lugar, pero con esto de que los terrenos de lo increíble cada vez se quedan más despoblados, no está de más evocar este hecho que constituye el mayor deslinde del que tengo memoria.

jueves, 9 de agosto de 2012

Raquel Seoane, la vida en el foro


Los artistas son personas especiales, poseedores de miradas agudas, interpretadores de la realidad.  Dirigiéndose en particular a las artes plásticas Tola Invernizzi, citado por Carlos María Domínguez, afirma:

El hacedor de arte es un chismoso de los avatares de la vida que compartimos entre todos, pero el nudo del chisme y su forma de relatarlo establecen diferencias en sus disfrutes y las posibilidades de iluminación. (...)
El hacedor de arte busca expresarse. Ordenar los elementos que entiende o intuye necesarios en forma tal que le sean tangibles y reconocibles en su obra.

Una vez que descubre los entresijos de su entorno el artista realiza su obra y está ansioso de poder compartirla, de tener un público frente al cual arriesgarse  poniendo a consideración su trabajo. Hará falta, subraya Invernizzi, que alguien recoja esas manifestaciones artísticas.

Pero además quiere comunicarlos y para ello debe tener en cuenta los aparatos de recepción del destinatario. La estación emisora más potente, con el mensaje más importante (tal vez de algún planeta en una estrella lejana esté sucediendo), se pierde en la nada si no hay un aparato receptor acondicionado para su recepción.
Y el aparato receptor del arte es la cultura. Individual y/o colectiva.
La capacidad de responder y registrar las urgencias y ofrecimientos del mundo. De enfrentar las agresiones y los goces que éste ofrece y sobre todo la capacidad de dilucidar entre verdad y mentira. En ella intervienen los órdenes biológicos (ver, hablar, pensar, sufrir y gozar), la geografía y el salario, el clima y la escuela, el transporte y las lluvias; los dogmas impuestos por los detentadores del poder, los modelos de felicidad humana que éstos proponen, los códigos de legitimidad que éstos imponen en búsqueda de su permanencia; el miedo que deslizan en la cotidianeidad tratando de impedir las actitudes contestatarias a su poder, y el alma humana en irrenunciable búsqueda de su destino. Y las culturas no pueden violentarse. (...)
Si bien en las actitudes formales podrá haber programas y concreciones diferenciadas, lo que hay que hacer por amor al arte –que sólo tiene sentido si existe amor a la humanidad, que es su receptora y consumidora- es insertarse en la lucha por la plena existencia humana, en todos los frentes.

Estamos muy lejos de la formación de estos públicos ávidos, sensibles, atentos a las diversas manifestaciones artísticas. Muy pocas son las propuestas educativas en que las disciplinas artísticas representan algo más que materias de relleno curricular, lo que se observa en las pocas horas asignadas, la escasez de materiales y la inexistencia de talleres adecuados. Si a esto agregamos los contenidos de buena parte de la oferta televisiva, el pronóstico en cuanto al proceso formativo de niños y adolescentes es adverso tanto en el presente como para su futuro una vez convertidos en adultos. Al desconocer otros sabores, el gusto se va atrofiando y la persona se ve obligada a elegir entre una pequeña gama de posibilidades. Como dice Roberto “Tito” Cossa refiriéndose al caso de la música: “¿Cuándo el arte se convierte en un derecho humano? Cuando alguien no sabe de su existencia. No es obligatorio que nos guste la 9ª Sinfonía de Beethoven. Lo penoso es cuando aquel que la hubiera gozado no la escuchó nunca.” Y pensar que hay quienes a esto le llaman libertad de opción…

Foto de Ricardo Ramírez Arriola para 360grados.com


A Raquel Seoane le dolía y le enojaba sobremanera la ausencia de políticas públicas definidas en el campo de la cultura y más concretamente la falta de espacios que permitieran desarrollar el gusto por el teatro en tanto manifestación de una formación ciudadana integral. Lo poco que existe en este campo por lo general se debe a esfuerzos realizados por personas y grupos aislados, como el que evoca Marcelo N. Viñar en ocasión de sus primeros acercamientos al teatro en tiempos de adolescencia.

