viernes, 31 de enero de 2020

Amistad y política


Sucede con frecuencia que las discrepancias ideológicas ponen en graves riesgos a la amistad. De ahí que ciertos grupos de amigos, con el fin de llevar la fiesta en paz, llegan a un acuerdo: no hablar ni de política ni de religión (y hay quienes agregan fútbol).

Pero cuando se trata de personajes públicos cuyas ideas son conocidas, el problema se vuelve más complejo. En esos casos es usual que la llama de la amistad se apague, por lo que quienes tuvieron vínculos estrechos –a veces, durante muchos años- pasan a tener un trato lejano, distante.

Y en algunos casos hasta se vuelven invisibles.

Esto le sucedió a Max Aub, quien el 23 de febrero de 1952 redactó la siguiente misiva.

Carta a un comunista que hizo lo posible por no saludarme en el entierro de don Enrique González Martínez.
Mi querido amigo,
Te vi, me viste e hiciste que no me veías, distrayendo la mirada, fijándola más allá de donde me encontraba. El porqué es claro: no te gusta lo que escribo estos últimos años. No se trata de la calidad (no se deja de saludar a los malos escritores -lo que tal vez sería saludable-), no, sino que supones -crees, voy a admitir- que mi literatura "no está en la línea" del partido político al que perteneces.
Lo siento, porque te tenía, te tengo, por mi amigo. Y, ¿qué es un amigo? Por lo visto existe un concepto comunista de la amistad que no admite la divergencia de ideas. Es una lástima. Porque sabes que creo que lo más probable es que, en un tiempo más o menos lejano, los comunistas regirán el mundo y me sabe muy mal que con ellos venga a imponerse este nuevo concepto de la amistad, ese afecto desinteresado que, por lo visto -y no visto en esta ocasión- sí es, en vosotros, interesado, con lo que, sencillamente, deja de existir.

Hasta ahí la dolida carta de Max Aub.

jueves, 30 de enero de 2020

En defensa de los gordos


Al estar gordo uno se sitúa fuera de la moda, lejos de los modelos estéticos de nuestro tiempo. Es más, en muchos casos los gordos sufren un verdadero bullying social al tiempo que se los psicoanaliza con una liviandad que asusta: descuidan su cuerpo, padecen desórdenes alimentarios, con la comida compensan carencias de su primera infancia…

Pocas son las voces que salen en su defensa rebelándose contra la llamada tiranía de la delgadez. En la solapa del libro Con la boca abierta. Una visión mordaz de la cultura mitigada por la gastronomía de Antonio Bernabeu se afirma que

(…) la naturaleza siente fascinación por las geometrías en curva y, precisamente por ello, al distribuir los perfiles de los seres humanos, se decanta en favor de los gordos y obesos. De los segundos, hablaremos muy poco, prácticamente nada, porque la terapéutica de mórbidos los excluyó de las viejas retóricas, los sacó de las dulces nostalgias y los condujo a la leprosería de las diez plagas bíblicas. En cambio, nuestra vacilante cultura tendría que esforzarse en devolver su apagado prestigio a esos gordos sencillos, de cintura turgente, carrillo tumefacto y culo abovedado, sometidos a un trato de arcángeles caídos, criaturas malditas que arrastraron con ellas, en su declinación, la antigua fantasía de los sueños celestes, el hechizo del banquete platónico, el brillo de la próspera cornucopia, el discurso con método, la imagen exultante, la trasgresión sin duelo y el exceso glorioso.

No conviene desconocer que hubo otros tiempos en los que la gordura estuvo bien vista aun cuando ocasionalmente tuvieran lugar accidentes gastronómicos de consideración.

Y, es que el gordo de los tiempos pasados fue todo un prototipo y un símbolo admirado, (…) cuando las gentes sabían apreciar (…) las comidas de hasta veinte mil calorías, con el riesgo de accidentes gravísimos, como el que acabó con la vida del buen De la Mettrie, por una indigestión al devorar entero, después de una gran cena, un paté de faisán con trufas añadidas, según explica Giacomo Casanova.

Asimismo –según se afirma en la solapa del libro referido- la hostilidad hacia los gordos por parte de los flacos es muy injusta porque “cuando la tuvo, la supremacía del gordo nunca llegó a basarse, o al menos no tan sólo, en el ofensivo contraste que marca la opulencia frente al mundo del hambre.”

Otro autor que sale en defensa de los gordos -mientras critica lo que caracteriza como efebocracia- es Jorge Bustos en oportunidad de comentar el libro Comimos y bebimos de Ignacio Peyró.

La lectura de este libro contracultural nos absuelve de la austeridad que nos imponen los nuevos ayatolás de la salud, es indulgente con nuestro sobrepeso, nos reconcilia con lo viejo: esa condición proscrita por la efebocracia de Instagram.

Sin embargo, Bustos establece una importante diferencia.

Pero ojo: hay gordos y gordos. Hoy la obesidad es una patología de masas embrutecidas por el colesterol industrial. Si hemos de ser gordos, nos dice Peyró, seamos gordos como los de antes: los que ensancharon su volumen corporal con sabiduría y constancia, no los que se atracan de comida basura con precipitación.

