jueves, 26 de junio de 2014

El peligro de las revoluciones exitosas


Con innumerables ejemplos la historia muestra que tanto las revoluciones como los movimientos rupturistas y de vanguardia luego que triunfan y pasan a ser oficialistas, se ven amenazados por su propia decadencia. Para el caso puede ser ilustrativa la anécdota que narra Leopoldo Zincunegui

(Durante la Revolución Mexicana) el famoso capitán Trujillo, de las fuerzas del general Diéguez, en cierta ocasión se presentó a su Jefe indicándole que pensaba marcharse para su tierra.
-Pero hombre –le dijo Diéguez en tono paternal- ¿qué paso contigo? ¿Es que no te gusta andar en la bola?
-¡No, Jefe! no es que no me guste el “borlotito”, pero la verdad es que esto no tuvo chiste… ¡Ya esta Revolución degeneró en Gobierno!

Revoluciones sociales, artísticas, educativas después de pasar por su momento de auge fueron portadoras de su propio declive. Elie Wiesel (Retratos y leyendas jasídicos) afirma que no hay nada que corrompa tanto a los movimientos revolucionarios como los éxitos. En su análisis intenta comprender este proceso degenerativo mediante la identificación de diversas generaciones de revolucionarios “(…) luego de la primer guardia, la de los puros, viene, en segundo término, la de los pioneros. La tercera, combate por costumbre, la cuarta, por inercia.” De esta manera. lo que en un momento fue innovador se transforma en costumbre y poco a poco se va perdiendo la fuerza de los inicios. Tomando una expresión que proviene del mundo empresarial, es posible afirmar que los procesos revolucionarios también son afectados por su zona de confort y es cuando de acuerdo con Wiesel  

Lo esencial cede a lo superficial, el fin a los medios. Ya no se combate en las alturas, ya no somos portadores del impulso. Es combate por un título, por una posición. Se reemplazan las ideas por celebridades, los ideales por fórmulas. Es el destino de toda aventura, ninguna sorpresa es eterna, ninguna pasión dura. Al alba, la noche habrá tragado a sus profetas. Ninguna escuela ha conseguido mantener vivo el soplo y la primera visión de sus precursores, la rigurosa exigencia de sus fundadores. Nada es más difícil que salvaguardar el sueño una vez que ha dado impulso a la materia. Nada tan peligroso para la victoria, comprendida la del espíritu, que la victoria misma.

El entusiasmo que concita la revolución triunfante anticipando un horizonte de cambios y transformaciones esperanzadoras es tal que, con frecuencia, inhibe el juicio crítico haciendo que la mirada pierda rebeldía y se vuelva complaciente. Así lo innovador deviene en conservador y la vitalidad se burocratiza.  Y es que tal como concluye Wisel: “No se gana impunemente. Hay que pagar por las batallas ganadas, y nuestra inocencia es a menudo el precio. Cualquiera sean los triunfos, terminan siempre por engendrar situaciones que los ponen en duda.”

A nivel teórico (donde el concepto de revolución permanente se impone al de revolución institucionalizada) el tema adquiere una claridad que se encuentra muy distante del acaecer.

Tal vez haya algo de razón en el viejo aforismo que –con aire conservador- sostiene que es más fácil ser oposición que ser gobierno.

martes, 24 de junio de 2014

El grito controversial


En los estadios donde se juegan los partidos de futbol mexicano se ha vuelto costumbre que en los instantes previos a que el portero del equipo contrario haga el despeje, la hinchada grite: “eeeeeeeeh… ¡puto!” El Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación ha exigido a la Federación Mexicana de Futbol que tome las medidas adecuadas para terminar con esos gritos que atentan contra los derechos de las personas homosexuales. Una nota de Héctor Alfonso Morales publicada en El Universal el 18 de marzo de este año se refiere al tema.
 

“Nos parece que así como hay expresiones racistas que no se deberían aceptar, porque son discriminatorias, igualmente los gritos homofóbicos lo que buscan es intimidar y denigrar al portero o al equipo contrario, pero en realidad denigran el deporte”, señala Ricardo Bucio Mújica, presidente de la Conapred. “En ese sentido sí hay un equívoco y una omisión permanente de las directivas [de los clubes] y de la Federación [Mexicana de Futbol]. Ésta es una situación que puede degenerar en violencia”.
Por eso, Bucio recomienda emprender campañas preventivas y correctivas para frenar este fenómeno, generalizado en los recintos del balompié nacional.
“Se tendría que dar un cierto aviso a la tribuna, porque tiene una afectación concreta en la vida de las personas, no es un tema inocuo”, lamenta el titular del organismo contra la discriminación. “Hay una carga de desprecio, de minusvaloración en esta expresión colectiva en el estadio”. (…)
Sin embargo, en el Reglamento de Sanciones de la liga mexicana  no se señala explícitamente a la homofobia como un tipo de discriminación, al sólo referirse al racismo.
 

