jueves, 31 de marzo de 2016

La lucha de clases en el aire


Para poder vender más pasajes, las compañías de aviación han resuelto reducir el espacio de cada asiento con las incomodidades que ello significa. A la hora de documentar hay un molde que muestra las medidas máximas del equipaje de mano (que en caso de exceder esas dimensiones deberá documentarse). Pero no deja de ser curioso que hasta el momento no exista un molde de asiento que advierta acerca del tamaño máximo del pasajero con la consiguiente advertencia: “si usted excede esta medida le sugerimos que por su propio bien y el de sus compañeros de asiento, procure otro medio de transporte para llegar a su destino”.

A lo anterior habría que añadir las circunstancias que añada el azar: la cantidad de niños llorones en cabina, la antipatía que a veces esgrime la tripulación, las turbulencias propias de las condiciones en ruta, etc. Obviamente que cuando más largo es el vuelo, mayor el sufrimiento; el poeta Hugo Gutiérrez Vega da cuenta de las vicisitudes propias en un viaje que hizo de México a Madrid.

Sin exagerar, tal vez coloreando un poco, les voy a contar mi última experiencia iberiana: mes de agosto, avión casi lleno de turistas con grandes sombreros, sarapes y muñecas vestidas de tehuana; azafatas tan mal encaradas que daba verdadero pavor pedirles algo (han establecido un régimen de terror que les permite no ser molestadas por los pasajeros durante el vuelo), azafatos agrios y mandones, un comandante incapaz de comunicar algo a los siervos de la gleba; pantallas de televisión que nunca se prendieron, asientos diseñados por un dominico de Trento, un conjunto de niños que lloraban sin parar, una señora gorda atrapada en el minúsculo baño y horas, muchas horas de vuelo en las que se puede, para nuestra fortuna, leer un buen libro, siempre y cuando las turbulencias atlánticas no te lo arrebaten de las manos. A mi lado iba un señor que trasegó un par de ativanes y roncó como un bendito durante todo el vuelo. Me dio envidia y estuve a punto de pedirle una pastilla, pero no me atreví a despertarlo. Así es que cumplí todo el rito del vuelo nocturno con un estoicismo que obviamente no era mío (debe habérmelo prestado algún antepasado que viajaba en carretas tiradas por bueyes).
(…) esperamos contra toda esperanza que la pantalla de la televisión se encendiera para poder ver algún bodrio de Hollywood. No lo hizo. Intenté preguntar a una azafata cuál era la razón de esa ausencia de enajenación televisiva, pero la sola vista de su cara de poquísimos amigos me obligó a quedarme callado. Prendí mi lucesita y me puse a leer El castillo de cristal, de Jennifer Walls. Sus desgracias hicieron que lo que me estaba pasando careciera de importancia y se volviera hasta un poco pintoresco.

A todo lo anterior hay que agregar la política de reducción de costos por parte de las aerolíneas, lo que se refleja notablemente en la comida que se ofrece durante el vuelo y a ello también alude Gutiérrez Vega.

La charola de comida contenía tres pedazos de lechuga, un tomatito, una porción de pollo con sabor a periódico de hace tres meses, un pedazo de pan congelado que nos hizo recordar alguna novela de Dickens y un vasito de agua de naranja llamada “zumo” por la enfurecida azafata. Comimos lo que pudimos (yo me limité a mordisquear un triangulito de queso crema) (…)
Antes de aterrizar nos sirvieron el famoso desayuno del croissant paleolítico con jamón de Groenlandia.

Todo esto mientras, agrega Gutiérrez Vega, “los ejecutivos y los lavadores de dinero (…) devoran toneladas de caviar y trasiegan botellas de champagne en el santa sanctorum de primera”. Ante ello confiesa que en su opinión “el vuelo de Iberia de México a Madrid sería, sin lugar a dudas, un escenario ideal para la celebración de la Revolución francesa en el aire”.

Un día se colocará una guillotina a la mitad de los aviones y los pasajeros de primera y de negocios serán conducidos al cadalso por un grupo numeroso de esclavos de la clase turística que, al grito revolucionario francés y esgrimiendo unos cuernitos de la era terciaria casi congelados y preñados con una tajadita translúcida de jamón de York, iniciará la rebelión de las masas turísticas y la decapitación de ricachones y ejecutivos de empresa. Esta violencia será el producto de muchos años de vejaciones, muchas horas con el cuerpo encogido en un asiento cada día más pequeño y muchos pollos con sabor a cartón mojado y pastas nadando en una crema que acaba de celebrar su segundo divorcio.

Don Hugo Gutiérrez Vega concluía su artículo con una arenga pública y un exhorto a la rebelión de la clase turista.

¡Turistas del mundo, uníos y levantad la guillotina a la mitad del avión. Haremos una revolución pequeñoburguesa, pero, al terminar las ejecuciones, pasaremos a ocupar los asientos vacantes por decapitación (algo parecido a lo que sucede en México a todas horas) y gozaremos, aunque sea por un momento, de los privilegios que la injusta sociedad concede a unos cuantos! Abajo el croissant de la era terciaria! ¡Vivan las tostadas con caviar beluga! ¡Viva la lucha de clases en el aire!

De que no faltan ganas, no faltan.

martes, 29 de marzo de 2016

La música y el humor


No es mala combinación: música y humor en múltiples ocasiones entrecruzan sus caminos. Y por supuesto que en este tema no puede faltar Jorge Ibargüengoitia quien criticaba a la Orquesta Sinfónica de México, dirigida por el maestro Carlos Chávez, el sonido desafinado de los metales.

En mi juventud culterana siempre me asombraba lo mal que tocaban los metales en la Orquesta Sinfónica de México que dirigía Chávez. En la quinta de Chaikovsky -que no faltaba en ninguna temporada- hay un solo de no sé qué, algún metal, que salía tan mal que costaba trabajo aguantar las carcajadas. Los violines, en cambio, eran mucho mejores.

El mismo Ibargüengoitia explicaba, con su habitual sentido del humor, la causa de dicho problema.

Yo siempre he atribuido este fenómeno a que en México todos queremos ser -o cuando menos queremos tener esperanzas de llegar a ser- concertistas. Como hay más conciertos para violín y orquesta, que para trombón y orquesta, hay más niños que estudian violín que los que estudian trombón. Esto a la larga produce una escasez de trombonistas y obliga al director a echar mano del primero que se presenta, con los resultados antes anotados.