Concluye Jorge Bustos retomando una pregunta formulada por Ignacio Peyró en el libro reseñado: “¿Qué prefieren ustedes, morir antes comiendo rosbif y bebiendo armagnac bajo la mirada paternal de un retrato del duque de Wellington o acumular trienios a fuerza de compartir aguacates con tu profesor de spinning?”

miércoles, 29 de enero de 2020

Cuando el escritor quiere pasar a la acción


Hay momentos en la vida de algunos escritores que sienten cierta insatisfacción por lo que perciben como su falta de acción. Así, aparece el cansancio por la soledad de su labor, por limitarse a emitir opiniones y juicios acerca de los demás, por ver las cosas de fuera, por existir en el entorno de la teoría; en definitiva, por no jugársela más.

Algo de esto le sucedió a Giovanni Papini.

El saber no me bastaba ya; quería actuar. No me satisfacía plenamente escribir; quería proyectar mi voluntad en las cosas y en los espíritus. Ansiaba salir de esta contemplación sin límites, de este desgranar palabras y conceptos sin vida, de estos fuegos de artificio de efímeras ideologías, de cohetes paradójicos y de  girándulas fantásticas. Estaba harto de permanecer a la expectativa, de comentar  y de juzgar lo que hacen los demás; de criticar y destruir solamente. El mundo puramente cerebral, vertebral y de papel en que me debatía se me aparecía árido y sin esperanza. Era preciso emprender alguna empresa más amplia, más fecunda, más concreta.

Para Papini había mucho de pasividad en su dedicación de tiempo completo a la lectura y la escritura. Quería pasar a la acción, sin embargo no le convencía cualquier tipo de activismo.

Pero no para  lanzarme en la vida primordial y animal de todo el mundo, en los negocios habituales, en las tareas ordinarias, en la acción que se reduce a una  fiera repetición, en la lucha que no es más que la lucha por el pan y por el techo, por el dinero, por la mujer y por la autoridad. 

¿Por dónde siguió su vida?, ¿qué tipo de acciones decidió emprender?, ¿llegó a ese mayor compromiso que tanto anhelaba?

martes, 28 de enero de 2020

Los exploradores y la lectura


La cuestión acerca de ¿qué leer? adquiere relevancia dada la presencia de diversos gustos e intereses. Simon Leys nos cuenta la experiencia de dos grandes expedicionarios en relación a ello.

Las personas prácticas y los hombres de acción en especial tienden a menudo a desaprobar la ficción literaria. Consideran la lectura de literatura creativa una actividad frívola y debilitante. En este sentido, es bastante revelador, por ejemplo, que el gran explorador polar Douglas Mawson –uno de nuestros héroes nacionales- diera a sus hijos el consejo firme de no perder el tiempo leyendo novelas: en vez de ello, les pidió que leyeran sólo obras de historia y biografías para convertirse en individuos sanos.

Leys toma distancia de las opciones de Douglas Mawson respecto a la lectura al tiempo que se identifica con Ernest Shackleton.

Puesto que Mawson sólo nos llevó hasta la Antártida también podría añadir (…) que yo siempre he preferido el ejemplo de Ernest Shackleton (un hombre mucho más grande). En la oscurísima profundidad del desastre, cuando todos los miembros de su expedición tuvieron que aligerar el equipaje de todo lo que fuese indispensable, él se negó a abandonar su amado ejemplar de las poesías completas de Browning.

Concluye Simon Leys con una sugerencia: “Alguien tiene que escribir algún día una tesis doctoral sobre ‘El papel de la poesía en la exploración polar’ (…)”

Y todavía hay quienes dicen que la lectura no sirve para nada.

lunes, 27 de enero de 2020

Los extraterrestres


No sé si es por falta de información relativa a la materia pero da la impresión  que el tema de los extraterrestres ha perdido un poco de vigencia. Tal vez se deba a que la problemática global que enfrentamos en el mundo de hoy nos deja con pocas ganas de todavía encima andarle buscando por otros lados. O bien porque hemos decidido aceptar el exhorto de Woody Allen: “Dejen de buscar cosas raras, los extraterrestres somos nosotros.”

Claro que el tema no es como para tomárselo a las risas pero no es fácil resistir a la tentación cuando damos con esta historia narrada por Manuel Rivas.

Ahora se habla poco de extraterrestres, pero cuando empezaron las emisiones de TVE [televisión española], eran un tema de moda, un símbolo de la modernidad. Aprovechando cualquier oportunidad, los periodistas preguntaban a todo el mundo qué le dirían si se encontrasen a un extraterrestre. En Santiago de Compostela, una señora contestó: “Yo no les diría nada, que no soy de aquí, que vine a comprar unos zapatos”.

El mismo Woody Allen en “Muerte (Una comedia)” vuelve a ocuparse del asunto.

Gina: Para mi la ciudad de noche es tan fría y negra y vacía. Debe de ser algo así como estar en el espacio exterior.
Kleinman: Nunca me ha importado el espacio exterior. 
Gina: Pero si estás en el espacio exterior. Somos esa bola grande y redonda que flota en el espacio… No se puede distinguir qué es lo que está arriba y qué es lo que está abajo…
Kleinman: ¿Y te parece eso bueno? Yo soy un hombre a quien le gusta saber qué es lo que está arriba y qué es lo que está abajo y dónde está el cuarto de baño. 
Gina: ¿Crees que existe vida en alguna de esos billones de estrellas que hay ahí arriba?
Kleinman: Personalmente no lo sé. Aunque he oído decir que puede haber vida en Marte, pero el tipo que me lo contó se dedica a los géneros de punto.

