jueves, 29 de mayo de 2014

La sexomnia de María Félix


A María Félix no le resultaba difícil hablar de su vida. Sabía de sobra que el personaje en que había devenido estaba más allá (o más acá) de los muchos eventos singulares que vivió en tanto persona. Entre sus muchas confesiones hay una muy peculiar

(…) Viviendo en el departamento de (la calle) Marsella volví a sufrir ataques de sonambulismo. Tuve un desliz con un vecino amigo mío estando completamente dormida. A medio sueño me levanté de la cama, me puse una bata y fui a tocar en su departamento. No sé qué habremos hecho, pero seguro que no estuvimos jugando canasta, porque al día siguiente recibí un ramo de flores y una llamada en que me agradecía cálidamente la maravillosa noche que habíamos pasado juntos. Debió creer que yo estaba sonambuleando, pero la verdad es que nunca me desperté.        

No es cuestión de poner en duda la palabra de la Doña pero difícil que no aparezcan suspicacias y conjeturas ante dicho acontecimiento: ¿no sería tan sólo una somnolienta e ingenua manera de encubrir su deseo o de atenuar  su desprolijidad?

Sin embargo una nota de la BBC (mayo 2013) confirma la existencia del síndrome que aquejaba a María Félix.

¿Existe realmente la sexomnia? (…)
El profesor Matthew Walker, profesor de neurología del Hospital Nacional para Neurología y Neurocirugía en Londres, le explicó a la BBC que la sexomnia es una condición "muy real".
Es una patología que forma parte de un trastorno más amplio, conocido como parasomnia. (…)
Quien padece de sexomnia realiza actos sexuales con otra persona durante un estado de sonambulismo. (…)
Por su parte, el psiquiatra Carlos Schenck, del Centro de Trastornos del Sueño en Minneapolis, Estados Unidos, considera que el sonambulismo sexual puede ser para quien lo sufre un problema inquietante, molesto, embarazoso (sic) y potencialmente serio. (…)
La sexomnia se produce cuando la parte del cerebro que tiene que ver con la planificación y la conciencia permanece dormida, mientras que otras partes del cerebro intentan despertarse.
"Esto le permite al individuo realizar acciones complejas", explica Walker. (…)
Los expertos afirman que la afección puede ser tratada con fármacos cuando ocurre con frecuencia.

Sobre este mismo tema la revista Muy Interesante afirma que “a veces, los compañeros de cama de los sexomnes optan por dormir separados para no ser molestados (…)” Pero en esto también aplica aquello de que sobre gustos no hay nada escrito puesto que el mismo artículo añade que “algunos han confesado que el sexo con su pareja dormida es mejor que cuando está despierta”.

Finalmente cabe suponer que si la sexomnia de María Félix hubiese tomado estado público, el número de candidatos a ser sus vecinos se habría incrementado en forma considerable.

martes, 27 de mayo de 2014

Cuando la muerte nos toma por sorpresa


Nada tan predecible como la muerte y nada tan sorpresivo como ella. Hay situaciones en que al dolor que ocasiona, por lo general, el punto final en la vida de alguien se agrega el estupor ante lo inesperado. Arturo Pérez-Reverte, en un artículo titulado “Sin moneda para Caronte”, profundiza en la cuestión.

Me sorprendió la cara de estupor de mi amigo: desencajada, incrédula. Como si le estuvieran gastando una broma pesada.
-¿Muerto...? ¿Que P. ha muerto? ¡Eso es imposible!
Insistí en el asunto. No sólo es posible que la gente se muera, sino que ocurre con lamentable frecuencia y puntual seguridad a más o menos largo plazo. El común amigo acababa de fallecer de un infarto. Algo muy penoso, en efecto. Triste e inesperado. Pero en cuanto a hecho, a suceso concreto, resultaba real e inapelable.
-También un día te tocará a ti -añadí-. O a mí.
-¡No digas barbaridades!
No digas barbaridades. Me quedé dándole vueltas al comentario y, como ven, todavía sigo haciéndolo. Mi amigo, el del comentario, es un hombre culto, con sentido común. Con esa cierta madurez que dan los años y la vida. Y, sin embargo, la posibilidad de palmar de un infarto se le antoja una barbaridad. Mi amigo tiene una casa, un BMW y una carrera, un par de cuentas bancarias en condiciones, una mujer muy guapa y dos hijos adolescentes con toda la vida por delante. Todos irreprochablemente sanos y felices, dichosos por vivir sumidos en un mundo confortable y en colores suaves. Dolor, muerte, son palabras lejanas, distantes, escritas en otro idioma. Sólo pueden -deben- pronunciarse respecto a otros.

Hubo tiempos en que la muerte se llevaba mejor con la vida, no le era tan extraña; en el mundo actual, por el contrario, hemos enfermado de importancia al pensar que la muerte no tiene nada que ver con nosotros, como si se hubiese inventado exclusivamente para los otros. Arturo Pérez-Reverte se refiere a ello.

Es curioso. Estamos en un tiempo y unos hábitos en que nos comportamos, vivimos y conversamos entre nosotros igual que si nunca fuese a cogernos el toro. Atrincherados en una barricada de eufemismos, miramos reflejados en el espejo nuestros cuerpos Danone como si éstos tuviesen la perennidad del bronce. Términos como fragilidad, provisionalidad, sufrimiento están desterrados del vocabulario oficial. Vamos por el mundo y por la vida sin moneda para el barquero Caronte en el bolsillo, como si nunca tuviésemos que acercarnos a la orilla de ese río de aguas negras que todos hemos de franquear tarde o temprano. El dolor, la vejez, la muerte, no tienen que ver con nosotros.

