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martes, 29 de noviembre de 2016

La línea Maginot



Puede acontecer que ante complejas coyunturas personales, uno procure defenderse de la mejor manera intentando prever cómo se presentarán los hechos y lleve a cabo estrategias cuyo objeto sea disminuir los efectos negativos que aquella situación pudiera representar. Pero a veces ya de cara al evento consumado, las previsiones y los gastos de energía sirvieron para poca cosa –o más claramente, para nada- ya que el curso de los acontecimientos no tuvo nada que ver con lo previsto.

Algo parecido le sucedió a Francia –según narra Homero Alsina Thevenet- en tiempos de la Segunda Guerra Mundial.

Tras la experiencia bélica de 1914-1918, los gobiernos franceses comenzaron a preocuparse de que Alemania pudiera armarse y atacar. Por iniciativa de su Ministro de guerra, el ex soldado André Maginot, llegó a construirse la llamada Línea Maginot para proteger su frontera. Las fortalezas y casamatas ocuparon una línea de 314 kilómetros, de norte a sur, cubriendo todo el posible frente bélico alemán. Terminada en 1938, a un costo tremendo, esa defensa fue un motivo de tranquilidad nacional, con instalaciones modernas en lo militar y muchas previsiones en materia de comunicación interna y aprovisionamiento. (...)
Lamentablemente, la Línea Maginot no cubría, al norte, los 200 kilómetros de frontera con Bélgica. En la Segunda Guerra Mundial el ejército alemán invadió sucesivamente Holanda, Dinamarca y Bélgica, entró en Francia por el norte y llegó rápidamente a París (junio 1940), convirtiendo en inútil a la línea Maginot. Del fracaso no se enteró el propio André Maginot, que había fallecido en 1932.

No creo que sirva de consuelo saber que no hemos sido los únicos a quienes ha pasado esto de construir inútiles líneas Maginot a modo de defensas que a la postre resultarían fácilmente burladas pero… uno nunca sabe.                                                 
                                       

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