Hace un tiempo infinito, en mi adolescencia, yo vi mi primera obra de teatro y me conmoví con ella. Una emoción distinta a la del cine, al cual era adicto, domingo tras domingo, desde la infancia inmemorial y memoriosa. Después de la obra, el director, emblema del teatro uruguayo, nos deslumbró con su retórica, tanto o más que los actores en escena. Una de sus frases quedó inscrita para siempre en el terreno fértil de mis trece años, en un pueblo del Interior (yo era pues “de afuera”, vaya uno a saber a cuál “adentro” remitía la expresión que segregaba a quienes no eran de “la capital”). La frase, tal como yo la retengo, con las deformaciones de los recuerdos distantes era: “El cuerpo se defiende mejor que el alma. Porque si no como, tengo una sensación de hambre, pero si no escucho a Mozart nada me avisa, sólo hay el silencio y la soledad”.

Quien así se dirigía al auditorio era nada menos que Atahualpa del Cioppo, uno de los grandes del teatro uruguayo y latinoamericano quien dirigiera al elenco de “El Galpón”. Siendo una figura de enorme prestigio nunca se lo tomó muy en serio y cuando alguien lo llamaba “maestro”, Atahualpa se limitaba a responder: “más maestro será usted”.

Una vez que Raquel descubrió su vocación por el teatro ya no paró en sus intentos de llevar las obras a lugares remotos de difícil acceso a la oferta cultural (si el público no viene al teatro, hay que llevar el teatro). Hizo del teatro y del amor al arte una forma de vida, su forma de vida. Durante varios años integró el elenco de “El Galpón”. Llegó el momento de la salida de Uruguay en 1976 cuando los tiempos aciagos de la dictadura. El exilio que al principio pintaba para ser por poco tiempo, terminó siendo para siempre: en forma paulatina México se la fue ganando sin que perdiera sus raíces uruguayas.

En 1981 junto a Blas Braidot, y también con Mario Ficachi, Luisa Huertas y Pablo Jaime fundaron el grupo Contigo América. Tuvieron que pasar muchos años para que el elenco lograra tener su propio foro en la calle Arizona, en la colonia Nápoles en la ciudad de México. Raquel era feliz en el escenario y sus alrededores, disfrutaba la temporada de ensayos (lo que de ninguna manera quiere decir que su fuerte carácter dejara de hacerse presente en muchos momentos). Los días previos al estreno era el momento de pegarse  al teléfono y convocar a los amigos. Independientemente de la complexión física de su interlocutor, la convocatoria adquiría su forma habitual: “¿Cómo estás, flaco? Soy Raquel y llamo para avisarte que el próximo viernes estrenamos y ahí te esperamos. Estaremos muy contentos de verte.”  Algunas de las obras presentadas por el elenco fueron: “Los que no usan smoking” de Gian Francesco Guarnieri, “Costumbres” de Víctor Manuel Leites, “Y sigue la bolota” de Mario Ficachi, “Donceles 19” de Blas Braidot, “Los motivos del lobo” de Sergio Magaña, “Santa Juana de los mataderos” de Bertolt Brecht, etc.  

Uno de los dramaturgos mexicanos más reconocidos como lo fue Víctor Hugo Rascón Banda, quien era muy amigo de Blas y Raquel, en ocasión del veintidós aniversario escribió para ellos la obra “El Ausente”. En los meses de ensayo fue cuando se produjo el deceso de Blas por lo que Raquel asumió la dirección escénica y en carta dirigida a ella, decía Rascón Banda:

Privilegiados los dramaturgos que podemos contar con una compañía estable y de prestigio como Contigo América.
Privilegiados los espectadores que pueden contar con la alternativa de un teatro diferente como el de Contigo América, que ve más allá de la evasión y del entretenimiento y que es un teatro comprometido, que aborda la condición humana y la problemática social. 

Raquel fue actriz, boletera, directora, anunciante, escenógrafa, etc. porque, tal como ella misma decía, “un integrante de nuestra institución debe conocer desde la taquilla hasta el camerino”. No se engañaba, sabía que se vivían tiempos en que los principios del elenco iban en contra de la corriente pero no era momento de convertirse al oportunismo. Es así que en ocasión del veinticinco aniversario de Contigo América afirmó: “En este mundo globalizado, neoliberal, de una economía salvaje, en el que el ser humano ha sido descategorizado, convertido en mercancía, seguimos conscientes y empecinados en priorizar los principios que nos dieron vida, en hacer un teatro independiente, ahondar en nuestras raíces y en estrechar los vínculos con nuestra América Latina, para reafirmarnos humana y creativamente.” ¿Más claro?