A este respecto no faltan situaciones jocosas, como la referida por Ismael Aguayo Figueroa y que tiene como protagonista a uno de los locutores radiales más connotados de la ciudad de Colima.

Arturo Isáis Galván es uno de los personajes del mundillo microfónico de Colima más conocidos y estimados. Locutor de añeja trayectoria en XERL, la primera estación transmisora comercial que tuvo Colima, y que fundó un hombre recordado con cariño por su extraordinario dinamismo y su innata calidad humana, Roberto Levy Rendón; Arturo, pese a sus frecuentes lapsus linguae, a sus pintorescas exclamaciones y sus no pocos atentados al idioma, al que por lo menos apuñala a mansalva diez veces diarias, se ha ganado a pulso un enorme auditorio, especialmente en la extensa zona rural que cubre la estación de sus amores en Colima, Jalisco y Michoacán, con el programa “Amanecer ranchero”, escaparate de “corridos”, “norteñas”, “boleros rancheros” y otras ríspidas melodías de sabor campirano que Arturo dedica a su fiel auditorio, correspondiendo con ello a su copiosa correspondencia particular, intercalando locuciones como estas:
¡Échale, échale, compadre!
¡Ora, mi Cuco Sánchez, no le aflojes!
¡Comadre, á’i te va esa! ¡Ya levántate y caliéntale el tamal a mi compadre!
¡Arriba, mujeres, a atizar el fogón!
¡Fíjate dónde pisas, compadre, si está lloviendo, porque si no, boinas, don Cuco, azotó la res!
(…) en cierta ocasión, a las tres de la tarde, estando transmitiendo un programa de música clásica, anunció la hermosa sinfonía “Romeo y Julieta”, de Tchaikovsky. Principió a escucharse la melodía, pero, invadido Arturo por la nostalgia de su “Amanecer ranchero”, sin más ni más animó al célebre compositor ruso:
-¡Échale, échale, Chacósqui!

Otro caso, realmente desopilante, lo describe Antonio Lomelí Garduño y tuvo lugar en el estado de Guanajuato.

Durante el II Centenario de Beethoven, la Sinfónica de Guanajuato llevó a cabo un recorrido artístico por toda la Entidad, a efecto de difundir entre las masas populares la música del gran genio. Y estando la Sinfónica en Pueblonuevo, un modesto municipio de Guanajuato, al término de un concierto en el jardín central, se acercó al director, José Rodríguez Frausto, un hombre del pueblo con signos de haber ingerido alcohol. Era el bohemio de los ejidatarios.
—¿Me puede usted indicar quién de ustedes es ese Beethoven? Me ha gustado su musiquita y deseo invitarle una copa.
Tomó Rodríguez Frausto la pregunta con espíritu festivo y, dadas las condiciones del lugareño, pensó seguirle la corriente. Reparó entonces en que todavía se hallaba sentado en la segunda fila de bancas un amigo suyo de Irapuato, y muy serio le contestó a nuestro hombre:
—Allí lo tiene usted. Es ese señor gordito y de anteojos.
Dirigióse el bohemio al señalado, quien habiéndose dado cuenta de que algo partía de su amigo, recibió con aplomo humorístico la nueva interrogación:
-¿Con que usted es don Beethoven? Pues lo felicito porque no está tan mala su musiquita. ¿Quiere aceptarme una copa?
—Mire, amigo —repuso el invitado— le agradezco el honor, pero yo nunca bebo menos de cinco.
—Mejor que mejor —exclamó nuestro hombre—. Le invito todas las que quiera, ¡pero me autoriza a ponerle letra a su corrido!

Por su parte, José Alfredo Páramo comenta un enojoso incidente que tuvo lugar durante un concierto de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México; su final risueño amerita incluirlo en estas líneas.

Durante la interpretación de la Cuarta Sinfonía, Romántica, de Bruckner, dirigida por Sergio Cárdenas al frente de la Filarmónica de la Ciudad de México, repiqueteó en diversas ocasiones un teléfono celular.
En el intermedio, José María Álvarez salió al proscenio del Auditorio Silvestre Revueltas del Conservatorio Nacional de Música y con un malestar moderado por la diplomacia y la cortesía, explicó por qué deben desconectarse teléfonos, alarmas y localizadores en una sala de conciertos.
Con el tacto más exquisito pero con firmeza, pidió al público que apagara sus teléfonos móviles, con el fin de que pudiera transcurrir sin contratiempos la segunda parte del programa, formada por “Preludio y muerte de amor” de Tristán e Isolda y la Obertura de Tannhäusser.
Durante los compases iniciales de la primera obra wagneriana, volvió a sacudir al auditorio el timbre del celular del mismo delincuente que había entorpecido el timbre del celular del mismo delincuente que había entorpecido la música de Bruckner.
Y lo que fue peor: el celularópata tuvo la inverecundia de responder:
-¡Bueno! Sí, soy yo… no te escucho bien, ¿adónde dices que debo ir?
Luis Pérez Santoja –erudición y melofilia extremas-, quien estaba cerca del impertinente, se apresuró a responder:
-A tiznar a tu madre.
No volvió a sonar el teléfono.
Al término del concierto, el hombre salió corriendo del auditorio. Nadie supo si quería evitar un refrendo de la mentada, o se disponía a cumplir la orden de Luis.

Por último recuerdo que hace años, no sé si siga existiendo en el presente, una estación de radio tenía un programa conocido como “la hora de los ardidos” y en el que se emitían canciones que permitían sufrir a gusto con melodías que daban cuenta de las heridas propias en cuestiones de amor. Ejemplo de ello estos fragmentos en voz de los diferentes intérpretes citados

No, no no.
Aunque me juraras que mucho has cambiado,
para mí lo nuestro ya está terminado.
No me pidas nunca que vuelva jamás.
                                                 (Armando Manzanero)

Se me olvidó otra vez
que habíamos terminado.
Que nunca volverás,
que nunca me quisiste,
se me olvidó otra vez
que sólo yo te quise.
                                                             (Juan Gabriel)

La vida es la ruleta
en que apostamos todos,
y a ti te había tocado
nomás la de ganar,
pero hoy tu buena suerte
la espalda te ha volteado.
Fallaste corazón,
no vuelvas a apostar.
                                                             (Cuco Sánchez)

Pues bien, se dice que luego de escuchar una de estas canciones para ardidos,  una ex dolida comentó: “como ya no me duele, ya no me sabe”.

martes, 22 de marzo de 2016

Cada vez hay menos cándidos


Cada vez se hace menos referencia a su existencia, todo parece indicar que los cándidos constituyen una especie en vía de extinción. Tan es así que en caso de preguntar a los jóvenes a quiénes alude esta palabra, muchos seguramente no tienen ni idea y es posible que los pocos que lo sepan tengan un concepto negativo en relación a ellos: una más de las categorías que forman parte del gremio de los perdedores.

