jueves, 28 de julio de 2016

La Marsellesa


El origen de muchos himnos nacionales estuvo relacionado con situaciones muy peculiares y La Marsellesa no es la excepción. Al respecto señala Homero Alsina Thevenet

No fue fácil hacer un himno nacional para Francia. La letra y música fueron compuestas en una sola noche (el 24 de abril de 1792) por un oficial del ejército, Claude-Joseph Rouget de Lisle, en la efervescencia de la Revolución Francesa. Recibió el título de “Chant de guerre de l’armée du Rhin”, pero poco después era cantada con vivo entusiasmo por quinientos voluntarios para el ejército, que marchaban desde Marsella a París. Eso le justificó el título de La Marsellesa. La Convención Revolucionaria procedió después a ungir la canción como himno nacional (1795).

Por su parte Stefan Zweig da a conocer algunos pormenores de la vida de su autor así como el entorno en que se inspiró.

El autor de la Marsellesa no fue en rigor de verdad ni poeta ni compositor. Fue oficial técnico del ejército francés y prestaba servicio en Estrasburgo. Cierto día llegó la noticia de que Francia había declarado la guerra a los reyes europeos en nombre de la libertad. Al instante, toda la ciudad cayó en una embriaguez de entusiasmo. Por la tarde de ese mismo día, el alcalde ofreció a los oficiales del ejército un banquete. Y como por azar supo que Rouget de Lisle poseía talento bastante para componer versos fáciles y fáciles de comprender, propúsole que compusiera a la ligera una marcha-canción para las tropas que debían dirigirse al frente.
Rouget de Lisle, el oficial insignificante, prometió hacer lo mejor posible. El banquete duró hasta muy pasada la medianoche, y sólo entonces Rouget de Lisle volvió a su aposento. Había hecho mucho honor al vino y participado diligentemente en las conversaciones. Muchas palabras de los discursos guerreros revoloteaban todavía dentro de su cabeza –frases aisladas, como le tour de gloire est arrivé o allons, marchons!-. Apenas hubo llegado a su casa, se sentó y bosquejó unas cuantas estrofas, a pesar de que nunca había sido un poeta cabal. Luego sacó su violín del armario y ensayó una melodía para acompañar aquellas palabras, a pesar de que nunca había sido un compositor de verdad. A las dos horas, todo estaba listo. Rouget de Lisle se acostó a dormir. A la mañana siguiente llevó a su amigo, el alcalde, la canción creada que, sin modificación alguna, sigue siendo al cabo de siglo y medio, el himno de Francia. Sin saberlo, y sin proponérselo, un hombre perfectamente mediocre había creado, en virtud de una inspiración única, una de las poesías y una de las melodías inmortales del mundo. O, para ser más exacto, no fue él precisamente quien producía ese milagro, sino que lo fue el genio de la hora, pues, a partir de aquel instante, nunca más logró un poema de verdad, ni melodía real alguna. Fue una inspiración única, que había elegido por órgano a un hombre cualquiera por perfecta casualidad.

Pero antes de que el himno fuera definitivamente adoptado por Francia, debió atravesar por situaciones difíciles, tal como lo ilustra Alsina Thevenet

Pero el contenido revolucionario de la letra motivó que el emperador Napoleón la prohibiera (hacia 1804), que la prohibición fuera después ratificada por el nuevo rey Luis XVIII (hacia 1815), que la canción quedara autorizada por la revolución siguiente (hacia 1830), y que el otro emperador Napoleón III volviera a prohibirla (hacia 1852). La situación se mantuvo hasta 1879, cuando el gobierno francés volvió a ungir a La Marsellesa como himno nacional.

