jueves, 29 de noviembre de 2012

Por el afán de figurar


Muchas fueron las variantes de inmigrantes que llegaron a hacerse la América. Hubo quienes se hicieron de una posición gracias a su trabajo, a jornadas muy intensas de dedicación, esfuerzo y sacrificio. Pero también vinieron (y a veces ni siquiera de tan lejos) quienes eligieron la ruta corta y, en algunos casos, lograron burlarse de figuras notabilísimas de la sociedad vernácula. Y es que entre los altos círculos de poder no han faltado aquellos a quienes ya les andaba por emparentar con noblezas transoceánicas, aunque a estas ya les hubiese pasado su cuarto de hora. Al fin que una más de las tantas veces en que se copia tarde y mal lo que en otros lugares ya ha caducado.


Este fue el caso de los aventureros dizque reales, que se acercaron por estas tierras sabedores de la avidez que existía por emparentar con familias de la aristocracia. Y es que en esto también se hace presente el que cliente siempre tiene la razón, por lo que siempre aparece quien procure satisfacer la demanda. Pues bien uno de los casos más difundidos y escandalosos fue el del príncipe Otto; es Enrique Creel quien nos aproxima a su historia.

De entre los simples aventureros que pusieron su gotita de color para matizar unos centímetros del lienzo citadino, el más famoso fue el sedicente príncipe Otto von Hohenzollern, quien se presentaba como nieto del káiser Guillermo II de Alemania. Este personaje, si bien tuvo el cuidado de no aparecer ante las "ligas mayores" (donde hubiese sido desenmascarado con facilidad), se dejaba ver en fiestas de menor rango -como las ofrecidas por Carmen López Figueroa- frecuentadas por millonarias tejanas ávidas de convivir con la nobleza europea.
Hasta donde alcancé a saber Otto nunca consiguió dar el golpe que tenía planeado: probablemente una estafa en serio o un braguetazo sin fastidiosas reclamaciones legales. Parece que todo fue quedando en intrascendentes sablazos y en el intercambio de muy modestos anillos de hierro con su escudo "familiar" por valiosas sortijas que le entregaban las damas seducidas para sellar compromisos matrimoniales no cumplidos. El escándalo se produjo cuando se supo que el seductor profesional era hijo de un oscuro paragüero de Illinois, sin la más remota relación con la familia imperial de Prusia. Ante la ausencia de pruebas para fundamentar acciones delictivas, Gobernación optó por aplicarle el 33 constitucional.        


Otra versión de la aventura de don Otto, así como de las costumbres de la élite de su época, es la ofrece Roberto Blanco Moheno (“La lección de Otto”, en revista Impacto, 7 de enero de 1950).


(…) parece ser, para que la burla a “nuestra alta sociedad” sea más deliciosa, que el tal príncipe (Otto) no pasa de ser un gringo listo, fichado por la policía secreta de Estados Unidos. Un “cazafortunas” sin título, porque para casarse por el dinero sin que nadie diga nada, hay que ser conde de esto o marqués de lo otro (…)
Otto llegó. Ya en el aeropuerto soltó el anzuelo: al reportero más cursi que ha dado nuestra historia (…) le aclaró discretamente, usando lentes negros, que su papacito había sido el Kaiser (Guillermo II). (…) Y allá va la noticia…
Congestión, mayor que de costumbre, de los hilos telefónicos: la Kiki (Herrera Calles) le habla a Lola (Casasús); Marilú le telefonea a la Bicha (López Figueroa); el reportero rubio (Denegri) adelanta los alka seltzers: ¡Ha llegado un príncipe! (…)
Ninguna de nuestras muchachas de sociedad puede dejar de bailar con él. Diego Rivera, pintor revolucionario con sede en el hotel del Prado, está dispuesto a posar con él. Los reporteros de sociales exprimen el cerebro en los calificativos. ¡México empieza al fin a tener cierta categoría y la presencia del rubio muchacho lo prueba!
Empieza el gran día para Elenita, cuyo padre se hizo general levantándose allá en la sierra, por hambre, con otros mineros. ¡Otto se ha dignado mirarla! Aquella preciosa muchacha, que ha heredado diez millones (…), tiene una extraña luz en los ojos. ¡Otto ha bailado con ella!
Pero… pero un día a un aguafiestas se le ocurre averiguar esto o lo otro… Y surgen las primeras dudas. (…) Los reporteros empiezan a pensar si serán tan definitivamente idiotas que antes de recibir el regalo han soltado tantos elogios para nada… lo que se llama para nada, en lo que respecta a “lana”, y para todo, en lo que cuenta con el ridículo.
Lo demás ya lo hemos visto. Quienes se mataban por el príncipe, quienes se lo disputaban, quienes pagaban fotografías a precio de oro para su “archivo social”, son ahora quienes con mayor saña lo insultan. Y es que no pueden perdonar la broma, deliciosa para todos los que, por fortuna, no pertenecemos a ese honorabilísimo grupo (…)


La historia del príncipe Otto adquirió mayor difusión por medio de la novela de Luis Spota titulada “Casi el Paraíso”.

Seguramente Gabino Palomares no se inspiró en este relato pero bien que aplica sin restricciones aquello que canta en Maldición de Malinche: “… y hoy / en pleno siglo XX / nos siguen llegando rubios / y les abrimos la puerta / y los llamamos amigos / pero si llega un indio / cansado de andar la tierra / lo humillamos y lo vemos / como extraño por su tierra…”

De un tiempo a esta parte no se han dejado ver por estas tierras príncipes del tipo de Otto, pero es muy probable que este tipo de aventureros continúen arribando en otras presentaciones. ¿Será que aun no hemos aprendido lo que Blanco Moheno llamaba “La lección de Otto”?

martes, 27 de noviembre de 2012

Abstemios, renegados y arrepentidos


Varias son las razones por las que beber alcohol resulta tan atractivo para muchas personas: el gusto de la bebida, la sensación agradable que con ello se obtiene, la dimensión social por compartir un buen momento, etc. El trago permite adquirir momentáneamente otra perspectiva porque como dice Gary Ross “la realidad es una ilusión temporal que surge por la ausencia de alcohol”. De allí que haya quienes se acerquen a la bebida con el objetivo de ahogar las penas desoyendo la ya clásica advertencia de Oscar Wilde en cuanto a que las malditas flotan. Lo que sí llegará después, para seguir con metáforas marítimas,  es  la cruda o resaca a la que alude Héctor Zimmerman.

