jueves, 26 de febrero de 2015

Piropos descontinuados


Sabido es que la palabra piropo alude a lo que en un tiempo se llamó cumplido o a una frase halagadora que dirige habitualmente un hombre a una mujer.  Menos conocido es el origen y los cambios que la expresión ha tenido; de ello da cuenta la revista Muy Interesante


(…) antiguamente el piropo era una variedad de granate de color rojo fuego, muy apreciada como piedra fina. O sea, una joya. Tanto Calderón como Quevedo la usaron figuradamente como metáfora de decir palabras bonitas y con este significado pasó al diccionario en 1843. Después, el verbo piropear fue admitido en 1925.
 

Hace poco en una librería de viejo di con una obra peculiar: Piropos seleccionados. Requiebros de todos estilos (México, 1957). El libro, donde no figura compilador ni editor, contiene un conjunto de piropos con el manifiesto propósito de apoyar a quien deseoso de galantear requiriese ayuda. Si bien la edición es mexicana, muchos textos son de indiscutible origen español. No hay que ser muy sagaz para suponer que la vigencia de estas galanterías ha caducado, sin embargo puede resultar interesante transcribir algunos piropos que forman parte del libro citado.  

Los hay de tipo sacrificial: “Aunque no lo crea, sepa que para poderla ver hoy, no me suicidé ayer”; “Quisiera ser peatón imprudente, atravesarme en tu camino, y verme aplastado por este Cadillac.

Algunos formulan invitaciones: “Es usted la alegría andando. Pero ¿por qué no se queda? ¡Con lo tristes que estamos todos!”; “Si es miedosa, venga y siéntese a mi lado, que le contaré una película de esas ‘de agarrarse’, pero que termina bien.

Otros aluden al oficio paterno: “¡Estas sí que son las hechuras de la hija de un sastre que conoce el paño!”; “¿No es cierto, morena, que su papá es fabricante de muñecas de lujo?”.

Los hay cultos: “Con usted ya son ocho las maravillas del mundo”; “¡Son sus ojos tan charlatanes, que arrebatan como la oratoria de García Sanchis!” (Federico García Sanchis fue un escritor y charlista muy reconocido tanto en España como en América).

Abundan los interrogativos: “¿Son de Holanda los quesos del escaparate?”; “¿Quiere asistir conmigo a una boda, vestida de novia?”; “¡Sirena terrestre! ¿Por un casual es usted la presidenta del Club de las incendiarias de pasiones amorosas? ¡Lo digo por lo del escote!”; “¿Esa cruz que descansa en su pecho es un regalo de su amá, o es que piensa ingresar en la orden de las elegantes?”; “¡Diga, encanto!, ¿por dónde se llega a la plazuela de su corazón? ¿Estoy en buen camino?”.

Los ofrecimientos no se hacen esperar: “El día de su aniversario le voy a regalar un ‘neceser’ con todo lo necesario para hacerla dichosa; ¡Amiguita!: ¡Dígame de qué color le gustan los calcetines y mañana asistirá usted al estreno!”; “Yo haría por usted lo que no ha hecho nadie: ¡Matar el tiempo a fuerza de cosquillas!”; “¡Ojalá descargue una tormenta de amores y la pille a usted sin paraguas y a mi lado!”.

También están los comparativos: “¡Eso sí que es agilidad de movimiento y no el ventilador que tengo en casa!”; “¡Eso es carne y no lo que mi madre nos pone en el cocido!”.

El género sugerente es muy recurrido: “¡Ya está arreglado: Arregle un cuartito en su pecho y acépteme por único inquilino! Gracias”; “¡Señora, vaya tranquila, que tiene usted un parachoques a toda prueba! Se lo aseguro”; “¡Si, señora. Presuma cuanto quiera, porque tiene usted unas defensas, un chut y una línea delantera, mucho mejor que la selección brasileña!”; “¡Que Dios le aumente los buenos pensamientos, que lo demás no hace falta!”; “¡Mírese al espejo, guapa, y luego me dirá si tengo razón de callarme lo que no le digo!”;  ¡Por acaparadora de productos naturales, merece que la encierren en compañía de mi persona!”; “¡Niña! Cuando vaya a la iglesia no olvide confesarse de los pecados que me hace cometer a mí”; “Tiene usted unos ojos, unos labios, unas manitas, unas… sí, y unas… no que sí… Bueno, ¿lo dejamos para mañana?”.

Claro que no podían faltar los atrevidos: “Contigo al Polo, ya veríamos allá cómo calentarnos”; “Sí, señora Ándese con cuidado, que según los beneficios que presente el balance, el fisco le meterá mano”; “¡Por favor, chula, no muevas tanto la cuna, que me vas a despertar el niño!