El grupo atravesó altibajos y las diversas etapas en lo económico iban de lo muy grave a lo grave. Hasta hoy es habitual que al ingresar al foro se reparta a los asistentes un sobre para que allí depositen su contribución voluntaria. Expresión de un principio irrenunciable: nadie podía dejar de concurrir al teatro por falta de dinero. Otra peculiaridad está dada porque al terminar cada función se pregunta a los asistentes acerca de sus opiniones, sentimientos y reacciones en relación a la obra. El diálogo entre espectadores y actores es parte fundamental de la propuesta.

Por si alguien tuviera dudas de que el teatro era su vida y que las fronteras entre la una y la otra para ella no existían, Raquel –a la manera de los teatreros del pasado- se fue a vivir a un pequeño departamento construido encima del foro con la austeridad impuesta por ella misma y bajo la dirección del arquitecto Elbio “Pocho” Bernasconi estimado integrante de la colectividad uruguaya en México que desde siempre fue un amigo muy valioso del elenco.

Si no me equivoco, la última obra que dirigió Raquel fue “Fuenteovejuna” de Lope de Vega. Me pareció verla particularmente tensa en esta ocasión dado que,  me imagino, por una parte le costaría muchísimo no estar en el escenario y por otro lado esa obra le era particularmente significativa y la remitía a muchas circunstancias del pasado. A “Fuenteovejuna” no se le podía fallar.

La noche que el grupo celebró sus treinta y un aniversario con actividades musicales, la reseña de la historia del elenco y un brindis, Raquel se sintió mal y prefirió quedarse en su habitación. Para todos los que estuvimos allí fue muy emocionante brindarle un sentido y nutrido aplauso que debería llegar del foro a su habitación. Unos días después su salud empeoró.  La visité en el Hospital General en la sala común en la que estaba internada. Hablamos de esa celebración, le gustaba escuchar las impresiones de los asistentes. Cuando le sirvieron la comida solo pudo con dos cucharadas de arroz luego me miró con su sonrisa pícara acostumbrada, que interpreté como: “Mira lo que me traen… Qué bueno estaría que en lugar de esto me consiguieras un whisky y un cigarro”. Quedé en deuda, no pude.

Raquel murió en su casa del foro el 17 de marzo,  próxima a cumplir 80 años de edad. Sus restos mortales fueron velados, como no podía ser de otra manera, en el foro de Contigo América a donde concurrieron a despedirla compañeros del grupo, amigos, colegas, compatriotas y público en general.
La de Raquel fue una vida muy rica en su calidad como persona, sin embargo se alegraba de no ser exitosa en los términos impuestos por la cultura dominante: hasta el final vivió al día, no tenía seguro médico, sus posibilidades de viajar a Uruguay se sustentaban en que el pasaje le fuera obsequiado. Reivindicaba el derecho a ser perdedor en este entorno de valores vigentes. Pocas veces he conocido personas tan congruentes por lo que confrontar su discurso con su forma de vida sería caer en pleonasmo.

 En la carta anteriormente citada Víctor Hugo Rascón Banda concluía diciendo: “Dondequiera que se encuentre, Blas estará satisfecho al ver que la institución que él fundó sigue adelante, porque las semillas que él sembró fructificaron y seguirán fructificando bajo su inspiración.”

Ahora en que a la ausencia de Blas se suma la de Raquel, este deseo está más vigente que nunca.


lunes, 6 de agosto de 2012


Chavela Vargas

Chavela decía que no moriría sino que, en su calidad de chamana, se transformaría y ello  acontecería “un lunes, el día más aburrido”. Su predicción falló por poco: ayer domingo se fue Chavela.

Todas las personas somos diferentes, pero unas son más diferentes que otras. Con su presencia, su voz, su manera de estar siendo en las diversas etapas de la vida, marcó un estilo propio, irrepetible. Los años en que fue una artista marginal, no le restaron fuerza para expresar su arte. Posteriormente, y cuando Pedro Almodóvar la “descubrió”, los años de éxito no la enfermaron de importancia.