La muerte ha sido condenada a la clandestinidad, debiendo ocultarse entre eufemismos y disimulos; Hugo Mujica alude a ello  

La muerte se esconde cambiando la palabra cementerio por jardín, disimulando los coches fúnebres, poniéndoles horarios a los velorios y haciéndolos fuera de la casa. Como anteriormente el sexo era tabú –algo que superamos-, ahora el lugar pasó a ocuparlo la muerte, que es algo de mal gusto para hablar o tratar. La muerte era la proporción, por eso filosofar era prepararse para ella. Por esa razón los monjes tenían una calavera en el lugar donde se reunían a comer, porque la muerte era la memoria de la proporción.

La vida se vuelve muy difícil cuando su fragilidad se presenta en forma permanente. Pero es posible que si tuviéramos más consciencia de la muerte, y en particular de la propia, el orden social podría ser mucho más justo y equitativo, permitiendo una convivencia más fraterna. La ilusión de inmortalidad (en particular en los poderosos de turno que olvidan que la muerte se resiste a morir) está íntimamente vinculada a la injusticia. Pérez-Reverte invita a abandonar la negación ante la muerte.

Voy a confiarles algo: la vida es un cartón de bingo en el que siempre nos cantan línea antes de tiempo. (…) Tampoco -no crean que van a escaparse- ustedes mismos, porque ésa es una rifa en la que todos llevamos papeletas. Pero eso, que parece tan obvio, vivimos sin asumirlo, sin reconocerlo. Desterramos lejos a los ancianos, a los que sufren, a los enfermos y a los muertos. Vivimos en un mundo analgésico, tranquilos, seguros. Somos guapos e inmortales, drogados con lo mucho que nos queremos a nosotros mismos. (…)
Grave error. En realidad, nuestro certificado de garantía es tan frágil que no duramos nada. Deténganse un momento a leer la letra pequeña: basta saltarse un semáforo, bajar al cajero automático y tropezarse con un navajero de pulso alterado por el mono. Basta que al mecánico de vuelo se le olvide apretar una tuerca, que un virus nos roce la piel, que un cortocircuito incendie de noche la cortina o que un tipo al que acaban de despedir de su empresa entre en la pizzería donde estamos con los niños, empuñando una escopeta del doce cargada con posta lobera. Uno puede bajar de la acera y no ver un coche, resbalar bajo la ducha, tener un trombo juguetón haciendo turismo por el corazón o por el cerebro, y entonces va y se muere. O sea, fallece. Palma. Desaparece. Pasa a mejor vida o no pasa a ninguna en absoluto. Y entonces va un amigo y le dice a otro: “¿Sabes que Fulano se ha muerto?”. Y el otro, que acaba de tomarse una copa con el extinto, o que ayer, sin ir más lejos, lo vio con un aspecto estupendo, va y responde: “¿Fulano? ¡Imposible!”. Eso es lo que dice, el muy cretino. Absolutamente seguro de que esa vulgaridad no puede ocurrirle a él.

Para concluir con un toque de humor citemos a Bernardo Ezequiel Koremblit que alude al afortunado que “(…) anoche murió..., pero por suerte de nada grave. Quince minutos antes de morir todavía estaba con vida (...)”.

jueves, 22 de mayo de 2014

Un reconocimiento tardío al palillo de dientes

Hay utensilios de uso cotidiano que en su propia apariencia manifiestan su ausencia de pretensiones. Tal es el caso del palillo de dientes, también llamado escarbadientes o mondadientes; Luis Melnik aclara el origen de esta última expresión. “Mondar significa en español (…) limpiar, purificar una cosa quitándole lo superfluo o extraño que está mezclado en ella. También quitar la cáscara de las frutas. Además, carraspear o toser para limpiar la garganta antes de hablar o cantar.”
Pero no vaya a creerse que su aspecto físico ha sido siempre tan humilde para lo cual recurrimos nuevamente a Melnik. “Poco a poco, vino a ser expresión vulgar, escarbarse los dientes con palillos o, precisamente, escarbadientes o mondadientes. Hubo tiempos en que ese instrumentito era de oro o plata (…)”
Julio Camba también se ha interesado en el tema y refiere las posibles razones por las que algunas personas cargaban su propio mondadientes que constituía un indicio del rango social del que se formaba parte.
No es que yo me crea a pies juntillas la historia del caballero que habiendo pedido un mondadientes en el restaurante tuvo que esperarse un buen rato porque de momento, y según declaración del mozo, no quedaba ninguno libre; pero ello no obstante, ¿quién puede estar seguro en ningún establecimien­to público de que el palillo que se lleva por la noche a la boca no ha servido al mediodía para pincharle a otro parroquiano una aceituna o para hacer algún bonito, elegante e ingenioso juego de prestidigitación? De aquí el que no todo el mundo utilice los palillos corrientes y el que las personas verdadera­mente distinguidas usaran años atrás unos artefactos individuales, muy bien presentados (…)
Según Camba hubo quienes descubrieron otros usos para aquel pequeño instrumento “(…) que por un extremo servía para hurgarse la dentadura y por el otro para limpiarse los oídos.” Y a partir de ello deja sembrada una pregunta: “¿Se concibe nada más pulcro, nada que revele un mayor cuidado y una mayor preocupación de la higiene personal?”
La caída de la aristocracia se hizo patente, según Luis Melnik, en las transformaciones que sufrió este adminículo. “El tiempo, la falta de recursos, el refinamiento, retiraron de circulación los mondadientes valiosos que fueron reemplazados por unos miserables palitos.”
                                                                                              
