jueves, 28 de enero de 2016

Como las rosas silvestres


Clarice Lispector cada día adquiere mayor presencia: se reeditan sus libros al tiempo que muchos son quienes -apenas descubrirla- devienen en convencidos difusores de esta autora. Y de esta manera su deseo se hizo realidad.


Tengo una gran amiga que me manda de vez en cuando rosas silvestres. Y su perfume, mi Dios, me da ánimo para respirar y vivir.
Las rosas silvestres tienen un misterio de los más extraños y delicados: a medida que envejecen perfuman más. Cuando están por morir, ya ajándose, el perfume se vuelve fuerte y dulzón, y recuerda las perfumadas noches de luna de Recife. Cuando finalmente mueren, cuando están muertas, muertas –ahí entonces, como una flor renacida en la cuna de la tierra, es cuando el perfume que exhala de ellas me embriaga. Están muertas, feas, en lugar de blancas se ven amarronadas. Pero ¿cómo tirarlas si, muertas, tienen el alma viva? Resolví la situación de las rosas silvestres muertas, despetalándolas y esparciendo los pétalos perfumados en mi cajón de ropa.
La última vez que mi amiga me mandó rosas silvestres, cuando se estaban muriendo y volviéndose más perfumadas todavía, les dije a mis hijos:
-Es así como me gustaría morir: perfumando de amor. Muerta y exhalando el alma viva.


Sin lugar a dudas la obra de Clarice Lispector, al igual que sus rosas silvestres, sigue viva después de su muerte.

martes, 26 de enero de 2016

Una cláusula en cuestión


Los concursos literarios constituyen una de las formas universalmente aceptadas de promover la literatura y, se supone, de apoyar a los autores. En torno a estas competencias se presentan cuestiones que no son menores, como la integración del jurado y la imparcialidad de los fallos. En otros artículos nos referiremos a ello. También está el tema de las bases para participar, es decir las condiciones que deben reunir los trabajos lo que se especifica en una serie de cláusulas.

Sucede que las mismas no siempre son claras por lo que manifiestan ambigüedades, posibilidad de diversas interpretaciones e incluso ejercen una sútil (o no tanto) censura. Ello aconteció con una de las cláusulas en la convocatoria a un concurso literario promovido por un periódico (en 1970); la misma no pasó desapercibida para la notable lucidez y temible ironía de Jorge Ibargüengoitia.

(…) Otro ejemplo de censura apriorística lo encontramos en las convocatorias de los concursos literarios que solía hacer cada año uno de los diarios de esta ciudad. Una de las cláusulas decía: “Los problemas tratados por las obras participantes deberán referirse a la realidad mexicana, los personajes deberán mostrar las características propias de nuestra idiosincrasia y el desenlace de la obra deberá ser positivo.”
Lo anterior supone que los miembros del jurado saben de antemano cuál es la realidad mexicana, lo cual es un contrasentido, porque la única justificación que tiene cualquier autor al escribir una obra es precisamente presentar un nuevo aspecto de la realidad, no la mexicana, sino la realidad a secas, que, después de todo, no vivimos en un cuento de hadas.
¿Cuáles son las características propias de nuestra idiosincrasia? ¿Los hombres son muy machos, las mujeres sumisas, las madres sacrificadas y los hijos borrachos? No es cierto. Esa visión de México la inventaron los mariachis.
Por último, ¿qué es un desenlace positivo? Que todos se casen al final de la obra. O, por ejemplo, que se descubra una verdad importantísima. Pero todos sabemos, en la vida, que casarse o descubrir una verdad puede tener consecuencias funestas.
¿Pero cuáles podían ser las intenciones de la persona que incluyó esta cláusula en una convocatoria? Son, aparentemente, muy respetables. Hay que producir una literatura que enseñe al mexicano a conocerse, a conocer los problemas nacionales y, al mismo tiempo, presentarle una visión positiva de su país, con objeto de fomentar en él el orgullo de ser mexicano.
Está muy bien. Lo malo es que el arte es una manera de conocimiento y el objeto del conocimiento es entender las cosas, no verlas muy bonitas.

Siempre es recomendable volver a la obra de Jorge Ibargüengoitia, consuelo de afligidos y atormentador de poderosos.

¡Que nunca nos falte!

martes, 19 de enero de 2016

El alcohol entre letras y acordes


Existe una larga lista de escritores, músicos, artistas en general, que aceitaban (y a no dudar que hay quienes siguen cultivando el oficio) su creatividad con unos tragos. Claro está que mucho más numeroso es el grupo de quienes entrándole al beberaje no destacan como artistas.