En fin que el desconcierto es grande. Si alguien se entera de algo más, por favor avise.

viernes, 24 de enero de 2020

Anécdotas de gente de teatro


Entre tantas noches de funciones, tertulias posteriores a las mismas, charlas en los ensayos, biografías de actores y varios etcéteras, es lógico que se difundan buenas historias del medio que convocan a la risa, si no es que de plano a la carcajada.

En esta pequeña muestra comenzamos con una referida por Francisco Madrid.

Noel Coward visitó a George Bernard Shaw. Al dramaturgo irlandés le causó grata impresión el visitante. Hablaron largamente y se rieron mucho. Luego, al final, y a la hora de despedirse, George Bernard Shaw le dijo:
-Usted es autor, actor y director... ¡Cuídese! El pato nada, camina y vuela pero todo lo hace mal, rematadamente mal...

Por su parte el actor Alberto Candeau cuenta que

(...) cierta vez, a Laurence Olivier le preguntó su señora, destacada actriz, cómo debía encarar su personaje de Filomena Marturano, cómo equilibrar y controlar sus desbordes meridionales. Aquel, el actor inglés, el intelectual, el motivado, el neoclásico, el célebre intérprete de Shakespeare, le contestó:
-Primero, apréndete bien la letra y luego trata de no tropezar con los muebles en escena.
Ironía, a que sólo tienen derecho los genios.

W. Bienstock y Curnonsky pone el ejemplo de cuando una es la respuesta esperada por el director y muy otra la entregada por la actriz.

De paso en  un teatro de Ruan, el director Preville formulaba algunas observaciones a una actriz que representaba el papel de amante abandonada, y cuya acción era nula.
-Es muy fácil, sin embargo. Imagínese que ama usted locamente. Pues bien; su amante la abandona... ¿Qué hace usted, entonces?
-¿Yo? Me busco otro.

Finalmente, Homero Alsina Thevenet cuenta una verdadera pieza de antología.

El actor John Barrymore (1882-1942) fue un especialista en Shakespeare y uno de los más famosos intérpretes de Hamlet. Resultaba así muy lógica la pregunta que le hizo un periodista:
-Dígame, Mr. Barrymore, ¿usted cree que Hamlet y Ofelia se acostaban juntos?
Tras reflexionar un instante, el actor replicó:
-Sí, por lo menos en la compañía que representaba la obra en Chicago.

Como el material abunda, es posible que en algún momento volvamos sobre el tema.

jueves, 23 de enero de 2020

De quienes viven en estado de reposo


Estos tiempos tan acelerados en que vivimos invitan a llevar una existencia a las prisas, caracterizada por la velocidad y la actividad permanente. Ya nos hemos referido a ello (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2012/09/en-el-carril-de-alta-velocidad.html).

Pero como en todo hay excepciones y están aquellos que prefieren vivir a modo lento, tomarse su tiempo antes de encarar cualquier iniciativa. Seguramente todos conocemos a alguien que entra en esta clasificación; en lo que a mi respecta evoco a El Fatiga (apodo al que siempre supo honrar). Este también era el caso del tío Nehemías de quien nos habla Amos Oz.

(…) el tío Nehemías era una persona lenta a la que no le gustaban los cambios; cuando estaba de pie era casi imposible hacer que se sentase. Y si ya estaba sentado no había forma de hacerle levantar. Le decían: Levántate, Nehemías, por favor, ¡hombre!, vamos, es tardísimo, levántate de una vez, ¿hasta cuándo piensas seguir sentado? ¿Hasta mañana? ¿Hasta el próximo Yom Kippur? ¿Hasta que venga el Mesías?
Y él les contestaba: Por lo menos.
Y se quedaba pensando un rato en eso, se rascaba, sonreía con picardía, como si hubiese descubierto nuestras intenciones, y añadía: No hay que apagar ningún fuego.

¿Qué fue de la vida del tío Nehemías? ¿A qué fuegos se refería? ¿Habrá llegado a su destino más tarde que los demás?

