jueves, 31 de octubre de 2019

Milton Friedman y las maneras de gastar el dinero


En años recientes se ha introducido en la educación básica contenidos que tienen que ver con una mayor atención a la generación y cuidado en la administración del dinero, como lo son emprendurismo, economía doméstica, fortalecimiento de la cultura del ahorro, defensa del consumidor, visión crítica de la sociedad consumista, introducción a las técnicas de la publicidad, etc.

En este entorno conviene evocar la figura de Milton Friedman (1912-2006), economista estadounidense, miembro destacado del monetarismo y de la Escuela de Chicago, a quien se le otorgó el Premio Nobel de Economía en 1976. Las opiniones sobre su obra estaban polarizadas: admirado por unos (por lo general de identificados como liberales), denostado por otros (particularmente quienes atribuyen una visión más social a las políticas económicas). 

Paul Krugman no integra ninguno de esos dos grupos reconociendo en Friedman “un gran economista y un gran hombre”, al tiempo que lo critica: “una y otra vez pedía soluciones de mercado a problemas -educación, atención sanitaria, tráfico de drogas ilegales- que en opinión de casi todos los demás exigían una intervención estatal extensa.”

Poco ayudó que el gobierno dictatorial de Augusto Pinochet, entre tantos otros, lo tomara como fundamento de sus políticas económicas neoliberales que -cuando menos en Latinoamérica y tal como sostiene Krugman- tuvieron resultados negativos, muy alejados de lo que la teoría prometía.

Por el contrario, la percepción de la mayoría de los latinoamericanos es que las políticas neoliberales han sido un fracaso: el prometido despegue del crecimiento económico nunca llegó, mientras que la desigualdad de la renta ha empeorado. No quiero culpar de todo lo que ha salido mal en Latinoamérica a la Escuela de Chicago, ni idealizar lo sucedido antes, pero hay un asombroso contraste entre la percepción que Friedman defendía y los resultados reales de las economías que se pasaron de las políticas intervencionistas de las primeras décadas de posguerra a la liberalización.

Apartándonos de esa polémica, resulta interesante tener en cuenta que Milton Friedman –citado por Luis Melnik- propone una ley

(…) que sostiene que sólo hay cuatro maneras de gastar el dinero:
1. Gastar dinero propio en beneficio propio: La dueña de casa haciendo las compras. Se preocupa tanto de la calidad como del precio.
2. Gastar dinero propio en beneficio de otros: Hacer un regalo. Normalmente es mayor la preocupación por el precio que por la calidad. 
3. Gastar dinero de otros en beneficio propio: Gastos de representación. La preocupación es mayor por la calidad que por el precio.
4. Gastar dinero de otros en beneficio de otros: Los gastos del Gobierno. Es frecuente que no haya demasiada preocupación ni por el precio ni por la calidad.      

Detengámonos brevemente en las dos últimas. 

En relación a la 4, parece que no resta más que otorgar toda la razón a Friedman, porque aun cuando se habla mucho de mejoras en la administración pública, de cuidado de la gestión, de creación de contralorías, etc., el mal uso de los recursos públicos resulta evidente.

La cuestión más polémica reside en el punto 3. Las noticias son recurrentes en tanto a gobernantes que “se enriquecieron en forma inexplicable”, “dispusieron de recursos de origen ilegítimo”, “usaron en su beneficio dineros públicos”, “favorecieron en forma ilegal a su entorno familiar y social”, etc., etc. Ante ello no queda claro si Friedman lo tuvo presente a la hora de enunciar su ley porque los excesos en “gastos de representación” a los que él alude están ampliamente rebasados por la realidad. 

Finalmente, no está de más señalar que junto con los temas mencionados al inicio de estas líneas, habrá que reforzar en la educación los que tienen que ver con ética, educación ciudadana, formación moral, integridad personal, servicio público, etc.

Aunque, claro está, no es solo cosa de las escuelas.

miércoles, 30 de octubre de 2019

El límite de las palabras


Es algo más que sabido: existen emociones, sentimientos, situaciones, paisajes, que es imposible poner en palabras. El lenguaje -tan fundamental para la conformación de la identidad personal así como para lograr una mejor convivencia social- tiene severas limitaciones ya que a veces las palabras resultan ineficaces y comunican a manera de triste remedo aquello que quiso ser dicho. En síntesis, con las palabras nos aproximamos a las realidades y hasta ahí llegamos. Claro, no es poca cosa.
Vayan algunos ejemplos, de diferente tipo, para ilustrar el punto. 
Acaba de culminar el año escolar y en esta temporada son habituales las fiestas de fin de curso. Por la calle uno se encuentra en estos días con la alegría así como el orgullo reflejado en el rostro de niños y padres que portan con extremos cuidados el diploma obtenido. No puedo describir con precisión esas escenas cuyos detalles las vuelven únicas. 
Hace unos meses en una noche apacible y totalmente despejada en el Cabo Polonio, tuve la total convicción que el cielo que estaba viendo era imposible de describir en palabras. ¿Cómo comunicar aquel escándalo estelar a quien en ese momento no estuviera allí?  
El mes pasado fui a trabajar a la ciudad de Oaxaca. Tanto el sabor como el aroma del desayuno compartido en la ocasión con un grupo de colegas, resultó inenarrable (en este caso tanto por la vía de las palabras como de las imágenes ya que las fotos del evento se quedan muy cortas para dar cuenta de lo que fue aquello).
El otro ejemplo, muy triste, aconteció ayer. Asistí a un evento cultural y en el momento de ingresar coincidí con una señora y un par de muchachos (su edad podría ir de los 18 a los 25 años). Bastaba con verlos y escucharlos para darse cuenta que los tres tenían problemas psiquiátricos severos aunados seguramente a discapacidades de otro tipo. La convivencia entre ellos era muy dificultosa. Si acaso alguna, ¿qué relación familiar los une? ¿Dónde viven? ¿Cómo transcurren sus días? ¿Tienen familiares o personas cercanas que los acompañan? Imposible decir más. Solo admitir la angustia que me invadió y la incapacidad para describir aquel cuadro de la cotidianeidad que en algo me recordó a “El castillo de la pureza”.
He comentado estas situaciones con la plena convicción de que por más palabras que agregue, en ninguno de los casos podré comunicar lo que viví. Como no renuncio a intentarlo, nuevamente descubro mi ingenuidad al creer que puedo transmitir aquello que simplemente no se puede decir. Comentaba al inicio que esto no es nada original y ha interesado a muchos autores, entre ellos a Jorge Sans Vila que comparte su vivencia al respecto.
“¡Qué inefable!”, repetía como muletilla en medio de una cháchara incansable, inoportuna e inaguantable.
Estábamos visitando un monasterio.
Al ya abominable contrasentido de avanzar en rebaño, apresuradamente, con las explicaciones que no explican casi nada que un guía que no guía pronuncia, se sumó la atosigante incontinencia verbal de una señora imposible.
Hasta que al llegar al claustro un joven que venía a mi lado acabó por hartarse y le dijo con contenida ira: “Señora, ¿sabe qué quiere decir “inefable”? Indecible, que no se puede decir. Así que si esto es inefable, cállese”.

