martes, 30 de junio de 2020

En torno al perdón


Hay temas que son desfondados porque no hay ninguna posibilidad de llegar al fondo de los mismos sino que tan solo es posible hacer sucesivas aproximaciones. Que si hay que perdonar y olvidar; que si hay que perdonar pero no olvidar; que ni olvido ni perdón, en fin… Ahora acercamos dos opiniones que contribuyen al debate.
Muchas son las voces, entre ellas la de Harold Kushner, que señalan que antes que hablar de perdón hay que ejercer la justicia: “(...) creo, como Hamlet, que ‘la naturaleza está en desorden’ en tanto los crímenes graves no sean castigados.” No puede haber perdón si no existe justicia y presenta un ejemplo al respecto.
Por la misma razón, me sentí muy desilusionado cuando hace unos años leí en el diario la historia de una mujer muy religiosa, víctima de una brutal agresión, que se negó a testificar contra su atacante, aduciendo que por razones religiosas lo había perdonado y no tenía deseo de venganza.
Para Kushner en ese caso entran en conflicto la condición de persona religiosa con la de ciudadano.
Para mí, eso constituyó una inapropiada violación de la separación entre Iglesia y Estado. Como persona, la mujer tenía todo el derecho de desistir de su deseo de venganza, y la admiro por ello. Pero como ciudadana  debería haber sentido la obligación de contribuir a la seguridad de sus conciudadanos, ayudando a sacar a un hombre peligroso de las calles.
No es secreto para nadie que –tal como afirma Héctor Abad Faciolince, citado por Inés Martín Rodrigo- los victimarios son los principales interesados en militar en las filas del olvido.

Sí, a los que han hecho actos abominables, indignos, lo que más les conviene es el olvido, para que no los odien. Les gustaría ocultar sus crímenes peores, negarlos, no decirlos, justificarlos. Sí, hay eso. Y eso es lo que hay que combatir, las mentiras de los que quieren que olvidemos sus actos abominables, eso sí.
Una vez que Abad Faciolince expresa su rechazo contundente al olvido, pasa a otra arista del tema (cabe aclarar que él vivió situaciones de violencia extrema en Colombia, como el asesinato de su padre)
Pero, al mismo tiempo, los que denunciamos esos actos abominables y los que queremos que se sepan creo que no nos podemos quedar toda la vida rumiando eso, no nos podemos quedar toda la vida en el rencor y en el resentimiento, porque eso nos va a envenenar a nosotros mismos. Que se sepa y ya, y tampoco escribir, insistir y vengarse y señalar y señalar y pasarse la vida señalando… ¡Qué cansancio! No conviene, no conviene.
Y concluye con una confesión muy distante de la teología cristiana clásica. “Ya le he dicho, yo soy católico o cristiano sin serlo, y mi concepción del perdón es que uno no perdona al otro, es que lo bueno de perdonar es para uno, el otro que se joda; cuando uno perdona, es uno el que se libera.”

lunes, 29 de junio de 2020

Perdedores


Vivimos tiempos en que se rinde culto al éxito, a los ganadores, al tiempo que fracasar o ser perdedor conduce al estigma social y para saber la diferencia entre uno y otro habrá que recurrir al mercado de valores vigente, que dicta las condiciones que se deben reunir para ser exitoso así como describe el perfil del derrotado.

Más allá del énfasis que el tema tiene en la actualidad, no se trata de nada nuevo y frente a tal estado de cosas se levantaron tanto voces de ayer como la de San Juan de la Cruz:

He resuelto perder, y he ganado todo

como de hoy, en versión de Michel Tournier:

Un “triunfador” debe preguntarse con valentía: “¿Cuántas manos sucias he tenido que estrechar para llegar donde estoy?”

Al valorar la vida de Jesús con esos criterios, no cabe duda que como sostiene Carlo M. Martini –citado por Georg Sporschill- estamos ante un perdedor

Si arrojamos una mirada al sermón de la montaña, nos desvela lo siguiente: ¿a quién declara Jesús dichosos? No a los vencedores, sino a los perseguidos. No a los felices, sino a los tristes. No a los que poseen bienes, sino a los pobres y a los hambrientos. No a los adaptados, sino a los maltratados. (…)
La vida de Jesús culmina en la cruz. Él pagó su compromiso con la vida.

Y Martini concluye -retomando el pensamiento de San Juan de la Cruz- afirmando que “tal vez haya que renunciar al éxito para tener éxito”.

Por otro lado -según Simon Leys- el Quijote, en tanto ilustre perdedor sólo podía aparecer en un entorno cristiano.

En su búsqueda de fama inmortal, don Quijote sufrió repetidas derrotas. Como se negó obstinadamente a adaptar “la inmensidad de su deseo” a “la pequeñez de la realidad”, fue condenado al fracaso perpetuo. Sólo una cultura basada en “una religión de perdedores” podía producir un héroe como él.

¿Será entonces que el precio para ser triunfador consiste en adaptar la inmensidad del deseo a la pequeñez de la realidad? Ante ello reacciona Leys parafraseando a Bernard Shaw en cuanto a que “el hombre de éxito se adapta al mundo. El perdedor insiste en intentar adaptar el mundo a él. Así que todo progreso depende del perdedor.”

viernes, 26 de junio de 2020

De la facilidad de criticar el pasado


Tal vez la expresión “a toro pasado” (que algunos concluyen añadiendo “todos somos Manolete”) constituye una síntesis del tema que nos ocupa. Desde el hoy es posible mirar al pasado con buena dosis de soberbia y lucidez (que por cierto tanta falta nos hace para analizar y actuar en nuestro presente). Diversos autores aluden a ello, como cuando John Berger dice: “Nada es más sencillo que ridiculizar el pasado, ni nada más ridículo.”

