Hasta ahora nunca había escuchado hablar
de él, no tengo la menor idea de su vida. Sin embargo, hay personas que aun siendo
desconocidas para uno, nos resultan entrañables. Tal es el caso de lo que me
sucede con José Antonio Labordeta a partir de algunos testimonios en relación a
su vida.
Comencemos por lo que afirma José Luis
Melero.
A pesar de haber estado siempre con los
perdedores, José Antonio Labordeta ha ganado todas las batallas. Hermosa y casi
irrepetible paradoja. Pocos como él concitan el afecto de miles de ciudadanos
que lo ven como un tipo sencillo, honrado y nada pagado de sí mismo. (…) Yo soy
su amigo desde hace tantos años que ni me acuerdo. (…)
Le veía ya seriamente desmejorado y
quise darle cariño en vida, que es cuando hay que dar el cariño. He ido durante
este último año a verle todas las semanas. Casi siempre dos o tres días por
semana. En su casa me juntaba con otros buenos amigos que lo querían tanto como
yo. Todos lo mimábamos, le llevábamos libros, los dulces que le gustaban y
hablábamos de política, de fútbol, de literatura…, de cualquier cosa con tal de
que olvidara que se estaba muriendo. Juana y sus hijas estaban siempre a su
lado, atendiendo cualquier deseo, atentas a cualquier gesto de impaciencia.
Nunca se quejó. Ni un solo día. Nunca maldijo su suerte ni nos dio la lata con
sus dolencias. Solo hablaba bien de todo el mundo: de su médica, de las
enfermeras del hospital, de los amigos de Cariñena que querían homenajearle
poniendo su nombre a unas botellas de vino, de los políticos que lo visitaban…
No había ya apenas sorna ni ironía en sus palabras. Tan solo resignación.
Su muerte fue vivida por Melero en la
devastación y el desamparo.
A mí no me importa hoy nada que fuera un
icono de la libertades o del aragonesismo; ni que fuera un político querido por
todos; ni que haya sido con Goya, Costa, Cajal y Buñuel uno de los cinco
aragoneses más importantes de los últimos doscientos años como nos recordaba su
querido Eloy Fernández Clemente el día que lo incineramos y llevamos flores a
la tumba de Costa. A mí no me importa nada de eso. A mí lo único que me importa
es que se me ha muerto mi amigo Labordeta, que no lo voy a ver más y que no sé
cómo voy a llenar ese vacío. Y que me costará mucho olvidar cómo me enseñó a no
guardar rencor a nadie, a no ser altivo ni soberbio, a no ambicionar bienes
materiales y a querer a la familia y a los amigos con pasión y lealtad. A mí
solo me importa saber cuándo voy a poder dejar de llorarle.
Otro testimonio es el su colega cantante
Víctor Manuel, quien rememora el origen de su amistad.
Nos encontramos por vez primera en 1975,
en el barrio de Torrero (Zaragoza) (…) Encontrarte fue como estar frente a un
amigo al que conoces de toda la vida, cariñoso a lo aragonés, cercano,
tierno...
Te dije cuanto me gustaba tu trabajo,
como te admiraba y de un manotazo cambiaste de conversación temiendo que
aquello se convirtiera en un merengue. Unos meses después nos encontramos en el
Festival de los Pueblos Ibéricos, en la Universidad Autónoma de Madrid, donde
50.000 cantamos contigo el Canto a la
libertad.
Te he conocido siempre igual, vertical,
inquebrantable. Plantado en el escenario o defendiéndote como gato panza
arriba, en el Congreso (…)
Tardará en nacer, si es que nace,
alguien más pegado a un territorio, Aragón, más resuelto a cargar sobre sus
hombros la historia grande y la intrahistoria; empotrado en su paisaje, hombro
con hombro con el paisanaje. Indisolublemente unidos para siempre.
Subraya Víctor Manuel el hecho de que
José Antonio Labordeta se mantuviera distante de ciertas prácticas propias de
su arte.
En este oficio de cantar nuestro, ya
sabes, uno encuentra de todo, meteoritos de una sola canción que desaparecen
como el humo; cantamañanas dispuestos a transar pagando el gasto de su propio
bolsillo; ambiciosos con la ambición dibujada en el rostro; mentirosos
compulsivos; envidiosos corroídos por la envidia... Y tú, al que nunca escuché
hablar mal de un compañero, con la sabiduría del que sabe escuchar porque
siempre está dispuesto a saber algo que desconoce; al hombre libre que no
necesita renunciar a nada para tener el afecto de sus contemporáneos.
Concluye Víctor Manuel expresando su
emocionado deseo: “De mayor quiero ser como tú, querido José Antonio”.
Entre sus amigos más cercanos nos
encontramos con Luis Alegre quien realza su bondad (aunque ella tenga mala
prensa en nuestros tiempos). “Vivimos en un mundo tan malvado que reivindicar
la bondad de alguien puede sonar raro, un poquito cursi y hasta revolucionario.
Pero eso es lo que era, esencialmente, José Antonio Labordeta: alguien que hizo
de la bondad una obra de arte.” Y enuncia las muy distintas actividades a las
que se dedicó a lo largo de su vida.
José Antonio Labordeta no se acababa
nunca. Dentro de él cabían muchas personas: el poeta, el novelista, el
periodista, el profesor, el activista cultural y político, el presentador de
televisión, el diputado, el autor de algunas canciones pegadas a la memoria
colectiva o el líder moral de una generación decisiva en la historia de Aragón.
Pero, sobre todo, dentro de él había un tipo emocionante al que la gente
siempre sentía como uno de los suyos.
Para Luis Alegre es de destacar en
Labordeta el enorme compromiso con su tierra, con su gente, que tanto lo quiso.
Desde hace unos años, una asociación de
empresas cerveceras realiza una encuesta para conocer los personajes
-nacionales e internacionales- preferidos por los aragoneses para irse de cañas.
Hasta el año pasado José Antonio Labordeta siempre salió el primero. El
resultado de la encuesta era de lo más revelador: los aragoneses, realmente,
sentíamos total devoción por él. La irrupción de Labordeta en la vida pública
aragonesa supuso un subidón de autoestima para nuestra tierra: gracias a él nos
aprendimos a querer mucho más y mejor. Los aragoneses nos sentíamos muy
orgullosos de "El Abuelo" porque nos devolvía una imagen de nosotros
mismos que nos hacía sentir muy bien.
Labordeta sentía debilidad por la España
olvidada, como dejó bien claro en el programa Un país en la mochila o en sus años en el Congreso. José Antonio se
metió en el bolsillo a muchos ciudadanos que compartían muy pocas de sus ideas
pero a los que inspiraba una confianza personal absoluta. Labordeta era el
antiarribista y el anticorrupto. No sé si habrá habido algún político en la
historia de España en el que se haya percibido tanta integridad y tanta
nobleza.
La gente sabía que el amor de Labordeta
era verdadero. Por eso la gente lo quería de esa maravillosa manera.
Llegados a este punto recordemos uno de
los versos de José Antonio Labordeta
Al
fin me voy, al fin me alejo,
al
fin os dejo mi soledad.
Al
fin y al cabo
todo
buen rato
siempre
termina por terminar.
Y sí, me sumo a la lista: a mí también
me hubiese gustado mucho ir a tomar unas cervezas con José Antonio Labordeta.