Y concluyo esta selección con una pequeña muestra de piropos desopilantes: “¡Es usted la primera mujer que he visto con los ojos más grandes que los pies!”; “¡Tiene usted más gracia que un estornudo contenido!

martes, 24 de febrero de 2015

Oliver Sacks, de cara a su propia muerte

"Sabiendo que la vida es mortal, el hombre pierde el sentido de la vida cuando no empieza por dárselo a su propia muerte."
                (José Bergamín)


Más tarde o más temprano todos nos encontraremos con ella. Hay ocasiones en que la muerte llega cuando menos se la espera, y en otras, se deja ver venir. Ante ello no es fácil tener la valentía y el coraje de reconocerla y poner en palabras lo que se siente, tal como lo hizo recientemente el doctor Oliver Sacks (en este mismo espacio hemos aludido a sus trabajos “Los grandes también cometen errores” http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2012/10/los-grandes-tambien-cometen-errores.html y “Las cosas por la mitad” http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2013/06/las-cosas-por-la-mitad.html).

Nos referimos al artículo que publicara en The New York Times en este mes de febrero de 2015 y que transcribe El País, con traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Hace un mes me encontraba bien de salud, incluso francamente bien. A mis 81 años, seguía nadando un kilómetro y medio cada día. Pero mi suerte tenía un límite: poco después me enteré de que tengo metástasis múltiples en el hígado. Hace nueve años me descubrieron en el ojo un tumor poco frecuente, un melanoma ocular. Aunque la radiación y el tratamiento de láser a los que me sometí para eliminarlo acabaron por dejarme ciego de ese ojo, es muy raro que ese tipo de tumor se reproduzca. Pues bien, yo pertenezco al desafortunado 2%.
Doy gracias por haber disfrutado de nueve años de buena salud y productividad desde el diagnóstico inicial, pero ha llegado el momento de enfrentarme de cerca a la muerte. Las metástasis ocupan un tercio de mi hígado, y, aunque se puede retrasar su avance, son un tipo de cáncer que no puede detenerse.

Así define la gravedad de su situación sin crearse falsas expectativas y mirando al futuro. “De modo que debo decidir cómo vivir los meses que me quedan. Tengo que vivirlos de la manera más rica, intensa y productiva que pueda.” Y para ello recurre a uno de sus filósofos preferidos, comparando la situación de ambos.

Me sirven de estímulo las palabras de uno de mis filósofos favoritos, David Hume, que, al saber que estaba mortalmente enfermo, a los 65 años, escribió una breve autobiografía, en un solo día de abril de 1776. La tituló De mi propia vida.
“Imagino un rápido deterioro”, escribió. “Mi trastorno me ha producido muy poco dolor; y, lo que es aún más raro, a pesar de mi gran empeoramiento, mi ánimo no ha decaído ni por un instante. Poseo la misma pasión de siempre por el estudio y gozo igual de la compañía de otros”.
He tenido la inmensa suerte de vivir más allá de los 80 años, y esos 15 años más que los que vivió Hume han sido tan ricos en el trabajo como en el amor. En ese tiempo he publicado cinco libros y he terminado una autobiografía (bastante más larga que las breves páginas de Hume) que se publicará esta primavera; y tengo unos cuantos libros más casi terminados.
Hume continuaba: “Soy... un hombre de temperamento dócil, de genio controlado, de carácter abierto, sociable y alegre, capaz de sentir afecto pero poco dado al odio, y de gran moderación en todas mis pasiones”.
En este aspecto soy distinto de Hume. Si bien he tenido relaciones amorosas y amistades, y no tengo auténticos enemigos, no puedo decir (ni podría decirlo nadie que me conozca) que soy un hombre de temperamento dócil. Al contrario, soy una persona vehemente, de violentos entusiasmos y una absoluta falta de contención en todas mis pasiones.
Sin embargo, hay una frase en el ensayo de Hume con la que estoy especialmente de acuerdo: “Es difícil”, escribió, “sentir más desapego por la vida del que siento ahora”.

Hasta allí el recorrido junto a David Hume. A continuación el doctor Oliver Sacks comparte las decisiones tomadas en la antesala de su muerte pero firmemente instalado y comprometido con su vida.