Fue parte de la vida bohemia y artística de México. Se reconocía en las composiciones de José Alfredo Jiménez y su amistad con Frida Kahlo y Diego Rivera no estuvo exenta de momentos surrealistas como el que acontecido en la Casa Azul de Coyoacán y que ella misma narra.

En cierta ocasión estábamos los tres en el jardín: Frida, Diego y yo. Allí, como saben, había muchos animales: monos, tortugas, perros, pájaros… En fin, una de las tortugas estaba herida porque un perro le había mordido en la cabeza. Así que Diego me aconsejó que me subiera encima de la tortuga para poderle sacar la cabeza y sanarla. (…)
Frida, mientras tanto, se había quitado el pie ortopédico y lo tenía a la altura de los ojos, y lo miraba, no sé por qué. Y, Diego, con los pinceles en la mano, se había quedado con la mirada perdida. En esto llegó un periodista y quiso pasar la puerta del jardín. Era un periodista muy importante de Suramérica.
-¡Oh, perdón…! Me equivoqué…
Aquel hombre estaba aterrorizado: vio un cuadro espantoso.
-Sí, sí. Pase, pase -le dije, subida en mi tortuga-. Si está buscando la casa de Frida Kahlo y Diego Rivera ésta es. (…)
El hombre se echó un tanto para atrás, como acobardado, aterrado ante aquellos locos y, a pasitos, susurraba:
-No… si yo ya me iba.
Así era. Muy extraño, pero muy divertido. (…) Vida surrealista, vida intensa, intensa en todos los aspectos.

Hace unos cuantos años, Víctor-M. Amela le hizo una entrevista para el periódico La Vanguardia y en un momento de la misma Chavela alude a su relación tormentosa con el alcohol. Lápiz en mano llegó a calcular la cantidad ingerida durante los 20 años en que vivió y bebió: le dio un total de 45.000 litros de tequila. “Tenía una perra, ‘Vicenta Vargas’, que cuando me veía borracha empujaba la botella con su patita por el suelo, ahogada de pena. Yo rompía a llorar. Esa perrita creía ser mi madre. Y quizá era su reencarnación…” Refiere como ello repercutía en su vida artística. “(…) era un desastre. Sentía una depresión constante. Eran raras las noches en que yo cantaba bien. En España, en un programa de televisión, ¡canté tres veces la misma canción!, perdida en una nube de alcohol.” Evoca una de las situaciones extremas que experimentó en aquellos tiempos. “Recuerdo también que fui a un velorio a las siete de la mañana. Nos dieron tequila… Por la tarde, en el cementerio, la hija de la muerta empieza: ‘¡Ay, adiós, madre mía!’ Y yo: ‘¡Que le vaya bien, doña Amandita!’. Y alguien dice: ‘Pero, ¿dónde está doña Amandita?’ ¡Nos habíamos dejado el muerto en casa! Estábamos bastante borrachos. Huí de allí (…)”
La propia intensidad de Chavela la llevó a ser radical en sus decisiones y es así que un día se dijo: “Este trago es el último”. Y lo fue: ya no volvió a probar el alcohol por lo que se autodefinía como “divorciada de la borrachera”. Este cambio tan drástico en su vida no hizo que dejara de concurrir a las cantinas (aunque solo tomara agua) cuando se trataba de celebrar algo, ni a evitar a sus amigos de la vida bohemia. Cuenta Joaquín Sabina que cuando lo veía bebiendo tequila le decía: “Joaquín, ese tequila tuyo es muy malo; el bueno de verdad ya nos lo bebimos José Alfredo Jiménez y yo”.

La fuerza expresiva de Chavela superaba todas las barreras y su mensaje llegaba porque llegaba; Almodóvar da cuenta de uno de estos casos.

Los años de apoteosis española hicieron posible que Chavela debutara en el Olympia de París, una gesta que solo había conseguido la gran Lola Beltrán antes que ella. En el patio de butacas tenía a mi lado a Jeanne Moreau, a veces le traducía alguna estrofa de la canción hasta que Moreau me murmuró “no hace falta, Pedro, la entiendo perfectamente” y no porque supiera español.

