jueves, 29 de octubre de 2015

Discriminación a las mujeres


No resulta difícil encontrar múltiples casos de discriminación a las mujeres en el contexto de diversas sociedades machistas. Algunos de ellos provienen del pasado remoto, otros son más recientes y, a no dudarlo, lamentablemente también los hay en nuestros días.


En su libro “Historias de mujeres” (1995), Rosa Montero incluye la situación de Camille Claudel quien pasó recluida los últimos años de su vida y fue prácticamente ignorada en su calidad de mujer y artista.
 

(…) En el manicomio nadie conocía su profesión de escultora: allí era simplemente la hermana de Paul Claudel. O amante de uno o hermana de otro, pero nunca ella misma: ya digo que su destino fue desaparecer. La actual Enciclopedia Británica le da una foto y dos columnas de texto a Paul Claudel, pero a Camille, que viene justo encima, sólo le concede la siguiente línea: “(c. 1883-1898), amante y modelo de Rodin”. Adviértase que las fechas sólo abarcan el período que Camille pasó con Auguste, como si fuera de esa relación ella no hubiera existido.
 

Por cierto que es altamente recomendable ver la película acerca de su vida dirigida por Bruno Dumont y en la que la actriz Juliette Binoche interpreta en forma notable el papel de Camille.

 
La discriminación a la mujer también se hace presente a través de un falso sentido del humor; ejemplo de ello es una nota publicada por Selecciones del Reader’s Digest en febrero de 1963.
 
“¿Habrá mujeres astronautas?” le preguntaron a Rober Gilruth, jefe del proyecto de exploración tripulada del espacio, de los Estados Unidos. Después de pensar un rato, éste repuso:
“Por el momento no hay planes de emplear mujeres en los vuelos del programa sideral. Sin embargo, en la lista de abastos y provisiones para el descenso de una tripulación en la Luna, existe un margen de 55 kilos para equipo de recreo”.
 
 
Aun cuando en el presente existen muchas mujeres que son artistas y astronautas distinguidas, la lucha por los derechos de las mujeres está muy lejos de haber concluido.

martes, 27 de octubre de 2015

Los diversos tonos del idioma


No son pocos los españoles que al arribar a México descubrieron una forma de hablar muy diferente en su propia lengua. Es así que conocieron palabras nuevas, otras modificadas, también aquellas que siendo las mismas cambian radicalmente su significado. Hubo quienes en ello apreciaron la diversidad y también los que descalificaron aquello que consideraron la profanación del idioma. Son muchos quienes dejaron constancia de sus impresiones al respecto.
 
En el caso de José Moreno Villa se vio gratamente sorprendido por el tono tan diferente en que escuchó hablar castilla y ello lo dejó plasmado en sus notas.
Son las palabras españolas, mías, las que llegan a mis oídos, pero con qué otro son. No suenan lo mismo.
Este pequeño misterio sobre el que todo el mundo pasa, considerándolo sin importancia, es lo que más me detiene. Me paro a ver si es el tono o el ritmo al hablar, o las dos cosas. ¡Qué maravilla! Pero si es ahí, en eso, donde está lo más hondo del alma humana.
 
Moreno Villa explica que esa sonoridad, cadencia y ritmo tan distinto, se debe a las dificultades que debieron vencer los mexicanos que hablando sus propias lenguas debieron aprender otro idioma.
Se le nota... la dificultad que tiene que vencer. Y, en vencerla, emplea tiempo; y por esto es lenta su expresión, lenta, melosa y recalcada.
En la emisión de un pues sí o un qué bueno o cómo no está toda el alma mexicana. El tono con que se dicen tales palabras es capaz de desarmar y enternecer. Un español no puede dar esa nota de dulzura y de honda bondad humilde. Nosotros somos más secos, más duros y más orgullosos.
 
Asimismo pone énfasis en que los sonidos predominantes en el idioma de origen dejan su huella al momento de pronunciarse en otra lengua.
Yo desconozco la lengua primitiva mexicana (las lenguas), y por consiguiente no puedo señalar qué letras eran las dominantes y qué sonidos existían en ella o ellas. Pero es lógico que la s mexicana se pueda explicar. Si el chino, al hablar castellano, convierte la r en l es porque su lengua no le habituó a aquel sonido. Y si el mexicano a su vez pronuncia la tl como no podemos pronunciarla los españoles, ello indica que tiene facultades fonéticas propias y que ellas pueden o deben originar perturbaciones en la pronunciación normal hispana.
 
Concluye José Moreno Villa haciendo un análisis del tono con que se habla en México. “En el tono acusan los mexicanos, por lo pronto, su bondad, y acaso un velado sentimiento de lejana servidumbre; y en el ritmo, tan lento, la dificultad de una lengua que no es la vernácula.”

jueves, 22 de octubre de 2015

Ahorro de palabras


En estos tiempos de consumismo no es fácil practicar el ahorro en ninguna de sus variantes. Y en contra de lo que podría suponerse, el derroche de palabras suele tener un alto costo que, con frecuencia, da origen a pleonasmos a los que Alex Grijelmo define de la siguiente manera: “La redundancia de significado no relevante (es decir, con palabras prescindibles) se denomina ‘pleonasmo’, vocablo procedente del griego pleonasmós (‘sobreabundancia’ o ‘exageración’).”

Para no incurrir en el error de considerar que siempre son negativos, aclara Grijelmo: “Como sucede con el colesterol y con las amistades, hay pleonasmos buenos y pleonasmos poco recomendables. Los buenos añaden expresividad, ironía… algo: ‘Cállate la boca’, por ejemplo.” Pero los más frecuentes son malos, aquellos que sin agregar nada pueden volver confuso lo que se expresa; según Grijelmo de este tipo son los que abundan tanto en la política como en el periodismo, ámbitos en los que muy a menudo las palabras pierden su significado.

Y queríamos llegar hasta aquí para preguntarnos si la abundancia de pleonasmos no implicará que algunas personas están dejando de creer en la fuerza de muchas palabras y en sus significados redondos; y si eso explicará tal vez el desmedido uso del adverbio “absolutamente” entre quienes hablan en público: estamos absolutamente felices, absolutamente decididos, absolutamente seguros. Quienes se expresan así imaginan acaso fisuras en las palabras más sólidas; o quizás esos vocablos se les han desgastado por su desempeño falso y artificial. Un político que dice “vamos a resolver este difícil reto” está dejando de creer en la palabra “reto”, de tanto manosearla.

Así como hay cazadores de erratas (a los que hemos aludido en otra oportunidad http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2013/12/cazadores-de-erratas.html), también los hay de pleonasmos. Sin que se trate de una enumeración exhaustiva, aquí presentamos algunos:
salió volando por los aires
lo vi con mis propios ojos
casco protector
lo he pintado con mis propias manos
asolearse en el sol
¡salga afuera!
se lo vuelvo a repetir
brinca hacia arriba
lo que no puede ser, no puede ser y además, es imposible
hecho real
asómate al exterior
pensó para sí
cita previa
planes de futuro
bajar abajo
obsequio gratuito
subir arriba
erario público
avanzar hacia delante
polos opuestos
mi propia opinión personal
buena ortografía
¡oríllese a la orilla!
lo oí con mis propios oídos
protagonista principal
el estadio estaba completamente abarrotado
es totalmente gratis
vio un falso espejismo
se aprobó con la unanimidad de todos

Los hay que son verdaderas joyas, como el que encontró Alex Grijelmo en un diario madrileño: “Ayer por la mañana se practicó la autopsia al cadáver del fallecido”. Ante este despropósito Grijelmo no desperdició la oportunidad de ironizar: “Realmente nos dejaba ya muy tranquilos saber por esa frase que las autopsias se les practican a los cadáveres, pero todavía nos quedamos más a gusto cuando supimos que esos cadáveres están muertos.” Otra de estas perlas Grijelmo la oyó en una radio en la que, al dar la noticia del encarcelamiento de cierto personaje público, agregaron “le tomaron las huellas dactilares de los dedos de sus manos”. Aquí tampoco perdería la oportunidad de replicar con sarcasmo: “lo cual da a entender que a veces las huellas dactilares se toman de algún otro lugar del cuerpo”.

