martes, 30 de julio de 2019

Dos anécdotas de la Revolución Francesa


Entre quienes se han dedicado a reunir anécdotas de diversos períodos históricos, destaca Noel Clarasó con una obra de gran amplitud.

A manera de ejemplo tomamos dos pequeñas muestras -con evidente tono aristocrático- que provienen de tiempos de la Revolución Francesa.

A principios de 1790, las gentes del pueblo empezaban a desmandarse contra los aristócratas. Y nadie se atrevía a castigarlas. Una noche, en un teatro, un grupo de descamisados arrojaron tomates y patatas contra los palcos. En uno de ellos estaba la duquesa de Biron. Recogió algunos de los proyectiles, hizo un paquete con ellos y lo mandó a Lafayette, jefe entonces de la Guardia Nacional, con un billete en el que había escrito: “He aquí, querido general, los primeros frutos de la Revolución”.

Entre los grandes desafíos de aquel período estaba el pasar de una sociedad jerarquizada a una más igualitaria, por lo que se introdujeron normas de convivencia que lo facilitarían; a ese respecto Clarasó narra lo siguiente

Una noche, a la salida del teatro, una señora de la aristocracia llamó al hombre que se encargaba de buscar las carrozas y le ordenó:
-Llamad a mis criados.
Un sans-culotte que pasaba por allí y la oyó, le gritó:
-¡Ya no hay criados! Ahora todos los hombres somos hermanos.
-Gracias -dijo la señora-. En este caso llamad a esos hermanos míos que están a mi servicio.

Más allá de la ironía no cabe duda que los cambios sociales implican gran complejidad y las estructuras sociales no se modifican por el simple cambio de palabras. Tal vez a ello aludía Jacinto Benavente: "Cambiar los nombres, sin cambiar las cosas, es lo primero con que se engaña al pueblo en todas las revoluciones".

jueves, 25 de julio de 2019

Escalofriante


Antes que nada una advertencia. Esta historia es sumamente dolorosa, si cree que no está en buen momento para tomar conocimiento de ella, por favor no siga leyendo.

En el artículo anterior nos aproximamos –guiados por Michel Tournier- a la situación de algunos desaparecidos por voluntad propia en Francia, quienes en muchos casos terminan viviendo en las calles como vagabundos o indigentes.

Eso me llevó a recordar que hace años encontré en la prensa una nota estremecedora y que de alguna manera está relacionada con el tema. Acudí al Almacén, encontré aquel breve texto (publicado en julio de 2002) que nunca pude olvidar en los años transcurridos desde que lo leí.

Es altamente probable que presuntos integrantes de grupos armados de los años 70 se encuentren aún recluidos en prisiones clandestinas, a más de dos décadas de ocurrida la llamada guerra sucia, e incluso que algunos de los detenidos hayan sido puestos en libertad por sus captores, pero ya afectados de sus facultades mentales, por lo que es necesario elaborar un registro nacional de indigentes, afirmó el fiscal especial para desaparecidos, Ignacio Carrillo.

Quiero resaltar que allí no se expresaba una conjetura de organizaciones independientes sino del propio fiscal especial designado por el gobierno para indagar la situación de los desaparecidos.

Recuerdo que durante muchos meses cuando en la calle me cruzaba con algún indigente, enseguida calculaba su edad y me preguntaba si no pudiera ser uno aquellos casos a los que aludía el fiscal Carrillo.

Tiempo después, en un libro de Refugio Bautista Zane encuentro información aún más escalofriante al respecto.

Carlos Francisco Castañeda de la Fuente fue un hombre que quiso asesinar al presidente Gustavo Díaz Ordaz, pero falló en el intento. Al ser detenido por elementos de la Dirección Federal de Seguridad, uno de los policías era Miguel Nazar Haro, "...le amarró los testículos con hilo de cáñamo, de un jalón lo arrodilló y lo obligó a rezar". Pasó 23 años recluido en un hospital psiquiátrico sometido a estudios, interrogatorios y a una vigilancia permanente. Ingresó al hospital el 4 de junio de 1970 y salió el 23 de diciembre de 1993, convirtiéndose en indigente. 
La policía lo sometió a golpizas y fuertes interrogatorios. El mismo Castañeda relata algunas de las preguntas y torturas a que fue sometido: ¿Quién te pagó, quién te ordenó, quién te mandó? ¿Qué quieres que te saque un ojo, un diente o una uña? ¿Cómo quieres morir, fusilado o quemado? Él siempre contestó que su intento de matar al presidente, fue “... por la matanza de Tlatelolco”. Lo curioso del caso es que en 1993, la Secretaría de Gobernación buscó su expediente legal, y no encontró ningún documento que aclarara por qué fue enviado a ese hospital. En su expediente clínico tampoco se aclaraba qué autoridad lo envió y en qué calidad jurídica.