Hay lugares en que su uso es muy discreto, casi vergonzante, mientras que en España (donde casi podríamos afirmar que tiene su marca de origen) es exhibido sin ningún pudor dando cuenta de que su feliz portador ha comido en forma por demás abundante. Julio Camba se refiere a ello.
Yo creo que el español concibe mejor el palillo de dientes sin comida que la comida sin palillo de dientes. Poniéndose a hurgar y hurgar con un pali­llo de dientes en la dentadura, malo será que al fin y a la postre no se acabe por pescar algo. Por lo menos se mastica, se estimula la salivación, se en­tretiene el hambre y se cubren las apariencias. En cambio, si después de comer no puede uno relamerse un poco delante de los amigos, ¿de qué le servirá el haber comido? (…)
Eso de comer para que nadie se entere, me parece algo así como hacer la conquista de una mujer guapa y no poder contarlo luego en el café...
No sé si estas razones servirán para explicar o para disculpar la costumbre española de escarbarse los dientes en público. Desde luego me temo que no, pero por el momento no encuentro otras. El español, cuando come, puede todavía resignarse a hacerlo en privado, pero cuando no come entonces quiere darle a todo el mundo la impresión de que ha comido en una forma opípara, pantagruélica y heliogabaliana. (...)
Cabe añadir que el inventor del palillo de dientes (quien seguramente procedió por imperiosa necesidad porque al decir de Miguel de Cervantes “esto de la hambre tal vez hace arrojar los ingenios a cosas que no están en el mapa”) ha quedado en el anonimato y no hay duda de que, aun cuando goza de tan buena salud, su origen se encuentra en el pasado remoto. Se trata pues de un anciano que tiene larga vida por delante.

martes, 20 de mayo de 2014

Tragedia en la Escuela Preparatoria

No hay duda en cuanto a que las formas que asume la violencia escolar han ido cambiando a lo largo del tiempo. Y es así como llegamos a la actualidad en que las nuevas tecnologías y las redes sociales proporcionan mayor divulgación a rencillas, ataques y agravios entre adolescentes y jóvenes.
 
Sin desconocer la complejidad de los tiempos que vivimos en relación a esta problemática, es importante tener en cuenta que en el pasado también se presentaron episodios de mucha violencia. Uno de ellos es narrado por Joaquín Haro y Cadena ("Cosas vistas y oídas". México, Botas, 1938) y proviene de los tiempos heroicos de la Escuela Preparatoria.


Voy a referir la espantosa tragedia que registran los anales de la Escuela Preparatoria.
Justamente en la época del internado se contaban, entre los pupilos, dos hermanos, procedentes de una familia de Sonora. Eran estos unos jóvenes de dieciocho y veinte años, respectivamente, que siempre se distinguieron por su aplicación y buena conducta. Unidos estrechamente por un amor fraternal, que podrían haber servido de ejemplo a muchos otros, siempre se los veía juntos; estudiaban en los mismos textos, descansaban en el mismo dormitorio, ocupaban sitios contiguos en el comedor y los días de asueto no se separaban uno de otro. De carácter apacible, aunque digno y poco sufrido, jamás provocaban una riña con sus compañeros, y eran, por lo general, muy estimados por sus profesores y por sus condiscípulos; pero había entre éstos un ser pérfido y envidioso, que no podía tolerar las consideraciones que se guardaban a aquéllos, y continuamente buscaba reyertas con uno u otro, que muchas veces terminaban en citas en el callejón del Toro, durante las cuales solía correr la sangre, a causa de los golpes dados y recibidos.
Se trataba de un chiapaneco, más que adolescente, de mirada torva y cara de despide-huéspedes, a quien nadie podía soportar, y por eso se lo veía siempre aislado, con tez amarillenta, a causa de la bilis, que se mezclaba con su sangre. Corto de estatura y con anchas espaldas y pecho prominente, era de suponer que en él se albergaba un espíritu fuerte y decidido, dada su superioridad física; pero, por una de aquellas aberraciones de la naturaleza, en ese corpachón no cabía más que un alma medrosa, incapaz de hacer frente a una situación en que corriera riesgo su existencia. Sólo la envidia encontraba hospedaje en aquel corazón, siempre dispuesto al mal.
 

Y fue así que este personaje mal encarado y de peores sentimientos -siempre de acuerdo con el relato de Haro y Cadena- diseñó un plan macabro.

 
Llegó por fin el momento en que este ser perverso comprendió que mientras uno de aquellos buenos muchachos se cruzara en su camino no encontraría la paz y, al efecto, concibió el más negro pensamiento para deshacerse de ambos.
Para llevar a término su nefando plan, se dirigió a uno de los sonorenses; buscó camorra con él, y haciéndole ver que debían terminar de una vez, lo desafió citándolo para un encuentro, a las once de la noche, cuando todo el claustro estuviese entregado al sueño, en una de las galerías del Colegio de Pasantes, que a esa hora estaría sumida en la más profunda oscuridad.
Se presentarían ambos vestidos de negro y envueltos en las capas usuales de la escuela, con el rostro embozado y armados de sendos puñales. Era condición precisa –y para cumplir con ella prestaron juramento- que no habían de proferir una palabra; que todo se llevaría a cabo en el más absoluto silencio, y, antes que nada, que el hermano no se enteraría del duelo.
De acuerdo los contendientes, cada uno se fue por su lado para hacer los preparativos del caso; pero el chiapaneco, luego que se separó de su contrario, fue en busca del otro hermano, al que provocó en igual forma, y de igual manera concertó con él un encuentro, en los mismos términos y a la misma hora que el anterior.
 

