martes, 30 de enero de 2018

La muerte como espectáculo


El cumplimiento de la pena de muerte dio lugar durante mucho tiempo a verdaderos espectáculos populares considerados aptos para todo público. Así las cosas, los preparativos se cuidaban hasta en sus menores detalles y Wislawa Szymborska nos habla de ello.

(…) participaban grupos de bailarines bien instruidos, cantantes y músicos; el recinto se preparaba y decoraba convenientemente, y todos, incluso los sacrificados, vestían sus mejores galas. Los vendedores daban vueltas entre la muchedumbre con canastos llenos de frutas y pasteles, y los bebés gimoteaban en los brazos de las absortas madres, mientras que los niños ya creciditos abarrotaban las ramas de los árboles de los alrededores.

De esta manera la ejecución de la muerte anunciada se convertía en escenario de encuentro de vecinos. “Esto ya ocurría así –prosigue Szymborska- cuando las cabras aún pacían en las colinas de Roma, y de un modo parecido, cuando las ruinas del Coliseo se convirtieron en el hogar de los gatos salvajes”. Y de acuerdo con la autora, la gente respondía masivamente a dichas convocatorias.

Se pueden escribir multitud de libros sobre la ejecución entendida como una fiesta en la que la asistencia está asegurada. Recordemos que mientras se ahorcaba, descuartizaba o quemaba a un condenado en las plazas públicas, una multitud de cabezas se agolpaba en las ventanas abiertas de par en par, los balcones se derrumbaban debido al peso de los curiosos y, alrededor de la guillotina, nunca faltaban testigos voluntarios.

Aquel espectáculo tenía algo –mucho, quizás- de contenido aleccionador, de recurso didáctico, de educación preventiva. Román Gubern narra una vivencia familiar a este respecto: “(...) mi abuelo me relató cómo, todavía en su infancia, las familias burguesas de Barcelona asistían con sus vástagos a presenciar las ejecuciones públicas (...) y, tras el macabro rito, propinaban un cachete pedagógico a sus niños, para que aprendieran a vivir rectamente.”

Y no se crea que estamos hablando del pasado remoto, Gubern precisa que “de esto hace menos de cien años”.

jueves, 25 de enero de 2018

Conductores de autobuses


Cambia el nombre del oficio (conductores, operadores o choferes), del vehículo (autobuses, camiones de pasajeros, micros, peseros) y de la ciudad que usted elija, pero lo cierto es que su mala fama es casi unánime (poco educados, no respetan el reglamento de tránsito, groseros…). Aun cuando no es fácil salir en su defensa, Gay Talese quiebra una lanza (como se decía en tiempos inmemoriales) por los conductores de la ciudad de Nueva York.
Los 10.000 conductores de autobuses de Nueva York sortean diariamente el peor  tránsito del mundo y son insultados por señoras ancianas, engañados por escolares en el pago de la tarifa, interceptados por los taxis, amenazados por los camiones; todo esto conduciendo con una mano y devolviendo el cambio con la otra, entregando billetes para una transferencia de línea, contestando a mil preguntas, arrancando con los discos verdes, procurando ir a la hora, evitando los baches en el suelo de Con Edison, implorando a los pasajeros para que se vayan hacia atrás, escuchando el incesante sonido del timbre y sufriendo de dolores en la espalda, de úlceras, de hemorroides y presas de un incontenible deseo de  estrellar el autobús contra un muro y marcharse.
A pesar de la fatiga y de las penas, el conductor de autobús de Nueva York se mantiene en general en el anonimato y pasa por la vida con tan sólo media cara visible en el espejo retrovisor. (…)
Puede ver a los pasajeros de pie colgados de las correas como reses de matadero y puede llegar a odiarlos cuando rehúsan desplazarse después de haber repetido  quejumbrosamente por enésima vez:
-Para atrás, por favor; hay sitio atrás.
No le hacen el menor caso y continuarán así hasta que él interfiera en su comodidad... dando un rápido frenazo, no contestando a una pregunta, o no  deteniéndose en una parada mientras tocan el timbre. Día tras día los conductores  siguen esta eterna rutina  reiterativa (…)
Es así como Gay Talese circula en sentido contrario a las opiniones citadinas que se escuchan habitualmente.

martes, 23 de enero de 2018

El cine y la vida


En muy pocas líneas el reconocido director de cine Federico Fellini describe el entorno en el cual se realiza una película.