Manuel José Othón, destacado hombre de letras, no le hacía el feo a la beberecua y decía, según Artemio de Valle-Arizpe, que

(…) él únicamente se emborrachaba por cualquiera de estos tres motivos:
"Primero, por el día de mi santo, como es muy natural, o, por solidaridad, el día del santo de algún amigo.
"Segundo, por las fiestas patrias, en memoria de nuestros gloriosos caudillos, porque no quiero deslucirlas como buen mexicano que soy. Otros matarán y herirán en honor de Hidalgo, o echarán gritos inflamatorios en su honor, yo contribuyo espontánea y modestamente a su lucimiento, emborrachándome; y
"Tercero, por cualquier motivo."

Otro que no cantaba mal las rancheras fue José Revueltas y en ocasión de que le preguntaran ¿Usted bebe?”, respondió: “Muy poco, pero sin interrupciones”. Elena Poniatowska da cuenta de las singulares gelatinas que las correligionarias le hacían llegar  a este notable escritor durante su cautiverio.
 
La amistad y el ingenio se forjan en las circunstancias más adversas. Entre otros muchos actos de heroísmo, las mujeres se las ingeniaron para hacer gelatinas con vodka lo cual ayudó a que José Revueltas escribiera su notable novela El apando a lo largo de un mes bajo la mirada de su compañero de celda, Martín Dozal.

(Dicha obra dio lugar a la película homónima dirigida por Felipe Cazals en 1975 y en la que actúa nuestro amigo José Carlos Ruíz interpretando el papel de El Carajo).

No faltó el caso de otro destacado miembro de la talentosa familia Revueltas -al que alude Diana Bracho- a quien obligaron hacer un breve paréntesis en la ingesta de alcohol, para que pudiera concluir su compromiso creativo.
 
Contaba mi papá (Julio Bracho) que a Silvestre (Revueltas), que era un genio, lo tuvieron que encerrar para que no tomara y escribiera la música para Redes, tenía que entregar la partitura para que la grabaran con la orquesta. Así que lo encerraron en Bellas Artes, en un salón de ensayo con un piano. Sólo le abrían la puerta, le metían la comida y le volvían a cerrar. “Hasta que no escribas la partitura no te vamos a dejar salir”, le decían. Creo que estuvo ahí tres días. Silvestre les gritaba: “¡Ábranme, tales por cuales!” Al final salió con la partitura... Eran muy buenos amigos.
 
Las historias con alcohol no siempre –es más, muy a menudo-  terminan bien. Octavio Paz presenta en su poema Pasado en claro (1974), citado por Héctor de Mauleón, una dolorosa evocación de la muerte trágica de su padre acaecida en 1934  
 
Del vómito a la sed
atado al potro del alcohol,
mi padre iba y venía entre las llamas.

Por los durmientes y los rieles
de una estación de rocas y de polvo
una tarde juntamos sus pedazos.

Los beneficios del alcohol son innegables tanto como las tragedias que puede ocasionar.

Cuestión de medida.

martes, 12 de enero de 2016

El tiempo pasa, los argumentos quedan


Ante la demanda y lucha de las mujeres por obtener los mismos derechos que los hombres, se levantan las voces de la resistencia que pretenden contra argumentar indicando que no es coherente buscar por un lado la igualdad en el trato y por otro uno deferente. Entre sus ejemplos más recurridos encontramos el que tiene que ver con el asiento en el transporte público.

Sin embargo este tipo de resistencia no es exclusivo de nuestra época y a efectos de ilustrarlo, transcribimos una nota publicada (en tiempos de la Revolución) en el periódico El Nacional el 26 de julio de 1916. Antes que nada conviene resaltar que aun cuando por aquellos entonces faltaban los míticos 52 años para que hiciera su aparición el metro en la ciudad de México, los problemas del transporte público en las horas pico ya eran muy conocidos para los capitalinos.

Una señorita, cuyo nombre no recuerdo, reclamaba, días ha, desde las columnas de no sé qué diario, el derecho de las mujeres a los asientos del tren eléctrico, a cualquier hora y contra cualquier varón. Más cortesía y menos comodidad, decía la señorita. Además, la reclamante juzgaba vergonzoso el espectáculo de los trenes a la una de la tarde y a las ocho de la noche. Un Colonia Roma o un Santa María eran, para la quejosa, la comprobación de que los hombres ya no somos más que congéneres de Barba Azul, agraviando al mismo.

Llegado a este punto, el autor del artículo comienza a dirigir sus baterías contra lo que él consideraba incongruencias en esta demanda femenina.