En los últimos días he podido ver mi vida igual que si la observara desde una gran altura, como una especie de paisaje, y con una percepción cada vez más profunda de la relación entre todas sus partes. Ahora bien, ello no significa que la dé por terminada.
Por el contrario, me siento increíblemente vivo, y deseo y espero, en el tiempo que me queda, estrechar mis amistades, despedirme de las personas a las que quiero, escribir más, viajar si tengo fuerza suficiente, adquirir nuevos niveles de comprensión y conocimiento.
Eso quiere decir que tendré que ser audaz, claro y directo, y tratar de arreglar mis cuentas con el mundo. Pero también dispondré de tiempo para divertirme (e incluso para hacer el tonto).
De pronto me siento centrado y clarividente. No tengo tiempo para nada que sea superfluo. Debo dar prioridad a mi trabajo, a mis amigos y a mí mismo. Voy a dejar de ver el informativo de televisión todas las noches. Voy a dejar de prestar atención a la política y los debates sobre el calentamiento global.
No es indiferencia sino distanciamiento; sigo estando muy preocupado por Oriente Próximo, el calentamiento global, las desigualdades crecientes, pero ya no son asunto mío; son cosa del futuro. Me alegro cuando conozco a jóvenes de talento, incluso al que me hizo la biopsia y diagnosticó mis metástasis. Tengo la sensación de que el futuro está en buenas manos.

Luego alude a la manera en que con el paso del tiempo la muerte de sus contemporáneos se ha hecho frecuente, con todo lo que ello implica. “Soy cada vez más consciente, desde hace unos 10 años, de las muertes que se producen entre mis contemporáneos. Mi generación está ya de salida, y cada fallecimiento lo he sentido como un desprendimiento, un desgarro de parte de mí mismo.” Y subraya el hecho de que cada muerte deja un vacío imposible de llenar.

Cuando hayamos desaparecido no habrá nadie como nosotros, pero, por supuesto, nunca hay nadie igual a otros. Cuando una persona muere, es imposible reemplazarla. Deja un agujero que no se puede llenar, porque el destino de cada ser humano —el destino genético y neural— es ser un individuo único, trazar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte.

Reconoce que siente miedo, sin embargo al momento de evaluar su vida destaca por encima de todo la gratitud.

No puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es la gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito. He tenido relación con el mundo, la especial relación de los escritores y los lectores.
Y, sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura.

Hasta aquí el emotivo artículo del doctor Oliver Sacks en el que asume la proximidad de la muerte como una oportunidad para tomar decisiones y priorizar lo que resta por hacer. Este manera de enfrentarse a lo inevitable es congruente con lo que fue su trabajo profesional, tal como lo narra Guillermo Altares.

En una entrevista con este diario [El País] en 1996, con motivo de la publicación de Un antropólogo en Marte, Sacks habló precisamente de la relación de los pacientes con la enfermedad.  "Para mí es fundamental la relación que se establece entre enfermedad e identidad y la forma en que la gente reconstruye su mundo y su vida a partir de esa enfermedad", explicó. "Todos los casos que expongo en este libro han descubierto una vida positiva que surgía tras una enfermedad. El pintor que tras perder la visión del color no desea recuperarla. El ciego de nacimiento que recobra la vista hacia la mitad de su vida y no puede soportarlo. La mujer autista que encuentra en el autismo una parte de su identidad... Pero no quiero parecer sentimental ante la enfermedad. No estoy diciendo que haya que ser ciego, autista o padecer el síndrome de Tourette, en absoluto, pero en cada caso una identidad positiva ha surgido tras algo calamitoso. A veces, la enfermedad nos puede enseñar lo que tiene la vida de valioso y permitirnos vivirla más intensamente".

En este momento el doctor Sacks parece decirnos que no solo la enfermedad sino también la proximidad de la muerte puede ser una oportunidad para vivir más plenamente al procurar que, como señala Ángel Gabilondo, la muerte coincida con el fallecimiento, porque como dice el mismo Gabilondo “lo mejor que puede ocurrirnos es que lleguemos vivos a la muerte”. Pierre Sansot también se refiere a esta cuestión: “Para mí vivir es una suerte que pienso preservar mientras pueda. Presentarme como un ser vivo frente a la muerte sería el más hermoso de los finales.”

La valentía del doctor Sacks me recuerda algo que cuenta Ariel Dorfman y que le fuera narrado por el mismo Harold Pinter  

Cuando a Pinter le diagnosticaron cáncer al esófago, el mensaje más original y alentador que había recibido fue el de Mike Nichols. Rezaba así: “La muerte no tiene ni la menor idea con quien se está metiendo”.

En su caso doctor Sacks, tampoco hay lugar a duda: la muerte no tiene ni la menor idea de con quién está tratando.

jueves, 19 de febrero de 2015

Recordando a Manuel Vázquez Montalbán


Hay ausencias que se hacen notar. Tal es el caso del escritor Manuel Vázquez Montalbán al que uno hace presente suponiendo lo que podría haber dicho frente a distintos acontecimientos de nuestro mundo en general y de España en particular. No temía escribir sobre la realidad a la que hacía frente con sus artículos periodísticos que combinaban lucidez, ironía y humor.