Según algunas fuentes el origen de esta costumbre tuvo lugar hace poco más de diez años en la ciudad de Guadalajara y después se hizo presente incluso en los Campeonatos Mundiales de Alemania (2006) y Sudáfrica (2010); tal es lo que se precisa en http://www.fanbolero.com/2012/10/el-origen-del-eeeeeeh-puto/


Los primeros inicios del grito dicen ser de Guadalajara, por ahí del año 2003, poco después de que Oswaldo Sánchez regresara a la ciudad a jugar con las Chivas, venía del América (…) y antes había estado en el Atlas. Lo que se dice es que los aficionados tapatíos estaban enojados con él (por traidor) y se lo quisieron hacer saber cada que cobraba un saque de meta.
Ahora, no es como que de la nada se les ocurrió, el grito de “puto” se usaba desde antes, cuando se decía la alineación visitante, se escuchaba la palabra tras oír cada jugador del equipo rival, este intensificándose más con alguien que era particularmente odiado por la afición.

 
El tema cobró amplia difusión durante el Campeonato Mundial de Brasil cuando la FIFA amenazó con sancionar a la selección de México por ese grito que brota de las tribunas ocupadas por su hinchada (y que comenzó a ser copiado por la torcida brasileña). Una nota de prensa da cuenta de ello.

 
Por supuestas conductas racistas y homofóbicas, aficionados mexicanos están en la mira en el Mundial de Brasil 2014.
De acuerdo a información de dos medios de comunicación ingleses, la FIFA ya habría iniciado un proceso disciplinario contra México debido a “conductas impropias” de su afición durante los partidos que el Tricolor ya disputó en la Copa del Mundo, ante Camerún y Brasil, en Natal y Fortaleza respectivamente.
(…) la Selección Mexicana estaría en riesgo de ser sancionada por supuestos actos homofóbicos de su público, al igual que la Selección Brasileña.
Brasil y México “podrían enfrentar un castigo por el comportamiento ‘homofóbico’ de sus aficionados, después de que se les informó a los oficiales de FIFA del uso grito de ‘Puto’ durante su partido correspondiente al Grupo, en la ciudad de Fortaleza”, publicó el diario inglés The Telegraph, en su versión web.


Difícil imaginar cuáles serían estas sanciones y cómo debería actuar la Federación Mexicana de Futbol para suprimir ese grito. Cualquier castigo en este sentido haría responsable al órgano rector del balompié nacional -como gustan decir los cronistas deportivos- cual padre que deberá hacerse cargo de la mala conducta de sus hijos que asumen comportamientos groseros respecto al golero del equipo contrario.

 
A partir de estos hechos la polémica quedo abierta. Por una parte están quienes consideran que el grito constituye un insulto de indiscutible contenido homofóbico por lo que solicitan a las autoridades que tomen cartas en la cuestión. Por otro lado están quienes quitan trascendencia al hecho, señalando que tan solo se trata de echar relajo con el único objetivo de presionar y poner nervioso al portero del equipo contrario. Los ataques entre quienes conforman estos distintos grupos de opinión han ido creciendo de tono (tanto en los medios de comunicación tradicionales así como en las redes sociales) alcanzando en ocasiones niveles altisonantes propios del tema en disputa.


A mi parecer la cuestión tiene algunas aristas que no han sido consideradas. Además de las implicancias conceptuales o cualitativas del grito (que es lo que se ha venido discutiendo), es importante añadir lo cuantitativo: la asimetría entre una multitud gritona y un guardameta callado que pone de manifiesto una gran inequidad entre los bandos en cuestión. Y tal vez sea por la vocación de minoría que uno trae pero hay que subrayar que el mayoriteo de la hinchada es de una desproporción escandalosa (y no es necesario leer “Masa y poder” de Elías Canetti para suponer que hay mucho de cobardía individual oculto en la prepotencia de la masa).
 

