martes, 30 de mayo de 2017

Contra indicaciones de la perfección


La sabiduría popular advierte con frecuencia en cuanto a que todo exceso es malo. Algunas voces de la academia coinciden con ello, tal como acontece con la del filósofo Leszek Kolakowski quien afirma que este principio también aplica para las virtudes: no es recomendable ser extremista en su observancia.

En esta misma línea Wislawa Szymborska invita a los buscadores de perfección a extremar sus precauciones: “(…) en el camino hacia la perfección, lo más sensato sería detenerse un par de pasos antes de llegar a la meta, porque puede resultar que más allá de ella solo haya precipicio.” Y ejemplifica lo que quiere decir a partir de un artículo que alguna vez leyó en una revista francesa para mujeres, en el que diversos maridos infieles respondían a la siguiente pregunta: “¿Bajo qué circunstancias le fui infiel a mi mujer por primera vez?...”.

Una de las respuestas me dio mucho que pensar. La relataré con mis propias palabras, puesto que ya no dispongo del original. “Soy –confesaba dicho individuo- el propietario de una tienda de antigüedades bastante próspera. Mi esposa se distingue por su gran belleza, la cual cuida y hábilmente realza. Viste con gusto y siempre según las circunstancias. Cría a los niños de un modo saludable y les inculca buenos valores. Gracias a ella, en casa todo funciona estupendamente. Cada cosa tiene su sitio, y ese sitio siempre resplandece como resultado de su pulcritud. En casa, la comida es deliciosa y equilibrada en calorías, su presentación es atractiva y siempre está lista a la hora. Además, mi esposa es una persona sensata y llena de tacto, cualidad que le permite reaccionar debidamente en cada situación. Mis amigos opinan que me casé con la persona ideal. Yo mismo también lo creía (…)”

Hasta allí todo marcha muy bien pero sabido es que aun en los cuentos de hadas puede aparecer el imprevisto; continúa Szymborska

“(…) hasta el día en el que entró en mi tienda aquella mujer. No era especialmente guapa ni atractiva, y vestía cuatro trapitos baratos y mal combinados. Le faltaba uno de los botones de la chaqueta y llevaba puestos unos zapatos un poco sucios. Tímidamente preguntó el precio de un dije que había en el escaparate. No era caro, aunque sí lo era para ella. Pero justo cuando se disponía a dirigirse hacia la puerta, de repente, hizo un gesto imprudente y tropezó con un estante sobre el que descansaba un caro jarrón chino. Este cayó y se hizo pedazos. La mujer me miró con espanto, luego miró los fragmentos y, de golpe, se sentó en el suelo y rompió a llorar como una niña. Me quedé mudo, y mil pensamientos diferentes comenzaron a revolotear dentro de mi cabeza. Que, por ejemplo, mi mujer nunca había roto nada. Que nunca la había visto llorar. Que, si tuviese que llorar, seguro que nunca lo haría sentada en el suelo. Y que sus lágrimas serían cristalinamente puras, dado que utilizaba el famoso rímel de la marca X… Sobrepasado por la emoción, me arrodillé delante de ella y la abracé y, con mi pañuelo inmaculadamente blanco, comencé a borrar de sus mejillas aquel manantial de lágrimas negras… Y así fue como todo comenzó”, dijo finalmente suspirando aquel anticuario traicionero.

(Sugerencia final: la forma ilustrativa en que Wislawa Szymborska evoca aquella respuesta, vuelve muy poco recomendable el esfuerzo de intentar localizar el artículo y con ello el testimonio original de aquel marido. Podría ser decepcionante.)                                                 

jueves, 25 de mayo de 2017

El aguacate


El precio a que se venden los aguacates en estos días los ha convertido en artículo de lujo. Tal vez ello incida en cierta tristeza colectiva y es que sin guacamole la vida ya no es la misma.