Ante tantos hechos desgraciados del pasado surgen las preguntas: ¿Cómo fue que ante ello no reaccionaron?, ¿no se dieron cuenta de lo que estaba pasando?, sólo faltaría agregar “¡si hubiésemos estado nosotros, esto no hubiera acontecido!” Pero es importante considerar que en el futuro los censurados seremos nosotros, como afirma Ana Ruiz Echauri: “Dentro de 50 años alguien se preguntará si los de ahora no sabíamos qué pasaba en el Mediterráneo.” Y cada quien, de acuerdo a donde vive, puede adaptar a su realidad estas preguntas que desde ahora nos hace llegar el futuro.

Hoy es fácil, bien fácil, reímos de las utopías y causas por las que lucharon nuestros predecesores. Jean-Claude Gillebaud profundiza en la cuestión

En retrospectiva, toda utopía es ingenua. A dos o tres decenios de distancia, las infatuaciones del pasado parecen habitadas por enigmáticos delirios, extrañas miopías, infantiles propuestas. Intensa es la tentación de ironizar, y la resistimos con dificultad. Cada generación tiende a igual crueldad con la precedente: crueldad que consiste en armarse de una sobreabundancia de lucidez y en asombrarse misericordiosamente de los “ingenuos” compromisos de antaño. Pero es un propósito abusivo. Ganamos siempre sin mérito las batallas retrospectivas y nos liberamos sin gloria de las ilusiones arruinadas por el tiempo. Además, es una fácil crueldad: solo interviene a posteriori y rara vez llega lejos. Postura triunfante, pensamiento miserable.

Ante ello la reacción de Guillebaud no se hace esperar.

En realidad, jamás deberíamos sonreír sin precaución ante las utopías fenecidas ni burlarnos imprudentemente de las Vulgatas pasadas de moda. Al menos por dos razones. Primero, porque encarnaron, en su tiempo, una esperanza que no siempre merece ser insultada (solo quien se adapta al orden establecido goza humillando una fantasía). Luego, porque nada es más peligroso que la complacencia con uno mismo. Suele ser erróneo creerse agudo. Toda época adhiere, sin saberlo, a sus propias utopías –“la ideología invisible”-, que juzga razonables. Cree en ellas. Cada generación quiere convencerse de que sabe más que la precedente y habla con voz más fuerte, cuando en verdad solo obedece a un sistema de creencias e hipótesis “falsificables” en la acepción popperiana del término.
La crítica a posteriori de una utopía se funda a menudo, inconscientemente, en una nueva utopía que mañana o pasado mañana arriesga mostrar lo que fue en realidad. Falsa lucidez científica caída de su pedestal, será mirada con desdén por una nueva Vulgata, ajusticiada con la misma ferocidad supuestamente “esclarecida”. Y así, en una lóbrega alternancia de vanidades y cegueras. En la historia de las ideas, todo debería invitarnos a la modestia.

No está de más recordar la sugerencia de Goethe: “El pasado es frágil, trátalo como si fuese hierro candente.”

jueves, 25 de junio de 2020

Los regalos de los Reyes Magos


Uno de los autores que aparece con frecuencia en este espacio es Michel Tournier. El tema que ahora traemos a colación tiene que ver con los obsequios que al Niño Jesús ofrecen los Reyes Magos.

Es cierto que Jesús nació en un establo, y sus padres viajaron como vagabundos. (…) Sin duda los pastores habían aportado dones alimentarios o utilitarios, como leche, queso, lana. Con los Magos llega el lujo más puro.
(…) Pues no hay que olvidar que, apenas nacido en el portal de Belén, el Niño Jesús recibió el homenaje de Melchor, Gaspar y Baltasar. “Abrieron sus tesoros y le ofrecieron oro, incienso y mirra”, escribe magníficamente san Mateo. El incienso y la mirra se consumen. Pero ¿y el oro? Siempre me ha intrigado lo que María y José debieron de hacer con el oro de los Reyes Magos. Normalmente, lo heredaría Jesús. ¿Tal vez lo conservó toda su vida? ¿Qué admirable reliquia sería esa!

Llegado a este punto, Tournier se pregunta. “¿De qué le servía a la Sagrada Familia el oro, el incienso y la mirra?” Y él mismo contesta preguntando. “De nada, justamente, pero ¿acaso no debe ser inútil un regalo de Navidad? ¿Hay algo más triste para un niño que recibir como regalo calcetines, una bufanda o un cuaderno?”

¿Cómo siguió aquella cuestión del oro a lo largo de la vida de Jesús? Michel Tournier ensaya su interpretración.

Jesús no se olvidará de esa lección de lujo desinteresado que le dieron los Reyes Magos a tan tierna edad. Cuando María Magdalena, en casa de Simón el Leproso, derrama sobre Jesús un perfume de gran precio, los discípulos se indignan ante tanta prodigalidad. ¿No sería mejor dar limosna a los pobres? Jesús les reprende duramente. Nunca les faltarán pobres para hacer limosna, pero a él, a Jesús, ¿cuánto tiempo lo tendrán entre ellos?

La perspectiva teológica de Tournier deja algunas preguntas dando vueltas, así como esa idea que menciona en relación al lujo desinteresado. Hace bien en llamarnos la atención sobre el significado de la presencia del oro en aquel pobre establo.

miércoles, 24 de junio de 2020

¿Pasa, todo pasa?