Hubo otros tiempos. Max Aub salía en su defensa en un artículo publicado el 7 de diciembre de 1951 bajo el título de “Elogio de la candidez”.

Lo cándido es lo blanco, lo inmaculado, lo que no tiene tacha. Lo cándido es lo sencillo, lo simple. La gente –siempre mal pensada- ha dado en emparejarlo un tanto con lo bobo, y ¡qué lejos de la verdad! (…) Ámbito de bienaventuranza, inalcanzable a la tristeza del ser humano. Cándido es el que cree, el cándido es un ser feliz para quien todo es real y verdadero en un reino sin dudas y sin sombras. Es el ardor primero, la mirada abierta, la sencillez de las cosas: un hálito de Dios. (…)
Generalmente -¡qué difícil escapar de la palabra “general”, hablando de candidez!- no suele persistir más allá de los primeros pasos que se dan en la vida, sino en muy contado número de ilusos, que son los seres más felices de esta tierra, porque se contentan con creer que ya tienen en la mano lo que no es más que el fruto de su imaginación. No sienten la necesidad del disimulo y la precaución que está, más allá o más acá, de su grandes; y no es sino la prueba de que viven en el limbo: ese lugar encantador que -¡quién sabe por qué!- tiene tan mala prensa. El candor es de inocentes: otra palabra absurdamente desprestigiada.

Max Aub considera que además de diferenciar al cándido del bobo también conviene deslindarlo del ingenuo.

El cándido no es el ingenuo –porque el ingenuo puede dejar de serlo, y el cándido lleva una impronta azul celeste en el alma, que no hay quien se la borre-. (…) Su confianza en la buena fe de los demás es invencible, porque nace de esa franqueza simpática que en él es instintiva, por lo que suele ser, ante todo, un optimista.

Y más allá de las amargas experiencias que pueda haber sufrido –siempre según lo afirmado por Aub-, el cándido está dispuesto a volver a confiar. “El mal que le hacen los demás le molesta, le enoja, le descorazona, pero no le abre los ojos. Se lamenta de la perversidad de la que acaba de ser víctima, pero si se le sonríe vuelve a confiarse, a entregar su corazón y nuevas armas contra él mismo.” Y concluye en que “las almas bajas, estrechas, los espíritus calculadores, los astutos desprecian a los cándidos, tienen en menos a la candidez”.

Así las cosas todo parece indicar que el triunfo indiscutible que han obtenido los avispados, lúcidos y descreídos ante los cándidos, está teniendo costos sociales muy severos. Y es por ello que es posible añorar a los cándidos, aquellos a quienes Aub identificaría como almas altas.

jueves, 17 de marzo de 2016

Miguel Gila y sus guerras


Miguel Gila fue un humorista español muy reconocido tanto en su país como en el exterior (por cierto que ya hemos citado algún texto de él en este mismo espacio http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2012/06/juego-limpio-fue-mediados-de-abril.html)

Nadie se lo tuvo que contar, supo directamente lo que es tomar parte en una guerra. Y tal vez por ello procuraba hacerle frente desde la trinchera que más conocía, la del humor. Aquí encontramos una de sus famosas parodias a ese respecto https://www.youtube.com/watch?v=SiHSxi2eiNc En algunos pasajes de sus escritos se refiere al objetivo que perseguía con ello

Pero, sin pretender ser un apóstol, me hubiera gustado que lo que hago sirviera de algún modo para modificar el comportamiento de alguna parte de la humanidad, si entendemos por humanidad a los nacidos como seres humanos, aunque en ocasiones no practiquemos la humanidad. Tal vez por haber sufrido la inhumanidad en mis propias carnes, por haber pasado de niño a hombre con un fusil en mis manos, disparando contra gente a la que no conocía, pero que hablaba mi mismo idioma, he intentado con mis parodias de la guerra poner de manifiesto la estúpida crueldad que conllevan estos conflictos.

Aun reivindicando su forma de resistencia ante tanta violencia, era consciente que la tragedia allí seguía.

Pero los hombres siguen matándose, los poderosos siguen usando a los jóvenes para que destruyan y maten, no importa si hombres, mujeres o niños, y parece que tampoco importa mucho si esos jóvenes mueren. Los poderosos, los que mandan, les han hecho creer que defienden una patria, una religión o unas siglas, e ignoran que están siendo utilizados por unos locos o unos fanáticos. Cada día nos despertamos con la noticia de que se ha encontrado una fosa común con gentes que fueron asesinadas de un tiro en la nuca, o que uno de esos ignorantes que siguen con devoción al loco o al fanático de turno se ha lanzado contra un edificio con un coche cargado de explosivos originando una masacre y su propia muerte. Y lo hacen en defensa de una bandera que no es más que un trapo con colores, o incitados por unas siglas que son propiedad de unos pocos.

Y llegado a ese punto expresa, con palabras prestadas, su sentimiento de impotencia. “Tal vez tenía razón Víctor Mássuk cuando dijo: ‘La fauna política ha reducido las masas a soñoliento rebaño, estúpidamente unificado en el aplauso, en el eslogan y la hipnosis de la propaganda’.”

Sin embargo, y más allá de los inevitables momentos de desánimo, Miguel Gila siempre tuvo claro que la única guerra en la que no quiso dejar de participar fue, precisamente, la guerra contra la guerra.

martes, 15 de marzo de 2016

El atractivo de las momias de Guanajuato


Entre quienes no están familiarizados con este tipo de exhibiciones, concurrir al Museo donde están las momias en la ciudad de Guanajuato puede generar reacciones que se sitúan entre el asombro y el rechazo. John Carlin aborda este tema y señala las diferencias que respecto al tema de la muerte se presentan entre los mexicanos y sus vecinos del norte.