miércoles, 22 de enero de 2020

De lapsus y gazapos


Cada país puede coleccionar una amplia muestra de ellos y los de los políticos son muy celebrados por la aversión que muchas veces producen entre el personal. En esto -como en tantas otras cosas- si los comete uno mismo, familiares o amigos, enseguida se apela a la indulgencia plenaria; pero cuando la víctima del error (y a veces del horror) es alguien por quien sentimos antipatía, entonces pedimos para él todo el peso de las leyes del buen decir.
José Luis Melero presenta una muestra de la vida política de España.
Algunos de los lapsus y gazapos de los políticos en los últimos años son ciertamente divertidos. (…) los errores de Mariano Rajoy se han hecho ya célebres: dio gracias a las autoridades cubanas cuando estaba delante de las peruanas, (…) y su frase de que “Lo que nosotros hemos hecho, cosa que no hizo usted, es engañar a la gente” dio la vuelta al mundo. 
Pero según Melero mención aparte merece un político catalán de la década de los treinta del siglo pasado.
(…) Joan Pich i Pon, alcalde lerrouxista de Barcelona y gobernador general de Cataluña en 1935. Sus errores y gazapos dieron nombre a un género sublime: las “piquiponadas”. Una de las más célebres es la que pronunció aquel día en que quiso reconocer que había cometido una: “El otro día dije una de órgano…”. 
Es importante tomar en cuenta –de acuerdo a lo que sostiene Melero- que el personaje de marras procedía de un entorno familiar de poca cultura libresca, lo que invita a mayor consideración en relación a sus gazapos.
Pich i Pon fue un hombre hecho a sí mismo, de familia humilde, que apenas sabía leer y escribir y que, por esas cosas de la política, llegó a ocupar los más altos cargos. Anduvo metido en los líos del estraperlo y se exilió nada más comenzar la Guerra Civil. Murió en París en 1937.
Asimismo conviene no olvidar que la fina oratoria de muchos políticos provenientes de círculos sociales selectos y distinguidos, no fue obstáculo para que cometieran todo tipo de corruptelas e injusticias. 
Precisado lo anterior, y siempre citando a José Luis Melero, celebremos los lapsus y gazapos del citado personaje. 
Josep Maria Albaigés, que ha recopilado sus principales piquiponadas en el libro La divertida incultura, declaró que tal vez la más antigua y recordada es la que pronunció en un acto público: “Al oír cantar La Marsellesa, se me erizan los pelos del corazón”. Pero hay otras muchas gloriosas: “Este calor es impropio de estos días. Parece que hayamos entrado en plena calígula”, “Para mí, el tirano más famoso fue el Tirano de Bergerac” o la que pronunció tras asistir a un entierro: “Estuve allí de cuerpo presente”. 
Ya habrá oportunidad de volver con el tema dado que por nuestros rumbos tenemos verdaderas joyas del género que pueden competir seriamente con las aquí mencionadas.

martes, 21 de enero de 2020

Historia de un lapicida que sabe mirar


A la pregunta ¿es posible escribir sin saber leer?, casi todos coincidiríamos en responder que no. Pero una vez más la vida nos sorprende por medio de lo sucedido a Michel Tournier.
Hace poco, en Arles, me encontré con un fenómeno curioso: alguien que escribía sin saber leer. Había recogido a un autostopista de regreso de Fontvieille, el pueblo de las Cartas de mi molino de Daudet. Cuando llegamos a casa, le regalé un ejemplar mío dedicado. Mientras tanto, me había contado que trabajaba como “lapicida” en la empresa de un marmolista. Eso significa que se dedicaba a grabar nombres y fechas en las lápidas sepulcrales. Aquel oficio me encantó por su lúgubre romanticismo.
Al día siguiente, llamó a la puerta de mi casa. Era, según me dijo, para devolverme el libro. En su casa, todo el mundo se había burlado de él, porque no sabía leer.
Entonces le pregunté cómo podía ejercer el oficio de lapicida.
-Hombre, pues me dan el modelo y yo lo copio, ¡cómo va a ser! Yo no sé leer, pero sé mirar.
Al compartir lo que le había acontecido, Tournier descubrió que era algo bastante habitual en el gremio.
Hablé de esta curiosidad epigráfica en presencia de Jean-Maurice Rouquette, conservador de los museos de Arles. Me confirmó que los lapicidas y los sepultureros pertenecían a una clase de artesanos demasiado modesta para saber leer. Sin embargo escribían, y sus textos siguen sorprendiéndonos.
Permítasenos enunciar una moraleja que esta historia trae servida en bandeja: a diferencia de aquel lapicida muchos somos los que sabiendo leer no sabemos mirar.

lunes, 20 de enero de 2020

Teatro vs cine


Hace ya mucho tiempo había quienes reconocían que no les gustaba el cine, que preferían ir al teatro; era cuestión de fidelidad porque asistir “al cinematógrafo o al biógrafo para ver una cinta” significaría una traición de grandes dimensiones.

Sin llegar a esos extremos Wislawa Szymborska propone una comparación entre ambos, en la que favorece claramente al teatro. Los paralelismos comienzan con la duración de los diálogos.

Valoro en gran medida todo eso que el teatro puede ofrecernos y el cine, no. Solo en el teatro es posible un diálogo largo, demasiado largo incluso, y que siga reinando un respetuoso silencio en la sala. El cine, por lo general, no maneja bien los diálogos largos, debe fragmentarlos en tomas cortas. Y es algo completamente diferente.

Claro que no podía faltar el tema de la cercanía del público con los actores y lo que tiene de arte efímero la actuación en cada función.

Solo en el teatro puede sentirse el latido de los actores, porque son personas vivas. Jamás actuarán hoy como lo hicieron ayer, como tampoco la actuación de mañana será igual que la de hoy. La película conservada en celuloide solo es una versión de las muchas posibles, puede que la mejor, puede que no, pero eso jamás podremos saberlo.

Asimismo para Szymborska únicamente en el teatro es posible que tenga lugar lo que llama milagros; lo ejemplifica con uno de los tantos que le tocó presenciar.