No son muchos quienes se atreven a realizar cálculos y especulaciones respecto a su propia expectativa de vida. Vázquez Montalbán lo hizo en un artículo publicado en El País, el 24 de agosto de 1987: “Según las estadísticas actuales, mi esperanza de vida se detiene aproximadamente en torno al año 2015 (…)” Si aquél pronóstico se hubiese cumplido, el fin de su vida debería haber llegado en este año que aún está en sus inicios.

Pero los cálculos estadísticos generales suelen ser desmentidos, en ocasiones por encima y en otras por debajo. Esto último fue lo que le aconteció con él, al morir de manera totalmente inesperada -como se dijo en su momento- el 18 de octubre de 2003 en Bangkok. La vida le quedó, y nos quedó, a deber 12 años.

Y en este 2015, que él veía tan remoto en 1987, muchos sucesos políticos, sociales, deportivos, seguramente llamarían la atención y convocarían la reacción del escritor y periodista. Huérfanos de su palabra actual, sólo nos queda ir al archivo para descubrir la vigencia de sus artículos. En una columna publicada en El País, el 2 de febrero de 1987 sostenía:

En las películas estimulantes y en las novelas realmente ejemplares, las causas justas siempre se imponen a las leyes injustas o insuficientes. Frank Capra era un genio para estos asuntos. Siempre el banquero expropiador se conmovía a tiempo ante la tenacidad de el chico o la dulzura inocente de la chica, y el juez más severo llevaba bajo la toga un mazo de sentimentalismo capaz de hacer añicos las más duras tablas de la ley.
En la vida real, en la historia real, las cosas son diferentes, y lo único que puede modificar una ley injusta es la presión social, esa tozuda cláusula de conciencia colectiva ejercida dramáticamente a lo largo de la historia que nos ha permitido ser menos cafres y menos víctimas progresivamente. Cuando la conciencia social de lo justo y las leyes no coinciden, ¿qué hay que hacer? Aplicar la ley injusta y preparar otra más justa, dicen las gentes de orden, en la esperanza de que el tiempo o lo cure todo o lo canse todo. Pero, por si acaso, que vayan por delante los jueces y las brigadas antidisturbios.

Cualquier semáforo citadino puede convertirse en invitación para recordar sus palabras:

(…) la distribución de la riqueza se ha reservado al automovilista urbano, que debe disponer a su alcance de un abundante repertorio de monedas para compensar a los pedigüeños de esquina que le ofrecen limpiarle el parabrisas o venderle las más fútiles mercancías; sobre todas, los pañuelitos de papel, para que se seque las lágrimas, supongo, si es que automovilista es un ser sensible ante la desgracia ajena.

En sus artículos no faltó el humor respecto a sí mismo. “Cuánta razón tenían nuestros padres cuando nos aconsejaban no frecuentar malas compañías, ignorantes de que nosotros podíamos ser la mala compañía de los otros.”

Entre los escritores que hoy hacen falta, Manuel Vázquez Montalbán ocupa un lugar muy importante.
 

martes, 17 de febrero de 2015

En espera de que se enciendan las jacarandas


Cuando transcurren tiempos en que la realidad se presenta sobrecargada de injusticia, violencia, corrupción e impunidad, el desánimo se hace colectivo y parece apoderarse de nuestras vidas. Las miradas se entristecen, están como apagadas. Ante ello, cada quien (excepto los privilegiados e indiferentes de siempre) busca sus espacios de resistencia, sea en la política, el estudio, la fe, el arte, la comunicación, etc.

La Ciudad de México también tiene sus propias formas de resistencia en las que manifiesta su rebeldía, sus ganas de no darse por vencida. Una de ellas llega con cada primavera, cuando se encienden las jacarandas por diversos rumbos de la gran urbe. Guillermo Osorno dice que estos árboles llegaron a comienzos del siglo XX procedentes de la amazónica ciudad de Manaos, Brasil. Desconozco quién fue el de la iniciativa y si fue distinguido con una estatua a manera de agradecimiento (en caso que no haya sido así, desde aquí presento la moción).  Vicente Quirarte describe el momento en que, año a año, la ciudad se ilumina con su florecimiento.