“¡Mira, mami, mira!”. El niñito tira de la manga de su madre y señala el cuerpo sin vida dentro de la caja de cristal. Un cuerpo que lleva muerto mucho tiempo, como la mayoría de los que se exhiben en el Museo de las Momias y Salón del Culto a la Muerte en la ciudad colonial de Guanajuato. El esqueleto consumido que tanto ha interesado al niño está envuelto en los restos tiesos y amarillentos de lo que en tiempos era piel viva. Pero la mandíbula de la calavera está suelta y forma una o redonda en la boca que se une a los huecos en los que estaban los ojos para transmitir una expresión de horror ciego, como la figura en el cuadro El grito, de Münch.
“¡Mira, mami, mira, mira!”. “Sí, mi hijito, sí”, responde la madre. “Así es. Así vamos a acabar”.
El museo está abarrotado, en su mayor parte de familias atraídas por el descuento que se anuncia en taquilla (…) La razón de que los cuerpos no estén descompuestos, explican con voz espectral los ancianos guías, es que el suelo de Guanajuato, en otro tiempo la ciudad minera que más plata producía del imperio español, contiene un nitrato que es un embalsamador natural.
La mayoría de las momias son de hombres, algunas son de mujeres (una de ellas, una mujer embarazada, con el feto reseco todavía en su sitio) y seis o siete son niños, todos vestidos por sus padres para la tumba con las túnicas que llevan las estatuas de los santos en los altares de las iglesias. Mientras los niños vivos miran embobados, los guías concluyen las visitas con una enseñanza que a pocos se les habrá escapado: “Aquí”, señalan, “han tenido una clara representación del horrible destino que nos espera”.
El Museo de las Momias no debe ser motivo de temor para Disneyworld. Pese a la popularidad de México como destino turístico en Estados Unidos, no es fácil que los padres estadounidenses convenzan a sus hijos de que cambien la oportunidad de toparse con Mickey o Goofy en Orlando por las posibilidades de educación temprana que proporciona Guanajuato.
El hecho de que México y Estados Unidos sean vecinos, que compartan una frontera de más de 3.000 kilómetros de longitud, es tal vez una de las aberraciones en las que pensaba Gabriel García Márquez cuando acuñó la expresión “los errores de Dios”. La diferencia más clara está en el nivel de vida. Pero, como escribió Octavio Paz, “la diferencia de veras básica es invisible; además quizá sea infranqueable”. Consiste en la distinta relación que tiene la población de los dos países con el trabajo, el juego, el amor y el poder, una relación condicionada en gran parte por las actitudes de cada pueblo frente a la muerte. “Para los mexicanos, la muerte se ve y se toca”, observa Paz. Para los estadounidenses es una cosa ausente, tabú.

Dicho sea con todo respeto que es tal la curiosidad por ver a estas momias en otras ciudades, que las mismas se han visto en la necesidad de salir a dar la vuelta, tal como lo describe la crónica de Arturo Cruz Bárcenas.

En sendas carrozas fúnebres, 12 momias de Guanajuato recorrieron ayer [29/8/2009] Paseo de la Reforma, luego de haber sido expuestas en nueve ciudades de la República.
Al mediodía se las llevaron de la explanada del Auditorio nacional, por Reforma, hasta la glorieta del Ángel de la Independencia. De regreso las trasladaron por el camino que Maximiliano mandó construir para Carlota; siguieron por Mariano Escobedo, Mazarik, Ferrocarril de Cuernavaca, para llegar a Moliere, donde serán exhibidas en el foro Scotiabank, a partir del 3 de septiembre.
El recorrido duró poco más de una hora. La fila de las carrozas llamaba la atención de los transeúntes. “¡Alguien se murió!”, gritó un transeúnte que caminaba sobre Mazarik.

Pues sí, no le faltaba razón al citado transeúnte (aunque hubiera sido pertinente aclararle que la cosa no era de ahora); continúa la crónica de Cruz Bárcenas.

Varios jóvenes saludaban desde las aceras. (...) La mayoría de los automovilistas hacían sonar sus cláxones, en señal de protesta porque los vehículos fúnebres obstruían el tránsito de los alrededores de Polanco.
Las momias de Guanajuato es una muestra itinerante integrada por 24 piezas de la colección del museo ex profeso de la capital guanajuatense y por 12 del recinto similar de Celaya, la cual ha sido visitada por 900 mil personas.
Estos restos están asegurados en 24 millones de pesos. La intención de los organizadores es que, en 990 metros cuadrados divididos en siete salas temáticas, se advierta la relación mística de los mexicanos con la muerte.

Asimismo las momias de Guanajuato representan una considerable fuente de ingresos para el estado, de tal forma que es posible proponer una ligera variación al dicho popular: “uno no sabe para quién muere”. Andrés Guardiola, en artículo publicado en Excélsior el 6 de noviembre de 2012, da cuenta de la controversia que motivos económicos tuvo lugar en relación a las momias de Guanajuato.

Las Momias de Guanajuato literalmente continúan en el más allá. Son 36 los cuerpos momificados que están extraviados en Estados Unidos, lo que propició un litigio para que los cuerpos regresen a las vitrinas del Museo de las Momias.
En junio de 2011, el gobierno municipal de Guanajuato vio por última vez los cadáveres, que fueron entregados a una empresa privada para su exhibición en el extranjero.
Incluso la entonces regidora y hoy diputada local priista, Érika Arroyo, insistía en que no había problema alguno, pero han pasado más de cuatro años desde que Firma Corporativo, empresa del yucateco Manuel Andrés Hernández Berlín, dejó de cumplir con la renta.
Ayer, el alcalde de Guanajuato, Luis Fernando Gutiérrez, destacó que una de sus primeras tareas es la recuperación legal del patrimonio de los guanajuatenses, a pesar de que no lleva ni un mes en el cargo.
“El caso está en tribunales y es cuestión de juzgados y de cuestión jurídica. Por supuesto que para esta administración lo más importante es que las momias estén de regreso.”

Sin embargo, continúa la nota, la solución en ese momento no parecía demasiado sencilla.

Pero el empresario defraudador está desaparecido, incluso había puesto en prenda propiedades en Yucatán, las cuales luego se comprobó que no eran de su propiedad.
El 29 de mayo de 2011, Excélsior informó que 36 momias de las 111 que conserva Guanajuato se encuentran extraviadas en Estados Unidos y que las utilidades que se esperaba recibir por su exhibición no han sido entregadas al municipio.
Un total de 24 cadáveres fueron entregados a Firma Corporativo en 2007 por el anterior munícipe, el panista Eduardo Romero Hicks para ser exhibidos a través de México, pero dos años más tarde el contrato se amplió a 36 momias y la posibilidad de sacarlas del país, en diferentes ciudades de Estados Unidos.
Una vez con el contrato, la firma del yucateco signó un nuevo negocio, pero en Estados Unidos, con el Detroit Science Center para itinerar la colección de cuerpos momificados por ese país.
La cantidad que se esperaba obtener [era de] al menos 240 mil dólares por año, de los cuales Guanajuato no ha recibido un centavo, por lo que ya se inició un litigio en contra de Hernández Berlín.