Ahora bien, ¿existen tratamientos para prevenir pleonasmos? El mismo Grijelmo recomienda tomar en cuenta la máxima de relevancia.

El genio del idioma no quiere que se diga con dos palabras (o más) lo que se expresa a la perfección con una. Y eso encuentra una explicación en la máxima de relevancia que definió el filósofo de la lengua inglés Paul Herbert Grice (1913-1988).
La máxima de relevancia constituye una de las reglas de cualquier conversación en la que dos interlocutores intentan entenderse. Y consiste en que todo lo que cuentan ha de ser relevante (adecuado, pertinente) para la idea que desean transmitir. Lo superfluo queda eliminado antes de pronunciarse, y así se añade significado a la individualidad de cada término. Si una palabra está presente, será por algo: tendrá un sentido propio, igual que las demás.

Fácil de decir, difícil de practicar.

martes, 20 de octubre de 2015

Los chinos de Mexicali


Es posible que sea un poco exagerado afirmar que la mejor comida china del mundo se come en Mexicali. Lo cierto es que a la hora de enumerar las virtudes de esa ciudad, este argumento es uno de los que encabeza la lista.

Respecto a la numerosa comunidad china que allí habita, se comentan sucesos que se encuentran en la frontera que va de lo verídico al mito. La opinión generalizada es que en realidad nunca se sabrá cuántos son, porque cuando uno de ellos muere sus documentos adulterados pasan a otro (lo que se vería facilitado por el hecho de que para las autoridades migratorias es casi imposible diferenciar entre sí a los diversos miembros de esa colectividad). Así las cosas, la población china en Mexicali estaría muy cerca de hacer posible el viejo anhelo de alcanzar la eternidad. En relación a ello, Antonio Acevedo Escobedo afirma que Martín Gómez Palacio llamó la atención “sobre el hecho de que la muerte de los chinos residentes en México es más misteriosa que su vida, pues una vez fallecidos nadie sabe a dónde van a parar sus huesos”.

Su ocupación principal consiste en ser propietarios o empleados de los muchos restaurantes de comida china que abundan en la ciudad. Como es de suponer, la situación de los chinos en el norte del país (Mexicali, Tijuana) ha intrigado a estudiosos y escritores, entre los que se encuentra Juan Villoro quien buscó información de primera mano con su colega Daniel Sada.
 
—¿Sabes qué cultura une a México y Estados Unidos? —Daniel entrecerró los ojos, como un pícher en el montículo, y lanzó la respuesta—: La comida china.
Mexicali se fundó en una depresión en el desierto, bajo el nivel del mar. Ahí los chinos fueron bienvenidos porque el terreno se consideraba inhabitable. Con el sigilo de una tribu que generalmente vive en las cocinas, se extendieron por toda la frontera. Las noches de Mexamérica son iluminadas por ideogramas de neón. En Tijuana hay casi 300 restoranes chinos y un consulado lleva los documentos de esos ciudadanos abundantes e invisibles que preparan tantas comidas.
Si la escena de Pulp Fiction donde un criminal asalta una cafetería al grito de “¡Saquen a los mexicanos de la cocina!” ocurriera unos kilómetros más al sur, habría que gritar: “¡saquen a los chinos!” (lo cual permitiría verlos por primera vez).
Luis Humberto Crosthwaite me llevó a espléndidos restoranes de comida autóctona, es decir, china. Como él vive en Tijuana desde su nacimiento, en 1962, conoce a varios miembros de la nación que se esconde entre el vapor de sus peroles.
El gusto de los chinos por el secreto los ha llevado a abrir merenderos clandestinos, a los que el cliente llega como invitado a una casa. Luis Humberto me hizo probar camarones confitados con coco y otros prodigios tijuanenses que seguramente Marco Polo degustó junto a la Gran Muralla, pero no me consideró digno de pertenecer a la cofradía de quienes se esconden para comer pato laqueado. Sólo pertenece a la sociedad quien ha visto determinado número de chinos. La cifra exacta es un enigma. Sólo sé que aún no soy digno de ella.

Existe respeto recíproco en el trato con los mexicanos pero no hay mayor integración. Los chinos suelen casarse entre sí y por lo general no comparten su tiempo de esparcimiento (en caso que lo tengan) con el resto de la población. Las escasas denuncias que presentan ante las autoridades locales han originado sospechas en cuanto a que se rigen con sus propias normas. Se ha llegado a mencionar la existencia de un código propio de la mafia en que la traición se paga con la vida, según lo decida el grupo de “padrinos” conformado por quienes manejan el negocio de la inmigración de sus paisanos (que llegan a Mexicali siendo muy jóvenes, casi niños). El trabajo en los restaurantes sería en régimen de casi esclavitud: jornadas extensas; sueldos mínimos (cuando no rige el acuerdo de trabajar a cambio de techo y comida); condiciones de vida paupérrimas; etc. En este contexto de rumores se dice que el patrón chino haría un pequeño guardadito mes a mes, que corresponde a una especie de fondo de retiro de cada trabajador y que deberá entregar al paso del tiempo. Con ese dinero algunos chinos que llegados a Mexicali años antes, ahora emprenden viaje -en condición de ilegales- cruzando la frontera e internándose en Estados Unidos.

Como no es visible el lugar donde viven, se supone que muchos lo hacen en los mismos restaurantes. También se comenta la existencia de “chineras” o “chinescas”: lúgubres espacios situados bajo la ciudad en que habitarían en condiciones muy precarias. Hay quienes afirman que hace muchos años en estas improvisadas viviendas hubo un gran incendio, lo que originó que sus ocupantes salieran huyendo por los subsuelos del centro de la ciudad. Esas mismas fuentes añaden que aquello fue una tragedia en la que murieron muchas personas y de la que nunca se sabrá sus verdaderas dimensiones.