El estadio no es lugar propicio para que las expresiones se guíen por el Manual de Carreño pero una cosa son los gritos individuales, los desahogos solitarios y muy otra el coro unánime de la tribuna. No deja de ser una conducta inventada por una persona o un pequeño grupo que luego se hizo moda. Y para modas impuestas en un estadio de futbol, es preferible la ola que resulta agradable a la vista y ayuda a desentumecer a los espectadores que permanecen sentados en las graderías.
 

Otro aspecto a resaltar tiene que ver con que las hinchadas se la agarran con el más inocente y solitario del equipo contrario. Son contadas las ocasiones en que un portero da una patada a un jugador del equipo contrario o mete un gol en la portería rival. Y sin embargo así es, la hinchada no le grita el “eeeeeeeh… ¡puto!” a un defensa de juego brusco o al delantero que les metió tres goles… Ni siquiera al juez que los pudo perjudicar con un fallo más que discutible.
 

Finalmente cabe recordar que el grito descalificador entre rivales no se ha limitado a los estadios de futbol y en este sentido el hecho tiene una larga historia Salvador Novo deja constancia de ello.

 
En la famosa Noche Triste, al perseguir a los españoles, los mexicas les gritaban cuiloni, cuiloni. A esta distancia, es imposible saber si les sabían algo o se los decían al tiro; pero consultados los más fehacientes Vocabularios, hallamos que cuiloni quiere decir puto, o “somético”, si la verdad, aunque no peque, incomoda.


Y claro que por aquellos entonces no había CONAPRED ni FIFA que pudieran intervenir en el asunto…

jueves, 19 de junio de 2014

Viejos verdes


De acuerdo con el diccionario es posible definir como viejo verde al hombre de edad madura (categoría un tanto ambigua, acotamos) que se relaciona (o anhelaría hacerlo, apuntamos) con mujeres mucho más jóvenes. También dícese del hombre que conserva inclinaciones galantes impropias de su edad. Y no falta la línea dura: viejo que persigue a las jóvenes

¿Cuándo, por qué y quién fue el que pintó de verde a los viejos de ojo alegre? (por cierto que esta atribución cromática no deja de tener sus asegunes ya que verde es aquello que aún está por madurar, lo que en este caso bien podría aplicarse a lo emocional mas no a lo físico).

En algún momento ser identificado como viejo verde estuvo muy lejos de ser una ofensa y, por el contrario, constituyo un orgullo para quienes así fueron catalogados. De acuerdo con http://definicienciapopular.blogspot.mx/2008/07/ser-un-viejo-verde.html “Ser un viejo verde, allá por el siglo XVI, era muy satisfactorio pues con ello se quería decir de una persona que conservaba su vigor y lozanía. Y así se decía en latín vulgar que viridis a vigore, verde es vigor.” Por su parte http://www.elcastellano.org/consultas.php?Op=ver&Id=30813 ofrece un ejemplo de ello. “El poeta Virgilio hablaba de Caronte como de un anciano verde, es decir, viejo pero lozano.” En http://definicienciapopular.blogspot.mx/2008/07/ser-un-viejo-verde.html  se amplía la información al respecto. “Incluso a los hombres maduros de pelo canoso se les comparaba con las cebollas, hortalizas de la familia de las liláceas, que se caracterizan por tener la cabeza blanca y el rabo verde, de donde proviene otra expresión más peyorativa aún: viejo rabo verde.”

Sin embargo pronto vendría una radical transformación en la connotación del término; continúa http://definicienciapopular.blogspot.mx/2008/07/ser-un-viejo-verde.html

Extrañamente, a partir del siglo XVII y particularmente en castellano, se le fue dando una connotación obscena, lúbrica, al término viejo verde, que tanto en italiano como en francés conserva su sentido favorable. Y a falta de una explicación coherente, habrá que suponer que fue un sentimiento igual de verdoso, la envidia, el que dictó el cambio de giro a la expresión. Sebastián de Covarrubias ya dijo en 1611: “Es el color de la yerba y de las plantas cuando están en su vigor… No dejar la lozanía de mozo habiendo entrado en edad… A los que siendo viejos tienen verdor de mozos, decimos ser como los puerros, que tienen la cabeza blanca y lo demás verde”.
Si bien tal era el sentido de la locución en el siglo XVI, a partir del siglo XVII se produce el cambio semántico, con lo que a partir del siglo XIX ya se aplica a cuentos, chistes y representaciones de tono obsceno, lascivo y lujurioso (…)

En http://www.elcastellano.org/consultas.php?Op=ver&Id=30813 se sostiene que el caracter peyorativo de la expresión viejo verde tuvo lugar en el siglo XVIII dado que

hay un cambio semántico y pasa a denotar lujuria, obscenidad; se utiliza el verde en su acepción «que aún no está maduro», situación impropia para quien ya ha sobrepasado con creces la edad media de la vida y tiene, por consiguiente, conductas más adecuadas a la edad juvenil: pasión exacerbada, apetencia por mujeres acordes con etapas anteriores de la vida.