El cronista concluye su nota transcribiendo la información que le proporcionara el director del museo.

Por su parte, el Director del Museo de las Momias de Guanajuato, Juan Carlos Ruiz Santoscoy, destacó que las momias en litigio son parte de un lote que no era exhibido:
“Son cuerpos de jóvenes y adultos que teníamos en un área de conservación, estaban guardados (en el mismo estado se tienen 20 más), nuestra exposición cuenta con 56.
“Los mejores conservados y que están más completos salieron a la exposición itinerante, el cuerpo más viejo data de hace 140 años, y de ahí hasta la más reciente es de hace 26 años”, agregó.

Una muestra más, entre tantas, de los vínculos tan estrechos entre el mexicano y la muerte.

jueves, 10 de marzo de 2016

Chamfort


Muchos de sus aforismos así como las anécdotas que, cuidando el anonimato de sus protagonistas, narraba Chamfort han llevado muy bien el paso del tiempo, de tal forma que siguen teniendo mucho que decir en el presente. Leonardo Rodríguez, en el prólogo de Chamfort. Caracteres y anécdotas. Diálogos filosóficos (Madrid, B. Rodríguez Serra Editor, 1901), presenta un perfil del citado personaje.

Sebastián Roch Nicolás nació en un pueblecillo próximo a Clermont en el año 1741, y usó desde el principio de su vida literaria el nombre de Chamfort, por el cual le conoce la posteridad.
Su agudo ingenio y su extraordinaria aptitud para relatar en cuatro o cinco renglones la más escabrosa anécdota o pintar el carácter más difícil, le valieron justa celebridad y muchos enemigos durante la época en que brilló su talento. (…)
Aquella revolución que educaba a un pueblo religioso y monárquico llevándolo al ideal de suprimir los derechos feudales, derribar la monarquía y desamortizar los bienes del clero, proclamando ideas redentoras para una sociedad oprimida, tuvo un apoyo resuelto en los escritores de la época, y Chamfort contribuye a ella pintando la degradación del cortesano y del sacerdote palaciego y la inmoralidad del rey (…)
La tendencia moralizadora de Chamfort se manifiesta en sus escritos, los cuales, aunque en estilo festivo casi siempre, recuerdan muchas veces y algunos acaso copian, disfrazándolos, pensamientos de Pascal y máximas de La Rochefoucauld.

Una pequeña muestra de la facilidad que tenía para exponer en pocas palabras sus puntos de vista está dada por los siguientes aforismos
La ambición ataca más fácilmente las almas pequeñas que las grandes, como el fuego prende más rápidamente en la paja y las chozas que en los palacios.         
Cuando el abate de Saint-Pierre aprobaba alguna cosa, decía: “Eso está bien, en mi opinión actual.” Nada pinta mejor la variedad de los juicios humanos y la movilidad del juicio de cada hombre.
Entre las muchas anécdotas que reunió, y en las que presentaba rasgos de la sociedad de su época, encontramos                       
D…, misántropo muy gracioso, me decía a propósito de la maldad humana: “Sólo la inutilidad del primer diluvio es lo que impide que nos envíen otro.”
M… decía que la desventaja de estar por debajo de los príncipes se hallaba compensada excesivamente con la ventaja de encontrarse alejado de ellos.
M… decía a su regreso de Alemania: “Para nada hubiera servido menos que para ser alemán.”
M… decía acerca de las faltas de régimen que comete sin cesar, de los placeres que se permite y le impiden recobrar la salud: “Sin mí, me encontraría muy bien de salud.”
Sus puntos de vista en relación al matrimonio y a la paternidad seguramente fueron motivo de controversia

M. de L… decía que debiera aplicarse al matrimonio la legislación relativa a las casas, que se arriendan por tres, seis o nueve años, con derecho a comprar la casa si conviene.
Preguntaban a M… por qué la Naturaleza había hecho el amor independiente de la razón: “Es –dijo- porque la Naturaleza sólo cuida del mantenimiento de la especie, y para perpetuarla no tiene que servirse de nuestra tontería. (…) De consultar con la razón solamente, ¿qué hombre querría ser padre y atraerse tantas preocupaciones en el porvenir? ¿Qué mujer, por la epilepsia de unos minutos, pasaría una enfermedad que dura un año? La Naturaleza, robándonos a la razón, afirma mejor su imperio (…)
Debido a los acontecimientos adversos que debió enfrentar, hizo varios intentos de poner fin a su vida sin lograr en lo inmediato su propósito; Edgardo Cozarinsky da cuenta de ello

El 15 de noviembre de 1793, el gendarme que vigila el arresto domiciliario de Chamfort en su departamento de la Bibliothèque Nationale le comunica que deberá volver a la prisión. El hombre de letras, aristócrata para el Terror y revolucionario para la aristocracia, sabe que un colega ansioso por ocupar su posición no ha escatimado denuncias anónimas ni perfidias verbales ante el Comité de Salud Pública. Finge prepararse, ordena que hagan su equipaje, se encierra y se dispara un tiro en la sien. Pero la bala se desvía y le atraviesa el ojo derecho. Toma entonces una navaja y se corta la garganta, pero la sangre hace que la hoja se deslice. Furioso, toma una segunda navaja y se hace tajos en el pecho, en los muslos, en las pantorrillas, cuidando de hundirla bien en las heridas.
Una persona de servicio advierte sangre en el piso, que fluye bajo la puerta cerrada, y pide auxilio; otras personas acuden e intentan sin éxito forzar la cerradura hasta que Chamfort, ensangrentado y tuerto, abre desde adentro para pedir un poco de silencio antes de caer desmayado. El gendarme llama a un médico, que reanima al suicida para preguntarle su nombre y las razones de su gesto; respuesta: “No quiero volver a un lugar donde debo hacer mis necesidades delante de un público numeroso”. Entre los curiosos reunidos, otro bibliotecario, un tal Lefebvre de Villebrunne, se queja: “Monsieur de Chamfort no debe de haber leído mi opúsculo contra el suicidio, donde demuestro…”.
Con veintidós heridas, el tabique nasal destrozado, la laringe perforada y una bala inhallable en el cráneo, Chamfort sobrevivió hasta el 13 de abril de 1794.