Como si durante la noche alguien las hubiera pintado con pincel y pintura evanescentes; como si una cuadrilla de artistas ignorados las hubiera colocado entre los brazos retorcidos de las bignoniáceas; hermanas sucesoras de las ballenas y las mariposas, previamente de acuerdo para su brevísima actuación anual, estallan, en forma imprevista, por todos los rumbos de la urbe.
Son susceptibles a los reclamos del viento, y a la menor provocación se van con él; tapizan entonces calles con sus pétalos de color indefinido. Nunca como en ellos son verdad las frases entre azul y buenas noches y los ojos bellos de jacaranda en flor.
Florecen contra todo. Contra el aire contaminado y el torturador; contra la mentira y la promesa. Florecen para todos: para el envenenador y la monja que vende rompope de puerta en puerta; para los boy scouts que plantan su tiempo sagrado en la mañana del sábado; para el borracho cuyo cuerpo ha dicho basta; para la embarazada y el bolero; para las multitudes que en domingo salen —plenas y nimbadas— de templos, museos y estadios de futbol. Para descifrar su mensaje, basta escucharlas con los ojos; abrir quince sentidos cardinales y llenarlas de halagos. Que sepan que nos nutren, que son tan necesarias como estar enamorado, que sin ellas marzo sería de otra manera.

Todavía falta para la llegada de marzo, pero sucede que en estos tiempos de tristeza ciudadana nos urge confirmar que las jacarandas -tal como lo dice Quirarte- florecen contra todo y para todos, al igual que la esperanza de que las cosas no necesariamente tienen por qué seguir siendo tal como están.

jueves, 12 de febrero de 2015

Una vida de novela


Ambrose Bierce es autor del conocido libro “Diccionario del diablo”, donde enumera una amplia lista de conceptos a los que define en forma muy personal,  caracterizada por la ironía y el sarcasmo. La siguiente es una pequeña muestra de ello.

Academia. Escuela antigua donde se enseñaba moral y filosofía. Escuela moderna donde se enseña el fútbol.
Arquitecto. El que traza los planos de nuestra casa y planea el destrozo de nuestras finanzas.
Cagatintas. Funcionario útil que con frecuencia dirige un periódico.
Cañón. Instrumento usado en la rectificación de las fronteras.
Confidente. Aquel a quien A confía los secretos de B, que le fueron confiados por C.
Conocido. Persona a quien conocemos lo bastante para pedirle dinero prestado, pero no lo suficiente para prestarle.
Conservador. Dícese del estadista enamorado de los males existentes, por oposición al liberal, que desea reemplazarlos por otros.

De este libro, publicado originalmente en 1911, se han hecho diversas ediciones (por cierto que la traducción al español estuvo a cargo del escritor argentino Rodolfo Walsh quien posteriormente, en 1977, fuera asesinado y desaparecido por la dictadura militar que tomó el poder en aquellos años).

La serie de vicisitudes y calamidades que forman parte de la vida de Ambrose Bierce es realmente impresionante. De ellas da cuenta José María Álvarez en el prólogo del Diccionario del diablo publicado por Edimat en Madrid, 1998.  

Ambrose Gwinet Alarico, hijo de Marco Aurelio Tácito y Laura Bierce, nació el 24 de junio de 1842 en Horse Cav, Meigs County, Ohio. A los cinco años, jugando con un hacha, cortó el pie izquierdo de su hermano mayor. A los once, bajo el desamparo de una sequía irremediable, asiste al suicidio por horca de su padre. En muy pocos meses sucesivos contemplará mudo el derrumbamiento de su apellido: su madre escapa con un pistolero de caravanas; su hermano Albert, el mutilado, se hace jesuita; otro hermano entrará de forzudo en un circo perdiéndose su rastro en las afueras de La Habana; su hermana Cleopatra deviene misionera en una congregación de redenciones africanas y termina devorada por sus feligreses. Su único protector, su tío Lucius Verus, pirata y decorador, sucumbe en Canadá con toda la tripulación del “Raquel”.

Luego de tantas tribulaciones iniciales, la vida de Bierce continuó por rumbos de turbulencias; prosigue la semblanza que ofrece Álvarez

