martes, 31 de octubre de 2017

Monólogo dialogado


Advertencia: si su relación de pareja no está pasando por un buen momento no lea lo que sigue. Déjelo para otra ocasión.

Por lo general a los textos que tomamos como base para estos artículos les intercalamos pequeños comentarios. Hoy será una excepción y a partir de este momento nos llamamos a silencio; las palabras pertenecen a Leila Guerriero.

Vaya hasta la sala de su casa. Déjese caer en un sillón. Él va a llegar poco después. Mire por la ventana, como si intentara que él se diera cuenta de que usted es el pararrayos de la melancolía de todo el universo. Él va a preguntar: “¿Qué pasa?”. Piense: “Que todo lo que me gusta de vos ha desaparecido”. Diga: “Nada, ¿por?”. Él va a decir: “Estás pensativa”. Sienta que la garganta se le cierra como si un puño intentara atravesarle la tráquea. Él va a decir: “¿Querés que vayamos a un bar, al cine?”. Diga: “No tengo ganas”. Él va a decir “Como quieras”. Sienta ira. Pregúntese por qué él no insiste. Sienta que sus pensamientos se confunden como insectos histéricos. Sienta deseos de beber, de fumar. Pregunte: “¿Compraste algo para la cena?”. Él va a decir: “No, ¿vos?”. Diga: “No”. Él va a decir: “No importa. Comamos cualquier cosa”. Diga: “Bueno”. Mire cómo él se pone de pie y va hacia la cocina. Sienta que la tristeza es un río barroso del que usted ya no va a salir nunca. Póngase de pie. Camine hacia la cocina. Él va a estar mirando el diario. Sienta que su vida es perfecta —estupendo trabajo, casa impecable—, pero que cualquiera tiene una vida mejor que la suya. Sienta una rabia seca. Piense: “Quiero abrirme un hoyo en la mano”. Piense: “Él no se daría cuenta”. Quiera sangrar profusamente. Diga: “¿Querés vino?”. Escuche cómo él dice: “No, gracias”. Abra un cajón y, al cerrarlo, empújelo con fuerza excesiva. Vea cómo él levanta la cabeza. Diga con furia, como si fuera un canto guerrero: “Yo sí”. Abra una botella. Escuche cómo él dice: “Amor, no te preocupes. Todo va a estar bien”. Sienta que los ojos le queman. Pregúntese: “¿Esto que siento es odio?”. Sienta que es necesario decir algo. Guarde silencio. Piense: “¿Esto que siento es desprecio?”. Empiece a cocinar.

jueves, 26 de octubre de 2017

¿Qué leer?


Es hora de recordar a Gabriel Zaid haciendo referencia a los demasiados libros, a la enorme cantidad de publicaciones en relación al escaso tiempo de lectura (y de vida) del que se dispone. Ante ello no se si ya existen, o estarán por aparecer, los coaching bibliográficos que brinden asesoría para ayudar a escoger las obras pertinentes a cada quien de acuerdo a su edad, circunstancias, gustos, profesión, ingresos, etc. Por lo pronto Schopenhauer, citado por Simon Leys, brinda criterios que sería recomendable tener en cuenta.

Acerca de la manera sana de frecuentar los libros, Schopenhauer ha hecho observaciones que siguen siendo de una pertinencia turbadora: “El arte de no leer es muy importante. Éste consiste en no interesarse en todo cuanto llama la atención del gran público en un momento dado. Cuando todo el mundo habla de cierta obra, recordad que todo aquel que escribe para los imbéciles no dejará de tener nunca lectores. Para leer buenos libros, la condición previa es no perder el tiempo en leer cosas malas, pues la vida es corta”. Y luego, dispara este dardo final (…): “Sólo el que saca sus escritos directamente de su cerebro merece ser leído”.

Con atrevimiento me animo a cuestionar parcialmente esta última sentencia del maestro. Mis reservas tienen que ver en primer lugar con la defensa de mi oficio de compilador y en segundo porque tengo dudas respecto a si lo que sale de cualquier cerebro merece ser leído. Asimismo me parece muy certero su concepto del arte de no leer, aun cuando me reconozco como lector desprolijo y asistemático, por no decir caótico.


