jueves, 26 de noviembre de 2015

El cometa Halley


El ser humano desde siempre ha observado con asombro y temor lo que acontece en relación a los astros. Y es que los diversos fenómenos han sido interpretados como indicios, generalmente negativos, del porvenir.


Según informa Wikipedia, el cometa Halley fue el primero en ser reconocido como periódico y su órbita fue calculada por el astrónomo Edmund Halley en 1705 (ya existían observaciones previas detalladas como las de 1532 y 1682; las primeras de que se tiene noticia fueron las del año 239 a. C.). La misma fuente añade que
 

Halley concluyó (…) que retornaba cada 76 años. Con ello, realizó una estimación de la órbita, y predijo su reaparición para el año 1757. Esta predicción no fue del todo correcta, pues el retorno no fue visto hasta el 25 de diciembre de 1758, realizado por el astrónomo aficionado alemán Johann Georg Palitzsch. En este caso, la atracción de Júpiter y Saturno fue la responsable del retardo. Halley no pudo contemplar el retorno de su cometa, tras fallecer en 1742, dieciséis años antes.

 
Siglos antes habría tenido lugar un curioso episodio que relata Nieves Concostrina y tuvo como principales protagonistas al cometa Halley así como a Alonso de Borja, que al ser elegido papa tomo el nombre de Calixto III.


Día grande para España en el Vaticano el 9 de abril de 1455, porque en esa fecha el cardenal Alonso de Borja fue elegido papa, el primer español que aposentó sus reales en el solio pontificio. (…)
El primer papa español tomó trascendentales decisiones, pero la más extravagante y cómica, no de su papado, sino de toda la historia del Vaticano, fue la excomunión de un cometa. Calixto III excomulgó al cometa Halley, ese que sólo se deja ver cada setenta y tantos años y que tuvo la mala suerte de pasar justo cuando estaba Calixto IIl. Pero el asunto no quedó en mera anécdota, porque además de excomulgar al cometa, el papa ordenó a la cristiandad que el rezo del Ángelus, además de al amanecer y al anochecer, se hiciera también al mediodía. Y hasta hoy.
Cuando el papa llevaba un año en el trono, los astrónomos corrieron a advertirle que en la bóveda celeste había un cometa grande y terrible, con una cola de color amarillo que parecía una llama ondulante. Textual. Calixto III buscó sus propias explicaciones al fenómeno: aquello era un signo de la ira de Dios porque los turcos acababan de apropiarse de Constantinopla. Así que tomó varias medidas: primera, excomulgar al cometa; segunda, que todos los príncipes cristianos se unieran contra la invasión musulmana; y tercera, decretar que todos los católicos rezaran el Ángelus a mediodía para hacer desaparecer el cometa o, en su defecto, provocar su caída sobre Constantinopla para exterminar a los turcos de un golpe.
El cometa, afortunadamente, se tomó en serio lo de la excomunión y se largó, porque si llega a caer en Constantinopla, se van a hacer gárgaras no sólo los turcos, también los Borgia, el Vaticano y la cristiandad al completo.


Sin embargo otra nota publicada en Wikipedia desmiente lo anterior afirmando que no hay pruebas de que ello hubiese sucedido (ya se sabe cómo es la gente de habladora).
 

Según una versión conocida por primera vez en una biografía póstuma, y luego embellecida y popularizada por el matemático francés del siglo XVIII Pierre-Simon Laplace, Calixto III habría excomulgado al cometa Halley en 1456, con ocasión de su aparición sobre Europa. La razón de la curiosa medida estaría fundamentada en la tradicional creencia en los cometas como símbolo de mal agüero, que en particular en aquella oportunidad lo sería contra los defensores cristianos de la ciudad de Belgrado, sitiada por los otomanos. Esta versión, sin embargo, carece de apoyo histórico firme. La bula de Calixto III del 29 de junio de 1456, donde solicita las oraciones de los fieles para el triunfo de la cruzada, ni siquiera menciona al cometa. Para el 6 de agosto de 1456, cuando el sitio de la ciudad fue roto por los defensores, hacía varias semanas que el cometa había dejado de ser visible.
 

Las notas curiosas respecto al cometa Halley no acaban allí, como lo demuestra lo acontecido al escritor Mark Twain, según lo describe José de la Colina.
 

El 30 de noviembre de 1835, en Florida, Missouri, EUA, un tal Samuel Langhorne Clemens, a quien la inmortalidad de las letras sólo reconocería con el seudónimo Mark Twain, fue parido en exacta coincidencia con la aparición del cometa Halley. Esto le permitiría decir después, entre burlas y veras, que él era “un misterioso y quizá sobrenatural visitante llegado de Otros Lugares”, y que un día el elíptico cometa, recurrente cada setenta y cinco o setenta y seis años, volvería a cruzar por el cielo para recogerlo y repatriarlo. Y aunque el que sería un gran narrador y el fundador de la novela norteamericana moderna fue sobre todo conocido como un gran humorista, su profecía resultó atinada: S. L. Clemens, el ya celebérrimo escritor Mark Twain de frondosas y blancas cabellera y cejas, de grandes mostachos blancos y fumador sin tregua de pipas de mazorca de maíz, murió el 21 de abril de 1910, es decir en el mismo año y en días antes en que el cometa Halley volvió a visitar los cielos de la Tierra.