Solo en el mundo, Bierce es recogido por Miss Zilphia Gant, solterona y cuáquera, en Kentucky, en cuya Escuela Superior Milita entra en 1859. Al estalla la Guerra de Secesión se incorpora como voluntario en el 99º. Regimiento Volante de New Orleans, a las órdenes del general Welles, en el que asciende, después de actuar como topógrafo, explorador y racionero, a primer teniente de Voluntarios. Con tal grado intervino en las batallas de Shiloh, Murfreesboro, Oxford, Chickamauga y Chattanooga, en la defensa de Atlanta y en la guerrilla contra Sherman en Georgia, siendo herido en Kenesaw Mountain en junio de 1864. Terminó la guerra pobre, cojo y desencantado. Necesitó emplearse en la Casa de la Moneda de San Francisco, y como no tenía otra cosa mejor que hacer, comenzó a escribir. Al principio fueron solamente pies de fotografías e inmeritorios artículos para The San Francisco News. Mas, poco a poco, fue añadiendo relatos. En 1871 contrajo matrimonio con Escarlata Lee Stuart, mestiza chiricahua, y decidió viajar a Londres, donde vivieron cinco años y nacieron sus hijos, Montaigne y Montesquieu.
En 1876 partió Bierce hacia Bosnia, con el fin de completar un trabajo de Geografía encargado por la Universidad de Cambridge. Desde Zenica se dirige, llamado nadie sabe por qué Luz, a Istanbul. Se enamora de la Ciudad Sagrada y escribe a Escarlata para que se reúna con él, busca trabajo y pretende vivir ya para siempre a la sombra de la Sublime Puerta. Pero en Istanbul conoce a Bakunin, es iniciado por éste en la Idea, y juntos marcharon a Roma planeando asesinar a Pío IX. Perseguidos por todas las policías del continente, se separan en Esmirna y Bierce regresa a los Estados Unidos.
Se instala entonces en California, haciéndose cargo de la subdirección de The Argonaut y, más tarde, como director, de The Examiner. Su célebre columna Prattle en este último lo convierte en escritor famoso. Y a partir de 1888 publica dos cuentos por semana que recogerá bajo el título Anoche soñé que volvía a Manderley.
En 1905 se enamora de Mrs. Patrick Campbell durante una representación de Romeo and Juliet, y se escapa con ella. Pero la dulce actriz lo abandona en Boston. Y Bierce desesperado, se entrega al alcohol, renuncia a su carrera y se dedica a vivir de prestado. Su esposa también lo abandona y regresa con su tribu. Sus hijos, uno muere en una pelea de taberna y otro por una sobredosis de cocaína.
En 1913, tras un proceso escandaloso donde fue acusado de malversación de fondos y talento, abandono de hogares y destrucción de hijos, volvió al campo de Kenesaw Monuntain, se despidió de sus muertos y emprendió el camino de México para luchar con las tropas de Francisco Villa. Sus últimas palabras en territorio U.S.A. fueron: “Si se enteran de que he sido puesto contra un paredón mexicano y cosido a balazos, sepan que pienso que es una buena forma de abandonar esta mierda”.

El final de su vida se torna un misterio y se supone que murió fusilado en México en 1914. Un verdadero personaje de novela, tal como lo supo Carlos Fuentes quien en su libro “Gringo Viejo”, relata los últimos años de vida de Ambrose Bierce.

martes, 10 de febrero de 2015

Como los músicos del Titanic


Muchos son los politólogos y estudiosos en diversos rubros que señalan que los lineamientos predominantes en el mundo actual conducen a una catástrofe de grandes dimensiones. Y sin necesidad de hacer pronósticos a futuro, diversas realidades del mundo actual han encendido las alarmas en temas tales como: desigual distribución de la riqueza, corrupción, impunidad, descuido de la naturaleza, desnutrición, discriminación, consumismo; pequeña muestra de problemas contemporáneos.


No obstante estos exhortos, el rumbo de los acontecimientos no parece haber cambiado en forma significativa y de allí que haya quienes sostengan que los poderosos (aquellos que al decir de la canción tienen la sartén por el mango y el mango también) se comportan como los músicos del Titanic. ¿Qué es lo que se quiere decir con ello? Héctor Zimmerman aclara la cuestión.
 

Cuando una catástrofe amenaza a un grupo de personas que no hacen nada por impedirla, se dice a veces en forma irónica que se comportan como los músicos del Titanic. La expresión evoca el hundimiento de esa gigantesca y lujosa nave de pasajeros ocurrido en las primeras horas del 15 de abril de 1912. Proclamado por sus armadores como un barco que "ni el mismo Dios podía hundir", el Titanic rozó un témpano y se fue a pique en poco tiempo. Mientras el pasaje trataba desesperadamente de encontrar lugar en los insuficientes botes salvavidas, la orquesta de a bordo continuó tocando como lo había hecho durante el baile previo al accidente. Y no paró de ejecutar música ligera hasta que el oleaje cubrió la cubierta. La frase "actuar como los músicos del Titanic" ha quedado como metáfora para calificar la conducta heroica, pero obstinada y sin sentido, de quienes persisten en algo que es urgente abandonar. Señala de paso una actitud de caprichosa negación de la realidad: empeñarse en prolongar la despreocupación o el pasatiempo mientras todo muestra a las claras que la situación es muy grave.