Pero en fin, volvamos al meollo de la cuestión que Luis Ignacio Helguera la plantea en términos de cantidad vs calidad.


La verdad es que la cuestión de la lectura no es de cantidad sino de calidad. ¿De qué sirve leer y leer volúmenes si no se retiene nada de lo leído? Es tan inútil como leer mucho pero los libros equivocados, o sea, literatura chatarra. Leer y leer no sirve de nada si no se acompaña de una buena digestión bibliófila. Más vale leer y releer pocos libros, bien escogidos, que pasar a tontas y a locas por cerros de papel. Dicho de otro modo, más vale libro en mano –bien leído y releído- que ciento volando, que andar volando por cien.

Finalmente, la opinión de Kafka es terminante: “Creo que sólo debemos leer libros que nos muerdan y nos arañen”.

martes, 24 de octubre de 2017

Propuesta de museos para pueblos pequeños


Los improbables lectores de Habladuría saben que Wislawa Szymborska aparece en este espacio con mucha frecuencia (y seguirá haciéndolo). Hoy viene con una propuesta novedosa que parte de una pequeña noticia.

En Lowicz se ha abierto el Museo del Botón. Tiene ya su propio membrete comercial y ha publicado un librito sobre el botón en la literatura. Es posible que, al conocer la noticia, más de uno haya comenzado a darle vueltas a la cabeza y a preguntarse, con una leve sonrisa en los labios, si los ciudadanos de esa ciudad no tienen nada más importante en lo que pensar.

A partir de aquí, Szymborska evoca su experiencia en la visita a museos de pequeñas poblaciones.

Es probable que solo me pase a mí, pero siempre que voy a algún sitio y decido echarle un vistazo al museo municipal, o bien está cerrado (y tiene la llave el director), o bien me entero a mitad de la visita por la señora que está de guardia que soy la primera persona que ha entrado en cuatro meses. Es fácil deducir el porqué. Los objetos más bonitos o históricamente más interesante hace ya tiempo que fueron enviados a los museos de las grandes ciudades. Lo que ha quedado, no atrae a casi nadie.

A partir de ello comienza a esbozar su propuesta de museos para pueblos de escasa relevancia.

Si las pequeñas localidades erigiesen un centro dedicado a un tema determinado (cada una al suyo), las cosas irían de otra manera. Al ver el rótulo “Museo del Botón” el viajero, tras unos instantes de estupefacción, se lo pensaría, entraría y echaría un vistazo. Y quizá llegue incluso a pensar que al pueblo en donde nació –él o sus antepasados- también podría venirle bien tener un museo tan curioso como ese. ¿De postales, quizá? ¿De libros de oraciones antiguos? ¿Juguetes? ¿Juegos de cartas? ¿Piezas de ajedrez? Si hubiese además una fonda en las proximidades en donde preparasen algo mejor que sopas de sobre, el nombre del pueblo llegaría a lugares muy lejanos.

Y ya entrada en su proyecto, Wislawa Szymborska no sólo encuentra beneficios para pobladores de las pequeñas localidades, viajeros que las visitan, dueños y trabajadores de la fonda situada en las cercanías del museo, sino también para coleccionistas y sus herederos.

Aún hay otra ventaja. En Polonia hay muchos coleccionistas. No hablo de esos que coleccionan cualquier cosa. Me refiero a esos exigentes individuos entregados a un coleccionismo especializado y que están en posesión de auténticas rarezas. Por lo general se enfrentan al problema de a quién legar su colección. La familia rara vez se da cuenta del valor de la herencia del maniático abuelito. Lo más normal es que los grandes museos, en el caso de que se hagan cargo de la colección, la empaqueten y acabe en el sótano de algún almacén. La mejor solución es enviarla a museos pequeños repartidos por todo el país que animen un poco el paisaje.