La historia de las chinescas puede que tenga que ver también con el tema del narco; ello se pone de manifiesto en una crónica reciente (julio 2015) de Diego Enrique Osorno en la que describe las pláticas que tuvo con algunos policías federales con los que coincidió en un restaurante de la ciudad de Oaxaca.
Mientras esperamos turno para probar nuestros alimentos, me gusta preguntarles si leen novelas negras de Élmer Mendoza o de Paco Ignacio Taibo II, o bien si ven series policiales como True Detective o The Killing. Ninguno de los que han platicado conmigo conoce a los detectives Mendieta, Belascoarán, Cohle o Holder; en cambio yo no he visto ni The Shield ni El Señor de los Cielos, las series que todos ellos siempre recomiendan. También hablamos sobre otras cosas, por ejemplo, aquello que les ha tocado ver en sus distintas misiones a lo largo del país.
Con uno de estos uniformados platicaba en la semana acerca de una histórica zona de Mexicali creada por inmigrantes chinos conocida como La Chinesca, donde hay una serie de túneles y pasadizos subterráneos que intercomunican diversas edificaciones locales, y que incluso en algún momento llegaron a extenderse hasta la vecina ciudad de Calexico, en Estados Unidos. La primera vez que oí de este sitio fue en 2008, cuando investigaba en Culiacán para mi libro El cártel de Sinaloa (Grijalbo, 2009). Un veterano operador de la organización, quien había trabajado pujantemente durante el reinado de Miguel Félix Gallardo, me contó que la primera responsabilidad importante que tuvo Joaquín Guzmán Loera “El Chapo” fue la de pasar marihuana y cocaína a California a través de Mexicali en los años ochenta. De acuerdo con aquel informante, El Chapo reactivó los viejos túneles de La Chinesca y se volvió así uno de los traficantes más eficientes de esos años. Algunos hablaban de que El Chapo había trabajado con inusual paciencia hasta crear una auténtica ciudad mafiosa debajo de Mexicali.
Este relato sobre La Chinesca y el genio topográfico de quien luego se volvió uno de los mayores capos de la droga en el mundo, siempre me pareció fascinante y muy cinematográfico. Hace unos meses conversaba también al respecto con Craig Borten, guionista de Dallas Buyers Club, quien está escribiendo uno de los muchos guiones que Hollywood prepara sobre la estrambótica vida de El Chapo.
En lo personal me limito a señalar que aún cuando no he viajado tanto como para juzgar si la comida china de Mexicali es la mejor del mundo, sí puedo dar testimonio de que es sumamente recomendable.

jueves, 15 de octubre de 2015

Arqueología bibliográfica


Todos los que somos compradores habituales de libros usados hemos encontrado dentro de ellos diversos vestigios de sus antiguos propietarios. Hay quienes han compartido sus encuentros y entre ellos encontramos a Barbara Hodgson.

Durante años he conservado los artículos que he encontrado dentro de los libros: flores secas, menús, recortes de periódico, fotos, tarjetas de visita, dibujos, recetas y páginas de otros libros. Me hacen pensar en las cosas que sin darme cuenta yo misma he utilizado como puntos de lectura: recibos, fichas de préstamo de bibliotecas, tarjetas de felicitación y notas. Cuando releo un libro que no había sacado del estante durante una o dos décadas y encuentro entre sus páginas un antiguo abono de autobús, por ejemplo, pienso en lo rápido que cambian las cosas y en lo impersonales que se han vuelto la mayoría de ellas. Los recibos actuales son todos iguales, y el texto impreso pierde el color en muy poco tiempo; las notas ya no son misivas escritas a mano, sino páginas impresas en láser; ¿y cuándo fue la última vez que alguien dedicó tiempo a arrancar una flor y prensarla entre las páginas de un libro?

No es el único testimonio a este respecto. Angélica Jiménez Robles también da cuenta de sus hallazgos

(…) entre sus páginas se pueden encontrar tesoros invaluables, tengo libros donde he encontrado desde el clásico boleto del camión, del trolebús, hasta la carta de amor, la dedicatoria, algunas de ellas muy pasionales, un examen con cinco y en uno encontré un billete de $100.00, el vendedor me lo había dado en $40.00. Es una maravilla lo que puede encontrarse en ellos.

Por mi parte reconozco que tengo mi colección particular y en algún momento pensé que debería organizar una exposición a partir de ello. Pero, como en tantos otros casos me sucede, ya me habían ganado la idea. En una nota de prensa de enero de 2013, leo:

¿Quién no encontró alguna vez entre las páginas de algún viejo libro, un trébol de cuatro hojas o un boleto capicúa? Cápsulas del tiempo: objetos encontrados en los libros, así se titula la exposición montada en la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid. ¿Qué se expone? Una gran variedad de objetos descubiertos entre las páginas de los libros, pequeños tesoros hallados en el proceso de catalogación de los fondos históricos. Telegramas, correspondencia, señaladores, poemas y anotaciones, flores secas, invitaciones y tarjetas de visita, naipes, estampas, dibujos y grabados científicos, recibos de pago, billetes de tranvía, incluso balas y metralla (de los volúmenes que viajaron a las trincheras).

En otro orden de cosas, pero dentro del mismo rubro, hay libros usados en que sus posibles lectores (en atención a la obviedad de que usados no siempre quiere decir leídos) no dejaron marca alguna de las experiencias vividas al ir avanzando en la consulta de la obra. Estos libros viejos, en algún sentido son nuevos. Pero también hay lectores que subrayaron, marcaron círculos, discutieron, se enojaron, agregaron signos de admiración y de interrogación, utilizaron marcadores de colores para dejar constancia de acuerdos y discordias, pegaron papeles, etc. En algunos casos la intervención del lector o lectores previos, ha sido tan nutrida que invita a jugarle al analista e interpretar la vida del colega de afición.

En ello también tengo mi colección particular integrada por algunos libros que podrían ser verdaderas piezas de museo y en algún momento pensé que podría hacer una exposición con ellos. Pero en esto, también me ganaron. En un artículo firmado por María Luján Picabea publicado en el diario Clarín (Argentina) el 4 de julio de 2014, leo la reseña de una exposición que tuvo el acertado nombre de Las huellas de la lectura.

Existe una captura de las páginas 338 y 339 de la novela Finnegans Wake, de James Joyce, que perteneció a Susan Sontag. Es una obra tan increíble que, como apuntó un colega, “dan ganas de colgarla en el living de la casa” para tenerla cerca y poder perderse en los detalles. Y es que en esas páginas se percibe la vehemencia con la que Sontag leía. Uno acaso siente que puede asomarse por encima de su hombro y escuchar sus pensamientos. Bastante más modestas son buena parte de las intervenciones de libros que Esteban Feune de Colombi registró para su proyecto y muestra Leídos –en exhibición en la Biblioteca Nacional–, pero es cierto que hay algunas fotografías que provocan un efecto semejante al de las páginas del ejemplar de Finnegans Wake de Sontag.
Feune de Colombi cuenta que el germen de esta muestra, para la que reunió a 99 escritores contemporáneos, lo asaltó al heredar un ejemplar de las Obras Completas de Oliverio Girondo que había pertenecido a su abuelo materno –a quien no llegó a conocer–, y en él habían quedado las huellas de su lectura. Dice que en el intento por resguardarlas, fotografió el ejemplar y eso le hizo querer más. Así que salió, cámara en mano, y visitó a un escritor detrás de otros, así hasta llegar a 99. A todos les pidió que le abrieran algún libro y le mostraran las marcas que su andadura lectora había dejado. Así, por ejemplo, María Moreno abre El factor Borges, de Alan Pauls, en el que escribió, en las páginas en blanco del final, un relato completo en imprenta mayúscula. El poeta Hugo Mujica, por su parte, muestra Nietzsche. Biografía de su pensamiento, de Rüdiger Safranski, en cuyas páginas se ven subrayados de distintos colores, marcas y resaltados.
Notas al margen con lápiz, palabras encerradas con círculos, llamadas con birome, son algunas de las marcas que Alan Pauls ha dejado sobre su ejemplar de Nombre Falso, de Ricardo Piglia, y Beatriz Sarlo muestra las tarjetas amarillas con notas intercaladas en la edición de 1983, de Autobiografía II, el imperio insular, de Victoria Ocampo. Por las páginas de Instrucción del estanciero, de José Hernández, es claro el paso de David Viñas, la fruición con que ha masticado cada palabra. Así lo indican notas, rayas, flechas y papelitos que el ejemplar, ofrecido a Feune de Colombi por María Moreno, a modo de testimonio. Vaya, pase por la Biblioteca y no se prive de espiar esas lecturas.