Aquellos hermanos, siendo derechos hasta para lo torcido, cumplieron con la palabra dada y se encaminaron al desenlace de la tragedia.

 
Como a pesar de su corta edad los sonorenses eran ya hombres bien templados, se guardaron recíprocamente el secreto y en silencio se proveyó cada uno de lo necesario para el drama en que aquella noche serían protagonistas.
Transcurrió el resto del día sin incidente alguno. Previendo las consecuencias que podría tener el encuentro, cada uno de los hermanos se dedicó a escribir algunas cartas, que debieron encontrarse más tarde en sus respectivos pupitres.
Después del nocturno refectorio, ocupó cada uno su lecho fingiendo provocar el sueño.
Momentos antes de las once, uno y otro, que se habían acostado vestidos, saltaron de la cama, y envueltos en sus capas salieron al corredor. La noche estaba lóbrega, sumiendo en las tinieblas las galerías. El cielo sereno, y ni un relámpago que pudiera alumbrar la escena en un momento dado. Ni el más ligero ruido alteraba la paz del plantel. Aquel patio de Pasantes parecía haber sofocado todo hálito de vida para presenciar la horrible tragedia de que iba a ser testigo.
Inicia el reloj del edificio la hora que va a sonar con ese ruido ríspido que la precede; suena por fin la primera campanada de las once; por ambas extremidades del corredor parece percibirse una sombra que, con paso cauteloso, se aproxima a la contraria. Las sombras se confunden; chocan los cuerpos; se escucha el sonido metálico de dos láminas que golpean una con otra; una corta lucha; dos gritos ahogados y dos cuerpos que se desploman en el pavimento.
Aquellos hermanos que se amaban entrañablemente, que quizá en las cartas que dejaron se despedían uno del otro con el encargo de un beso para la madre ausente, que no vería más al hijo de sus entrañas, dormían el sueño eterno, con un puñal cada uno clavado en el corazón por la mano del ser más querido.
En tanto, el vil, el artero, el traidor, fingía dormir apaciblemente, sabiéndose libre ya de sus mortales enemigos.


Seguramente episodios como este no serían muy frecuentes pero dejan en evidencia que la violencia en los planteles escolares es cosa de todos los tiempos. Los funcionarios de la época atribuyeron parte del origen de la violencia escolar al exceso de alumnos así como a las malas condiciones físicas de la escuela. Lo anterior queda de manifiesto en el Decreto Presidencial del 22 de diciembre de 1925 que da origen a las Escuelas Secundarias y en donde se precisa que no se deben admitir alumnos de primer curso en la Escuela Nacional Preparatoria durante el año de 1926 porque “(…) debido a la excesiva inscripción y a las condiciones materiales del edificio, (se) han creado en años pasados problemas disciplinarios de seriedad (…)”

 
¿Este decreto haría alusión a situaciones como la que comenta Joaquín Haro y Cadena?

jueves, 15 de mayo de 2014

El teatro de la política


Difícil saber si las múltiples vicisitudes que tienen lugar entre los integrantes de la llamada clase política (y que nos llegan por mediación de los medios, con perdón de la redundancia) son expresión de la realidad o forman parte de una cuidadosa puesta escena. Un gran conocedor del teatro como lo es Fernando Fernán Gómez comparte sus reflexiones  y un aspecto que destaca tiene que ver con que en este caso no se trata de asistencia –y menos aún de permanencia- voluntaria.

(…) hay otro teatro, otra enorme y múltiple sala de espectáculos a cuyas representaciones en sesión continua el inerme público asiste aun sin proponérselo, sin derecho a elegir en la cartelera, y en muchos casos sin que una particular afición le lleve a él: el teatro de la política.

Eso sí, Fernán Gómez reconoce que la propuesta escénica es sumamente variada, tanto que es posible recorrer un amplio espectro de posibilidades.

Ofrece cotidianamente dramas, comedias, farsas, y de vez en cuando tragedias, sainetes, esperpentos. Cuenta, como el de Grecia, como el de plazas y corrales y como el burgués, con sus autores y sus intérpretes (y, según propagan algunos maliciosos, también con sus empresarios).

Ahora bien, como es de conocimiento público en el medio actoral existen intrigas, celos, rivalidades, disputas por los papeles protagónicos, todo lo cual en ocasiones se pone mejor que las propias obras que representan. Lo mismo acontece, según Fernando Fernán Gómez, en el teatro de la política.

Sorprende al espectador ingenuo la opinión que los personajes del drama político suelen tener de sus colegas, de sus compañeros de reparto.
En el Parlamento, en mítines, en cenas, en conferencias, en coloquios de televisión, en interviús y artículos de prensa, el verbo de muchos políticos es con frecuencia irascible, agresivo, despectivo, descalificador, insolente, denunciatorio.
La gente de la calle, el inmenso público de este teatro, se pregunta perplejo, si esos hombres tienen esas opiniones unos de otros, cómo no se arrojan feroces contra el oponente y hay cada día dos o tres estrangulamientos.