A Wislawa Szymborska se le otorgó el premio Nobel de Literatura, bien que se le podría haber reconocido también en el rubro del emprendurismo, hoy tan de moda.

jueves, 19 de octubre de 2017

Mejillas


Todos los bebés forman parte de una campaña involuntaria de promoción de la natalidad además de tener el poder de inspirar los sentimientos más elevados en los adultos que los contemplan. Josep Pla ofrece su testimonio al respecto y destaca el papel que jugaban sus mejillas. 
Mis padres se casaron jóvenes, a los veinte años, con una salud perfecta. Así, tuve la fama, pocos momentos después de haber nacido, de criatura bien constituida. Ahora, a las criaturas, las pesan muy a menudo y en las farmacias hay, desde hace poco tiempo, balanzas con cuna para pesarlas. En mi tiempo, esto todavía no se estilaba. Si se hubiese hecho, yo hubiera resultado un peso fuerte de la infancia. Mi madre solía contarme que cuando ella o la niñera me sacaban, con el cochecito, a pasear, las parejas de enamorados que encontrábamos se embobaban ante mis mejillas. Las señoritas me hacían fiestas y me decían cosas extrañísimas, con el extrañísimo tono de voz que se usa para hablar con los críos. Después, miraban al joven que tenían al lado, con una media sonrisa como queriendo decir: – Veremos si sale como éste el que me harás…
El joven debía bajar los ojos púdicamente, con un aire de modestia y de exquisita urbanidad. Quizá pensaba: –Haremos lo que podamos…
Me hace gracia pensar que no tuve que hacer más que nacer y salir de paseo por las calles para provocar ideas elevadas y movimientos de calidad en los habitantes de mi villa natal.

La evocación de Pla concluye con un dejo de nostalgia que muchos de sus lectores podríamos hacer propio: “De mayor, no he llegado nunca a producir unos resultados tan convenientes y admirables.” Lástima.

martes, 17 de octubre de 2017

Ya no se lee


Con harta frecuencia se escucha el reclamo (en particular de parte de los docentes) en cuanto a que los niños y jóvenes de hoy ya no leen, que han perdido ese hábito. Según los estudiosos las causas de ello tendrían que ver, entre muchas otras, con la irrupción de las nuevas tecnologías; la cultura de la prisa; el cambio de intereses; el predominio de la imagen, la pantallización de la sociedad, que los padres no leen; etc. 

Sin embargo estas quejas no constituyen novedad alguna y, con ligeras variedades, se vienen presentando desde antes del invento de la televisión, tal como lo apunta Pescatore de Perle en un artículo de ¡1934! 

No, ya no se lee. Los libros no interesan. (...)
J. W. Draper nos cuenta que hasta fines del siglo XVII la mayoría de las personas en Inglaterra no sabían leer, y los únicos vehículos de cultura para el público eran el púlpito y el teatro. Hoy hemos llegado a una situación muy semejante: las nuevas generaciones desdeñan el libro, ignoran la biblioteca, huyen del estudio, y sólo conocen dos manifestaciones intelectuales: el cine y la radio. Y la explicación que se nos da es ésta: no hay tiempo para leer la Ilíada, el Quijote o los Viajes de Gulliver. El hombre moderno, ocupado todo el día en los menesteres de su oficio o de su profesión, en cuanto goza de unas horas de asueto se va a practicar el golf, a manejar su voiturette, a jugar al bridge o a ver la pelea de Primo Camera con Perico de los Palotes. 

Así las cosas, en aquel entonces se culpaba a la radio y el cine de perjudicar a la lectura. Hoy los reparos van dirigidos a la televisión, el teléfono celular y la computadora, lo que parece dar razón al dicho popular: la historia cambia más de protagonistas que de argumento.

jueves, 12 de octubre de 2017

El estornudo


Algunas situaciones cotidianas no concitan mayor interés, no llaman la atención (porque sabido es que si a la atención no se la llama, se sigue de largo). Una de ellas es el estornudo. El doctor Francisco González Crussi (Letras Libres, mayo 2013) nos invita a que este acontecimiento no pase desapercibido.