Así las cosas he renunciado a todo afán de originalidad pero no descarto incluir en artículos próximos algunas muestras de libros en que lectores anónimos dejaron mensajes (en dedicatorias o notas al margen del texto) que merecen difundirse. Quedan avisados.

martes, 13 de octubre de 2015

La Bolita


Es un secreto a voces que en diversas ciudades está instalada La Bolita, un juego clandestino que mueve mucho dinero. Existen múltiples versiones en relación a su origen y de cómo llegó a México; una de ellas es la de Ramón Llarena y del Rosario.


Al darse en Cuba el Grito de Vara, el gobernador Capitán General, descubrió a los inodados y los invitó a abandonar la isla en el primer vapor que pasara. El que llegó a La Habana, venía de Europa y tenía como destino Veracruz, que ha sido históricamente hablando la ciudad hermana de La Habana, que conforma el triángulo con Mérida a través de Progreso, Yuc., por lo que los subieron en él. Veracruz se enriqueció con grandes educadores, pensadores y mucha gente de bien, pero también vinieron algunos miembros de la mafia de la época para lo cual desde siempre se ha pintado sola La Habana. Trajeron La Bolita que es una ancestral lotería clandestina sumamente popular (...) 
Los tomadores de bolita o agentes saben y conocen a la perfección el nombre, domicilio y datos de cada uno de sus clientes. Por ello, el afortunado no tiene que presentarse a cobrar sino que La Bolita lo localiza y le paga sin discusión. Por supuesto, no hay pago de impuestos. Jamás ha dejado de entregar un premio. En una ocasión, compré en Mérida y me pagaron un premio respetable en la ciudad de México. Así de serios, formales y cumplidos son. Se trata de la lotería del honor.
Pues bien, en el último tercio del siglo XIX, La Bolita sentó sus reales en el puerto de Veracruz, donde tuvo fastuosas oficinas en la calle Principal o Independencia, siendo el inmueble de madera, acorde a la época, con dos pisos y los años comenzaron a transcurrir. Pero en 1914 se amarró la pelea de box del siglo por el cinturón de los pesos completos. Los dos eran norteamericanos. El gran favorito era el negro Johnson que combatiría contra Willard (también negro) y el encuentro llamó la atención a nivel internacional. La función, elegantísima por cierto, se efectuó en el Hipódromo de La Habana. Sobran películas, testimonios y fotografías. Nada más que todo el continente le había apostado a Johnson, quien materialmente se tiró y vendió la pelea, provocando la furia continental. Por cierto, como aportación idiomática este hecho revivió la voz negra “tongo” que significa, fraude, engaño, estafa o mentira.
En Veracruz, el populacho se enojó y le prendió fuego a la residencia de La Bolita, que había tomado fortunas en apuestas. Nada más que como la casona era de madera, el fuego se contagió quemando las casas vecinas propiedad de distinguidas familias. Total. La Bolita fue obligada a abandonar Veracruz y de inmediato fue calurosamente recibida en Mérida, Yucatán, donde hasta la fecha se encuentra.


Pero no se crea que su clandestinidad conduce a la falta de cumplimiento en sus compromisos; todo lo contrario, dado que en ello reside su éxito. Carlos Castillo Peraza describe cómo funciona esta institución que adquiriera especial relevancia en tierras yucatecas.

Lo único evidente es que la bolita existe, funciona, genera miles de empleos, distribuye fortunas, paga rigurosamente los premios que ofrece y respeta los tratos bajo el claro, distinto e irrebatible principio de que negocio chueco tiene que ser derecho.
En efecto, nadie en su sano juicio compraría números de una rifa cuyos organizadores demostraran carecer de palabra, especialmente si contra el eventual incumplimiento no hubiese –como de hecho no hay ni puede haber en el caso de la bolita- defensa, garantía o protección legal de tipo alguno. Los meridanos en particular y los yucatecos en general, sin escollo de sangre, raza o religión, han extendido los territorios boliteros a Campeche, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz, Chiapas y Belice. La bolita es, una vez más, el universo de la ley que ha de ser respetada sin mezcla, intervención ni injerencia de autoridad alguna, con única base en la palabra que se dan y se toman los apalabrados. En cosas de bolita no hay juez, ni policía, ni árbitro que valga. La norma es sencilla, transparente y universal, conocida de todos y respetada por ricos y pobres: si el cliente gana, la casa paga. (...)
La bolita opera sin ostentación pero no camina por catacumbas. El vendedor se aproxima libreta en mano; pregunta al presunto cliente a qué números quiere apostar y cuánto; apunta, cobra y se va. A los habituados, llega a darles crédito e incluso a apuntarlos en ausencia. Las cifras premiadas las aporta, con su sorteo inmediato ulterior al trato, la Lotería Nacional. Son en consecuencia públicas e indiscutibles, conocidas e infalsificables.
Cerradas las ventas, el agente acude antes de la hora del sorteo oficial a su banco de bolita, rinde cuentas e informe y cobra su parte. Si alguno de sus apuntados resulta agraciado, él mismo le lleva el dinero al café donde comenzó el ciclo o al domicilio del afortunado. Seguramente recibirá una generosa propina del ganador. Sencillo, bien organizado, el negocio da para que viva el apuntador, es suficiente para que todos los premios se paguen y rinde ganancias más que generosas a los arriesgados banqueros. La vox populi asegura que, entre éstos, rige un sistema verbal pero eficiente de reaseguros para salvarse en caso de que algún número resulte, como ellos mismos dicen, “muy cargado”, ya que en esta lotería sin billetes ni publicidad el mismo guarismo puede ser vendido tantas veces como sea demandado.
Alguna vez, un bisoño y pretencioso gerente de la sucursal Mérida de la Lotería Nacional –torero y político fracasado en diferentes épocas de su vida- llegó a la oficina anunciando sin pudor que golpearía a la bolita. La carcajada de los meridanos fue mayúscula. La ciudad quiso entender que sólo podría tratarse de un fanático del ping-pong o de un aficionado al golf. Y es que en una región castigada por decenios en su economía, la bolita crea probablemente más puestos de trabajo que todos los programas gubernamentales sumados, y que todas las empresas legalmente establecidas juntas.

En el entorno de La Bolita han surgido historias, rumores, mitos, leyendas; tarea difícil la de discernir realidad y fantasía. A ello se refiere Castillo Peraza.


Mitos nacen, crecen, se reproducen y mueren. Por períodos sexenales, trienales o incluso menores, se habla de lotes enteros de carros patrulla donados a la policía, de igualas para todo rango de funcionarios, de donativos generosos para obras sociales, de aportaciones magnánimas para tareas apostólicas, de colaboraciones discretas para campañas políticas, de inversiones nuevas, de empresas emergentes (...) Lo que no se puede comprobar tampoco se puede perseguir; lo que nadie denuncia como ilegal, inmoral o perjudicial, no habrá autoridad que quiera –no digamos que pueda- erradicarlo. Además, a ningún yucateco detenido por delitos contra la salud ha podido jamás relacionársele y menos identificársele con quienes tienen fama pública de boliteros. Tanto los padrinos viejos de este juego como los jóvenes, saben que tocar el universo comercial de la droga equivaldría a perder la complicidad social, es decir, a morir. Y Mérida es una comunidad de sibaritas, mucho más que suicidas. Cuando uno sabe que algún tío, primo, amigo, compadre o hermano vende bolita, no pregunta nunca dónde, cómo ni por qué. Decidir convertirse en bolitero es como escoger religión; un acto libérrimo, personal, por el que lo peor que se hace es dañar al fisco. Y el fisco fue y será el adversario principal y común. Uno puede estar cierto de que vender o comprar bolita es inmoral: entonces no apunta ni se apunta. Tampoco se obliga a nadie a hacer alguna de esas dos cosas. Ni siquiera se le sugiere ni invita a participar en el deporte si muestra con claridad que no está de acuerdo. No se castiga al que se sale del negocio. Nadie sale disgustado de la empresa. Sólo el que engaña a su cliente o a su banco corre riesgos. Hasta donde se sabe, el único peligro es que tal falta se pene con la inclusión del pecador en una lista negra de quienes no podrán vender nunca más. Los dueños de la empresa se cuidan de pagar a los clientes defraudados por malos vendedores, para que permanezca inmortal su gallina de los huevos de oro.