(…) solo en el teatro sucede a veces algo, que a falta de una definición más certera, podemos catalogar de milagro. Recuerdo Pastoral de Schiller, representada al poco de terminar la guerra. En cierto momento, en uno de los lados del escenario apareció un pastorcillo y comenzó a tocar su violín. No hizo nada más, ninguna mueca, ningún gesto. Estaba allí de pie y tocaba con la cabeza levemente inclinada. Y, sin embargo, pese a que en mitad del escenario tenía lugar un dinámico y colorido espectáculo, la sala entera no podía dejar de mirarlo solo a él. Después, al leer el programa, me enteré de que se trataba de un actor, por entonces, desconocido para mí: Tadeusz Lomnicki.

Aun cuando sería posible añadir otras muchas diferencias entre ambos espectáculos (como la de que para asistir al teatro la gente se vestía o el uso del tradicional programa de mano), con lo ya señalado es suficiente para iniciar el debate entre aficionados a ambos géneros.

viernes, 17 de enero de 2020

El filósofo de Güemez


Un gran estudioso de la cultura mexicana como lo fue el padre Joaquín Antonio Peñalosa nos presenta al personaje.
"El que anda de buenas, no anda de malas. Carro que no tiene gasolina, no llega a ninguna parte. Se está muriendo mucha gente que no se había muerto antes. Si no llueve p'al día último de este mes, ya no llovió en este mes". Así hablaba el famoso filósofo de Güemez. ¿De Güemez? Sí, porque el filósofo vivió en este municipio del estado de Tamaulipas, fundado en 1749 por el colonizador don José de Escandón, el cual dio este nombre al municipio y a su cabecera en honor al 41 virrey de la Nueva España, don Juan Francisco de Güemez Horcasitas y Aguayo, primer conde de Revillagigedo que, entre otras cosas, promovió la conquista del Nuevo Santander.
De boca en boca de los tamaulipecos, andan estos proverbios, máximas y agudezas del filósofo de Güemez, cuyas frases de certero y gracioso realismo, se han popularizado en toda la nación. (…)
Quien quiera medrar en política, siga al pie de la letra el consejo del filósofo: "Como los frijoles de olla, arriba o abajo; pero siempre dentro".

Diversos autores –entre ellos Joaquín Antonio Peñalosa y Ramón Durón Ruiz- se han dado a la labor de recopilar sentencias del connotado filósofo de Güemez; hemos seleccionado algunas:

* Todo lo hondo es bien profundo.
* Cuando el gallo canta en la madrugada… pue' que llueva mucho, que llueva poco o que no llueva nada.
* Las vacaciones son como las brujas… se pasan volando.
* Andamos como andamos porque somos como somos.
* Una cosa es una cosa… y otra cosa es otra cosa.
* ¡La confianza dura… hasta que se acaba!
* El que pide la mano de una mujer… lo que realmente desea es el resto del cuerpo.
* Todo tiempo pasado fue anterior.
* Pa' que el barco flote… a fuerza tiene que estar en l'agua.
* Lo que está bien… no puede estar mal.
* ¡Cría cuervos y tendrás muchos!
* Agua que no corre es charco.
* Si dos perros corretean a una liebre y el de adelante no la alcanza, el de atrás… menos.
* Si no llegó… es porque no vino.
* Todo lo que sube tiende a bajar... a menos que se quede arriba.
* Lo que de aquí pa'llá es subida, de allá pa'cá es bajada.
* El uno siempre va antes del dos, pero en el veintiuno, se fregó el uno.
* El que se chingó… se chingó.
* Cuando hay… hay. Cuando no hay… no hay.
* Quien tenga perros, que los amarre y quien no... pues no.

Y es que, como dice Peñalosa, “los refranes son filosofía en sandalias, como la filosofía es refrán en riguroso frac.”

jueves, 16 de enero de 2020

La muerte de Gaudí


No deja de ser paradójico que Antoni Gaudí, cuya obra le demandó tanta atención en infinidad de detalles, haya tenido un momento de tal distracción que le provocara la muerte. Y es que como dice José Luis Melero
Hay gente que se pasa la vida pensando en las musarañas. Pero a veces basta con que lo hagas una sola vez, en el momento más inoportuno, para que tenga trágicas consecuencias. 
Así le aconteció al célebre arquitecto catalán.
Es lo que le pasó a Gaudí el 7 de junio de 1926 cuando iba a cumplir con su visita diaria a la iglesia de San Felipe de Neri. Iría pensando en las musarañas cuando fue atropellado por un tranvía en la Gran Vía de las Cortes Catalanas, entre las calles de Girona y Bailén. 
Fue un personaje sumamente peculiar lo que –según la misma fuente- quedó de manifiesto en la forma en que vestía al momento del accidente.
Su aspecto descuidado hizo que lo tomaran por un pordiosero y no fuera atendido de inmediato. Murió tres días más tarde. 
Y ya en el terreno de la suposición agrega José Luis Melero: “si hubiera vestido como un buen burgués (…) tal vez las cosas hubieran sido de otro modo”.

