La
vida política se caracteriza por su alta dosis de picardía. Y se podría
incurrir en error al suponer que ello no acontecía en el
pasado dado que –y es tan solo un ejemplo- los artilugios mediáticos que posibilitan
la autopromoción de candidatos es monopolio de nuestra época. La realidad es
otra porque -claro está que sin contar con los muchos adelantos tecnológicos
recientes- se trata de una práctica a la que también se recurrió en el pasado.
William Spratling propone un ejemplo de ello.
Se
llama Jesús Llorado. Es general sin haber estado nunca en batalla, licenciado
sin haber estudiado leyes y diputado sin haber obtenido votos en ninguna
elección. Desde que una vez echó discursos en la Revolución y les hacía
mandados a Zapata y Obregón, cuando habla de sí mismo se dice un revolucionario
que nunca se vende y naturalmente, siempre pertenecerá a ese glorioso conjunto.
Todo político mexicano que quiere tener éxito tiene que ser un revolucionario.
(...)
El
interior del despacho del general es tan notable como el contenido de sus
manifiestos. Al entrar se topa uno con una silla de montar puesta sobre un
banco viejo del convento. Arriba, en el rincón, está un perchero victoriano del
que cuelgan un sombrero de fieltro negro de ala ancha, estilo diputado, para
sus visitas a la capital; un sombrero blanco estilo charro, muy elegante, de
casi un metro con herraduras y águilas bordadas en oro, para las procesiones y
fiestas; un Stetson gris estilo Texas, para ir de parranda. En las paredes hay
retratos recortados de revistas de artistas de Mack Sennett, con fotos de
toreros intercaladas, un par de relieve de cabezas de indios norteamericanos
con penachos de plumas, hechas en yeso pintado. Y justamente debajo de una
vieja litografía de Hidalgo y del retrato del gobernador con su espada, una
foto muy grande de una manifestación política en Tecpan de Galeana, tomada hará
unos diez años donde parece que don Jesús se está dirigiendo a una gran parte
de los indígenas del Estado de Guerrero, aparentemente con gran elocuencia y un
éxito rotundo. Además, en el centro del cuarto hay una mesa grande, cubierta
con hule pintado en colores y una máquina de escribir, y encima de esto un foco
de luz eléctrica apenas cubierto de una seda azul muy delgada, bordada con
mariposas. Es una de esas pantallitas francesas que se parece al brassière
de una corista. En el rincón del cuarto están amontonados tres o cuatro rifles
30-30.
Con
el paso del tiempo, Spratling se enteró de los verdaderos detalles en que se
tomó dicha foto.
Da
la casualidad que tengo un amigo en Tecpan de Galeana que recuerda la visita
del general Jesús Llorado y esa “junta política” en donde fue tomada esa famosa
fotografía. Don Jesús, en esa época empezaba su carrera política y lo habían
mandado a ese pueblito por el Pacífico, a hacer propaganda para un político que
quería ser gobernador. Y de paso, don Jesús se quería lanzar como diputado. Su
partido no era popular allá en Tierra Caliente, ya que la gente era agrarista,
y él por el momento era “carrancista”. Además era completamente desconocido en
ese pueblo. El hecho es que cuando llegó al pueblito se encontró con una enorme
fiesta religiosa en todo su apogeo. Debe haber habido por lo menos veinte mil
peregrinos indígenas. Me dijo mi amigo que había alrededor de treinta y cinco
grupos de danzantes y que la plaza estaba repleta. Don Jesús se tuvo que
enfrentar con el problema de cómo lograr un éxito político abrumador, sin
partidarios, de no ser dos o tres politiquillos que iban con él y con un
público absorto en cosas más importantes.
Sin
embargo, perdió muy poco tiempo mi general Llorado. Se consiguió varias piezas
de manta, las pintó él mismo con llamativos y apropiados lemas políticos,
denunciando al agrarismo y otras cosas (aunque casi todo su público era
analfabeto) y mandó poner los letreros gigantescos en palos a ambos lados de la
muchedumbre. Luego se subió en un barril y gesticuló de la manera más efectiva,
mientras uno de sus amigos le tomaba cientos de fotografías que lo mostraban
vociferando enfrente de una masa inmensa de indígenas. Esas fotos después
fueron magnífica propaganda a través de los periódicos.
Concluye
William Spratling que aquel montaje facilitó el ascenso político del personaje.
“De hecho, el general Jesús Llorado casi ha basado toda su carrera política en
ellas. Pero eso sólo fue el principio. Algunos opinan que el año próximo puede
llegar a ser la cabeza del Partido Revolucionario en el Estado.”
En la vida política hay picardías de todo tipo (de las folclóricas
a las trágicas) y el caricaturista Rafael Barajas, El Fisgón, se pone serio para referirse al tema.
Este sistema de valores que mantiene al
mismo tiempo la picaresca corrupta y un discurso grandilocuente y severo, ha
dado como resultado que en diversas épocas de la historia de México, los
personajes más cómicos del país no hayan sido ni los escritores satíricos ni
los caricaturistas ni los mimos, sino los políticos.
Con demasiada frecuencia, [su] comicidad
es involuntaria. En una entrevista realizada en 1989, el escritor Carlos
Monsiváis asienta: “Sólo quien tiene un corazón de piedra no se divierte con
los diputados (…) Vivimos ahogados en la parodia involuntaria.”
Según El Fisgón hay un proceso de ida y vuelta cuando la caricatura no
sólo debe parecerse al político representado, sino que éstos terminan
pareciéndose a su caricatura; en palabras de Monsiváis
El político mexicano es cínico, caradura
y rara vez se ha regido por aquella máxima que supone que "el miedo al
ridículo corrige conductas". Al no corregir sus conductas, los políticos
se parecen cada vez más a sus chistes y caricaturas. Nada se parece tanto a un
diputado corrupto de los que dibujaba Rius en los sesenta como un diputado
corrupto de los setenta. Con el tiempo, la caricatura sustituye al funcionario
en el imaginario colectivo y acaba desgastando su imagen.
Al informarse del diario acontecer
saltan a la vista los efectos devastadores de tanta picardía corrupta y
delincuencial ostentada por buena parte de la llamada clase política.
Y, claro está, ello ya no produce ninguna
gracia.