Dicen los que saben que la palabra auacatl en náhuatl significa testículo debido a la forma del fruto. Las cosas no le han sido fáciles y Rafael López comenta que han debido sortear obstáculos para llegar a ser aceptados puesto que “los aguacates de fúnebre ropaje, tan calumniados antaño por los diccionarios (…) [que] afirmaban de esta fruta que tenía la particularidad de que se desechaba su carne y se comía sólo el hueso.” Hueso donde por cierto –según Juan Villoro- parece estar la clave para develar un misterio insondable: “el aguacate ya rebanado que entra con todo y hueso al refrigerador dura más.”

Puede que la ausencia –que esperemos sea breve- del aguacate en nuestras mesas no sólo represente una contrariedad para el paladar si es que damos crédito José N. Iturriaga en cuanto “(…) los ya históricos reconocimientos al aguacate, al jitomate y al chocolate (tres palabras de origen náhuatl, tres generosas aportaciones de México al mundo, tres viagras virreinales) (…)”.

Concluyamos esta breve semblanza del aguacate con una breve obra maestra de la autoría de José Moreno Villa.

El fruto más pulido, más comedido, más bien educado que yo conozco es el aguacate. Viste un pellejo liso y negro como de hule fino. Tiene un solo hueso o semilla, casi tan grande como el total de su cuerpo. Y la carne es una mantequilla verdosa que no se adhiere al hueso. No tiene, pues, jugo que chorree, dureza que esquivar, acritud ni dulzura excesivas.

Asiste razón a Moreno Villa cuando agrega que “lo más opuesto al aguacate es el mango, fruta chorreosa, sumamente rica en jugo y con una carne que apenas puede separarse del hueso”.

                                  

martes, 23 de mayo de 2017

Latencias en política


En su libro Puro teatro y algo más (Barcelona, Alba Editorial, 2002) Fernando Fernán Gómez dicta cátedra acerca del tema teoría de las latencias. Pasemos a ver.
Algunos psicólogos opinan que los individuos tienen un determinado carácter, más o menos destacado, ostensible, pero también otros muchos caracteres latentes, que no se han desarrollado. En cuanto al oficio de actor, esto se llama “teoría de las latencias”. En este oficio podemos percibir, si llevamos el método Stanislavsky a sus últimas consecuencias, que hay diversas personas en la misma persona.
Interpretando de dentro afuera, un actor pobre puede incorporar el personaje de un rico sin simulación, sin recurrir a datos externos, porque él podría haber sido rico -por ejemplo, si le hubiese tocado la Lotería- y se habría comportado como tal; y esa posibilidad ha quedado en él latente. Este actor pobre, cuando se ve en el trance de incorporar al hombre rico, hurga, rebusca dentro de sí -no en el subconsciente sino en el consciente- hasta conseguir que aflore el personaje que habría sido si veinte años atrás le hubiese tocado la Lotería.
Al salir del teatro la función continúa y sólo los expertos pueden distinguir al actor de quien no lo es, “(…) que todos somos comediantes, ya lo dijo el latino; y que el mundo era teatro, también. Pero no se trata de que el hombre común finja, como el actor, sino que este hombre común cambia, se transforma, sin fingir.” Sin embargo, al imponer papeles muy exigentes a veces la vida parece estar más sobreactuada que el propio escenario. “Este hombre riquísimo, una de las mayores fortunas del país, es hijo de un pobre, un vendedor de periódicos, que con grandes esfuerzos consiguió darle la carrera de Derecho. ¿Es ahora el mismo hombre que cuando a los veinte años era un estudiante pobre, hijo de un pobre? No.”
Sostiene Fernán Gómez que Hermann Hesse también incursionó en la materia dado que “en unas bellísimas páginas de El lobo estepario desarrolla algo muy parecido a la teoría de las latencias. El protagonista siente que dentro de sí hay otras muchas personas que no han llegado a realizarse.”
Como los políticos tienen mucho que ver con el oficio de las tablas, tal vez haya sido una especie de solidaridad gremial la que condujo a que Fernando Fernán Gómez saliera en su defensa.
No debemos, por consiguiente, pensar que cuando un político, un gobernante al llegar al poder hace lo contrario de lo que ha prometido es un felón, un traidor, un hipócrita.
No nos ensañemos con los desdichados políticos, tan expuestos a todos los peligros, a todas las agresiones, desde las caricaturas de los humoristas gráficos hasta las balas de los asesinos a sueldo o de los fanáticos.
Cuando tenemos la impresión de que algún político nos ha engañado premeditadamente, no ha ocurrido sino que, al cambiar su circunstancia –“yo soy yo y mi circunstancia” (Ortega)- para bien o para mal, ha aflorado uno de aquellos múltiples personajes que latían en su interior, en sus adentros. Pero todos aquellos personajes eran él mismo.
Según las peripecias de su vida, los caprichos del azar, el progreso o retroceso histórico, habría salido a la superficie, desde sus adentros, un estadista genial, un mártir de la idea, un traidor, un gran economista, un buen discípulo, un envidioso, un trepa, un pesetero, un multimillonario, un comunista, un cura, un psicópata, un poeta, un orador, un fascista, un general, un hedonista, un hombre ejemplar, una víctima de la idea, un idiota, un homosexual, etcétera, etcétera.
Cualquier individuo común, no digamos los políticos profesionales, lleva en su interior un catálogo de personajes y de situaciones tan amplio como el que puede llevar el actor más profesional.
Y a manera de despedida Fernando Fernán Gómez pregunta al público asistente a la gran función de la política: “¿El político que dice ser ‘de centro’ no está ya preparando, de acuerdo con el método Stanislavsky y la teoría de las latencias, acaso impulsado por el miedo o la prudencia, su posible evolución hacia la izquierda o la derecha?”
Avisados.