miércoles, 15 de enero de 2020

Perec, los amigos y una singular exposición


Según Kim Nguyen Baraldi para Georges Perec los amigos eran cosa seria y tanto Paulette –su pareja- como él rendían un verdadero culto a la amistad.
Marcel Benabou y Georges Perec se conocieron en 1959 cuando, junto a otros jóvenes, decidieron fundar una revista de estética marxista, La ligne générale. La revista nunca vio la luz, solamente se publicaron una docena de artículos en revistas afines, pero tuvo el mérito de consolidar un grupo de amigos que acompañaron a Perec durante toda su vida: Roger Kleman, Marcel Benabou, Claude Burgelin, Jean Crubellier (que daría su nombre al barco a vapor “Commandant-Crubellier” de Las cosas y a la calle “Simon-Crubellier” del inmueble de La vida instrucciones de uso, ¡qué suerte!), Pierre Getzler y su más viejo amigo Jacques Lederer.
Todos estos amigos acudían sin previo aviso a las reuniones semanales que Georges y su pareja Paulette organizaban en su apartamento de la rue du Bac, cada martes a partir de las cinco de la tarde.  Se instauró una divertida tradición: “los martes de la rue du Bac”. El Sr. y la Sra. Perec recibían en su salón homenajeando y parodiando la antigua tradición francesa de los círculos literarios.
En este contexto no tiene desperdicio un episodio que cuenta Nguyen Baraldi. Desafortunadamente Pierre Getzler –artista que integraba aquel círculo de amigos- no encontraba espacio para exponer su obra. No es difícil imaginar la frustración que ello implicaría para el artista, por lo que Paulette y Georges Perec propusieron una alternativa.
En ese mismo apartamento, también tuvo lugar, en diciembre de 1967, una singular exposición. El pintor Pierre Getzler no conseguía exponer en ningún sitio. Así que, si nadie quería exponer al talentoso Getzler, pues ya se ocuparían de hacerlo Perec y sus amigos. Durante una semana, el apartamento de la rue du Bac se convirtió en una improvisada galería de arte. Perec desempeñó el papel de comisario y se esmeró en crear el catálogo de la exposición. 
“Esta anécdota –concluye Kim Nguyen Baraldi- refleja muy bien cómo era Georges Perec y el amor que tenía por sus amigos.”

martes, 14 de enero de 2020

Eso se llama Historia y nunca debes tener miedo


Muchas veces el dilema reside en ¿ver o no ver?, ¿encerrarse o asomarse al balcón para observar la vida?
La historia la cuenta George Steiner y la retoma Luís Pousa bajo el título “Las persianas”.
Tal vez con los años el relato ha ido creciendo y adornándose hasta alcanzar la belleza de la épica. Lo cuenta George Steiner. Sucedió cuando el futuro escritor tenía apenas seis años y la familia ya se había instalado en París huyendo de Viena y del avance de las pisadas y cristales rotos del nazismo. Pero en 1935 el nazismo no estaba ni mucho menos recluido en Austria y Alemania, así que también persiguió a los Steiner hasta el centro de París. Aquella tarde, el pequeño Steiner volvía con su niñera del liceo por la calle de la Pompe y se cruzó con un grupo de fascistas que caminaban detrás del coronel La Rocque gritando “¡Muerte a los judíos!”. Cuando al fin llegaron a casa, su madre, asustada por el tumulto, ordenó que bajasen las persianas para no soportar aquellos gritos inmundos. 
De acuerdo con lo narrado por Steiner –citado por Pousa- las cosas cambiaron cuando apareció el padre.
Pero entonces, recuerda Steiner, apareció su padre y dio la contraorden: “Subid las persianas”. En lugar de proteger al niño de aquel griterío infame, Steiner padre lo sacó al balcón y le pidió que mirase aquella escena atentamente. Los extremistas seguían con su enfermiza cantinela detrás del coronel: “¡Muerte a los judíos! ¡Muerte a los judíos!”. Y entonces, su padre le explicó a George Steiner de qué iba todo aquello:
-Eso se llama Historia y nunca debes tener miedo.
Aquí concluye el relato de Steiner pero Luís Pousa exhorta a tomar ejemplo de ello ante la realidad que hoy se vive.
Supongo que el tiempo y el talento literario de Steiner habrán embellecido el episodio original. Qué más da. Lo único que importa es que en estos días en que a la historia se le da de nuevo por pasar bajo nuestro balcón tengamos claro exactamente eso: que sólo es la historia y que no debemos tenerle miedo. 
Previene de lo que significaría reaccionar bajando las persianas. “Porque lo contrario, dejar que el terror nos paralice hasta el punto de bajar las persianas de Occidente, sería traicionar a todos los que sí supieron aguantar la mirada despiadada de la historia.”

lunes, 13 de enero de 2020

Aquella pareja de ancianos


Seguramente a todos nos ha sucedido. Nos cruzamos en la calle, en el parque, en el transporte público con alguien que por algo llama nuestra atención. Más aún, nos impresiona, ignora que es portador de un mensaje que está dirigido a nosotros. Nunca lo habíamos visto, posiblemente nunca lo volveremos a ver. 
Pasa el tiempo y aquel rostro permanece muy vívido en nuestra memoria. Tal vez a alguien le haya sucedido lo mismo con nosotros y en este momento nos esté recordando.
Misterios de la vida.
Le sucedió a Michel Tournier cuando viajaba en tren de Kioto a Tokio y su mirada se detuvo en una pareja.
Muchedumbres en el tren, porque la huelga ha provocado la supresión de ciertos trenes. Vamos de pie hasta Nagoya. Pero la incomodidad de la postura se ve ampliamente recompensada por la presencia de una pareja de ancianos admirables. 
Y en pocas palabras, muy pocas, los describe. “Él seco y alto, muy guapo. Pero ella…” Sí, ella fue punto y aparte.
La señora lo marcó tanto que Tournier, sin pedir permiso, se atrevió a entrar en su intimidad, en las profundidades de su vida 
(…) ese rostro radiante de dulzura, de inteligencia, de bondad, con esa sonrisa de mujer que lo ha visto todo, todo lo ha comprendido, lo ha perdonado todo. ¡Vivir en la luz de esos ojos! 
El encuentro con esos desconocidos –al mismo tiempo tan entrañablemente próximos- fue breve. Concluye Michel Tournier: “Los dos ancianos desaparecieron para siempre en la estación de Nagoya.”
Eso de que desaparecieron para siempre, se entiende, es solo un decir.