Sucede que a veces las heridas de guerra de la vida, que de una u otra manera todos tenemos, van agravándose con el paso del tiempo. En otros casos acontece al revés y de ahí la tan reiterada afirmación de que el tiempo todo lo cura. Con esto último se identifica -en El último encuentro de Sándor Márai- el general cuando le dice a Konrád:

(…) los celos, el desengaño, la vanidad pueden hacer mucho daño, causar un inmenso dolor. Más tarde, todo pasa… pasa de una manera incomprensible; no de un día para otro, no, la ira no disminuye con los años, pero al final pasa, de la misma manera que la vida.
(…) uno no puede sino aceptar la realidad. Yo ya he aceptado la realidad. Y el fuego purificador del tiempo ha extraído de mis recuerdos toda la ira.

Y usted improbable lector, ¿en qué equipo juega?

martes, 23 de junio de 2020

Hablemos del paraíso


Según afirman los estudiosos del tema existen muchas más descripciones del infierno que del paraíso; J. Lacarriére reflexiona sobre ello
Es bien conocido el hecho de que la mayoría de los textos religiosos dan, a  menudo, prueba de indigencia cuando se trata de evocar el paraíso, y revelan en  cambio una imaginación delirante en cuanto se trata de describir el infierno y sus   tormentos.
Frente al paraíso, diríase que siempre se topa ante este dilema: o el paraíso no  es más que la prolongación y el embellecimiento de la vida terrena (hasta el punto de que las representaciones del paraíso, en las tumbas del antiguo Egipto, nos han dado los documentos más precisos y preciosos sobre la vida cotidiana en el  Egipto faraónico), o bien se trata de otra cosa muy distinta y, en este caso, se  guarda celosamente el secreto.
El infierno, por el contrario, no ha dado lugar a ningún dilema de esta índole,  como si los pueblos se hubiesen puesto tácitamente de acuerdo acerca de lo que  le espera al hombre en él. ¿Acaso tendremos una conciencia tan clara y tan universal de la culpa? Inventariar los tormentos del infierno, describir sus múltiples pormenores, sus habitantes, su fauna y flora, fue, en todo caso, una de las grandes preocupaciones y, diríase, uno de los grandes placeres del espíritu humano.
También se ha dicho que a la hora de esbozar su paraíso cada cultura pone en él aquello de lo que más carece y como ejemplo de ello se alude a los musulmanes que anticipan que habrá abundancia de agua, fruta y muchos otros placeres que en este mundo no tienen a disposición. Claro está que en este sentido cada quien hace sus propias proyecciones, como acontece con Álvaro Cunqueiro cuando da a conocer sus anhelos: “(…) no es posible imaginarse en el Paraíso vinos tristes.”

Ahora bien, desde algunas corrientes teológicas se contradicen las expectativas de muchos creyentes y Rüdiger Safranski da un ejemplo de ello

En una ocasión, tras una conferencia, le preguntaron al gran teólogo Karl Barth si creía realmente en la inmortalidad y que al morir iríamos al cielo, y si allí encontraríamos a todos nuestros seres queridos y a la gente que apreciábamos. Y Karl Barth, fumando de su pipa, respondió: “Sí, a todos los seres queridos, pero también a todos los demás”.

Finalmente citemos una de las breves anécdotas de Chamfort que, tal como acostumbra, en muy pocas líneas dicen mucho.

M. de… pedía al obispo de… una casa de campo a la cual éste nunca iba. “¿No sabéis que es siempre necesario tener un lugar al cual no se vaya y en el cual cree uno que sería dichoso si a él fuese?”

Añade Chomfort que

M. de…, tras un momento de silencio, le contestó: “Es verdad, y esto es lo que ha hecho la fortuna del paraíso.”

lunes, 22 de junio de 2020

Psicosociología del paraguas


En otras ocasiones nos hemos referido al paraguas (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2018/05/anacronismo-del-paraguas.html) pero creemos no equivocarnos ante la oportunidad de regresar al tema.

Sucede que Andrés Trapiello realiza un ejercicio de prognosis acerca de la vida de un grupo de jóvenes a partir de su relación con el paraguas.

Me levanté muy temprano, para estar a las ocho y media en la calle, y darme un paseo. Parecía una ciudad diferente, animada y activa. Se había llenado de estudiantes que iban a clase. No se distinguían bien los de instituto de los de universidad. Llevaban todos paraguas, cerrados porque no llovía, aunque el cielo tenía un color pizarra preocupante. Llamaba la atención lo de los paraguas en manos de gente menuda, porque los paraguas son más bien cosa de viejos, los jóvenes aman la lluvia sobre la frente. Pensé, probablemente los que llevan paraguas son los que ocuparán el día de mañana los puestos relevantes de la sociedad. En cambio los que iban a cuerpo gentil parecían más jóvenes, más guapos, y caminaban en compañía de otros sin paraguas, charlando animadamente. Los de los paraguas iban solos, cada cual por su cuenta. Sin duda, estos medrarán.

Las observaciones de Trapiello quedarán en una simple especulación más al no contar con los medios que le permitirían verificar sus vaticinios.

Si hubiese uno tenido facultades para ello y modos, les hubiera puesto a cada espécimen uno de esos chips que se les coloca a los animales, delfines, renos, tortugas, para hacer un seguimiento de sus vidas y corroborar la hipótesis; los paraguas a los dieciocho años llevan directo a una poltrona y al matrimonio.

¿Qué habrá sucedido con aquellos jóvenes?

El improbable lector tiene la palabra, es hora de hacer conjeturas.

viernes, 19 de junio de 2020

Historia del pantalón


Es lo de siempre, estamos habituado a usos y costumbres que cuentan con larga historia. Es el caso del pantalón y Luis Melnik ofrece información relevante al respecto.