La cuestión de por qué quienes deberían erradicar esta práctica clandestina no han podido desarticularla, es tema recurrente y ello ha sido analizado –entre otros- por Pablo César Carrillo.


El juego clandestino está perfectamente ubicado por la Secretaría de Gobernación, pero extrañamente no lo han regulado. Un ex director de Juegos y Sorteos de la Lotería Nacional, quien pidió no publicar su nombre, afirmó que el gobierno de Fox los quería “cerrar” desde hace tres años, pero llegó una “orden de arriba” de no molestar a La Bolita. (...)
Un político del más alto nivel de Yucatán aseguró que los dueños de La Bolita han tenido relación cercana con los gobernadores en turno y los partidos políticos. “De hecho, ellos le meten dinero a las campañas del PAN y del PRI, y los dueños son respetados porque son buenas personas, no son mafiosos, sino empresarios que dan mucho empleo e invierten sus ganancias en Yucatán”, aseguró un diputado del PRI (...)


Así las cosas, todo parece indicar que La Bolita goza de buena salud en un régimen de libertad vigilada.

jueves, 8 de octubre de 2015

Resistencias al cambio: el caso del ferrocarril


Uno de los ejemplos clásicos en relación a las objeciones que generan las innovaciones, es del ferrocarril. Entre quienes lo abordaron, encontramos nada menos que a Walter Benjamin quien dedicó a este tema uno de los programas de radio, dirigidos a adolescentes, que condujo en emisoras de Frankfurt y Berlín entre los años 1927 y 1933 (Walter Benjamin. Juicio a las brujas y otras catástrofes. Crónicas de radio para jóvenes, trad. Ariel Magnus. Buenos Aires, Interzona-Hueders, 2014).

Veamos lo que afirma Benjamin en cuanto a las reacciones suscitadas por la inauguración de las primeras líneas ferroviarias.

En 1825 se inauguró la primera línea de ferrocarril, y aún hoy se puede ver la “Locomotora Número 1” en una de sus estaciones terminales. Si alguna vez pasan por ahí, seguro que les parecerá una aplanadora a vapor para alisar calles antes que una verdadera locomotora. En el continente europeo se construyeron al principio trayectos muy cortos, que se podrían haber recorrido con el coche de correos e incluso a pie. En general se veía todo esto más bien como una curiosidad. Y cuando se consultó sobre el ferrocarril de Núremberg a los profesores de medicina de la Universidad de Erlangen, estos dijeron que no había que permitir su instalación bajo ningún concepto, pues el rápido movimiento produciría enfermedades mentales en los pasajeros. Más aún: sólo el hecho de mirar esos trenes de paso veloz podía provocar desmayos. Como mínimo había que colocar tabiques de madera de tres metros de altura a ambos lados de la vía. Cuando se inauguró el segundo ferrocarril alemán, que iba de Leipzig a Dresde, un molinero presentó una denuncia judicial porque el tren le interceptaba el viento. Y cuando el recorrido exigió la construcción de un túnel, los médicos volvieron a dar un dictamen negativo, alegando que la gente mayor podía sufrir un paro cardíaco por el repentino cambio de presión.

Pero los reparos no sólo tenían que ver con aspectos relacionados con la salud de las personas sino también con lo que hace al propio concepto de viajar. En cuanto a ello, añade Benjamin

Para saber lo que pensaba la gente sobre el ferrocarril en los primeros tiempos, nada mejor que lo que decía sobre los viajes en tren un sabio inglés que no tenía un pelo de tonto: para él, eso ya no tenía nada que ver con viajar, sino que simplemente era ser enviado de un lugar a otro, como si uno fuera un paquete.

No es difícil imaginar lo que diría hoy aquel sabio inglés al que -sin precisar su nombre- cita Walter Benjamin en relación al tren bala…

martes, 6 de octubre de 2015

El brazo del general Álvaro Obregón


Los diferentes combates que tuvieron lugar durante la Revolución Mexicana dejaron un elevado número de muertos así como de mutilados de guerra. Las extremidades perdidas por personajes históricos de relevancia, han sido centro de atención pero ninguna alcanzó la connotación que tuvo el brazo del general Álvaro Obregón.


Enrique Krauze, recurriendo al propio testimonio de Obregón, refiere las circunstancias en que se produjo aquel incidente y de la manera en que un hecho azaroso impidió que pusiera fin a su vida.


A principios de junio  [1915], Obregón acampa en la hacienda de Santa Ana del Conde, en Guanajuato. Sin medir los riesgos y acompañado por el general Francisco Serrano, el coronel Piña, los tenientes coroneles Jesús M. Garza y Aarón Sáenz y los capitanes Ríos y Valdés, se dirige a las trincheras del frente. Una lluvia de granadas cae sobre ellos y una sorpresa aún más dolorosa… y esperada:

“Faltaban unos veinticinco metros para llegar a las trincheras, cuando, en los momentos en que atravesábamos un pequeño patio situado entre ellas y el casco de la hacienda, sentimos entre nosotros la súbita explosión de una granada, que a todos nos derribó por tierra. Antes de darme exacta cuenta de lo ocurrido, me incorporé, y entonces pude ver que me faltaba el brazo derecho, y sentía dolores agudísimos en el costado, lo que me hacía suponerlo desgarrado también por la metralla. El desangramiento eran tan abundante que tuve desde luego la seguridad de que prolongar aquella situación en lo que a mí refería era completamente inútil, y con ello sólo conseguiría una agonía prolongada y angustiosa, dando a mis compañeros un espectáculo doloroso. Impulsado por tales consideraciones, tomé con la mano que me quedaba la pequeña pistola Savage que llevaba al cinto, y la disparé sobre mi sien izquierda pretendiendo consumar la obra que la metralla no había terminado; pero mi propósito se frustró, debido a que el arma no tenía tiro en la recámara, pues mi ayudante, el capitán Valdés, [la había vaciado] el día anterior, al limpiar aquella pistola. En aquel mismo momento, el teniente coronel Garza, que ya se había levantado y que conservaba la serenidad, se dio cuenta de la intención de mis esfuerzos, y corrió hacia mí, arrebatándome la pistola, en seguida de lo cual, con ayuda del coronel Piña y del capitán Valdés, me retiró de aquel sitio, que seguía siendo batido vigorosamente por la artillería villista, llevándome a recargarme contra una de las paredes del patio, donde a mis oficiales les pareció que quedaría menos expuesto al fuego de los cañones enemigos. En aquellos momentos llegó el teniente Cecilio López, proveedor del cuartel general, quien sacó de su mochila una venda, y con ella me ligaron el muñón”.

