martes, 9 de abril de 2024

… pero que influye, influye

 

Muchos son los autores que critican -y con muy buenas razones- las campañas de promoción de la lectura, sea por problemas de diseño, visión parcial de la realidad, estrategias fallidas, etc.

Por lo general estas voces críticas entienden que la afición a la lectura no se trasmite en cruzadas, sino por contagio; de tal manera que el gusto por la lectura llega, por obvio que resulte, por medio de la lectura. Claro está que lo anterior conduce a la necesidad de seleccionar en forma cuidadosa y conveniente los textos propuestos, tomando en cuenta las características específicas de la persona o el grupo en quien se busca incidir.

Sin embargo, aun tomando distancia de quienes entienden que la lectura constituye la panacea de todos los males, es posible reconocer la enorme trascendencia que ella adquiere en la vida de las personas.

Gregorio Luri comparte uno de los tantos ejemplos al respecto.

La madre de Benjamin Carson, director de neurocirugía pediátrica del Johns Hopkins, era una empleada doméstica que se dio cuenta de que la gente de éxito que vivía en las casas en las que trabajaba, pasaba más tiempo leyendo que mirando la televisión, así que decidió que sus hijos solo verían tres programas de televisión a la semana y dedicarían una parte de su tiempo libre a leer libros de la biblioteca pública. Al terminarlos le debían entregar un comentario escrito que ella repasaba en silencio, poniendo algunas marcas indescifrables en los márgenes.

Años más tarde, Benjamin Carson descubrió que su madre no sabía leer.

Al concluir estas líneas no podemos dejar de preguntarnos cómo se adaptaría esta historia al presente, en que la televisión se ha visto sustituida por todo tipo de pantallas y cuando los estudios dan cuenta del mucho tiempo dedicado a la exposición en las redes.

miércoles, 3 de abril de 2024

Breverías Mexicanas + Crónicas Agradecidas

 Me alegra comentarles que he publicado una nueva compilación: “Breverías mexicanas” (Madrid, Editorial Y griega, 2024).

Se trata de un conjunto de citas de autores mexicanos que se refieren a muy diversos aspectos de la vida cotidiana. Algunas invitan a soltar la carcajada; otras duelen en serio. Autores como Joaquín Antonio Peñalosa, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Rosario Castellanos, Jorge Ibargüengoitia, Germán Dehesa, Juan Villoro, entre muchos otros, se hacen presente con su mirada inteligente y aguda. Mi tarea, como en tantas otras ocasiones, fue reunir estas voces.

Estoy en búsqueda de lugares (instituciones educativas, casas de la cultura, bibliotecas, clubes, asociaciones, empresas, casas particulares, etc.,) para hacer la presentación del libro. Se contempla la posibilidad de hacerlo en forma virtual para quienes viven fuera de Ciudad de México.

Existen diversas opciones:

·         presentación de la compilación - venta del libro 

·         presentación de “Crónicas agradecidas”: un recorrido por algunos aspectos de la idiosincrasia mexicana, a partir de la mirada de quien (como es mi caso) llega procedente de otros rumbos. Ello permite, a partir de un enfoque humorístico, detener la mirada en ciertas características del ser y el quehacer nacional (duración aproximada 1 ¼ hr) - venta del libro

·         presentación de “Crónicas agradecidas” acompañada de música en vivo (duración aproximada 2 hr) - venta del libro.

La agenda queda abierta.

Agradezco la difusión que puedan dar a esta propuesta.

Los saludo, confiando se encuentren bien.

 

Gerardo Mendive

gemendive@yahoo.com.mx

Whatsapp: 5541262798

martes, 19 de marzo de 2024

Bibliotecas que no aceptan libros

 

Nada fácil resulta darle cauce a la buena intención de donar libros cuando uno entiende que ha llegado la hora de hacerlo. Por lo general este momento va acompañado de una buena dosis de melancolía, tristeza o dolor. Algo de consuelo se encuentra cuando los libros se mudan a un lugar donde serán útiles a personas lectoras.

Pero las dificultades no son solo emocionales, sino también prácticas; tal como lo atestigua Juan José Millás. “Decido desprenderme de un montón de libros que ya no sé dónde meter porque mi casa, como mi cabeza, tiene sus limitaciones. Llamo a la biblioteca de mi barrio para ofrecérselos gratuitamente, como una donación, pero no los aceptan.”