Refugio Bautista Zane relacionaba este caso con lo que pudiera haberle pasado a otras personas y concluía en lo mismo que la nota de inicio.

El caso de Carlos Francisco, refuerza la hipótesis del titular de la Fiscalía para Movimientos Sociales y Políticos del pasado, quien no descartó “que algunos miembros de los movimientos armados de los años 70 y 80 del siglo XX, hayan sido recluidos en hospitales y cárceles clandestinas y que tras resultar afectados de sus facultades mentales se hubieran convertido en indigentes”. (La Jornada, 17 a 20/4; 5/9/2004)

Una vez más queda de manifiesto que la denominación guerra sucia constituye un suave eufemismo para identificar lo que se hizo y que no tiene nombre.

A los desaparecidos por motivos políticos hay que sumar a quienes en años recientes lo han sido en tanto víctimas de secuestro, narcotráfico, redes de prostitución, tráfico de personas, etc. (cuyas familias siguen buscándolos por cielo y tierra porque ya se sabe que la esperanza es terca).

Al recordar el artículo anterior solo nos resta pensar: ¡qué suerte tienen los franceses!

martes, 23 de julio de 2019

Desaparecidos en Francia


Antes que nada es importante aclarar que en América Latina la palabra desaparecido se refiere en particular a casos muy diferentes (y de ello tratará el artículo próximo) de los que aludiremos a continuación.
Veamos que sucede, de acuerdo con lo señalado por Michel Tournier, con los desaparecidos en Francia. “Cada año se denuncia a la policía (…) la desaparición de unas dos mil quinientas personas” (como el artículo tiene unos años es posible que ese número haya cambiado). Cuando Tournier se enteró de ello, comenzó a realizar conjeturas. 
Podemos admitir que la gran mayoría de estos supuestos desaparecidos simplemente quisieron escapar de una esposa, unos acreedores, un maestro, en general, de un ambiente opresivo.
Y es entonces cuando llega la pregunta inevitable: ¿para ir adónde? Según Tournier, el futuro de los desaparecidos no es muy prometedor ya que con frecuencia entran en una dinámica muy similar a la del punto de partida.
Muchos de ellos acabaran “rehaciendo su vida” y acumulando presiones semejantes a aquellas que les hicieron huir. ¿Cuánto tiempo tardará su pasado en atraparles de nuevo? 
Por otra parte, el mismo autor señala la posibilidad cierta de que los avances tecnológicos pongan en riesgo la opción de desaparecer por propia voluntad, lo que representaría uno más de los tantos recortes a la libertad.
Cuanto más se organiza y se informatiza la sociedad, más difícil y efímera se hace la desaparición. Los jóvenes, al tener menos raíces, son los que más fácil la tienen para desvanecerse eficazmente en la naturaleza. 
Estas situaciones no le son tan ajenas ya que Michel Tournier conoce de primera mano historias de familias que tienen su desaparecido.
Conozco a dos familias cuyo hijo desapareció cuando tenía menos de veinte años, y para siempre. En los años en que vivía en la isla de Saint-Louis, frecuentaba a los clochards que viven en los muelles. 
No será fácil saber por boca de los propios personajes de esta historia la repuesta a preguntas como ¿quién eres?, ¿de dónde vienes?, ¿por qué te saliste?
La mayor parte de ellos se quedaban orgullosamente mudos cuando te interesabas por su pasado. Casi todos los clochards son “desaparecidos” de un tipo particular.
Y es que también, hay que aceptarlo, ¿quién es uno para andar metiéndose en vidas ajenas?, ¿qué interés puede tener alguien que desapareció por deseo personal en dar las coordenadas del origen del que un día decidió partir?

jueves, 18 de julio de 2019

Marcas de autos/2


Antes de retomar el tema de las marcas en que nuevamente seguiremos a Luis Melnik, veamos una referencia del mismo autor en relación a por qué los autos despiertan tanto interés en muchas personas.

Los automóviles son la más perfecta máquina... casi humana. Y como tal puede producir sublimes encuentros con el placer, la placidez, las pasiones, el desenfreno, el paroxismo o el afiebrado desenfreno, la crueldad, el atropello a mansalva. Puede ser amado, soñado, ambicionado. Se lo puede sentir en las entrañas. Se lo puede abandonar sin sentimientos. Casi humano.

Como no podía ser de otra manera las marcas de vehículos de lujo también tienen su historia.