En suma, aquella mañana del 3 de junio de 1915 el general Obregón, saciado de valentía, presa del vértigo de la victoria y anegado, ahora sí, en su propia sangre, quiso poner fin a la fatuidad de vivir; no lo consiguió. El dedo índice disparó el gatillo, pero el azar le negó la bala.

Por su parte Pedro Salmerón Sanginés informa acerca de la atención médica que se le proporcionó al general Álvaro Obregón luego de que fuera gravemente herido.

Los oficiales angustiados, sacaron al general de la zona de peligro mientras uno de ellos, el coronel Aarón Sáenz, corría a toda velocidad en busca del doctor y coronel Jorge Blumm, jefe de los servicios médicos de la División Murguía, quien le aplicó al caudillo la primera curación. Después, ya en el Cuartel General, el médico personal de Obregón, doctor Enrique Osorno, lo sometió a una larga intervención quirúrgica. (...)
Amputado el brazo y contenida la hemorragia, el doctor Blumm, los enfermeros y los oficiales de Estado Mayor trasladaron al caudillo al Cuartel General, en Trinidad. (...)
En el “Carro 600” del ferrocarril, el doctor Osornio cauterizó la herida, cerró los vasos sanguíneos, combatió la infección y la fiebre y, horas después, informó a los cuatro jefes de división del ejército (Benjamín Hill, Francisco Murguía, Cesáreo Castro y Manuel M. Diéguez) que las siguientes 48 horas serían decisivas: si el caudillo las superaba, sobreviviría a la amputación, a la pérdida de sangre y a la fiebre que ya se había declarado. (...)
Esa es la historia de la mutilación del caudillo de Sonora, el mejor jefe militar de la historia de México y futuro presidente de la República, a quien debería llamársele “el manco de Santa Ana del Conde” y no, como suele hacerse, “el manco de Celaya”.

En relación a ese mismo acontecimiento, Justino N. Palomares añade otro hecho fortuito que allí se produjo. “Cuentan algunos que el general Obregón ordenó a un corneta que tocara retirada, y que el soldado equivocó el toque y ordenó avance. (...) El caso es que Villa supuso que al enemigo le habían llegado refuerzos y pertrechos de guerra y empezó a retirarse. Avanzaron los carrancistas ante el repliegue de los ‘dorados’ y los persiguieron casi hasta León, en un punto llamado ‘La Trinidad’, lugar en donde una granada destrozó el brazo derecho de Obregón.”

Una de las características que resaltaban en el general Obregón era su sentido del humor –del cual no escapaba la pérdida de su brazo- lo que ha dado lugar a un nutrido anecdotario. Según cuenta Jorge Mejía Prieto aún en plena recuperación el general tenía ánimo para la humorada.


Luego de la intervención quirúrgica de urgencia a la que fue sometido, convalecía en Lagos de Moreno, hasta donde llegó uno de sus oficiales, procedente de la ciudad de México, para informarse del estado de su jefe, quien a su vez le pidió noticias acerca de lo que se decía de él en la capital del país.
—En México, mi general, se cuentan chismes sobre su persona.
Receloso, don Álvaro preguntó:
—¿Qué clase de chismes?
—Bueno, se ha soltado el rumor de que ha quedado usted muy mal de la herida del brazo, y hasta dicen que le supura.
Obregón permaneció pensativo unos momentos, y luego replicó con ira:
—Supura... supura... ¡su pura madre, hijos de la chingada! ¡Todavía hay Álvaro Obregón para largo rato!
Y era verdad, pues viviría aún trece años de triunfos.


Enrique Krauze, por su parte, da cuenta de otra anécdota que caracteriza al personaje.


A Blasco Ibáñez, a quien [el general Álvaro Obregón] le concede una entrevista en 1919, le refirió esta anécdota:
“A usted le habrán dicho que soy algo ladrón. Sí, se lo habrán dicho indudablemente. Aquí todos somos un poco ladrones. Pero yo no tengo más que una mano, mientras que mis adversarios tienen dos... ¿Usted no sabe cómo encontraron la mano que me falta? Después de hacerme la primera cura, mis gentes se ocuparon en buscar el brazo por el suelo. Exploraron en todas direcciones, sin encontrar nada. ¿Dónde estaría mi mano con el brazo roto? ‘Yo la encontraré’, dijo uno de mis ayudantes, que me conoce bien; ‘ella vendrá sola. Tengo un medio seguro.’ Y sacándose del bolsillo un azteca... lo levantó sobre su cabeza. Inmediatamente salió del suelo una especie de pájaro de cinco alas. Era mi mano que, al sentir la vecindad de una moneda de oro, abandonaba su escondite para agarrarla con un impulso arrollador”.


En esto del ingenio también participaban –de acuerdo al relato de Octavio Aguilar de la Parra- algunos de sus colegas de armas.


Es muy conocido el agudo ingenio del general Álvaro Obregón, quien en múltiples ocasiones dio pruebas de eso al bromear con sus amigos y conocidos cuyos nervios hacía padecer.
Pero, también es cierto que entre esa vieja tropa de la Revolución hubo militares que andaban al tú por tú con el famoso manco de Celaya. Entre ellos, los generales Fausto Topete y Andalón. Al primero, por ser de vista corta, sus amigos le llamaban “el ciego” y al segundo, que había perdido un ojo, le apodaban “el tuerto”. Cierto día, estando de “vena”, ambos militares fueron a saludar a don Álvaro quien ya se había hecho cargo del poder Ejecutivo del país.
Pasaron la cédula de anuncio con el siguiente epigrama:

“El ciego Topete y el tuerto Andalón,
desean ver al manco Obregón.”

El caudillo sonorense rápidamente devolvió el papelito escribiendo al reverso lo siguiente:

“El ciego Topete y el tuerto Andalón,
se van al cabrón.
Sufragio Efectivo, No. Reelección.
El manco Obregón.”


Otra muestra de su humor, en este caso a dúo, la refiere Juan José Arreola. “Es sabido también que Obregón invitaba a [Ramón del] Valle-Inclán a las funciones principales del Teatro Nacional y ambos se prestaban mutuamente su única mano para aplaudir.”
                       
Pero tal para cual, el pueblo también le respondía haciendo bromas (o no tanto) sobre su condición de manco. Entre los muchos versos que circulaban a nivel popular, Octavio Aguilar de la Parra cita uno:
                   
Si con una sola mano
a tantos ha exterminado
con dos hubiera dejado
vacío el suelo mexicano.


El 17 de julio de 1928 el general Álvaro Obregón fue asesinado en el transcurso de un banquete que se celebraba en su honor en el restaurante La Bombilla, por el joven León Toral quien a su vez sería enjuiciado y fusilado. Un sector de la población censuró el asesino pero también hubo quienes en forma reservada lo consideraron como héroe. Jesús Gómez Fragoso narra un dato sorprendente.

(...) en julio de 1928, cuando José de León Toral tuvo éxito en liquidar a Obregón, fue visto como héroe por una gran parte de la población: las fotografías del Archivo Casasola muestran las multitudes que concurrieron a su sepelio. Se sabe que, después de fusilar a Toral, se ordenó que, antes de entregar el cadáver a la familia, se le desangrara para evitar que la gente mojara pañuelos con su sangre. En documento en mi poder, aunque de momento no lo tengo a la mano, consta que durante el velorio de Toral, en la madrugada que casi no había gente, un médico tapatío le extrajo el corazón y lo trajo a un altar de la Virgen de Guadalupe en un templo de Guadalajara. El documento tiene toda la apariencia de ser auténtico y las firmas originales de personas de reconocida veracidad. Hacia 1990 pregunté al párroco del templo en cuestión y no tenía la menor idea del hecho; pero creo que se trató de algo real.  