Curiosa historia tiene esta prenda de vestir que, ciñéndose al cuerpo en la cintura, baja cubriendo cada pierna hasta los tobillos. La palabra nace con San Pantaleón, un médico de los primeros siglos del Cristianismo, que tuvo dudas con su fe. Cuando la recuperó, fue tan profundo el impacto en su espíritu que dedicó su ciencia sólo a los pobres.
Su nombre significa todos los compasivos y es santo patrono de la medicina junto a San Cosmas y San Damián (…) Su día se celebra el 27 de julio.
En el siglo XVI nació en Venecia un niño a quien sus padres llamaron Pantaleón, por el santo, muy popular en esas latitudes. De joven se dedicó a la comedia y cuando actuaba lo hacía con una prenda de vestir de gran amplitud y colorido que cubría sus piernas y pasaron a ser un distintivo de su personalidad artística. Los contertulios llamaron a esa prenda con su nombre, pantaleone. La Real Academia reconoce este extraño y curioso origen.

Pero más allá de este antecedente, según Lola Gavarrón la lucha para acceder al uso del pantalón tiene lugar en el entorno de la Revolución Francesa.

El 26 de agosto de 1789 la Asamblea Constituyente proclama solemnemente la Primera Declaración de los Derechos del Hombre, a saber: Libertad, Seguridad, Propiedad, Resistencia a la opresión... Es la Carta Magna de la burguesía, que prepara las revoluciones liberales que recorrerán Europa (España incluida) durante todo el siglo XIX. Mayo de 1793 verá correr a los sans-culottes por calles y carrefours. Los sans-culottes, artesanos, obreros, maestros y aprendices, se llaman así por haber abolido el uso de las calzas y presentarse adecentados con ceñidos pantalones largos, al uso del cual quieren obligar a los demás ciudadanos.

Lo anterior en relación a los hombres pero ¿qué sucedió en el caso de las mujeres? Continúa Gavarrón

Estos mismos sans-culottes se erigen en “héroes callejeros” a la hora de propinar solemnes fessées [azotes] patriotiques a cuantas doncellas con aire aristocrático pillan en sus correrías. Por eso, no es de extrañar que las primeras en adoptar su “consejo” fueran las vapuleadas damas, quienes se pusieron a buscar pantalones protectores, y la que no los encontraba se las ingeniaba para alargar su camisa mediante paños espesos antifessées que ataba a las piernas con sendas ligas. Sí, los pantalones se revelarían como una prenda sorprendentemente útil en los primeros años de la Revolución (...)


Las rivalidades –sostiene Lola Gavarrón- entre los que por diversas razones defendían que las mujeres usaran pantalón y quienes  querían impedirlo, no fueron menores.

Sigámosle la pista a la historia del pantalón. Originario de la cercana Inglaterra, el pantalón íntimo femenino se había impuesto entre las niñas por razones de comodidad e higiene. Ya desde Rousseau y su Emilio, la infancia había adquirido categoría propia, y educadores, padres y moralistas entendían que el niño tenía que tener sus costumbres, juegos y vestidos específicos. Así, niños y niñas vestían por igual a principios de siglo: amplios vestidos, que cubren espesos ropajes. Las piernas se cubren con los pantalones para permitir todo tipo de juegos y saltos sin discriminación de sexo. Esta razón de decencia va a ser la favorita a la hora de ser esgrimida por los defensores del pantalón. El abate Lamesangére (como pueden ver, los curas se pirran por dejar oír su voz en estos temas), convertido en periodista de modas, escribe en 1821 y en el popular “Journal des Dames” lo siguiente: “Las mujeres, que por razones particulares deben ocultar sus piernas, tienen siempre el recurso del pantalón, que se debe acompañar de una blusa corta”. Este “recurso”, sin embargo, desagradaba a la mayoría de las mujeres, quienes, orgullosas de unas piernas que no habían podido mostrar históricamente hasta entonces (¡las francesas!), se negaban a esconderlas bajo los ceñidos pantalones. Las ricas, además, contaban con otras poderosas razones. M. Dubost, conocido fabricante de la época, vendía las medias de seda a 180 francos. ¡Cómo ocultar 180 francos! Las medias, pues, constituían por aquel entonces un auténtico lujo.

La discusión del tema concitó, por aquellos entonces, la atención de buena parte de la población. Y como señala Gavarrón los famosos de la época no podían dejar de tomar partido en tamaña cuestión.

El tema del pantalón provocaba polémicas nacionales. Todo el mundo se creía con derecho a emitir su opinión. Víctores famosos, por distintos motivos, como Víctor Hugo y el Rey Víctor Manuel encandilaban a la opinión pública con sus encendidos denuestos contra el pantalón femenino. Mientras Víctor Hugo acompañaba a sus visitas a la puerta y les agradecía el agradable rato pasado, no podía evitar el pedirles: “Volved cuando queráis. Pero sin pantalón. Por favor os lo ruego, sin pantalón... “. Y el rey Víctor Manuel, de paso por las Tullerías, cometía la masculina torpeza de poner en evidencia a la exquisita Mme. de Malaret, preguntándole en plena recepción pública: “¿Qué piensa Ud., de esas horribles señoras que llevan pantalones?”. Sin saber que la elegante señora los llevaba... Ella, sorprendida, le señala su “desatino”, y he aquí que “el rey se volvió de espaldas y no volvió a dirigirle la palabra en toda la noche”. Al parecer, tan honorables señores no soportaban una ropa interior cerrada y sentían nostalgia de accesibles aperturas...

Como no podía ser de otra manera el clero fijó su posición al respecto; concluye Lola Gavarrón

A partir de 1830, la batalla contra el pantalón será asumida sonoramente por el clero. Tres poderosas razones movilizan a los clérigos: la mujer en pantalón accede a peligrosas libertades de movimiento; el pantalón no deja de ser una moda extranjera, adoptada por la Corte napoleónica; y, principal motivo, socialistas utópicos, como Cabet en su Viaje a Icaria, o el marqués de Saint-Simon, ven en el pantalón femenino un símbolo inequívoco de la añorada emancipación por la que luchan los feministas. Así mientras las inglesas usaban ya bajo la falda honestos pantalones (con la complacencia de Stuart Mill), adornados de encajes y puntillas “a la francesa”, las pocas francesas que se atrevían abiertamente a desafiar la opinión pública -bailarinas, cortesanas y jovencitas- enseñan orgullosas sus pantalones “a la inglesa”, que la moda de faldas cortas de los años veinte permitirá lucir en todo su esplendor.