Es usual que solamente se cante una pequeña parte de los himnos nacionales, lo que es particularmente notable en el caso que nos ocupa; continúa Homero Alsina Thevent

Un siglo después, la actriz Simone Signoret señaló en su autobiografía que hay un contenido revolucionario en el primer verso de la canción, pero que es un hecho sabido que “nadie conoce la segunda estrofa”.
La ignorancia del pueblo francés sobre la letra de su himno es bastante comprensible. En abril 1982 un curioso decidió conseguir el dato en la biblioteca del Centro Georges Pompidou (París) que se supone depósito general de la cultura francesa. Le enviaron al segundo piso, y dentro de éste al escritorio 78, donde está radicada la sección Música. En la consulta de un índice general de autores, no apareció Rouget de Lisle (ni por la R, la D o la L). Afortunadamente, un funcionario del despacho 78 tenía idea de haber visto el himno francés en algún lado. Así se pudo buscar durante un rato en anaqueles y finalmente localizar la segunda estrofa de La Marsellesa, que corresponde transcribir para conocimiento del pueblo francés:

Que veut cette horde d’esciaves,
De traitres, ele rois conjurés!
Pour qui ces ignobles entraves
Ces fers des long terms preparés (bis)
Français por nous ah’quel outrage!
Quel transports ji doit exciter.
C’est nous qu’on ose méditer,
De rendre a l’antique esclavage,
Aux armes, citoyens, etc.

Así pues, quedan enterados.

martes, 26 de julio de 2016

Álvaro Cunqueiro, un señor del vino


Tiempos tristes, muy tristes, en España. La Guerra Civil había concluido en 1939, años después el ambiente sofocaba. Por aquellos entonces Álvaro Cunqueiro, galllego de vocación, publicaba sus artículos -que versaban sobre temas varios- en la revista Finisterre.
Uno de sus tópicos recurrentes era el que tenía que ver con vinos y tabernas. Cunqueiro era un gran conocedor y su gusto por el trago iba indisolublemente unido a la alegría del encuentro.
Yo no sé beber solo; tengo que amistar con alguien para poder darle luego a una jarra lo suyo, mano a mano, con las parrafadas y pausas que conviene. Por esto he hecho muchos amigos por esas tabernas de Dios, amistades de las horas canónicas de las tabernas que tienen siempre algo de la sorpresa de las amistades infantiles.
Cuando se radicó en Madrid extrañaba las cantinas de su tierra dado que los vinos gallegos no se hallaban en la capital porque “se hacen un poco abantos y pierden calma y tono”. Ya entrado en nostalgia profunda, añoraba las tabernas de Compostela y el ribeiro, el vino de la amistad.
Allí quisiera estar yo cada día, con la taza cunca de mi apellido en la mano, viendo cómo la tinta el ribeiro, que es, sin duda (…) el vino más amigo del hombre. Entra en ti, y es como si una mano ancha y cordial se posase sobre tu hombro. (…) El ribeiro, blanco o tinto, es un vino comunicativo y alentador. No es tan luminoso como el albariño ni tan vivaz como el agulla del Condado; es un vino more philosophico, para una filosofía humana, peripatética y sentimental.
Así, en sus artículos de aquella época (1946) evoca la taberna de Póngalas donde “se bebía mucho, aunque he de reconocer que mal”.
No obstante, allí caían los mejores bebedores de mi pueblo. Se jugaba al tute subastado. Se comía algo. Se bebía mucho. (…)
La trastienda se llenaba del humo que brotaba de las bocas de aquellos fumadores de mataquintos y cigarro picado, y alrededor de la bombilla de veinticinco se percibía una cortina azulada y espesa. Casi siempre se hablaba de comer. Se contaban cuentos verdes. Don José iba y venía, con su lengua obsequiosa. Yo me apoyaba en la barrica de moscatel, en una de las esquinas de la mesa. Habían pegado en ella un retrato de Conchita Piquer con los hombros desnudos, abrazada a una guitarra. Algo era algo. (…)
He traído aquí, en primer lugar, esta taberna, porque creo que fue en ella donde aprendí a beber bebiendo. (…) Yo comenzaba a escribir mis primeros versos.
En un artículo posterior (Faro de Vigo, 22 de diciembre de 1953) Cunqueiro aclaró que en su caso no bebía para olvidar. “A mí nunca se me ha pasado por mientes beber vino para olvidar: si lo he bebido, habrá sido para todo lo contrario, para acercar aún más las islas de la nostalgia a mi corazón.” Y a este respecto es terminante cuando añade que “Enrique von Kleist tenía una copa de plata que decía, en verso latino, ‘bebo porque así te veo’. Olvidar, desasirse hasta de la propia memoria, soltarse de sí mismo, es cosa que no comprendo que se desee”.
¿A quién vería don Álvaro en aquellas islas de nostalgia que acercaba a su corazón?