No hay condiciones ideales para realizar una película, o más bien: las condiciones son siempre ideales puesto que son ellas las que en definitiva permiten hacer la película tal como es. Una actriz que cae enferma y hay que remplazarla, la negativa de un productor, un accidente que interrumpe el rodaje, no son obstáculos sino los elementos mismos a partir de los cuales se hace la película.

En cuanto a la confrontación entre lo ideal y lo posible, añade: “Lo que existe acaba siempre por prevalecer sobre lo que habría podido existir.” Acerca del lugar que ocupa lo inesperado: “No solo los imprevistos forman parte del viaje sino que son el viaje mismo.” Y concluye  

Lo único que cuenta es la disponibilidad interior del autor. Hacer una película no consiste en intentar conformar la realidad a unas ideas preconcebidas, sino estar dispuesto a todo lo que pueda suceder.

Así en el cine como en la vida.

jueves, 18 de enero de 2018

Los grandes riesgos de la ignorancia intermedia


Al escuchar y leer muchas opiniones (sin exceptuar las propias) no deja de admirar la vigencia de Montaigne, quien nos habla recio desde el siglo XVI. El tema que hoy nos ocupa es el de la ignorancia y el célebre ensayista –citado por Josep Maria Esquirol- afirma

(…) hay una ignorancia rudimentaria, que precede a la ciencia, y otra doctoral, que sigue a la ciencia –ignorancia que la ciencia produce y engendra, de igual manera que deshace y destruye la primera-.

Retomando esta línea de pensamiento, Esquirol caracteriza a la ignorancia sabia como el “darse cuenta de que no sabemos nada de lo más importante”. Es por ello que para Montaigne –de acuerdo con Josep Maria Esquirol- “lo peor y lo más pernicioso es el sector intermedio, formado por los que creen haber superado la primer ignorancia y, sin embargo, no han llegado a la segunda; se trata de personas petulantes y dogmáticas (esto segundo, sin saberlo).” Llegado a este punto, Esquirol cita directamente a Montaigne

(…) Los mestizos, que han desdeñado la primera posición, la ignorancia de las letras, y no han podido alcanzar la otra –el culo entre dos sillas, entre los cuales estoy yo y tantos más-, son peligrosos, ineptos, importunos. Son éstos los que turban el mundo. Por eso, por mi parte retrocedo en la medida de mis fuerzas a la primera y natural posición, de donde en vano he intentado salir.

Una vez más queda de manifiesto que Montaigne es uno de esos selectos autores a los que es recomendable volver con frecuencia.