 
El temor a sucesos terribles que se predecían en ocasión del paso del cometa y que adquirieron cierta notoriedad en la prensa de la época, llevó a que algunas personas optaran por prevenir esas tragedias con otra, por lo que los suicidios a comienzos de 1910 fueron numerosos. Asimismo en los meses previos al paso del cometa aumentó el número de feligreses que concurrían a los templos con grandes muestras de devoción. Tampoco faltaron los vendedores de píldoras milagrosas que contrarrestarían los efectos negativos que traería consigo el cometa y no está de más precisar que sus ganancias fueron considerables.


El paso del cometa Halley en 1910 coincidió con los inicios de la Revolución Mexicana y claro que la opinión quedó dividida entre quienes valoraron ello como algo positivo y aquellos que, al verse afectado en sus intereses, lo consideraron nefasto.
 

La más reciente aparición del cometa Halley fue en 1986 y se estima que la próxima será en el año 2062.

martes, 24 de noviembre de 2015

Fiesteros


Al viajar por diversos rumbos del país o consultar alguna revista tipo guía del ocio, se advierte la cantidad de fiestas que en todo momento se celebran en México. Una de las diferencias clásicas que se marca entre fiesta y espectáculo es que a este último se asiste, mientras que en la primera se participa. Es por ello que las fiestas populares, cuando en realidad lo son, tienen un marcado carácter democrático incompatible con exclusiones de ningún tipo. En una verdadera fiesta todos deben asistir y es por ello que la  invitación a las bodas de oro de doña Alfa y don Andrés Henestrosa -citada por Margarito Guerra Flores- exhortaba: “No faltes. Sin ti no habrá fiesta”.


Hablando de invitaciones, Fernando Díez de Urdanivia evoca la que Pancho Liguori repartió en ocasión de su casamiento con Gloria Gamiochipi, en casa de Griselda Álvarez.
 

            A las nueve menos cinco
            del día de San Filogonio,
            en el ciento ochenta y cinco
            de Cerro de San Antonio,
            Gloria y Pancho, en audaz brinco,
            cometerán matrimonio.

            Se beberá con ahínco
            y al dar en punto las cinco
            todos se irán al demonio.

            Griselda será anfitriona;
            Chema Lozano es el juez;
            se invita a toda persona
            que lleve whisky escocés.
 

La frontera entre los invitados y quienes no lo son tiene sus bemoles, ya que según Juan Villoro “en cualquier acto mexicano que se respete, los colados siempre son más que los invitados”. Y no se crea que es una característica contemporánea porque a ello ya aludía –citado por Joaquín Antonio Peñalosa- fray Francisco de Ajofrín en 1763: “En los días de festejos y cumpleaños, hay bailes que llaman fandangos en sus casas a puerta abierta para todos los que quieran concurrir, aunque no los conviden”. Desde aquel entonces las fiestas, como lo establece el dicho popular, duraban hasta que se acababan y la bebida era abundante. De ahí el asombro de fray Francisco de Ajofrín: “Dura esta diversión hasta el amanecer. Beben mucho vino, aguardiente o pulque”.
 

Claro que nunca faltan quienes después de haber comido y bebido en abundancia, expresan su ingratitud hacia las atenciones brindadas por los anfitriones; José Joaquín Fernández de Lisardi proporciona un testimonio de ello

 
El olor del guajolote y del pulque de piña acarreó ese día a mi casa una porción de amigos míos, parientes y conocidos de mi madre, que fueron a cumplimentarme. Dios se los pague.
Se lamieron el almuerzo, consumieron la comida, y a su tiempo alegraron el baile grandemente, porque cantaron, bailaron, retozaron, se embriagaron, ensuciaron toda la casa, y, al fin, salieron unos murmurando el almuerzo, otros la comida, otros el baile, y todos, alguna cosa de lo mismo que habían disfrutado.
¡Qué necedad es tener una diversión pública! Se gasta el dinero, se sufren mil incomodidades, se pierden algunas cosas, y siempre se queda mal con los mismos a quienes se pretende obsequiar; y se recibe en murmuración y habladurías, lo que se pretende recibir en agradecimiento.


Por otra parte, Salvador de Aguinaga señala que diversos autores buscaron la esencia nacional en la filosofía o en el psicoanálisis pero que finalmente sería un poeta, nada menos que Octavio Paz, quien lograría salir airoso de tamaña tarea.
 