De los años veinte y los cambios culturales que tuvieron lugar después de la Gran Guerra nos ocuparemos en otra ocasión.

jueves, 18 de junio de 2020

Palabras rechazadas


Las razones por las que, por lo general, no usamos muchas palabras reside en las limitaciones de nuestro vocabulario. Al no conocer la mayoría de las expresiones siempre usamos las mismas, en muchos casos atribuyéndole un sentido que está muy lejos del que en realidad tienen según las autoridades en la materia.
Algo distinto sucede cuando conociendo los términos decidimos no utilizarlos porque nos producen una especie de antipatía o alergia que, en ocasiones, viene de larga data.
Y aquí cada quien tiene su listado de cabecera, veamos algunos ejemplos. Alberto Salcedo Ramos se confiesa al respecto: “Ajenas son para mí ‘lontananza’, ‘coadyuvar’, ‘parámetro’ y ‘espurio’. Jamás usaría ‘empero’ en vez de ‘pero’, ni le llamaría ‘parca’ a la ‘muerte’.” No deja de llamar la atención que existen coincidencias en las aversiones, una muestra de ello es que Andrés Trapiello sostiene: “No recuerdo haber ‘usado’ nunca la palabra empero y confío en no hacerlo nunca. No es para presumir, pero algo es algo.” Mi amigo Nelson Minello  coincidía con otra de las palabras declaradas non gratas por Salcedo Ramos ya que rechazaba de plano la palabra “coadyuvar”. No la podía ver ni en foto.
Por su parte Luis Chitarroni afirma: “No hay caso, no hay oración en las que ‘telúricas’ quede bien.” No falta quien convoque a la solidaridad entre los de su gremio para dar un receso a ciertos términos muy desgastados por el uso, es lo que sucede a Romeo Tello A. con su breve exhorto

Camaradas editores, redactores de cuartas de forros, reseñistas, comentadores en general:
Dejemos descansar a los adjetivos “entrañable”, “irreverente”, “deslumbrante” y “trepidante”. También las palabras necesitan vacaciones y retiro.
Por su atención, gracias.

Es probable que los escritores hayan tenido que controlar sus reacciones para no ir, en flagrante contradicción, contra la libertad de expresión que tanto defienden. De allí la aclaración de Alberto Salcedo Ramos “Eso sí: tampoco borraría tales palabras solo porque no me pertenezcan: allá afuera hay mucha gente a la cual le sirven.” Sin embargo Andrés Trapiello no llega a tanto al enarbolar el principio de libertad pero con restricciones: Hay palabras que sólo las deberían expender con receta.”

Seguramente usted, improbable lector, también tiene una lista de palabras excluidas de su vocabulario. ¿Las tiene identificadas?

miércoles, 17 de junio de 2020

Palabras cortas que dicen mucho


Algunas fuentes creíbles establecen que el total de palabras del idioma español anda en torno a las 90.000. Sin embargo, la mayoría de los hispanoparlantes usamos un número muy reducido de ellas.

No es el caso de quienes siempre encuentran el término preciso, la expresión justa, para referirse a algo. A los demás esas personas nos provocan una mezcla de admiración y envidia: ¡qué amplio vocabulario tiene mengana o fulano!

Ahora bien, de las 90.000 palabras hay unas pocas que tienen la característica de decir mucho en muy pocas letras, entre ellas:

amor                             luz                            pan                             
aun                              mamá                        papá
¡ay!                               más                            pero
caos                             mío                             ruin
casa                             nada                          sal
Dios                             ni                                ¡shhh!
él                                  niña                          
ella                               niño                           sin
hija                               no                               sol
hijo                               nos                             solo
lío                                 ¡oh!                            tu
luna                             otro                             yo

Más de un lector –en el caso optimista que los hubiera- seguramente dirá para sus adentros: ¡vaya forma de ocupar el tiempo! y agregará: ¿no tendrá otra cosa más interesante que hacer?

En algún momento –y para ello recurro a otras dos palabras cortas- “tal vez” les conteste.


martes, 16 de junio de 2020

Pintura y palabras


Diferentes son las formas de expresar los sentires. Hay quienes prefieren (muchos de ellos, a su vez, son elegidos) hacerlo por medio de las letras, pintura, música, escultura, dirección o actuación, danza, orfebrería, gastronomía, deportes, etc. También están aquellos que manifiestan sus interioridades en silencio, con lágrimas, con compasión y solidaridad.

Hay artistas que se mueven en diversos terrenos a un mismo tiempo: pintores cuyas obras parecen que hablan, escritores que en sus obras también pintan personajes, aconteceres. Volveremos con más detenimiento sobre el tema pero ahora simplemente queremos referirnos al momento en que la pintura y la letra no mantienen una relación, por decir lo menos, armónica.

Está clara la necesidad de ponerle ¿nombre?, ¿título? a los cuadros. La museografía así lo demanda (y seguramente el mercado del arte también). Aunque tal vez en lugar de letras pudieran usarse números para identificar la obra de un artista, lo que ya habrá hecho más de uno e incluso no poner nada. A ello alude Luigi Amara cuando concluye que “la palabra no es la mejor aliada de la pintura”. Y añade: “La misma abundancia de obras pictóricas sin título habla de cierta desconfianza a conectar la imagen con una idea, con una interpretación unívoca o, lo que es peor, con una explicación. El texto parece una intrusión en el orbe autónomo de la pintura (…)”

Pero a veces sucede que al ir a una exposición encontramos una mancha de colores sin forma alguna (ahora no interesa si nos gusta o no) y debajo o al costado leemos: “Mono albarracín de tipo albino al caer de la tarde en tiempos difíciles”. En otros casos damos con lo obvio al observar un cuadro en el que claramente se advierte la presencia de una casa blanca con techo a dos aguas y la nota -con clara vocación burocrática- se limita a señalar: “Casa blanca con techo a dos aguas”.