En tiempos recientes Chavela ya no cantaba sino que se transformó en decidora de canciones. Su voz imponente y la fuerza de su dicción siguieron siendo estremecedoras y la hermanaron, como señala Joaquín Sabina, con Roberto “el Polaco” Goyeneche extraordinario cantor de tangos que viviera un proceso similar al final de su vida. No sé si llegaron a conocerse pero una presentación de ambos hubiese sido como para alquilar balcones.

Para terminar estas líneas, regresemos a la entrevista de Víctor-M. Amela quien pregunta a Chavela si le teme a la muerte.

No. Yo le gusto a la vida y le gusto a la muerte. La muerte le pregunta a la vida: “¿Qué tienes tú con Chavela?” “Que esta vieja sabe vivir, me es leal, no me traiciona”, dice la vida. Y la muerte replica: “Pues yo he quedado con Chavela en que nos daremos la mano un día de estos y será precioso”. Lo será. Fíjese: nadie ha querido volver…

Chavela Vargas descansa en paz (aunque seguramente su forma de descansar será muy especial, tanto como lo fue su vida).


viernes, 3 de agosto de 2012


El crack de 1929 o cuando la broma ha terminado

Impulsados por la grave coyuntura económica que vivimos, son muchos los economistas que procuran establecer semejanzas y diferencias entre el momento actual y el crack de 1929. Las opiniones se dividen: hay quienes encienden los focos rojos sosteniendo que las similitudes son muchas y también están aquellos que afirman que la crisis actual es simplemente uno de esos tantos momentos que se presentan en forma cíclica en el sistema capitalista.

Conviene entonces tener cierta idea de lo acontecido en el pasado y por ello presentamos una descripción del crack de 1929 y para ello no hemos recurrido a políticos o economistas sino a dos artistas: uno del mundo del escenario y el otro de los pinceles.

El notable humorista Groucho Marx ilustra el clima de efervescencia que se vivía en los años previos. Tiempo de ganancias fáciles, abundancia de dinero, cifras desmesuradas y ambiciones desenfrenadas.

(…) un negocio mucho más atractivo que el teatral atrajo mi atención y la del país. Era un asuntillo llamado mercado de valores. Lo conocí por primera vez hacia 1926. Constituyó una sorpresa agradable descubrir que era un negociante muy astuto. O por lo menos eso parecía, porque todo lo que compraba aumentaba de valor. (…)
Aceptaba de todo el mundo confidencias sobre el mercado de valores. Ahora cuesta creerlo, pero incidentes como el que sigue eran corrientes en aquellos días.
Subí a un ascensor del hotel Copley Plaza, en Boston. El ascensorista me reconoció y dijo:
-Hace un ratito han subido dos individuos, señor Marx, ¿sabe? Peces gordos, de verdad. Vestían americanas cruzadas y llevaban claveles en las solapas. Hablaban del mercado de valores y, créame, amigo, tenían aspecto de saber lo que decían. No se han figurado que yo estaba escuchándoles, pero cuando manejo el ascensor siempre tengo el oído atento. ¡No voy a pasarme toda la vida haciendo subir y bajar uno de estos cajones! El caso es que oí que uno de los individuos decía al otro: “Ponga todo el dinero que pueda obtener en United Corporation”.
-¿Cómo se llaman esos valores? –pregunté.
Me lanzó una mirada burlona.
-¿Qué le ocurre, amigo? ¿Tiene algo en las orejas que no le funciona bien? Ya se lo he dicho. El hombre ha mencionado la United Corporation.
Le di cinco dólares y corrí hacia la habitación de Harpo. Le informé inmediatamente acerca de esta mina de oro en potencia con que me había tropezado en el ascensor. Harpo acababa de desayunar y todavía iba en batín.
-En el vestíbulo de este hotel están las oficinas de un agente de Bolsa –dijo-. Espera a que me vista y correremos a comprar estas acciones antes de que se esparza la noticia.
-Harpo –dije-, ¿estás loco? ¡Si esperamos hasta que te hayas vestido, estas acciones pueden subir diez enteros!
De modo que con mis ropas de calle y Harpo con su batín, corrimos hacia el vestíbulo, entramos en el despacho del agente y en un santiamén compramos acciones de la United Corporation por valor de 160.000 dólares, con un margen del 25 por ciento.
Para los pocos afortunados que no se arruinaron en 1929 y que no están familiarizados con Wall Street, permítanme explicar lo que significa ese margen del 25 por ciento. Por ejemplo, si uno compraba 80.000 dólares de acciones, sólo tenía que pagar en efectivo  20.000. El resto se le quedaba a deber al agente. Era como robar dinero.