Pensadores como Samuel Ramos, como José Vasconcelos o Antonio Caso enseñan a una generación entera a pensar sobre la esencia nacional, invitando a construir una teoría de México, al tiempo que psicoanalistas, como Santiago Ramírez, colocan audazmente a la psique de México sobre el diván psiquiátrico para descubrirle traumas de origen, complejos y obsesiones. Pero no sería ni un filósofo ni un psicoanalista quien lograra la primera y fulgurante síntesis de lo mexicano, sino un poeta.
(...) Octavio Paz, el poeta de pasiones amorosas y políticas, propone en una serie de ensayos luminosos ya no una filosofía tan sólo o un psicoanálisis técnico de lo mexicano, sino una verdadera visión de lo que somos y hemos sido, una visión que todo lo contempla con claridad bajo la luz solar de la poesía.
(...) Paz [recuerda] que: "somos un pueblo ritual [...] cuyo calendario está poblado por fiestas". La fiesta para Paz es una de las claves de la vida nacional, el evento mágico que rompe la lisura y el tedio de los días comunes y corrientes para crear un tiempo extraordinario, fuera de la serie humana, un día en que el mexicano se une con los dioses, los santos o los héroes en la ebriedad santa de la celebración.
Dice Paz: "Ciertos días lo mismo en los lugarejos más apartados que en las grandes ciudades, el país entero reza, grita, come, se emborracha y mata en honor de la Virgen de Guadalupe o del general Zaragoza". Cada año, el 15 de septiembre a las once de la noche, en todas las plazas de México celebramos la fiesta del Grito; y una multitud enardecida grita por espacio de una hora, quizá para callar mejor el resto del año. Y durante los días que preceden al 12 de diciembre el tiempo suspende su carrera, hace un alto y en lugar de empujarnos hacia un mañana siempre inalcanzable y mentiroso, nos ofrece un presente redondo y perfecto de danza y juerga, de comunión y comilona con lo más antiguo y secreto de México.
En la fiesta mexicana se combinan, como en la danza, el movimiento y el color, la exaltación del gusto y la canción. Esta última es, por sí misma, otra de las claves e ingredientes básicos de la vida mexicana. [Eulalio] Ferrer cita a Mauricio Magdaleno quien alguna vez escribió: "En lo hondo de la tiniebla mexicana hay siempre una canción" y recuerda también Ferrer que cada año se registran miles de canciones en la república. Podrán escasear insumos y alimentos pero la cosecha musical nunca termina.


Lamentablemente no son pocas las fiestas que concluyen con violencia, lo que ha dado lugar al dicho de que “fiesta sin muertitos, no es fiesta”. Un ejemplo de ello lo da la siguiente nota de prensa.
 


Cuando Mariano de la Cruz Mejía apareció muerto sobre la calle principal del pueblo conocida como “La Playita”, a principios de 1980, los dedos apuntaron hacia su compadre. Era sabido que “Marianito”, como se le conocía, no estaba de acuerdo con el precio que los acaparadores imponían al frijol. El sueldo de un peón durante un mes de trabajo equivalía al precio de una tonelada del grano, decía.
Su compadre Sabino Morán recibió la encomienda del cacique Gabriel Iglesias Meza de “aplacarlo”. Ya eran varios grupos de indígenas los que había organizado y comenzaban a hacer ruido. Una mañana cuando iba rumbo al centro del pueblo, un individuo salió de entre la maleza y le disparó, como aquí se acostumbra, por la espalda.
Se dice que la mayoría de los hombres que están en el panteón han sido asesinados a balazos. Entre los vivos abundan los huérfanos que tienen que soportar el aguijoneo cotidiano de toparse en la calle, en la plaza o en la iglesia con los verdugos del padre. Se vive sin poder olvidar el pasado. Se encuentran pero las miradas no se cruzan.
Cada verano durante la fiesta de Santiago, patrono del pueblo, se presenta la ocasión en medio del festejo para ajustar cuentas. En Jamiltepec se dice que fiesta que no tuvo muertos fue una “fiesta aburrida”.
 
 

A este respecto Renato Leduc menciona que un sinaloense, al que identifica como el capitán Saúl, le contó lo siguiente: “Cuando yo era muchacho, en los pueblos de mi estado los alcaldes daban permisos para veinticuatro horas de tambora, con derecho hasta a tres muertos, por cincuenta pesos. Pues el chiste de la tambora está en animar a uno para darle gusto al dedo”. En este contexto aplicaría sin restricciones el célebre exhorto de don Quijote: “tengamos la fiesta en paz”.
 

Por su parte Germán Dehesa alude a otro tipo de fiestas. “Inspirado en José Iturriaga diré: para los mexicanos, trabajo que no termine en pachanga y pachanga que no termine en la cama, son dos actos fallidos.”
 

En esto de las fiestas, como en tantas otras cosas, los oaxaqueños se cuecen a parte y una vez entrados en el relajo, de ellos no se salvan ni las imágenes religiosas, lo que no les parece un gesto impío sino el deseo de contagiar su alegría a figuras tan venerables. Esto queda claro en lo afirmado por Andrés Henestrosa, citado por Margarito Guerra Torres.
 

Siempre ha dicho don Andrés que los juchitecos se identifican plenamente con su  santo patrón San Vicente Ferrer, de quien se tiene conocimiento fue un santo un tanto rebelde. En ocasión de las fiestas de la Virgen de la Candelaria, en Ixhuatán, y estando en boga los altavoces, mediante los cuales se enviaba mensajes y salutaciones, cuenta don Andrés que algún pícaro juchiteco dijo este mensaje: “San Vicente Ferrer, patrón de Juchitán, dedica a la Virgen de la Candelaria, patrona de Ixhuatán, la siguiente melodía: La última noche que pasé contigo.
 

De acuerdo con Eulalio Ferrer fueron los dominicos quienes trajeron a San Vicente Ferrer a Oaxaca y lo declararon patrón de Juchitán. Agrega que aun cuando es “(…) oriundo de Valencia, España, los juchitecos lo consideran como un santo propio nacido en Juchitán”. 
 