Será el poeta Ramón López Velarde quien salga en defensa de ellos. El artículo referido lleva por título “Los viejos verdes” (que por aquellos tiempos lo eran quienes rondaban los 60 años de edad) y fue publicado en El Nacional Bisemanal, Diario Libre de la Noche, México, 15 de mayo de 1916. Y no vaya a creerse que el autor salía en defensa de su gremio dado que a la sazón contaba con 27 años de edad (moriría en forma prematura cinco años después).

Voy a intentar una defensa de ellos.
Una defensa de los encanecidos milicianos que, ya fuera de combate, empuñan todavía sus armas melladas y presumen de galanes en la esquina de El Paje, en la banqueta del Hotel Iturbide y en los prados de Guardiola. Mi defensa comprende a los otros, menos elegantes, que maniobran en cualquier barrio o acechan la salida de misa frente a la parroquia de San Cosme, emperifollados y ladinos.
No pretendo que cada anciano erótico sea un maestro del buen gusto y de la discreción; ni que su conducta, tan orillada al ridículo y a la impenitencia final, redunde en provecho de las buenas costumbres o de la estética; ni que pueda aplicársele, sin riesgo de errar, lo que aquella dama francesa decía de un abate amigo suyo: que lo amaba porque, ya entrado en años, se portaba en el día como un viejo y en la noche como un joven. Me limito a solicitar un poco de indulgencia para los reumáticos, tísicos y cardíacos que, sin haber leído a Montaigne, practican su consejo: “Cuando el tiempo, como guardián inexorable, os arrastre por las postrimerías invernales, volved siempre la cabeza a vuestra florida edad.”
No quiero entablar pleito contra quienes sostengan que es necio hacer el amor a los sesenta diciembres como a los cuarenta mayos; pero me opongo a que el golpe tiránico de una ama de llaves, sin meditación y sin letras, espante a las mariposas caducas que revolotean en torno de la última flama y que no buscan más que un reflejo de calor. ¿Quién está seguro de que, en su declinación, al cortejar con alas decrépitas la luz y la lumbre, no sería golpeado por el mandil o por el plumero del ama de llaves? Contra la sacudida de ese plumero, firmemos alianza con los viejos que anhelan, en vano, retocar su fenecido verdor. Unámonos a ellos siquiera por razones de egoísmo. También nosotros, a las once de la noche hemos de decir, como ellos, que todavía está la pelota en el tejado.
Si al que traspasa los lindes de la ancianidad no se le prohíbe el sol, ni el agua, ni el vino quemante, ni la pechuga de gallina, que no se le vede tampoco arrimarse a las colas. Todavía hay sol en las bardas, decía un caballero muy celebrado. Probablemente, no se justifica mofarse de los que amparan su aterido cuerpo contra las bardas, en el epílogo.
Cuchichean que la incapacidad amatoria de la senectud es, ineludiblemente, cómica. Menos circunscrita idea del amor tenían los reyes bíblicos, los reyes salmistas, los reyes santos, los que calentaban su lecho con una doncella. Pero estos episodios no pueden ser interpretados sin malicia por los exégetas de nuestros días, que arraigan la moda en el sombrero de carrete y la sabiduría en las películas cinematográficas.

Concluye López Velarde haciendo suya una antigua súplica. “Hace dos mil años, en una sociedad menos remilgada que la de hoy, con menos mostaza, y quizá con menos desventura, pedía Horacio a los dioses, en una de sus odas, que lo librasen de una vejez sin cítara. Y, en cualquier clima, ¿podrá haber una cítara no habiendo una mujer?”

martes, 17 de junio de 2014

Reacciones ante un gol mal anulado


En algunos partidos del campeonato mundial de futbol que por estos días tiene lugar en Brasil, los jueces han anulado goles que fueron convertidos en buena ley. Uno de las selecciones perjudicadas fue la de México a la que en su partido con Camerún el juez le anuló dos goles (aun así ganaría por la mínima diferencia).

No fue el caso, pero en situaciones como ésta los jugadores perjudicados suelen reaccionar con tanta vehemencia que todavía encima les llueve sobre mojado y se llevan además alguna tarjeta amarilla o, peor aún, roja. Es así que el gol anulado con frecuencia afecta el ánimo de los jugadores y los 90 minutos de juego son pocos para reponerse ante la adversidad.