Y la misma situación se repite en nuevos intentos. “Llamo a otras bibliotecas públicas y tropiezo con idéntica negativa pese a que les estoy ofreciendo autores de primera calidad.”

Ello le parece absurdo por lo que propone algunos símiles. “Me digo que es como si en el banco no te aceptaran el dinero. Sería absurdo. O como si fueras al Museo del Prado con un Goya y te dijeran que gracias, pero que les crea muchas complicaciones, pues hay que ficharlo, catalogarlo, colgarlo y cuidar de él.”

Así las cosas, Millás llega a una dura conclusión. “Entiendo que las bibliotecas son las únicas instituciones que reniegan de lo que hacen. Tienen los libros por obligación, porque no les queda más remedio, porque lo que les gustaría de verdad sería convertirse en bancos.”

Llega a imaginar lo que sucedería en una situación diferente. “De hecho, estoy seguro de que si en lugar de las obras completas de Shakespeare encuadernadas en piel les ofrecieran un millón de euros envuelto en papel de periódico, lo aceptarían con una sonrisa de oreja a oreja.”

sábado, 16 de marzo de 2024

Breverías Mexicanas y Crónicas Agradecidas

 

Me alegra comentarles que ya se encuentra en proceso de edición una nueva compilación: “Breverías mexicanas”.

Se trata de un conjunto de citas de autores mexicanos que se refieren a muy diversos aspectos de la vida cotidiana. Algunas invitan a soltar la carcajada; otras duelen en serio. Autores como Joaquín Antonio Peñalosa, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Rosario Castellanos, Jorge Ibargüengoitia, Germán Dehesa, Juan Villoro, entre muchos otros, se hacen presente con su mirada inteligente y aguda. Mi tarea, como en tantas otras ocasiones, fue reunir estas voces.

Es por ello que estoy en búsqueda de lugares (instituciones educativas, casas de la cultura, bibliotecas, clubes, asociaciones, empresas, etc.) para hacer la presentación del libro a partir del día 1 de agosto. La agenda queda abierta.

La organización de estas actividades puede ser en diversas opciones:

a)    presentación de la compilación - venta del libro

b)    presentación de “Crónicas agradecidas”: un recorrido por algunos aspectos de la idiosincrasia mexicana, a partir de la mirada de quien -como es mi caso- llega procedente de otros rumbos. Esta actividad permite, a partir de un enfoque humorístico, detener la mirada en ciertas características del ser y el quehacer nacional (duración aproximada 1 ¼ hr) - venta del libro

c)    presentación de “Crónicas agradecidas” acompañada de música en vivo (duración aproximada 2 hr) - venta del libro.

Como siempre, agradezco enormemente la difusión que puedan dar a este programa. Sé que cuento con ello.

 


martes, 5 de marzo de 2024

Ni el sol se salva

 

Somos muchos quienes creemos que nos sería muy difícil, o de plano imposible, vivir en lugares donde el sol brilla por su ausencia y es que hay regiones en las que se hace del rogar. Aun cuando suena muy exagerado, dejo constancia del dato que ofrece Julia Muriel Dominzain en relación a Rusia: “Es raro que (…) durante todo el mes de diciembre de 2017 el sol haya salido seis minutos en total.”

Existe evidencia empírica en cuanto a que su reaparición después de varios días nublados o lluviosos (que también tienen su encanto), es celebrada con una notable mejoría en el estado de ánimo colectivo.

De ahí que con frecuencia quede asociado a la idea de fuerza, como dice Álvaro Cunqueiro: “Explotó de pronto el sol tal y como viene en Hölderlin: una fuerza irresistible armada de rayos” (…) En otras ocasiones al halago, referencia del mismo Cunqueiro: “(…) porque eres rubia, no debes huir en la noche, porque muchos verán el sol, escribió Al Safir al Taliq (…)” También se lo vincula a la alegría porque según Alfredo Mario Ferreiro: “El sol se ríe a carcajadas amarillas (…)” Y no puede faltar la celebración de la renovada sensación de asombro y admiración que provoca, porque según Hannah Jane Parkinson: (…) sabemos que el sol se pone todos los días y no por eso nos parece menos bonito verlo”.