jueves, 18 de mayo de 2017

Lago Gascasónica


Compleja tarea la de encontrar nombres para todas las avenidas, calles, cerradas, callejones y plazas en centros urbanos tan grandes como Ciudad de México (aun con las inevitables repeticiones ya que se estima en más de 200 las calles que se llaman Benito Juárez). Quienes hayan integrado las sucesivas comisiones encargadas del nomenclátor seguramente han tenido jornadas de grandes discusiones acerca de la pertinencia o no de adjudicar a una vialidad el nombre de cierto personaje. Además por aquello del revisionismo histórico no sólo deben encargarse de atribuir nombres sino también de quitarlos; por cierto que José G. Moreno de Alba recomienda mucha prudencia a ese respecto.  

Siempre será criticable la cada día más frecuente tendencia de no pocos políticos, alcaldes y administradores a cambiar los nombres tradicionales de los pueblos y las calles. Me parece que tales topónimos, cuanto más antiguos, más respetables deberían ser para los ciudadanos comunes y sobre todo para las autoridades civiles. Si la integridad de los monumentos históricos o artísticos está defendida jurídicamente por leyes severas, no veo por qué los nombres de verdadera raigambre deban modificarse por el capricho de unos pocos. Sin duda habrá siempre nuevos trazos urbanos, nuevos asentamientos humanos que puedan honrar a héroes o políticos destacados, mediante su bautizo con tal o cual nombre. Consérvense en cambio inalteradas las viejas designaciones, que son también parte de la historia.

De tal manera que para Moreno de Alba estos cambios solamente deberían producirse cuando la gravedad del caso lo hiciera inevitable: “Aludo en concreto a designaciones que suponen, en alguna medida, una broma (a mi juicio de mal gusto) que implica cierto engaño o falacia.” Y para dejar en claro a que se refiere, proporciona un ejemplo.