Cuando un equipo se ve perjudicado por las decisiones de un silbante debería imitar al patrono de los goles anulados: el brasileño Zizinho. La crónica de Eduardo Galeano explica el hecho que condujo al jugador a ese sitial de honor.

Fue en el Mundial del 50. En el partido contra Yugoslavia, Zizinho, entreala de Brasil, hizo un gol bis.
Este señor de la gracia del fútbol había convertido un gol de limpia manera y el juez lo había anulado injustamente. Entonces él lo repitió igualito, paso a paso. Zizinho entró al área por el mismo lugar, esquivó al mismo defensa yugoslavo con la misma delicadeza, escapando por la izquierda como había hecho antes, y clavó la pelota exactamente en el mismo ángulo. Después la pateó con furia, varias veces, contra la red.
El árbitro comprendió que Zizinho era capaz de repetir aquel gol diez veces más, y no tuvo más remedio que aceptarlo.

 Aquel mundial terminó muy mal para Brasil. Zizinho ya no pudo anotar en la final (conocida como maracanazo) que, contra todo pronóstico, ganó Uruguay 2 a 1.

jueves, 12 de junio de 2014

Cartas perdidas


Siempre duelen aquellos amores que pudiendo haber sido, no fueron. Y más aún cuando el origen del desencuentro estuvo en algo tan nimio como la pérdida de una carta. Pío Baroja fue uno de los perjudicados por este traspapeleo epistolar y no se queda con las ganas de contarlo.  


(…) entre mis papeles viejos (…) encuentro una carta dirigida a mí, y sin abrir, desde hace más de veinte años.
¡Qué cosa rara!
Rompí el sobre y hallé una hoja escrita en francés por una mujer desconocida: carta como de una novela de aventuras. No comprendo cómo no la leí en su tiempo. Estaría fuera de casa. No sé. La carta no tiene fecha; al menos, del año. Está escrita en francés. Pone “viernes 27 de febrero”. Por la estampilla del sello de Correos parece que es de 1922 ó 1923.
No recuerdo absolutamente nada de lo que hice estos años ni en la primavera ni en el invierno. Quizá estuve fuera o quizá estuve enfermo. La letra de la carta es una letra de colegio, un poco puntiaguda. Yo no entiendo nada de grafología y no sé si sus principios tienen o no exactitud. La dirección de la carta está sólo en el sobre, a estilo francés.

Dice así:
                                                                           “Viernes, 27 de febrero.
 
Señor:
 
Tengo un gran deseo de conocerle y de hablarle. Odio la etiqueta y las conveniencias sociales. ¿Para qué tantos requisitos inútiles? La vida, en general, es bastante pobre y mezquina para añadirle dificultades.
Tengo ganas de hablar con usted. ¿Quiere usted ir al baile de máscaras de Bellas Artes, que se celebrará el lunes próximo en el Teatro Real? Yo estaré vestida de Pierrot, de blanco, con antifaz, en la tercera platea, entrando, a la izquierda, y podremos hablar. Para mí será un momento feliz. Soy entusiasta lectora de sus libros.
No sé si hago bien o mal en escribirle. A usted no le parecerá atrevimiento, pero a las pocas personas que me conocen en Madrid, sí.
Aunque paso por norteamericana, soy circasiana de nacimiento, de familia de antiguos jefes rebeldes, enemigos de Rusia y de Turquía.
Una circasiana y un vasco es un poco, como en la ópera de Bizet, Carmen y don José. Yo no cantaré como ella

                     L’amour est enfant de bohême.

Usted no creo que sea tan loco como don José.
En fin, hablaremos. Yo le conozco de vista y alguna vez he tenido el impulso de acercarme a usted para hablarle; pero me ha faltado el valor. Espero que en el baile el valor me lo dé el antifaz.
Una circasiana tímida es un poco ridículo, ¿verdad?
Pero ¿qué voy a hacer? ¿Irá usted? No tema usted hacer de don José. Hay que tener audacia. Vaya usted. Se lo ruega la más apasionada de sus lectoras.
                                                                                            S. W.”

 
Cuando don Pío narra la historia -en 1949- ese tren ya había pasado por lo que concluye con un dejo de amargura: “¡Qué prólogo de aventuras más clásico! ¡Qué lástima! ¡Es mala suerte! ¡Quién sabe lo que le hubiera pasado a uno si llega a leer esta carta a tiempo! Claro que yo no era joven en la época, pero aún así… ¡Qué miseria de suerte! Es lo que más me indigna: no tener suerte.” Hasta aquí el relato de Pío Baroja.