jueves, 21 de julio de 2016

Paradojas


En una de sus acepciones, el diccionario las define como hechos o dichos aparentemente contrarios a la lógica, mientras que Eduardo Galeano afirma que “si la contradicción es el pulmón de la historia, la paradoja ha de ser, se me ocurre, el espejo que la historia usa para tomarnos el pelo” y ofrece algunos ejemplos


Ni el propio hijo de Dios se salvó de la paradoja. Él eligió para nacer, un desierto subtropical donde jamás ha nevado, pero la nieve se convirtió en un símbolo universal de la navidad desde que Europa decidió europear a Jesús. Y para más inri, el nacimiento de Jesús es, hoy por hoy, el negocio que más dinero da a los mercaderes que Jesús había expulsado del templo.


En relación a ello Edmundo O’Gorman dice que “la Navidad es la venganza de los mercaderes contra Jesús por haberlos expulsado del templo”; Heinrich Böll es contundente al respecto


Benz se paró ante la vitrina con las figuras del Nacimiento y vio al fondo, los tres Reyes Magos, hombres barbudos, bien vestido, que caminaban sobre musgo artificial y con las manos hacia atrás tiraban de imaginarios camellos. Delante de San José estaba una lista de precios, que le llegaba a la barbilla: “256 marcos. También se venden por separado”, y Benz pensó: “Si San José hubiera tenido tanto dinero, se habría hospedado en el mejor hotel de Belén y toda la industria pesebrística se habría quedado en pura ilusión”.


Prosigamos con la lista de paradojas que propone Galeano


Napoleón Bonaparte, el más francés de los franceses, no era francés. No era ruso José Stalin, el más ruso de los rusos; y el más alemán de los alemanes, Adolfo Hitler había nacido en Austria. Margherita Sarfatti, la mujer más amada por el antisemita Mussolini, era judía. José Carlos Mariátegui, el más marxista de los marxistas latinoamericanos, creía fervorosamente en Dios. El Che Guevara había sido declarado completamente inepto para la vida militar por el ejército argentino.
De manos de un escultor llamado Aleijadinho, que era el más feo de los brasileños, nacieron las más altas hermosuras del Brasil. Los negros norteamericanos, los más oprimidos, crearon el jazz, que es la más libre de las músicas. En el encierro de la cárcel fue concebido Don Quijote, el más andante de los caballeros. Y para colmo de paradojas, Don Quijote nunca dijo su frase más célebre. Nunca dijo, “ladran Sancho, señal que cabalgamos”.
“Te noto nerviosa”, dice el histérico. “Te odio”, dice la enamorada. “No habrá devaluación” dice, en vísperas de devaluación, el ministro de Economía. “Los militares respetan la Constitución”, dice en vísperas del golpe de estado el ministro de Defensa.


Otros autores enriquecen la colección. Ángel Gabilondo afirma que “los sinsabores pueden ser amargos”; Marcial Fernández repara en la “extraña paradoja de las paredes o tapias: oyen y están sordas”; Wimpi evoca a


(…) aquel dueño de casa, citado en el cuento de Aniano, que viéndole un huésped que se soplaba las manos para calentárselas y que soplaba la sopa para enfriarla, lo dejó, diciendo airado, mientras se iba: -“No quiero tratos con gentes tan imbéciles que tanto le soplan a lo frío como a lo caliente”.


La distinción entre contradicción y paradoja no siempre es clara, como ocurre con la que expone Alfredo Jalife-Rahme


Para contribuir en forma inigualable al caos por medio del terror, lord Oxburgh, mandamás de la compañía Transporte y Comercio de la petrolera británica Shell (la tercera más importante del mundo), se mostró pesimista respecto del futuro del planeta debido al alza de la emisión de gases invernadero (The Guardian; 17 junio 04). Ahora resulta que una de las mayores depredadoras se acongoja por la suerte del planeta.


Concluyamos con un graffiti muy difundido que alude al tema que nos ocupa


Como no vamos a estar desunidos
si todos juntos se escribe separado
y separado todo junto


martes, 19 de julio de 2016

En defensa de la siesta


No son pocos quienes opinan que la siesta es uno de los linderos que separa a los pueblos holgazanes de los productivos, a los que se toman la vida con exceso de calma de aquellos que destacan por su espíritu emprendedor. Es así que la siesta suele tener mala prensa, tal como lo afirma Javier Cercas “(…) para muchos la siesta sigue siendo una costumbre bárbara y ancestral, un privilegio inútil de gente ociosa.”