Andrés Henestrosa se refiere a la cultura zapoteca y a la Guelaguetza, fiesta en la que se encuentran las culturas procedentes de las diversas regiones que conforman el estado de Oaxaca.

 
Algo hay de permanente en el alma colectiva [zapoteca] que impide a los hombres a presentarse con las manos vacías a una festividad. Hasta cuando el anfitrión es persona rica los invitados aportan a la fiesta una cooperación por humilde que sea, que llaman significativamente, un “cariño”, con lo cual quieren decir que es una muestra del afecto, de la amistad, del parentesco, del cariño, en una palabra, que une a todos los hombres de la colectividad. (...)
Bella costumbre [se refiere a la Guelaguetza], sin duda ésta de los pueblos oaxaqueños, particularmente de los zapotecas, a cuyo idioma pertenece la palabra que la designa.


Existen comunidades en que a la entrada de la fiesta se ubican los encargados de llevar una suerte de registro de los regalos aportados por cada quien para poder retribuir en forma similar cuando se presente la ocasión. Algo así sucede en Juchitán y este sistema permite tener fiesta casi todos los días.
 

Pero el tema de las fiestas no está exento de polémicas ya que hay quienes cuestionan la vigencia de ciertas tradiciones porque implican un gasto muy grande para los mayordomos, responsables de organizarlas. Sam Quinones alude al caso de un indígena mixteco que debió emigrar de su pueblo para poder pagar las deudas contraídas a causa de ello.

(...) que estaba entre quince personas que tenían que pagar la fiesta tradicional del pueblo en honor de su santa patrona, la virgen de la Asunción. Esa era la costumbre: cada año unas pocas personas tenían que empobrecerse profundamente para hacer la fiesta de tres días en la que participaban todos los demás. Su trabajo era aterrador: tenía que dar dos mil pesos, el equivalente a dos años y medio de salario local en ese tiempo, para comprar comida y bebida para todos, fuegos artificiales, velas y otras cosas. La responsabilidad casi lo llevó a la quiebra. Pidió dinero prestado con un interés muy alto y después dejó su pueblo y a su joven familia durante un año para recoger jitomates en Sinaloa y poder pagar la deuda.
 


Esta controversia ha llegado a la violencia por razones de índole religiosas dado que en algunas comunidades se ha pretendido expulsar a aquellas familias que teniendo otras creencias, no participan en fiestas en honor de la Virgen o el patrono de la localidad y se niegan a hacer los aportes requeridos.  No es tarea sencilla aceptar la pluralidad religiosa y construir los niveles requeridos para la tolerancia o, mejor aún, la convivencia solidaria.
 

Para concluir, citemos a Octavio Paz que en El laberinto de la soledad analiza la función de consuelo y compensación que cumplen las fiestas.
 

Un pobre mexicano, ¿cómo podría vivir sin esas dos o tres fiestas anuales que lo compensan de su estrechez y de su miseria? Las fiestas son nuestro único lujo (...) Durante esos días, el silencioso mexicano silba, grita, canta, arroja petardos, descarga su pistola en el aire. Descarga su alma (...) Si en la vida diaria nos ocultamos a nosotros mismos, en el remolino de la Fiesta nos disparamos. Más que abrirnos, nos desgarramos. Todo termina en alarido y desgarradura: el canto, el amor, la amistad.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Seudónimos: la identidad elegida


Muchos son los artistas, deportistas, actores, políticos, escritores, líderes religiosos, cantantes, personajes de los medios... que recurren al uso de seudónimos. Los motivos para que así suceda pueden ser varios: eludir un nombre que no es del agrado de su poseedor, esconder la identidad debido a motivos de seguridad o para generar enigma, poder escribir desde puntos de vista diferentes o respecto a temáticas muy diversas, procurar la expresión del otro yo, etc. A lo anterior hay que añadir la búsqueda de reconocimiento y frente a ello se impone la pregunta inevitable: ¿habrían tenido el mismo éxito si hubiesen usado sus verdaderos nombres?
 
No tengo noticias en cuanto a que entre los llamados “creativos” (expertos en publicidad, marketing y afines) haya especialistas en encontrar los seudónimos adecuados al perfil de personaje que el cliente quiera diseñar, pero es posible que así suceda.
 
Hay quienes han adoptado un solo seudónimo a lo largo de su vida y también aquellos que utilizaron una gran variedad de ellos. Un caso singular es el de Vladimir lIich Ulianov que, según Antonio Garci, “usó más de 150 seudónimos, y sólo le pegó el de Lenin”.
 
Alejandro Schang Viton presenta una lista no exhaustiva de personas que hicieron uso de seudónimos.
 
