jueves, 25 de febrero de 2016

Leer sin leer


Los datos que resultan de las encuestas sobre el hábito de la lectura, están lejos de ser alentadores dado que son muchas las personas que no leen. Pero ahora no nos referiremos a ellos sino a quienes leen sin leer, que existen aunque usted no lo crea.


Por una parte están aquellos que prefieren los libros platicados; Renato Leduc presenta un ejemplo de ello: “El matador de toros Manolo Martínez confiesa que le fastidia leer libros, que le gusta más que se los platiquen.”
                                                                            

Otra variante está dada por algunos cursos de lectura veloz, excesivamente veloz, a los que alude Woody Allen.


(…) este curso aumentará la velocidad de lectura un poco más cada día (…); el estudiante deberá leer Los hermanos Karamázóv en quince minutos. El método se basa en echar un vistazo a la página y eliminar del campo visual todo menos los pronombres. Pronto se eliminan también los pronombres.


En esta misma línea, Woody Allen presume logros: “Hice un curso de lectura rápida y fui capaz de leerme ‘Guerra y paz’ en veinte minutos. Creo que decía algo de Rusia.”


Contra lo que podría suponerse la no lectura también es habitual -vaya paradoja- en personas muy leídas; Gabriel Zaid ilustra el punto


Un excelente editor holandés, Carlos Lohlé, me contó alguna vez cómo ascendió, de alto ejecutivo de una editorial europea a editor marginal en Buenos Aires. La trasnacional se metió en problemas publicando un libro que traía barbaridades imperdonables. Se hizo una investigación a fondo en todos los departamentos, y resultó que nadie lo había leído.
"¿Cómo podemos publicar libros que no leemos? Porque no estamos organizados para leer, sino para alcanzar metas de crecimiento, producción, ventas, rentabilidad. Si yo leyera personalmente todos los libros que publico, ¿cuántos podría publicar? Poquísimos, porque tengo que leer diez para publicar uno; y, si no tengo tiempo de leer más que dos o tres por semana, no puedo publicar más que uno al mes."
Admirablemente, Lohlé aceptó sus conclusiones y renunció, para poner una editorial donde pudiera responder de cada libro (…)


Por otra parte en algún momento difícil de precisar, se difundió el acto de leer sin leer lo que dio lugar a una joya de la jerga educativa: el concepto de lectura de comprensión.

Y finalmente está quien se reconoce como lector aun cuando admite no hacerlo personalmente; el mismo Gabriel Zaid da testimonio de ello


(…) Una notable (porque revela cómo el mundo académico se ha vuelto burocrático, y tiende a modelarse en la figura del ejecutivo, no del lector) empieza con la extrañeza de un director de tesis ante cierta afirmación: ¿Cómo puede usted decir tal cosa, si su bibliografía incluye tal libro? ¿Lo ha leído realmente? Breve respuesta ejecutiva: No personalmente.


Sin comentario.

martes, 23 de febrero de 2016

El compromiso periodístico de tío Ruma


No es secreto para nadie que los variados intereses periodísticos suelen conducir a la manipulación y el maquillaje del acontecer. Larga es la lista de quienes han resistido, tanto en el pasado como en el presente, ante ello.

Hay periodistas muy reconocidos por la lucha que emprendieron, pero también están aquellos que han pasado casi inadvertidos y Héctor Cortés Mandujano nos acerca a la historia de uno de ellos.   

(…) don Romualdo Moguel Orantes, un hombre desesperado por iluminar con la verdad, su verdad, a todos. Nació el 16 de agosto de 1881, en Jiquipilas, y murió en Tuxtla el 16 de julio de 1956, "un mes antes de cumplir setenta años de edad, y 33 años de fructífera actividad periodística independiente" (José Luis Castro A. Lecturas históricas de Chiapas. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México, 2006:169).

Su compromiso con la verdad –siempre siguiendo el relato de Cortés Mandujano- lo llevó a fundar su propio y peculiar periódico.