Para demostrar que ello está muy lejos de ser cierto, Cercas pasa a argumentar la importancia de echarse una pestañita a mitad de jornada porque esto, antes que nada, permite vivir más: “(…) quien no duerme la siesta sólo vive un día al día; quien la duerme, por lo menos dos: despertarse es siempre empezar de nuevo, así que hay un día antes de la siesta y otro después.” Por otro lado sostiene que  no la requieren aquellos que no se exigen a fondo en sus tareas habituales. “También descubrí que quienes no trabajan pueden permitirse el lujo de saltarse la siesta, pero quienes trabajamos no: de Napoleón a Churchill, de Leonardo a Einstein, todo el que curra de verdad duerme la siesta.” Asimismo Javier Cercas, apoyado en la indiscutible sabiduría materna, desenmascara otro mito. “Sé que hay quien dice que la siesta le sienta mal, que se despierta de ella con dolor de cabeza; la respuesta a tal objeción es la que me daba mi madre cuando yo se la ponía: ‘Eso te pasa por no haber dormido lo suficiente’.” Y a la pregunta de ¿cuánto es lo suficiente?, responde

No se sabe. Las medidas son infinitas; las más extremas son la de Cela y la de Dalí. La de Cela es eterna: la clásica siesta de pijama, padrenuestro y orinal. La de Dalí es insignificante: se duerme con unas llaves en la mano; cuando las llaves caen al suelo, se acabó la siesta: en ese instante mínimo, uno se ha dormido. Las medidas, ya digo, son infinitas, y cada uno debe encontrar la suya.

Finalmente Javier Cercas presenta un motivo contundente, incontrovertible, a favor de la siesta.

Por lo demás, antes dije que uno duerme la siesta para vivir más; no quise decir con más intensidad, o no sólo: hay estudios serios –entre ellos uno de la Harvard School of Public Health– que demuestran que la siesta reduce el riesgo de enfermedades coronarias. En el 24 de octubre de 2012, The New York Times publicó un reportaje sobre Ikaria, una isla griega poblada por gente que, según rezaba el título, “se había olvidado de morir”; por supuesto, todos dormían la siesta.

Es así que al carácter placentero que tiene la sabia costumbre de dormir la siesta hay que añadir los notables beneficios que representa para el cuidado de la salud por lo que -y tal como lo recomiendan sus apólogos- después de comer no deje de dormir la siesta por cansado que usted se encuentre.