Es por ello que con frecuencia se recuerde a los poderosos de turno lo que sucedió con el Titanic como forma de invitarlos a que modifiquen el rumbo con que se conducen y las consecuencias que con ello provocan. Cabe acotar, respecto a lo señalado por Zimmerman, que la actitud de los músicos del concierto del sistema actual, nada tiene de “heroico” y mucho de “obstinado y sin sentido”. Es posible concluir que los poderosos en turno suelen hacer caso omiso a estos llamamientos mientras siguen entonando las mismas melodías, conduciéndose con el también histórico principio de “después de mí, el diluvio”. En otra ocasión, nos referiremos al origen de esta expresión.

jueves, 5 de febrero de 2015

Ante la proliferación de estatuas


No es habitual que una ciudad, pueblo, villa, aldea, agrupamiento o congregación, carezca cuando menos de una estatua que reconozca los extraordinarios méritos políticos, artísticos, militares, deportivos, religiosos, etc. de alguna persona nacida en esa localidad. En ocasiones existe una verdadera concentración de estatuas, y todos los caminos conducen a una de ellas. Ante ello es legítimo que aparezcan las sospechas y Julio Camba se refiere a esta cuestión.

Las provincias están llenas con estatuas de grandes hombres, sin contar las grandes mujeres, como Concepción Arenal y doña Emilia Pardo Bazán. Y ante este fenómeno, yo no puedo menos de preguntarme:
-¿Hay muchas estatuas porque hay muchos grandes hombres, o hay muchos grandes hombres para que haya muchas estatuas? ¿Quién hace a quién? ¿El escultor es una consecuencia del grande hombre, o el grande hombre una consecuencia del escultor?

Llegado a este punto, las sospechas de Camba se vuelven suspicacia.

Desde luego, parece evidente que los grandes hombres, en caso de necesidad, podrían, bien que mal, arreglárselas sin escultores. En cambio, los escultores se verían bastante apurados el día en que hubiese una huelga de grandes hombres.
Un escultor amigo mío, hablándome de cómo iba el hombre resolviendo su vida, me decía recientemente:
-Tengo bastante que hacer. Antes sólo había trabajo en España para una media docena de escultores. Ahora trabajamos constantemente cerca de un centenar. (...)
Estamos en un período de gran florecimiento. ¿Cómo puede encontrarse en decadencia un país que produce grandes hombres bastantes para emplear diariamente a cien escultores?

El siguiente paso en el análisis de Julio Camba consiste en preguntarse qué sucedería con los escultores en el hipotético caso que no existieran suficientes grandes hombres o mujeres. Ante escenario tan crítico, el gremio de escultores debe tener previsto un plan de contingencia.


Pero luego me asaltó la idea de que, si España dejase de producir grandes hombres repentinamente, esos cien escultores no iban a morirse de hambre.
-A falta de grandes hombres –pensé-, se arreglarían con hombres medianos, y hasta con hombrecitos chiquitines.
Y de situar esta hipótesis en el porvenir a trasladarla al presente no había más que un paso. No son los grandes hombres quienes hacen a los escultores, sino los escultores quienes hacen a los grandes hombres. Se van por las capitales de provincia y trabajan el artículo.
-Pero ¿es posible? –exclaman-. ¿Cómo tienen ustedes esta alameda así, sin un grande hombre ni nada?
-¿Un grande hombre?
-Sí. Un grande hombre. Un hijo ilustre de la provincia.
Los provincianos no se acuerdan de ninguno.
-Fíjense ustedes bien. No faltará por ahí un filántropo, un héroe, un cronista local, aunque sea un ex ministro.
Generalmente, se acaba por elegir al ex ministro, y el escultor, que ya suele tener preparados cuerpos para ex ministros, para filántropos y para generales, no hace más que preparar la cabeza y enchufarla.

Ahora bien, así como hay personas que no son fotogénicas también están aquellas que son poco favorecidas para ser candidatos a estatua y Camba aborda la cuestión.

En una ciudad, cuyo nombre no importa, el poeta local fue desechado porque era tuerto, y se le sustituyó con un abogado.
-¡Un tuerto! –decía el escultor-. Si me dieran ustedes un ciego, les haría una obra magnífica; pero, ¡por Dios!, no me den ustedes un tuerto.
-Es que es el único hombre de algún mérito que tenemos por aquí. El único digno de una estatua.
El escultor fue irreductible:
-¿Cómo va a ser digno de una estatua un tuerto? ¿Cómo va un tuerto a tener mérito?

Finalmente Julio Camba sintetiza los requisitos necesarios para que uno termine en estatua. “Los que no somos tuertos no debemos desconfiar todavía de llegar a tener nuestra estatua; pero para adquirir una personalidad algo estatuaria, debemos dejarnos crecer la barba y vestir siempre de levita.

