jueves, 23 de diciembre de 2021

De nefelibatas y nubepensadores

 Deben ser pocos, muy pocos, quienes no recuerden de su currículum formativo frases como: “¡tú siempre en las nubes!”, “¡en algún momento deberás poner los pies en la tierra!”

Juan José Millás, destacado observador de la cotidianidad, atestiguó una situación de este tipo

(…) acudo a una cafetería cercana, donde, acomodado en la barra, pido un gin-tonic. Hay a mi lado un hombre mayor, con barba, en compañía de uno joven. El mayor le dice al joven que debe tener los dos pies en la tierra. Recalca la palaba dos, como si la dijera en negrita (dos).

-¿De qué te ha servido a ti tener los dos pies en la tierra? –pregunta el joven.

-No empieces con eso –responde el hombre mayor, y se hunden ambos en un silencio rencoroso.

Así pues aun cuando tener los pies sobre la tierra no garantiza nada, el hecho de vivir en las nubes se considera algo negativo, por estar fuera de lugar, lejos de la realidad, distanciado de lo cotidiano. Y ello en opinión de tantos cultores del realismo no sería cosa buena para la vida por lo que se convierten en espantanubes. Agustín Monsreal relata sus vivencias y aun escucha las voces del pasado.

Estar trepado todo el tiempo en una nube no es sano, no es normal. Anda, baja de ahí. Tú sabes que te lo digo por tu bien. ¿Verdad que se lo digo por su bien? (…) Vamos, baja de una vez. Comprende que vivir en esa nube no te conviene, tienes que abandonarla, ser como los demás, poner los pies en la tierra, pensar en el futuro, en la felicidad.

Pero el escritor yucateco reivindica, en forma por demás contundente, su derecho a la nube.


Y esa nube es mi vocación, mi valor, mi destino; es mi ternura, mi razón de ser, mi bien terrestre único e insobornable. Dejarla significaría una cobardía, una traición inmedible. ¿Y qué sería de mi existencia sin ella sino una falsedad, una impudicia, una abyección definitiva, un fracaso? (…)

De modo que a pesar de las depredaciones y de las canalladas con que me batallaron, todavía respiro, y todavía soy capaz de procurarme un pan, y todavía traigo en su sitio mis redaños y mi nube anda conmigo. 

Según da cuenta José Luis Melero existe un término con el que se identifica esta actitud de vida: “Nefelibata es cultismo con el que se designa al hombre soñador, al que anda por las nubes.” Y agrega

El más famoso nefelibata ha sido sin duda Rubén Darío, que escribió de sí mismo aquellos hermosísimos versos: “Nefelibata contento, / creo interpretar / las confidencias del viento / la tierra y el mar…”

Tal vez hoy más que nunca sean necesarios los nefelibatas o nubepensadores (como alguien también les ha llamado).

Es así como la resistencia y defensa de las nubes, tanto personales como colectivas, se convierte en prioridad de vida.

¡Que nunca nos falten!


miércoles, 1 de diciembre de 2021

Manos

 

Ya nos hemos referido en alguna ocasión al tema de las manos en el contexto mexicano (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2010/12/una-cultura-manos-llenas.html).

En esta nueva incursión sobre la cuestión recurrimos a Luis Melnik quien cita al doctor Alexis Carrel (premio Nobel en Medicina, 1912), cirujano y biólogo, cuando en su libro La incógnita del hombre afirma que

La mano es una obra maestra. Actúa como si estuviese dotada de vista. Los dedos son esas cinco palanquitas compuestas cada una de ellas de tres segmentos articulados. La mano se adapta lo mismo al trabajo más duro que al más delicado. Ha manejado con la misma destreza el cuchillo de sílex del cazador primitivo que el martillo del herrero, el hacha del leñador, el arado del labrador, la espada del caballero medieval, los mandos del moderno piloto, el Pincel del artista, la pluma del escritor, los hilos del tejedor.

Por su parte, Michel de Montaigne se refería a otros usos posibles de las manos.

Pues, ¿y qué no hacemos con las manos? Con ellas requerimos, prometemos, llamamos, despedimos, amenazamos, rogamos, impenetramos, negamos, rehusamos, interrogamos, admiramos, contamos, confesamos, nos arrepentimos, tememos, nos avergonzamos, dudamos, instruimos, mandamos, incitamos, estimulamos, juramos, testimoniamos, acusamos, condenamos, absolvemos, injuriamos, despreciamos, desafiamos, desdeñamos, adulamos, aplaudimos, bendecimos, humillamos, nos mofamos, nos reconciliamos, recomendamos, exaltamos, festejamos, nos regocijamos, nos quejamos, nos entristecemos, exclamamos, reprendemos.

Seguramente que la lista no es exhaustiva y aún falta mucho que agregar.

En otro orden de cosas Robert Hertz alude a la flagrante desigualdad en el trato dispensado a la mano izquierda y a la derecha.

¡Qué semejanza tan perfecta la de nuestras manos!, y, sin embargo, ¡qué desigualdad más irritante!

Para la mano derecha son los honores, los comentarios más lisonjeros, las prerrogativas. Ella actúa, ordena y coge. Por el contrario, la mano izquierda es despreciada y reducida al papel de humilde auxiliar, sin que pueda hacer nada por sí misma, más que asistir, secundar y sujetar.

La mano derecha es símbolo y modelo de todas las aristocracias; la mano izquierda, de todas las plebes.

Pero ¿cuáles son los títulos de nobleza de la mano derecha? Y ¿de dónde viene la servidumbre de la izquierda?

Claro está que los zurdos tendrían mucho que decir en relación a lo anterior…