jueves, 14 de julio de 2016

Dientes de león


Productos a los que durante mucho tiempo se le atribuyeron muchos beneficios para la salud, hoy caen en descrédito. También se da el caso contrario: lo que no fue particularmente apreciado en el pasado, ahora es asociado con innumerables propiedades. Esto último me lleva a recordar que hace ya varios años Robert Fulghum criticaba la forma en que desvalorizamos aquellas cosas que sin prestar mayor utilidad abundan a nuestro alrededor, lo que ejemplificaba de la siguiente manera
Si los dientes de león fueran raros y frágiles, la gente se desviviría por comprarlos a 14,95 dólares la planta, los cultivaría a mano en invernaderos, crearía sociedades dientes de león, etcétera. Pero están en todas partes, no nos necesitan y hacen lo que quieren. Así que los llamamos “yuyos” y los matamos a la primera oportunidad.
Tiempo después un artículo publicado por Culturizando (junio 2014) con el título de “10 Beneficios del Diente de león”, invita a reconsiderar el punto.
El diente de león es una hierba floral común que puede crecer salvajemente donde sea. (…) Hoy en día es una de las hierbas más estudiadas por la ciencia médica occidental. Las siguientes son algunas razones para nunca eliminarlas de tu jardín (más bien recolectarlas), y, en lugar de pedir un deseo volando sus flores al viento, guardarla para hacer un té.
1. Mantiene el correcto funcionamiento del hígado. La raíz del diente de león es conocida porque previene las hemorragias de hígado, pero también mejora la pureza de la sangre y el flujo de bilis, el cual es regulado por el hígado y juega un papel importante dentro del mismo.
2. Combate el acné y el eczema. Si tienes un caso de acné, beber jugo de diente de león como estimulante, desintoxicante, diurético y antioxidante ayuda a combatir las toxinas que muchas veces resultan de las hormonas fuera de balance. Las toxinas son ultimadamente sudadas a través de la piel y, gracias a la habilidad estimulante del jugo, se abren los poros para permitir el proceso. La savia del diente de león también puede ser utilizado externamente.
3. Además, ya que la savia es altamente alcalina y tiene propiedades que combaten los gérmenes, es recomendado como una manera ideal de manejar una variedad de condiciones dermatológicas incluyendo comezón general, eczema y tiña.
4. Mejora la salud de los ojos. La Asociación Optométrica América recomienda que las personas consuman al menos 12 miligramos combinados de luteína y zeaxantina todos los días para ayudar a reducir los riesgos de cataratas y degeneración macular relacionada con la edad. Los dientes de león contienen ambos de estos nutrientes. De hecho, sólo una taza excede la recomendación de la AOA para mantener la salud de los ojos, ya que contiene 15 miligramos de luteína y zeaxantina.
5. Ayuda a bajar de peso. Consumir dientes de león es ideal para aquellos que quien bajar unos kilos. No sólo son bajos en calorías, también actúan como diuréticos, por lo tanto causan que el peso del agua sea desechado mediante la orina de una manera sana.
6. El diente de león se utiliza como un estimulante del apetito y para ayudar a una buena digestión.
7. Debido al alto contenido de hierro en la raíz del diente de león, ésta es muy útil para tratar la anemia puesto que ayuda a la producción de glóbulos rojos en el cuerpo.
8. El diente de león es utilizado en algunos lugares para tratar la diabetes ya que se ha observado que disminuye los niveles de azúcar en la sangre.
9. La raíz de diente de león también es útil como un laxante poco agresivo y puede regular el funcionamiento del aparato digestivo si se consume con regularidad; para este mismo aparato también presenta beneficios en el control de gases y el estreñimiento.
10. Su excelente mezcla de vitaminas y minerales hacen del diente de león una fuente rica en antioxidantes y puede servir hasta para controlar el estado de ánimo. Gracias a su alta cantidad de vitaminas del complejo B, la raíz del diente de león puede ayudar a controlar la depresión.
Avisados: más cuidado con los dientes de león.