Hubo épocas en que sus efectos en la piel ponían de manifiesto el hábito de trabajo a la intemperie, por lo que sectores dominantes pintaban su raya para que no se les confundiera; a ello se refiere Miguel A. Delgado

(…) [la historia que] llevaba a los nobles de hace siglos a presentar una tez lo más cadavérica posible como demostración de que apenas estaban al aire libre, no como las gentes que tenían que trabajar todo el día en el campo o yendo de aquí para allá, sin posibilidad de ponerse a resguardo del sol.

Pero las cosas cambian, tal como señala Delgado, a impulsos de las modas. “Como ya sabemos, se terminó por superar esa limitación, sobre todo cuando la piel morena se consideró bella.”

La historia continúa y no hace mucho que los médicos en general, y los dermatólogos en particular, han encendido las alarmas. Es la triste historia del amigo (al que se ha llegado a identificar como “el poncho de los pobres”) que puede devenir en adversario; nuevamente recurrimos a Miguel A. Delgado

(…) cabe suponer que, si un mínimo de racionalidad vuelve a imponerse, ahora que conocemos los enormes perjuicios que puede provocar en nuestra piel la exposición a la radiación solar, más pronto que tarde el bronceado, en especial el de las personas con una piel muy blanca, dejará de ser algo universalmente saludado para convertirse en la señal delatora de alguien más bien poco juicioso.

Se presentan también casos peculiares como el que narra José Jiménez Lozano de un amigo suyo que lo veía con desagrado, sino con franca aversión.

Yo he conocido a alguien que parecía tener algo personal con el sol (…). Creo que la tenía tomada con el sol, porque le parecía que era quien ponía fin a sus juegas nocturnas, y eso no se lo perdonaba. En cierta ocasión, le sorprendió de modo singular el amanecer, y respondió a otros juerguistas como él que le invitaban a ir a otro lugar a proseguir la diversión: “yo no voy, que ya está ahí ese”, refiriéndose al sol.

Y dejo a los especialistas que aclaren esa expresión tan mexicana que indica que a alguien “lo traen asoleado”.

En lo dicho, ni el sol se salva de ser causa de controversia

jueves, 29 de febrero de 2024

Pensamientos en camino

Hay reflexiones que se originan en la lectura, el estudio, la biblioteca, en el reposo y la quietud; mientras que otras aparecen al estar en movimiento. Esto último le aconteció a Marta D. Riezu cuando andaba de viaje.

(…) En aquellas carreteras fronterizas con Suiza pensé en la conexión entre los viñadores -gremio que desconozco- y los diseñadores de moda independientes, que sí conozco algo. Ambos logran que en esos mundos enfangados aún haya cosas que valgan la pena.

Y luego se pregunta de qué manera se conforma la confluencia de estos dos mundos en principio tan distantes. “¿Cómo? Con el punto justo de inconsciencia. Respetando la naturaleza. Trabajando con modestia y sin distracciones. Centrados en sus intereses, sin dar explicaciones ni perderse en caminos secundarios. Pensando en pequeño.”

El cierre no se hace esperar. “¿Para qué ser grande? Ser grande es un lío, lo complica todo.”


miércoles, 28 de febrero de 2024

Dudosa atribución de los inventos

 Este asunto se las trae por varios motivos.

Durante mucho tiempo a nadie interesó que su nombre quedara en la memoria colectiva asociado a un invento (algo parecido aconteció en el terreno del arte cuando firmar una obra podía ser interpretado como inmodestia, dado que el papel de la persona era tan solo ser ejecutor de la inspiración divina). En todo caso la mayor satisfacción del innovador posiblemente fuera sentir que había contribuido al bienestar colectivo.

Por otra parte, siempre deben haber existido quienes se atribuyeron una creación que en realidad habían copiado de otros; los vivillos han estado presentes a lo largo de la historia.

Asimismo, y tal como lo refiere Luis de Zulueta, se desconoce el nombre de quienes fueron responsables de innovaciones que trajeron aparejados grandes beneficios sociales.

La modificación, al parecer, pequeña, de un instrumento o herramienta puede provocar transformaciones decisivas en la vida humana.