Otra cosa es el tamaño habitual de la letra, en lo que se vuelve una paradoja dado que por razones más que entendibles no hay que acercarse a los cuadros pero si quienes peinamos canas, o ya no peinamos nada, queremos leer las notas deberíamos pegarnos a la obra.

lunes, 15 de junio de 2020

Isaac Bashevis Singer, su padre y la literatura

La diferencia, a veces brecha, que existe entre generaciones es tema recurrente que adquiere diferentes matices y formas de manifestarse a lo largo de la historia. En el ámbito familiar se expresa en las divergencias, polémicas y desencuentros entre padres e hijos; Isaac Bashevis Singer describe su experiencia al respecto.

Mi padre no entendía los nuevos métodos. ¿Por qué no podían los maestros seguir enseñando en sus propias casas como lo habían hecho durante generaciones? ¿Por qué razón no podía un joven con deseos de aprender,  sencillamente entrar en un Beit Hamidrash, bajar una Guemará de la estantería y ponerse a estudiar? Y ¿dónde se había oído hablar de enseñarles la Torá a las chicas? Mi padre temía que todo aquello fuese obra de Satán.                                       

Comenta el escritor que la manera tan diferente de ver las cosas entre su padre y él (así como también sucedía respecto a sus hermanos) se ponía claramente de manifiesto en el ámbito literario.

Salí a pasear con él por la calle Franciszkanska y nos pusimos a mirar los escaparates de las librerías especializadas en libros sagrados. Casi todas se encontraban desiertas. La Torá había dejado de estar de moda. ¿Quién  necesitaba tantos comentarios, interpretaciones, exégesis, libros de sermones y de moral? (…) Mi padre era plenamente consciente de que sus hijos, Israel Yehoshúa y yo, habían acabado involucrándose en la literatura laica. Mi hermano había publicado varios libros y mi nombre también había aparecido en ocasiones en alguna revista literaria o incluso en el periódico. No obstante, mi padre no hablaba del tema, y creo que ni siquiera se permitía pensar en ello. Según él, todos los libros del pensamiento ilustrado, tanto los escritos en hebreo como en yiddish, constituían un veneno para el alma. Los autores eran una banda de payasos, libertinos y sinvergüenzas. ¡Qué oprobio y qué vejación sentía por haber engendrado semejante descendencia! Mi padre culpaba de todo ello a mi madre, la hija de un misnaguid, un oponente del jasidismo. Ella era quien había plantado en nosotros las semillas de la duda y la apostasía. Sólo un consuelo le quedaba a mi padre: que no habíamos crecido ignorantes. Habíamos estudiado la Torá, y cualquiera que haya probado alguna vez el sabor de la Torá, jamás olvidará que Dios existe.

Para el padre bastaba con ver los títulos de los libros y concluir que el mundo, y en particular los jóvenes, habían perdido el rumbo.

En ocasiones, mi padre se detenía por error delante del escaparate de una librería  laica, donde se exhibían obras como Crimen y castigo, El muchacho polaco,  Anna Karenina, Los peligros del onanismo, La colonización judía en Palestina, El papel de la mujer en la sociedad moderna, La historia del socialismo, Nana. Las portadas de algunos de los libros mostraban fotografías de mujeres medio  desnudas.

Concluye Isaac Bashevis Singer: “Mi padre se encogía de hombros y yo podía leer sus pensamientos: que los gentiles se entregasen a esa basura era comprensible, al fin y al cabo habían sido idólatras y seguían siéndolo; pero ¿los judíos?...”                  

viernes, 12 de junio de 2020

Ernst Toller y las golondrinas

Pequeñas historias que dicen mucho. Tal es el caso de la que conocemos por medio de José Jiménez Lozano.


Toller (…) estuvo comprometido con la República de Munich, y fue encarcelado. En su celda las golondrinas hicieron un nido, y el poeta escribió un poema que se consideró subversivo. Cuando al año siguiente las golondrinas volvieron, los guardianes destruyeron el nido; pero las golondrinas tornaron a hacerlo, y “la lucha duró siete meses entre las fuerzas unidas de Baviera y los pequeños pájaros”, hasta que éstos dejaron de construir nidos y pasaban la noche en la celda, acurrucados el uno junto al otro.
Toller sacó clandestinamente de la cárcel su Libro de las golondrinas. Una historia universal, ¡tan diferente de la de los hombres! ¡Tan necesaria para éstos!

Es todo.

jueves, 11 de junio de 2020

La búsqueda de la fealdad


Ya hemos incursionado –y continuaremos haciéndolo- en el tema de la vida ascética. Así fue como dimos con Pacomio (siglo IV) a quien hoy volvemos. Se pregunta J. Lacarriére: “¿Hasta dónde un asceta tiene derecho a sentirse orgulloso de sí mismo, a sentirse contento de su ascesis o de su obra?” Lacarriére (siguiendo el testimonio de monseñor T. Lefort, biógrafo de Pacomio) aclara el punto.

He aquí la sorprendente respuesta que da el  propio Pacomio en el siguiente episodio: “Una vez que Pacomio hubo terminado la  construcción del monasterio de Monease, en el cual había ajustado algunas  columnas, sintióse orgulloso de su obra y la encontró bella. Mas temió en seguida que este sentimiento viniera de la vanidad y por ello se apresuró a desplazar las columnas para dar al edificio un aspecto desagradable”.