Alfa se formó con las primeras letras de la Anónima Lombarda Fabbrica Automobili, porque realmente querían ser Alfa, la primera letra del alfabeto griego, hasta que llegó Nicola Romeo, que compró la empresa y se adjudicó para sí el número uno: Alfa Romeo. (…)
El símbolo mundial de la alta calidad, Mercedes Benz, fue parte del Wirtschaftswunder, el milagro económico alemán, y su nombre se inspiró en la niña de once años, hija del cónsul austríaco en Niza, Emil Jelinek, que en 1900 ordenó un auto a la compañía Gottfried Daimler y reclamó que llevara el nombre de su hijita. El éxito de la unidad entre amigos y conocidos motivó a los fabricantes a dejar el nombre instalado. (…)
Cadillac se originó en el marqués Amoine de la Mothe Cadillac, fundador de la ciudad de Detroit en 1701. (…)
Los poseedores de BMW se salvaron cuando los productores decidieron usar una sigla, de lo contrario debieron haber ido al comando de un Bayesriche Motoren Werke, Fábrica de Motores de Bavaria, que, por otra parte exhibe su famoso círculo con divisiones en celeste y blanco imitando una hélice de avión en pleno giro, porque la original actividad de BMW estaba relacionada con los motores de avión. BMW fue fundada por Karl Friedrich Rapp en octubre de 1913, originariamente como fabricante de motores de aviación, Bayerische Flugzeug-Werke, en Milbertshofen, Munich. Sólo en 1952 BMW produjo su primer automóvil de pasajeros.

No faltó el caso de modelos asociados a personajes de caricatura. “El famoso Topolino italiano de Fiat fue llamado así como homenaje al Ratón Mickey.” Asimismo –prosigue Melnik- hubo nombres de modelos que fueron registrados pero no llegaron a concretarse.

El autor tuvo acceso, como funcionario de la empresa, a los registros de marcas para uso internacional que Volkswagen mantenía en Alemania. Entre ellas, Diego y Pelota. El primero, sin duda, por Maradona. Y el segundo, quizá, por Maradona. Nunca los usaron. Seguramente por Maradona. O porque alguien les avisó que no sería bueno "andar en pelota". Esas marcas anduvieron rondando los escritorios locales cuando la empresa, finalmente, apeló a Gacel, el macho de la Gacela.

Nuevamente Melnik pone énfasis en la diversidad del origen de las marcas.

Hubo quienes buscaron otras avenidas. La marca De Soto proviene de Hernando, el conquistador español que llegó hasta Georgia, las Carolinas, Tennessee y Oklahoma, muriendo en el río Mississippi en 1541. Su símbolo obviamente fue una embarcación, como un navío lo fue de Plymouth, el último puerto que tocó el Mayflower de los pioneros en 1620. (Una curiosidad: Plymouth en inglés se pronuncia plimauth. Los argentinos, más papistas que los ingleses, decíamos plaimut.)
Pontiac fue un cacique de las tribus Ottawa que vivió entre 1720 y 1769, probablemente el único indígena homenajeado por la industria. Tan admirado, que seis ciudades y un lago de los Estados Unidos llevan hoy su nombre. (…)
Audi es nada más que la latinización del apellido alemán de August Horch. Horch significa escuchar. El tradicional, británico e individualista MG, sueño perenne de los jóvenes de hace unas décadas, deriva del nada elegante ni sofisticado Morris Garages, los garajes de Morris. SAAB es Svenska Aeroplan AB. Y Volvo también deviene de una expresión latina, dar vueltas, girar, en referencia quizás a los engranajes.

Y por supuesto que no es posible prescindir –afirma el multicitado autor- de la incidencia que tuvieron los nombres propios en el origen de las marcas.

Toda la nomenclatura automotor abunda en nombres propios para autos y sus partes que el público no asocia con personas, aunque algunos, como Henry Ford, son sinónimos de automóvil. He aquí una lista reducida para entrenamiento de los lectores:
Herbert Austin - Vincent Bendix - Walter Owen Bentley- Karl Benz - David Buick -Ettore Bugatti - André Citroën - Louis Chevrolet - Walter P. Chrysler - Gottlieb Daimler - John Deere - Rudolph Diesel - John y Horace Dodge - John Boyd Dunlop - Enzo Ferrari - Harvey Firestone - Henry Ford - B. E Goodrich - Charles Goodyear - Harley-Davidson (Bill y Arthur) - Soichiro Honda - Henry J. Kaiser - Ferruccio Lamborghini - Vicenzo Lancia - Emile Levassor - John M. Mack - Enzo Maseratti - Jules Michelin - William Morris - Adam Opel - René Panhard - Armand Peugeot - Ferdinand Porsche - Louis Renault - Charles Rolls-Henry Royce - Henry Studebaker - Henry Timken.