En ese ambiente de valores a la alza no era recomendable dejar pasar las oportunidades que se presentaban, la información privilegiada que se recibía. Todas las actividades estaban supeditadas –prosigue Groucho Marx- al funcionamiento de la Bolsa.

En los diarios actuales leo con frecuencia artículos relativos a espectadores que se quejan de haber pagado hasta un centenar de dólares por dos entradas para ver My Fair Lady. (Personalmente, opino que vale esos 100 dólares). Bueno, una vez pagué 138.000 dólares por ver a Eddie Cantor en el Palace.
Todos sabemos que Eddie es un cómico estupendo. Incluso él lo reconoce sin ningún inconveniente. Tenía una revista maravillosa. Cantaba Margie, Ahora es el momento de enamorarse y Si conociesen a Sussie. Mataba de risa al público con sus bromas características, y terminaba cantando Whoopee. En resumen, era un exitazo. Tenía ese algo magnético que hace destacar a una estrella del montón anónimo.
Cantor era vecino mío en Great Neck. Como era viejo amigo suyo, cuando terminó la representación fui a verle en su camerino. (…)
En el teatro existe una ley no escrita respecto a que cuando dos personas se encuentran (…) deben evitar cuidadosamente los saludos habituales entre la gente normal. En cambio, deben abrumarse mutuamente con frases se cariño que, en otros sectores de la sociedad, suelen estar reservadas para el dormitorio.
-Encanto –prosiguió Canto-, ¿qué te ha parecido mi espectáculo?
Miré hacia atrás, suponiendo que habría entrado alguna muchacha. Desdichadamente, no era así, y comprendí que se dirigía a mí.
-Eddie, cariño –contesté con entusiasmo verdadero-, ¡has estado soberbio!
Me disponía a lanzarle unos cuantos piropos más cuando me miró afectuosamente con aquellos ojos grandes y brillantes, apoyó las manos en mis hombros y dijo:
-Precioso, ¿tienes algunas Goldman-Sachs?
-Dulzura –respondí (a este juego pueden jugar dos)-, no sólo no tengo ninguna, sino que nunca he oído hablar de ellas. ¿Qué es Goldman-Sachs? ¿Una marca de harina?
Me cogió por ambas solapas y me atrajo hacia sí. Por un momento pensé que iba a besarme.
-¡No me digas que nunca has oído hablar de las Goldman-Sachs! –exclamó incrédulamente-. Es la compañía de inversiones más sensacional de todo el mercado de valores.
Luego consultó su reloj y dijo:
-Hum. Hoy es demasiado tarde. La Bolsa está ya cerrada. Pero, mañana por la mañana, muchacho, lo primero que tienes que hacer es coger el sombrero y correr al despacho de tu agente para comprar doscientas acciones de Goldman-Sachs. Creo que hoy ha cerrado a ciento cincuenta y seis… ¡y a ciento cincuenta y seis es un robo!
Luego Eddie me palmoteó una mejilla, yo le palmoteé la suya y nos separamos.
¡Amigo! ¡Qué contento estaba de haber ido a ver a Cantor a su camerino! Figúrate, si no llego a ir aquella tarde al teatro Palace, no hubiese tenido aquella confidencia. A la mañana siguiente, antes del desayuno, corrí al despacho del agente en el momento en que se abría la Bolsa. Aflojé el 25 por ciento de 38.000 dólares y me convertí en afortunado propietario de doscientas acciones de la Goldman-Sachs, la mejor compañía de inversiones de América.
Entonces empecé a pasarme las mañanas instalado en el despacho de un agente de Bolsa, contemplando un gran cuadro mural lleno de signos que no entendía. A no ser que llegara temprano, ni siquiera me era posible entrar. Muchas de las agencias de Bolsa tenían más público que la mayoría de los teatros de Broadway.
Parecía que casi todos mis conocidos se interesaran por el mercado de valores. La mayoría de las conversaciones sólo hablaban de la cantidad que tal y tal valor había subido la semana pasada, o cosas similares. El fontanero, el carnicero, el pandero, el hombre del hielo, todos anhelantes de hacerse ricos, arrojaban sus mezquinos salarios –y en muchos casos, sus ahorros de toda la vida- en Wall Street.