Supongamos que la señorita se llama Carmen Ortiz, porque necesitamos llamarla con algún nombre. (…)
Podría un espíritu estrecho hallar algo de incoherencia en los fundamentos de la demanda de Carmelita. (Perdón por la prematura confianza que voy gastando: mi confianza nace de mi simpatía.) La señorita Ortiz reclama, unas veces, porque tiene igual derecho que el hombre, porque la liberación de la mujer ha sido ya lograda por el progreso, porque el cerebro de cualquier mujer pesa lo mismo, o más, que el del presidente Poincaré...
Otras veces Carmelita (mi respetuosa admiración me obliga a pedir perdón de nuevo) quiere el asiento del tren simplemente porque es mujer. No seré yo quien discuta un título que toma su fuerza en la galantería, y menos tratándose de la señorita Ortiz, que tanto sabe, y cuya belleza no se ha de frustrar con sus hábitos políticos. Pero su otra argumentación, la jurídica, ¿no es deleznable? ¿Cómo podrá Carmelita desalojar de su asiento a un gordo o a un flaco, si existe la teoría del primer ocupante? El flaco y el gordo retorcerían el argumento de la igualdad de derechos, como se dice en la dialéctica escolástica, que, de fijo, es desdeñada por la competencia de la muy avanzada Carmelita.

Y al concluir su nota, el articulista expone con un dejo de ironía sus resistencias ante el feminismo.

No agrada, ciertamente, la confusión de los géneros. Produce un malestar orgánico ver que en la sopera nadan el pacto social y el desarme universal. El casamiento de la plancha, aunque sea eléctrica, con don Benito Pérez Galdós, no augura buen suceso. Ni se mira muy en su sitio el dedal sobre la uña de un anarquista. Por todo esto, convendría que se deslindasen los campos antes de exigir el asiento de un tren pletórico. Las damas que se limitan a su precario sexo prosperarán al reclamar, si algún día reclaman. Porque su sexo precario es también su encanto y su firme supremacía. Las damas que se nivelan con los caballeros no deben temer que el nivel se descomponga por asiento más o por asiento menos, pues tal temor sometería al feminismo a contingencias ruines. A contingencias de tren eléctrico...

No es un detalle menor que el autor de estas notas sea nada menos que el poeta Ramón López Velarde.

martes, 5 de enero de 2016

Anillos


Usar anillo es una costumbre clásica que se ha impuesto al tiempo así como al espacio pero su significación cambia en las diversas culturas. Algunos son exclusivamente ornamentales al cumplir una función de adorno. También están los que tienen otras connotaciones al poner de manifiesto un compromiso religioso, dejando en claro diferentes responsabilidades y jerarquías; Luis Melnik ilustra el punto
 

El dedo índice es considerado en algunos países símbolo del Espíritu Santo, por lo que los sacerdotes solían usar un anillo en ese dedo como muestra de su tarea espiritual. Los anillos episcopales usados por los cardenales y obispos son de oro con una piedra (zafiro los cardenales y amatista los obispos) y se llevan en el tercer dedo de la mano derecha. El Papa usa un anillo similar, usualmente con una esmeralda o rubí. Un anillo simple de oro es usado por las monjas.   
 

Por otra parte, el uso del anillo de bodas es habitual en los países cristianos y de acuerdo con Melnik la costumbre se habría originado en una tradición romana relacionada con ofrecer seguridades o garantías.
 

Así hay quienes cuando incumplen momentáneamente sus promesas matrimoniales se quitan el anillo a modo de ocultar su compromiso o buscando anestesiar su mala conciencia.
 

Ahora que si la ruptura matrimonial es definitiva, algunos se limitan a quitarse el anillo, sea que lo guarden, regalen o vendan. Pero parece que para otros, con esto no alcanza y requieren de un acto simbólico que cierre ese ciclo. Seguramente en ellos pensaron quienes ofrecen el servicio del que da cuenta una nota periodística.
                                               

Podría ser como enterrar literalmente el pasado. O al menos eso propone una divorciada neoyorquina que creó un ataúd en miniatura para que descansen en paz los anillos de boda tras un matrimonio fracasado. “Dele a un matrimonio muerto su lugar de descanso final adecuado”, reza el sitio web de la compañía (weddingringcoffin.com), que ofrece los pequeños féretros. “El Wedding Ring Coffin (ataúd para anillos de boda) es el regalo perfecto para usted o para una persona querida para poner punto final tras un divorcio. Es hora de enterrar el pasado y avanzar hacia un nuevo mañana”, asegura. El pequeño ataúd de madera, de 15x5 centímetros, está forrado de terciopelo negro para recibir los anillos y se puede optar por una de seis placas de bronce con mensajes como “¡No acepto!”, “R.I.P.” o “Descansa en paz”, y cuesta 30 dólares. “Es una manera de admitir la muerte de un matrimonio y cerrar física y simbólicamente ese capítulo de tu vida”, contó Jill Testa, detrás de la idea, al New York Post.

Y no faltan aquellos que, habiendo celebrado en el pasado (remoto o reciente) su matrimonio, cuando concluyen los trámites de su divorcio organizan una fiesta para compartir con sus seres queridos la felicidad por el final de esa etapa de su vida.