Añade Melnik otros dos casos singulares.

Los dos más grandes, sin embargo, Toyota y General Motors, tuvieron problemas con sus nombres. El primero proviene de la familia ToyodaI (…), y el segundo, que reconoce a la empresa más grande del mundo, resultó de no saber cómo denominar a un conglomerado de varias marcas y optar por lo más simpIe: motores en general.

Finalmente Luis Melnik sostiene que en un entorno de florecimiento de la piratería en casi todos los productos, la industria automotriz no ha podido ser desvirtuada y conserva la garantía de los productos originales.

En tiempos en que los incautos tropiezan con champañas falsificados, Rolex tramposos, marcas violadas, una industria mundial de la copia fraudulenta de perfumes, carteras, accesorios y joyas y que son necesarios expertos para asegurar la autenticidad de los grandes pintores por la abundancia de copias, se puede estar seguro de que un auto es incopiable, infalsificable. Se podrán manipular papeles y documentos para reproducir ficticiamente un vehículo, pero jamás nadie, nunca, pudo ni quiso falsificar un auto. Los autos son irreproducibles, únicos, originales, individuales, impares, unitarios. Como los seres humanos.

¿Será?

martes, 16 de julio de 2019

Marcas de autos/1


El proceso en el que surgen las marcas que identifican a un determinado producto en el mercado, suele estar lleno de curiosidades y casualidades. El sector automotriz no es la excepción tal como lo pone de manifiesto Luis Melnik, un especialista en la materia a quien seguiremos en este tema.

Los japoneses, siempre tan prudentes, no vacilaron en llamar a una línea de vehículos Isuzu, por el río Isuzu, la Casa del Dios del Sol. Y Mazda es una aproximación al dios Ahura Mazda que Zoroastro (638-553 a. de C.), el profeta persa y creador de la religión que lleva su nombre, aseguró haber encontrado en una visión. Casi nada, para un simple vehículo. Los coreanos usaron Kia (saliendo del oriente), Daewoo (gran universo).

En algunos casos como el de Jeep, existen diversas conjeturas al respecto y el asunto tiene su historia.

Jeep es una palabra de orígenes difusos o al menos discutidos. En 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, el Ejército de los Estados Unidos llamó a licitación para la fabricación de un vehículo utilitario, de uso múltiple, tracción en las cuatro ruedas, preparado para asistir al combatiente en los peores terrenos y condiciones. Se presentaron tres empresas, y ganó Willys Overland, que finalmente terminaría asociada a Ford para la producción en masa.
Se lo llamó General Purpose, para todo uso. Las siglas eran GP (gi pi), que se convirtieron en Jeep por influencia de la tira cómica Eugene the Jeep, un personaje creado por la dibujante Elzie Crisler Segars en 1929, para The Thimble (dedal) Theater, donde apareció Popeye, el marino de ojo saltón (pop eye) y su eterna novia Olivia. En 1936, se sumó el raro personaje Jeep. Era de color amarillo, semejante a un perro de largo hocico, caminaba sobre sus patas traseras, jamás mentía, pero sólo podía decir una palabra: Jeep, expresión que según confirmó la autora, nada quería decir en los idiomas más tradicionales. Eugene the Jeep hacía de todo: subía montañas, cortaba árboles con sus manos, trituraba enemigos gigantescos, caminaba por las paredes y las atravesaba, podía desaparecer y reaparecer en otro lugar. Desde entonces la caligrafía de la marca Jeep permaneció sin alteraciones. 

Ahora bien, la marca siempre está acompañada de un símbolo que fortalece la identidad del producto al permanecer indivisiblemente asociado al mismo. A ello también se refiere Melnik

Toda la blasonería automotriz está plagada de caballos, toros, panteras, leones, todos rampantes, aguerridos, espeluznantes y vigorosos. Estrellas, flechas lanzadas hacia el firmamento, diosas aladas, dragones, cruces: heráldica viril, victoriosa, rugiente.
Algunos memoriosos equivocados sostuvieron que la VW de Volkswagen era un símbolo gráficamente poco feliz, sin significado profundo, pero que, al girar, dibujaba misteriosamente la esvástica. Los primeros Dodge exhibían sobre los radiadores una figura que a primera vista parecía la Estrella de David, pero, por la forma de estar entrelazados los triángulos y sus colores, indicaban un símbolo masón. (…)
Y quien se fije con cuidado, coincidirá que ni el Jaguar, ni el Cavallino de Ferrari, ni el equino de Porsche, ni el toro de Lamborghini, ni el león de Peugeot, ni el potro de Mustang, ni el felino de Cougar, muestran sus atributos, porque sus formas fueron púdicamente estilizadas. Y claro está, lo mismo ocurrió con el cacique Pontiac o el explorador español Hernando De Soto, cuyos nombres fueron insignia de automóviles norteamericanos.