martes, 16 de enero de 2018

El misterio del hombre de la máscara de hierro


Entre los muchos enigmas que guarda la historia encontramos el del hombre de la máscara de hierro. ¿Quién era? ¿Por qué se ocultaba su identidad? Walter Benjamin -quien entre 1927 y 1933 condujo un programa de radio (algunos de ellos han sido difundidos en el libro Juicio a las brujas y otras catástrofes. Crónicas de radio para jóvenes)- se interesó en el tema.
(…) Para saber lo que pasaba en la Bastilla, nada mejor que la historia del hombre de la máscara de hierro, que ahora pasaré a contarles:
El jueves 18 de septiembre de 1689 a las 3 de la tarde, el director de la Bastilla, señor de Saint-Mars, llegó aquí por primera vez proveniente de la isla Santa Margarita (donde había otra cárcel grande). En su coche trajo a un prisionero cuyo nombre se mantiene en secreto y que está siempre enmascarado. Primero lo metieron en la torre de la Bassinèrie (todas las torres de la Bastilla tenían nombres especiales). A las 9 de la noche, cuando ya había oscurecido, me ordenaron llevarlo a la tercera habitación de otra torre, una habitación que antes había tenido que equipar cuidadosamente con todos los muebles imaginables.
Este testimonio es lo único que tenemos por escrito sobre el hombre de la máscara de hierro. Hasta la noticia de su muerte, que encontramos asentada en el diario del mismo subteniente cinco años más tarde, el lunes 19 de noviembre de 1703:
El prisionero desconocido, que anda constantemente velado tras una máscara de terciopelo negro y que el director trajo consigo hace cinco años desde la isla Santa Margarita, ha fallecido hoy a eso de las diez, luego de haberse sentido un poco mal ayer al volver de misa, pero sin haber estado realmente enfermo antes.
Al día siguiente lo sepultaron, y el subteniente anotó meticulosamente en su diario que el entierro costó 40 francos. Se sabe también que el cuerpo fue enterrado sin cabeza, a la que cortaron en varios pedazos y enterraron en lugares distintos para asegurarse de que resultara irreconocible. Tanto miedo tenían el rey de Francia y el director de la Bastilla de que, tras su muerte, finalmente se develara quién había sido el hombre de la máscara de hierro, que dieron orden de quemar absolutamente todo lo que había usado: su ropa interior, sus vestidos, el colchón, las sábanas, etc. Blanquearon las paredes de la celda que había ocupado, no sin antes rasquetearlas esmeradamente. La precaución se llevó al extremo de aflojar todas las piedras de los muros y levantarlas una tras otra, por temor de que el hombre de la máscara de hierro hubiese escondido un papel o dejado otro signo por medio del cual pudiera ser identificado. Su máscara no era de hierro, aunque a ella debía su nombre, sino que estaba hecha de terciopelo negro, endurecido con barba de ballena. Se la habían ajustado por la nuca con una cerradura lacrada y estaba construida de tal modo que no sólo resultaba imposible que se la quitase por sí mismo, sino que ninguna otra persona hubiera podido liberarlo de ella si no contaba con la llave correspondiente. Lo que sí podía hacer sin esfuerzo era comer con la máscara puesta; pero había orden de matarlo al instante si usaba la boca para darse a conocer.
Por supuesto que el caso se prestó para múltiples conjeturas, hipótesis, suposiciones y Benjamin describe una de ellas.
Le daban lo que pedía. Por la consideración que le demostraban se deducía que era un hombre distinguido, pero también por muchos otros indicios, como su predilección por las sábanas finas y los trajes costosos, y por su virtuosismo para tocar la cítara. Su mesa estaba siempre cubierta de las comidas más selectas, y pocas veces el director se atrevía a sentarse en su presencia. Un viejo médico de la Bastilla, que de vez en cuando revisaba a este curioso hombre, explicó más tarde que nunca había logrado verle la cara. 
El hombre de la máscara de hierro tenía una figura muy bella, una conducta excelente y conquistaba a todo el mundo con el timbre de su voz. Pese a toda su aparente humildad y sumisión, se dice que igual logró hacer llegar al mundo una señal sobre su persona. Según cuentan, un día tiró por la ventana un plato de madera, en el que encontraron grabado a cuchillo el nombre Macmouth.
Esta historia juega un papel muy importante en los innumerables intentos que se han hecho por identificar al misterioso prisionero. Todos los investigadores coinciden en que sólo podía ser de la más alta alcurnia, probablemente hasta de una dinastía reinante.
Por ese entonces reinaba en Inglaterra el rey Jacobo II, contra el que se había alzado un hijo de Carlos II como “antirey”. Este rey no oficial era el duque de Monmouth, que se había dejado fusilar para salvarle la vida a su amo, mientras que el verdadero conde había huido a Francia, donde fue arrestado por Luis XIV. El hombre de la máscara de hierro sería este duque.
Sin embargo al final de aquel programa de radio dirigido a jóvenes, Walter Benjamin reconocía que hasta el momento no había nada concluyente. “Esto es lo que quería contarles. Aunque deben saber que, con el correr de los siglos, ha surgido toda una serie de explicaciones que no son peores que esta. Sin embargo, hasta el día de hoy ninguno de los muchos historiadores que investigaron este tema pudo arribar a ninguna certeza.”  