Por su parte, Solange Cameuër asume que la disociación entre lenguaje y hechos existe desde siempre. “El conflicto entre lenguaje y hechos es histórico simplemente porque lenguaje y mundo son sustancias heterogéneas o, en otras palabras: el mundo hace ruido pero no habla, mientras que el lenguaje se empeña en nombrar y narrar lo mudo.” Cuando las palabras no dicen cada quien debe encontrar la mejor de las salidas posibles y en relación a ello sostiene José Jiménez Lozano que “cuando santa Teresa no sabía muy bien cómo expresar exactamente lo que pensaba o sentía, escribía: ‘a esto llamo yo’.” 
Otro testimonio acerca del tema lo comparte Marcelo Fuentes quien, en carta a Daniel Capó, trasmite sus peripecias en el propósito de pintar un jardín con los diversos tonos de verde que veía.
En mis comienzos me gustaba pintar en el jardín. Pronto me asombraría ver que cada planta tiene su propio verde y que dentro de cada planta hay muchos verdes y que cada hora del día cambia la temperatura de los verdes y que estos cambian de lugar y que la cercanía de otros verdes produce otros más y que  todo en conjunto produce sombras con verdes que ya no son verdes. Y que yo no era el mismo cada vez y todos los verdes de pronto eran otros.
Quien comienza a pintar un jardín, puede verse inundado de esta complejidad y acaba por dotar al lienzo de un sinnúmero de detalles. Se va uno por las ramas y convierte todo aquello en un sinsentido. (…)
Es la mente la que quiere atrapar, en permanente estado de carencia, el botín de la realidad. Y no es con la mente con la que se puede pintar un jardín, pensando un jardín. Ella sólo se recrea a sí misma sin un atisbo de brisa, de perfume.
De esta manera llega el pintor a los límites de sus propios saberes, lo que lo lleva a expresar con toda humildad: “Tal vez no pueda pintarse un jardín.”

martes, 29 de octubre de 2019

Pocos ejemplos más claros


Por diversas circunstancias de la vida existen quienes deben actuar en momentos críticos de la historia y en situaciones muy adversas, sobre las que tienen escaso o nulo control. Lejos de recibir reconocimientos, después de haber hecho lo que debieron se convertirán en blanco de severas críticas, cuando no del franco rechazo por parte de los demás. 
Algo de esto –según Michel Tournier- le ocurrió a Lothar de Maizière. 
Después de hacerse abogado, se especializó en la defensa de los alemanes del Este detenidos por haber intentado pasar ilegalmente al oeste. Detrás de los jueces estaba la todopoderosa Stasi, la policía política, y había que ser muy astuto con ella para obtener las penas mínimas. En los mejores casos, se conseguía una expulsión al Oeste. Pero a veces el abogado tenía que enfrentarse amargamente con la acusación de “complicidad” con la Stasi por parte de antiguos clientes. Una situación verdaderamente inextricable. 
En aquellos tan difíciles momentos alguien debía intentar aprovechar los pequeños resquicios de negociación, procurando de esa manera buscar alternativas a situaciones que en principio parecían no tenerlas. Continúa Tournier
El caso más dramático fue el del abogado Wolfgang Vogel, que se había especializado en la “venta” a la Alemania del Oeste de prisioneros políticos detenidos en las cárceles del Este. Hoy en día está totalmente desacreditado. 
El mismo Lothar de Maizière –citado por Michel Tournier- explica la tarea que debió realizar Wolfgang Vogel
La función que él cumplía era indispensable. Mire usted, cuando se rompe una tubería de desagüe, es preciso que algún fontanero se sacrifique y baje a la cloaca para repararla. Cuando sale, todo el mundo le dice: “¡Cómo apestas!”. 
Lo del título, pocos ejemplos más claros.                                 

lunes, 28 de octubre de 2019

Un prólogo que no lo es


Hace tiempo que en este espacio dedicamos un artículo a los prólogos (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/search/label/prólogos). Ahora trataremos de un prólogo que no lo es.
La escritora Mercedes Pinto le pidió al también escritor y diplomático José Rubén Romero que escribiera el prólogo para su libro Él (México, Editorial B. Costa-Amic, 3ª ed., 1948). Cabe acotar que dedicamos algunos artículos tanto a Mercedes Pinto como a la obra mencionada.
El prólogo inicia con una reflexión acerca del lugar que suele ocupar en la obra publicada.
Tengo ideas muy personales respecto al papel que desempeñan los prólogos en los libros. Muchas veces un prólogo malo es capaz de matar un buen libro. Cuando yo comencé a leer asiduamente, leía los libros desde el prefacio hasta el epílogo, pero poco a poco vine a darme cuenta de que el prólogo –generalmente ajeno- me restaba voluntad para continuar la lectura ya fuera porque me daba a conocer una parte del argumento de la obra y, por lo tanto me quitaba interés o porque la opinión del prologuista pocas veces resultaba de acuerdo con la mía.
De tal forma que el prólogo en vez de ser una ayuda puede convertirse –y lo hace con frecuencia- en un obstáculo para disfrutar la obra. Pero hay otras cuestiones –señala J. Rubén Romero- que perjudican al lector.
Los elogios contenidos en un prólogo ajeno suenan un poco a moneda falsa y las censuras, por más discretamente que se expongan previenen desagradablemente al lector. Esto me recuerda un caso curioso en los anales de la diplomacia. Refieren que llegó a un [país] oriental un enviado europeo debidamente acreditado con las cartas autógrafas que en estos casos son de rigor, copias de cuyas cartas presentó en la Cancillería del país a que iba destinado. Pasaron largos días sin que se le anunciara la fecha en que solemnemente sería recibido por el Jefe del Oriental País, y al inquirirlo, un alto funcionario le contestó que su Soberano desistía de admitirlo a su presencia en virtud de que las cartas credenciales pedían disculpas anticipadas de cualquier falta que en su labor pudiera cometer el Embajador y en prevención de que incurriera en alguna se cancelaba su agreement para no exponer al Emperador a una descortesía del plenipotenciario.
Haciendo un paralelo con esta experiencia de su vida diplomática, Romero afirma que “es frecuente que con las explicaciones del prólogo el lector cierre el libro sin leerlo”, por lo que al llegar a este punto se encuentra en una encrucijada porque si escribe lo habitual en estos casos, llegaría a contradecirse en forma flagrante. Ante ello optó por otro camino, no referirse al libro sino a la autora.
Yo no quiero salirme de mis costumbres literarias emitiendo en un prólogo de circunstancias opiniones sobre “Él”. Que el curioso lector avance por sus páginas sin que le sirva de guía. No soy Virgilio para bajar al infierno de una vida torturada llevando a Dante de la mano. Pero si por las razones impersonales que expongo no presento a “Él”, si me siento obligado a hablar tiernamente de “ella”, de ella que merece un pedestal como mujer generosa y como madre abnegada, como luchadora incansable en beneficio de la humanidad, como escritora sincera y profunda cuya inquietud es capaz de remover el mundo, y “ella” claro está, es Mercedes Pinto a quien muchas gentes conocen y admiran, pero no tanto como ella se merece. (…)
Yo conocí a Mercedes Pinto en la Habana y alguna vez tuve la tentación de escribir una novela inspirada en su vida, pero me faltaron alientos para emprender un trabajo tan grande, porque la vida de Mercedes es grande y fecunda y yo no tengo las facultades psicológicas que se requieren para hacer una obra maestra. Que lo intente quien tenga fuerza para ello, con la certidumbre de que tiene cantera suficiente para hacerse famoso. Yo, me resigno con trazar estas líneas tan pobres de expresión (…)
En lo dicho, estamos ante un prólogo muy poco convencional.

viernes, 25 de octubre de 2019

Viajes hacia uno mismo o las aventuras de los adentros



De un tiempo a esta parte el viaje de placer se ha puesto de moda. Claro que desde siempre se ha viajado, pero no al nivel masivo en que se hace actualmente. Mucho tiene que ver en todo esto la reducción de tiempos de traslado, el abaratamiento (según temporadas) de los pasajes, la posibilidad de alojamientos más austeros, los viajes como indicador de estatus social, vivir en un mundo más globalizado, la promoción de destinos de moda, etc.