Los griegos y los romanos, como es sabido, enganchaban sus animales de tiro por el cuello, con lo que era muy escasa su fuerza de tracción. Las caballerías no podían sustituir a los esclavos. Todo el genio de un Aristóteles no sirvió para inventar un pretal o correaje racional para una bestia de tiro. Ese modesto invento medieval de la collera o de los arreos que permiten al animal hacer fuerza con el pecho y los hombros, ha tenido quizás en la marcha de la sociedad humana mayor influjo que “La Política” del filósofo de Estagira. Nos decía el eminente profesor francés Paul Rivet, recordando un libro de su compatriota Lefévre des Noëttes, que esa humilde invención de caballeriza, más que todas las doctrinas humanistas y las predicaciones evangélicas, había facilitado en Europa la supresión de la esclavitud.

Según Peter Burke -citado por Víctor Roura- fue en el siglo XV cuando se impuso la costumbre de dejar registro de los inventos.

El arquitecto renacentista Filippo Brunelleschi puso en guardia a un colega frente a quienes pretendían arrogarse el mérito de las invenciones de otros. De hecho, la primera patente conocida se otorgó al mismo Brunelleschi en 1421 por el diseño de un barco. La primera ley sobre patentes fue aprobada en Venecia en 1474. El primer derecho de autor registrado para un libro se otorgó al humanista Marcantonio Sabellico en 1468 por su historia de Venecia y el primer derecho de autor de un artista lo concedió en 1567 el Senado de Venecia a Ticiano para proteger los grabados impresos de sus obras de imitaciones desautorizadas. La regulación echó a andar lentamente.

Pero aun con la aparición de oficinas especializadas en vigilar los derechos de inventores y creadores, la atribución puede seguir despertando dudas.

Y para argumentar el punto tan solo recurro a dos ejemplos.

No recuerdo quien decía hace muchos años que su tío había inventado los pañuelos de papel, o kleenex como habitualmente se les llama, porque desde siempre llevaba parte de un rollo de papel higiénico en el bolsillo trasero de su pantalón.

Del segundo caso fui testigo. No de la ejecución del invento, pero sí de su vislumbre. Aun recuerdo con enorme emoción cuando siendo niño me padre me llevaba al cine, en la ciudad de Montevideo, a ver películas de Cantinflas. A él le molestaba que el público se riera mucho ante algunas escenas porque ello impedía escuchar lo que seguía. Recuerdo perfectamente cuando me dijo: “algún día habrá que inventar algo en que uno pueda parar la película para reírse a gusto y después seguir viéndola”. He ahí el origen de las videocaseteras que recién hicieran su aparición varias décadas después.


martes, 27 de febrero de 2024

Más allá de las franjas etarias

 Llega un momento en la vida en que cumplir años puede tomarse con cierta ambigüedad: agradecimiento por el privilegio de un año más y azoro ante la suma que ya va siendo abultada.

En un contexto como el actual que invita a mantenerse con aires de juventud todo lo que sea posible, no faltan los mensajes consuelo: que lo importante no es el exterior sino el interior de la persona, que los 70’s de hoy equivalen a los 50’s de antes, etc.

Y uno feliz con esos mensajes que hacen más llevadero el inexorable paso del tiempo, para decirlo con una expresión tan convencional.

Sin embargo, hay espacios que no se han sumado a esta tendencia como el que tiene que ver con la cotización de los seguros de gastos médicos. Allí hablan solamente los números, todo lo demás les tiene sin cuidado, les hace los mandados.

Pero también se presentan otros casos dignos de análisis, como el que alude Rosa Montero en un artículo al que tituló “Extramuros”; veamos de qué se trata.  

Acabo de advertir un hecho inquietante: que todos los estudios de opinión que en el mundo hay están habitualmente divididos por franjas de edad, y que esas franjas, ay dolor, terminan siempre en el filo apocalíptico de los 44 o 45 años. Y así, los encuestados se reparten en segmentos que van, pongamos, de los 15 a los 24, de los 25 a los 35, de los 36 a los 44, y luego, abruptamente, se llega a la frontera del espacio exterior y todo se reduce a un humillante apartado que tan sólo especifica: “de 45 en adelante”.