Abundan ejemplos a lo largo de la historia: el famoso Cicerón era llamado entre sus familiares y amigos con su verdadero nombre, Marco Tulio. Y el popular médico Paracelso, que vivió entre 1493 y 1541, en realidad no era otro que Philippus Theophrastus Bombast von Hohenheim. (…)
Algunos estadistas fueron más conocidos por sus seudónimos que por sus nombres propios, como Vladimir Ilich Uliánov (Lenin), Iósif Visariónovich Dzhugashvilli (Stalin), Josip Broz (Tito), Mohandas Karamchand (Gandhi), Adolf Schicklgruber (Adolf Hitler) y Lev Bronstein (León Trotski). (…)
Entre las mujeres que más despistaban, Mary Ann Evans firmaba con el masculino George Elliot y Aurora Dupin, George Sand (…)
Otro nombre falso memorable es Mark Twain, porque el recordado autor de Las aventuras de Tom Sawyer, se llamaba, en realidad, Samuel Clemens. (…)
El chileno Pablo Neruda fue anotado como Ricardo Neftalí Reyes Basoalto, mientras que Tirso de Molina era realmente Gabriel Téllez.
Más datos: Molière era Juan Poquelin y Voltaire, François Marie Arouet. El creador de La cartuja de Parma, Stendhal, en los documentos se llamaba Marie Henri Beyle. (…)
Winona Ryder (…) figura en su pasaporte como Winona Horowitz. En el mismo tren de gente que prefiere llamarse como otra gente, Susan Abigail Tomaling prefiere ser Susan Sarandon; Michael Shalhoub, Omar Sharif; Ramón Estévez, Martin Sheen; Annie Mae Bullock, Tina Turner; Gordon Mathew Sumner, Swing; Robert Zimmerman, Bob Dylan; Nicholas Coppola, Nicholas Cage, y Cedric Clapp, Eric Clapton.
El jamás olvidado James Dean, por su parte, se llamaba Seth Ward. Mientras que Fred Astaire era Frederick Austerlitz. Y el cómico Jerry Lewis, Joseph Livitch.
Tampoco Sofía Loren es Sofía Loren: su nombre verdadero es Sofía Scicolone. Y el duro de todos los tiempos, John Wayne, fue bautizado por sus padres, quién lo diría, con el nombre de Marion Morrison. Woody Allen es Allen Stewart Konigsberg y el cantautor británico Cat Stevens se rebautizó en 1996 con otro seudónimo, más afín a su cambio religioso y político: Yusuf Islam.
                                  
Una situación peculiar es la del actor mexicano Anthony Quinn a quien se le han atribuido diferentes nombres: Antonio Rodolfo Quinn, Anthony Rudolf, Antonio Quintana, Antonio Rodolfo Oaxaca Quinn, Antonio Rodolfo Quinn Oaxaca… Otro caso singular fue el del escritor Bruno Traven cuya identidad fue un misterio por mucho tiempo, hasta que Luis Spota logró identificarlo como Otto Feige.
 
Entre los argentinos destacan Quino (creador de Mafalda) cuyo nombre es Joaquín Salvador Lavado Tejón, así como Atahualpa Yupanqui, quien en documentos oficiales aparece como Héctor Roberto Chavero.
 
Según comenta Antonio Garci, el uso de seudónimos puede presentar dificultades jurídicas.
 
Lenin (…), Stalin, Trotsky, etcétera..., todos eran apodos, y bajo estos nombres falsos con que los recordamos realizaron todo tipo de actos jurídicos, como la contratación de préstamos, sentencias de muerte, nacionalizaciones y hasta la declaración del nacimiento de la URSS. Una de la razones con las que mi abogado Víctor explica la caída y desaparición de la Unión Soviética es que cuando revisaron el acta constitutiva de esta nación se dieron cuenta de que todas las personas que habían firmado para crear este Estado usaron apodos, por lo cual ese país no tenía ningún sustento legal; desde luego esta explicación sólo tiene validez entre abogados. Ya se sabe: Si quieres estar sano, no vayas a que te revise un médico; y si quieres estar legal, no vayas a que te revise un abogado.
 
No cabe duda que el uso de seudónimos es una costumbre que ha transitado exitosamente por el tiempo y el espacio.

martes, 17 de noviembre de 2015

Controversia del peyote


La actual controversia en torno a la legalización del consumo de mariguana tiene antecedentes.

Las categorías de bueno y malo pueden ser relativas. Así aconteció en circunstancias de la conquista en que los nativos tenían un punto de vista y los recién llegados argüían otro muy diferente en relación al peyote. De ello trata  un reportaje realizado por Egon Erwin Kisch a mediados del siglo pasado.