Pero también están los otros, los viajes hacia uno mismo. Es muy importante vivir mirando hacia afuera pero conviene no olvidarse de los adentros. Hay momentos especiales en la vida en que este viaje interior es imperioso y tal vez por ello Aleksandr R. Luria afirmaba que “(...) recuperar la historia de uno mismo es una forma de curación.”

En opinión de Julio Llinás aun los viajes por otros rumbos, se convierten inevitablemente en recorridos por uno mismo: “He viajado bastante, pero los míos siempre han sido viajes a través de mí mismo acompañado por lugares, ciudades y personas.” Por su parte, Gastón Bachelard –citado por Ruben Loza Aguerrebere- coincide con que los viajes siempre terminan siendo hacia adentro: “(…) viajar significa un cambio interior permanente a través de la variabilidad continua del entorno”.

Nada menos que un viajero infatigable como lo fue Ryszard Kapuscinski, subraya la posibilidad de viajar sin tener que moverse. “Confucio ha dicho que como mejor se conoce el mundo es sin salir de casa. Y no le falta razón. No es imprescindible desplazarse en el espacio; también se puede viajar hacia el fondo del alma.”

Porque finalmente no son pocos quienes coinciden con el Maître de Santiago, de Henry de Montherland, al creer –la cita es de José Jiménez Lozano- “que las grandes aventuras son siempre de los adentros”.

jueves, 24 de octubre de 2019

Jimmy Carter, fuerza ante la adversidad


Cuando la adversidad toca a la puerta de la propia vida (lo que obviamente puede acontecer a cualquier persona en cualquier momento) existen muy diferentes formas de reaccionar. Veamos la experiencia de Jimmy Carter por medio de una nota de Joan Faus publicada en El País en agosto de 2015.
El expresidente de Estados Unidos Jimmy Carter reveló este jueves en persona la evolución del cáncer que padece. Carter, de 90 años, anunció que se le han detectado cuatro pequeños focos de melanoma en el cerebro y que los doctores le han extirpado una parte de su hígado. La primera sesión de radiación para su tratamiento se iniciará la tarde del jueves en un hospital en Atlanta.
De acuerdo con sus declaraciones, el expresidente acepta lo que le toca vivir y está pronto para lo que venga.
En una rueda de prensa en Atlanta, Carter mantuvo su habitual sonrisa, y exhibió una fortaleza y serenidad encomiable sobre su cáncer, sus posibles consecuencias y su legado personal. “Estoy preparado para lo que sea y espero una nueva aventura”, dijo el que fuera inquilino del Despacho Oval de la Casa Blanca entre 1977 y 1981. “Esto está en las manos de Dios”, agregó.
Asimismo lamenta suspender algunas actividades pendientes, sin embargo confía en poder continuar más adelante con sus actividades habituales.
El exmandatario demócrata y exgobernador de su Georgia natal explicó que se siente físicamente “bien” y dijo, entre risas, que se siente “bendecido” por la vida “maravillosa y gratificante” que ha tenido. Lamentó no poder hacer el viaje que tenía previsto en las próximas semanas a Nepal para participar en un proyecto de construcción de viviendas impulsado por su fundación. Y deseó poder seguir dando clases de religión los domingos.
Asimismo -de acuerdo con la nota- arregló las cosas de tal forma que, más allá de lo que suceda con él, continúen en operación los proyectos que ha estado impulsando su fundación.
Carter explicó que su nieto Jason -que en noviembre optó a gobernador de Georgia- se hará cargo del Centro Carter, que creó el expresidente tras su salida de la Casa Blanca y se centra en actividades de apoyo social y promoción de la democracia en todo el mundo. Esa labor le fue reconocida en 2002 con el Premio Nobel de la Paz por sus “décadas de infatigable esfuerzo para encontrar soluciones pacíficas a conflictos internacionales, avanzar la democracia y los derechos humanos, y promover el desarrollo económico y social”.
La crónica también incluye valoraciones personales y políticas de consideración.
Preguntado por su legado, Carter dijo que la mejor decisión de su vida fue casarse con su esposa hace 69 años; su mayor lamento, no haber gestionado mejor el secuestro de estadounidenses en la Embajada de Teherán; y su mayor deseo, que se halle una solución pacífica al conflicto entre Israel y Palestina. En los últimos años, Carter se ha mostrado muy crítico con Israel al que ha acusado de perpetrar un “apartheid” contra los ciudadanos palestinos.
Una vez más queda de manifiesto que haber sido un personaje relevante no exenta de las vicisitudes personales a las que todo ser humano está expuesto, aunque con mucha frecuencia lo olviden quienes detentan el poder.

miércoles, 23 de octubre de 2019

Reacciones diferentes



Constituye un lugar común afirmar que cada persona es un mundo, de tal forma que reacciona a su manera frente a las situaciones traumáticas que se le presentan en la vida. Alfredo Moffatt comparte un testimonio en relación a ello.

En los Estados Unidos recibía pacientes de Vietnam en el manicomio de Brooklyn; tuve tres con la pierna amputada porque los vietnamitas hacían trampas con púas de bambú untadas con excremento que les producía rápidamente una septicemia (verdadera técnica de guerra bacteriológica). Los tres tipos tenían el mismo traumatismo, sin embargo, uno eligió deprimirse y se hizo alcohólico. Otro eligió ser el campeón de la rehabilitación, quería ser el mejor deportista rengo de Nueva York, y el último dijo: “yo acepto mi pérdida y voy a hacer mi vida normal”.

Sin desconocer la importancia decisiva que tiene la actitud personal, me pregunto si “eligió” es la palabra más adecuada para explicar la reacción de cada quien. No sé, me quedo pensando que a veces la vida (dicho de otra manera: la historia personal, familiar, la genética, etc.) elige por uno.