Y es así que, tal como sucede en toda obra sobreactuada, uno termina por no creerle a los actores que representan su papel en forma tan poco convincente. Y es allí que Fernán Gómez reivindica el derecho a la sospecha: “O que si lo que sucede es que para regocijo del pueblo llano están representando una divertida farsa bufa.”

Cabe aclarar que en el teatro de la política los papeles se invierten y en muchos casos son los actores quienes se burlan del público. Lo grave es que en  ocasiones no existe para los espectadores una salida digna por lo que es preferible –tal como lo menciona Fernán Gómez- la opción menos mala.

Más deseable, desde luego, sería el segundo supuesto que el primero, porque cuando los prohombres sienten ganas de abalanzarse los unos contra los otros ya sabemos que acaban dando un fusil a cada joven, la mayoría de los cuales, por imposibilidades de la edad o económicas, no dominan la intrincada materia que los políticos con tanta eficacia manejan.

Y a la hora en que los espectadores exigen saber quiénes son los responsables de tantas injusticias cotidianas, no es raro que el coro de políticos, ahora devenidos en actores, respondan al unísono: “¡Fuenteovejuna, señor!”

martes, 13 de mayo de 2014

Concierto para cuadro a dos manos

Es posible suponer que trabajar bajo pedido no debe ser lo que más agrade a un artista. Y sin embargo en muchos momentos tiene que hacerlo por razones económicas, de amistad o ambas. Y la situación se complica aún más cuando el cliente no sabe bien lo que quiere. Tal lo que le sucedió a David Alfaro Siqueiros y que seguiremos por medio de su propia narración (Memorias de David Alfaro Siqueiros. Me llamaban el Coronelazo. México, Grijalbo, 1977).

No recuerdo exactamente, aunque parezca increíble, cómo se inició mi gran amistad con George Gershwin, el famoso compositor estadounidense. (...)
George Gershwin me pidió que le pintara un retrato. ¿Un retrato de qué tamaño? Me dijo que quería sólo una cabeza. Aceptada la idea, llegué al día siguiente a su elegante apartamiento de Park Avenue, en Nueva York, con una tela de 40 por 60 centímetros, aproximadamente.


Pero para ese entonces el cliente ya había cambiado de idea.

 
Después de observarla un momento, George me dijo: “Anoche he estado pensando, por qué no me pintas mejor un retrato de cuerpo entero.” “En ese caso —le dije— tendré que venir mañana con una tela mayor, cuando menos con una tela de 1.80 metros de alto por algo así como 1.25 de ancho.”
Encargué la tela, cosa que en los Estados Unidos es muy fácil, cualquiera que sea su medida y al día siguiente me presenté con la tela convenida para el retrato convenido.


Cuando Siqueiros disponía del material necesario para comenzar la obra, ocurrió algo inesperado. “Una vez más George había cambiado de opinión. ‘Sabes —me dijo— que me gustaría que me pintaras tocando el piano y de ser posible en el foro del teatro’.” Y así la idea original del retrato había devenido en un pequeño mural.
 

“George —le repliqué— lo que tú quieres ya, en realidad, es un pequeño mural... pero lo haremos.” En una tela de 3 metros de largo por 2 metros de ancho, empecé, por fin, ya definitivamente, el retrato de George Gershwin. Muchos meses me pasé trabajando en una pequeña pieza, por desgracia, de su elegante apartamiento. Pinté al maestro referido tocando el piano en el inmenso foro del teatro ¡y a todo el teatro! El teatro que pinté, teatro excepcional en el mundo entero, tenía capacidad para algo así como unos 50.000 espectadores. “Teatro de masas”, le decía yo a George Gershwin, y él resplandecía de alegría. En efecto, con un procedimiento impresionista pinté multitudes y multitudes y multitudes, de tal manera que no queda un solo lugar de la tela en que no haya un minúsculo puntito correspondiente a un espectador de cuerpo entero, aunque sólo se le viera la cabeza. Naturalmente, en aquel enorme conjunto de pisos y pisos curvos, con palcos y palcos y localidades de todas especies, el retrato mismo de George Gershwin no podía ser más grande que de 10 o 15 centímetros. Y el piano, en su equivalente.
 

Y es así como Siqueiros expresa su satisfacción por la culminación de su obra. Pero aún le esperaba otra sorpresa ya que Gershwin demandó unos pequeñas variantes.

 
Cuando mi retratazo estuvo terminado, George Gershwin, que según mi opinión, fue sin duda el más grande pedigüeño que yo he conocido en mi vida, me dijo: “Tu cuadro es maravilloso, Siqueiros. E indudablemente ya nadie, ni el mejor pintor del mundo, podría hacerle algo más. Pero yo, sin embargo, tu amigo músico, pintor también de talento, según tu amable opinión, quiero pedirte un favor: que en las primeras localidades del lunetaria, pintes a todos los miembros de mi familia, a mi papá ya muerto, al más querido de mis tíos, hermano de mi padre, ya muerto también, a la esposa del más querido de mis tíos, igualmente fallecida, pero también a mi mamá, que vive, y a mi hermano el despilfarrador y a mi primo el tramposo y al otro que, estudiando para cura acabó siendo gigoló. Y si te sobran lugares, por favor pinta también a los dos buenos administradores que he tenido en mi larga carrera musical, porque de hecho todos los otros fueron unos ladrones, y a esos no los pintes, y si los pintas, píntalos de manera inconveniente para ellos”.
 