En buena parte del tradicional barrio de Tacuba las calles tienen nombres de lagos (Lago Managua, Lago Mayor, Lago Ontario, etc.). Entre ellas hay una (y dos cerradas y una privada) con el nombre de Lago Gascasónica, lago que ningún manual de geografía menciona, por la sencilla razón de que no existe. La Enciclopedia de México, a mi juicio demasiado benévolamente, describe como pintoresco el hecho de que a algún empleado se le haya ocurrido tal designación para honrar así al general Celestino Gasca (quien fue entre otras cosas gobernador del Distrito Federal por los años veinte), para lo cual influyó también el que, a juicio del mismo empleado, "eran muchas las calles de esas colonias y me faltaron lagos o me sobró ignorancia". Independientemente de que se dé o no crédito a esa ingenua explicación —pues, entre otras posibles dudas, creo que no corresponde a cualquier empleado asignar nombres a las calles—, lo anecdótico de este dato no bastaría, me parece, para conservar, en la nomenclatura de una ciudad como la nuestra este absurdo sinsentido, para el cual contribuye también lo grotesco de la "derivación" (-asónica), incluyendo la terminación femenina para el masculino lago. Creo que convendría en ese caso (y en otros que tal vez existan) cambiar el nombre de esa calle. Habrá seguramente por ahí algún lago verdadero con cuyo nombre todavía no se haya bautizado a calle alguna.

Desconfiado que es uno, pensé que se trataba de una broma de don José G. Moreno de Alba. Sin embargo otro gran conocedor de estos temas, como lo es Antonio Acevedo Escobedo, confirma la cuestión.

El caso de la calle Lago Gascasónica, en Tacuba, es todo un cuento de humorismo. El prestigioso Geographical Magazine envió a México a un empleado a investigar en el Departamento del Distrito Federal en qué zona de la república se hallaba dicho lago, del cual carecían de noticias. De pesquisa en pesquisa se logró saber que el burócrata encargado de imponer nombres de lagos nacionales o extranjeros a las calles de aquella delegación, al ver agotados los disponibles, inventó el vocablo “Gascasónica” para dar testimonio de adulación al general Celestino Gasca, entonces en funciones de regente de la capital y líder de la CROM.

La conclusión es del propio Acevedo Escobedo: “nadie puede negar que se trata de un episodio muy a la mexicana”.

martes, 16 de mayo de 2017

Violencia contra periodistas


Habitamos días aciagos en que, entre otros hechos de violencia, han sido asesinados periodistas cuyo compromiso con la profesión los llevó a investigar y denunciar hechos de corrupción, violencia, narco.
Cobra vigencia la advertencia de Chesterton: “Como están las cosas, no hay castigo para el hombre que lo hace, pero hay castigo para el hombre que lo descubre.”
Otra vez.
Las amenazas a periodistas, su asilo fuera de fronteras, el cierre de medios independientes, los asesinatos, tienen antecedentes. Y de ello daba cuenta Carlos Monsiváis.  
El 30 de mayo de 1984, al salir de su oficina, Manuel Buendía, columnista de Excélsior, es asesinado por la espalda. La foto de portada de Impacto es despiadada: el cadáver de Buendía en la calle, de bruces, cubierto por su gabardina. En el momento de su muerte, Buendía, probablemente el periodista más leído del país, investiga diversos vínculos entre política y delito: los asesinatos de grupos ultraderechistas en Guadalajara, los negocios turbios del sindicato petrolero, el tráfico clandestino de armas, las "irregularidades" del aparato judicial y, tal vez, el narcotráfico. Nada se encuentra en sus archivos, presumiblemente  saqueados.
Mayo.
Otra vez.
Según Monsiváis ese crimen “determinante en la historia de la libertad de expresión, da lugar a protestas, promesas y búsquedas policiales tan costosas como inútiles”. Los resultados de las pesquisas son desalentadores. “Nada sucede, salvo el hostigamiento a las amistades del periodista y un rechazo categórico de los procuradores: ‘No hubo motivos políticos en el crimen’.”
Daremos con los responsables, las investigaciones llegarán hasta donde sea necesario, el delito no quedará impune.
Otra vez.
Años después –siempre siguiendo a Monsiváis- se produce la detención de los responsables cuando “el 20 de junio de 1989 la Procuraduría de Justicia del D. F. arresta a Zorrilla Pérez y a Rafael Moro Ávila por el crimen”. Sin embargo, cuando la incredulidad y la sospecha ya están instaladas en la opinión pública existe “la convicción generalizada acerca de los autores intelectuales del asesinato apunta ‘hacia arriba’, y ve en Zorrilla a un segundón”.
Nunca más. Ya basta. Todos somos...
Otra vez.
El dolor, la rabia, la indignación.
Otra vez.
Tal vez, como nunca.

jueves, 11 de mayo de 2017

Escuchadores profesionales


Tal vez sea porque vivimos tiempos en que mucho se nos da el hablar y muy poco el escuchar o porque el ritmo acelerado que traemos nos impide escucharnos con la debida calma. Ahora bien, sea por lo que sea de unos años a la fecha ha surgido un nuevo oficio: el de los escuchadores profesionales.