Aquello no tenía fin y el ciclo de ganancias nunca tocaba techo por lo que dice el comediante -que comienza a ponerse más serio- se desoían las voces internas que sugerían abandonar el juego. “Mientras el mercado seguía ascendiendo hacia el firmamento, empecé a sentirme cada vez más nervioso. El poco juicio que tenía me aconsejaba vender, pero, al igual que todos los demás primos, era avaricioso. Lamentaba desprenderme de cualquier acción, pues estaba seguro de que iba a doblar su valor en pocos meses.” Tampoco fueron escuchados –agrega- los pocos analistas que anticiparon la gigantesca crisis que se aproximaba.  

De vez en cuando algún profeta financiero publicaba un artículo sombrío advirtiendo al público que los precios no guardaban ninguna proporción con los verdaderos valores y recordando que todo lo que sube debe luego bajar. Pero apenas si nadie prestaba atención a estos conservadores tontos y a sus palabras idiotas de cautela. Incluso Barney Baruch, el Sócrates de Central Park y mago financiero americano, lanzó una llamada de advertencia. No recuerdo su frase exacta, pero venía a ser así: “Cuando el mercado de valores se convierte en noticia de primera página, ha sonado la hora de retirarse”.

Hasta que aconteció lo inevitable y muy rápidamente se suscitó el desplome del mercado de valores. Groucho fue uno de los damnificados; con pesar narra lo acontecido.

Un día concreto, el mercado empezó a vacilar. Unos cuantos de los clientes más nerviosos cayeron presas del pánico y empezaron a descargarse. (…) así como al principio del auge todo el mundo quería comprar, al empezar el pánico todo el mundo quiso vender. Al principio las ventas se hacían ordenadamente, pero pronto el pánico echó a un lado el buen juicio y todos empezaron a lanzar al ruedo sus valores, que por entonces sólo tenían el nombre de tales.
Luego el pánico alcanzó a los agentes de Bolsa, quienes empezaron a chillar reclamando los márgenes adicionales. Esta era una broma pesada, porque la mayor parte de los accionistas se habían quedado sin dinero, y los agentes empezaron a vender acciones a cualquier precio. Yo fui uno de los afectados. Desdichadamente, todavía me quedaba dinero en el banco. Para evitar que vendieran mi papel empecé a firmar cheques febrilmente, para cubrir los márgenes que desaparecían rápidamente. Luego, un martes espectacular, Wall Street lanzó la toalla y se derrumbó. Esto de la toalla es una frase adecuada, porque por entonces todo el país estaba llorando.
Algunos de mis conocidos perdieron millones. Yo tuve más suerte. Lo único que perdí fueron 240.000 dólares. (O ciento veinte semanas de trabajo, a 2.000 por semana.) Hubiese perdido más, pero ése era todo el dinero que tenía. El día del hundimiento final, mi amigo, antaño asesor financiero y astuto comerciante, Max Gordon, me telefoneó desde Nueva York. En cinco palabras, lanzó una afirmación que, con el tiempo, creo que ha de compararse favorablemente con cualquiera de las citas más memorables de la historia americana. Me refiero a citas tan imperecederas como “No abandonéis el barco”, “No disparéis hasta que veáis el banco de sus ojos”, “¡Dadme la libertad o la muerte!”, y “Sólo tengo una vida que dar a la patria”. Estas palabras caen en una insignificancia relativa al ponerla junto a la frase notable de Max. Pero charlatán por naturaleza, esta vez ignoró incluso el tradicional “hola”. Todo lo que dijo fue: “¡Marx, la broma ha terminado!”. Antes de que yo pudiese contestar, el teléfono se había quedado mudo.
En toda la bazofia escrita por los analistas de mercado, me parece que nadie hizo un resumen de la situación de una manera tan sucinta como mi amigo el señor Gordon. En aquellas cinco palabras lo dijo todo. Desde luego, la broma había terminado. Creo que el único motivo por el que seguí viviendo fue el convencimiento consolador de que  todos mis amigos estaban en la misma situación. Incluso la desdicha financiera, al igual que la de cualquier otra especie, prefiere la compañía. (…)
La confidencia del ascensorista de Boston respecto a la United Corporation se saldó a 3 ½. Las habíamos comprado a 60. La función de Cantor en el Palace fue magnífica y de tanta calidad como cualquier actuación en Broadway. Pero, ¿Goldman-Sachs a 56 dólares? Durante la máxima depresión del mercado, podía comprárselas a un dólar la acción.