Hace dos mil años, los indios que empleaban el peyote, no sospechaban siquiera que cometían un pecado mortal. No se enteraron de ello hasta que llegaron al país los misioneros y les ayudaron a sobreponerse a la superstición de considerar a una planta como un dios que era, en realidad al parecer, un demonio. “Y aunque fuese un dios -explica el fraile a los indios, a quienes niega la sagrada hostia— ¿es que puede comerse el cuerpo de Dios?”
También los españoles atribuían virtudes mágicas al peyote. El doctor Francisco Hernández, médico de cámara del Rey Felipe II, comunica a éste, en 1570, que el peyote posee el don de revelar secretos estratégicos. Los que comen peyote saben cuándo, dónde y cómo atacar al enemigo y qué tiempo hará durante la batalla.
Anno domini 1626, fray Jacinto de la Serna opina que los indios comían peyote como una especie de comunión pagana. “Es indudable que los indios, al comer peyote, sellan un pacto con el diablo”. Por eso se provee a todo misionero que sale a evangelizar la Nueva España del Manual para Administrar los Santos Sacramentos, compuesto por Bartolomé García. Antes de administrar a un indio el sacramento del bautismo, de la penitencia, del matrimonio o la extremaunción, es obligatorio formularle estas preguntas: “¿Has comido alguna vez peyote?” “¿Has dado a comer peyote a otros para descubrir algún secreto o para recobrar algún objeto robado o perdido?”
El indio se queda pensando: no hay más Dios que el Dios de lo cristianos, es verdad. Pero también es verdad que el peyote es un dios y un dios muy poderoso, como se ha demostrado en nuestro propio cuerpo. Esto quiere decir que el peyote es el Dios de los cristianos.
Esta lógica era inatacable, y por este camino, no hubo más remedio que llegar a una transacción entre paganismo y cristianismo. En los siglos XVIII y XIX el comer peyote, aunque se hiciese en colectividad y acompañando el acto de ciertas ceremonias que lo convertían en un rito, no se consideraba ya pecado. (...)
Hay en el estado mexicano de Coahuila un antiguo lugar de misiones denominado “El Santo Nombre de Jesús Peyote”, y existen algunas iglesias indias consagradas a la “Madre de Dios del Peyote”. En los altares de estas iglesias, el crucifijo y la biblia aparecen colocados al lado de un gran peyote, que es aquí la suprema divinidad.
Las doce hojas del abanico de plumas de águila con que se sopla el fuego sagrado, simbolizan a los doce apóstoles. La muralla que rodea la iglesia representa el monte Calvario. Un puchero lleno de savia de peyote sustituye aquí a la pila bautismal. A los fieles se les administra peyote y agua con el mismo rito prescrito para administrar el pan y el vino. Los indios celebran las fiestas cristianas con las prácticas religiosas de sus antepasados.

De acuerdo a la información recabada por Egon Erwin Kisch, el peyote tiene una infinidad de efectos benéficos que explican su enorme importancia para tantas comunidades en las que su recolección representa un importante rito.

Los indios lo consideran como la medicina de las medicinas; para ellos, “medicina” y peyote son términos sinónimos.
Esta droga es omnipotente, pues sirve para curar las enfermedades más contradictorias. Cura la impotencia viril y es un gran remedio contra los apetitos sexuales. Sirve para tener hijos y para prevenir las consecuencias prolíficas del amor. Es tan eficaz contra los estados de excitación, como contra la apatía. Por lo menos, los indios nos juran que hace estos milagros y otros muchos.
En las ceremonias rituales de la medianoche, ponen en la boca del moribundo una rajita de cabeza seca de peyote y atizan con el abanico de doce plumas de águila la llama sagrada, para que el humo ahuyente a la muerte.
Los adoradores del peyote en las secas y altas estepas del norte de México pueden obtener fácilmente este remedio mágico contra el dolor y la muerte. Saben dónde y cuándo deben cogerlo para que surta efecto. (...)
En las universidades europeas se han hecho investigaciones a base de preparados sintéticos de peyote y, a veces, como se dice en los prólogos de los libros Der Mescalinrausch, de Kurt Beringer, y Le Peyotl, de A. Rouhier, con la planta directamente. (...)
A resultados más positivos condujeron los hechos en las clínicas psiquiátricas de Pars y Heidelberg. Las personas sobre las cuales se experimentó, sufrieron las más extrañas transformaciones en sus funciones sensoriales: la unidad conjunta de la personalidad del sujeto experimental se desdobló y sus cinco sentidos se fundieron o confundieron, de tal modo que el narcotizado con esta sustancia oía colores, veía ruidos, olía bultos y palpaba olores.
El poseído por este dios o este demonio flota en un mundo mágico lleno de escenas maravillosas, ve encenderse y llenarse de colores unos fluidos extraños, que se enlazan en un lecho nupcial de luces vibrátiles. Llamas estilizadas circundan, y lamen su cuerpo sin hacerle el menor daño.
Todos los paraísos artificiales de opio y hachisch reconstruidos poéticamente por Thomas de Quincey, Baudelaire y Gauthier, palidecen ante las maravillas de la embriaguez de mezcalina. Leyendo los relatos de estos experimentos clínicos y lo que cuentan por experiencia propia los sujetos experimentales, se comprende que los indios tuviesen al peyote por un dios y los misioneros por el demonio en persona; se comprende que los enfermos, atenazados por sus dolores, y los sanos aburridos de su salud, se echen en brazos del peyote.

Los problemas con la recolección y el consumo del peyote no son cosa del pasado. La controversia se mantiene entre los grupos indígenas que lo acostumbran y las autoridades, que consideran su consumo como una forma de delito. En nota de prensa de marzo de 1998, Cayetano Frías informaba lo siguiente.

Cuando trasladaban canastas con peyote a sus centros ceremoniales de San Andrés Cohamiata, seis huicholes -entre los que se encuentran un niño de 10 años de edad y dos mujeres- fueron detenidos por elementos del Ejército Mexicano que instalaron un retén en el lugar denominado El Vallecito, municipio de Huejuquilla el Alto, Jalisco.
(...) elementos del 51 Batallón de Tlaltenago, Zacatecas, acusaron a los indígenas huicholes de “traficar con estupefacientes”, porque les encontraron las canastas con peyote, que desde tiempos inmemoriales utilizan en sus ceremonias religiosas.
Francisco Gómez, integrante del Comité de Bienes Comunales de San Andrés Cohamiata, dijo que sus compañeros indígenas fueron detenidos el pasado lunes a las 14:00 horas en El Vallecito, cuando viajaban a bordo de un camión de volteo que también llevaba sacos de cemento.
Gómez consideró que es “una injusticia” el aprehender a quienes por motivos religiosos utilizan la planta de peyote, porque es de todos conocido que los huicholes la utilizan en sus rituales desde siempre.