Pero amigos son amigos y no era cuestión de frustrar los deseos de Geshwin, así que con infinita paciencia –lo que no deja de asombrar ya que Siqueiros era gente de mecha corta- el pintor puso nuevamente manos a la obra.
 

Horrenda perspectiva de trabajo apareció frente a mis ojos. Había que empezar, y así empezamos, por localizar las fotografías de los ya cadáveres que tenían derecho a ser retratados. Después, a fijar fechas para las sesiones de pose de los vivos. Y entre ellos, naturalmente su mamá. Con los retratos de los inexistentes y las periódicas sentadas delante de mí de los existentes, trabajé y trabajé y trabajé, casi con plan de miniaturista, porque son figuras que tienen dos centímetros, cuando mucho, en aquel inmenso conjunto, hasta dejar totalmente terminado y de acuerdo con la opinión al respecto de mi circunstancial patrón, el cuadro.
 

Ahora sí aquello estaba terminado y era tanta la alegría del músico que quiso retribuir en muy buena manera el trabajo de su amigo.

 
La terminación de su retrato casi enloqueció a George Gershwin de alegría. Aquello había que celebrarlo de la mejor manera posible, de acuerdo con nuestro recíproco punto de vista al respecto... y la mejor manera, según ambos, era un banquete con treinta muchachas en el cual sólo George y yo fuéramos los varones. Y así se hizo. El banquete tuvo lugar en el Waldorf Astoria de Nueva York. El prestigio de George Gershwin garantizó, naturalmente, la presencia de treinta mangos trepidantes y deslumbrantes, que se dedicaron a acariciarnos a los dos con la fruición más bien animada por el alcohol que nadie pueda imaginar.
Una bacanal en que nuestra impotencia masculina quedó indiscutiblemente comprobada... pues que empezamos inclusive por no saber en qué dirección encaminarnos.
Casi temblando, George Gershwin me dijo entonces: “Jamás hubo en la historia del mundo dos moscas más ahogadas por la miel que nosotros...” Sin embargo, el entusiasmo de George Gershwin por su retrato no decreció aquella noche.

 
Cuando de esta manera parecía haber caído el telón en la historia del cuadro de aquel conciertazo, surgió una nueva e inesperada vuelta de tuerca.

 
En un momento dado me pidió que solos saliéramos al corredor; yo pensé que se trataba de escaparnos de aquella tan gran felicidad, pero que por su magnitud era necesariamente mayor a la amplitud de nuestros brazos, pero tal no fue el objeto de la indicación que me hizo a base de señas. Ya en el corredor, con voz que me pareció positivamente patética, me dijo: “A ese retrato, Siqueiros, le falta algo”.


Al escuchar semejante despropósito a Siqueiros rápidamente le bajó el efecto de los alcoholes para responder con la mayor sensatez
 

“¿Cómo? —le dije yo con la voz completamente ahogada— George, si hay 50,000 espectadores y como tú ya empezaste a tocar ya cerraron las puertas y no dejan entrar a nadie ¡creo que esto lo prohibirían hasta los mismos bomberos! No, George, no, yo soy el primero en impedir que alguien te interrumpa.”

 
Pero la duda ya estaba sembrada en el pintor. “Yo me preguntaba qué diablos le podía faltar.” Con un poco de trabajo Gershwin aclaró el punto.

 
Después, lentamente, separando cada una de las palabras, con voz cada vez más baja, con voz descendente, me dijo: “¡¡Le faltas tú!!” Al comienzo yo no comprendí lo que quería decir con aquello, y sintiéndome un poco lastimado le dije: “Cómo, ¿tienes la impresión de que no parece una obra mía?” “No —me dijo— le faltas tú mismo, tú, en persona. ¡Le falta tu autorretrato!” Pegando un salto, le dije: “Pero a dónde lo meto, ¡si ahí ya no cabe ni un perro pequinés metido debajo de los asientos!”


Ante este nuevo pedido tampoco habría concesiones por lo que Siqueiros tuvo que ingresar en aquel teatro abarrotado aunque, claro está, ya no le fue posible alcanzar una buena localidad
 

George Gershwin fue implacable: le faltaba yo y yo tuve que pintarme, con violación de los más elementales reglamentos de teatro, metiendo la cabeza en un rincón del foro, y precisamente al lado de los focos, de esos que queman más que una estufa de gas...

 
Siqueiros concluye la crónica de aquel trabajo tan peculiar haciendo una advertencia a quien vea el cuadro. “El que observe el retrato tendrá que trabajar bastante para descubrirme a mí en aquel concierto ultramonumental de George Gershwin, en un teatro inexistente y rodeado milagrosamente de todos sus parientes muertos y de todos sus parientes vivos...”

                                                          

jueves, 8 de mayo de 2014

De horóscopos y adivinos


Difícil saber qué porcentaje de la población presta atención o rige su vida de acuerdo a las predicciones señaladas para los diversos signos zodiacales. Lo cierto es que periódicos, revistas, programas radiales y televisivos, no han dejado de destinar -en tiempos de la llamada posmodernidad- un espacio fijo para esta actividad.