Adviértase la singularidad de este fenómeno: algo nos anuncia que ya viene; una especie de comezón en la nariz nos hace saber la inminencia de su llegada. En seguida, sobreviene un movimiento intempestivo de la cabeza y el tronco, que se termina en una espiración violenta, repentina y sonora: el aire de los pulmones pasa explosivamente a través de las anfractuosidades de las fosas nasales. Los ojos se cierran invariablemente; los sabios, que muchas veces saben el cómo y casi nunca el porqué, hipotetizan que es un intento de proteger los ojos contra el chorro de bacterias potencialmente dañinas súbitamente disparadas. Mas no se crea que a esto se reduce el fenómeno: hay una vasta serie de concomitantes. Las ideas se hacen confusas, se pierde el hilo de lo que se pensaba. Los músculos del tórax y del abdomen se contraen; se tensan los tendones y ligamentos de las articulaciones; hasta los esfínteres del cuerpo se estrechan, como lo saben muy bien, para su infortunio, las personas predispuestas a la incontinencia urinaria, que mal pueden retener la emisión de orina durante un estornudo.

González Crussi subraya que como “todo esto sucede fuera de nuestro control”, en el pasado se presentaron diversas interpretaciones.

De ahí que los hombres de épocas pasadas pensaran que quien estornuda es un poseído. Una fuerza externa a la persona, un poder demoniaco o celestial se apodera del individuo, lo habita y lo domina; estornudar es como obedecer una orden ineludible venida desde quién sabe qué dominio misterioso. Los movimientos involuntarios, los tics, las convulsiones, ¿qué otra cosa podrían ser, sino manifestaciones de posesión preternatural? Llegados tiempos de mayor racionalidad, los médicos teorizaron que el estornudo es una forma, bien que breve y comúnmente benigna, de epilepsia –el mal sagrado.

En tiempos propicios a buscar augurios que permitieran orientar las acciones, el estornudo –continúa Francisco González Crussi- fue visto como un signo a tener en cuenta.

Entre griegos y romanos, un estornudo al principio de una acción podía considerarse de mal agüero: bastaba para interrumpir la acción iniciada. Lo mismo si alguien estornudaba a la izquierda del ejecutor de la acción; en cambio, a la derecha, el presagio era bueno. Es bien sabido que en casi todas las culturas, el lado derecho se ha asociado a lo positivo y deseable, y el izquierdo a lo negativo y funesto.

En el artículo citado el autor también se refiere a la interpretación que se hizo de los estornudos para el feliz desarrollo de los vínculos amorosos.

Permítasenos finalmente agregar unas breves consideraciones. Existen muy diferentes estilos de estornudar, los hay más elegantes y también aquellos que no tienen clase. Hay formas de estornudar que son un verdadero espectáculo y que provocan en los espectadores una sonrisa disimulada. Por otro lado, los estornudadores culposos ofrecen disculpas mientras que los extrovertidos lo hacen sin mayor recato. Cuando uno es educado y al estornudo responde con un “¡salud!”, la situación puede devenir en una larga competencia para ver quien tiene la última palabra o el último estornudo.

Y no olvidar la regla de oro: jamás decir “¡salud!” mientras el estornudo está en proceso porque con ello automáticamente se lo disuade y todo queda en un estornudo interruptus.

martes, 10 de octubre de 2017

La escritura a modo de venganza


Hace poco en este mismo espacio citamos a diferentes autores que enunciaban los motivos que tenían para escribir (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2017/08/escribir-para-que.html). Hoy volvemos al tema, el caso que narra Ángela Pradelli lo amerita.  

“Per vendetta”, contestó Ferdinando Camon en 1985 en una entrevista publicada en un número especial del diario Libération de París, en la que cuatrocientos escritores respondían la misma pregunta. “Pourquoi écrivez-vous?” “Scrivo per vendetta, non per giustizia, non per santità, non per Gloria, ma per vendetta”. 

Seguramente esa respuesta estaría lejos, muy lejos de la de sus colegas y Ferdinando Camon tenía –según Pradelli- sus buenas razones para ello.  

Así contestaba el escritor italiano nacido en Padua en 1935, cuyas obras fueron traducidas a veintiún idiomas. “Escribo por venganza. No por justicia, ni por santidad, ni por la gloria; sino por venganza. Todavía, dentro de mí siento esta venganza como justa, santa, gloriosa. Mi madre sabía escribir solo su nombre y apellido. Mi padre, apenas un poco más. En el pueblo en que nací, los campesinos analfabetos firmaban con una cruz. Cuando recibían una carta del municipio, del ejército o de la policía (nadie más les escribía), se asustaban y acudían al cura para que se las explicara. Los vi pasar muchas veces, yo era un muchacho.” 

