viernes, 11 de febrero de 2011

La claque, ¿institución del pasado?

Aún no se realizaban sistemáticos estudios de mercado ni existían consultores en marketing ni se impartía la carrera de Administrador de Empresas, pero no se crea que por ello no le sabían al negocio. A poco de iniciado el siglo XIX los empresarios teatrales tenían conocimiento de que parte del éxito de las obras que estrenaban iba a depender de las primeras respuestas del público. Claro que le tenían confianza a la obra que se presentaba, pero no tanta a la reacción de la audiencia y es por ello que hace su aparición la claque. Luis Melnik ofrece algunos datos acerca de su origen y demuestra la alta especialización a la que dio lugar. 
Ilustración: Margarita Nava
Del francés, claquer, aplaudir. Cuerpo de personas contratadas para aplaudir en un teatro. El artilugio fue creado en 1820 por un tal Sauton, que puso una oficina en París [...] para asegurar con sus empleados el éxito de las obras teatrales. El productor de la obra encargaba el número requerido de claque y la dividía en grupos: los commissaires, que aprendían la obra de memoria y marcaban sus cualidades en alta voz; los rieurs, que reían aparatosamente en el momento que la acción lo reclamaba; los pleureurs, principalmente mujeres, que sujetaban sus pañuelos contra los ojos durante las escenas emocionantes; los chatouilleurs, que mantenían a las audiencias de buen humor con sus gestos y movimientos, y los bisseurs, que reclamaban en alta voz los bises que prontamente los artistas complacían.
Este trabajo no dejaba de ser peligroso ya que por aquellos tiempos era frecuente que se dieran violentos enfrentamientos entre los asistentes, por lo general en los situados en las localidades populares. Nada menos que Balzac, citado por Frédéric Rouvillois, proporciona un ejemplo de ello. “[...] Es así cómo, anota Balzac en un artículo publicado en La Caricature en septiembre de 1831 ‘hablando de un éxito de la víspera, el aplaudidor se jactará de que esa victoria le ha costado un ojo amoratado, un brazo torcido, un pie lastimado’.”

También hubo artistas que tenían apoyadores profesionales con actuaciones protagónicas. Ildefonso Julio Zavalla ilustra este punto.
Schubert solía contar, cómo le complacía a Liszt, el aplauso de sus auditorios. En rueda de artistas lo relataba así:
-Imagínense ustedes que Liszt pagaba 25 francos a varias mujeres para que se desmayaran en sus conciertos. El síncope estaba fijado para el instante emo­cional de la música. Liszt saltaba entonces de su asiento, tomaba en brazos a la dama desmayada, y dejaba al resto de su auditorio conmovido por la brillantez del trozo musical. Hubo, sin embargo, una ocasión, en que la dama contratada, estaba distraída, y se olvidó de desmayarse…
¿Y qué ocurrió?, -preguntaron a Schubert-, a lo que éste respondió:
Pues, se desmayó Liszt.
 La claque fue llegando a otros países en donde tuvo buena acogida y con el tiempo fue extendiendo su campo de acción al descubrir que no sólo podía servir para apoyar la propia obra sino para arruinar la de la competencia, lo que como veremos no siempre terminó bien. Paco Ignacio Taibo I se refiere al caso de México. 
La claque, sin embargo, pasa en ocasiones al ataque, como cuando en 1917, fue contratada por un empresario para que hundiera el estreno de El diez por ciento, una comedia musical de los señores Manuel Mañón y Antonio Guzmán Aguileras.
La revista El confeti denunció que la claque había sido pagada por el propietario de un cine cercano que tenía interés en hundir el negocio teatral.
El público, sin embargo, arremetió contra los que protestaban y El diez por ciento triunfó.
Donde ya no hay acuerdo es en cuanto a la retribución a quienes formaban parte de la claque. En algunos lugares se recibía un pago fijo mientras que por otro lado existen testimonios de quienes cumplieron esa función solamente a cambio de las entradas para los estrenos de las obras. Se trataba de verdaderos aficionados al teatro. Tal es el caso de Alberto Candeau, quien fuera un reconocido actor uruguayo, al respecto.
[…] En ese tiempo me habían ascendido en mi trabajo, de mandadero pasé a empleado, de repartidor de paquetes a vendedor con tijera y saquito de lustrina para cortar telas y lienzos y sonreir profesionalmente a las clientas. Ganaba ocho pesos mensuales más la comisión por las ventas.
Ya podía darme el gran lujo de ir al teatro con total comodidad. Una noche estando en el paraíso del Solís se me acercó un habitué para decirme:
-A usted que le gusta tanto el teatro... ¿por qué paga entrada?
-Es que gratis no me dejan entrar...
-Ya sé... ¿pero por qué no se hace de la claque?
-¿De la claque? ... ¿qué es eso?
- Son los que aplauden... yo soy claquista...  si quiere le presento al jefe a ver lo que dice, así no paga entrada.
-Bueno, preséntemelo.
Así fue como al término de la función lo conocí.
-Mire amigo, esto es muy fácil, lo único que tiene que hacer es aplaudir.
-¿Aplaudir? ¿Cuándo?
-Cuando yo le indique, en las entradas de los actores, salidas, cuando cae el telón...  ¿qué le parece?...  ¿le interesa?
-Sí, si...
-Bueno, sírvase esta chapita para entrar, además yo siempre estoy en la puerta. Venga todas las veces que quiera.
Así ingresé a la claque, esa institución de origen italiano. Pocas veces un trabajador pudo haberse sentido tan cómodo en su tarea, ya que siempre me gustó aplaudir. Aplaudía lo que me gustaba y lo que no me gustaba.
Fue el primer trabajo de mis manos en el  teatro.