Resaca. Derivada del verbo sacar. Saca y resaca se aplican al movimiento de flujo y reflujo del mar cuando éste se vuelca sobre la orilla y, al retirarse, deja en ella los objetos que arrastraba. Con cierto humor se denomina también resaca al malestar que se siente después de una noche con mucho alcohol: el despertar deja al descubierto las consecuencias de la marea del whisky y sus anexos.
                                            
Los motivos para empinar el codo nunca faltan porque como sostiene el dicho: “contra las muchas penas, copas llenas, contra las penas pocas, llenas las copas”.

Ahora bien, no todos quienes tienen tratos con el alcohol pertenecen al mismo grupo, ello le permite a Jorge Ibargüengoitia establecer diferencias entre lo que denomina el borracho de peso completo y el alcohólico.

La diferencia entre el borracho de peso completo (PC) y el alcohólico es clarísima: no está en el consumo -hay borrachos PC que beben más que cualquier alcohólico- sino en el motivo y en los efectos. El alcohólico bebe porque necesita beber –para olvidar, para acordarse, para calmarse, para atreverse, etcétera- el borracho PC bebe porque tiene ganas y porque el alcohol forma parte fundamental de la estructura de su vida. El alcohólico es un señor que un día va a pedir trabajo y siente que no se atreve a salir de su casa, a las nueve de la mañana, sin antes tomarse un trago. El borracho PC no necesita pedir trabajo.
Los borrachos PC son pilares de la sociedad. Si se reformaran un día, los accionistas de las compañías destiladoras se quedarían en la miseria, el gobierno perdería una parte importante de sus ingresos y muchas agencias de publicidad tendrían que cerrar. Sobrevendría una crisis parecida a la del petróleo.
Pero no hay por qué alarmarse. Los borrachos PC no están asociados, ni tienen ganas de asociarse, ni menos de reformarse.
Muchas son las campañas publicitarias que procuran erradicar o, cuando menos, moderar el alto consumo de alcohol por ser origen de graves problemas en la vida personal, familiar y social. Menos escuchadas son las voces de aquellos que, por el  contrario, consideran traidor a quien abandona las filas del vicio. Quienes en cierto momento –y fuere cual fuere la causa- asuman la decisión de dejar de tomar, deben saber que ya nada volverá a ser como antes: se generarán suspicacias en torno a ellos y los amigos con quienes antes compartían afición ahora eludirán su presencia. Al respecto señala Ibargüengoitia

La mayoría de ellos irá reformándose a fuerzas, poco a poco, cada cual por su lado y por prescripción médica. Otros se irán a la tumba con la botella en la mano.
Al llegar a los cuarenta y cinco años, los borrachos PC empiezan a tener conversaciones muy raras, en las que entran parlamentos como estos:
-Es que ya no es como antes...
-¿Tú que tomas para la agrura?
-He decidido que cada año voy a pasarme dos semanitas sin tomar gota.
El que dice esto o se queda platicando de las dos semanitas el resto de su vida o, para llevar a cabo su plan, tiene que esconderse de sus amigos. El borracho PC que deja de beber definitivamente por prescripción médica -¿si no, por qué?- tiene que cambiar de amistades.
-¿Has visto a Fulano?
-No, desde hace años. Con eso de que no bebe, ¿ya para qué lo invitamos?

 Así las cosas, para quienes mantienen contacto frecuente con la bebida –prosigue Ibargüengoitia- toda persona que no le entre al oficio será blanco de múltiples sospechas y especulaciones. “En medios sociales de borrachos PC, el que no bebe es visto con gran desconfianza. ‘Algo ha de ocultar’, dicen las señoras. El que no bebe es como un marciano. Puede ser respetado, pero nunca aceptado.” De acuerdo con Perich existe confusión en relación a este tema dado que “un abstemio es un tipo al que no le gusta beber y encima dice que es una virtud”.  

 Jorge Ibargüengoitia llega al extremo de considerar que la simple aparición de un abstemio en el desarrollo de cualquier texto o novela da mala espina y sería conveniente no esperar nada bueno del sujeto de marras.

Un ejemplo de esta discriminación subconsciente lo di yo mismo hace unos días. Estaba leyendo una novela policiaca en la que aparece una mujer guapísima, abnegada, inteligente, tierna... pero no bebe más que agua de la llave. Me dio mala espina.
Tenía yo razón. Era la asesina. Ross MacDonald, el autor del libro -que también ha de ser borracho PC-, quiso poner como señal inequívoca -pero sólo inteligible para los elegidos- de la perversidad de esa mujer, el que, cuando el protagonista dice: "Creo que merecemos una copa", ella conteste: "Yo tomaré un vaso con agua".

Por su parte José Joaquín Blanco critica duramente a quienes (“bebedores equivocados”, los denomina) han dado este paso.  “Los que dejan de beber, dice algún borracho, nunca debieron haber bebido: son bebedores equivocados, como las magdalenas resulta que se arrepienten porque en realidad siempre fueron una especie de colegialas... El buen bebedor ni se anda cayendo de beodo a lo tonto y a primeras de cambio, ni deja de brindar sino hasta encontrarse con la Pelona.”

No se crea que aquí queda la cosa, los juicios pueden llegar a ser aún más duros. Hace años se pusieron de moda los libros autobiográficos en que el protagonista confesaba haber abandonado el alcohol luego de muchos años de experiencia cantinera. Groucho Marx se rebela contra ello manifestando que él no escribe “(…) uno de esos libros en que el protagonista es un borracho empedernido durante treinta años y luego explica cómo ha encontrado a Dios, a los Alcohólicos Anónimos, o a ambos.” Y concluye expresando las suspicacias que le generan ese tipo de testimonios. “Tengo la sospecha de que cuando esos individuos empezaron a beber tenían ya preparada esa autobiografía, con la esperanza de acabar vendiéndola a un estudio cinematográfico.”

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Pues bien, no están ustedes para saberlo ni yo para contarlo pero al momento de armar este artículo, quien sabe lo que suceda a la hora en que usted lo lea, me reconozco como abstemio converso (que en mucho se diferencia del abstemio histórico). Luego de muchos años de trato frecuente con el trago, decidí desertar y tal vez ello explique mi interés en el tema. Debo añadir que, y estoy profundamente agradecido por ello, no he sido excluido de la vieja barra de amigos con quienes he alcanzado un acuerdo tácito: ellos respetan mi decisión mientras que yo renuncio a cualquier cruzada antialcohólica.

Aún estando de acuerdo con Fernando Pessoa en que “la mayor fuerza de voluntad es la del hombre que gusta de beber y se abstiene de beber mucho y no la de aquel que no bebe del todo”, de momento prefiero no volver a hacer la prueba al recordar lo que me costó marcar distancia. Eso sí, debo aclarar si algún día me gana esa tristeza existencial que en ocasiones alcanza al alcohólico rehabilitado y dejo de disfrutar los buenos momentos de la vida, ese día –decía- mis amigos de la barra cuentan con autorización para hacerme consumir alcohol aunque sea por vía intravenosa.