Mucho se especuló acerca de la autoría intelectual del crimen que fue atribuida a la Madre Conchita, quien en carta enviada desde la prisión de Islas Marías y publicada en El Nacional el 11 de enero de 1932 deslindaba su responsabilidad.


José de León Toral, en las pocas y cortas veces que me habló ya presos, me dijo siempre, que él era el único responsable del crimen de la Bombilla.
(...) un día, estando ya presa en la Inspección, aprovechando la primera ocasión, en uno de los primeros careos con José de León Toral, me dijo él, muy afligido, que le pidiera yo mucho a Dios a mí que me oía; que no fueran a coger al Padre Jiménez, porque él le había bendecido la pistola.
Después, en el mes de Agosto ya consignadas al Juez de San Ángel, me reunieron en un separo con la Sra. Ma. Luisa Peña Viuda de Altamirano, le conté los temores de Toral y ella me dijo que sí era cierto, que el Padre Jiménez bendijo la pistola diciéndome además que la pistola estuvo sobre el pequeño altar durante la Misa, en una casa particular, no me quiso decir cual casa. Me dijo también la Sra. Altamirano que la pistola se la habían regalado a Manuel Trejo, como premio, porque era un muchacho muy valiente, el préstamo de la pistola se efectuó en la casa de la Sra. Altamira en donde estaba escondido Manuel Trejo.
¿Ellos, los que oyeron la Misa, los que vieron todo aquello, sabían de qué se trataba?
Conste que ninguno de estos arreglos fue en mi casa. Los dos últimos días oyó Misa José de León Toral en mi casa, como una casualidad, como una ¿qué? ¿premeditación? En su librito de memorias pone mi nombre y las Misas que oyó en mi casa, todo lo demás no lo apuntó. (…)


En el mismo lugar en que tuvo lugar el asesinato del general Obregón se construyó un mausoleo a su memoria, obra que estuvo bajo la dirección de Ignacio Asúnsolo. Las inscripciones del monumento no son poca cosa. "Paladín de las instituciones (...) abatió el pretorianismo. Su genio militar lo elevó hasta las cimas que en la América nuestra sólo alcanzaron Morelos y Bolívar”. Su mano fue traída desde el lugar del combate a la ciudad de México en una dulcera de vidrio con formol. Entre la pérdida del miembro y su exhibición en el mausoleo, el itinerario fue un tanto accidentado. Tan es así que Carlos Martínez Assad relata que durante un tiempo el general Francisco R. Serrano la llevaba consigo incluso a los locales de moral dudosa a los que asistía con frecuencia.

Al paso del tiempo, en ese mausoleo -que llegó a tener un aspecto algo macabro- detrás de una ventanilla se exhibió un frasco en el que se veía aquella mano afectada por una palidez extrema. La placa alusiva rezaba: “perdido el brazo, acrecientas tu alma”. Herman Bellinghausen señala que la mano de Obregón “nos entrega el último chiste de nuestro Macbeth: flexionados sus dedos sobre la palma, afecta un ademán inequívoco que todos los mexicanos entendemos.” Asimismo, Guillermo Sheridan evoca recuerdos de su infancia y la impresión que le causaba tan peculiar monumento.

Amo los monumentos –estatuas, fuentes, palacios-, esos puntos y apartes en la caligrafía de las ciudades. De niño acicateaban mis fantasías; de grande, me vacían de sentimientos y me arrastran a la nostalgia.
El primero que señala una estela en el camino de mi memoria es el monumento a Obregón en San Ángel. Mi abuelo, que había sido enemigo acérrimo del soronense y que padeció destierro por su causa, solía llevarnos a tomar un helado a un sitio desde el cual se dominaba la torre gris. Adentro de esa torre gris estaba “La Mano”.
Nosotros sorbíamos la factura impecable de un banana split mientras el abuelo rumiaba su añejo rencor viendo con fijeza el monumento. A veces musitaba, con ácido siseo, viendo hacia la estructura:
-Sólo quedó tu mano, vendepatrias, mientras que yo todavía estoy aquí, comiéndome un sorbete.
Nosotros no sabíamos qué quería decir “vendepatrias” y le perdonábamos al viejo que le dijera así a los barquillos. Un par de veces nos llevó al interior del mausoleo. Pagaba la entrada y nos pastoreaba hasta la vitrina fatídica. Cuando llegábamos allí el rostro y la voz se le habían modificado a tal grado que costaba  trabajo reconocerlo.
-Ésa es la mano del bribón que trató de matar a su abuelo. No la olviden jamás, masticaba con aire clorhídrico.
Yo, en lo personal, no la he olvidado. A veces, después de un plato singularmente bueno de huanzontles, la rememoro hasta en los más ínfimos detalles. Parecía una orgía entre seis camarones pasados de peso en un jacuzzi pequeño. Por esos años estaba de moda una canción en la que se decía, hablando de una mujer muy bella: “Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar.” Y a mí me daba pena, pero cuando la escuchaba pensaba inmediatamente en “La Mano". Flotaba en una substancia lovecraftiana con un gesto que parecía echar de menos a la patria que condujo tanto tiempo o, quizá, al ombligo que habrá rascado con frecuencia en campaña.
De ahí me nació la idea de que adentro de todo monumento había una mano o algún otro segmento de la anatomía de un héroe. Creía, por ejemplo, que la recién inaugurada Torre Latinoamericana era un monumento y que, dadas sus dimensiones, adentro debía haber pedazos de, por lo menos, todo el Ejército Trigarante.
El de los Niños Héroes me inquietaba. Que pudiera haber niños que, además de niños, fueran héroes, se traducía como un llamado apremiante a mi propia, potencial, heroicidad. No fueron pocas las noches en las que me soñé, debidamente amputado, repartido en sendos monumentos por haber defendido al Cerro de la Silla hasta lo último de algún invasor, y por haberle dicho a la hora de rendirme (porque era un hecho que siempre se rendía uno):
-Estoy vencido, señor, pero aún no canto derrota.


Finalmente, señalan José Manuel Villalpando y Alejandro Rosas, “en 1989 los descendientes del sonorense decidieron que había llegado la hora de incinerarlo y el miembro finalmente fue consumido por el fuego”. Fabrizio Mejía Madrid presenta la crónica de ese acontecimiento.

“El domingo 16 de julio de 1989 será realizada la cremación del brazo que el general Obregón perdió en la batalla con la División del Norte, comandada por Francisco Villa en el encuentro de Celaya en 1910.”  Así, con la fecha equivocada de la batalla de Santa Ana del Conde, la oficina de prensa de la Secretaría de la Defensa Nacional daba a conocer el fin de la mano de Obregón. Pero salvo a un grupo de guerrilleros de biblioteca que querían imitar la desaparición de la espada de Bolívar en Colombia robando la mano del General, a nadie le importó que la hicieran cenizas. De haberlo intentado, los guerrilleros habrían tenido que llevar una segueta: desde la construcción del Monumento a Álvaro Obregón por Ignacio Asúnsolo en 1935, la llave de la jaula de formol que contenía la mano, estaba perdida, como extraviada está la respuesta del complot que asesinó a Obregón en 1928.
Pero, ¿a quién le importa? Aunque la construcción del Monumento haya significado también la ampliación de Insurgentes y el rebautizo de San Ángel como Villa Álvaro Obregón (...)
Supongo que el estado en que se encontraba la mano en 1989, después de setenta y cuatro años de amputada, movía más al asco, al extrañamiento, que a la veneración. No sé, nunca me interesó verla. Cincuenta años después de inaugurada, la enorme chimenea estalinista, que por orden de Aarón Sáenz albergara aquellos tejidos flotando en formol, era sitio de encuentro de sirvientas y choferes de taxis. Si simbolizaba la no-relección del presidente en México, el fin del caudillismo violento o el levantamiento del Partido Único sobre el cadáver del último de sus triunfantes hacendados, a las criadas perfumadas en domingo poco les importa. Sus hijos utilizan las rampas de la escalinata como resbaladilla y se remojan en el estanque como en piscina paraestatal, mientras ellas besan, en el pasto, a improbables albañiles engominados.