Pero en fin, el que sabe de esto es Moffatt quien en tan pocas líneas nos dice tanto.

martes, 22 de octubre de 2019

El Pedómano, un artista singular


Antes que nada una advertencia: si le molestan las cosas de mal gusto, no lea este artículo.
Es un lugar común hablar del deterioro de la cultura, la degradación de las costumbres, la pérdida de cortesía en nuestro tiempo. Que antes no era así, que había otro refinamiento, etc., etc. Si esto es verdad, debemos reconocer que siempre han existido las excepciones.
Veamos, la situación nos es dada a conocer por José Luis Melero en un artículo al que títuló: “Una historia escatológica”. ¿Quién era el personaje en cuestión?
Se presentaba ante el público con chaqueta de paño rojo, con cuello de seda del mismo color y pajarita blanca; calzones de satén negro ceñidos en las rodillas, haciendo juego con unas medias también negras; zapatos  Richelieu de charol, y unos guantes blancos en la mano. Y también otras veces vistió de frac y mudó el color de las medias por el blanco. Se llamaba Joseph Pujol, descendía de catalanes, y su nombre artísico era El Pedómano. Fue uno de los más grandes “artistas” que han pasado por el Moulin Rouge y el rey de la noche de París entre 1892 y 1900. 
Permítame insistir: si usted es muy delicado y aún no abandonó la lectura, le sugiero que no espere más, ¡hágalo inmediatamente! Continúa Melero
Su ano tenía tal elasticidad que lo abría y cerraba a voluntad, absorbiendo por él todo el líquido que quisieran ponerle en una palangana. Con el calzoncillo agujereado en el sitio preciso, se sentaba sobre el acetre lleno de agua hasta el borde, absorbía el agua y seguidamente la expulsaba, tantas veces como quería. Una vez así purificado, expulsaba gases inodoros, es decir, se tiraba pedos a discreción, formando con ellos música y modulando sonidos, desde los más imperceptibles hasta los más agudos, según la forma de contraer sus músculos. Y así se ventaba como un tenor o como un barítono, como un bajo o como un cantante de música ligera. Tan extravagantes aptitudes hicieron que sus ventosidades musicales adquirieran nombres propios por los que ya eran conocidas: el pedo del albañil, el de la recién casada, el del cañonazo, el del tren… y el de la modista, que duraba unos diez segundos e imitaba a la perfección el ruido de una tela cuando se rasga. También fumaba cigarrillos y tocaba la flauta con el culo (en  especial fragmentos de Le bon rei Dagobert y Au clair de la lune) y terminaba su espectáculo apagando a pedos algunas candilejas del proscenio. 
Evidentemente no todos los espectáculos que se presentaban en París por aquellos entonces eran de altos vuelos culturales, en el sentido clásico de la expresión. Por otra parte, y de acuerdo con lo que cuenta Melero, hoy diríamos que el dueño del Moulin Rouge era un extraordinario publicista.
Josep Oller, dueño del Moulin Rouge, organizó una gran puesta en escena y, como el público se retorcía literalmente de risa y las carcajadas hacían que algunas señoras que vestían ajustados corsés sufrieran no poco sofocos, contrató a unas enfermeras de inmaculados uniformes blancos para atender los ataques de risa, y las colocó en la sala a la vista de todos. La noticia de la presencia de aquellas enfermeras en el famoso cabaré corrió como la pólvora, y a los pocos días todo París sabía que nuestro “pedómano” hacía reír tanto al público que la dirección se había visto obligada a establecer un servicio de enfermería para atender a los afectados. A la vista está que Josep Oller era todo un experto diseñando estrategias de marketing. Y por si esto fuera poco, para que todos vieran que no había trampa ni cartón, disponía también de una comparsa que subía al escenario, exagerando su incredulidad, para comprobar que el “artista” no utilizaba ningún truco ni guardaba nada en sus calzones. 
Finalmente José Luis Melero da cuenta que el espectáculo de Joseph Pujol se presentó en varios países hasta su retiro que coincidió con el inicio de la Gran Guerra.
Pujol, que viajó con su espectáulo por muchos países (llegó incluso a trabajar en El Cairo), se retiró en 1914 y, al concluir la primera gran guerra, se instaló primero en Marsella y luego en Toulon, donde montó unos negocios de panadería. Murió en 1945, a los 88 años, y continuó hasta el final, después de cada deposición, absorviendo por el ano dos litros de agua templada de una palangana, ahora ya solo con fines higiénicos. 
En fin, queda de manifiesto que antes no todo era tan refinado como a veces creemos.

lunes, 21 de octubre de 2019

El Juicio Final como espacio narrativo


Aun cuando lo presentan con variantes significativas, distintas religiones  contemplan la existencia de un Juicio Final en que se evaluará la forma de conducirse de cada quien en su paso por este mundo. Sin embargo de acuerdo con Leszek Kolakovski no se trata de un concepto limitado exclusivamente al ámbito religioso.
La escatología laicista cree en el Juicio Final histórico. No nos burlemos de ello, pues ¿quién no es víctima de tal idea? Todo el que espera que la infelicidad y el sufrimiento de los muertos sean vengados por la historia o que la época de la injusticia (que ha durado siglos) pueda ser compensada prueba con ello que cree en el Juicio Final. (…)
Desde que la escatología laicista reveló sus posibilidades, la historia humana se convirtió en un argumento irrefutable en favor del ateísmo, pues mostró que también sin Dios resulta posible consolar a los hombres con la visión de un final feliz hacia el que se encaminan todos sus sufrimientos y fatigas.
Coincido con lo que sostiene José Jiménez Lozano –en conversación con Gurutze Galparsoro- en cuanto a que la existencia de esta instancia final con sentencia inapelable, es cuestión de justicia.
La idea de un Juicio Final de la humanidad es una idea genial por muchas razones, la primera de las cuales es que expresa la absoluta necesidad de que la injusticia y la maldad no puedan prevalecer, y la desgracia y el pisoteamiento de tantos seres humanos deben ser compensados. Es una necesidad ética sencillamente que haya esa “segunda vuelta”, la definitiva, que ponga las cosas en su sitio.
No sería buena noticia la de que se pudieran cometer atrocidades que ocasionan muerte y sufrimiento para tantos sin tener que responder por ello ante nadie; eso sí que constituiría el triunfo definitivo de la corrupción y la impunidad. 
A lo anterior Jiménez Lozano añade otra razón de gran interés por el Juicio Final: la promesa de un gran escenario narrativo que dejaría muy atrás todo lo conocido al respecto.
¡Ah!, pero nos permite también saber los finales de la gran novela humana, y ahí está la otra genial idea, así mismo, de un Gran libro Escrito, in quo totum continetur, es decir, con todas y cada una de las vidas de todos los hombres, del que hablaba el antiguo Oficio de Difuntos.
Ésta sí sería una “novela total”, de verdadero suspense, de increíbles aventuras, de inmenso dolor y gozo, y con finales absolutamente imprevisibles e imprevistos. No solamente tendríamos narraciones para mil y una noches, sino para mil y un siglos: una verdadera gloria. Walter Benjamin ya no podría quejarse, como de nuestro tiempo se queja con razón, de que “somos pobres en historias memorables”, porque no se narra. 
Y concluye José Jiménez Lozano: “Porque, por lo demás, ¿qué historia humana hay que no sea memorable? ¿Y qué lugar del mundo no tiene su memorable historia?”.