Ahora bien, mientras con un vaso de agua o un refresco en mano siga riendo y disfrutando de nuestros encuentros, entonces -y hasta nuevo aviso- dejemos las cosas tal como están.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Cria fama y échate a dormir

La manzana es una fruta engañadora. Rallada, en forma de puré o hervida es recomendada a niños, adultos mayores y convalecientes. Pero no se crea, porque detrás de su discreta apariencia (tan lejos de la suntuosidad del sabor del mango, de la uva que ofrece las primicias del vino, del tamaño descomunal de la sandía), se entretejen historias no aptas para todo público.
 
Algunas de ellas parecen ser apócrifas como la acusación de ser responsable del pecado original y culpable, por tanto, de que el hombre haya sido expulsado del paraíso y condenado a trabajar durante toda su vida. (Por cierto como habrán cambiado las cosas que actualmente la verdadera condena habita en quienes no tienen trabajo, ya sea que se les identifique como desempleados, ninis, desocupados o parados. El tener donde trabajar durante toda la vida dejó de ser condena derivada de la expulsión para convertirse en tierra de promisión).  
 
Pero volvamos al tema. De acuerdo con Luis Melnik la higuera es el único árbol frutal que se menciona en el Génesis: “Entonces se abrieron los ojos de los dos (Adán y Eva) y descubrieron que estaban desnudos. Por eso se hicieron unos taparrabos entretejiendo hojas de higuera”. Pero existen otras versiones, como por ejemplo la de Álvaro Cunqueiro.
           
Se discute mucho lo de la manzana que Eva ofrece a Adán en el Paraíso. Parece ser que el fruto del árbol prohibido no era manzana, sino una fruta de hueso. En la época en la que fueron redactados los primeros capítulos del Génesis, no se conocían las manzanas en el Oriente Próximo. Así pues, el soñar con manzanas, que es prueba del deseo sexual, con las mayores urgencias, según los intérpretes alejandrinos y bizantinos de sueños, no sería cosa de los descendientes de Abraham retornando a la tierra prometida, quienes soñarían con ciruelas, por ejemplo. Digo ciruelas, porque los melocotones aparecieron mucho más tarde y procedentes de China (…)

Asimismo no es posible dejar de lado la clásica historia de la manzana que, con el triste designio de separar a los corazones, se convirtió nada menos que en la manzana de la discordia. Noel Clarasó refiere los orígenes de esta cuestión.
 
Paris es, en la leyenda griega, el hijo menor de Príamo, rey de Troya. El que se lleva a Elena, esposa de Menelao, rey de Esparta. Y para recuperar a Elena, la mujer más bella de todos los tiempos, los griegos se lanzan contra Troya en aquella legendaria guerra que duró diez años, y que terminó con la derrota de los troyanos y la destrucción de la ciudad.
Paris, antes de su encuentro con Elena y de la guerra, tiene una anécdota que ha sido el origen de una frase hecha: «La manzana de la discordia», y que se aplica a todo aquello o a aquellas personas que son causa inmediata de discordia entre otros.
Peleo y Tetis se habían casado y a la fiesta de su boda asistían invitados todos los dioses del Olimpo, menos la diosa Discordia, que no había sido invitada. Y le sentó tan mal que, aunque sin invitación, al final del festín se presentó. Y arrojó sobre la mesa una manzana de oro con esta inscripción: Para la más hermosa.
Tres diosas se lanzaron a coger la manzana, convencidas de que eran las destinatarias: Juno, Palas y Venus. Zeus las detuvo y decidió que fuese un mortal quien eligiera entre ellas la más hermosa dándole la manzana. El mortal fue Paris, esposo entonces de la ninfa Enone. Paris, debido a su fortaleza física, se llamaba también Alejandro (de alexo y andros, el que socorre a los hombres, o sea el fuerte). Aceptó, pero exigió que las tres diosas se le presentaran desnudas. Ellas no sólo accedieron, sino que trataron de coaccionar a Paris ofreciéndole dones. Juno le prometió la riqueza y el poder; Palas, la sabiduría, y Venus (Afrodita), la mujer más bella de la tierra. Y Paris dio la manzana (la manzana de oro de la discordia) a Afrodita.

Es así como la manzana adquiere importantes connotaciones sexuales y eróticas y Álvaro Cunqueiro profundiza en el tema.
 
(…) soñar con manzanas, tanto hombre como mujer, se tomaba como prueba de un despierto apetito carnal, lo mismo que olerlas al atardecer era un preparativo para felices noches. La manzana no tenía la culpa. El que se ponía a oler un par de manzanas, teniendo cada una en su mano, a la anochecida, recostado sobre muelles almohadones, y de paso pensaba en Paquita, en la calidad y abundancia de los posibles encuentros carnales, se preparaba psicológicamente, y no corporalmente; afinaba su apetito, lo aumentaba rememorando si ya había habido primeras partes, e imaginando, si era la ocasión nueva con moza nunca hasta ahora usada. Llegaría una hora en la que estaría el que olía manzana, impaciente e incontinente, deseando echarse sobre la Paquita, pero por lo soñado e imaginado, que no por lo olido. Así pasa con la mayor parte de los llamados afrodisíacos, que para que de verdad lo sean en la cocina, hay que creer que lo sean. En Bizancio, la manzana llegó a ser mirada con sospecha, y parece ser que fue donde primero se la asó, sirviéndola después pelada y metida en merengada con piñones, receta que aún rige en Bari, donde hay griegos. Los bizantinos, tan metidos en teologías y en guerras por opiniones –monotelitas, monofisitas, iconoclastas, etc.-, visto que Eva usó de la manzana, vieron a esa fruta como portadora del pecado amoroso, de encantamientos carnales, y se sorprendían de la afición de la guardia varega del Emperador –es decir, de los islandeses y noruegos-, a la manzana, a la que consideraban medicinal.
 
Asimismo, señala Cunqueiro, los productos a los que se atribuyen estas propiedades amatorias cambian según las poblaciones de que se trate. Los varegos “le echaban la culpa de los adulterios griegos y del poco pudor de las viudas, a la cantidad de menta que entraba en la cocina bizantina, ya la hoja verde picada, ya molida, y todos los sopicaldos aparecían con hojas de menta flotando.” Lo anterior permite al autor concluir en las excelencias derivadas del encuentro de la manzana con la menta. “Era el año 1000. Los adultos ricos olían manzanas en sus habitaciones, y las mujeres chupaban hojitas de menta. El encuentro, al parecer, de los amantes así preparados era de una absoluta perfección formal.”