La síntesis final es de Alejandro Rosas: “Poco estético y bastante macabro, el antebrazo de Obregón presidió muchas ceremonias luctuosas de funcionarios y políticos que lo recordaban año tras año. En un acto de piedad y respeto, hace algunos años la familia decidió incinerarlo.”

jueves, 1 de octubre de 2015

El besamanos

Eran otros tiempos, cuando en ciertas ocasiones el poderoso accedía a que algunos escogidos pudieran tener el privilegio de saludarlo personalmente. Y claro que no era cuestión de andar de igualados por lo que dicho saludo se regía por una serie de normas estrictas. Nos referimos al famoso “besamanos”. El origen de este ritual de poder es antiguo y Paul Tabori le siguió el rastro.  
 
En la corte de Viena en 1731 todavía se combinaba la genuflexión y el besamanos, como lo explica Johann B. Küchelbecher en su Allerneueste Nachricht vom Römisch-Kayserl. Hofe (Hanover, 1730):
 
El más señalado favor que el plebeyo puede recibir es que se le permita besar la mano de su Majestad Imperial. Ocurre del siguiente modo: quien solicita este supremo favor debe presentarse primero ante el Chambelán principal y solicitar su ayuda. Si el Chambelán principal está dispuesto a concederla, fija inmediatamente el día en que se otorgará el favor real. En la fecha señalada, la persona se presenta en la residencia imperial y se reúne con el Chambelán principal. Se la coloca a poca distancia de la puerta por la cual pasa el emperador cuando se dirige a la mesa. Apenas aparece el emperador, la persona admitida para el besamanos dobla una rodilla y besa las manos del emperador y de la emperatriz, mientras éstos pasan; y los monarcas extienden la mano con ese fin. Ello ocurre casi diariamente, y especialmente los días festivos, cuando casi todos son admitidos a la ceremonia del besamanos.
 

Esta expresión aludía también a la costumbre de los caballeros de besar la mano de las damas. En la Francia del Antiguo Régimen esta costumbre –en sus dos usos- tuvo plena vigencia hasta que se vio súbitamente interrumpida con la Revolución de 1789, y de acuerdo con Frédéric Rouvillois, durante un prolongado lapso

(…) el manual de la baronesa Staffe, el best-seller indiscutido del género, no lo menciona ni en su edición de 1890 ni en la de 1899; asimismo, el imponente Dictionnaire Larousse de 1896 ignora totalmente la práctica mundana: en cuestión de besamanos evoca sólo la versión medieval -"homenaje feudal consistente en besar la mano del señor"-, la etiqueta en vigor en ciertas cortes de Europa, donde la costumbre indica besar la mano del soberano y, en fin, antiguo uso "muy a la moda bajo Luis XIII". Por lo tanto parece que, a partir del siglo XVIII, el besamanos prácticamente ha desaparecido, si se exceptúan las relaciones amorosas, en las que no es sino el preludio de otros transportes, y las manifestaciones de deferencia debidas a las princesas reales, siendo unos y otros evidentemente ajenos al orden de la cortesía usual. Para ser más precisos: si se lo encuentra en el curso del siglo, es casi exclusivamente en el modo epistolar, en el que algunos señores especialmente delicados o solícitos concluyen sus cartas "besando respetuosamente la mano" de su corresponsal: pero no consideran pasar a la acción sino ver sólo una agradable fórmula de cortesía, como aquellos que, como Théophile Gautier bajo el Segundo Imperio, retoman la vieja fórmula española del "beso a usted los pies": eso se escribe pero no se hace...
 
Será a comienzos del siglo XX cuando, de acuerdo con Rouvillois, el besamanos reaparezca en la escena social. “En 1907, Chambon constata con dicha que ‘la costumbre del besamanos, tan hermosamente respetuosa, regresa a los usos de los que había sido tan torpe y desdichadamente exiliada’.” Y Rouvillois añade que

(…) en 1900, la baronesa d'Orval será la primera en festejar su resurrección, aunque no habla de él sino como de una simpática curiosidad: "Algunos hombres del mejor mundo, escribe, reeditan la costumbre del besamanos, ese gesto galante cuya moda se inspira en Richelieu".
Lo que no le impedirá, conforme a las predicciones, implantarse rápidamente: en vísperas de la Gran Guerra, la señora Raymond se felicita notando "con placer que parece que se vuelve mucho a la bonita moda del besamanos. [...] Casi en todo París, cuando una mujer tiende la mano a un hombre, éste, en lugar de apretarla como haría si fuera la mano de un camarada, hace el movimiento de llevar a sus labios la punta de los dedos que se le ofrecen".

Llegados a este punto veamos las recomendaciones de Frédéric Rouvillois que deberán tenerse en cuenta para un adecuado besamanos.
 
Este uso quiere manifestar un aumento de deferencia: "El gesto de un hombre, de un muchacho inclinado sobre la mano de una mujer es de una gracia y una delicadeza exquisitas. Mucho más deferente que el shake-hand desenvuelto, distribuido indiferentemente a hombres, mujeres, jovencitas, muchachos, todos confundidos en la misma igualdad". De ahí ciertas reglas que parecen imponerse desde el principio, aun si permanecen en realidad ondulantes, inciertas y debatidas hasta mediados del siglo: por ejemplo la que quiere que el besamanos sea debido sólo a las damas, lo que significa que no se besa la mano de una jovencita, ni siquiera, especifica la condesa de Magalon en 1932, la de una mujer muy joven. O incluso en un salón, por ejemplo en ocasión de una visita, si hay más de tres o cuatro damas, el uso es de limitarse a la dueña de casa: no es cuestión de distribuir besamanos en cadena, a la manera de un autómata, como se haría con simples saludos o banales apretones de mano.
Si todas las damas tienen derecho al besamanos, todos los hombres y aun los niños pueden llevarlo a cabo, por supuesto con la condición de saber hacerlo con absoluta soltura: si se teme hacerlo con torpeza es mejor abstenerse.
En cuanto a las modalidades, son muy simples en su origen. "Para el besamanos, escribe Chambon, la mujer se quita el guante de la mano derecha. El hombre se inclina profundamente y roza con los labios la punta de los dedos. No levanta la mano: es él quien se inclina".

Todo esto suena a pasado pero cabe señalar que hasta hoy existen ceremonias protocolares en las que el poderoso en turno se digna saludar a funcionarios y personas que le son más o menos próximas. Hay quienes siguen llamando a este acto como “el besamanos” si bien aquella costumbre actualmente se encuentra muy limitada y lo más usual es “dar la mano” (claro que seguramente no falta quien al darles la mano se tomen hasta el codo).