Esto lleva a que la escritora realice algunas consideraciones en relación a tal clasificación, en la que por cierto advierte cierta dosis de dureza innecesaria.

Ya sé que no somos eternos, y que el tiempo pasa, y que uno se va haciendo un cuarentón, y después un cincuentón, y después un sesentón, y poco después un muerto, pero aun así, ese ominoso derrumbe en las encuestas me parece demasiado brutal. Es como si más allá de las columnas de Hércules de los 45 sólo viniera la mar del fin del mundo, el océano incógnito por el que se desploman irremisiblemente todos nuestros barcos, nuestras carnes, nuestras esperanzas, nuestras horas, todo nuestro futuro despeñado.

En el artículo referido Rosa Montero no omite las posibles razones de tal división. “Tal vez los responsables de las estadísticas, que se supone que deben de conocer los intríngulis del comportamiento humano, establezcan esta división porque a partir de los 44 o 45 la mayoría de los encuestados ya no modifica su opinión (…)” Claro está que ello no constituye precisamente un mensaje alentador: “(…) interpretación ésta que no sólo no me consuela nada, sino que me espanta, porque no hay mejor manera de morirse en vida que sentarte encima de tus propias ideas y ya no menearte de ese ínfimo rincón del universo.”

Como no quiere concluir sus disquisiciones con mal sabor de boca, Montero (se)ofrece un mensaje más esperanzador.

Sea como fuere, ahora que estoy pisando el borde mismo de la nada me fijo más que nunca en aquellas personas que ya lo traspasaron hace tiempo, por ver si es que te autodestruyes o qué pasa. Pues bien, tranquilidad: los hay mayores de 45 con aspecto muy vivo. Pese a todo, extramuros no debe de ser un lugar tan terminal como parece.

Todo esto escribía Rosa Montero en el ya lejano año de 1996.

El tiempo le dio la razón, detrás de extramuros hay mucha vida por delante.


jueves, 1 de febrero de 2024

Credo personal

 

Difícil vivir sin un conjunto de creencias que cada quien va haciendo suyas a lo largo de la existencia. Algunas de ellas llegan heredadas de la familia, del grupo, de la cultura. Otras incorporadas como acto plenamente soberano.

Esta unidad de creencias (que puede admitir paradojas y contradicciones) va cambiando a lo largo del tiempo, a partir de las vivencias afrontadas y de los diversos momentos de la vida.

José Mateos comparte su credo:

Creo en los hilos invisibles que enlazan a vivos y muertos;

creo en la belleza, que nos invita a existir más plenamente;

creo en el misterio de la claridad y en la bondad sin motivo que se pasea por los hospitales, por las cárceles, bajo el estruendo de la guerra;

creo en el vuelo de los pájaros alrededor de las espadañas

y en las ramas esenciales del invierno;

y en los perros que ladran a las motocicletas

y en los cordones desatados de las botas de los niños.

Creo en todas las exageraciones de la alegría.

En opinión de Mateos nada ni nadie podría poner en controversia a su credo personal. “Si mañana alguien me demostrara que no hay nada y que todo es un bostezo de la materia, eso ¿en qué podría afectarme? Porque mi creencia no se apoya en ningún libro.” El mismo autor aclara de dónde viene esa fortaleza indestructible. “Es más poderosa que cualquier dogma y cualquier razonamiento. Es la verdad de la música. La verdad del amor. Una verdad que deduzco de tu presencia intangible. Una verdad que es tan consustancial al corazón como la sangre o los latidos.”

lunes, 29 de enero de 2024

Prevenirse de la vejez

 

En la múltiple y variopinta temática de cursos, talleres, seminarios, encuentros, jornadas, etc., que se ofrecen por doquier, hay un gran ausente: Reflexiones para intentar aprender a envejecer.

Más allá que este vacío se entienda debido a que los interesados en inscribirse serían muy pocos en esta sociedad en la que se procura por todos los medios permanecer -a como de lugar- dentro del círculo de jóvenes, atléticos, agraciados y sanos. ¿Y quién querría abrir un negocio con vocación de quiebra?

Sin embargo lo cierto es que para una parte de la humanidad la vejez llega: antes o después; de manera paulatina o abrupta; en presentación amigable o adversa…Por tanto, institutos que dicten cursos sobre cómo prevenirse de la vejez cumplirían un importante servicio social. Y prevenir en los dos sentidos: el de “conocer de antemano o con anticipación un daño o perjuicio”, así como también en el de “preparar y disponer con anticipación lo necesario para un fin”.