jueves, 11 de enero de 2018

Libros para el viaje


Se aproximan las vacaciones, es buen momento para regresar al tema de los libros y los viajes. Ya nos hemos referido a ello (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2012/08/cuando-los-libros-se-van-de-viaje.html) y en aquella ocasión mencionamos la importancia de no exagerar en la cantidad de libros que cargamos. Aun teniendo en claro que para los aficionados a la lectura no es fácil partir y dejar los libros, habrá que hacer una selección de material de lectura para el tiempo que dure la ausencia. Para quienes no lo logren, las opciones serán permanecer para no despegarse de los libros o viajar con todos tal como dicen le sucedía –de acuerdo a lo narrado por Manuel J. Prieto- a Abdul Kassem Ismael.

Este hombre, sabio y gran visir persa, nacido en el año 936 y muerto en el 995, viajaba siempre acompañado de su biblioteca. Y no podemos decir precisamente que esta fuera pequeña, ya que estaba formada por unos ciento diecisiete mil volúmenes. ¿Cómo transportaba tal cantidad de obras? Las ruedas de aquella biblioteca, si se pueden llamar así, eran cuatrocientos camellos que marchaban en perfecta y ordenada fila india. Y remarco lo de ordenada, ya que cada camello tenía su posición concreta. De ese modo los libros seguían clasificados y colocados a pesar de encontrarse en tránsito y los bibliotecarios podían llevar a su señor cualquier obra que pidiese en cualquier momento.

Han pasado los años y tenemos otros medios de transporte que propician la lectura. A esto se refiere Carlos Illescas “(…) el a veces calumniado camión de pasajeros, el vagón de ferrocarril o el avión, en su caso, resultarán en lugar de celdas carcelarias, gratas y móviles estancias, sobre todo por lo que aportan de complicidad a los afanes lecturales (perdonando el casi neologismo)”. Por cierto que Illescas recomendaba que para seleccionar los libros que llevaremos de viaje, además de tener en cuentas los días que pasaremos fuera, habrá que considerar el clima en el lugar de destino.

A propósito de lo último deberá efectuarse la selección con la finalidad de que si se va a un ambiente frío se impone el libro altamente belicoso pero moderadamente erótico para evitar contratiempos, o al revés; y si el asunto se presenta al contrario, entonces se precisa de la frígida elegancia de un ensayista inglés. Pero si se quisiera no ser tan obvios, la elección recaería en México, país en el que también sobrenadan muchos témpanos ilustres, cuyas páginas ayudarían a conllevar con alivio la soflama tropical.
En caso de que el lector previese el desierto en su recorrido le conviene elegir al pronto autores cuya espontaneidad florida lo metan en poblados bosques los cuales las aves repiten a García Lorca y los arroyos a Neruda, sólo por decir algo.

Aunque con estas cuestiones del cambio de clima no será fácil seguir las sugerencias del maestro Carlos Illescas.

martes, 9 de enero de 2018

Los lunes


En otra ocasión ya nos hemos referido a este tema (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2011/01/san-lunes.html). Pero el asunto es que sobre los lunes siempre queda mucho por decir y la revista Muy Interesante (septiembre 2012) profundiza en el asunto. 

A la mayoría de la gente no le gustan los lunes. Y el científico australiano Tim Olds acaba de identificar uno de los motivos. Según revela un estudio que se presentará (…) en la Conferencia de la Asociación Austroasiática sobre el Sueño, la noche que menos dormimos es la que transcurre del domingo al lunes. Y eso hace que empecemos la semana con una considerable falta de sueño.
Sus resultados se basan en un experimento masivo con 4.000 niños y adolescentes australianos de edades comprendidas entre 9 y 18 años. Analizando sus hábitos, Olds ha llegado a la conclusión de que estamos acostumbrados a trasnochar los viernes y los sábados, y que “el domingo nos acostamos tarde porque no queremos dejar el fin de semana atrás”. Esto causa un déficit de horas de sueño que tiene consecuencias negativas, como un sistema inmune más débil, dificultades para memorizar y problemas de atención. 