La Nueva Estrella del Oriente, su publicación emblemática, apareció por primera vez en 1923, "como órgano de propaganda legislativa del Partido Filosófico-Político" (Íbid:170) y, después, ya a cargo suyo, escrito a mano en papel cebolla, tamaño carta, en original y con muchas copias al carbón, permaneció mucho tiempo en manos de la gente que se entrecruzaba en las calles con don Ruma. La Estrella era ilegible las más de las veces. Gustavo Montiel muestra la fotografía y hace la transcripción del ejemplar mil 787, del 12 de julio de 1936 (...) Una misma palabra puede ser escrita de varios modos distintos, las frases no concluyen y, parece, se juntan discursos personales con probables noticias, con defensas de su honradez periodística: "La luminosa estreya; ce asie el i ermano Gustavo; i aumentaré a la Señorita o Señora; ce la i no se firmen honestos; esto, o justo, u honrado sinónimos soi yo".
Sin embargo, la letra "era buena y hasta podríamos llamarla bonita. La redacción a veces resulta(ba) ininteligible, aunque (había) fragmentos absolutamente claros" (Íbid: 150).

Como no pudo ser de otra manera, el periódico era fiel reflejo de su fundador, editor, cronista, impresor y distribuidor; Héctor Cortés Mandujano presenta un perfil del mismo

Era don Ruma, de manera evidente, un hombre enredado en la rebeldía social, harto de no leer lo que él pensaba debía escribirse; un ser humano al límite, empeñado religiosamente en salir a diario y distribuir en forma gratuita lo que daba vueltas en su intrincado laberinto cerebral. Le faltaba, es obvio, cultura y lucidez. Pese a eso se le ha hecho baluarte de periodismo honrado, en comparación con muchos periodistas de su tiempo y de éste, pues su única intención era compartir su pensamiento: no buscaba prebendas ni privilegios. "Era un hombre de aspecto distinguido y modales elegantes; vestía impecable traje claro de dril, camisa limpia, chaleco y corbata; siempre andaba con sombrero y usaba bastón (...); piel blanca, esbelto, delgado, alto y erguido; barba negra y larga" (Íbid: 143). Al encontrar a una persona digna de recibir su manuscrito, "le hacía una pequeña caravana y le entregaba el papel".

Claro está que no faltaron las burlas, tal como lo consigna Cortés Mandujano, que habitualmente cosechan estos personajes tan singulares. “Pese a su atildada presencia y a su educación, dice Montiel, a don Ruma le gritaban algunos jóvenes: ¡Don Ruma, cachetes con pluma, barbas de espuma!” Sin embargo eso no le hacía mella “y él seguía con su autoimpuesta tarea de escribir, de repartir su palabra, de iluminar”. Rosario Castellanos supo de la existencia tanto de don Ruma como de su periódico y en sus Cartas a Ricardo –citada por el mismo Cortés Mandujano- afirma

El loco más conspicuo de esta población es un señor que tiene la manía de hacer un periódico manuscrito y regalarlo en la plaza a quien lo solicite. Se llama “La Estrellita” o algo así y habla indistintamente de Truman y las maestras normalistas, de Corea y la mala costumbre de que las jóvenes usen tobilleras, del problema indígena y las tertulias del hotel Bonampak.

Por su parte Roberto López Moreno señala que el caso de la Estrellita de Oriente fue “único en el mundo —según los límites de nuestro conocimiento—, escrito a mano por su autor, un periodista ya desaparecido recordado por el nombre de ‘El tío Ruma’.”

Y tal como sucede habitualmente lo que fue menospreciado en su tiempo, con el paso de los años alcanza alto valor de mercado y al respecto dice López Moreno: “(…) según afirmaciones de la culta dama huixtleca doña Elodia Molina, grandes empresas periodísticas extranjeras han querido adquirir, al precio que sea, la colección completa de Estrellita de Oriente, pero que por desgracia ésta ya no existe”.

jueves, 18 de febrero de 2016

Confluencia en la diferencia


La división que existe entre quienes practican una fe religiosa y aquellos que carecen de ella se manifiesta permanentemente, explicitando dos maneras muy distintas de comprender la vida.