Todo parece indicar que más allá de lo que sostengan las leyes aprobadas por los gobiernos federal y estatal, los huicholes seguirán recurriendo al peyote sin el cual la vida perdería buena parte de su sentido.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Festejo


Marcos Ana fue el preso que pasó más tiempo privado de su libertad durante el régimen franquista. Algunas de sus historias de reclusión difícilmente pueden ser comprendidas por quien no vivió ese tipo de situaciones límite. En muy pocas palabras presenta una contundente muestra de ello

 
El espectáculo está en el espectador y nadie que no haya sufrido la angustia de la pena de muerte puede comprender el desbordante júbilo de volver a la vida. Aunque siguiera encarcelado y condenado a sesenta años de prisión.
Recuerdo que en la cárcel de Porlier, cuando los compañeros regresaban de su Consejo de Guerra, los afortunados que no habían sido condenados a la pena de muerte se abrazaban exultantes de alegría y exclamaban felices:
-¡30 años, me han condenado a 30 años!
Parece increíble, pero en aquellos tiempos de pasión y de sangre lo importante era eludir el paredón de ejecución. Los años no importaban, confiábamos en el futuro.


Y concluye diciendo: “Un futuro que tardó mucho en llegar para la mayoría de nosotros.”

martes, 10 de noviembre de 2015

Historias de futbol


Existen escritores a quienes el futbol les resulta indiferente y también están aquellos que le tienen franca animadversión. No es el caso de Juan Villoro (ni tampoco era el de Germán Dehesa) quien además de haber publicado un libro y varios artículos sobre el tema, ha sido invitado como comentarista televisivo en campeonatos mundiales de ese deporte.

Algunas de las historias que narra Juan Villoro acerca del futbol no tienen desperdicio y a los efectos de este artículo elegimos dos de entre muchas posibles.
 
La primera tiene que ver con la forma diferente de vivir el futbol que tienen los aficionados mexicanos y argentinos. Cabe aclarar que el relato tiene algunos años y la situación tal vez haya variado por la imitación reciente de ciertas costumbres rioplatenses (al respecto corre el rumor de la importación de líderes de “barras bravas”). Hecha la precisión, veamos lo que le ocurrió a Villoro
 
En una ocasión asistí al clásico Boca-River en Buenos Aires. Un hombre reconoció mi acento mexicano y quiso comprobar un dato del que le habían hablado varios amigos argentinos: “¿Es cierto que en México un hincha de un equipo como Boca puede ver el juego al Iado de un hincha de un equipo como River?”. Le dije que sí. “¿Y no se matan?”, precisó. Acepté que al menos en cosas de futbol éramos bastante pacíficos. “Uh, ¡pero qué degenerados!”, fue su inolvidable respuesta.
 
En el otro caso interviene el padre del escritor, el reconocido filósofo Luis Villoro quien  
 
(…) detestaba la procacidad del español peninsular y admiraba la cortesía de los indígenas, pero como no hablaba en náhuatl ni podía renunciar a sus ocasionales salidas de tono, injuriaba como un personaje de Galdós: “¡Es usted un tunante!”, le dijo a un taxista que quizá aún recorre la ciudad de México sin encontrar la salida a ese insulto.
 
Luego de caracterizar esa faceta de su padre, Juan Villoro evoca la ocasión en que compartieron una aventura futbolística.
 
Un domingo me llevó al estadio de Ciudad Universitaria. El Botafogo visitaba a los Pumas. Cuando el público silbó la entrada de los brasileños al campo, mi padre se encaró con dos fanáticos de aspecto patibulario:
— ¡¿Por qué chiflan, si son nuestros invitados?!
Sólo alguien con su escolástico sentido del civismo podía pensar que los rivales eran “invitados”.

Para concluir referiremos una historia que tiene que ver no con un escritor sino con un lector que, curiosamente, también era jugador; Manuel Araníbar Luna da cuenta de ello
 
Hoy les presentamos una anécdota increíble. Un arquero que ante el poco ataque de los delanteros rivales se sentó cómodamente a leer una revista, recostado al parante de su valla.
Se trata de Jaime David Gómez Munguía, arquero mejicano cuyo apelativo era "El Tubo", nacido en la ciudad de Manzanillo el 29 de diciembre de 1929 y fallecido el 4 de mayo de 2008. Defendió la valla de las Chivas Rayadas de Guadalajara. Obtuvo 7 campeonatos en un lapso de 9 años y su carrera se prolongó desde 1949 hasta el 1964.
En un encuentro en el que su elenco jugaba contra el Atlas de Guadalajara, el Tubo, para entretenerse -aburrido por la escasa e inofensiva llegada de los atacantes adversarios- no se le ocurrió otra cosa que sentarse apoyado en el parante del pórtico y leer una revista. Se ignora cuál fue el resultado del cotejo.