¿Será que fueron estas creencias las que promovieron que la manzana entrara tardíamente, y de contrabando, al paraíso de Adán y Eva con la intención de que estuvieran en mejores condiciones de cometer el pecado? Porque finalmente, y tal como lo señala Luis Melnik, “la manzana fue incluida por decisiones populares, pues no aparece mencionada en el Génesis”.

martes, 20 de noviembre de 2012

Los días y sus afanes


No falta quien señale que ciertos estereotipos nacionales o regionales fueron en su momento (que aún no ha culminado, vale acotar) muy funcionales a los conquistadores, gobernantes, autoridades varias y empresarios de turno.

Entre las múltiples ideas que tenemos sobre nosotros mismos está la de ser poco trabajadores y aprovechar el primer motivo que se nos cruce para desentendernos de nuestras obligaciones laborales. A lo anterior se añade la creencia –al parecer con poco asidero en la realidad- en cuanto a que tenemos más días festivos que los que hay en otros países. Desde esta perspectiva no perdemos oportunidad de convertir en puente cualquier atisbo e indicio que nos permita su construcción. En fin es aquello de “crea fama y échate a dormir”. Diversos autores se han referido en forma jocosa (y no tanto) a esta cuestión.

No tiene desperdicio un artículo de Manuel Buendía titulado “El año de 74 días”, que a manera de ficción pero basado en datos reales, da cuenta de la intensa actividad de algunos empleados públicos en 1977.

"iHola tía! ¿Qué dice Australia? ¿Acá en México? Fueron chismes, tú. Lo del golpe resultó falso. La verdad es que aquí la estamos pasando de maravilla. Sí, fíjate, yo sigo trabajando en el gobierno. Y no pienso soltarlo, tú. En ninguna otra parte estaría mejor. Ya cumplí siete años de secretaria. Gano ocho mil quinientos. No. Dólares no. Pesos. Pero alcanzan, tú, alcanzan. Con las prestaciones y las extritas. Además, ni me lo vas a creer, pero este año sólo pienso trabajar 74 días. No. Renunciar jamás, no estoy loca. ¿Que cómo? Pues mira, te voy a hacer las cuentas. ¡Si te digo que este país es bien vaciado!

"Vele apuntando. Para empezar, desde el 24 de diciembre agarramos aquí en la oficina una clase de onda, que hasta el 2 de enero volvimos a vernos las caras. Por eso de que un gobierno terminaba y otro comenzaba. Quítale a los 365 días del año los 105 sábados y domingos. Quedan 260, ¿no? Pues ahora réstale 30 días de vacaciones oficiales. Ya sólo tenemos 230, que se convierten en 195 por los 35 días feriados. Sí, las fiestas del calendario oficial. Y enseguida quítale unos 12 conmemorativos. ¿Que qué son? Ay, tú. En este país tenemos de todo: de los reyes magos, de la mujer, de la amistad, de la lealtad, de la bandera, del niño, del payaso, del compadre. No, de la comadre todavía no. Pero sí del periodista, de las madres, del maestro, de las mulas. ¿Cómo? No, no precisamente de las de cuatro patas. Y también del padre, del albañil, el maestro, el bombero, el cartero, el agente de tránsito, de la Virgen de Guadalupe, de los muertos, del voceador, del locutor, del soldado... Bueno, pues yo pienso faltar en 12 de tales conmemoraciones. Hay compañeros que se echan más. Nadie nos dice nada. Es el estilo ¿sabes? Y entonces nos quedan 183 días. ¿No? Pues ahora réstale unos diez por compensaciones. ¿Que de qué? ¿Cómo que de qué? Pues el sindicato nos consigue que nos den un día libre por cada vez que asistimos a una ceremonia oficial. ¿Qué quién trabaja en este país, entonces? Bueno y eso a tí y a mí, qué. Mientras las cosas sigan como van... Pero no me interrumpas, que todavía no acabo. Me faltan 9 días "económicos". Pues qué han de ser, sino permisos con goce de sueldo a que todos los del sindicato tenemos derecho. ¿Cuántos quedan 164, ¿no?

"Pero aquí te va lo mero bueno. Fíjate que ya estoy esperando. No, no se trata de ningún premio. Estoy esperando un bebé. Ay, tía ni me lo preguntes. Luego te cuento. Pues lo padre... no, no el padre del niño, sino lo padre del asunto es que tengo derecho a 40 días antes del parto y otros 40 después del parto. ¿Ya ves? ¡Me quedan únicamente 74 días de trabajo!

"¿No es divino? Y eso de trabajar, lo que se llama trabajar esos 74 días está por verse, porque ya llevamos más de dos meses de casi no hacer nada. Ojalá que no se les quite tan pronto lo atarantados a los jefes.

"Y ¿sabes tía? Me están dando ganas de pedir un permiso de 60 días a que tengo derecho por mi antigüedad. Lo malo es que son sin goce de sueldo. Entonces tendría sólo 14 días de trabajo este año. Ay, que tonta. Con razón no salían perfectas las cuentas. Se me había olvidado anotar unos diez días de enfermedad, justificados con incapacidad del Seguro y toda la cosa, no faltaba más. Ahora sí, ¿verdad? Setenta y cuatro sin el permiso. ¡En dos y medio meses de asistir a la oficina me echo el sueldo de todo el año y mi aguinaldo, mi prima de vacaciones y otras puntadas que se nos van ocurriendo! ¿No te decía yo que este país es bien vaciado? Y ya le corto, tía chula, porque estas llamadas a Australia cuestan un pico, ya lo mejor a mi jefe le da por revisar las cuentas del teléfono de la oficina. ¡Chiao!".

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(Lo anterior, por supuesto, es una conversación imaginaria. Pero no son imaginarios los números. Con base en un contrato colectivo de trabajo y un reglamento interno -ambos obtenidos en una dependencia del gobierno- el columnista se permitió esta pequeña aportación para los técnicos de la reforma administrativa. En su plática con la tía de Australia, faltó a la feliz secretaria mencionar los "puentes", belleza arquitectónica de la que 1977 está bien nutrido: del 19 al 21 de marzo, del 7 al 10 de abril, del 16 al 30 de mayo, del 1o. al 4 de septiembre, del 16 al 18 de septiembre, del 9 al 13 de diciembre, y luego del 23 de diciembre... hasta el otro año, o casi. Además creo que voy a promover el Día del Columnista).

 
Para construir un calendario de este tipo se requiere creatividad: jornadas normales deberán transformarse en no laborables y días hábiles en inhábiles.
 
Joaquín Antonio Peñalosa arroja luz sobre el asunto al proponer una singular tabla de conversión para planear el calendario escolar.
 