martes, 12 de julio de 2016

Los riesgos del realismo


Hay ocasiones en que los límites entre actuación y realidad son muy delgados, casi inexistentes. ¿A quién no le ha sucedido emocionarse hasta las lágrimas viendo una película, aun a sabiendas de que se trata de una ficción?, ¿quién no ha sufrido con lo que le acontece a un protagonista con quien se ha identificado?
Armando de María y Campos da cuenta de una situación que tuvo lugar en una obra en que las actuaciones destacaron por su realismo y cuando entre el público había quien no estaba familiarizado con el teatro. Leopoldo Zincunegui retoma el acontecimiento
En su amenísima obra “El Teatro del Género Chico en la Revolución” (…) refiere Armando de María y Campos el siguiente sucedido, que localiza en la ciudad de México, en el Teatro Principal, a mediados de 1915 cuando los zapatistas estaban posesionados de la capital de la República.
Una noche se representaba la zarzuela española “La alegría del batallón”, haciendo Mimí, la Dolores, que estaba gitana por los cuatro costados, y el soldado enamorado Rafael, el yucateco Rodolfo Navarrete, que con el uniforme puesto, ni peninsular parecía. Muchos lectores recordarán el argumento.
Un chaval, enamorado de la gitanilla, ha desertado de su regimiento, robando a la virgen del lugar una valiosa joya; como en la España de Alfonso XIII se castigaba con rigor el robo sacrílego, el soldado enamorado es conducido a la cárcel. Sabedora la Dolorcillas de que el recluta enamorado se encontraba entre las rejas por su culpa, con los pies descalzos, sufriendo hambre y sed, va a verlo a la cárcel. Logra llegar tras la reja que priva de libertad a su Rafael, y a grandes voces, logra atraer al hombre por quien suspira. Pero anda cerca un centinela –que era el gran actor cómico mexicano Carlos Pardavé-, cabo de guardia encargado de hacer cumplir la consigna de que ninguna persona se acercara al sentenciado, y marca el alto a la gitanilla, la que sin querer escucharlo logra al fin hablar con su Rafael.
Hasta aquí el argumento de aquella obra cuando en “una noche de agosto, después del ‘bis’ reglamentario, la escena alcanzó un realismo singular: (…) -Vete, gitana, que disparo… -decía Carlos Pardavé en tono patético.” Ello dio lugar a lo inesperado cuando, siempre siguiendo el relato de Leopoldo Zincunegui, un soldado zapatista que se encontraba entre el público “se levantó como impulsado por una fuerza desconocida, encañonó amenazante su arma y apuntando a Pardavé le dice: -Ora, vale, o los deja quererse o lo quebro.”
No es difícil imaginar el revuelo a que dio lugar tan amenazante reacción y que describe Zincunegui
¡La que se armó en el teatro!... El primero en hacer “mutis” por la “primera” que tenía más a mano fue Pardavé; Navarrete rompiendo el “fondo” que simulaba la pared de la cárcel no paró hasta el camerino, mientras que Mimí, presa de convulsiones, caía desmayada a merced de lo que allí pudo haber acontecido. Se encendieron las luces; Miguel Wimer ordenó bajar el telón; el maestro Rosado, de espaldas al atril, permanecía sin saber qué partido tomar.
Fue necesaria la intervención de un alto mando para que el soldado desistiera de su actitud.
El soldado zapatista fue reprendido duramente por alguno de sus superiores que se encontraba en una platea.
-Esto es solamente de “mentiras” –le decía nervioso y enérgico un oficial de sombrero tejano de fieltro y pecho cruzado por cananas.
No había forma de convencer a aquel exaltado, que rodeado de público y oficiales, no cesaba de decir:
-Todo lo que queran, ¡pero los deja quererse o lo quebro!
En otra crónica sobre este suceso, Rodolfo Morales da cuenta del desenlace “(…) por fin, el telón corrido, regresan Mimí y prisionero y se ponen a improvisar y a fingir idilio; se apaga la exaltación del soldado que dice que ‘Así, sí, pos entonces ¿pa qué peleamos?’.”

jueves, 7 de julio de 2016

Historias de segunda mano


Entre los compradores de libros usados es sabido que algunas adquisiciones contienen mensajes que en tiempos más o menos remotos tuvieron otro destinatario. De esta manera uno deviene en entrometido involuntario de dedicatorias o notas al margen de texto que traen indicios de historias ajenas.

Algunas pasan sin más, otras siembran curiosidades. Tal fue lo que me aconteció con la dedicatoria en un ejemplar de la Autobiografía de José Clemente Orozco

Hoy quiero que me desdibujes
¡sí! que rompas el bastidor del
pasado y los recuerdos fallados.

Que traces cada una de mis curvas
de los pies  a las caderas ansiosas
por la promesa de tu boca.

Luego en el alma pongas mucho brillo
y traces senderos de un nuevo camino
en los ojos pongas todos los colores
que existen en tu imaginación.

Y me regales alas para
escaparnos de este planeta y
juntos seamos tu obra la más
perfecta.

Desdibújame.

A continuación de la firma añade:

Sabes que te amo
hermanito de fiesta
y de vida.

Y es así como si fuera poco con las circunstancias de la propia vida que uno se queda picado con estas historias ajenas.

Daba por supuesto que esto sucedía exclusivamente con los compradores de libros viejos pero Rodolfo Livingston puso en evidencia mi equívoco.

Javier Villafañe encontró en el bolsillo de un sobretodo de segunda mano, que compró en el Mercado del Rastro, en Madrid [un papelito que decía]: “Al dibujarte sobre la nieve sabía que tu imagen iba a vivir la eternidad de unos minutos. Hay que dibujar en la nieve. Construir con humo y aire, siempre con humo en el aire. Es hermosa Madrid. Me da los últimos soles de mi vida. Friedrich.”