En los tiempos que corren, lo de la levita sería un exceso de formalismo pero el resto del planteo mantiene su vigencia.

martes, 3 de febrero de 2015

Pronóstico incumplido


Los médicos saben que a Ruben Blades no le falta razón cuando canta “la vida te da sorpresas/ sorpresas te da la vida” y de allí que sean tan cuidadosos a la hora de dar a conocer pronósticos en cuanto a la evolución de los enfermos que están a su cuidado. De allí que con frecuencia se escuche el clásico “pronóstico reservado” (lo que no deja de ser un juego de palabras ya que ese veredicto es válido para todos: sanos y enfermos, pacientes y médicos).


Casos tristes cuando la muerte -escondida tras un maquillaje de buena apariencia- da su zarpazo en momentos en que no se le espera y contradice informes que eran alentadores. Todo lo contrario sucede cuando el final esperado e inminente se rebela, falta a la cita y el paciente se recupera contra todas las evidencias en su contra (por muchas que fuesen). Uno de estos casos lo relata Víctor Hugo Rascón Banda en su libro “¿Por qué a mí? Diario de un condenado” (México, Grijalbo, 2006).
 

Poco a poco me he ido enterando de mi gravedad, o sea, que he estado desahuciado. El doctor Sada me ha dicho que mi final llegó dos veces, entresemana. Yo sabía que había pasado dos domingos, en la tarde.
El doctor Pizzuto me ha explicado, meses después, que dos veces estuve en choque séptico total.
-¿Qué es eso?
-Una intoxicación general.
-¿Como un envenenamiento?
-Más o menos.
-¿Y por qué no me daban medicamentos?
-Lo bombardeábamos a cada minuto, pero usted no respondía. Nadie respondía en su cuerpo.
-O sea que era al revés de lo que pasó en el Convento de Churubusco, cuando los norteamericanos invadieron México; la guarnición del convento se rindió y los militares gringos exigieron el parque. Si hubiera parque, contestó el general Anaya, ustedes no estarían aquí.
-En su caso -me dijo el doctor Pizzuto-, teníamos parque, pero no había soldados.

 

Con su empecinamiento en vivir, Rascón Banda dejó muy mal parados a los facultativos que lo atendían.
 

El doctor Sada me cuenta que lo hice quedar mal, que di al traste con su prestigio médico, dos veces. Me dice, medio en serio y medio en broma, que manché su historial médico.
Una noche, él comentó con el doctor Pizzuto y con su equipo que de esa noche yo no pasaba. Que tenía un choque séptico, hipertensión arterial y el riesgo de una falla orgánica múltiple.
Dice que así se lo hicieron saber a María y a mis familiares, quienes a su vez llamaron a Chihuahua para que mis hermanos y sobrinos prepararan su viaje al funeral.
Que dejó dicho en la central de enfermeras que le llamaran en cuanto sucediera lo que iba a suceder esa noche.
Que se fue a dormir y al amanecer le extrañó no haber recibido la llamada del hospital informando el deceso.
Que se molestó por la falta de atención del hospital al no informarle lo sucedido.
Que se vino al ABC y llegó directamente a mi cuarto.
Que abrió la puerta y esperaba ver la cama vacía.
 

No sería menor la sorpresa que aguardaba al doctor Sada y que describe el propio Rascón Banda.

 
Que, efectivamente, la cama estaba vacía, pero con las sábanas revueltas.
Que al introducir su cabeza hacia el interior del cuarto me vio sentado en el reposet, leyendo el periódico Reforma.
Que levanté la mirada, le sonreí y le dije ¡Buenos días, doctor!
Que él cerró la puerta y se quedó en el pasillo, creyendo que era un fantasma o era su imaginación.
Que volvió a abrir la puerta y ahí estaba yo, mirándolo sonriente. ¡Pásele a lo barrido, doctor!
Que no me reclamó en ese instante, pero que decidió esperar otro momento.
Que como paciente no tengo palabra y no cumplo los diagnósticos.
Que no sabe cómo fue posible que yo me rebelara a su diagnóstico.
Que era imposible que yo estuviera vivo y menos tan sonriente.
Que, aunque han pasado varias semanas, todavía no entiende qué sucedió conmigo.


Como todo un caballero, Víctor Hugo Rascón Banda lamenta los prejuicios que pudo haber ocasionado y ofrece las disculpas del caso: “Perdóneme, doctor, le digo, la siguiente vez trataré de cumplir sus instrucciones, para no hacerlo quedar mal.” Y concluye su testimonio afirmando que los doctores proponen y, a veces, los enfermos disponen. Ni modo.