Por ello no es frecuente reparar en sus puntos de acuerdo que más allá de  convicciones y épocas, reivindican el derecho –y la obligación- de rebelarse frente a la injusticia. Muchos son los casos que podrían citarse y para dar un ejemplo recurrimos a san Ignacio de Loyola y a José Saramago. Desde su fe, el fundador de la Compañía de Jesús afirma: “Actúa como si todo dependiera de ti, confía como si todo dependiera de Dios.”

Mucho tiempo después desde su ateísmo y militancia comunista, José Saramago sostiene: “Es que las miserias del mundo están ahí, y sólo hay dos modos de reaccionar ante ellas. O entender que uno no tiene la culpa y por tanto encogerse de hombros y decir que no está en sus manos remediarlo -y esto es cierto-, o bien, asumir que aun cuando no está en nuestras manos resolverlo, hay que comportarnos como si así lo fuera.”

martes, 16 de febrero de 2016

Hecha la ley, hecha la trampa


Para hacer posible la convivencia toda sociedad requiere la existencia de un cuerpo normativo adecuado. Y aún reconociendo que en este ámbito hay mucho por hacer, por falta de leyes -según lo reseña Sara Sefchovich- por falta no va a ser la cosa.

Además de crear instituciones y oficinas de todo tipo y de favorecer el crecimiento de la burocracia, lo que más se hace en México son leyes. Existe entre nosotros la convicción, heredada de la era colonial con sus costumbres españolas y de los liberales decimonónicos con sus ideas francesas, de que ésa es la manera de hacer que las cosas funcionen. Ya en el siglo XVI el fraile Diego de Durán escribió: "¿En qué tierra del mundo hubo tantas ordenanzas de república, ni leyes tan justas ni tan bien ordenadas, como los indios tuvieron en esta tierra?" Por eso durante todo el siglo XIX y hasta el día de hoy, nuestros Congresos se dedican con fruición a ello.
Y entonces resulta que hay leyes para todo lo imaginable: para garantizar el derecho de los mexicanos a la salud, la educación, la alimentación, el trabajo, ¡hasta para garantizar el derecho a la cultura! Leyes para todo lo que se pueda concebir y desear: que por la responsabilidad social de las empresas, que para el apoyo a los pequeños y medianos productores y comerciantes, que para proteger a los trabajadores, que para erradicar la violencia intrafamiliar, que contra la pornografía infantil, que contra las adicciones, que en favor de los derechos de los niños y de los adolescentes, que contra la delincuencia organizada, que para defender a los animales, que para cuidar el medio ambiente o los bienes nacionales o la seguridad. Y por supuesto, también leyes para enfrentar situaciones novedosas: ¿que aparece una guerrilla en Chiapas? Se crea una Ley para el Diálogo, la Conciliación y la Paz Digna, ¿que el terrorismo amenaza al país? Se crea una ley que prohíbe "el financiamiento, la planeación y la comisión de actos violentos de grupos extremistas en el territorio".


Pero este trabajo realizado por el poder legislativo -respondiendo a las obligaciones que le atribuye la división clásica republicana- es desdeñado por el cancionero popular que, cuando la fiesta se pone buena, reivindica la monarquía. Guillermo Sheridan alude a ello