viernes, 18 de octubre de 2019

Alegato contra el celibato


Ser aficionado a la búsqueda de libros viejos (como sucede con frecuencia en estos artículos, debería decir antiguos, pero prefiero llamarlos viejos) tiene la enorme recompensa de dar con obras curiosas. Esto le aconteció a José Luis Melero, maestro del oficio.
En 1822 se publicó en Zaragoza un curiosísimo alegato contra el celibato de los eclesiásticos y para permitir al clero contraer matrimonio. El folleto en cuestión se titulaba Disertación histórica, legal y política sobre el celibato clerical y, para no pasar por hereje, el autor escondió su identidad tras unas iniciales que aseguraban su anonimato. 
Con esos pocos datos la cosa ya promete y según Melero: “Lo mejor del libro es que los argumentos utilizados para atacar al celibato eran muy divertidos, aunque el autor los expusiera de forma solemne.” Y pasa a enunciar algunas de estas razones iniciando con la que alude a la edad de quienes lo decidieron (en quienes “ya no reinan vivos los estímulos”).
Recordaba por ejemplo que en el Concilio de Trento, tras una acalorada discusión, el celibato ganó solo por cinco votos, y eso se debió a que los Padres de aquel Concilio no eran jóvenes, pues “siempre que se han tomado medidas en este asunto ha sido por Papas y Obispos viejos; y como en estos ya no reinan vivos los estímulos y apenas tendrían parte en el beneficio de la ley conyugal, no es extraño que hayan votado contra ella”. 
También se apoya en motivos políticos y demográficos ya que “si los 100.000 clérigos inhabilitados entonces en España para contraer matrimonio pudieran casarse, la población española aumentaría, según sus cálculos, en 20.000 personas por año.” No falta –continúa Melero- el argumento de la buena noticia que sería el fin del celibato para tantas solteras y viudas afectadas por la guerra. 
Además, en España, desde 1808 y por razones de la guerra contra el francés, el número de hombres era muy inferior al de mujeres, por lo que había muchas de estas, solteras y viudas, que podrían aliviar su situación si pudieran casarse con todos aquellos clérigos. 
Asimismo, de aprobarse la medida, sería una forma de atender a necesidades inherentes a la naturaleza y de prevenir faltas mayores que tienen lugar al interior de la Iglesia.
Defendía también causas físicas (el hombre, por su constitución, se halla estimulado a unirse con otro “de distinto sexo”), sería un modo de evitar pecados (es mejor permitir aquello que “es más fácil observar que el mandar lo más puro, pero con mucho peligro de infracción”) (…)
El anónimo autor del libro –refiere José Luis Melero- entiende que si se pusiera fin al celibato “muchos nobles y poderosos querrían ser clérigos y no como ahora que los que se ordenan ‘son de casas pobres o lo más medianas’.” 
El juicio que le merece la obra mencionada Melero lo sintetiza en cinco palabras: “Una juerga todo el libro.”

jueves, 17 de octubre de 2019

Historia de Vucetich y Bertillon


Abundan situaciones de enfrentamiento entre humildes y arrogantes pero esta que narra Enrique Vila-Matas conviene no perderla de vista.

Cuando en 1888 apareció en Londres Jack el Destripador, estaba vigente allí un equivocadísimo método antropométrico (un invento para identificar culpables del policía francés Bertillon) que regía para todo Occidente y que consistía en la medición de varias partes del cuerpo y la cabeza, marcas individuales, tatuajes, cicatrices y características personales del sospechoso. Bertillon tuvo con su invento un fugaz gran éxito, hasta que…

Esta expresión (hasta que) debería constituir una invitación permanente a la humildad pero habitualmente la desatendemos al darle carácter definitivo a lo que no lo tiene. Y eso aconteció, continúa Vila-Matas, en la historia de Bertillon a quien “(…) le llegó la hora del más estrepitoso fracaso cuando se encontraron dos personas diferentes que tenían el mismo conjunto de medidas.” Sin embargo el policía francés “no sobrevivió a la vergüenza de su gran ridículo”. Es ahora cuando hace su aparición el otro personaje de esta historia.

Y pasó a odiar a Juan Vucetich, un modesto policía argentino de la ciudad de La Plata, que en 1891 llevó a cabo las primeras fichas dactilares del mundo. Tras haber verificado su método con 600 reclusos de la cárcel de La Plata, en 1894 la policía de Buenos Aires acogió oficialmente el sistema de Vucetich, y no tardaron nada en adoptarlo enseguida el resto de las policías de Occidente.
O sea, que todo empezó en La Plata, esa ciudad simple y provinciana que Bioy Casares retrató con agudeza en La aventura de un fotógrafo en La Plata.

De acuerdo a la descripción que presenta Enrique Vila-Matas, resulta que Vucetich y Bertillon tenían características personales muy diferentes.

El policía Vucetich, hombre de grisura inimaginable, acostumbrado a pensar solo en huellas, es todo un personaje para una buena novela. Cuando en 1913 visitó París para saludar a la policía francesa, el arrogante Bertillon le ninguneó, le hizo el más completo vacío. Demasiado apegado a su obsesiva egolatría, Bertillon no supo reconocer el interés de la dactiloscopia, el nuevo método de identificación que había reemplazado el sistema que él había inventado.

Llegado a este punto de la historia, Vila-Matas descubre que los protagonistas del relato bien pudieran convertirse en personajes de novela.

Y aquí cabe preguntarse cuántas veces se habrá repetido esta historia en la que el arrogante creyó que los demás eran idiotas y, al final, resultó que el idiota era él. Sin duda, Bertillon habría sido un buen personaje para Flaubert. Y el policía Vucetich, con la cabeza llena de huellas en sus errantes paseos junto al Sena, un buen personaje para Ricardo Piglia.

A manera de conclusión, y a partir de su experiencia, Vila-Matas se permite formular consideraciones generales. “He conocido algunos Bertillones en mi vida. Se consideran tan superiores a los colegas de sus respectivas profesiones que ni detectan en sí mismos su cada día más manifiesta tontería o decadencia.”

miércoles, 16 de octubre de 2019

A la hora de interpretar


Un tópico frecuente en el mundo de la comunicación tiene que ver con las diferencias entre el mensaje que se quiso transmitir y el que elaboró el destinatario del mismo. Esto sucede -por ejemplo- en el campo de la literatura, de las artes plásticas así como también en el cine; de este último ámbito procede el caso que narra Simon Leys.

En el terreno de este tipo de malentendidos creadores, recuerdo determinados públicos africanos cuya imaginación rayaba en lo genial. En mi juventud, hice un curioso viaje a pie a una región desfavorecida del Kwango, en el país de los bayaka. De vez en cuando venía allí, a los pueblos de la sabana, un comerciante griego equipado con una camioneta y un grupo electrógeno a organizar sesiones de cine ambulante (os hablo de antes de la Independencia; pues hoy, aun en el supuesto de que siguiera habiendo griegos emprendedores en la región, dudo que pudieran encontrar todavía pistas practicables para llegar a esas remotas aldeas). Las películas que proyectaba el griego eran viejas producciones de Hollywood con mujeres fatales, teléfonos blancos y gánsteres con puros y trajes a rayas. ¿Contaban estas películas con banda sonora? La verdad es que habría sido de escasa utilidad, pues los espectadores sólo comprendían el kiyaka. En cambio, inventaban, a partir de esas imágenes inciertas que bailaban en una pantalla improvisada en la noche rechinante de insectos, unas epopeyas prodigiosas que sobrepasaban con creces todo cuanto hubiera podido concebir nunca la imaginación de los guionistas de Hollywood.

Pero sucede que la interpretación de la obra tiene que ver también con el lugar atribuido a quienes resultan más próximos, más familiares al público que asiste a la proyección. Por aquellos años –de acuerdo con Leys- el papel que desempeñaban los actores con quienes más se identificaba la platea era netamente secundario.