Claro que siempre hay una razón para el asueto. Mire usted la tabla de especificaciones.
1) Fiestas cívicas: batallas que ganamos, extranjeros que devolvimos por entrega inmediata a su lugar de origen, héroes que nacieron, patricios que murieron, petróleo que nacionalizamos, independencia lograda, reforma consumada, revolución en marcha.
2) Días porque personas, vegetales y cosas tienen su reservado de mesa. Desde luego el sacratísimo y comercializadísimo día de la madre, el árbol, el cartero, el trabajo, la amistad, el padre, el niño, el maestro, la bandera, la constitución, el informe, el glorioso ejército nacional.
3) Periodos vacacionales como altos en el camino para rehacer las fuerzas; desde posadas hasta el año nuevo, la semana santa, la última quincena de mayo, la semana anterior a exámenes finales, con el objeto de que los niños repasen la materia muy quietecitos en casa.
4) Fiestas religiosas que celebran con asueto los colegios particulares según el calendario de la liturgia.
5) Extras, donde la imaginación florece y los días de descanso extraoficial superan a los oficializados. Por ejemplo, el santo de la Dire, el cumpleaños del profe, la enfermedad de la Seño, la junta del sindicato, el recibimiento al candidato oficial, la inauguración de un aula, las competencias interescolares de voli, el ensayo de la fiesta, el cansancio con que todos amanecieron al día siguiente del desfile, la campaña de reforestación en que la chiquillería pasa tres días subiendo cerros pelones, la función de títeres, la visita del inspector, el concurso de recitaciones, el día de campo, el aniversario de la fundación del plantel.
6) Puentes. No esas fábricas de piedra o de hormigón armado que se construyen sobre los ríos para poder pasarlos. Sino estas otras artimañas de la pereza que el mexicano traza sobre calendarios para pasar en blanco –sin clase, sin trabajo- los días que median entre dos festividades próximas.
Así por ejemplo, si el día de la Revolución cae en jueves, qué caso tiene que los alumnos vayan a clase el viernes, ya que el sábado tradicionalmente no hay clases. Con un poco de ingenio, que jamás le falta, el ingeniero puede extender un tramo más prolongado hasta seis días consecutivos de feria, seguro como está de que la estructura de sus puentes, por volada que sea, jamás se dobla, resiste siempre, a puro valor mexicano.
 
Peñalosa se pregunta cuántos días efectivos quedan de clase luego de restar las jornadas festivas y concluye que los escolares mexicanos han visto cumplido el ideal marxista de una sociedad sin clases.
 

jueves, 15 de noviembre de 2012

La controversia del ombligo


En un tema como el que nos ocupa es muy difícil aquilatar desde el presente la notable relevancia que tuvo en su época. Y es que la cuestión no era menor: ¿las representaciones de Adán y Eva deberían tener ombligo o no? En su libro Historia natural del disparate señala Bergen Evans:

Hace quinientos años era un problema candente. La Caída del Hombre era tema predilecto de los pintores, y el momento elegido para la representación era invariablemente el siguiente a la Caída, cuando nuestros padres estaban aún artísticamente desnudos aunque pudorosamente cubiertos con una hoja de parra. Pero las hojas de parra no alcanzaban a cubrir toda la dificultad; quedaba todavía el problema de sus ombligos. ¿Los tenían, o no, Adán y Eva? Si no los tenían ¿no eran, como seres humanos, imperfectos? ¿Y habría creado Dios algo imperfecto? Si los tenían ¿para qué les servían? ¿Y habría creado Dios algo sin un propósito?

Los pintores fueron los principales implicados en esta polémica pero es posible que en muchos casos se limitaran a obedecer criterios dictados desde arriba, en el entendido de que siempre hubo arriba y abajo en política, economía, arte, religión, etc. Así que los teólogos, por alejados que estuvieran del arte de los pinceles, fijaron postura que en su gran mayoría resultó ser antiombliguista. Para el caso de Eva los artistas pudieron postergar su definición ya que frecuentemente, afirma Bergen Evans, sus largos cabellos ocultaron la zona de conflicto. Pero en Adán no había escapatoria: algunos pintores le dieron ombligo y otros no. Miguel Ángel (seguramente con el visto bueno del Papa Julio II) integró el primer grupo, razón por la que su obra resultó fuertemente cuestionada tal como lo narra Wimpi en el libro La taza de tilo:

Líder de los antiombliguistas en el siglo XVII fue sir Thomas Browne, el cual argumentaba a favor de su doctrina preguntando: -Antes de la caída, Adán y Eva eran seres perfectos, toda vez que constituían una obra de Dios. De haber tenido ombligo, habrían sido, simplemente, seres humanos, y, como tales, imperfectos. ¿Se puede concebir que haya salido una obra imperfecta de las manos de Dios?
-No, no se puede concebir –sostenían otros-, pero bien pudo Dios haber puesto ombligo a la pareja para probar la fe de los hombres posteriores.

No tengo información en cuanto a si se llegó a algún consenso sobre el tema o simplemente perdió actualidad durante mucho tiempo, lo cierto es que durante un buen lapso la cuestión quedó en el olvido.
Pero hacia mediados del siglo XIX la singular hipótesis de las trampas puestas por Dios volvió a cobrar vigencia; dice Evans

Esta ingeniosa teoría de que el verdadero “uso u oficio” del ombligo de Adán era el de tentar a los hombres al pecado de ser sensatos, fue revivida en 1857 por Philip Henry Goose, el naturalista, como analogía para demostrar que aun cuando los fósiles que los paleontólogos habían descubierto, parecían sugerir la evolución orgánica, Dios podía haberlos dispuesto así en la Creación a fin de reprobar a los escépticos del siglo XIX. Goose tuvo algunos adeptos en la fraternidad de Plymouth. Pero casi todos los hombres saludaron su sugestión con explosiones de risa. Era inconcebible que Dios hubiese tendido una trampa a algo tan respetable como la Royal Society.

Y cuando todo hacía pensar que el tema de los ombligos de Adán y Eva había quedado definitivamente enterrado, reaparece –siempre siguiendo el testimonio de Bergen Evans- a mediados del siglo XX en el Congreso de Estados Unidos.

(…) en 1944, repentinamente alzó la cabeza en un ambiente nada menos augusto que el Congreso de Estados Unidos, cuando una subcomisión de la Comisión de Asuntos Militares de la Cámara de Representantes, presidida por el representante Durham, de Carolina del Norte, se opuso a la distribución de Las razas de la humanidad a nuestros soldados, sosteniendo (entre otras razones) que en una de sus ilustraciones, “Adán y Eva estaban representados con ombligos”.

Sin embargo, de acuerdo a la opinión de Evans, la reaparición del tema en esta ocasión se limitaba a ser parte de una estrategia oportunista lanzada como cortina de humo para impedir que dicho folleto, elaborado por dos profesores de Columbia, llegara a sus destinatarios por considerar que su contenido era altamente amenazador para el orden social imperante.