(…) esa canción definitoria que se llama El rey. (…) una digresión sobre teoría económica (“con dinero y sin dinero”) y una magra reflexión sobre el problema del voluntarismo moderno (“hago siempre lo que quiero”). Ahí, de pronto, aparece la frase iluminadora:
“…y mi palabra es la leeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeey!”
(…) “Mi palabra es la ley.” He ahí la clave de los problemas nacionales. ¿Cómo que “mi palabra es la ley”? ¿Qué no se supondría que nuestra palabra es la ley? ¿Cómo puede ser que alguien pueda cantar así, públicamente, tal aberración moral, no sólo sin ser amonestado sino hasta siendo aplaudido? ¿Cómo podía ser que los testigos, lejos de censurarlo y llamarlo a enmienda, manifestaran su acuerdo con estruendosos ayayays?
“¡Mi palabra es la ley!” La cabal síntesis de la dictadura. Todo se entiende: éste rellena ánforas porque mi palabra es la ley; a aquel lo maté porque mi palabra es la ley; éste va en sentido contrario, no da recibos, no hace cola, tiene tres esposas (golpeadas), toca el claxon a las tres de la mañana porque mi palabra es la ley; ese otro prohíbe minifaldas y acosa gays porque mi palabra es la ley; éste cierra la calle porque mi palabra es la ley; el de más allá roba dinero del erario porque mi palabra es la ley, etcétera.


Claro está que las responsabilidades en relación a ello no son parejas porque depende del ámbito de poder que ejerce cada quien.


Resulta obvio entonces que la existencia de normatividad no conduce necesariamente a su debida observancia, de tal manera que en todos lados existe una distancia considerable entre lo que establece la norma y lo que sucede habitualmente. En nuestra realidad -y desde tiempos de la Colonia es sabida la forma de que “se acata pero no se cumple”- la distancia entre norma y realidad suele ser escandalosa; al respecto, señala Sefchovich


Total, crear leyes es fácil, al fin que lo de menos es lograr que se cumplan.
Quizá por eso con todo y el derecho inalienable al trabajo, hay millones de desempleados y con todo y el derecho a la alimentación, a la salud y a la educación, millones de ciudadanos no tienen acceso a nada de eso y con todo y la responsabilidad que tienen las empresas para mejorar la calidad de vida de sus trabajadores, éstos siguen ganando salarios miserables, no cuentan con prestaciones y tienen horarios de trabajo de verdadera explotación y con todo y Ley de Protección a los Animales, montones de perros cuelgan vivos de pechas en restoranes chinos que consideran que entre más sufren esas criaturas más afrodisiaca es su carne y ni qué decir del maltrato brutal que se les da en las perreras, pomposamente llamadas Centros de Control Canino y con todo y la ley que prohíbe el terrorismo vuelan instalaciones de Petróleos Mexicanos y con todo y la nueva y flamante Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia hay millones de esposas maltratadas a las que nadie defiende.


En teoría, y todo parece indicar que solo en teoría, la ley debe ser cumplida por todos y su violación implica sanciones que aplican sin excepciones. Muy otra –nuevamente recurriendo a Sefchovich- es la realidad. “Pero, por extraño que parezca, en México no es así, las leyes ni son obligatorias ni son parejas para todo mundo. No son obligatorias porque aquí la consigna es la de Benito Juárez: con los amigos la benevolencia, con los enemigos la ley. Y no son parejas porque dependiendo el tamaño del sapo, así es su aplicación.”


Existe –y por supuesto que ello no sucede exclusivamente en México, lo que no le quita gravedad al tema- una formación antidemocrática desde las primeras etapas de la vida (en otra ocasión ya nos hemos referido a ello  http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2013/04/los-juegos-de-la-democracia.html)  Así no es de extrañar que con el paso del tiempo, la justicia asimétrica, las prebendas del compadrazgo y los resultados del lobby sean vistos como acciones naturales.


No es cosa fácil someterse voluntariamente a las condiciones de paridad que exige la vida democrática. Con frecuencia para nosotros aplicamos criterios más laxos que permiten comportamientos de excepción que cuando los vemos en otros  no dudamos en censurar. No son pocos quienes evaden impuestos pero al mismo tiempo quisieran que los otros los paguen; aquellos que incumplen normas de circulación vehicular que esperan que los demás observen; los que tiran basura en la calle pero desean vivir en una ciudad limpia.