Según Melnik el uso de expresiones latinas para diversos modelos automotrices tiene el firme propósito de impactar en el mercado.

Los norteamericanos, tan western para todo, se refugiaron en lo latino en muchos de sus vehículos agregándoles tintes de refinamiento, diseño dicen algunos, pero muy probablemente de descaradas implicaciones sexuales, desde que para ellos los "latinos" o los "hispanos" siempre simbolizaron arrebatos pasionales, ropas rasgadas previas al acto de amor, pasiones desbordadas. Durante décadas llamaron a sus modelos Monaco, Monte Carlo, Riviera, Seville, Eldorado, Toronado, LeBaron, Corsica, Granada, Sierra, y siguen apelando a Paseo, Taurus, Tempo, Aurora y hasta un Fiero. Los japoneses no se quedaron cortos y aparecieron sus Corona, Vitara, Imprezza, Corolla, Lexus, Infiniti, Eclipse, Cuore, Feroza, Forza, Capucino o Escudone.

Se presenta un caso en que el propio Melnik desconoce el origen de la expresión y otro que es únicamente comprensible para especialistas en literatura.

Ya lanzados, en tiempos modernos insistieron: Nissan con Moco y Mazda con Laputa. El primero... vaya a saber por qué, y el segundo, seguramente, por la isla voladora habitada por unos científicos charlatanes en la obra de Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver. Esos filósofos soñadores eran empleados como asistentes y llamados "cacheteados", porque les daban bofetadas en bocas y oídos cuando su atención se distraía de los "temas importantes" para atender materias vulgares y mundanas. Se ha sugerido que Swift tomó el nombre del español, con referencia al proverbio: "Cuídate de la puta que deja tu bolsa vacía". En el contexto de la novela, podría haber sido una alusión al empobrecimiento de Irlanda por culpa de Inglaterra, una constante en Swift. (…) ¿Correrán los incautos apasionados al encuentro del modelo apetecido o se refugiarán en tibios puritanismos cuando sean interrogados por la marca de su lustroso vehículo?

En el próximo artículo seguiremos con el tema.