Al mismo tiempo aporta un dato con precisión sorprendente. “Según un estudio realizado a finales del año pasado por la compañía británica Marmite, el malestar de los lunes por la mañana se traduce entre otras cosas en que, en promedio, la gente no empieza a sonreír hasta las 11:16 a.m.” En mi entorno puedo afirmar con contundencia que el retraso en relación a ello es evidente…

Obviamente, tomando en cuenta lo ya señalado, se producen efectos de consideración en el ámbito laboral que no sólo –tal como afirma el artículo de la revista Muy Interesante- tienen que ver con el ausentismo de los trabajadores que, por cierto, ese día se incrementa notablemente.

Además, en el trabajo el rendimiento se limita a 3-5 horas de trabajo productivo y tenemos un 50% más de posibilidades de llegar tarde al "curro" [trabajo] este día de la semana. Por otra parte, el estudio calcula que los individuos con edades comprendidas entre 45 y 54 años pasan más de 12 minutos quejándose cada lunes. Y los trabajadores pasan más tiempo hablando con sus compañeros este día de la semana.

Conscientes de esta situación, los consumidores -según describe Luis Melnik- se conducen con ciertas precauciones a la hora de realizar sus compras.

Una vieja leyenda cuenta que los norteamericanos se cuidaban muy bien de comprar vehículos terminados un lunes. Parecía estadísticamente demostrable que esos coches tendrían mayores problemas porque los operarios y técnicos cargaban sus resacas alcohólicas del fin de semana y su precisión en el armado sufría penosas lagunas. 

¿Es posible mejorar este síndrome lunático de los lunes? ¿Hay alternativas? El artículo de la revista ya citada presenta algunas sugerencias.

El estudio revelaba también que algunas actividades para mejorar el lastre emocional de saber que arranca la semana laboral son practicar sexo, comer chocolate y ver la televisión. Planificar un viaje también reduce el tedio de los lunes.

¿Será?

jueves, 4 de enero de 2018

El poder mágico de las flores


Uno de los misterios que la ciencia no ha podido resolver es por qué algunas personas tienen “buena mano” para las plantas y el cuidado de las flores, mientras que a otras nomás no se les da. Sabido es que hay que hablarles pero el secreto parece estar en el tono, en la forma, en lo que se les cuenta. Tal vez algún día la ciencia pueda aclarar el punto.

Hay quienes consideran que tener flores en casa es cuestión superflua, mientras que para otros es algo esencial, imprescindible, porque la cosa es fácil de entender: sin ellas la vida simplemente no es. 

Y es que a veces las flores traen buenos recuerdos y curan la soledad, como tal vez sucedía a aquel viejito francés al que nos remite don Atahualpa Yupanqui.

Así como ese viejito francés que usted ve ir al mercado y compra dos tomates, tres zanahorias, midiendo sus centavitos porque gente que pasó la guerra sabe lo que es economía, pero que guarda unas monedas para llevarse un bouquet de violetas; un viejito francés que no quiere comer sin flores. 

Algunos no dudan de su poder curativo, como las flores de Bach o a las de California que son muy conocidas pero también hay que considerar –de acuerdo a un texto atribuido a Stephen Gilligan- a las violetas africanas de Milwaukee. 