En este mismo espacio ya hemos referido el anuncio –que citado por Eulalio Ferrer- publicó el periódico El Universal (México) el 2 de junio de 1987.

¿No tiene quién le escuche? Caballero confiable platica con usted. Lugar público, Costo 7,000 pesos, 50 minutos. Citas lunes-viernes, 15.15, 15.45. Al 516-28-99.

En aquella ocasión nos permitimos enunciar una serie de conjeturas en cuanto a este servicio al que considerábamos una  verdadera rareza (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2012/07/anuncios-clasificados-para.html).

Pero debemos reconocer que estábamos equivocados: los escuchadores profesionales parecen multiplicarse tal como lo refleja Silvia Fesquet en una nota publicada en Clarín (Argentina) el 29/10/2016.

(…) buscan un oído atento al que hablarle sobre amor, relaciones personales, sentimientos y conflictos afectivos, aunque no falta alguna adolescente víctima del primer desengaño amoroso en busca de consejos, un jubilado necesitado de paliar la soledad aunque más no sea por unas horas o la mujer de 80 años que alquila al propio [Takanobu] Nishimoto para que la escuche y la acompañe a dar un paseo, como si fuera su propio hijo. “La gente necesita un oído atento, y la posibilidad de hablar libremente, cosa que a veces es más fácil con un extraño que con su propia familia”, dice Takanobu. El fenómeno reconoce dos caras: una, quizás la más obvia, la de la impresionante soledad que, en la era de la hiperconectividad, se abate ya no sólo sobre los más ancianos, el segmento que más tradicionalmente la sufría. Y el otro aspecto es el de los hombres que se ofrecen “en alquiler”.

Es posible concluir que la cuestión no es menor puesto que como sostiene Philippe Meirieu “gracias a la escucha un sujeto se construye transformando los hechos en acontecimientos”.