De esta manera fue como Camon –citado por Ángela Pradelli- hizo de la escritura una forma de militancia. “Desde entonces sentí a la escritura como un instrumento de poder. Y soñé siempre con pasar del otro lado, poseerme de la escritura, pero para usarla a favor de aquellos que no la conocían: para cumplirles sus venganzas.”

jueves, 5 de octubre de 2017

Contraindicación de los uniformes


Entre aquellos que conforman la clase alta están quienes prefieren que las personas que trabajan con/para ellos (la servidumbre, como se decía antes) lo hagan ataviados con riguroso uniforme que deja en claro el lugar que ocupa cada quien.

Pero la historia enseña que esto tiene sus riesgos, tal como se puso de manifiesto en Roma y de lo que da cuenta Wislawa Szymborska.

En Roma, naturalmente, el ciudadano de pleno derecho se distinguía del resto llevando una toga, pero su uso era muy poco frecuente durante los tiempos del Imperio. Por la calle, no era nada fácil apreciar la diferencia entre un individuo libre y otro que no lo era: solía ocurrir que los esclavos salían de casa cubiertos de oro para presumir, mientras que los ciudadanos libres se ponían el primer trapo que encontraban.

Esta ausencia de diferenciación social generó airadas resistencias entre quienes consideraron que ello resultaba francamente intolerable. “Gibbon cuenta –añade Szymborska- que un buen día se presentó en el Senado una moción que pretendía poner punto final a aquella escandalosa situación y votar a favor de un uniforme reglamentario para todos los esclavos.”

Aquel proyecto no prosperó pero no se crea que por razones humanitarias o de nivelación social; Szymborska aclara la cuestión

El Senado desestimó la propuesta no porque amase la democracia sino justamente por todo lo contrario: los esclavos, ataviados todos ellos con uniformes, se darían cuenta de inmediato de su abrumador número… ¡He aquí la complicación!

Lecciones de la historia.

martes, 3 de octubre de 2017

Eulalio Ferrer y los anuncios clasificados/3


Los anuncios clasificados (también conocidos como APP: anuncios por palabras) constituyen una rica fuente de información que da cuenta tanto de su tiempo como del lugar de que se trate. Eulalio Ferrer Rodríguez fue tras ellos guiado por su interés en temas culturales y específicamente publicitarios. 

Cabe precisar que todas las citas de esta serie de artículos corresponden a obras de don Eulalio, en particular a La historia de los anuncios por palabras (México, Ediciones de Comunicación, 1987).

Hay quien ha recurrido a los anuncios para poder encontrar aquello que extravió o… que le extraviaron.

El 7 de mayo de 1704 aparece “Newsletter” de Boston, primer periódico semanal continuo del país. En su segundo número incluye su primer anuncio pagado en la sección de APP. Se refiere a dos yunques perdidos. Dedica su amplio espacio para invitar a usar esta sección a todas las personas que posean terrenos, hospederías, granjas, tiendas, barcos y productos de compra venta. Sin olvidar, naturalmente, la referencia a artículos que se hayan perdido o extraviado y a sirvientes que hayan huido. De su primera época es este anuncio:

Prestado hace tiempo, a quien ya lo olvidé, un libro encuadernado en octavo intitulado “Noticias de los Muertos” o “El Verdadero Entendimiento del Otro Mundo”. En una hoja anterior al título está escrito “Los malos piden prestado y nunca devuelven”. La persona que lo tenga, se desea que considere esa frase y devuelva el libro a su justo dueño.

Claro está que lo políticos no podían quedar al margen.

En la década de los 60 se registró el caso de un frustrado candidato a concejal en la provincia norteamericana, que manifestó irónicamente su fracaso en este aviso publicado por el “News-Tribune” de Waltham, Massachussets:

Deseo expresar mi agradecimiento a los 300 lectores del 5º distrito que apoyaron mi candidatura para concejal, así como a los 600 que me prometieron su voto, a los 400 que me dijeron haber votado a mi favor, y especialmente a los 92 que votaron por mí. Raymond Hayes.
Vale incluir, dentro del mismo género y del mismo país, un lacónico Anuncio Por Palabras publicado, el 3 de junio de 1973, en las páginas correspondientes del “New York Times”.

