martes, 27 de julio de 2021

Personajes de novela

 

Difícil precisar qué fue primero. ¿La lectura de novelas habrá dado idea de personajes dignos de figurar en ellas?, ¿fueron personajes reales quienes inspiraron a los novelistas?, ¿las dos cosas al mismo tiempo?

Andrés Trapiello ilustra el punto cuando comienza afirmando: “He visto esta mañana a un personaje para no sé qué novela.” Y, como en tantas ocasiones, apela la llamada sabiduría negativa: “No era un personaje de una novela actual”, más bien lo identificaba como “uno de esos personajes que han salido de las novelas de Baroja o de los libros de Solana, o que llegaron tarde a ellos.”

¿De quién se trataba?

Tendría cincuenta años. Andaba encorvado, con ciática, y los ojos inyectados en sangre y lacrimosos le lloraban sin cesar, seguramente por el relente que soplaba. Las narices, considerables, le acercaban a una raza canina, no sé a cual. Andaba mirando el suelo, con la cerviz torcida y para hablar levantaba las pupilas caninas, la cabeza la dejaba contra el pecho. De la nariz descomunal le colgaba una gota de moquita que se sorbía constantemente con ruido y estremecimiento. Al andar no conseguía hacerlo en línea recta, por lo que daba la impresión de que erraba sin rumbo fijo. Esto hacía de él un personaje triste e infeliz, como perro sin dueño, como viejo capellán de hospicio.

Ya no tuve más información al respecto, la duda queda planteada: ¿el sujeto mencionado habrá ido a parar -ya convertido en personaje? a uno de los tantos libros de Andrés Trapiello?

Estoy seguro de que a usted -improbable lector- le sucede como a mí cuando deambulando por las calles nos cruzamos con personas que tienen méritos más que sobrados para devenir en memorables personajes de novela.

Y claro que para otros seguramente usted y yo somos esos personajes.

martes, 13 de julio de 2021

Aprendizaje mediado por el aire acondicionado

 

Sabido es que los aprendizajes se presentan cuando menos se les espera, tal como le sucedió a Alicia H. Dellepiane.

Afuera, un delicioso cielo azul claro y la temperatura y humedad que convierten un día común en un día soñado. Adentro, cuatrocientas personas que compartíamos el interés casi hipnótico por el tema de aquel encuentro: la vinculación entre el desarrollo personal y las posibilidades evolutivas de la especie humana.

La única molestia, el frío del lugar. No alcanzaba con un suéter para dejar de tener piel de gallina. Más que fin de verano en playa del Pacífico, parecía refugio de montaña en pleno invierno.

Cuando llegó el rato del café, me acerqué a uno de los organizadores para que por favor modificara lo único que creía que había que cambiar: la graduación del termostato. “Cómo no”, dijo más que respetuosamente.

Sin embargo, la democrática consulta a la totalidad de los asistentes rompió el supuesto que la sensación de frío sería compartida por todos.

Reiniciamos la sesión de trabajo y mi reciente aliado consultó: “Nos han avisado que la temperatura del lugar no es la ideal. Por favor levanten la mano quienes tengan frío”.

Levanté la derecha, por costumbre de usarla, y miré a mi alrededor. Vi que sólo una persona acompañaba mi gesto. Me sentí extrañísima.

“Por favor, levanten la mano quienes están bien con la temperatura como está.” Unas 398 personas (el tema era fascinante, pocos habrían querido llegar tarde) levantaron la suya.

Y aquí fue donde llegó el aprendizaje para Alicia H. Dellepiane, quien admite: “entonces aprendí algo tremendo de aceptar: ‘ellos’ y yo veíamos –y sentíamos- un mundo diferente”.

Y aquella lección fue mucho más allá del aire acondicionado ya que -concluye Dellepiane- “mi convicción de que mi versión era la verdadera se derritió para siempre”.

Aprendizaje que para muchos de nosotros sigue siendo una asignatura pendiente.