jueves, 11 de julio de 2019

Los funerales de Stalin


En el artículo anterior nos referimos a la finalmente suspendida participación de un grupo de plañideras en la ceremonia fúnebre llevada a cabo por la muerte de Stalin a comienzos de marzo de 1953. Siguiendo al mismo Juan Forn (en quien basamos la nota anterior) tendremos cierta idea de la manera en que transcurrieron los funerales.
Hoy se sabe lo que eran las calles del centro de Moscú ese día [7 de marzo]: horas antes de que se anunciara que se velaría a Stalin en el Kremlin, la gente empezó a acercarse espontáneamente hacia la Plaza Roja. Cuando murió Lenin en 1924, decenas de miles de rusos llenaron todos los trenes hacia la capital, y no querían que se repitiera el mismo caos en los funerales de Stalin. Pero la falta de coordinación caracterizó esas primeras horas. Antes del alba, todas las calles que desembocaban en el Kremlin estaban atestadas de gente. Hasta ese momento todo era parecido a los aniversarios de la Revolución, pero sin barricadas ni guardias ni largas filas. Pero poco a poco las calles laterales empezaron a bloquearse, por la gente que quería llegar a las avenidas. En cada cuadra había una interminable fila de trolebuses y otra de camiones detenidos, paragolpe contra paragolpe, angostando el paso de la multitud. Había mucha policía y soldados, a juzgar por esos camiones, pero era tal la cantidad de gente que no se los veía. 
No había el menor margen para moverse, la gente había pasado así la noche: inmóvil, silenciosa, sin agua ni comida, ni posibilidad de ir al baño. Con las primeras luces se supo dónde estaban todos aquellos soldados de los camiones: cuando salieron en formación de combate desde adentro del Kremlin hacia la Plaza Roja, con el objetivo de vaciarla primero, y luego asegurar el perímetro, haciendo retroceder a las multitudes como fuera. Los que no querían quedar aplastados por la presión se arrastraban debajo de los camiones y los trolebuses o trataban de escurrirse por las alcantarillas incluso. Algunos pocos lograban colarse en algún edificio que no tuviera las puertas cerradas, y escapaban por los patios traseros que unían un edificio con otro, o por los techos, contemplando el río de gente aplastada allá abajo. Para las cuatro de la tarde, cuando anocheció, todo el centro de Moscú, ese anillo de edificaciones de piedra blanca que rodeaba el Kremlin y la Plaza Roja, estaba desierto, salvo los centinelas de la Guardia Roja que patrullaban fantasmalmente las calles. 
La ceremonia luctuosa duró un par de días –continúa Forn- en los que la multitud se despidió del líder.
El cadáver de Stalin fue enterrado en el mausoleo de Lenin el 9 de marzo (lo habían velado en la Sala de las Columnas del Kremlin, el mismo escenario donde había defenestrado uno a uno a los viejos bolcheviques: Kamenev, Sinoviev, Bujarin y el resto). Cuando el féretro descendió, sonaron las campanas de la Torre Spasskaya y una salva de disparos sonaba en contrapunto con cada campanada. El silbato de cada fábrica de Moscú acompañó la despedida y cada vehículo de la URSS se detuvo (tractores, trenes, tranvías, barcos, micros, camiones). Luego se hizo un silencio absoluto en toda la ciudad.
Aún cuando se carece de cifras precisas acerca de la magnitud de la tragedia, añade Forn que los intentos por evitar que las cosas se salieran de control resultaron insuficientes.
Cuando todo hubo terminado, corrió la voz entre los familiares de todos aquellos que no habían vuelto a casa en esos tres días que había que ir a la morgue de Lefortovo a tratar de reconocer al ser querido entre las filas de cadáveres que había hasta en los pasillos. Cada uno tenía escrito un número en tinta en la mano. Hay quien dice que fueron cuatrocientos; otros aseguran que superaban los tres mil, pero ni la radio ni los diarios soviéticos lo mencionaron. 
No es un dato menor el que ante la conmoción provocada por el fallecimiento del máximo líder, no hubo lugar -ni flores- para otros funerales (ni aunque se tratara de los de un destacado compositor).
Tampoco anunciaron las otras muertes que ocurrieron en esos días, como la del compositor Sergei Prokófiev, que murió en su cama de un derrame cerebral. No se lo pudo velar ni mover su cuerpo hasta que terminaron los funerales de Stalin. No se conseguían flores para ningún otro entierro en Moscú en esos días. La principal revista musical soviética informó la muerte de Prokófiev en la página 116 de su número siguiente; las primeras 115 estaban dedicadas a la muerte de Stalin. 
Concluye Juan Forn: “Hasta el 7 de marzo, el nombre de Stalin aparecía hasta cien veces por página en cada edición de Pravda. Un mes después del funeral, su nombre había desaparecido de la prensa soviética.”                                                              