martes, 9 de mayo de 2017

La primera frase


Sabido es que la primera frase de un cuento o una novela es muy importante en el vínculo que se establece con el lector y en algún momento nos referiremos a ello.
Pero hoy nos ocupa la primera frase para una cita que pudiera ser el inicio de una relación amorosa. Y es Enrique Jardiel Poncela quien se refiere a ello en un texto de 1933.
El hombre marcha a reunirse con una mujer por vez primera, y hasta la primera frase que va a decirle es para él un conflicto. No quiere caer en las simplezas de todos los enamorados, y por el camino va pensando las primeras palabras que debe pronunciar. Saludarla. Muy bien. ¿Y luego? ¿Dirá: “Estaba deseando que llegase este momento?” No. Esa frase es un viejo disco. “¿Está usted maravillosa, Fulanita?” Tampoco. Resulta ridículo incurrir en semejante vulgaridad. ¡Qué bonito sombrero lleva usted! Menos, porque el elogio se traslada a su sombrerera. He aquí una tarde apropiadísima para hablar de amor. ¡Dios! ¿Cómo se puede ocurrir una estupidez tan grande? Su mamá, ¿está bien?” Inaceptable de todo punto. Aquí me tiene usted, Fulanita. Perogrullada inadmisible: puesto que si le habla, es porque está allí. La quiero a usted con toda el alma. Demasiado rápido. Creo que acabaré queriéndola a usted mucho. Demasiado lento.
Y es así como la lista de posibles inicios de conversación que, por una u otra razón, son rechazados amenaza con ser interminable.
El hombre no halla útil ninguna frase. Rechaza por diversos conceptos todas éstas:
Vamos andando –le parece grosero.
Al fin llegó usted –es una toninada.
Pasearemos, si usted quiere –muy trivial.
Es el instante más feliz de mi vida –poco sincero.
Creí que traería usted el traje gris –inaceptable, porque ella no tiene ningún traje gris.
¿Quién había de decirnos, hace dos meses, que usted y yo…? –pueblerino.
Llevo tantos minutos esperándola –poco galante.
Pensé que ya no venía –falso.
¿Cuántos novios ha tenido usted? –infantil, porque ella no ha de contestar la verdad, y si la contesta es peor.
¿Me quiere usted, Fulanita? –fuera de situación.
Nadie ha definido el amor… -pedante.
Al verla, todo yo me he estremecido –cursi.
Hoy escribimos la primera página de nuestro idilio –cursi elevado al cubo.
¿Qué será el amor? –novejarqueño.
No me negará que está usted emocionada –fatuo.
¡Mire cómo vuela aquel pájaro! –demasiado volátil.
¡Mire cómo vuela aquel aeroplano! –demasiado mecánico.
¡Qué azul está el cielo! –estupidísimo.
Falta una hora y diez minutos para que se ponga el sol –excesivamente astronómico.
Mi tío se ha ido a Burgos en el correo –imbécil y ferroviario.
Amor mío… -propio de una comedia indigerible.
Déme un beso, Fulanita –algo prematuro.
Tiene usted una boca inquietante –poco expresivo.
Me dan ganas de morderla –antropofágico.
De acuerdo con Jardiel Poncela tanta preparación para el momento culminante puede llegar a tener un desenlace inesperado.
El hombre se desespera. ¿Qué decir? Piensa incluso en no asistir a la cita, pero sigue avanzando. Y cuando menos lo espera, ¡zas!, llega la mujer tranquila, natural, con el rostro radiante, como llegan siempre las mujeres. El hombre va hacia ella tembloroso, se hace un precioso lío con el bastón, con el sombrero y con los guantes; se le cae el primero, se le tuerce el segundo, se le salen de las manos los últimos.
Y en esta situación, con el sombrero apoyado en la nariz, pronuncia este extraño camelo:
-Encarlado del rujen histroso de poserpidania. Lafurnita.

jueves, 4 de mayo de 2017

Clasificaciones ideológicas


No es fácil prescindir de ellas y hacerlas a un lado, pero a veces ¡qué poco ayudan a entender! Me refiero a las categorías habituales en que se divide a los sectores políticos. Está el caso de: izquierda-derecha que seguramente en algún momento -desde tiempos de la Revolución Francesa- fue útil pero que hoy aclara muy poco, tal como lo pone de manifiesto Gabriel Zaid

Ni la izquierda ni la derecha son el bien (o el mal). Se puede estar bien o mal en esto o en aquello, pero no se puede ser el bien o el mal.
Ni la izquierda ni la derecha son el valor absoluto que se enfrenta al antivalor absoluto. Hay valores que defiende la izquierda, valores que defiende la derecha y valores que pasan de unas banderías a otras. Por eso, el ontologismo produce confusiones. Si todo lo bueno para la sociedad tiene que ser de izquierda y resulta que en tal caso lo bueno es lo que defendía la derecha, ¿lo reaccionario se convierte en revolucionario?

Algo parecido acontece con otra pareja antagónica: liberales-conservadores; el mismo Zaid presenta situaciones concretas al respecto.

Abundan los ejemplos de valores conservadores abanderados hoy (o en algún otro momento) por la izquierda: La conservación de la naturaleza, de las especies, del ambiente. La conservación de las lenguas, de los clásicos, de las tradiciones, de los usos y costumbres. La conservación de lugares, monumentos, obras de arte, libros, objetos y documentos históricos. La conservación de la vida y la salud física y espiritual. La conservación de los valores religiosos, familiares, patrióticos. La conservación de la identidad nacional frente a los Estados Unidos, las trasnacionales y el darwinismo global.