Con buena dosis de ingenuidad es posible incurrir en el error de que ya no existen este tipo de estrategias, lo cual resulta muy fácilmente rebatible. En el terreno político los acarreados pueden ser considerados una versión adaptada de la claque. También es posible demostrar que en el llamado mundo del espectáculo la claque contemporánea ha asumido muy diversos rostros. Muestra de ello es que no faltan periodistas especializados que reciben beneficios materiales a cambio de hacer la crítica favorable de un estreno televisivo, teatral, cinematográfico o de espectáculo de variedades. Con el propósito de adelgazar los gastos de operación, no ha faltado quien inventa al crítico y se ahorra unos billetes. David Brooks y Jim Cason ofrecen un ejemplo relativamente reciente.
Sony Pictures, dueña de Columbia Pictures, tuvo que confesar que inventó a un reseñador de cine que elogió cuatro películas recientes de la empresa, y que esos elogios fueron utilizados para promover las cintas. Hace un par de semanas [junio 2001], David Manning habría reseñado las películas The Animal, A Knight’s, Tale, Vertical Limit y Hollow Man; todas, de Sony. Supuesto colaborador de un periódico de Connecticut, el Ridgefield Press, el tal Manning escribió –según Sony- que la primera película era “otro triunfo” y que la protagonista de la segunda era “la estrella nueva más caliente del año”. Newsweek descubrió que sí existía el periódico pero que nadie conocía al dicho Manning. Finalmente, Sony confesó, y prometió nunca repetir la hazaña. Sin embargo, una semana después debió reconocer que dos de sus empleados fueron usados como parte de otro esfuerzo publicitario. Ambos aparecieron en entrevistas como si formaran parte del público que había visto la película de Mel Gibson El Patriota, para un spot de promoción de la película. De nuevo, Sony se disculpó.
Otra manifestación de la claque moderna tiene que ver con los programas televisivos que vienen con las risas grabadas para avisarnos cuándo nos debemos reír porque parece que nos falta capacidad para decidir por nosotros mismos a ese respecto. Y no se crea que esas risas fueron grabadas en cualquier lugar. Veamos, Roman Gubern, reconocido estudioso de la comunicación, comenta que en 1974 conoció a Marshall McLuhan quien es considerado como un profeta de la comunicación. De ese encuentro Gubern rememora que “[McLuhan] me contó que se había descubierto que las risas más sonoras y eufónicas eran las del público checoslovaco y por eso Checoslovaquia exportaba risas grabadas, para alimentar las bandas sonoras de las televisiones de todo el mundo”. 

Es triste que nuestra dependencia sea tal que hasta tengamos que importar las risas, aunque pensándolo mejor -y  tal como están las cosas- en realidad nos están haciendo mucha falta. Lo que ya no sé es si son los checos o los eslovacos los que cuentan con tantas reservas que pueden exportarlas.  

1 comentario:

Silvita dijo...

Hola! Muchas gracias por este artículo tan interesante. Estoy viendo ahora mismo una hermosa película cubana, La Bella del Alhambra, en el Youtube -qué remedio, pues no tengo copia en casa- y sentí deseos de saber más sobre la claque.
Cuando era estudiante, si hubiera habido claque, me hubiera apuntado, para ver teatro sin pagar, qué tiempos aquellos :)