Político asqueado busca empleo honrado en el ámbito de las relaciones sociales o laborales.

Los chistes y las bromas también se hicieron presentes.

Jacques Franju, en su ensayo “Le Grand Canular”, dedicado a un siglo de mixtificadores, el XIX, refiere que Roland Dorgelès publicó por pura diversión el anuncio siguiente, en un diario parisino:

Muchacha de 20 años, bonita, aguardará señor esta tarde, a las 16 horas, ante la Cámara de Diputados. Llevar una flor de lis en la solapa.

A las tres y media del día en que apareció el anuncio, una docena de señores deambulaba ante la Cámara de Diputados. Todos exhibían la flor de lis. Diez minutos después, Dorgèles telefoneó al prefecto de policía denunciándole una importante manifestación monárquica. Poco antes de las cuatro, un coche celular se detuvo ante la Cámara y llevó a la comisaría del barrio a todos los “manifestantes”, a pesar de sus protestas.

Ante el incumplimiento de las obligaciones por parte de su esposo, la dama acudió al periódico (“Times Commoner, Salem, Illinois, 20 de febrero de 1962) para recordarle las mismas.

Yo, Dixie Horn, por la presente notifico a mi marido, Raymond Horn, que cuando no le ocupen totalmente su tiempo las divorciadas, las casadas en trance de divorcio, los borrachos, los políticos, las juntas directivas, el Club de Leones, el juego de bolos, el casino y toda clase de asistencia voluntaria a vecinos y amigos, sería conveniente que atendiera los asuntos en nuestra casa. Sabiendo que siempre te lees los periódicos de cabo a rabo, ésta es la única manera que se me ocurre de comunicarme contigo. Tu esposa, Dixie.

Un anuncio publicado en Londres (“London Weekly”, junio de 1970) dejaba constancia de la preocupación de la joven viuda por aprovechar lo que ya se tiene en casa y de esa manera no desechar ropa que aún está en buenas condiciones. 

Viuda joven, rubia, de buena presencia, amante del campo, del cine y los deportes, contraería matrimonio con caballero soltero, viudo o divorciado, de preferencia de cinco pies y diez pulgadas de altura y de ocupación ferrocarrilero, por tener en buen uso los uniformes de su primer marido...

En un APP publicado en el “Times” un experto en seguridad quiso asegurarse de la pertinencia de sus futuras recomendaciones.

Se solicita ladrón retirado para ayudar a recopilar material destinado a escribir un artículo sobre cómo proteger casas particulares contra robos.

Hay casos en que no se puede decir que el cliente no tenía mucha idea de lo que andaba buscando.
Uno de los más celebrados anuncios del “Daily Advertiser”, es el de un caballero que busca esposa:

Necesítase: Alta y graciosa en su persona. Dientes sanos, labios suaves, aliento dulce, con ojos de no importa que color con tal de que sean expresivos. Su seno lleno, erguido, firme y blanco. Comprensiva sin ser sabia, de conversación animada y alegre. Educada y de palabra delicada, de temperamento humano y tierno y que parezca que puede sentir delicia, así como que desea ofrecerla. Si hay alguna así, hay un caballero con 2,000 libras al año, 52 años el próximo julio, de vigorosa fuerza y de condición amorosa que se casará con ella, aunque tenga fortuna pequeña, pues él la dejará en la viudez con 600 libras anuales...

Un anuncio (“The News”. Edimburgo. Escocia, febrero de 1953) abona el humor negro. Sin palabras.

Cojo del pie derecho desea asociarse con cojo del pie izquierdo para comprar zapatos del número siete.

Y para el final va esta joya publicada en el “Figaro Littéraire” (París, Francia, diciembre de 1978)

A escultor ofrécese modelo con las medidas exactas de la Venus de Milo, más los dos brazos.

Al concluir esta serie de artículos es momento de agradecer a Eulalio Ferrer por invitarnos a reparar en un género que tantas veces pasa desapercibido.