No es menor la confusión en torno a: progresistas-retrógradas. Para referirse a ello, Gabriel Zaid evoca a Leszek Kolakowski quien “se adelantó a la incertidumbre que estaba por llegar publicando un credo personal donde integra ideales conservadores, liberales y socialistas.” Y añade que Kolakowski “recuerda una frase que escuchó en un tranvía repleto de la Polonia comunista. El conductor les dijo: Por favor, avancen hacia atrás.” En relación a ello algún otro autor ha señalado que “el futuro está en el pasado”, aludiendo de esa manera a la existencia de trabajos más estables, nivel de la escuela pública, regímenes jubilatorios, sistemas de salud pública, etc.

Hay quienes consideran que en estos tiempos -en que tantos políticos se enriquecen inexplicablemente- la honradez deviene en valor revolucionario. Así las cosas, emerge una nueva clasificación: la que discrimina entre honestos y corruptos.


martes, 2 de mayo de 2017

La venganza de Moctezuma


En un artículo de hace algunos años en este mismo espacio nos hemos referido al tema de la presencia del chile en la cocina mexicana (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2013/08/presencia-del-chile-en-la-cultura.html). En aquella ocasión señalábamos que el extranjero que considere que de parte del mesero puede recibir una orientación sensata y objetiva en relación a esta cuestión, está perdido ya que al preguntar si cierto plato pica, recibirá por toda respuesta un contundente: ¡no! Al respecto dice Juan Villoro: “No conozco al mesero capaz de advertirle al comensal que la boca se le va a incendiar. Se considera traición a la patria reconocer la misión esencial de un chile de árbol o chipotle, que consiste en sacar intensas gotas de sudor en la coronilla del afectado.”

Y después vienen las sorpresas porque el consumo de picante -así como tomar agua de la llave e ingerir alimentos en malas condiciones- suele desencadenar efectos colaterales que pudieran ser interpretados como una extraña reivindicación histórica. Continúa Villoro

Cuesta trabajo hablar con estilo de estas cuestiones, pero la vida en compañía del chile está acompañada de toda clase de aventuras gastrointestinales, a tal grado que hemos hecho de la diarrea una forma del patriotismo. Cuando el indigesto visitante pasa sus vacaciones en el excusado, decimos con vindicativo orgullo que fue víctima de la “revancha de Moctezuma”. En otras palabras: nos conquistaron pero hemos encontrado una manera rencorosa de entrar a las entrañas de los extranjeros.

Ante este inminente peligro las guías de viaje se sienten en la obligación de prevenir al turista. Un ejemplo de ello está dado por La guía Fodor’s. México (Madrid, El País-Aguilar, 1993) que en la p. 44 puntualiza con cierta dosis de humor:

Consejos sanitarios
Los principales riesgos para la salud que entraña el viaje a México son la venganza de Moctezuma, la contaminación atmosférica de la capital mexicana y la posibilidad de contraer el paludismo o el dengue si se sale de los itinerarios habituales.
Venganza de Moctezuma
Muchos viajeros son afectados por un trastorno intestinal conocido irónicamente como venganza de Moctezuma (en referencia al rey azteca que sufrió en Tenochtitlán la codicia de Hernán Cortés) o pasodoble azteca, consecuencia de ingerir alimentos en mal estado o agua sin depurar. Sus síntomas son inequívocos: dolores estomacales, fiebres, retortijones y, cómo no, malestar general. En resumidas cuentas, las bacterias de los viajeros son relegadas por las bacterias autóctonas.
Éstas son algunas formas de prevenirla: lavarse las manos antes de comer y después de ir al baño, rechazar la comida de los vendedores ambulantes, beber agua depurada (el agua de grifo en México no es potable salvo algunas excepciones) y no consumir vegetales crudos (trate de adivinar con qué agua han lavado la lechuga que se está comiendo).

Es posible observar que en la descripción del cuadro en ningún momento se habla específicamente de diarrea. ¿Resabios del viejo Manual de Carreño? Y como uno aprende algo todos los días aquí venimos a descubrir que la venganza de Moctezuma también es conocida como pasodoble azteca.

Por último, y en otro orden de cosas, ¡qué tiempos aquellos! en que la guía nada decía acerca de la inseguridad…