lunes, 29 de enero de 2024

Prevenirse de la vejez

 

En la múltiple y variopinta temática de cursos, talleres, seminarios, encuentros, jornadas, etc., que se ofrecen por doquier, hay un gran ausente: Reflexiones para intentar aprender a envejecer.

Más allá que este vacío se entienda debido a que los interesados en inscribirse serían muy pocos en esta sociedad en la que se procura por todos los medios permanecer -a como de lugar- dentro del círculo de jóvenes, atléticos, agraciados y sanos. ¿Y quién querría abrir un negocio con vocación de quiebra?

Sin embargo lo cierto es que para una parte de la humanidad la vejez llega: antes o después; de manera paulatina o abrupta; en presentación amigable o adversa…Por tanto, institutos que dicten cursos sobre cómo prevenirse de la vejez cumplirían un importante servicio social. Y prevenir en los dos sentidos: el de “conocer de antemano o con anticipación un daño o perjuicio”, así como también en el de “preparar y disponer con anticipación lo necesario para un fin”.

Una de las líneas del plan de estudios debería estar enfocada al colapso de contradicciones, cambios súbitos de conducta, incoherencias… que pueden darse en el proceso de irse haciendo viejo, con los estragos personales y familiares que ello acarrearía. A este punto se refiere Carlos G. Vallés

Si llegamos a vivir lo bastante, la vejez vuelve a traer una segunda infancia, y algunas de nuestras inhibiciones de toda la vida se borran, y controles que pasaban por permanentes se aflojan al fallar la memoria, debilitarse la fuerza de voluntad y soltarse los vínculos de la autodisciplina con el ocaso progresivo de las facultades conscientes. Así es como la avanzada edad llega a recuperar la inocencia de la infancia, y la censura que ha durado una vida entera se levanta en su último tramo. Eso explica cómo sentimientos de odio, sentidos y expresados libremente en los primeros años de vida, y reprimidos luego en aras de la buena educación y la moral, vuelven a salir a la superficie en la vejez, con dura expresión que asombra y entristece a los que presencian la explosión, y con frecuencia a la misma persona que la protagoniza.

Y para que la cosa no quede en teoría, Vallés recurre a un caso concreto narrado por Eduardo Galeano.

La abuela de Bertha Jensen murió maldiciendo. Ella había vivido toda su vida en puntas de pie, como pidiendo perdón por molestar, consagrada al servicio de su marido y de su prole de cinco hijos, esposa ejemplar, madre abnegada, silencioso ejemplo de virtud: jamás una palabra de queja había salido de sus labios, ni mucho menos una palabrota. Cuando la enfermedad la derribó, llamó al marido, lo sentó ante la cama y empezó. Nadie sospechaba que ella conocía aquel vocabulario de marinero borracho. La agonía fue larga. Durante más de un mes, la abuela vomitó desde la cama un incesante chorro de insultos y blasfemias de los bajos fondos. Hasta la voz le había cambiado. Ella, que nunca había fumado ni bebido nada que no fuera agua o leche, puteaba con voz ronquita. Y así, puteando, murió; y hubo un alivio general en la familia y en el vecindario.

Reconoce Carlos G. Valles que este tipo de situaciones de ninguna manera le resultan exageradas, ajenas o extrañas.

He conocido casos como ése en mi propia experiencia, demasiados, por desgracia, para considerarlos casos aislados. Santos hombres y santas mujeres de acendrada virtud y vida modélica que, al llegar a edad avanzada, pierden por pura decadencia de neuronas el control férreo que había sostenido sus firmes caracteres, y ante la angustia de quienes los oyen y de la suya propia dejan escapar una corriente de lenguaje proscrito que parece no acabar nunca.

A renglón seguido Vallés -y creo que todos coincidiremos con él- expresa que no quisiera que esto le sucediera. “No quiero reventar de viejo, si es que llego a serlo; y, aunque no llegue a viejo, no quiero ir por la vida con la triste carga de resentimientos escondidos y odios secretos.”

Así pues, este podría ser uno de lo temas a tratar en los cursos o seminarios que proponemos. Pero como en toda instancia educativa de preferencia no sólo hay que plantear el problema, sino también sugerir alternativas para hacerle frente y Carlos G. Vallés nos ofrece la suya.

Quiero limpiar rincones, barrer debajo de la alfombra, ventilar quejas, confesar envidias. Quiero enfrentarme a la mezcla que llevo dentro, a la bestia y al ángel, al fiel compañero que soy y al mezquino traidor que también puedo ser, al bienhechor de todos y al orgulloso tirano: que todos esos caracteres están dentro de mí, y bien lo sé yo. Si me enorgullezco de conocer el amor, también he de admitir que cedo al odio.

En síntesis: “Sólo si ventilo mi casa a tiempo, puedo evitar ahogarme en mi propio humo cuando ya sea demasiado tarde. No quiero morir maldiciendo.”

Queda hecha la invitación a abrir puertas y ventanas para no asfixiarnos en el esfuerzo de mantener una imagen sin fisuras.

miércoles, 17 de enero de 2024

Con segunda

 

La valentía, compromiso social y programa pedagógico de Janusz Korczak nos hacen saber que estamos ante alguien de un enorme humanismo. Se cuenta que tuvo la posibilidad de salvarse, sin embargo su coherencia lo condujo al campo de concentración donde fue asesinado junto a tantas personas.

En sus escritos refiere un pequeño episodio que dice mucho.

En una ocasión me sorprendió ver a un muchacho habitualmente frío y reservado, especie de misántropo envejecido prematuramente, que empezaba a dedicarme atenciones delicadas: era el primero en reír de mis bromas, daba codazos para que me dejaran paso, se adelantaba a todos mis deseos. Lo hacía con torpeza, con deseo visible de llamar mi atención sobre su amabilidad. Estas maniobras duraron bastante tiempo y yo procuraba, como podía, disimular mi desagrado.

Detrás del comportamiento de aquel muchacho había una intencionalidad que no tardó en ponerse de manifiesto y que nos cuenta el doctor Korczak. “Entendí todo el día que vino a pedirme que admitiera a su hermano pequeño en la Casa del Huérfano.” Y concluye: “Se me humedecieron los ojos: ¡pobre muchacho!, ¡cuánto le habrá costado hacerse pasar por lo que no era!”