Lo anterior –continúa J. Lacarriére- invita a cambiar la mirada sobre el arte defectuoso.

He aquí una explicación del arte copto en la que seguramente jamás han pensado  los críticos. ¿Quién sabe, en efecto, si ciertos aspectos de este arte, ese dibujo tosco y a menudo deformado de los rostros, esa ausencia de cualquier preocupación acerca de la estética en su arquitectura, no obedecerían a una  repulsa perfectamente consciente de la belleza? ¿Quién sabe si la fealdad, la  asimetría del arte en cuestión: y lo que se cree ser su torpeza, no fueron sentidas  por los artistas coptos como curiosos medios de salvación, como una suerte de ascesis artística en que la repulsa de la belleza desempeñaría el mismo papel  que la repulsa del cuerpo en la ascesis física?

Interesante esta idea de “ascesis artística” que propone Lacarriére.

Finalmente, a partir de este tema es posible enunciar algunas metáforas, un tanto rebuscadas pero no por ello menos pertinentes, respecto a situaciones de la actualidad. Pero de momento se las ahorramos al posible lector, que seguramente encontrará las suyas.

miércoles, 10 de junio de 2020

Constructores de imaginación


En muchas circunstancias la imaginación sustituye la falta de recursos y Alberto Salcedo Ramos da cuenta de ello por medio de una anécdota narrada por Jaime García Márquez, hermano del célebre escritor.
-Una noche Gabito me invitó a una cena que tenía con Woody Allen en Nueva York.
En la velada se habló de cultura popular y de técnicas de narración. Woody Allen tocó su clarinete, Gabito citó a algunos trovadores del Caribe colombiano. Terminada la cena, Gabriel le sugirió a su hermano dar un paseo por el sector. Atravesaron calles arborizadas, vieron luces de neón.
-De pronto Gabito me preguntó qué es cultura para mí. Yo le dije que cultura es la respuesta que el hombre da a lo que le ofrece su medio. Cultura es la huella que dejamos en la tierra.
Gabriel estuvo de acuerdo.
En aquella caminata nocturna  –continúa Salcedo Ramos-  al pasar por el puente de Brooklyn, se detuvieron y la conversación entre hermanos tomó otro rumbo.
Gabriel dijo algo elogioso sobre la arquitectura y luego intentó recordar las películas donde aparecía ese puente. Entonces soltó otra pregunta.
-Tú, que eres ingeniero, Jaime, ¿no crees que este puente es una maravilla?
Jaime respondió que sí. En todo caso -añadió-, es fácil hacer puentes cuando se tienen dinero y materiales de construcción. Lo difícil es imaginarlos donde nunca se han visto. A un fabulador capaz de crear personajes que levitan entre sus sábanas no debería sorprenderle ninguna hazaña de la ingeniería.
-Ellos han podido labrar su progreso, Gabito. A nosotros nos tocó inventárnoslo.

martes, 9 de junio de 2020

El olor de la depresión


Hace ya unos cuantos años un amigo me comentaba que su esposa tenía crisis depresivas muy severas y que cuando él regresaba del trabajo a su casa, apenas entraba sentía el olor y ya sabía cómo encontraría a su esposa. En su momento aquello me impresionó mucho y con el paso del tiempo lo fui olvidando.
Ahora vuelvo a recordar aquella situación al encontrar un texto de Juan José Millás. “Huelo la depresión como un buitre la carroña. He ahí un hombre deprimido. Se encuentra en la estación de Atocha, en Madrid, a unos pasos de mí, que finjo leer el periódico mientras lo observo. Tiene en los párpados la pesadez que proporciona un cóctel de ansiolíticos.” Millás llega a recrear la vida de su compañero de estación.
Se ha levantado a las siete de la mañana (ahora son las diez), se ha sentado en el borde de la cama y ha observado el día que tenía por delante como si fuera un túnel negro, negro, negro, cuya luz aparecería al cerrar de nuevo los ojos, por la noche. Lleva un traje gris que se le ha quedado estrecho (está un poco hinchado por la medicación) y sostiene en la mano izquierda (es zurdo) una cartera absurdamente amarilla. El hombre va de un lado a otro sin separarse más de tres o cuatro metros del panel de información, que consulta con ansiedad en cada una de las vueltas, como si no se fiara de él. También mira el reloj cada poco, casi receloso por su modo de dar la hora. Desconfía del reloj, del panel de información y de su propia capacidad para sincronizar los movimientos de su cuerpo y de su mente con los de una realidad que se ha tornado líquida, aunque espesa, como el mercurio, una realidad mercurial. Todo a su alrededor se mueve con la pereza de un metal blando, a punto de fundirse en frío.
La imaginación sobre la vida de aquel hombre deprimido llega de manera previsible, “en esto anuncian la salida de mi tren y abandono el seguimiento”.

lunes, 8 de junio de 2020

Vacuna


No hay que ser muy perspicaz para pensar que en estos días está teniendo lugar una desenfrenada carrera entre investigadores, laboratorios, centros de investigación y universidades con el objeto de ser los primeros en encontrar la vacuna que detenga los estragos causados por el Covid-19. No hay que ser muy mal pensado para suponer los golpes bajos que tienen lugar en esta competencia: espionaje, promover deserciones en las filas del adversario y sin excluir, claro está, actos de violencia lisa y llana.

¿Sería mucho pedir a laboratorios, industria farmacéutica en general, investigadores… que siguieran el ejemplo de Jonas Salk, al que hace un tiempo aludiera el doctor Arnoldo Kraus?