Y es que en su opinión “En Francia amenazamos al hombre que da la señal de alarma y dejamos en paz al que prendió el fuego”.

martes, 8 de marzo de 2016

Los niños postergados


Los niños trabajadores son multitud. En las ciudades se los ve limpiando parabrisas, vendiendo chicles, limpiando baños, empujando diablitos en los mercados, trabajando en condiciones de mendicidad mientras recogen los centavos para el músico que puede ser su padre, su tío o –en algunos casos- alguien que rentó al niño para que lo acompañe en su jornada laboral. Y son muchas las organizaciones que denuncian tanto la existencia de niñas y niños sometidos a la explotación sexual como de quienes son brutalmente afectados por el tráfico de órganos.

Difícil olvidar la mirada fija y oscura de niños amarrados a la espalda de sus madres mientras ellas trabajan en los cruceros. Allí están, como joroba amorosa, a todas horas, al sol inclemente o al frío severo. Niños postergados, olvidados, vilipendiados por la sociedad y que tienen (tanto niños comos sociedad) un futuro de pronóstico reservado. Son esos niños que junto con muchos otros -tal como anota Renato Leduc- no tienen Reyes.

Yo vivía en un edificio de la calle de Artes, y una mañana de un día de Reyes, le pregunté con mi mayor dulzura a una de las hijas de los porteros:
“Mariquita, ¿qué te trajeron los Reyes?”
La mocosa, que no tenía más de seis años y no levantaba del suelo más allá de un metro, me contestó con la mayor ingenuidad del mundo:
“Ay señor Renato, ¿usted es o se hace?... ¿Qué acaso no sabe que esos cabrones nomás les traen juguetes a los niños ricos y que de nosotros los jodidos nunca se acuerdan?”

También están los niños que trabajan en el campo. Muchos son de origen sureño y acompañan a sus padres en la marcha hacia el norte; estos migrantes cuando llegan a destino extrañan su comunidad, lengua, costumbres y viven en condiciones de hacinamiento.

Hace algunos años por razones accidentales llegué a un campamento de trabajo agrícola en el valle de Mexicali. Allí vivían aproximadamente 700 personas que se ocupaban de la recolección del cebollín, la jornada daba inicio a eso de las 7 de la mañana para culminar aproximadamente a las 17 hr. Durante el verano en estos campos la temperatura puede alcanzar los 45 grados, el calor resulta insoportable. Una pequeña pero persistente brisa es suficiente para permitir que a lo largo de la jornada laboral vuele tierra con los problemas de salud que ello implica. En algunos campos, me comentaron, las avionetas fumigan con productos tóxicos.

Allí estaban todos los integrantes de la familia trabajando sentados en el suelo. Ancianos, adultos, mujeres con embarazos avanzados, jóvenes. Los más pequeños eran unos cuantos bebés con el dudoso privilegio de estar durante toda la jornada laboral, en una sillita o bien sobre una tela tendida en el campo, ocupados con algún viejo juguete.

A partir de los siete u ocho años, las niñas y niños comienzan a laborar. En muchos casos sus rostros reflejan una tristeza impropia para su edad, niños con miradas de adultos (desanimados). Por supuesto que en la lista de jornaleros no figuran niñas y niños porque legalmente no pueden laborar. En algunos lugares se les paga el equivalente a 15 pesos diarios (lo que equivale a menos de un dólar). Los capataces de estos campos de trabajo se incomodan cuando llega el visitante y mucho más aún cuando pregunta o pretende tomar fotos.

Pocas veces como en esos campos de trabajo sentí que la realidad rompía mis ojos pero confieso con vergüenza que luego mis ojos fueron olvidando aquello. Difícil luchar contra la propia ceguera o intentar que los ojos no dejen de tener memoria. Triste pero frecuente que la mirada se vaya acostumbrando a lo que jamás debería.

Esther Padilla, quien trabaja en un programa de la Secretaría de Educación Pública que pretende la escolarización de niños jornaleros en diversas zonas del país, me comentó que Jesús es uno de estos niños que trabaja en la cosecha de jitomate. Su función es recolectarlos en cubetas para después vaciarlos a cajas. Cuando le preguntaron cuántas cajas llenaba al día, respondió: “Cuando no veo estrellitas lleno cinco o seis cajas, pero cuando las veo me caigo y ya no puedo seguir hasta que me despierto”.

Me ha tocado tener como compañeros de vuelo con rumbo al norte a niños que van a Cd. Juárez, a Tijuana, a Mexicali, a Hermosillo, con la esperanza de pasarse para el otro lado. Llevan ropa de estreno, una cachucha con el logo de algún equipo de béisbol. Viajan con dosis equivalentes de temor y esperanza. Tan chicos y ya son depositarios de la confianza de su familia, que con enorme esfuerzo juntó unos pesos para enviarlos al otro lado. Cuando llegan al aeropuerto de destino tienen que pasar por la mirada escrutadora de agentes de migración connacionales que los ven, al decir de Gabino Palomares, “como extraños por su tierra”.

Y si asiste razón a quienes dicen que el futuro de una sociedad se puede pronosticar por el tipo de vida que la misma ofrece a sus niños, empecemos a temblar. Y lo que es más importante, hagamos algo para cambiar esta incalificable situación.

jueves, 3 de marzo de 2016

En torno a la tortura

Una de las formas extremas de violencia y denigración es la tortura. La víctima queda marcada por ella y, claro está que de otra manera, el torturador también. Hace algunos años el monopolio de la misma lo tuvieron diversas instancias que actuaban como fuerzas de seguridad de estados totalitarios o fallidamente democráticos. Actualmente también la ejercen sicarios al servicio de los cárteles en el entorno del llamado crimen organizado.

Las historias de este artículo tienen que ver con la tortura ejercida desde el estado. Muy difícil, si no imposible, entender la lógica  con que se mueve el torturador. Marcos Ana, el preso que permaneció más tiempo privado de su libertad en tiempos del franquismo, presenta tu testimonio.