Los únicos actores negros que aparecían en las películas estadounidenses de esa época eran invariablemente relegados a insignificantes papeles de figurantes mudos: un portero de hotel, un limpiabotas, la cocinera de una mansión, un mozo de equipajes, etcétera.

Sin embargo el público tenía otra versión de los hechos, interpretaba en forma diferente las imágenes que veía.

Pero era en ellos en quienes se concentraba todo el interés apasionado de los espectadores. A los ojos de éstos, se convertían en los verdaderos héroes de la película: y, por otra parte, la propia rareza de sus apariciones no hacía sino confirmar esta importancia oculta y fundamental de sus papeles que les prestaba la inspiración colectiva de los espectadores. Sus entradas en escena, excepcionales e inopinadas, eran saludadas cada vez con una enorme ovación, y siempre estaban precedidas de una intensa espera. A veces ocurría que el figurante negro desaparecía definitivamente después de haber salido nada más que una vez, pero ¡no importaba! Ello significaba que se volvía más libre de continuar sus fabulosas aventuras en esa otra película, invisible y soberbia, de la que la pantalla no mostraba más que el pobre envés.

No falta razón a Simon Leys cuando al abordar este tema considera que “hay obras que ganan al no ser comprendidas” o, podríamos añadir, al ser comprendidas de otra manera.

martes, 15 de octubre de 2019

Eufemismos a la mexicana


Existen situaciones que no se quiere reconocer, otras que se procura pasen de contrabando con el objetivo de conservar privilegios obtenidos a la mala; para ello se controla el lenguaje teniendo a disposición un conjunto de eufemismos, que dicen sin decir. Así, para Sara Sefchovich

Cuando se ha conseguido apoderarse de la palabra, no solamente se puede decir lo que se quiera, inventar, exagerar o minimizar, ocultar o tergiversar, sino que las palabras se pueden voltear y hasta cambiarles su significado y darles el que se desee con tal de que lo que se dice no suene tan mal como realmente es. 

Los eufemismos están de moda por cualquier rumbo hacia donde se mire. No son exclusivos de México, sin embargo Sara Sefchovich cita los más usuales en estas tierras. 

Con tal de no llamar a las cosas por su nombre, se usa una retórica enrevesada, como cuando el presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos acusa a unos policías de que "probablemente hayan transgredido el derecho a la vida" para decir que son sospechosos de haber matado a alguien o cuando la Secretaría de Gobernación habla de "hechos violentos que afectaron vidas humanas" para informar sobre un montón de heridos en alguna refriega. 

La lista es extensa y Sefchovich proporciona ejemplos provenientes de diversos ámbitos del entorno político-social.

Entre nosotros, a los inválidos se les llama "con capacidades diferentes", a los viejos "adultos en plenitud" (me escribe un lector: "¿En plenitud de qué? Será de enfermedades de incapacidades de problemas"), a las cárceles “centros de readaptación social”, a las guarderías “centros de desarrollo infantil”, a la lucha contra la corrupción "renovación moral", a la prostitución "sexoservicio", a los niños que no tienen casa donde vivir, “en situación de calle”. 

Pero como decía el clásico, “aún hay más”.

Entre nosotros los arraigos se “conceden”, las órdenes de aprehensión se “obsequian” y las investigaciones se “atraen”. Entre nosotros, a cualquier campaña que quieren hacer, sea para que no se desperdicie el agua o para que se recoja la basura, [la convierten en] "una cultura": "por una cultura del agua", "por una cultura de la limpieza", por una cultura de "la legalidad", por una cultura de lo que sea. Como dice un estudioso, "es un modo de decir o sugerir con disimulo ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante" (…)
Otra "reformulación retórica" fue la desaparición en 1999 del rubro llamado "partidas secretas" del presupuesto, porque era necesario adaptarse a las nuevas obligaciones que imponía la transparencia. Pero, inmediatamente después, surgió uno nuevo llamado "gasto discrecional". ¡Todo consiste en hacer un cambio de nombre y listo, ya parece como si se tratara de otra cosa!

En síntesis -concluye Sara Sefchovich- como afirma un escritor "todo es cosa de atribuirle un nombre diferente a las cosas y ya por eso creemos que las podremos mejorar", o también en el decir de Enrique Dussel, el eufemismo tiene "una intención de maniobrar con las palabras para decir exactamente lo contrario de lo que realmente es".

lunes, 14 de octubre de 2019

Así en la poesía como en la vida


Desconozco la teoría del correlato objetivo de T.S. Eliot y sólo tuve apenas noticia de ella por medio de una referencia de Eugenia Rico que llamó poderosamente mi atención.
T.S. Eliot nos cuenta que al buen poeta y al mal poeta los abandonó su amada en un día igualmente terrible, en el mismo banco al lado del mismo lago helado en lo peor del invierno.
Y el buen poeta y el mal poeta estaban de igual modo hechos polvo, reducidos a cenizas, destrozados por dentro y ojerosos por fuera.
Pero la reacción de uno y otro fue muy diferente. Veamos en primer lugar qué hizo el mal poeta, siguiendo a Eliot citado por Eugenia Rico.
Entonces el mal poeta decidió componer su obra definitiva y cantó al lago helado, al terrible día de invierno, a las palabras crueles de la amada que no ama.
Y compuso uno de los peores poemas de la terrible intrahistoria de la poesía.
Los sentires del buen poeta, de acuerdo con la misma fuente, fueron por muy otros caminos.
Y el buen poeta miró ese mismo banco, ese mismo lago, recordó la misma tarde de invierno y con todos esos sentimientos miró un poste de luz. Y compuso su famosa oda a un poste de luz.
Y la gente decía ¿cómo se pueden decir cosas tan estremecedoras de un poste de luz? Y enseñaban el poema a sus hijos. Y sólo nosotros sabemos que el buen poeta no hablaba de un poste de luz, hablaba de la mujer que había amado y que no lo amó, del dolor y la esperanza y la pérdida. Y todo eso a través de un poste de luz.
No hay que ser experto en metáforas para suponer que esto mismo acontece en  múltiples ámbitos de la vida. Así pues, frente a un mismo hecho dos personas reaccionan de distinta manera: para uno aquello constituyó una invitación a estancarse mientras que el otro encontró la forma de trascenderlo. 
Tengo claro que ante tamaño atrevimiento de extender la teoría del correlato objetivo de T.S. Eliot a otros terrenos de la existencia, se podrá objetar -¡y con sobrada razón!- que esto huele mucho a autoayuda. Lo admito pero yo no soy responsable que ésta tenga –y en muchas ocasiones con motivos más que suficientes- tan mala fama.