Declaraba que el concepto de raza se funda principalmente en prejuicios, que casi todos somos de sangre mezclada, y que las características raciales no físicas son, probablemente, producto del ambiente. Y lo que es más horrible, elegía, para ilustrar este último aserto, las pruebas suministradas por el ejército norteamericano en la Primera Guerra Mundial, indicadoras de que la inteligencia media de los negros de algunos Estados del norte era superior a la inteligencia media de los blancos de algunos Estados del sur.

Es así que los teólogos polemistas del siglo XVII no pudieron siquiera imaginar en dónde y cuándo reaparecería el tema de su controversia.
¿Qué sucedió con el folleto? Seguramente fue una de las tantas publicaciones que acabaron sus días embodegadas porque, según Wimpi, “la Cámara aceptó la objeción y les mandaron revistas a los soldados”.

martes, 13 de noviembre de 2012

Una cultura de palabra fácil


Provengo de un lugar en que la gente es extrovertida en temas que tienen que ver con la vida política e introvertida en lo que hace al terreno personal y familiar. Al llegar a México me encuentro con lo opuesto: muchas personas son introvertidas en lo político al tiempo que extrovertidas en lo personal y familiar. Me parece que en este terreno la mujer lleva una considerable delantera sobre el varón quien además de que -por lo general- es  más reservado, no agrega mayor gracia en el proceso de edición del relato.  


En México existe un verdadero arte de la conversación. A la menor provocación el diálogo queda instalado (o cuando menos el monólogo disfrazado de diálogo: encuentro de un gran hablador con un gran escuchador). Los requisitos (conocimiento previo, hallarse en un lugar con cierta privacidad, tener confianza en la otra persona, etc.) que se deberían cubrir en otros lugares para acceder a la plática, aquí no tienen por qué. Solo se requiere que alguno de los interesados o una situación de momento disparen la chispa convocadora del palabrerío. La gama de posibilidades es muy amplia: el frío, el calor, el tener que viajar apretujados en metro, el costo del kilo de tortillas, las lluvias, un accidente de tránsito, un enfrenón del metrobús, el precio de la consulta médica, el último escándalo de una actriz de notoriedad, la escasez de medicinas, los jóvenes de hoy, las modas, las elecciones, los maestros y las escuelas, etc., etc.  
 

Joaquín Antonio Peñalosa señala que el mexicano sufre de incontinencia verbal. “No puede tener la boca cerrada ni cuando trabaja ni cuando estudia. Con decirles que no es capaz de guardar ni siquiera un minuto de silencio cuando en los estadios y plazas de toros lo pide, a nombre de un pobre difuntito, una fúnebre voz en el sonido local. Lo más que ha podido conseguirse es un cuarto de minuto de silencio.” Según Peñalosa aún no se ha inventado ni el lugar ni la circunstancia que inhiba la conversación.

 
El mexicano halla modo y razón para bisbisear en la sacrosanta homilía de la misa del domingo; nadie puede contener el chorro destapado de la plática mientras está viendo una película en el cine; y ni qué decir cuando asiste a una conferencia. Como la conferencia es monólogo tedioso y lo que el mexicano busca es diálogo entretenido, se compensa susurrando palabras al compañero de al lado que está en iguales condiciones. Por lo que al cabo de un rato todos los oyentes se convierten en conferencistas y el verdadero conferencista en oyente. Santo remedio para la plaga de conferencias que últimamente se ha desatado (…)

                                                          
Otro aspecto a tener en cuenta es la temática sobre la que versan los diálogos. Situaciones que en otros lugares se reservarían para ámbitos de secrecía (intimidad, confesionario, consulta psicológica) aquí son hiperventiladas en el pesero, el trolley o la tienda de abarrotes de la esquina. Da lo mismo que el asunto tenga que ver con que el marido se fue con la comadre, que la nena se comió la torta antes del recreo o que al día siguiente se tiene cita con el doctor para ver cómo sigue el tema de las hemorroides. Al fin lo que piensen los demás, es lo de menos. Tanta transparencia atenta contra el oficio de los psicoterapeutas, tal como lo señala Joaquín Antonio Peñalosa.


Fuera de algunas señoras ricas y maniáticas, enfermas de puro aburrimiento por no hacer nada, que tienen su psicoanalista de planta con quien sesionan periódicamente, la gente del pueblo, limpia de afecciones mentales, no acude jamás con el psiquiatra, ni el analista tiene que andar hurgando en los bajos fondos de su espíritu, porque el pueblo no tiene subconsciente a fuerza de trasladar, con la interminable locuacidad de las pláticas, todo lo que es fondo a todo lo que es superficie. Mucho antes de Freud, el mexicano viene practicando la terapia verbal. De la conversación ha hecho descongestionante y alivio, consuelo y dulzura de la vida.

 
Toda buena conversación es labor de verdaderos artesanos de la palabra: descripciones muy vivas, representación de los personajes aludidos, relevancia del tema, estímulo de los sentidos, preguntas e intervenciones adecuadas por parte del interlocutor, buena dosis de suspenso, desenlaces no esperables, modismos, etc. La prueba de que se está frente a uno de estos casos, es cuando el escucha involuntario se resiste a bajar en la parada que le corresponde ante la frustración de quedarse sin el fin del relato.

 
Nada nuevo bajo el sol (o la luna), estamos ante una versión libre y adaptada de las “Mil y Una Noches”.

jueves, 8 de noviembre de 2012

El ajo en la cocina española


No es posible concebir a la cocina española sin la presencia del ajo. Y tal como sucede en otras regiones con diversos productos (en México con el maíz, en Francia con los quesos, en ambas márgenes rioplatenses con el mate, en Alemania con la cerveza, etc.), en España al ajo se le encuentran continuamente nuevas propiedades (permítasenos un paréntesis: en México a un reconocido político le pusieron por apodo “el nopal” ya que lo estaban investigando y todos los días le encontraban una nueva propiedad…)

Por lo tanto el ajo resulta bueno para todo: la gripa, el reuma, la migraña, la torcedura de tobillo, la impotencia sexual y para alejar las envidias. Julio Camba propone un muy buen análisis sobre el uso del ajo en la cocina española.