Una mujer mayor experimentaba una fuerte depresión que la tenía encerrada en su casa imposibilitada para pedir ayuda. 
Su familia estaba muy preocupada y pidieron al psiquiatra Milton Erickson que fuera a visitarla a su casa. Aunque desconfiaban de la terapia, ya que la mujer era reacia a aceptar la situación que estaba atravesando. 
Ella pertenecía a una comunidad religiosa local aunque en esa época no acudía a ningún acto de culto. 
Cuando Erickson acudió a su casa para entrevistarse con ella se dio cuenta de que cultivaba Violetas Africanas, una rara especie difícil de mantener en Milwaukee. El terapeuta centró la conversación sobre estas flores aludiendo a la habilidad que se necesita para cultivarlas. Hablaron de lo agradable de contemplar flores tan exóticas de unos colores tan extraordinarios. 
Erickson sugirió a la mujer que estuviera atenta a las personas de su comunidad y que podría dedicarse a regalar una violeta cuando considerara que esto podía agradar o ayudar de algún modo a alguno de sus vecinos. 
El psiquiatra no habló en ningún momento acerca de cómo se encontraba ella, sino que se fijó en una capacidad que la mujer tenía y que aparentemente no intervenía en la cura de su depresión. 
La mujer mejoró cultivando las Violetas Africanas de Milwaukee. 

Finalmente recordemos aquello de que hay flores para todas las ocasiones, tal como lo refiere Franz Hessel: “(...) el pálido letrero de una jardinería comercial [en Berlín de comienzos del siglo XX] hace el efecto propio de canción popular: ‘Flores para la alegría y el dolor’.”

martes, 2 de enero de 2018

Ley seca


La prohibición de venta de alcohol estuvo vigente desde 1920 hasta 1933 en los Estados Unidos. ¿Cuál fue su origen? Walter Benjamin -quien por aquellos años conducía un programa de radio (algunos de ellos han sido difundidos en el libro Juicio a las brujas y otras catástrofes. Crónicas de radio para jóvenes)- se refiere a ello.

No sé si han oído hablar sobre el problema del alcohol. Pero seguro que han visto algún borracho, y basta con observar a una persona en esa situación para entender por qué los hombres se preguntaron si el Estado no debía prohibir la venta de alcohol. En Estados Unidos llevaron esta idea a la práctica en el año 1920, a través de una ley que modificó la Constitución. Desde entonces rige allí la así llamada “Prohibition”, es decir que es ilegal vender alcohol, salvo con fines medicinales. ¿Cómo llegaron a esta ley? Por un montón de motivos, y si uno empieza a investigarlos, aprende de paso muchas cosas importantes sobre los norteamericanos.
Un día de diciembre de hace siglos, los primeros colonos europeos, antepasados de los norteamericanos blancos, desembarcaron con su pequeño barco Mayflower en la rocosa costa de lo que hoy es el estado de Massachusetts, donde queda la ciudad de Plymouth. Hoy se los llama “lo cien por ciento”, aludiendo a la lealtad de sus convicciones, a su fortaleza y a sus imperturbables principios religiosos y morales. Estos primeros inmigrantes pertenecían a la secta de los puritanos. Su influencia puede sentirse en Estados Unidos hasta el día de hoy. La “Prohibition” o “ley seca” es una de las derivaciones de este cristianismo puritano. Los norteamericanos la llaman “el noble experimento”. Para muchos de ellos, la ley seca no es sólo un asunto de salud o económico, sino algo religioso. Ellos llaman a su país “la morada de Dios” y dicen que promulgar esa ley era un deber divino.

Sin embargo las razones para defender la ley seca –continúa Benjamin- no sólo fueron de tipo moral y religioso, el factor económico también incidía.  

Uno de los mayores adeptos de esta ley es Henry Ford, el rey de los automóviles. Pero no porque sea puritano, sino porque dice: “Yo sólo puedo vender los autos tan baratos gracias a la prohibición. ¿Por qué? Antes, el trabajador promedio gastaba una gran parte de su salario semanal en el bar. Ahora que no puede gastar su dinero en tragos, se ve obligado a ahorrar. Una vez que ha empezado a ahorrar, se da cuenta de que pronto le alcanzará para un auto. Así he multiplicado mis ventas de autos gracias a la ley seca”, dice Ford.
Muchos fabricantes norteamericanos piensan como él, porque las grandes empresas no sólo venden más a causa de la prohibición, sino que también pueden fabricar más barato. Un trabajador que no bebe rinde mucho más que uno que bebe con regularidad, aunque sea poco. De ahí que la misma fuerza de trabajo produce más que antes. Y si bien la diferencia no es grande, este pequeñísimo rendimiento adicional de cada individuo se multiplica en la economía de un país por la cantidad de sus trabajadores y por todas las horas de trabajo a lo largo de los años.

