De
risas y lágrimas está hecha la vida pero las fronteras entre unas y otras son
difusas ya que existen sonrisas tristes así como también lágrimas de alegría
(de acuerdo con George Sand “Dios ha puesto el placer tan cerca del dolor, que
muchas veces se llora de alegría”).
En territorios
de dolor, tristeza, sufrimiento, emoción, las manifestaciones pueden ir desde
la lágrima furtiva hasta el acto de llorar en forma incontrolable; sin embargo no
hay evaluación posible en cuanto a la intensidad de los sentires porque como
afirma José Narosky “una lágrima puede decir más que un llanto”. En opinión de
Ugo Ojetti el llanto profundo es incompatible con las palabras, dado que “aquel
que describe su propio dolor, aún si llora, está a punto del consuelo”.
Difícil
acompañar a quien llora además existe una especie de pudor al atestiguar el
llanto ajeno. Con frecuencia lo mejor es guardar un silencio respetuoso ante el
dolor ajeno porque según José Bergamín “es difícil y triste tener que hacer de paño de lágrimas cuando se es trapo
viejo”. Asimismo no es buena cosa –como señala Wenceslao Varela- andar
mintiendo consuelo: “Al corazón no se engaña/ cuando algún dolor lo
estruja/ y si una lágrima empuja,/ querer mentirle consuelo/ es como borrarle
al suelo/ la sombra que el sol dibuja.”
Aun
cuando existe la idea generalizada de que a las mujeres les es más fácil
llorar, existen muchas dudas al respecto ya que hay fuertes implicancias
educativas cuando todavía se dice a los niños: “no llores, ¡pareces niña!” (a
este tema ya nos hemos referido en este espaciohttp://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2014/11/los-hombres-no-lloran.html).
Por otro lado existen mujeres auto contenidas al tiempo que varones muy llorones.
Algunos lo han sido toda su vida, es el caso de Alberto Salcedo Ramos quien lo
reconoce sin reticencias: “Siempre he sido muy llorón. Mis hijos dicen que soy
capaz de llorar hasta despidiendo un avión de carga.” Otros caso son debido a
la edad y/o a alguna afección; al llegar a sus sesenta años y después de haber
sido operado del corazón, Germán Dehesa aceptaba haberse convertido en incontinente emocional. Asimismo amigos
del gran bandoneonista Aníbal Troilo, Pichuco,
lo recuerdan como un gran llorón, lo que atribuían a la diabetes que le
afectaba.
Muchos son los autores que se han referido al daño que
produce la represión de las emociones (por cierto que tan frecuente en estos
tiempos en que aparece el mandato de ser feliz de tiempo completo). Según Ramón
Gómez de la Serna “las lágrimas desinfectan el dolor”; tal vez por ello Alicia
Molina dice que los sentimientos son húmedos y que si se guardan sin sacarlos a
la luz, se descomponen dentro de uno y entonces se transforman en
resentimientos. Curioso proceso en que el sentimiento sufre un triste proceso
de cambio que deriva en algo tóxico como es el resentimiento.
Hay casos en que los motivos que dan lugar al llanto
son dinámicos, van cambiando, mientras que en otros se trata de causas
históricas tal como cantaba José Alfredo Jiménez en “El último trago”: “Nada me
han enseñado los años siempre caigo en los mismos errores, otra vez a brindar
con extraños y a llorar por los mismos dolores.” Cada quien tiene sus propios
motivos para llorar y aquí no hay imposición que valga; es ilustrativo el caso
de Alejandro Dolina: “Mis
lágrimas más sinceras han sido convocadas por viejos violinistas, vendedores de
poesías y recitadores que reciben la burla de los pajarones.”
Por otra parte no todas las formas de llorar son iguales
y existen grandes diferencias tanto entre las personas como entre las naciones;
en relación a ello Isaac Bashevis Singer comparte su asombro: “Es extraño, pero cada nacionalidad llora de una manera
distinta.”
A veces las lágrimas nos alcanzan cuando menos lo
esperábamos al estar leyendo un –aparentemente- inofensivo libro. Jesús
Marchamalo da su testimonio: “Yo he llorado por ejemplo las dos veces que he
leído la novela El olvido que seremos,
en donde [Héctor Abad Faciolince] revive la historia de su padre, el doctor
Héctor Abad Gómez, y las circunstancias de su asesinato.” Coincido con
Marchamalo dado que esa misma obra me hizo llorar en muchos pasajes y el libro más
reciente que me llevó a las lágrimas es “De vidas ajenas” de Emmanuel Carrère (que por cierto
aprovecho a recomendar). También se
llora en el cine; Thomas Mann, en una breve evocación que hoy puede resultar
nostálgica, profundiza en ello:
(…)
una pareja de amantes en la pantalla, un jardín auténtico con hierba que se
mece al viento, dos bellos jóvenes que se despiden “para siempre”, una música
de fondo compilada con los sonidos más deleitosos que hayan podido encontrarse:
¿quién es capaz de resistirse a eso? ¿A quién no se le escapan unas lagrimillas
de pura emoción? El cine es materia prima, no ha pasado por ningún cedazo, vive
de primera mano, una mano cálida, amistosa, y afecta como la cebolla y la raíz
de eléboro, la lágrima cosquillea en la oscuridad, con digna discreción acerco
la punta del dedo y la disperso por el pómulo.
En estos días de tantos dolores sociales mantienen
vigencia las preguntas que formulara León Felipe: “¿Quién no tiene una joroba y
gran saco de lágrimas?/ ¿Y quién ha llorado ya bastante?”
Las familias y las escuelas deberían ayudar a expresar
los sentimientos, a no tener miedo al ridículo de descomponer el rostro con la
aflicción del llanto, a quitar máscaras.
Debemos aprender a conmovernos y compadecernos con el
dolor ajeno, ello también es educación para la ciudadanía.