Sucede con frecuencia que las
discrepancias ideológicas ponen en graves riesgos a la amistad. De ahí que ciertos
grupos de amigos, con el fin de llevar la fiesta en paz, llegan a un acuerdo:
no hablar ni de política ni de religión (y hay quienes agregan fútbol).
Pero cuando se trata de personajes públicos
cuyas ideas son conocidas, el problema se vuelve más complejo. En esos casos es
usual que la llama de la amistad se apague, por lo que quienes tuvieron
vínculos estrechos –a veces, durante muchos años- pasan a tener un trato
lejano, distante.
Y en algunos casos hasta se vuelven
invisibles.
Esto le sucedió a Max Aub, quien el 23
de febrero de 1952 redactó la siguiente misiva.
Carta a un comunista que hizo lo posible
por no saludarme en el entierro de don Enrique González Martínez.
Mi querido amigo,
Te vi, me viste e hiciste que no me veías,
distrayendo la mirada, fijándola más allá de donde me encontraba. El porqué es
claro: no te gusta lo que escribo estos últimos años. No se trata de la calidad
(no se deja de saludar a los malos escritores -lo que tal vez sería saludable-),
no, sino que supones -crees, voy a admitir- que mi literatura "no está en
la línea" del partido político al que perteneces.
Lo siento, porque te tenía, te tengo,
por mi amigo. Y, ¿qué es un amigo? Por lo visto existe un concepto comunista de
la amistad que no admite la divergencia de ideas. Es una lástima. Porque sabes
que creo que lo más probable es que, en un tiempo más o menos lejano, los
comunistas regirán el mundo y me sabe muy mal que con ellos venga a imponerse
este nuevo concepto de la amistad, ese afecto desinteresado que, por lo visto
-y no visto en esta ocasión- sí es, en vosotros, interesado, con lo que,
sencillamente, deja de existir.
Hasta ahí la dolida carta de Max Aub.