Al no tener noticias del desenlace de estas historias de segunda mano, no queda más que dar lugar a conjeturas y suposiciones.

martes, 5 de julio de 2016

Celebración de los sabores


No tenemos recuerdos precisos de cuando conocimos los diferentes sabores, momentos fundamentales en el desarrollo de la persona. La descripción de  Germán Dehesa (No basta ser padre. México, Planeta, 2001) de lo que sucedió cuando su hijo Andrés descubrió el saber de la pera, puede ayudarnos a reconstruir la escena.
(…) Tengo fundadas razones para pensar que la vida (la verdadera vida, no este sórdido melodrama que nos han organizado los “grupos de interés”) es una delicada trama de asuntos menores que, contemplados con la debida atención y lentitud, dejan de ser menores para convertirse en minúsculos milagros. (…) Amanece en mi casa y yo, que estoy severamente enkunderado, me asomo a la recámara del pequeño Andrés que, por instrucciones de nuestro colorido pediatra, ha comenzado a probar frutas maceradas. Hoy le toca probar la pera. Siglos de siglos, glaciaciones, navegaciones, catástrofes, imperios y amaneceres… todo confluye en este momento tan irrelevante en el que un bebé (que podría ser Adán, que podría ser el primer hombre, que es todos los hombres) va a conocer, por primera vez en la historia, el sabor de la pera. Él no sabe nada de pintura francesa e ignora las iluminadas peras que languidecen en los cuadros; ignora igualmente que en Europa hay una región en cuyos huertos los perales están constelados de botellas que esperan que una insólita pera les vaya creciendo en el vientre del mismo modo que él creció en el cuerpo de su madre. Para saber todo esto (o para ignorarlo) habrá tiempo.
Continúa Dehesa dando voz e imagen a ese maravilloso instante inaugural en la vida del pequeño Andrés.
En este momento lo único importante es esa pequeña cuchara que se aproxima sacramentalmente a su boca. Podría ser el comienzo de la historia, pero apenas es una pequeña historia. Pequeña y todo, no hay historiador ni poeta tan exquisito como para que pudiera reseñar el cataclismo de gozo que ocurrió en ese paladar súbitamente iluminado por el prodigio de un sabor. Desde fuera, lo único que se percibe es una sonrisa interminable y una mano regordeta que se adelanta para aferrar la mano de la madre. Ni él ni nadie estamos dispuestos a que el gozo nos sea negado; para eso, precisamente para eso, nos fue dada la inteligencia que guía nuestras manos: para detener el instante, para que el placer perdure un poco más, para que los alimentos terrestres no nos sean negados, para que la vida se quede con nosotros.
Germán Dehesa agradece el enorme privilegio de haber sido testigo de ese momento y sostiene que nadie, por ningún motivo, debería quedar al margen de estas celebraciones de la vida.
Si es para poder atestiguar un instante así –tan cotidiano y tan prestigioso- benditos sean los 51 años que he permanecido ya en este diverso y misterioso mundo. Opino que nadie tiene derecho (son tonterías… no tengo tiempo… no es importante… estoy muy ocupado… estás viendo cómo está la situación) a privarse del moroso disfrute de estos espectáculos. No tengo espacio para explicarles, pero créanme que en esto reside lo que ampulosamente llamamos cultura.
Dicen que Luis Cardoza y Aragón afirmó que “la patria es el sabor de las cosas que comimos en la infancia” y a todos nos ha sucedido reencontrarnos, muchos años después, con sabores y aromas que inmediatamente nos regresan al pasado. Muchos escritores han dejado constancia de ello pero pocos como Proust, tal como lo refiere Álvaro Armero.
Uno de los fragmentos más conocidos y nombrados de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, es cuando el narrador rememora recuerdos de su infancia al comer una magdalena con una taza de té, ya que asocia el sabor, la textura y el aroma de la magdalena con ese mismo estímulo vivido años atrás, en la niñez. En las primeras páginas de la famosa obra, Proust habla de la pobreza con que se había ofrecido a su recuerdo la ciudad de Combray en la que había pasado una parte de su infancia. Recurre entonces el escritor a su célebre paisaje de las magdalenas y a través de su sabor revive el tiempo antiguo, es su artilugio para rememorar lo que queda de una época a la que solo se puede volver a través de sensaciones. Con ello, una vulgar magdalena se ha convertido en el símbolo proustiano del poder evocador de los sentidos. La recuperación del tiempo a través de la nostalgia de los sabores.
Y seguramente todos tenemos -¡ay!- sabores y aromas perdidos en nuestra infancia y que nunca más hemos reencontrado.