martes, 9 de julio de 2019

Las plañideras y Stalin


En otra ocasión abordaremos el tema de las plañideras, de momento nos alcanza con señalar que, de acuerdo con Eulalio Ferrer, surgieron en Egipto a raíz de la costumbre que prohibía a los deudos expresar su dolor en público. De allí pasan a Atenas y luego se harían muy populares en Roma (pero insisto, el tema queda pendiente para más adelante).
Ahora bien, si reparó en el título del artículo seguramente se estará preguntando qué tienen que ver las plañideras con Stalin. Sucede que hace pocos días vi una película acerca de su muerte y es por ello que ahora es cuando para tomar del Almacén un estupendo texto de Juan Forn al que nos referiremos a continuación.
Febrero es el mes más largo en Moscú, el peor momento del año: el invierno castiga con todo lo que tiene antes de empezar a retirarse. Así fue en 1953: parecía todavía febrero cuando, en los primeros días de marzo, la radio empezó a dar partes sobre la salud de Stalin. Días y días de cielo gris, nieve, vientos helados, y de pronto la vida se congeló de golpe la mañana del 7 de marzo: Stalin había muerto. En Moscú se cancelaron las clases y la jornada de trabajo, todos a casa, con orden de permanecer allí hasta nuevo aviso.
Y aquí entran en acción las plañideras que a manera de lamento georgiano –tal como lo describe Forn- participarían en la despedida del máximo líder. “Treinta y seis horas antes del anuncio oficial, en Georgia, tierra natal del difunto, hombres del NKVD se llevaron a cientos de mujeres de sus casas.” El exhorto resultaba paradójico para unas artesanas del oficio: “No lloren, en cinco días a lo sumo estarán de vuelta, decían antes de llevárselas.” 
Las juntaron a todas en la sede local del partido, el salón rebalsaba de mujeres de distintas edades y aspecto, que se conocían entre sí: en Georgia, todas las mujeres que cantan bien van de lloronas a los velorios, es una tradición, se le llama el lamento georgiano. De ahí se conocían todas esas mujeres, fuesen viejas de pueblo o cantantes profesionales, obreras o profesoras de música, afiliadas al partido o cristianas en secreto. Un apparatchik les habla por un megáfono: “Hemos perdido a nuestro líder, el pueblo está inconsolable, las hemos convocado porque queremos que el Padre de los Pueblos sea llorado apropiadamente. Sabemos quién es cada una de ustedes. Sabemos qué ideas tienen, qué religión practican y en qué funerales han llorado”. 
Muchas de las mujeres se sorprenden, saben que el lamento georgiano no es precisamente canto gregoriano, no es música siquiera, es pura histeria, pero prefieren no decir nada. Las suben a un avión, primera vez para todas ellas. Algunas lloriquean, otras inflan el pecho orgullosas, otras tiemblan de miedo. 
A su llegada a Moscú estaba previsto el ensayo de lo que sería su entrada en escena; si no fuera Juan Forn quien lo relata, se podría dudar de la veracidad del suceso. 
Aterrizan de noche en Moscú, las llevan en camiones a un hotel fuera de la ciudad. Un par de oficiales georgianos las reciben y les impiden ir a sus habitaciones: no hay tiempo que perder. Uno de los oficiales es músico y será quien coordine el canto. Es un famoso director de orquesta. Las mujeres miran sin entender. Las tienen desde ese momento hasta la tarde siguiente ensayando. Ensayar es llorar y aullar, pero coordinadas. Imaginen esa escena: un director de orquesta profesional dirigiendo a un coro de doscientas mujeres que aúllan y lloran, horas y horas en el desangelado salón de un hotel vacío. 
En esas estaban cuando acontece lo inesperado, “les anuncian que hay cambio de planes: no habrá lamento georgiano en el funeral del líder.” Y entonces tiene lugar –siempre siguiendo a Forn- el operativo retorno.
Vuelven a subirlas a los camiones y las llevan hasta un hangar en el aeropuerto. Las cosas no son como siempre; no hay órdenes unívocas, no hay vigilancia, no hay apuro siquiera. Un rumor corre entre las lloronas: las que quieran quedarse en Moscú pueden hacerlo, pero deberán pagarse el pasaje a Georgia después; dos días de tren, nada de avión para ellas. Tienen una hora para decidirse y hay un solo teléfono en el hangar. Las más arriesgadas hacen fila, logran ubicar a algún pariente y parten caminando por la nieve hacia la ciudad, porque no hay transportes.
Hasta aquí con lo de las plañideras.
¿Qué pasó con los funerales de Stalin? Si le parece, en la próxima continuamos con el tema.

jueves, 4 de julio de 2019

Escritores "infames"


Lo más habitual es que los escritores quieran ser reconocidos por su obra, famosos en la llamada república de las letras. Sin embargo, no han faltado aquellos que juegan en otro equipo procurando estar lejos de las luminarias. José Jiménez Lozano se refiere al punto.

Unas palabras muy duras pero muy verdaderas de H. Melville: “Todo renombre es condescendencia”, y extrae la lección: “Prefiero ser infame”. Esto es, no sólo “sin fama”, sino maldito. Y lo fue; pero maldito de veras, no que perteneciese a una distinguida generación de escritores o poetas malditos, como luego sucedería –une mondanité littéraire-, sino que cayó en la irrelevancia y el desprecio. No le fallaron sus cálculos en este sentido. Sabía lo que elegía, al ser fiel a sí mismo contra el público y los estereotipos sociales y culturales. La mayoría, la gran mayoría de los escritores se han traicionado y han elegido digamos que la gloria, y se han puesto de rodillas ante la fama y esa tiranía del público. Incluso los más grandes según las estimaciones habituales. Es decir, los que alcanzaron la fama y no tuvieron valor para ser “infames”, los que “condescendieron”.

Sin embargo, y contra lo que se pudiera prever, el trabajo de quienes buscaron permanecer en los márgenes de la farándula literaria no necesariamente será menos conocido en el transcurso del tiempo que el de sus colegas famosos. Prosigue Jiménez Lozano

La verdad es que, luego, sólo los “infames” se sostienen sin apoyos y sólo ellos siguen hablando; y no porque hayan alcanzado la inmortalidad literaria, sino porque su voz está viva, que no es lo mismo. Esta voz se tiene o no se tiene, la inmortalidad literaria se debe a la condescendencia de los demás, a lo que se llama el “reconocimiento”. Los profesores de literatura, los críticos y hasta los ministros de Educación pueden liquidar viejos reconocimientos de siglos: generaciones enteras no van a oír hablar en delante de Antígona o del Rey Lear, ni de la Costancica, porque ya no estarán “en los programas”; pero seguirán viviendo, como Ahah e Ismael y otros cazadores de Moby Dick.