Conocida es la actual participación de futbolistas, tanto mexicanos como extranjeros, en campañas de promoción a la lectura difundidas por diversos medios de comunicación. No cabe duda que “El Tubo” Gómez fue un verdadero adelantado a este respecto y, lo más importante es que predicó con el ejemplo.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Las aldeas de Potemkin


Desde siempre los mandos intermedios han buscado que los poderosos en turno desconozcan las condiciones reales en que viven los sectores populares. De tal manera que antes de que el Rey, Papa, Presidente, Ministro, etc. concurra a algún lugar en que pueda ponerse de manifiesto el descontento popular, los funcionarios hacen todo lo posible para que el dignatario no lo vea (en el supuesto de que quisieran verlo). Algunos pocos mandatarios se revelaban contra esto por medio de diversos procedimientos. Se cuenta que hubo monarcas que se disfrazaron de pordioseros para llegar a estar de manera inadvertida en lugares marginados y de esa manera conocer de primera mano las verdaderas condiciones de vida de la población. Otros designaron personas de toda confianza que, convertidos en los ojos y oídos del gobernante, recorrían todos los rincones del territorio y luego informaban a su superior.  


Pero en la mayoría de los casos no sucede así y antes de la llegada del gobernante se realizan transformaciones de consideración. Han existido verdaderos maestros en este arte de la simulación a los poderosos, como lo es  el caso que describe Gregorio Doval.


Se cuenta que en 1787 el general ruso Grigori Alexandrovich Potemkin (1739-1791), a la sazón gobernador de Crimea y el resto de las provincias meridionales de la Gran Rusia, con motivo de una visita de la zarina Catalina II a la región, mandó remozar urgentemente todas las calles y los parajes que iba a recorrer la comitiva real. Para ello, dispuso no sólo el adecentamiento de fachadas y caminos, sino incluso la construcción de una serie de aldeas fantasmas, del más próspero aspecto que fuera posible improvisar, en cuyas falsas calles obligó a que se agolpara el pueblo, vestido con sus mejores galas y que, a golpes de órdenes militares, vitorease a la soberana a su paso con el mayor fervor. Estas poblaciones, compuestas únicamente por fachadas falsas (sin casas detrás), cumplieron su cometido, y la zarina “comprobó” con su mayor agrado la prosperidad económica y el altísimo grado de adhesión con la corona de las gentes de esta región recién incorporada a su imperio.


En relación a esta misma situación, Noel Clarasó añade que fue así que “la emperatriz encontró aldeas prósperas y gente feliz, que la recibía con músicas y bailes. Y no se dio cuenta de que toda la gente era siempre la misma, que iban de un sitio a otro con todo el montaje de alegría y prosperidad.”


Más allá del jolgorio que ello significa, no vaya a creerse que las autoridades locales siempre están contentas con la visita de los primeros mandatarios. Por el contrario, en ocasiones procuran evitarlo por todos los medios dado los altos costos que implicaría tamaña escenografía; a ello se refiere Clarasó

Hemos leído que los viajes de la reina Isabel de Inglaterra salen caros al país, precisamente por el montaje de engaños parecidos. Y si la reina se detiene, al paso, en algún lugar poco importante, ve allí hermosos jardines públicos y todo muy limpio y en el mejor estado, aunque todo es improvisado, construido y arreglado rápidamente a última hora; hasta el punto de que se ha dado el caso de que algunos municipios han rogado a la “organización de los viajes reales” que la reina no pasara por allí, pues, dado que el municipio tenía que pagar el embellecimiento y presentación, le salía demasiado caro.

Las aldeas de Potemkin han quedado en el pasado, pero no es así con los procedimientos empleados en aquella ocasión que, con ligeras modificaciones, siguen gozando de muy buena salud. Es por ello que, según Gregorio Doval, “desde entonces, se acuñó la expresión (…) ‘aldeas de Potemkin’ para designar cualquier maniobra política que trata de ocultar o disfrazar la realidad social a ojos de los dirigentes (…)”

martes, 3 de noviembre de 2015

Que por falta de excusas no quede


Armando Jiménez, reconocido cronista de su tiempo, fue autor de varios libros entre los que destaca el de “Picardía mexicana” que tuvo muchas reediciones. Profundo conocedor de la vida nocturna de la ciudad de México y poseedor de un humor muy peculiar.

Es posible que inspirado por las dificultades y enojos que pudo haber sufrido en algún trámite burocrático, decidió difundir la “Lista de disculpas” que encontró en una oficina pública. Encabezó la misma con la siguiente sentencia: “Desde que se inventaron las disculpas, se acabaron los pendejos”.  

Lista de disculpas
1.    No sabía que urgía
2.    Se me olvidó
3.    Aguardaba yo a que regresara mi jefe para consultarle
4.    Pensé que eso no correspondía a mi departamento
5.    Siempre se ha hecho así
6.    Nadie me ordenó que lo hiciera
7.    No creía que era tan importante
8.    Estaba esperando la autorización
9.    Ya en este momento lo iba a comenzar
10. Tengo tanto trabajo que no he podido acabarlo
11.  Yo suponía que otro era el encargado de realizarlo
12.  Se murió mi abuelita
13.  Llegué tarde porque a mi coche se le jodió una llanta.
Para ahorrar tiempo se suplica dar las disculpas por número.

Aun cuando los años han pasado, muchas de estas excusas mantienen su plena vigencia.