Una de las líneas del plan de estudios debería estar enfocada al colapso de contradicciones, cambios súbitos de conducta, incoherencias… que pueden darse en el proceso de irse haciendo viejo, con los estragos personales y familiares que ello acarrearía. A este punto se refiere Carlos G. Vallés

Si llegamos a vivir lo bastante, la vejez vuelve a traer una segunda infancia, y algunas de nuestras inhibiciones de toda la vida se borran, y controles que pasaban por permanentes se aflojan al fallar la memoria, debilitarse la fuerza de voluntad y soltarse los vínculos de la autodisciplina con el ocaso progresivo de las facultades conscientes. Así es como la avanzada edad llega a recuperar la inocencia de la infancia, y la censura que ha durado una vida entera se levanta en su último tramo. Eso explica cómo sentimientos de odio, sentidos y expresados libremente en los primeros años de vida, y reprimidos luego en aras de la buena educación y la moral, vuelven a salir a la superficie en la vejez, con dura expresión que asombra y entristece a los que presencian la explosión, y con frecuencia a la misma persona que la protagoniza.

Y para que la cosa no quede en teoría, Vallés recurre a un caso concreto narrado por Eduardo Galeano.

La abuela de Bertha Jensen murió maldiciendo. Ella había vivido toda su vida en puntas de pie, como pidiendo perdón por molestar, consagrada al servicio de su marido y de su prole de cinco hijos, esposa ejemplar, madre abnegada, silencioso ejemplo de virtud: jamás una palabra de queja había salido de sus labios, ni mucho menos una palabrota. Cuando la enfermedad la derribó, llamó al marido, lo sentó ante la cama y empezó. Nadie sospechaba que ella conocía aquel vocabulario de marinero borracho. La agonía fue larga. Durante más de un mes, la abuela vomitó desde la cama un incesante chorro de insultos y blasfemias de los bajos fondos. Hasta la voz le había cambiado. Ella, que nunca había fumado ni bebido nada que no fuera agua o leche, puteaba con voz ronquita. Y así, puteando, murió; y hubo un alivio general en la familia y en el vecindario.

Reconoce Carlos G. Valles que este tipo de situaciones de ninguna manera le resultan exageradas, ajenas o extrañas.

He conocido casos como ése en mi propia experiencia, demasiados, por desgracia, para considerarlos casos aislados. Santos hombres y santas mujeres de acendrada virtud y vida modélica que, al llegar a edad avanzada, pierden por pura decadencia de neuronas el control férreo que había sostenido sus firmes caracteres, y ante la angustia de quienes los oyen y de la suya propia dejan escapar una corriente de lenguaje proscrito que parece no acabar nunca.

A renglón seguido Vallés -y creo que todos coincidiremos con él- expresa que no quisiera que esto le sucediera. “No quiero reventar de viejo, si es que llego a serlo; y, aunque no llegue a viejo, no quiero ir por la vida con la triste carga de resentimientos escondidos y odios secretos.”

Así pues, este podría ser uno de lo temas a tratar en los cursos o seminarios que proponemos. Pero como en toda instancia educativa de preferencia no sólo hay que plantear el problema, sino también sugerir alternativas para hacerle frente y Carlos G. Vallés nos ofrece la suya.

Quiero limpiar rincones, barrer debajo de la alfombra, ventilar quejas, confesar envidias. Quiero enfrentarme a la mezcla que llevo dentro, a la bestia y al ángel, al fiel compañero que soy y al mezquino traidor que también puedo ser, al bienhechor de todos y al orgulloso tirano: que todos esos caracteres están dentro de mí, y bien lo sé yo. Si me enorgullezco de conocer el amor, también he de admitir que cedo al odio.

En síntesis: “Sólo si ventilo mi casa a tiempo, puedo evitar ahogarme en mi propio humo cuando ya sea demasiado tarde. No quiero morir maldiciendo.”

Queda hecha la invitación a abrir puertas y ventanas para no asfixiarnos en el esfuerzo de mantener una imagen sin fisuras.