Un tema de nuestros días tiene que ver con los
vínculos amorosos vía internet, existiendo quienes sienten un profundo amor por
alguien que se encuentra a miles de kilómetros y a un solo clic. Esto se ha
constituido en base argumental de numerosas obras literarias así como de
películas.
Sería un error suponer que se trata de algo nuevo; en
realidad no es así. Lo novedoso es el medio pero desde hace mucho tiempo el
amor a distancia ha adquirido un poder que, con frecuencia, el de proximidad
está muy lejos de tener… De este modo lo que ahora circula en soporte de internet,
en el pasado lo hizo a través de cartas (así como posteriormente, por vía telefónica). Max Aub nos proporciona
un ejemplo de ello.
En enero de 1941, Rainer-María Rilke (…) recibió
una carta de una desconocida escrita en términos apasionados. Le hablaba de su
entusiasmo por su obra, le daba las gracias por el hecho de llevarla a cabo.
Contestó el gran poeta y así nació una correspondencia (…) La que
así escribía era una famosa pianista vienesa, y, aun antes de conocerla, Rilke
se enamoró de ella; poder de las letras.
No faltarán quienes digan que antes cuando menos eran
más sensatos y a nadie se le ocurría -como acontece actualmente- recorrer
grandes distancias tras una simple aventura. Se equivocan ya que este poder de las letras también en aquel
entonces era capaz de convocar al camino. Rilke, de acuerdo al testimonio de
Aub, “(…) atravesó media Europa
con tal de estar a su lado. La alcanzó en Berlín, se la llevó a Suiza, a París,
al castillo de Duino.”
Habrá quien diga que en el pasado estos romances
quedaban en la intimidad de los amantes sin adquirir estado público. Una vez
más se trata de un equívoco y Max Aub lo confirma
Nada sabríamos de este romance si la que fuera entonces
su heroína no hubiera editado sus recuerdos, con algunas de las cartas más
emocionadas que recibió de Rilke. Se publican en francés, que él dominó a la
perfección. Las Elegías de Duino –traducidas
al español por el excelente poeta Juan José Domenchina- cobran así una nueva
luz.
Durante mucho tiempo la correspondencia de amor
careció de imágenes pero en algún momento alguien decidió acompañar las letras
con una ilustración que pretendía dar cuenta de su propia fisonomía y es de
suponer que, movido por sus objetivos, aquel trazo fuera muy benevolente a la
hora de confrontarse con la realidad. Con el transcurso de los años se incorporarían
las fotografías y posteriormente los
videos, claro está que siempre con la intención de presentar el mejor perfil,
el ángulo favorecedor (lo que en muchos casos resultó francamente tramposo y en
no faltará ocasión de referirnos a ello).
A los jóvenes de hoy
se les dificulta pensar en el amor expresado por medio de cartas que demoraban
una eternidad en llegar, siempre y cuando no se perdieran en el camino… Pero el
partido está empatado porque “la gente grande” (sabrán disculpar pero todas las
otras expresiones que se me ocurren son igualmente lamentables: adultos
mayores, personas entradas en años, aquellos que peinan canas, adultos en
plenitud, personas de la tercera edad, etc.) no entiende las nuevas tecnologías
y añora el género epistolar. Soledad Vallejos da cuenta de ello.
La historia de las cartas es casi tan
antigua como la historia de la escritura. O al menos lo suficientemente antigua
como para remontarse al momento en que, por primera vez, dos personas,
complotaron para desvanecer la lejanía con algunas líneas. Porque ésa es una
salvedad que cabe hacer prontamente: una carta es todo lo que un correo
electrónico jamás podrá ser, por rápido y eficiente que resulte. No se trata
sólo de que, por ejemplo, una esquelita personal no necesita ser titulada, sino
de algo más básico y fundamental: es la materialidad del papel, la inquietud de
reconocer en el remitente la letra de alguien que está lejos, el ruidito de la
hoja cuando se desdobla, alguna mancha de café sobre las letras, un perfume
(aunque no se trate de una carta perfumada), los gestos de la persona que
escribió desplegándose en el color de la tinta, eso es una carta. Claro que el
surgimiento del mail aseguró la continuidad de algunos contactos (porque, la
verdad, quién puede perpetuar la manía de dejar pendiente la cita con el correo
y decir que no mandó el mensaje por falta de tiempo), pero también puede
decirse que, de alguna manera, sacrificó el encanto del ritual en nombre de la
rapidez. Porque las cartas tuvieron más de una época dorada, siempre que más
que las palabras de una persona, podían ser la persona misma transformada en
papel. Las ventajas eran insuperables; que lo digan, si no, la princesa Margarita
de Inglaterra y sus afanes purificadores, que la llevaron a tirar a la chimenea
todas las cartas que la
Reina Madre había escrito en los últimos diez años de su vida
para que no trascendieran detalles de los escándalos palaciegos. A ver si hay
alguien capaz de romper su monitor sólo para descargarse.
Como la historia no concluye con las actuales
generaciones, seguramente dentro de unos años el correo electrónico también
pasará a ser cosa del pasado y más de uno lo recordará con nostalgia.