viernes, 11 de octubre de 2019

En el comienzo fue la conjetura


Hay palabras que el uso las ha ido convirtiendo en estrechamente cercanas, casi familiares; es lo que sucede con hipótesis, suposición, interpretación, deducción y conjetura. Ello le permite a Wislawa Szymborska tender un puente entre las expresiones hipótesis y conjetura.
La palabra “hipótesis” suena como algo serio, pero en realidad no es más que un chisme disfrazado de ciencia, porque hasta ese momento no ha salido a la luz ningún documento irrebatible que pueda sostener esa opinión. (…) La capacidad para hacer conjeturas es una de las habilidades más productivas de la especie humana. Sin ella, aún nos columpiaríamos en las ramas de los árboles. 
La misma autora precisa que en el inicio de la ciencia se encuentra la conjetura, sin embargo el uso de ella no queda restringido a los grandes personajes.
Copérnico, Newton, Darwin o Pasteur comenzaron a partir de conjeturas… He mencionado aquí grandes nombres, pero al fin y al cabo es la gente normal y corriente quien merece nuestra atención. Quizá no hayan inventado la fibra óptica, ni realizado descubrimientos para la genética molecular, pero, aun así, no puede negárseles el derecho a hacer conjeturas.
Con la maestría que la caracteriza para pasar inesperadamente de un ámbito de alcance universal a otro que se circunscribe a lo doméstico, Wislawa Szymborska revela una escena de su intimidad.
En una ocasión le dije a mi marido que las botas que llevaba estaban para tirar, él apartó de manera súbita sus ojos de mí, abrió la ventana, y, con cierta melancolía, comenzó a mirar lejos.
¿Qué sucedió a continuación? Szymborska ya no comenta nada al respecto. 
Será cuestión de hacer conjeturas en relación a qué pensaba “con cierta melancolía” aquel hombre que “comenzó a mirar lejos”.

jueves, 10 de octubre de 2019

Elías Canetti y las "configuraciones mudas del poder"


Para serlo, el poder debe ir acompañado de ciertas actitudes y símbolos que lo explicitan. El ceremonial que lo rodea ha ido cambiando con el transcurso del tiempo, sin embargo son muchas las instancias en que perviven usos y tradiciones que proceden del pasado remoto.

Así los poderosos –a manera de ejemplo- tienen la prerrogativa de portar corona, báculo, bastón de mando, banda presidencial; vestir en forma peculiar; lucir medallas, insignias, galones; acceder a tronos, sillas o sillones para su uso exclusivo.

Por otra parte Elías Canetti analiza las diversas posiciones corporales que tanto dicen del orden jerárquico.

El hombre, al que tanto le gusta mantenerse erguido, puede, sin cambiar de sitio, estar también sentado, acostado, en cuclillas o arrodillado. Todas estas posiciones, y muy especialmente el paso de una a otra, expresan algo determinado. El rango y el poder han ido fijando posiciones tradicionales. Por la manera como las personas se colocan estando juntas, podemos deducir fácilmente su diferente prestigio. Sabemos lo que significa que alguien ocupe un asiento elevado y todos los demás estén de pie en torno a él; o que alguien esté de pie y todos los otros, sentados a su alrededor; o que alguien aparezca de pronto y todos los congregados se levanten al verlo; o que alguien caiga de rodillas ante otro; o que no se invite a un recién llegado a sentarse.

Para Canetti esto es tan solo el inicio de la cuestión ya que “una enumeración arbitraria como esta muestra cuántas configuraciones mudas del poder existen”. Y a este respecto señala que hay tarea pendiente por lo que “sería necesario examinarlas y precisar todavía más su significación”.

Cada ámbito de poder (político, religioso, profesional, educativo, castrense…) tiene usos que le son propios. Ello también sucede en el deporte con el acceso al pódium, la posibilidad de alzar la copa, dar la vuelta olímpica, lucir el cinturón de campeón, ascender a la categoría de cinta negra, etc.

Eso sí, en estas cuestiones conviene irse con cuidado porque –de acuerdo a lo señalado por el mismo Canetti- hay manifestaciones populares como la de ser llevado en andas en las que el poderoso “pierde así su independencia y acaba, como quien dice, sentado sobre todos juntos”.

miércoles, 9 de octubre de 2019

De carne, hueso y… bytes


Actualmente se alude con frecuencia a que relatos que eran ciencia ficción hasta anteayer, hoy se transforman en simples crónicas del acontecer cotidiano. Desconozco quien, en este mismo sentido, fue el primero en afirmar que buena parte de la ciencia ficción del pasado se ha convertido en literatura de antelación o anticipación. 
Los ejemplos a este respecto abundan y uno de ellos es el que describe Ingrid Sarchman.
(…) Neil Harbisson, artista y activista inglés que nació con un tipo de daltonismo que le impide ver colores, inventó un dispositivo para oírlos, incluso los invisibles al ojo humano, como los rayos ultravioletas o los infrarrojos. El “ojo electrónico musical” que tiene forma de antena está injertado de forma permanente dentro del cráneo y puede conectarse a Internet mediante wifi y hasta recibir llamadas telefónicas. 
Todo iba bien hasta que Neil tuvo que enfrentar la normatividad propia de la burocracia, tal como cuenta Sarchman: “El problema llegó al momento de renovar la foto de su pasaporte porque, según la legislación de Gran Bretaña, en la foto del documento no se puede portar nada ajeno al cuerpo.” La cuestión no era sencilla pero se resolvió a su favor y creó jurisprudencia en la materia. 
Tras unas semanas de gestiones por parte de científicos e intelectuales de su país, Harbisson no sólo logró la autorización, sino que fue el primer cyborg reconocido por un país desde el 2004. Apenas unos años después aparecerán en el mercado los “weareables”, un conjunto de dispositivos electrónicos que se adosan al cuerpo para, en primera instancia, suplir falencias, pero también para potenciar capacidades innatas.
Recuerdo haber escuchado hace algunos años en un programa de radio a un científico que sostenía que ciertos dispositivos en el pasado (por ejemplo un aparato para sordos) procuraban sustituir de la mejor manera -claro que en notable inferioridad de condiciones- a una función natural pero, agregaba, que gracias a recientes avances en ciencia y tecnología ahora estos aparatos cumplían mejor con la función que el órgano natural.
Regresemos a Ingrid Sarchman quien se refiere a otro caso, el de Chris Dancy.
Considerado actualmente, el hombre más conectado del mundo, tiene once dispositivos incrustados que le permiten, entre otras cosas, medir la presión sanguínea, el peso, la temperatura, el balance de nutrientes en sangre, cantidad de azúcar y el monitoreo de sus órganos. El año pasado [2017], la firma financiera Bloomberg lo calificó como el “hombre más cuantificado del mundo”, indicando que la vida y la existencia pueden, a partir de la tecnología adecuada, ser conroladas en todas sus dimensiones. 
Así pues esta nueva etapa permite –tal como lo señala Sarchman- aproximarnos con esperanza a ciertas utopías, al tiempo que no está exenta de acercarnos peligrosamente a la posibilidad de que ciertas pesadillas se hagan realidad.
Sin embargo, Dancy simboliza mucho más que eso, representa la utopía de Harari de pasar de lo humano a lo divino. De la misma forma que el fallo judicial que le otorgó el reconocimiento a Harbisson, estos cuerpos hechos de carne, hueso y bytes son los nuevos monstruos. Unos más amables y agradables a la vista pero que nos enfrenta, de la misma manera que a Frankenstein, con la evidencia de que la técnica es mucho más que un conjunto de procedimientos. 
Habrá que estar atentos, hasta que nos alcance la vida, para ver por dónde sigue todo esto.

martes, 8 de octubre de 2019

Lo que se llevaron, lo que quedó


Sabido es que en la vida hay momentos particularmente difíciles en los que pareciera haberse dado cita el conjunto de dificultades, tribulaciones y pesares posibles. En ese estado de cosas resulta muy difícil encontrar motivos que permitan seguir adelante, sobreponerse a la adversidad.

Tal vez esta pequeña historia ayude a ejemplificar la cuestión.