La ambigüedad e indefinición de algunas aseveraciones en este terreno, son notables. Leo Maslíah (Horóscopos y otras sentencias. Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 2003) propuso algunos ejemplos cargados de ironía. De entre ellos hemos seleccionado algunos:

Cáncer
Estás a punto de emprender un importante viaje, y el consejo es que saques el pasaje con bastante anticipación, ya que el ocho coma tres por ciento de la población es de tu mismo signo y por lo tanto se volcará masivamente a cumplir con el mismo vaticinio.

Aries
Tu naturaleza interior es pura, prístina y se mantuvo inmaculada pese a las distintas vicisitudes que los imponderables de la vida te hicieron pasar. Tu naturaleza exterior, en cambio, absorbió toda esa energía negativa y se encuentra en avanzado estado de deterioro. Se impone un lifting.

Piscis
Te va a ir mal. Pero si no te descuidas y pones empeño en lo que haces, entonces te va a ir bien.

Géminis
Los astros estarán de parte suya esta semana, y le enviarán señales. No salga sin escudo protector.

Aries
Alcanzará grandes metas, y cuando las haya alcanzado ya no sabrá qué hacer. Es una lástima que no haya pensado en esto antes.

Capricornio
Su tendencia a hacer a un lado los problemas ha colmado la capacidad de todos los lados. Ahora usted está rodeado y no tiene más lugar hacia donde apartar los nuevos problemas que se presenten.

Virgo
Usted idealiza el amor. Espera una relación perfecta y sin conflictos con una persona siempre atractiva y deslumbrante. Muy bien. Tenemos aquí una persona que espera exactamente lo mismo. Sólo que, lamentablemente, no podrá encontrarlo en usted.

La formulación de horóscopos procede del pasado remoto y entre quienes se dedican a ello exista gente más estudiosa y también aquellos que -con total ignorancia acerca de esta temática- se dedican exclusivamente a lucrar. Jaume Perich aporta una definición de zodíaco.

Signos que determinan el porvenir de una persona, a no ser que el país en que nace, su situación económica, el color de su piel, la situación de sus padres, su trabajo, el jefe de personal, sus amigos, su mujer, un guardia de tráfico, el piloto de su avión, el estado de los neumáticos de su coche, etcétera, determinen lo contrario.

Desde siempre el deseo de la gente por saber qué es lo que le espera ha sido muy grande y es posible que en tiempos de crisis se incremente el grupo de quienes así actúan. De ahí la proliferación en nuestros días de adivinos que, según Ambrose G. Bierce, son aquellas personas que están “dispuestas a leer tu fortuna por una pequeña parte de la misma”.

martes, 6 de mayo de 2014

Las gringas de la taquería


No deja de llamar la atención que entre la variada oferta de las taquerías (pastor, costilla, alambre, suadero, frijoles charros, etc.) haga su aparición esa rara especie, menos requerida pero nunca extinguida, que son las gringas. Nicolás Alvarado alude a su origen.


Las gringas deben su nombre, precisamente, a las gringas. O, para ser más precisos, a dos ciudadanas estadounidenses, Jennifer Anderson y Sharon Smith, quienes, acaso encandiladas por el éxito del que gozaban ya sus compatriotas en estas tierras, habían decidido instalarse en la Ciudad de México, so pretexto de estudiar español.
 

Seguramente estas chicas integraban las huestes reivindicadas por el célebre lema, citado por Alí Chumacero, de: “¡Yanquis no, gringas sí!”. Por su parte Juan Villoro evoca el día y hora en que era más factible poder ligar con alguna de estas féminas.

 

Por aquel tiempo (fines de la década de 1960), el hermano mayor de un vecino me explicó que el mejor día para ligar en México era el lunes. En mi ignorancia, pregunté si las discotecas hacían descuento al inicio de semana. Nada de eso: el lunes cerraban el Museo de Antropología pero muchas gringas no lo sabían; al ver las puertas cerradas, se quedaban tristísimas junto a la estatua de Tláloc. El momento de presentarse ante ellas y ofrecer una ruta alterna por la mexicanidad. Solían estar tan decepcionadas de no ver ídolos que se conformaban con sus descendientes.

 
Regresemos al tema que nos ocupa, a la historia de Jennifer y Sharon narrada por Nicolás Alvarado.


Las gringas vivían en una de las muchas casas de estudiantes que entonces albergaba la colonia Anzures. Un poco por pobres y otro poco por folcloristas, comían con frecuencia en una pequeña taquería de la calle de Leibnitz -sucursal de otra más grande enclavada en Mixcoac y llamada, como aquélla, El Fogoncito- en la que cabe imaginarlas suspender la masticación de los parroquianos no bien hacían su entrada, ya sólo por su buenura.
Las gringas, sin embargo, por sabrosas que estuvieran, no dejaban de ser gringas. Así, se mostraban tan ignorantes de la prosapia y los rituales del taco que cometían el sacrilegio de pedir los suyos de pastor en tortilla de harina y bañados de queso fundido. Tanto les brillaban los ojitos azules cuando entregaban la comanda que los meseros las complacían.
Pasadas las semanas, los comensales de otras mesas comenzaron a pedir “lo de la gringa”, con tal frecuencia que el establecimiento terminó por consignar el invento en su menú y por bautizarlo, en honor a Jennifer y a Sharon, como gringa. (…)

                                              
Es frecuente que al confrontar la historia de México con la de Estados Unidos haya quienes, descalificando a los güeritos del norte, concluyan que “los gringos no tienen historia”.