Tras anunciar el descubrimiento de la vacuna contra la poliomielitis, Jonas Salk fue objeto de muchas entrevistas. Uno de los periodistas le preguntó: “Dígame, doctor Salk, ¿cuándo patentará la vacuna?”; con presteza y grandeza el famoso científico respondió a vuelapluma: “Dígame, ¿usted cree que pueda patentarse el Sol?” No puedo dejar de comentar que la magnitud del descubrimiento de la vacuna que prevendría la poliomielitis (1955) equivaldría hoy al descubrimiento de la vacuna contra el síndrome de inmunodeficiencia adquirida.

¿Será a este tipo de actitudes que se refieren quienes profetizan el advenimiento de una nueva normalidad?


viernes, 5 de junio de 2020

Seres opinantes


El hecho de vivir en la llamada sociedad de la información permite suponer que estamos debidamente informados sobre todo y, por tanto, suficientemente preparados para opinar acerca de cualquier tema que se presente. Nos sentimos prestos a opinar sobre temas disímiles de los que apenas tenemos un ligero barniz de información. Hay en ello -como sostiene Jorge Larrosa- una inocultable veta de arrogancia.

El sujeto moderno es un sujeto informado que además opina. Es alguien que tiene una opinión presuntamente personal y presuntamente propia y a veces presuntamente crítica sobre todo lo que pasa, sobre todo aquello de lo que tiene información. Para nosotros, la opinión, como la información, se ha convertido en un imperativo. Nosotros, en nuestra arrogancia, nos pasamos la vida opinando sobre cualquier cosa sobre la que nos sentimos informados. (…) Después de la información, viene la opinión. (…) se nos informa de cualquier cosa y nosotros opinamos. Y ese “opinar” se reduce, en la mayoría de las ocasiones, a estar a favor o en contra.

Y con frecuencia nuestro punto de vista consiste en repetir lo expresado por la llamada opinión pública, que suele ser opinión privada e interesada tal como lo deja en claro E.B. White: “Nunca he visto un escrito, sea político o no, que no tenga un sesgo. Todo lo que se escribe está sesgado por las inclinaciones del escritor, y ningún hombre nace perpendicular, aunque unos cuantos nazcan rectos.”

Es entonces cuando la opinión privada se disfraza con la apariencia de nobles propósitos, de  pretender la búsqueda del bien común (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2014/09/opinion-publica.html). En tiempos recientes se ha acuñado una curiosa y desvergonzada expresión: líderes de opinión.

Ahora bien frente a la suposición que la opinión existe desde que el ser humano desarrolló el lenguaje, Azorín plantea dudas de consideración.

Quevedo es el primer político de opinión. Michelet, en su Prontuario de historia moderna, dice así (al hablar del siglo XVI): “El carácter del siglo XVI, lo que le distingue profundamente de los siglos medievales, es el poder de la opinión; en ese siglo es cuando la opinión se convierte, realmente, en la reina del mundo.”

Todo parece indicar que con esto de las opiniones (privada y pública) hay que andarse con mucho cuidado porque como dice Henry David Thoreau: “Lo que hoy todo el mundo corea, o acepta en silencio como verdad indiscutible, mañana puede convertirse en error, en mero humo de opinión, que algunos confundieron con una nube, presta a derramar agua fertilizante sobre sus campos.”

Hoy como ayer, entonces, resulta fundamental mantenernos críticos frente al mero humo de opinión.

jueves, 4 de junio de 2020

Hablemos de ovnis


Hace unos días hablaba con una amiga y me comentaba que ante tantos acontecimientos difíciles que vivimos en estos tiempos lo único que faltaría sería una invasión de extraterrestres. Por mi parte comenté que tal como andan las cosas por aquí, no tendría inconveniente alguno en rendirme con una actitud muy poco heroica al no oponer ningún tipo de resistencia.

A partir de aquella plática evoqué la experiencia de Wislawa Szymborska con el avistamiento de ovnis.

Todos nosotros sin excepción deseamos de vez en cuando vivir una experiencia inolvidable. Ser testigos de algo o, al menos, ser uno de los que afirma haber estado allí. Yo misma he asistido al nacimiento de tales chismorreos. En una ocasión, hace ya tiempo, volvía con una persona del cine. Era una noche muy hermosa y ya habían salido las estrellas; por eso, nos detuvimos un momento y comenzamos a señalar dónde estaba la Osa Mayor, dónde la Menor, o si aquello tan grande y brillante era Venus o Marte. Al poco nos dimos cuenta de que, junto a nosotros, se había congregado un grupo de personas que no paraba ad aumenta y que también señalaba con excitación cosas en el cielo. Al día siguiente comenzó a circular por Cracovia el rumor de que un OVNI había sobrevolado la ciudad, y que en Las Wolski, un bosque cercano, aún se podía ver un hoyo tremendo en el suelo como prueba del aterrizaje.

Pero la llegada de ovnis, según Woody Allen, es altamente improbable por el tan actual tema del costo-beneficio.

El doctor Brackish Menzies, que trabaja en el Observatorio del Monte Wilson, o que está bajo observación en el Hospital Psiquiátrico del Monte Wilson (no queda claro en la carta) afirma que aun desplazándose a una velocidad próxima a la de la luz, los viajeros necesitarían millones de años para llegar hasta aquí, incluso desde el sistema solar más cercano, y habida cuenta de los espectáculos que se representan en Broadway, la excursión no valdría la pena.

Pero volviendo a lo que cuenta Szymborska, veremos que el final es poco feliz.

La verdad es que se trata de una historia graciosa y un tanto triste al mismo tiempo. ¿Hace falta realmente creer en los OVNIS para detenerse alguna vez a observar el cielo? Sin los extraterrestres, el cielo sigue siendo el mayor espectáculo que la vida puede ofrecernos.

La invitación queda formulada.