Es importante acotar que estos efectos positivos en el ámbito económico admiten controversia, tal como lo hace Walter Benjamin.

Nosotros los europeos, que miramos la cosa desde la distancia, tendremos que pensar si los suecos, los noruegos y los belgas, que han luchado contra el consumo de alcohol en sus países de manera menos radical y con leyes mucho más indulgentes, no han avanzado más que los norteamericanos con su violencia y su fanatismo.

Por otro lado muchas de sus consecuencias negativas fueron incontestables. La “parálisis del jengibre”, que nos explica el doctor Oliver Sacks, es prueba de ello.

La así llamada parálisis del jengibre había causado terribles daños neurológicos durante la Prohibición, cuando los bebedores, a los que se negaba poder beber legalmente, se pasaron a un extracto alcohólico muy fuerte de jengibre de Jamaica que se podía comprar libremente como “tónico para los nervios”. Cuando quedó claro que la gente podría acabar abusando de él, el gobierno le añadió un compuesto de sabor muy desagradable, el triortocresilfosfato, o TOCP. Pero esto no disuadió a los bebedores, y pronto se descubrió que el TOCP era de hecho un poderoso veneno para los nervios, aunque actuaba lentamente. Para cuando se percataron de eso, más de cincuenta mil estadounidenses habían sufrido un daño nervioso considerable y a menudo irreversible. Las personas afectadas mostraban una parálisis característica de los brazos y piernas y desarrollaban una manera de andar peculiar y fácilmente reconocible, el “paso del jengibre”.

Asimismo en este periodo, y por medio del control de la venta clandestina de alcohol, se fortaleció la mafia que tuvo mayor presencia en varias ciudades de los Estados Unidos. El oficio de contrabandista de alcohol se convirtió en una ocupación altamente redituable y Benjamin alude al ingenio que requería.

Las ideas de los bootleggers para contrabandear sus líquidos son de lo más alocadas. Cruzan la frontera disfrazados de policías, con la carga de whisky bajo los cascos. Organizan funerales sólo para poder pasar el aguardiente dentro de los ataúdes. Se ponen ropa interior de caucho que está llena de licor. En los restaurantes venden muñequitos o abanicos con una botella adentro. Pronto no habrá ningún elemento, por muy inofensivo que sea (paraguas, cámaras de fotos, cañas de botas), en cuyo interior la policía aduanera no sospeche que podría haber whisky. La policía y todos los norteamericanos.

Al cabo de los años la ley seca se fue haciendo de muchos enemigos que –como dice Walter Benjamin- la enfrentaron por muy diferentes razones.

Hace un par de semanas tuvieron lugar las elecciones norteamericanas para la Cámara de Representantes. También ahí la ley seca jugó un papel importante. Las elecciones mostraron que tiene muchos enemigos. Y no sólo, como quizá piensen ustedes, entre los que simplemente quieren beber, sino también entre personas muy inteligentes, sobrias y reflexivas, que están en contra de las leyes que son transgredidas por la mitad de los habitantes de un país, convirtiendo a los adultos en niños traviesos que sólo hacen una cosa porque está prohibida; leyes cuya aplicación le cuesta al Estado una cantidad increíble de dinero y que a muchos de los que las infringen les cobra la vida. Para que esta ley siga en vigencia es necesaria la existencia de los bootleggers, que se han hecho ricos gracias a ella.

No está de más señalar que fue al amparo de la prohibición como muchas ciudades fronterizas, del lado mexicano, vieron radicalmente transformada su cotidianeidad. De ello nos ocuparemos en otra ocasión.