Los resultados están a la vista.

jueves, 11 de febrero de 2016

Los riesgos de la cordura


Jóvenes vs viejos, confrontación de siempre. Es usual que se asocie juventud con inmadurez y vejez con sabiduría pero sabido es que las cosas no son tan así. En este desencuentro de edades, hay viejos que condenan a la juventud por inexperiente y señalan que para su cura todo es cuestión de tiempo: esperar que crezcan para que cambien sus puntos de vista. No falta en esta censura una buena dosis de envidia porque como decía Dalí el único problema de los jóvenes, es que yo ya no lo soy…
 
Muchas son las muestras que permiten apreciar grandes logros que sólo fueron posibles gracias al arrojo juvenil. Sheldon B. Kopp (Secretos de la liberación personal. México, Editorial Pax-Librería Carlos Césarman, 1978) presenta su propio testimonio
 
Recuerdo bien algunas de mis propias aventuras de joven psicólogo. Mi primer trabajo fue en una bodega gigante para insanos conocida como Hospital Mental Estatal. La inocencia me impidió darme cuenta de que los esfuerzos por ayudar a los pacientes en ese ambiente tragicómico estaban inevitablemente destinados a fallar. Mi reciente compromiso personal, mi entusiasmo cándidamente ilimitado y mi exagerada autoconfianza, aun intactos, me permitieron lograr hazañas imposibles, hacer lo que no se podía hacer. Pasaba horas hablando con hombres y mujeres insensibles, olvidados, catatónicos irrescatables, hasta que finalmente en algunos una chispa de vida, volvía a sus ojos largo tiempo vacíos.
 
Pero con el paso del tiempo Kopp fue adoptando una postura más realista en relación a su práctica profesional. “Sólo después que la edad y la experiencia me hicieron más ‘realista’ alcancé una cordura profesional y ya no pude servir de ayuda a esas pobres almas cautivas.”  Y seguramente apreciando los daños que ocasiona tanto realismo, Sheldon B. Kopp concluye
 
La vida es muy aburrida para los demasiado tímidos, para los que carecen de imaginación, para los que están tan cuerdos que no pueden conferirle un estilo personal, un propósito individual, color, entusiasmo, diversión y excitación. La búsqueda de Don Quijote, la peregrinación personal de su loca vida, era vivir, en “el mundo como es, recorrido por el hombre tal como debería ser”. Si eso significa beber el vino de la locura, entonces yo digo: “Ven a llenar mi copa.”

martes, 9 de febrero de 2016

Recordando a don Andrés Henestrosa


Don Andrés Henestrosa alcanzó la longevidad y ello lo convirtió en exiliado de su generación al tener que despedirse de todos sus amigos y compañeros de parrandas. Uno de ellos fue Renato Leduc quien murió a los noventa años de edad el 2 de agosto de1986 y apenas cuatro días después escribía don Andrés:
 
 [...] Más de medio siglo fuimos amigos asiduos. Cien veces amanecimos caminando por las calles de México, huéspedes de mesones, tugurios, figones, tabernas de la peor fama. Al amanecer del día primero del año treinta y uno, me dijo mientras cruzábamos la Alameda Central: si vieras, Andrés, qué pereza –él lo dijo con otra palabra- tengo de vivir todo el año que hoy comienza. Y mira lector, lo que son las cosas, sobrevivió a aquella pereza –él lo dijo con otra palabra- más de medio siglo. [...]
Yo estaba lejos de la ciudad cuando murió Renato. Ni él ni yo gustamos de velorios, entierros, pésames. Me dijo un día, hace muchos años: Yo ya no quiero asistir a otro entierro que no sea el mío. Y yo agregué: Yo no asistiré más que al mío, porque no podré evitarlo; pero procuraré llegar lo más tarde que se pueda. Y, si es posible, no llegar.

 
Unos meses después, el 30 de noviembre de ese mismo 1986, don Andrés Henestrosa cumplía ochenta años de edad y, según apunta Rafael Solana, lanzaba una advertencia.