El sádico. En una ocasión, durante uno de mis interrogatorios, se presentó un tipo muy bien vestido y acicalado, de unos cuarenta años, y los policías dejaron su tarea para saludarle alegremente como a un viejo conocido. Conversaron unos minutos y después el recién llegado se volvió hacia mí, me miró con odio y dijo:
-¿Éste es el hijo de puta de turno?
Y sin una palabra más se quitó la chaqueta, se aflojó la corbata y la emprendió a golpes conmigo. Me asestó una patada en mis partes y caí al suelo retorciéndome de dolor y siguió pateándome los costados, el rostro, pisándome las manos, con una violencia vesánica. Media hora después, saciada su rabia, se sentó en el borde de una mesa con la respiración entrecortada, se secó el sudor, se puso la chaqueta, bebió un vaso de agua y salió de la habitación, hablando con dos de los policías, tranquilamente, como si lo ocurrido fuera lo más natural del mundo.
Se quedó conmigo el policía que hacia de bueno y trató de excusar lo sucedido.
-¡Pero si yo a este hombre no le conozco de nada!
-Ni él a ti tampoco. Es una buena persona, pero estuvo preso en la Cárcel Modelo, se salvó por milagro de Paracuellos y viene aquí de vez en cuando a desahogarse con algún detenido. Y hoy te ha tocado a ti.

A partir de este hecho, Marcos Ana profundiza en el comportamiento humano y en el sadismo del torturador.

Recordar hoy este insólito episodio me lleva a una reflexión sobre la conducta del ser humano. Que este hombre fuera a la comisaría dos o tres veces por semana, fríamente a ensañarse con un detenido, que ni siquiera conocía, como el que va al gimnasio o a jugar al golf, es de un sadismo enfermizo y degradante.

El otro caso tuvo lugar en Chile durante la dictadura de Pinochet y salió a la luz en oportunidad de elaborarse -durante la presidencia de Ricardo Lagos- un informe de lo sucedido en aquellos años aciagos y de ello da cuenta una nota de prensa.

Leyendo el informe de la tortura, Ricardo Lagos recordó un caso que sucedió en Chile hace un puñado de años. Gustavo Molina, un médico chileno de prestigio, fue detenido por los golpistas después del 11 de septiembre de 1973. Durante varios días fue torturado religiosamente de acuerdo con el horario administrativo, de nueve a una, descanso para almorzar, de 14.00 a 17.30, y así hasta el día siguiente. En uno de los descansos, el torturador le preguntó a Molina: “Doctor, aprovechando que usted es médico, quizá pueda explicarme qué me pasa. Tengo unos dolores muy molestos aquí, en el costado. ¿Qué puede ser?”. El doctor le contó a Lagos aquel episodio. “No lo podía creer”, recuerda el presidente. “Gustavo”, le dije. “Eso tienes que contarlo, porque habla de la disociación del ser humano, de la personalidad del torturador”.

Parece esperable que quien fue sometido a tortura, con el vejamen y denigración que ello supone, al salir de prisión lo haga cargado de odio y sentimiento de venganza pero muchas veces no es así. Volvamos al testimonio de Marcos Ana.

Yo creo que desde tu propio dolor es más fácil comprender el dolor de los otros. Todo en la vida es una enseñanza. Yo conocí como tantos compañeros, la pérdida de la libertad, sufrí la tortura, viví al borde de la muerte, cometieron conmigo las más humillantes vejaciones. Podía haberme convertido en una bestia llena de odio. Pero, al contrario, mi experiencia personal me llevó a la conclusión de que nunca sería capaz de ejercer la violencia contra nadie. Precisamente porque la he sufrido.
Pese a mi largo cautiverio, no salí marcado por el resentimiento y en todas mis actuaciones públicas y políticas, en mis poemas, en mi vida, el amor a la libertad aparece siempre ligado al amor a España y la reconciliación de sus hijos, a la necesidad de acabar con las consecuencias extenuadoras de la guerra civil:
Hay que frenar la noria trágica de España, aunque tengamos que poner de calzo el corazón para lograrlo.
La venganza no es un ideal político ni un fin revolucionario. Yo quiero el triunfo de la democracia para acabar con el odio y el fratricidio, para que todos los españoles podamos vivir pacíficamente, coincidir o discrepar en la defensa de nuestras ideas sin tener que degollarnos los unos a los otros. Ya se ha derramado bastante sangre en España.
La democracia debe traernos la libertad y la seguridad a todos los españoles.
La única venganza a la que yo aspiro es a ver triunfantes un día los nobles ideales por los que he luchado y por los que miles de demócratas y antifranquistas perdieron su vida o su libertad.

En esta misma línea transcurre lo que comenta José Pepe Mujica quien pasó muchos años en prisión en condiciones inhumanas y posteriormente llegó a ser presidente de Uruguay.

A veces me doy cuenta que no me entienden, porque como estuve preso y tirado en los aljibes, parece que tendría que ser un tipo lleno de cuentas para cobrar, y como no las tengo, algunos se calientan. Yo no tengo cuentas para cobrarles a los viejos y menos lo voy a hacer con las generaciones que vinieron después porque no tienen nada que ver con los disparates que se hicieron en el pasado. Comprendo que haya otras maneras de ver las cosas, pero esta es la mía.

Y podrían seguir muchos testimonios en este sentido, entre los que el de Nelson Mandela debería ocupar un lugar relevante.

Nada fácil debe ser el encuentro años después, una vez concluido el período dictatorial, entre el torturado y el torturador. Según cuenta Carlos Franz la actual presidente de Chile llegó a vivir en el mismo edificio que su torturador.

Michelle Bachelet se encontraba con frecuencia, en el ascensor del edificio de Santiago donde vivía, con el que fue su torturador. El hombre se miraba la punta de los zapatos mientras duraba el ascenso o descenso en la caja del ascensor, y ella buscaba su mirada para demostrarse a sí misma que no le tenía miedo. El asunto parece el argumento de una obra de teatro, como La muerte y la doncella, de Ariel Dorfman. Pero no, no es ningún invento; es parte de la realidad esquizofrénica y a la vez integrada que el Chile de hoy heredó.

¡Qué difícil después de atravesar tiempos de violencia y horror como los aquí consignados, volver a construir una sociedad en que la convivencia sea posible!

martes, 1 de marzo de 2016

Territorio de bibliófilos


En México existe un grupo bastante numeroso de bibliófilos de pura sangre, como les llamaba don Andrés Henestrosa quien fuera uno de sus exponentes más connotados. En ocasiones esta afición se trasmite de padres a hijos y en otros casos se adquiere sin que existan antecedentes familiares.