viernes, 10 de enero de 2020

A la ocasión la pintan calva


Algunos dichos y refranes populares resultan fácilmente comprensibles mientras que otros como el que da título a este artículo presentan mayor complejidad. Héctor Zimmerman propone la siguiente interpretación

La idea de que hay que estar muy atento para aprovechar una oportunidad se hallaba muy presente en el espíritu de los griegos, quienes hicieron de la Ocasión una diosa y la consideraron hija de Zeus. Idéntica importancia le asignaron los romanos.

Algunas fuentes afirman que la diosa Ocasión era representada como una mujer muy hermosa que aparecía totalmente desnuda. Continúa Zimmerman

En sus estatuas la representaban con pequeñas alas en los pies, señal de que en cuanto nos descuidamos alza vuelo. Aparece, además, parada sobre una rueda para indicar que está sujeta a los traspiés del azar.

Hasta ahí queda clara la necesidad de estar muy atentos y preparados para responder en forma adecuado cuando se presenta la ocasión. Pero ¿y lo de la calvicie?; nuevamente nos remitimos a lo señalado por Zimmerman

(…) lo más característico es el cabello: mientras un abundante mechón le enmarca la cara, es calva por detrás, desde la coronilla hasta la nuca. De allí proviene el dicho. Un modo de recordar que, cuando la ocasión se presenta, hay que agarrarla por los pelos y ya mismo. Porque, ¿quién le echa mano a una calvicie que se escapa?

Avisados.

jueves, 9 de enero de 2020

El árbol de la obediencia


Ya hemos presentado en este mismo espacio una lectura crítica de las órdenes (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2015/05/elias-canetti-acerca-de-las-ordenes.html) así como también un elogio a la desobediencia (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2014/09/elogio-la-desobediencia.html).
Ahora toca la otra cara del asunto y para ello recurrimos a una historia narrada por J. Lacarriére, estudioso de la vida ascética (en los siglos IV y V).
(…) ¿qué hace este otro anacoreta? Riega un palo seco, en pleno desierto, con el  agua que acarrea de un pozo situado a tres kilómetros de allí. Se trata de Juan el  Pequeño (él mismo se da este apelativo por modestia), famoso precisamente por haber llevado a cabo este milagro de obediencia y de perseverancia: ¡regar durante dos años, por orden de un “antiguo”, un palo seco en pleno desierto hasta  que reverdeciera! Y el palo, dice Paladio, reverdeció, en efecto. 
Cabe destacar que al mencionar a un antiguo el texto refiere a un monje o anacoreta mayor, con más experiencia en la vida ascética. Prosigue Lacarriére 
Cuando Juan  Coppin visitó los monasterios de Wadi Natrún, le llamó la atención, “entre todas  estas construcciones, una pequeña cúpula que formaba parte de una iglesia  dedicada a Juan el Pequeño y, al lado de ella, se muestra aún el árbol producido por el palo que él regó durante dos años por orden de su superior. Se le ha dado  el nombre de Chadgeret el Taa,  que significa el Árbol de la Obediencia”.   
Fue así como adquirió sentido la obediencia y perseverancia de Juan el Pequeño ante una orden que a todas luces parecía disparatada. 
Asimismo no puedo dejar de manifestar mi simpatía ante el hecho de que tantos siglos después estemos hablando de la vida de Juan el Pequeño (en un mundo en el que ya estamos cansados de tantos grandes).

miércoles, 8 de enero de 2020

Las muchas maneras de aludir a un asesinato


En otra ocasión ya hemos visto los diversos nombres que tiene la muerte en México (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2017/11/los-nombres-de-la-muerte.html). Pero como dice Francisco Padrón hay distintas maneras en el morir.

No todos mueren de “muerte natural”, en su cama, rodeados de los suyos, y con tiempo para “arreglarse” con Dios y con el Notario, ni todos tienen muerte de ruco, como se dice de los que mueren de edad avanzada; no, hay otros que mueren a manos, o con la intervención, de otras gentes; es decir, no mueren en su petate, sino en forma violenta y criminal.

El mismo Padrón identifica algunas de las muchas variantes con las que en México se puede decir que alguien fue asesinado.