Nos advierte Andrés que se propone vivir veinte años más, llegar a centenario; apoya su conjetura en la edad que han alcanzado algunos de sus parientes más próximos por la rama femenina: ciento un años su madre, cientos seis una de sus tías; todavía en activo; sobre todo nos alienta a creer que ese proyecto es viable el leer a Henestrosa fresco y lúcido, sin muestra alguna de aburrimiento, sin la menor señal de ese tedium vitae que entristece y ensombrece a muchos en los años de su madurez; todavía está alerta a lo que le rodea, es útil a su patria, en un puesto tan importante como en el que en la Cámara Alta tiene; todavía se lanza en busca de libros viejos, y recibe los nuevos que se le mandan; aún lee y escribe, y opina. ¡Cómo no va a tener cuerda para otros cuatro lustros, que son los que le faltan para cumplir un siglo! Y podemos esperar algo más: que esas dos décadas todavía por vivir sean fecundas, que siga en ellas participando en la vida nacional, desde el Senado, desde la Academia, desde las páginas de El Día.


Al año siguiente era el propio don Andrés quien expresaba una vez más su convicción de que aún le quedaba larga vida.
 

Hoy [2/11/1987] cumplo ochentaiún años y un día. Son, ciertamente, muchos años, pero no ante mis ojos: yo sigo teniendo veinte años. Tengo años, pero no edad. Me hurgo y palpo todos los rincones del cuerpo y del alma y encuentro que ninguno registra los signos específicos de la vejez. O, por lo menos, de modo total no los registran. Lo que otrora convexo es ahora cóncavo. Lo que redondo, puntiagudo. Alguna arruga tendrá el cuerpo, pero ninguna tiene el alma. Me sé contar los dedos, por eso sé que tengo muchos días, que si la vida es un camino, lo he recorrido largo, más que muchos de mis pobres amigos y conocidos, muertos en la flor de la edad, cuando apenas abierta la corola de su vida.


Un par de décadas después y cuando estaba en el umbral de la centuria, le hizo saber a Mariliana Montaner sus planes. “Voy a cumplir cien años (...); en estos años he buscado la alegría, no el llanto, porque a reír aprendí, llorar siempre supe. Tengo el plan de vivir hasta los 105 años y se tienen que reflejar en mi rostro y en mi corazón.”


No mucho tiempo después comenzó a preparar su equipaje para la partida. “Ya es tiempo de desandar lo andado, de recoger los pasos, para que cuando llegue la tan temida, nos encuentre prontos a partir, sin nada pendiente.”

En el 2007 concurrí a la presentación de su libro “Andanzas, sandungas y amoríos” en una cantina del rumbo de la colonia Roma. Allí señala

De día yo soy ateo
de noche soy creyente.

Nací de pronto muy temprano, por eso
voy a morir muy tarde.

Como no puedo ser inmortal por mis obras,
voy a luchar por serlo en la vida.


Don Andrés Henestrosa murió en enero de 2008 a los 101 años. Descansa en paz.

jueves, 4 de febrero de 2016

Fronteras de lo personal


Da la impresión que vivimos tiempos en que los territorios personales están en franca retirada. Es así que en muchas ocasiones hasta lo más íntimo abandona el espacio de lo privado para llegar al dominio público. Y para aquellos que por muy diversos motivos son figuras del acontecer social –y por tanto concitan el interés periodístico- aún resulta más difícil permanecer fuera de la mirada social.

Antes los periodistas, por lo general, consideraban de mal gusto realizar preguntas que pudieran invadir la esfera particular del entrevistado. Pero en la actualidad esto ha cambiado en forma tan notoria, que abundan los entrometidos.  