 
Ante ello cabría acotar que, cuando menos, las gringas sí.

jueves, 1 de mayo de 2014

Rosa Parks, la fuerza del no

Hay historias que merecen contarse una y otra vez. No olvidarlas, no perderlas de vista, saber que existieron. Hay vidas que merecen un homenaje permanente: la de Rosa Parks es una de ellas y quien cuenta su historia es Leonardo Moledo.
 
Todo empezó el jueves 1º de diciembre de 1955, en Montgomery, Alabama, Estados Unidos. Rosa Parks, una costurera negra, subió a un ómnibus de línea y se sentó en la quinta fila, la primera que los negros podían ocupar, junto a otros tres negros. Tres paradas después subieron algunos blancos, que ocuparon las cuatro filas de adelante, pero quedó uno parado. Cuando el conductor se dio cuenta de que había un blanco de pie, les dijo a los cuatro de la quinta fila que se movieran para el fondo y los otros tres se levantaron y se fueron, pero ella no. Cuando la vio todavía allí, le dijo que se levantara (los blancos y los negros no podían sentarse en la misma fila). Y ella dijo: “No”.
Entonces el conductor amenazó: “La voy a hacer arrestar”. Y detuvo el ómnibus.
Y ella contestó: “Hágalo”.
Y la arrestaron.
Era lo que los líderes de los derechos civiles estaban esperando. Esa misma noche organizaron un día de boicot a la compañía de ómnibus, que fue un éxito rotundo, y una asamblea decidió mantenerlo y formar un comité, al frente del cual pusieron a un joven pastor negro, un tal Martin Luther King.
 
El papel de este joven y desconocido pastor fue muy importante en la historia y es Eduardo Galeano quien lo recuerda.
 
(…) Martin Luther King, lanzó, desde su iglesia, un boicot contra los autobuses. Lo propuso así:
La Cobardía pregunta:
—¿Es seguro?
La Conveniencia pregunta:
—¿Es oportuno?
Y la Vanidad pregunta:
—¿Es popular?
Pero la Conciencia pregunta:
—¿Es justo?
Y también él marchó preso.
 
Continúa Leonardo Moledo la narración de aquellos acontecimientos.
 
Una semana más tarde, cuando la compañía vio que la cosa iba en serio, llamó a una reunión de conciliación; los dirigentes negros propusieron un plan de integración bastante moderado, pero la compañía no lo aceptó. El boicot siguió su curso.
En enero, la compañía hizo un intento de dividir a la comunidad negra y, como no le dio resultado, decidió pasar a la acción: el 30 de enero, se atacaron con bombas las casas de Martin Luther King y otros dirigentes como Jo Ann Robinson. El 21 de febrero, 89 negros fueron procesados sobre la base de una ley vieja que prohibía los boicots y se impusieron multas.
Lo que pasaba, en realidad, es que el boicot a la compañía de ómnibus empezaba a alterar toda la vida de la localidad. No solamente la compañía se perjudicaba, sino también los comerciantes del centro que sentían disminuir sus ventas, ya que la población negra se movilizaba mucho menos. Los comerciantes trataron de negociar con los líderes negros para que levantaran el boicot, pero no consiguieron nada.
Los líderes negros, por su parte, llevaron la cuestión ante los estrados judiciales federales. Pero ya no pedían una disminución de la segregación, como habían hecho durante las primeras rondas de negociación con la compañía, sino su abolición lisa y llana y tuvieron éxito, ya que la Corte Federal falló a favor de los negros.
Aunque parezca increíble, la ciudad apeló. Y así fue como, el 13 de noviembre de 1956, la Suprema Corte de Estados Unidos declaró inconstitucional la segregación en los ómnibus. El boicot había terminado con una victoria resonante y el 21 de diciembre, cuando el mandato de la Suprema Corte fue comunicado a Montgomery, volvieron a los ómnibus. Había durado un año y veinte días.
El año siguiente Parks se mudó a Michigan, donde desde 1965 trabajó para el legislador demócrata John Conyers, quien la calificó como “madre del movimiento de derechos cívicos”. En 1996, el entonces presidente estadounidense Bill Clinton le entregó la Medalla de la Libertad.
 
Esta gran luchadora murió en el 2005 a los noventa y dos años de edad. El homenaje fúnebre, con los mismos honores dispensados a presidentes y grandes personalidades, tuvo lugar en el Capitolio. Nieves Concostrina señala que “Rosa Parks fue enterrada en el cementerio de Detroit, y el precio de los nichos cercanos se ha triplicado porque ahora hay tortas entre los blancos para enterrarse al lado de la costurera negra que se negó a ceder su asiento a un blanco.”
           
Eduardo Galeano evoca el asesinato de Martin Luther King.
 
En 1968, en la ciudad sureña de Memphis, un balazo rompió la cara del pastor King, cuando estaba denunciando que la máquina militar comía negros en Vietnam.
Según el FBI, él era un tipo peligroso.
Como Rosa. Y como muchos otros pulmones del viento.
 
Lo del comienzo. Hay historias que no deben cansarse de ser contadas. Concluye Leonardo Moledo
 
Y como la repetición es la única garantía de inmortalidad, esta historia deberá contarse una y otra vez, y Rosa Parks, una y otra vez seguirá negándose a moverse de su asiento, con la firmeza y el cansancio, el infinito cansancio de quienes son capaces de decir “no” ante la injusticia.
 
Rosa Parks y Martin Luther King son de esos muertos que se ganaron el derecho de permanecer vivos para siempre.