La manera de morir se puede indicar por la forma que convenga al caso eligiendo entre las expresiones siguientes: se lo venadearon, se lo escabecharon, le dieron chicharrón, se lo madrugaron, se lo jumaron, lo cazaron, lo dejaron serio, se lo tronaron, se lo cafetearon, lo clarearon, le dieron a comer plomo, le dieron sus plomazos, le sonaron, se lo doblaron, se lo sembraron, lo enfriaron, le dieron su pasaporte, le sacaron su pasaje, se lo ripiaron, se lo soplaron, le sonaron la campana, lo despellejaron, le dieron su despelleje, se lo despacharon, lo mandaron p’al otro barrio, le picó la cócona (cuando es muerto por ametralladora), lo asilenciaron, lo quitaron de padecer, le dieron en la mera chapa, le dieron en la torre, le dejaron la boca fría, lo hicieron comer tierra, le dieron sus dos metros de tierra, le sacaron su boleto, le metieron sus píldoras (balas), le sonaron la matraca (ametralladora), le desconchinflaron el menudo (cuando el difunto recibió herida penetrante de vientre, con arma blanca), le dieron su chocolate, le dieron a guardar un fierro, comió fierro, le dieron su carbonato, le dieron pa’ su chíquete, le dieron la puntilla, le dieron el descabello, le metieron su alfiler (puñal), le dijeron adiós, lo mandaron p’al otro barrio, le tendieron su cama, le dieron su medicina, le dieron su atole, le dieron su merecido, le sacudieron el petate, le levantaron el puesto, le dieron su cloroformo, se lo almorzaron, le dieron su matarile, le dieron su agüita, lo amortecieron, le consiguieron su mortaja, le dieron mastuerzo.

La violencia siempre ha estado presente en la historia de México y el fragmento anterior está tomado del libro de Francisco Padrón titulado El médico y el folklore publicado en 1956.

De aquel entonces a hoy ha pasado el tiempo y la violencia, ¡ay!, sigue estando muy presente.  

martes, 7 de enero de 2020

El orgullo de un verdugo


Esta singular historia la conocemos gracias a José Luis Melero.
En enero de 1893, La Crónica de Huesca publicaba que José González Irigoyen, el verdugo de la Audiencia de Zaragoza, tenía 76 años de edad y llevaba 56 en el oficio de matarife.
Según el artículo -citado por Melero- hombre prolijo José González Irigoyen llevaba al día el registro de su actividad: “Había ejecutado nada más y nada menos que a 191 reos.” Su trabajo le venía por herencia y constituía una práctica común en el entorno familiar. 
En su familia habían sido verdugos su padre, dos hermanos y un cuñado, pero su relación con el oficio venía de bastante atrás, pues desde hacía 117 años siempre había habido verdugos en su familia. 
Le había agarrado el gusto a su ocupación –siempre de acuerdo con la crónica referida por José Luis Melero- gracias a la enseñanza de su padre quien lo había entrenado desde muy niño como aprendiz.
Cuando González Irigoyen recordaba su niñez contaba cómo su padre, cuando él aún no tenía nueve años, le obligaba a asistir a las ejecuciones y hacerle de ayudante. 
Asimismo José González Irigoyen estaba orgulloso por el trabajo desempeñado así como por las muestras de profesionalismo que habían caracterizado su larga trayectoria.
Era por entonces el decano de los ejecutores de la justicia españoles y hacía alarde de su profesionalidad en el trabajo, pues estaba orgulloso de que nadie le superara en perfección y serenidad. 
Como a tantos otros trabajadores le atemorizaba –concluye el testimonio retomado por Melero- que por cuestiones de edad pudiera convertirse en un desocupado más.
Quería seguir “trabajando” hasta el final y, aunque tenía algo “débiles las piernas”, aún contaba con fuerzas para seguir manejando el garrote.
Nada que agregar.

viernes, 3 de enero de 2020

Luis Villoro, un recuerdo entrañable


Hay textos que al cabo de los años permanecen en la memoria con la misma emoción de cuando los leímos por primera vez. Ejemplo de ello es un pequeño fragmento en que su hijo Juan nos comparte las innegociables convicciones de don Luis Villoro.

(…) me recordó una sesión plenaria que celebramos cuando murió mi abuela. Yo tenía unos diez años y admiraba la extravagante relación que mi padre sostenía con el dinero: guardaba billetes en un ejemplar de Das Kapital (en la cuarta de forros anotaba sumas y restas), tenía una irrestricta y dramática fobia hacia los lujos (si le elogiabas una corbata, dejaba de ponérsela) y consideraba que toda fortuna monetaria era un veneno que debía de dañar a los demás.

Aun siendo un niño –o quizás por eso mismo- al hoy celebrado escritor le tocó hacerse cargo de registrar los acuerdos alcanzados.

En aquella reunión, calcada de las sesiones del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista, fungí de secretario de actas y anoté una frase que jamás olvidaría: “Hemos recibido un dinero que no hemos hecho nada para merecer”.

Por tanto –continúa Juan Villoro- había que decidir qué hacer con aquello que inmerecidamente se había recibido.

Mi abuela había dejado tierras, edificios y otras propiedades dañinas para nuestras almas. La única manera de purificarnos era regalarlas. Con enorme entusiasmo, mi hermana de ocho años y yo votamos por despojarnos de la inmunda riqueza. Mi padre cerró esta sesión formativa mencionando candidatos para la donación: Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca vinculado a la teología de la liberación, y un partido de izquierda que aún no se formaba pero cuando lo hiciera sería magnífico.

Juan Villoro concluye la evocación de aquel momento inolvidable: “Con el puño en alto, celebramos no ser ricos.”