Pero no cualquiera está preparado –según José Jiménez Lozano- para hacerse a un costado.

Lo que pasa, sin embargo, es que hay que ser Melville o el señor Miguel de Cervantes o Juan de la Cruz para optar por “la infamia”. Eso no está al alcance de cualquiera de nosotros. Seguramente es la voz que se lleva dentro la que opta y obliga a optar por la perdición, por la subida al Monte y el despojamiento, y sólo ella puede asistir en esa travesía de infamia.
Para los demás, queda el cursus honorum, la carrera del “hombre estético”, los senderos de gloria. Como para los profesionales u hombres de negocios de cualquiera otra clase, el listín de las historias de literatura, unos con letra grande y otros con letra pequeña, como en el listín de teléfonos o del Anuario Financiero. No hay que hacerse ilusiones.

Finalmente convoquemos a Michel Tournier quien también aborda la cuestión.Conviene recordar (…) la idea principal de Monsieur Teste: los hombres famosos sólo son genios de segundo orden, porque cometieron la debilidad de darse a conocer. Los genios de primer orden mueren sin confesar…”

martes, 2 de julio de 2019

El atuendo de los pacientes hospitalizados


No se trata de pedir que las batas, túnicas -o como se les llame- que portan los enfermos internados en instituciones hospitalarias estén diseñadas en el Salón de la Moda de París. No, la pretensión es mucho más humilde y con que no sean tan ridículas ya nos daríamos por satisfechos.

El tema del poder médico es un tópico recurrente y tal vez una de sus manifestaciones –no necesariamente menor- sea la enorme asimetría existente entre la vestimenta de los facultativos y la de los pacientes internados; Federico Fellini nos comparte su experiencia.

(…) Me dejan semidesnudo sentado en el cochecillo; al otro lado de los cristales, los médicos, con sus batas blancas, hablan de mí señalándome con gestos que veo y palabras que no oigo. Los familiares de los otros enfermos pasan cerca de mí, por el pasillo, y me miran semidesnudo: miran el objeto.

Tal vez los artistas sean quienes más sufren este ridículo del que ni siquiera ellos están a salvo; ahora es Joaquín Sabina quien presenta su testimonio

La noche del 21 al 22 de agosto [de 2001] me acosté muy borracho. Cuando pretendí levantarme para ir al baño, la pierna no me respondió. Me asusté, querían llamar a un médico y yo pedí una ambulancia. Qué cosas, estaba aterrado, pero tenía un hambre feroz y me comí en el hospital un par de bocatas. Me hicieron un escáner, me tranquilizaron, me dieron un anticoagulante. Mi obsesión era que no me pusieran una de esas batitas que te dejan el culo al aire; hombre, de morir, que sea con una cierta dignidad.

Por si fuese necesario, el combo se completa cuando ya desde hace años algún especialista, de más que dudosa calificación en el desempeño de sus funciones, pensó que la mejor forma para ayudar al restablecimiento de la salud de quienes permanecen hospitalizados estriba en darles un trato de niños (aunque tengan 103 años) cuando no de una falsa familiaridad propia de las parejas mejor avenidas en el mercado amoroso. El dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda, quien pasó por sucesivas internaciones, sabía mucho de todo esto.

Lo único malo es que todas las enfermeras (…) me tratan como a un niño inválido y hablan con un lenguaje falso, ese lenguaje con el que no se les debe hablar a los niños. (Qué pasó, mi cielo; cómo está, mi rey, cómo amaneció, mi amor; tranquilo, corazón, ya va a pasar.)

Además, cabe recordar que en la historia de la pedagogía familiar siempre ha estado presente la preocupación por mantener el prestigio del linaje en caso que se presente un imprevisto. Lo que narra Elvira Lindo al respecto, constituye uno de los aprendizajes familiares que, trasmitido de generación en generación, trasciende fronteras.

Hay enseñanzas que a toda española no se le olvidan jamás, como eso que nos decían nuestras madres cuando íbamos al colegio: “Quítate esas bragas que están rotas, vaya que tengas un accidente y te las vean en el hospital”.

Concluye Elvira Lindo con una afirmación incontrovertible: “Uno puede olvidar todo lo que aprendió en el BUP [Bachillerato Unificado Polivalente], pero ese tipo de absurdez pedagógica permanece en el cerebro hasta la muerte.”