La cocina española está llena de ajo y de preocupaciones religiosas. El ajo mismo yo no estoy completamente seguro de que no sea una preocupación religiosa y, por lo menos, creo que es una superstición. Las mujeres de mi tierra natal suelen llevarlo en la faltriquera para espantar a las brujas, y sólo cuando el bulbo liliáceo ha perdido su virtud mágica en fuerza de rozarse con la calderilla, se deciden a echarlo en la cazuela. Es decir, que el ajo lo mismo sirve para espantar brujas que para espantar extranjeros. También sirve para darle al viandante gato por liebre en las hosterías (…) Aderezado con ajo, todo sabe a ajo (…)
No digo que sólo en España se utilice el ajo como condimento. Todo el Mediterráneo trasciende a ajo (…) Es en España, sin embargo, donde el ajo ha tomado verdadera carta de naturaleza, y, acostumbrado a su sabor, el español encuentra insípidas todas las comidas que no lo usan. (…) Los españoles nos cauterizamos con ajo el paladar (…) y si nuestras cocineras son tan aficionadas al ajo, no es porque este condimento les sirva para hacer una buena comida, sino, al contrario, porque les sirve para no tener que hacerla.
Está, no obstante, muy lejos de mí el propósito de negar todas las excelencias del ajo. (…) Lo único que digo es que el ajo es un arma de dos filos con la que se puede hacer pasable un alimento mediocre y con la que se puede destruir un manjar de primera clase.

Pero las consideraciones en torno al ajo no se quedan en los fogones sino que, con su particular aroma que no pasa desapercibido, llegan a la filosofía. En cierto pasaje de su difundido libro “Ética para Amador”, Fernando Savater le pregunta a su hijo acerca de cuál es la única obligación que tenemos en esta vida. Y como buen filósofo no solo se pregunta sino que se contesta: no ser imbéciles. Aclara que la etimología de la palabra es más profunda de lo que parece ya que se relaciona con aquellos que necesitan bastón (baculus) para caminar, pero no alude a quienes cojean de las piernas sino del ánimo. Posteriormente presenta a su hijo Amador, y por ende a todos sus lectores, diversos modelos de imbecilidad en los que es posible caer. Uno de ellos es el de creer que se puede con todo al mismo tiempo, que se puede hacer todo a la vez. Savater le dice a su hijo que no se deje engañar, que ello es imposible  porque en la vida hay que ejercer la libertad y ello necesariamente supone elegir. A su vez elegir implica renunciar y esto siempre duele; al mismo tiempo que toda elección genera consecuencias. Hay ocasiones en que elegimos mal y sufrimos los efectos por lo que conviene aprender de ello para la siguiente.

Entre los ejemplos que ofrece a su hijo sobre este modelo de imbecilidad de quien quiere hacer todo al mismo tiempo, Fernando Savater señala el de irse y quedarse, permanecer sentado y salir a bailar así como el de masticar ajos y dar buenos besos. Y sobre esto advierte a su hijo en cuanto a que no puede hacer ambas cosas: o mastica ajos o da buenos besos.

Si se cumple este supuesto de Savater deberemos concluir que la sociedad española es muy poco besuquera.

martes, 6 de noviembre de 2012

El amarillismo de la nota roja


El espacio destinado a las distintas secciones que integran un periódico depende del tiempo que se vive. Así, es notable como la presencia de la nota roja ha ido desbordando los límites que históricamente le fueran asignados, para hacerse presente en secciones que antes le estaban vedadas, como deportes, sociales, cultura, etc.  Otro tanto sucede en los medios radiofónicos y televisivos.

La explicación de ello, entre otras causas, tiene que ver con que la vida en sociedad se ha vuelto más  violenta así como también con la mercantilización de los medios. Carlos Monsiváis opina que “también intervienen en este alarmismo la certidumbre de los editores (‘Escándalo es no vender’) y la costumbre popular de unir ‘noticia’ y ‘espectáculo violento’.” Y es que al decir del mismo autor, la nota roja “es nuestra catarsis elemental” y en ella “la tragedia se vuelve espectáculo”.

Pero ello no debe conducir al error de considerar que en épocas anteriores no hubo interés en estos temas. Clara G. García García aclara el punto.

Desde que existen medios de comunicación masiva, este conjunto de temas que ahora conocemos como “nota roja” atrajo a lectores de todo tipo e incluso se convirtió en un gancho para atraer la atención hacia esos medios y aumentar su difusión. (...)
La doctora María del Carmen Ruiz Castañeda, una de las pioneras del estudio de la historia de la prensa en México, ha señalado que en la época colonial se pegaban en las puertas de la catedral los edictos con que el Tribunal de la Fe, la Santa Inquisición, condenaba a muerte a alguna de las 43 personas que sentenció a lo largo de su funcionamiento en la Nueva España. Estos edictos tenían un característico sello rojo, por lo que este color se identificó con este tipo de informaciones.

Desde hace mucho tiempo han existido, y de hecho perduran aunque con otros nombres, periódicos verdaderamente especializados en este rubro, como es el caso de Alarma! y Alerta. Dice Rafael Barajas, El Fisgón, en su libro Sólo me río cuando me duele. La cultura del humor en México (México, Planeta, 2009), que en el habla popular fueron apareciendo referencias a la crónica roja: "me podrá ir mal, pero peor le fue al que salió en la portada del Alarma!". Y profundiza en la cuestión.

A principios del siglo XXI, en el Distrito Federal se siguen publicando cuatro periódicos de nota roja (La Prensa, El Sol de México, Metro y Ovaciones de la Tarde) con tirajes enormes. Sin embargo, la publicación emblemática de la nota roja nacional es la revista Alarma! que se publicó de 1950 a 1983. En sus portadas esta revista publicaba, esencialmente, fotografías espeluznantes de escenas escabrosas -cadáveres, cuerpos mutilados y otras lindezas-, aderezadas con cabezales escandalosos que hicieron escuela: se trata de frases sintéticas, contundentes y llamativas que apelan al morbo de manera fulminante:
  No me mates papacito, no he hecho nada malo

Según El Fisgón ante la escasez de información truculenta la misma se produce con la finalidad de no defraudar al público. “En el libro Picaresca de la nota roja, Miguel Donoso Pareja refiere que con cierta frecuencia los redactores de la sección policiaca inventan sus historias, ya sea porque escasean los hechos de sangre, por pereza o por mera diversión (…)” y para confirmar el aserto recurre al testimonio de su colega Pedro Miguel quien  “afirma haber conocido a un tipo que posaba para algunas fotografías de Alarma!”.

Guiados por El Fisgón es posible hacer un repaso de aquellos titulares clásicos del género que, según Héctor de Mauleón, tiene afición por las palabras esdrújulas.

