Sabido
es que durante mucho tiempo la atención estuvo puesta exclusivamente en las
obras de arte, mientras que los autores de las mismas habían quedado cubiertos
por el anonimato tal como lo refiere Aldous Huxley.
En la antigüedad las
artes eran, casi absolutamente, anónimas. Los artistas producían sin esperar
que sus obras les reportaran personal nombradía o eso que se conoce con el
nombre de “inmortalidad”. Considérese la recatada modestia del fresquista
egipcio que consumía su existencia realizando obras maestras, sin firmar, en el
interior de los sepulcros, donde no serían contempladas por ninguna mirada
viviente. La literatura primitiva de todos los países se encuentra refugiada en
un anónimo semejante.
Recién
los griegos –de acuerdo con Huxley- comenzaron a interesarse por el autor de
aquellas obras que destacaban por su belleza y armonía. “Fueron los griegos los
primeros en agregar a las obras de arte los nombres de sus autores con vistas a
una glorificación inmediata y a la inmortalidad. Entre los griegos fue donde se
empezó a sentir un marcado interés por la personalidad de los artistas.”
Con
la caída del Imperio romano –continúa Huxley- reaparece el anonimato artístico.
La Edad Media produjo
una gran cantidad de pintores innominados, obras arquitectónicas, esculturas,
baladas y relatos cuyos autores se desconocen. Incluso de aquellos artistas
cuyos nombres han llegado hasta nosotros muy poco es lo que se sabe. Sus
contemporáneos no se hallaban lo bastante interesados por las vidas privadas y
la personalidad de los mismos, para preocuparse de transmitirnos aquellos
detalles que a nosotros nos gustaría conocer.
Será
hasta el Renacimiento, afirma Aldoux Huxley, cuando el arte nuevamente deje de
ser anónimo. “Los artistas trabajaron por la celebridad entre sus
contemporáneos, por la fama póstuma, y el público comenzó a interesarse por
ellos, además de cómo artistas, como seres humanos. La autobiografía de
Benvenuto Cellini resulta muy sintomática de la época en que fue escrita.” Y
este interés por la vida del artista seguirá creciendo.
Desde los días del
Renacimiento, el interés del público por la personalidad del artista, más que disminuir,
ha ido en aumento. Y el artista, por su parte, ha hecho cuanto ha podido para
satisfacer esta curiosidad. (…) La actual boga de las revelaciones
autobiográficas no constituye sino el último síntoma de la gran tendencia,
puesta de manifiesto en época reciente, hacia una personificación cada vez
mayor en el arte.
A
Simon Leys le interesa lo relativo a la biografía literaria y después de
describir rasgos íntimos de la vida de Victor Hugo le llega el momento del
cuestionamiento.
De hecho,
es precisamente cuando se abordan personajes como Victor Hugo cuando uno se
siente obligado una vez más a poner en tela de juicio si es deseable, e incluso
si es factible, la biografía literaria.
No se
trata sólo de que los gigantes no soportan un examen de cerca (como descubrió
Gulliver con gran desasosiego cuando tuvo que trepar a los pechos de las damas
de la corte de Brobdingnag), sino, más básicamente, de que existe esta verdad
básica: lo único que podría justificar nuestra curiosidad es precisamente lo
que por necesidad debe escapar al análisis del biógrafo: el misterio de la
creación artística.
Citando
las opiniones de Malraux y de Pushkin, se pregunta Simon Leys dónde se genera
el interés por conocer a los escritores en su vida íntima.
La tesis
de que la biografía literaria está condenada al fracaso por su propia
naturaleza no es nueva (…) Malraux resumió la cuestión muy ajustadamente: “A
nuestra época le gusta desvelar secretos; primero porque raras veces perdonamos
a los que admiramos; segundo, porque albergamos vagamente la esperanza de poder
descubrir el secreto del genio en medio de los demás secretos desvelados. Deseamos
llegar al hombre que hay detrás del artista. Pero cuando raspamos un fresco, si
lo raspamos hasta su vergonzosa capa de fondo, lo único que obtenemos al final
es sólo yeso”. Sin embargo, fue Pushkin, mucho antes que él, quien más
memorablemente expresó la indignación que un poeta debe experimentar ante
nuestro apetito indiscreto por la información biográfica: “La chusma lee tan
ávidamente confesiones y notas, etcétera, porque se regocija en su ruindad con
las humillaciones de los que están más alto y con las debilidades de los
poderosos. Disfrutan al descubrir cualquier clase de vileza. ¡Es pequeño como
nosotros! ¡Es vil como nosotros! Mentís, miserables: es pequeño y vil, pero de
un modo diferente, no como vosotros”.
Concluye
Leys en una confesión pública de sus propias debilidades. “Téngase en cuenta
que soy plenamente consciente de mis propias contradicciones. (…) Aunque dude
de la utilidad de escribir biografías literarias, sé demasiado bien que seguiré
leyéndolas…”
Finalmente,
muchos son quienes han señalado la decepcionante distancia que se presenta
entre el artista y la persona; uno de ellos ha sido Oscar Wilde. “Los artistas personalmente encantadores que he conocido
han sido malos artistas. Los buenos artistas existen solamente en lo que hacen,
y por lo tanto carecen completamente de interés en lo que son.” Mientras que
Woody Allen comparte su propia experiencia al respecto.
Groucho Marx
era una persona a quien yo había encumbrado durante muchos años, lo amaba. Pero
cuando lo conocí, me recordó a uno de mis tíos chistosos, de ésos que hacen
bromas en las bodas. Tras esta experiencia, nunca más quise conocer a nadie a
quien admiro; porque no quiero que mis ídolos se conviertan en gente común y
corriente que se aburre, tiene hambre y le da dolor de cabeza.
Tal
vez por ello sea conveniente adaptar en este ámbito una de las recomendaciones
de los señalamientos viales: “Mantenga su distancia”.