Se la contaron a Eduardo Galeano en Colombia, éste le dio su matiz y la publicó bajo el título “El arpista Figueredo”.

Era un mago del arpa. En los llanos de Colombia, no había fiesta sin él. Para que la fiesta fuera fiesta, Mesé Figueredo tenía que estar allí, con sus dedos bailanderos que alegraban los aires y alborotaban las piernas.

Pero también las buenas personas –y en ocasiones, particularmente ellas- sufren hasta lo indecible; continúa Galeano

Una noche, en algún sendero perdido, lo asaltaron los ladrones. Iba Mesé Figueredo camino de una boda, a lomo de mula, en una mula él, en la otra el arpa, cuando unos ladrones se le echaron encima y lo molieron a golpes.

Los malvados huyeron mientras que en aquellas soledades el músico quedó maltrecho, sufriente, hasta que al día siguiente

(…) alguien lo encontró. Estaba tirado en el camino, un trapo sucio de barro y sangre, más muerto que vivo. Y entonces aquella piltrafa dijo, con un resto de voz:
-Se llevaron las mulas
Y dijo:
-Y se llevaron el arpa.

Parecía que aquella historia concluiría en la total desolación cuando, cuenta Eduardo Galeano, apareció lo inesperado ya que el maestro Figueredo

(…) tomó aliento y se rió, echando baba y sangre se rió:
-Pero no se llevaron la música.

Como exclamábamos en los juegos de niños: pido por mí y por todos mis compañeros que por duras que vengan las cosas nunca, lo que dice nunca, nos falte la música.

lunes, 7 de octubre de 2019

Un diagnóstico esquivo


En otra ocasión nos hemos referido a un reportaje de Núria Jar en el que entrevista a médicos que han tenido quebrantos de salud y que reflexionan a partir de ello (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2019/03/cuando-en-cuestion-de-segundos-se-apaga.html).
Ahora, y en base nuevamente a ese reportaje, veremos el caso del doctor Domingo Escudero quien debido a imprecisiones en el diagnóstico fue atendido en forma errática.
En muchas ocasiones la falta de comunicación y de empatía con el paciente es algo que también echa en falta el doctor Domingo Escudero, el protagonista de la (…) historia. La enfermedad de este neurólogo, que fue jefe de servicio en el hospital Germans Trias i Pujol, jugó a la ambigüedad durante una temporada antes de conseguir el diagnóstico definitivo. Sufrió tres cuadros psicóticos en los años 2006, 2011 y 2014.
Amante de los casos clínicos y las enfermedades autoinmunes, desde el principio estuvo convencido del origen neurológico de los brotes. Incluso en un momento de lucidez apuntó en un papel: encefalitis autoinmune. Pero los psiquiatras le diagnosticaron un trastorno bipolar esquizofreniforme atípico. Su dolencia se movía en la frontera entre la psiquiatría y la neurología. Le recetaron una fuerte medicación psiquiátrica con unos efectos secundarios que le dificultaban hasta ponerse azúcar en el café sin derramarlo. Incluso le llegaron a atar con correas de contención en el hospital de Bellvitge, donde también estuvo ingresado.
Por fortuna conoció a un investigador que se convertiría en factor decisivo para precisar el diagnóstico del mal que le aquejaba.
“Tanta gente que me ha visto, tantas decisiones que han tomado sobre mi vida y nadie me ha llamado hasta hoy”, dice desde el hospital Clínic, donde conoció al investigador que puso nombre a su enfermedad. Josep Dalmau, profesor de investigación Icrea en el instituto de investigación Idibaps, que por aquel entonces investigaba en la Universidad de Pensilvania (EE.UU.), vino a Barcelona a presentar una enfermedad neurológica autoinmune que había descrito hacía poco en la revista Annals of Neurology, la encefalitis autoinmune anti-NMDA. “¿Te suena de algo?”, le preguntó un colega después de escuchar los síntomas.
Y fue así como todo cambió –anota el artículo de Núria Jar- cuando después de un tiempo de navegar con diagnósticos imprecisos, el doctor Escudero supo por fin el nombre de su trastorno.
Cuando Escudero tuvo el segundo brote, su mujer –también neuróloga– pidió que hicieran una prueba de líquido cefalorraquídeo a su marido con el artículo de Dalmau en la mano. El resultado fue positivo. Su enfermedad por fin tenía nombre, apellidos y tratamiento. 
Con ello dio inicio una nueva etapa de su vida que el doctor supo celebrar como merecía.
“Me puse tan contento como si el Barça hubiese ganado la Champions”, rememora. “En mi caso disponer de información fue una salvación, se acabó la incertidumbre”. De tomar antipsicóticos pasó a los inmunosupresores, básicamente cortisona, para relajar su sistema inmunitario. La nueva terapia tenía menos efectos secundarios y una recuperación mucho más rápida que la que había tomado inicialmente.
La nota de Núria Jar permite apreciar la manera en que se transforma radicalmente la práctica profesional de aquellos médicos a quienes les tocó ser pacientes en la misma área de su especialidad.

viernes, 4 de octubre de 2019

Sócrates en apuros


No cabe duda que el ritmo en que transcurría la vida en la Grecia clásica era muy diferente al de hoy. De allí que Gabriel Zaid señale que Sócrates se hubiese visto en nuestros días en severos aprietos para legar sus enseñanzas.

Una conversación inteligente, como la Sócrates y Fedro, que se encuentran en la calle, se ponen a hablar de un escrito ingenioso de Lisias sobre el amor y se van caminando hasta las afueras de Atenas para discutirlo, sólo es posible en un mundo subdesarrollado, de baja productividad y tiempo ocioso. En el mundo moderno, yendo cada uno en su automóvil a lo que va, con el tiempo justo para llegar, Sócrates y Fedro no se encontrarían. Y, en el remoto caso de que se cruzaran, sería difícil que encontraran lugar para detenerse, ya no digamos tiempo. Porque no sería de esperarse que, como un par de irresponsables, cancelaran sus planes y se fueran a conversar.

Esta aceleración en la que vivimos –continúa Zaid- presenta un obstáculo de consideración a la difusión de su obra: no hay tiempo para adentrarnos en las reflexiones y especulaciones del maestro.  

Ante la disyuntiva de tener tiempo o cosas, hemos optado por tener cosas. Hoy, es un lujo leer a Sócrates, no por el costo de los libros, sino del tiempo escaso. Hoy, la conversación inteligente, el ocio contemplativo, cuestan infinitamente más que acumular tesoros culturales.

Al problema de la falta de tiempo hay que sumar, siempre de acuerdo con Gabriel Zaid, la exigencia de productividad que caracteriza a la cultura actual, lo que hubiese significado que la trayectoria académica de Sócrates encontrara con dificultades insalvables.

Hemos llegado a tener más libros de los que podemos leer. El saber acumulado en la cultura impresa rebasa infinitamente los conocimientos de Sócrates. Hoy, en una encuesta de lectura, Sócrates quedaría en los niveles bajos. Su baja escolaridad, su falta de títulos académicos, de idiomas, de currículo, de obra publicada, no le permitirían concursar para un puesto importante en la burocracia cultural.

Lo anterior parecería confirmar, según concluye Zaid, el acierto de su crítica ante la escritura: “los simulacros y credenciales del saber han llegado a pesar más que el saber”.