Leyendo una entrevista publicada recientemente en la prensa, reparamos que este no fue el caso de Rachel Cooke quien se manejó con discreción ante Olafur Eliasson, “el artista islandés dinamarqués al que siempre se conocerá ante todo por el enorme sol que hizo emerger en el interior de la Turbine Hall de la Tate Modern de Londres en 2003 (…)”; Cooke traza un perfil general de su entrevistado

En el mundo del arte, Eliasson es conocido por su amabilidad y por su modestia. Cuando se lo conoce, su gracia y su sinceridad llaman la atención de inmediato y se las asocia con su ropa rústica escandinava, sus gestos moderados, su forma de ser democrática. Eliasson preferiría morirse antes que referirse a sí mismo como “famoso”, lo que lleva a la gente a preguntarse por su ego, que parece haber desaparecido.

Luego, refiere algunos aspectos de sus orígenes familiares.

Eliasson nació en 1967 en Copenhague, la ciudad a la cual sus padres, Elías Hjorleifsson e Ingibjörg Olafsdottir, ambos de veintiún años, habían emigrado tras abandonar Islandia un año antes en busca de trabajo (su padre, como cocinero; su madre, como modista). La madre procedía de un pueblo pesquero de Islandia que se remonta al siglo XI; mientras que la familia del padre pertenecía a la artística Reikiavik (su abuela era fotógrafa y su abuelo, editor).

Con la información que el artista le proporciona, Cooke describe las dificultades familiares que vivió durante su infancia e interpreta lo que para él pudo haber significado la distancia con su padre.

Cuando Eliasson tenía cuatro años, sin embargo, sus padres se separaron, y su padre regresó a Islandia. La distancia entre ambos debe haber sido dolorosa, pero lanzó al hijo, a quien ya le gustaba dibujar, por un camino creativo. Elías también tenía inclinaciones artísticas: pintaba acuarelas, dibujaba fósiles y realizó un estudio en el cual se instaló en un bote y suspendió una lapicera sobre una hoja de papel de tal manera que el movimiento de las olas produjera dibujos. “No lo veía con frecuencia. Era cocinero en un barco pesquero y pasaba mucho tiempo lejos. Cuando lo veía, quería impresionarlo. Hacía dibujos impresionantes para llamarle la atención.”

Para estas alturas Rachel Cooke ya estaba metida en la historia de su entrevistado por lo que dejándose llevar por su curiosidad -un tanto invasiva- le preguntó si finalmente había logrado impresionar a su padre. Y señala que ante ello el entrevistado se limitó, con suavidad, a contestar: “Eso es personal”.

De esta manera Olafur Eliasson le hizo saber a Rachel Cooke que era tiempo de cerrar la puerta a lo personal para pasar a lo que consideraba más importante para el público lector, lo relativo a su trayectoria artística.

martes, 2 de febrero de 2016

Los sastres de la información


No es secreto para nadie que la llamada opinión pública está muy influida por la opinión privada de informativistas, líderes de opinión (sic), editorialistas, etc. que responden a intereses de los concesionarios de los principales medios de comunicación.

Entre muchos otros tópicos esto tiene que ver con la concentración de medios así como con la apatía y/o limitaciones prácticas de buena parte de la población para tener una información más apegada a la realidad.

Ahora bien, esta cuestión no es patrimonio exclusivo de nuestro tiempo, lo que queda de manifiesto en la conferencia pronunciada por Ramón López Velarde en la Universidad Popular el 26 de marzo de 1916 (y que se cita en Vida Moderna, México, el 12 de abril de ese mismo año).

(…) Aquí viene a pelo referirme también a la comodidad que representa, en una sociedad que no lee ni medita, repetir por boca de ganso, tercamente y profusamente, la opinión preestablecida. Siempre constituirá una facilidad democrática la compra de ropa hecha. Bien vista la cuestión, es útil el charlatán que soba y soba lo que otros han pensado; como es útil el sastre que vende ropa hecha. Y no concibo que se tolere al sastre y al mismo tiempo se deteste al periodista que, por diez centavos, nos sirve todas las mañanas poesía hecha, política hecha, reportazgo como corbata roja y editorial como falda pantalón.

Los años han pasado y –aun cuando en este aspecto se han dado cambios considerables que no es posible desconocer- seguimos consumiendo mucha información de la que nos venden como “ropa hecha” al decir de López Velarde.