En su libro, Donoso recopila notas como esta, publicada en Alerta:
  Mil pesos le dieron por cada mano. Lástima que sólo tuviera dos. (…)
Por supuesto, los mejores cabezales de las publicaciones de nota roja son los que echan mano del humor negro:
  Jugaron futbol con su cabeza (quedaron 2-0)
  Asesinó a su madre sin causa justificada (…)
  Le dieron 14 puñaladas en un ojo y se teme que lo pierda
  El descuartizado era un hombre íntegro
Con motivo de la muerte del luchador llamado El Santo, un ídolo popular: Se nos fue El Santo al cielo (…)
  Le dio 27 balazos. Y dice que “fue sin querer” (…)
Una fotografía muestra a una mujer joven que ha sido tasajeada a navajazos. Sobre esta imagen se lee: Su novio la cortó.
Estos haikus sangrientos son notables por su humor, pero el encabezado clásico de Alarma!, el que hizo escuela y marcó a varias generaciones de periodistas es el que, parodiando el lenguaje del Ministerio Público, dice: Siguióla, violóla y matóla.

El humor negro hace su aparición por todos lados pero en el caso de México adquiere características muy propias, lo que ha interesado a diversos autores. Para Jorge Portilla, citado por El Fisgón, "en México el humor negro es cosa frecuente y los mexicanos ponen en obra esta actitud a veces con maestría espeluznante".  El Fisgón alude también a un conocido trabajo de Max Aub así como a un programa radial del escritor Tomás Mojarro en relación a esta cuestión.

Max Aub, escritor español avecindado en México publica en 1956 Crímenes ejemplares, un libro hecho, según el autor, con “material de primera mano”, recopilado en España, Francia y México, donde transcribe las “razones” que llevaron a asesinatos y suicidios. Una parte muy importante de estos textos acusa un claro origen mexicano, y en muchas de estas confesiones se trasluce una actitud en extremo machista que da pie a un humor que no sabemos si es o no voluntario:
-Pueden ustedes preguntarlo en la Sociedad de Ajedrez de Mexicali, en el Casino de Hermosillo, en la Casa de Sonora: yo soy, yo era, muchísimo mejor jugador de ajedrez que él. No había comparación posible. Y me ganó cinco partidas seguidas. No sé si se dan ustedes cuenta. ¡Él, un jugador de clase C! Al mate, cogí un alfil y se lo clavé, dicen que en el ojo. El auténtico mate del pastor...
(…) -Era bizco y yo creí que me miraba feo. ¡Y me miraba feo! A poco aquí a cualquier desgraciado muertito lo llaman cadáver...
A fines del siglo XX el escritor Tomás Mojarro tenía un exitoso programa radial, y uno de los segmentos más gustados se titulaba ¡Oiga usted por qué agrede el mexicano! En esta sección, el escritor leía noticias policiacas publicadas en los diferentes periódicos del país, algunas de las cuales estaban llenas de un humor siniestro, a veces involuntario:
Un tipo que mata a dos japoneses a mansalva porque, según confiesa a la policía, "me caen gordos los chinos". (…)
Un individuo hiere a balazos a las meseras de un café "pa' que aprendan a servirme el pozole como me gusta: con harta cebolla, orégano y chile piquín".
-¡Lo maté pa' que aprenda!

Una crítica reiterada en la actualidad es que la prensa privilegia el trato con el horror al tiempo que las buenas noticias son relegadas. Ello no es novedad tal como se observa en la transcripción que realiza Carlos Monsiváis de parte de un artículo de 1829 publicado en El Sol y que aborda la misma cuestión.

De los (impresos) que se publican en el día son muy pocos los que merecen aprecio y producen un excelente efecto sobre el espíritu público. La mayor parte de los que se vociferan por las calles y portales, son los más a propósito para que beba el pueblo la crueldad y el deseo de sangre y de suplicios.

Es curioso que exista un fenómeno de decoloración en que la nota roja se hermana con el amarillismo, término que -de acuerdo con Monsiváis- “cunde a fines del siglo XIX, al propagarse las técnicas sensacionalistas de los yellow papers de la cadena Hearst”. Y concluye Monsiváis: “Como sea, el amarillismo es tradición antigua en la prensa mexicana (…)”
 
"Alármala de Tos" Botellita de Jeréz

jueves, 1 de noviembre de 2012

Malentendido de supuestos


Sabido es que los problemas de comunicación vienen en muy diversas presentaciones. Surgen por lo que se dijo así como por lo que se calló; por atribuir diferente significado a las expresiones; por el exceso pero también por la carencia de palabras; por no suponer lo que piensa el prójimo o por suponerlo. En fin, que la cuestión no es sencilla.

Queda claro que en el encuentro con los otros no es posible andar explicitando todo y es allí donde los supuestos juegan un papel muy importante. Sin embargo hay ocasiones en que estas especulaciones erran al blanco dando lugar a situaciones tragicómicas.

En su Autobiografía (Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1939), G. K. Chesterton se refiere al trato que prevalecía entre las diversas clases sociales en tiempos de su infancia así como al vínculo que las familias acomodadas mantenían con la servidumbre. Recuerda que en su hogar las relaciones eran amables pero que por lo general existía gran distancia entre los señores y sus sirvientes, todo ello en un entorno de discreción y silencio victoriano. Para ilustrar el punto narra un divertido malentendido (claro está que divertido a condición de no haber sido uno de sus protagonistas) originado en falsos supuestos. Aquel dislate comienza cuando una señora, parienta de Chesterton, fue a vivir por un breve periodo a casa de una amiga que había tenido que ausentarse. “La señora tenía metida en la cabeza la idea de que la sirvienta (de su amiga) guisara sus propios alimentos por separado, mientras que la sirvienta se hallaba igualmente obstinada en el criterio de comer las sobras de los platos de la señora”.

Desde esa lógica -y para asegurar su alimentación- “la sirvienta enviaba, por ejemplo, para el desayuno cinco lonchas de tocino, que era más de lo que la señora necesitaba”.

Hasta aquí todo bien, sin embargo surgió una dificultad inesperada: la señora tenía la costumbre -propia de aquella época- de creer que nada debía desperdiciarse. Es así que “se comió las cinco lonchas y la sirvienta, en vista de eso, le puso siete”. Aquel desencuentro silencioso continuó creciendo. “La señora palideció un poco, pero siguió el sendero del deber y se las comió. La sirvienta, empezando a sentir que también a ella le gustaría desayunar, le puso nueve o diez lonchas. La señora tomando impulso, acometió contra ellas, de cabeza, y no dejó una. Y supongo que así, sucesivamente, debido al silencio cortés entre las dos clases.”

Con el humor que lo caracteriza, Chesterton especula sobre el posible final de aquel desencuentro. “No quiero ni pensar cómo terminaría. La conclusión lógica parece ser que la sirvienta murió de hambre y la señora de hartazgo.”

A manera de moraleja es posible concluir que en la vida se presentan circunstancias en que lo recomendable es preguntar en lugar de suponer acerca de la conducta de los otros.

¡Ah!, y por lo demás cabe subrayar que no siempre es tan bueno seguir el sendero del deber ni tan malo dejar algo en el plato.