Así como el cantinero suele ser buen bebedor, el dueño de restaurante un sibarita de nota, el librero de viejo por lo general es un gran conocedor del oficio que desempeña y en ocasiones no quiere desprenderse de un libro que no sabía que tenía en oferta. Ha sucedido que cuando un cliente encuentra esa obra, el librero se resiste argumentando que ya estaba apartada o poniéndole un precio disparatado; así la librería de viejo se vuelve escenario del enfrentamiento entre dos pesos pesados que anhelan quedarse con esa joya bibliográfica. Hay que tener en cuenta que el negocio del librero de viejo –como afirma Jorge Vega Veguita, citado por Toño Angulo Danieri- se ubica entre la ignorancia de algunos y el afán de saber de otros.

Los buscadores de libros experimentan alegrías difícilmente entendibles para los profanos, como acontece al encontrar un libro tras el que se deambuló por innumerables librerías de viejo durante mucho tiempo. La emoción al hallarlo y adquirirlo es desbordante en el bibliófilo extrovertido que no para de comentar con quien se le cruce, tan feliz acontecimiento. Mientras que aquél que es más inhibido, por el contrario, llevará el libro a su casa con el mayor sigilo y allí, en la intimidad, acariciará su anhelada conquista. Hay quien dice que en los instantes previos el bibliófilo intuye que el texto buscado está próximo a aparecer.

Así como en ciertas calles del centro histórico de la ciudad de México se concentra la oferta de productos de electrónica, en Donceles están las librerías a las que llegan en peregrinación buscadores de ediciones únicas, coleccionistas que procuran hacerse de cierta obra inencontrable, del título que falta para tener la obra completa del autor admirado, o bien de un libro que por razones diversas adquiere un valor muy especial. Asimismo los buscadores de libros usados orientan sus pasos hacia la Lagunilla a sabiendas que no siempre los encontrarán a precios de ganga. En relación a ello comenta Angélica Jiménez Robles que Efraín Huerta decía que durante mucho tiempo era posible conseguir verdaderas joyas bibliográficas a precios muy accesibles. Pero aquello llegó a su final tal como afirma el mismo Huerta “pero a las calles de Paraguay llegaron los bibliógrafos y comenzaron a enseñar a los libreros qué cosas valían la pena, y ya por 1945 fue imposible conseguir nada que valiera, como no fuera a precio de oro”.

Por otra parte, Germán Dehesa describe el emocionado reencuentro que tuvo con un libro que pensó perdido para siempre.

Como decía un amigo mío: los libros de texto, los detexto. Creo que con esto (con exto)  queda suficientemente explicado por qué, en mi vasta biblioteca, casi no hay libros de texto. Además, por aquellos años, mi familia iba en rápido tránsito de la clase media rumbo al sector popular. No había dinero y había que allegárselo por cualquier medio decente (o medio decente). Uno de estos medios era la reventa de mis libros de texto. Los vendía o los cambalacheaba sin que me temblara el alma. Hubo un caso excepcional: mi libro de gramática de quinto de primaria. Con ese libro sí me encariñé por dos razones: el maestro Camacho era excelente y nos enseñó a entender y a disfrutar los mecanismos de nuestro idioma; se trataba, además, de un libro bien escrito y bien hecho. Igual tuve que venderlo ya no me acuerdo ni por cuánto, ni a quién. Treinta y seis años después y justamente cuando cumplo un año de mi muy espectacular y publicitada operación de corazón, recibo el telefonema de un querido amigo hijo de mi siempre recordada doctora Berruecos (la que me enseñó a hablar). Mi amigo me cuenta que el domingo pasado estuvo en la Lagunilla buscando chácharas. En un puesto de libros viejos se topó precisamente con mi libro de gramática de quinto año. Todavía tiene la etiqueta con mi nombre de puño y letra de mi madre. Ahí está. Ya regresó. Yo no sé por cuántas manos habrá pasado antes de llegar a las mías. Yo agradezco a la vida (y a mi amigo) está dádiva. Ya tengo libro de gramática. Lo voy a leer con ahínco. Ustedes van a notar la rápida mejoría de mi redacción. Me da un poco de pena decirlo, pero estoy feliz.
  
Claro está que en una buena biblioteca personal siempre habrá más libros que tiempo de leerlos por lo que llegado el momento de elegir, la opción será difícil; Rafael Solana da su testimonio al respecto

(…) y las noches que nos parecerán todavía más largas; repaso con amorosa mirada mi biblioteca de quince mil ejemplares la mayor parte ya leídos: ¿optaré por descorchar algunos que todavía no despertaron mi curiosidad? ¿Me queda por allí alguna obra que siempre he querido leer, y nunca he tenido tiempo? Prefiero iniciar ya, tenía que ser algún día ese repaso; esa segunda vuelta es como la despedida de mis autores favoritos, cincuenta años estuve escogiendo quienes son: ¿cuántos me quedan para darle esta segunda y final saboreada? Sin duda menos de los que serían necesarios para despedirme de todos esos maestros y amigos.

Se presentan ocasiones en que a la muerte del bibliófilo sus herederos no valoran la biblioteca que reunió con tanto esfuerzo a lo largo de su vida. Esta es una pesadilla recurrente en quienes cultivan el oficio y Andrés Henestrosa comenta una experiencia relacionada con ello.

Hace un mes escasamente murió un viejo coleccionador de libros, un bibliófilo de pura sangre. Medio siglo, y más, lo encontré en librerías y en las excursiones bibliográficas de los domingos en La Lagunilla. Rica, selecta la biblioteca que formó. Amaba los libros en su doble condición, la física y la espiritual, si puede decirse así. Los amaba y conocía en todas sus dimensiones. Las bellas encuadernaciones; las obras dedicadas; las que pertenecieron a escritores y personajes famosos; esa su debilidad y preferencias. Cuando una obra que ahora vale cien y entonces uno; cuando con diez de entonces se adquiría lo que ahora no se puede con mil, mi amigo inició la formación de una biblioteca que llegó a ser una de las más ricas de particulares.
Pues bien: el domingo pasado ya andaban en La Lagunilla algunos de los títulos que la integraban. Pobre de ti, amigo, a quien no nombro. ¿Cuántos como tú, como la biblioteca que formaste, no van a correr la misma suerte? De sólo pensarlo tiemblo.

Y es que para Andrés Henestrosa: “Los libros constituyen la compañía más grata, los amigos más constantes y generosos. A cambio de eso reclaman un trato frecuente, delicado, comedido.” Cabe aclarar que en su caso la historia tuvo buen final dado que al poco tiempo de su fallecimiento se inauguró la biblioteca Andrés Henestrosa, con todo el acervo que había logrado reunir, en una hermosa casa de la calle Porfirio Díaz en la ciudad de Oaxaca.