Dejemos a Groucho Marx para reseñar el testimonio de José Clemente Orozco, el reconocido muralista mexicano, quien en ese momento residía en Estados Unidos. Con su cinismo habitual y con la objetividad propia de quien no fuera afectado en sus intereses personales, presenta un panorama de lo acontecido.

Una mañana, en 1929, algo muy grave pasaba en Nueva York. Las gentes corrían más de lo acostumbrado, se discutía acaloradamente en los corrillos, las sirenas de los bomberos y de la Cruz Roja aullaban ferozmente por todos lados y las extras de los periódicos, traídas en grandes fardos a bordo de camiones volaban de mano en mano. Wall Street y sus alrededores eran un mare mágnum infernal. Muchos especuladores ya se habían arrojado a la calle desde las ventanas de sus oficinas y sus restos eran recogidos por la policía. Los office boy ya no apostaban a si el patrón se suicidaría o no, sino a qué hora lo haría, antes o después del lunch. Millares y millares de gentes perdían su dinero y cuanto tenían, en pocos minutos. Los valores de la bolsa bajaban hasta el cero. Una deuda espantosa ocupaba el lugar de una fortuna. El crash. Sobreproducción por falta de exportación. Los mercados mundiales estaban atestados de mercancía que nadie compraba. Cierre de fábricas y desaparición de grandes negocios. Pánico. Falta de crédito. Alza en el costo de la vida; millones de gentes que se quedaban repentinamente sin trabajo y las numerosas agencias de empleos de la Sexta y la Tercera avenidas eran asaltadas en vano por los desocupados. Los poderosos habían prometido una prosperidad sin fin y aseguraban “una gallina en cada puchero”, pero ahora no había fuego siquiera en millones de hogares. El municipio se vio obligado a repartir raciones de sopa y café y por los barrios de Nueva York había pavorosas “colas” de hombres hercúleos, apenas abrigados por viejas ropas y sin sombrero, soportando largas horas a la intemperie a una temperatura muy abajo de cero, de pie sobre una capa de nieve endurecida. Hombres de cara roja, dura, rabiosa, desesperada, con la mirada opaca y los puños cerrados. Por las noches abundaban gentes que pedían en las calles, al amparo de las sombras, un “níquel para un café” y era cosa cierta, ciertísima, que lo necesitaban, sin lugar a duda. Era el crash, el desastre.
La sobreproducción bajó los precios y por tanto las utilidades. Para subir aquéllos se disminuye la producción reduciendo la superficie cultivada plowing under arrancando con el arado los plantíos de algodón y patatas. Menos minería y menos industria. Pero esto aumentó el número de los sin trabajo (…)

En su análisis, José Clemente Orozco concluye vinculando la crisis financiera con el origen de las guerras de la siguiente década. El incremento de la desocupación llevó  “(…) a fabricar armamentos para que se maten los desocupados y suban los salarios y las utilidades. Y la guerra estalló en Europa.”  Concluye Orozco con una metáfora. “Las naciones apelaron al gran recurso de aquel tenor de ópera de ínfima categoría que cuando se le salía un ‘gallo’ lanzaba inmediatamente un sonoro ¡Viva México! y sacaba del bolsillo una bandera tricolor.”

De esta manera queda de manifiesto que la receta de intentar solucionar los conflictos internos con la construcción de un enemigo externo así como de alentar el patriotismo en momentos críticos, supera los límites del espacio y del tiempo.