 
Ahora bien, son pocas pero existen historias de este tipo que acaban bien. Una nota de prensa de julio de 2009 presenta un ejemplo de ello.

 
Londres.- Estuvo desaparecida durante diez años, pero al final una carta de amor consiguió reunir a una pareja: Steve Smith y Carmen Ruiz-Pérez se conocieron hace 17 años cuando ella hizo un curso de inglés en Reino Unido, pero después se separaron y durante años no tuvieron noticias uno del otro.
Según informa hoy la agencia PA, Smith se decidió al final a escribir una carta dirigida a la casa de la madre de su gran amor en España. Pero la misiva se dejó en la repisa de una chimenea a la espera de ser leída, se resbaló por debajo y desapareció.
No fue hasta diez años después que los obreros que renovaban la casa encontraron la carta debajo de la chimenea y se la mandaron a Ruiz-Pérez, que vive ahora en Francia.
Al principio, no podía creer lo que leía. "No llamé a Steve enseguida, porque estaba tan nerviosa. Habían pasado diez años desde que escribiera la carta, y yo no sabía qué pensaba ahora", declaró al periódico "Herald Express".
Pero al volverse a ver en el aeropuerto, "nos echamos a los brazos uno del otro", explicó Smith. "En 30 segundos nos besamos". El viernes se casaron, a los 42 años, en Brixham, en el sudoeste de Inglaterra.

                                                                      
Aun cuando muy de vez en cuando se den estas situaciones con final feliz, no hay que confiarse.  Es posible que los desencuentros amorosos sigan ocurriendo en estos tiempos del correo electrónico por un mensaje que naufragó en la bandeja de entrada o, peor aún, cuyo aciago destino lo condujo al spam.

martes, 10 de junio de 2014

La fauna retocada


La enorme diversidad que presenta la fauna en México está fuera de toda discusión. Pero hay casos muy sorprendentes; Leopoldo Zincunegui da cuenta de uno de ellos.


Durante la época en que el general (Joaquín) Amaro ocupó la, entonces, Secretaría de Guerra y Marina, una de sus mayores preocupaciones fue la de uniformar en todos sus aspectos el equipo del Ejército Nacional, llegando en su acuciosidad al grado de exigir que la caballada de cada regimiento, fuera “empelada”; esto es, que todas las bestias fueran del mismo color.
Como se avecinaba un gran desfile militar, los jefes de las corporaciones no descansaban intercambiando bestias para cumplimentar los deseos del Secretario de la Guerra; pero ocurrió que uno de los regimientos, en lugar de caballada poseía puras mulas, para los servicios de “impedimenta”, artillería ligera, etc., y en este caso, y en aquellos momentos, resultaba casi imposible uniformar su color.
No sabiendo cómo resolver aquel problema el jefe de regimiento que lo era un tal coronel Benito Ni, fuese a ver a un amigo suyo, veterinario para más señas, quien le indicó que la única manera de salir de aquel apuro, era la de aplicar a la pelambre de las mulas cierta mixtura a base de nitrato de plata, con lo que adquirían un hermoso color negro, aunque, naturalmente, aquello desaparecería tan pronto como se acabaran los efectos del nitrato sobre el pelo de los animalitos. Y a continuación le dio la fórmula correspondiente, indicándole los tantos de las sustancias que deberían entrar en la mixtura, de acuerdo con el número de acémilas a pintar.
Ya con estos datos y feliz por haber salido de aquel trance, tan bien aleccionado, desde la víspera del desfile, se dedicó Benito ayudado por sus soldados, a la curiosa tarea de barnizar a sus mulitas. Pero ya sea porque tergiversó la fórmula, o porque las cantidades de las sustancias no fueron las correctas, es el caso que a la mañana siguiente amanecieron los pobres animalitos teñidos de un verde tan intenso, que aquello parecía una nopalera o una nube de mayates de colosales dimensiones, y no la auténtica mulada que se escondía debajo de aquel improvisado “camouflage”.
Y lo peor del caso era que, como ya no había tiempo de remediar aquel desacato, tuvieron que concurrir aquellos mártires animalitos al desfile de marras, pintados como para una pastorela, con gran regocijo de los concurrentes a la formación, quienes entre otros calificativos, les adjudicaron el de “Las mulas de San Benito”.


Años después José Revueltas fue testigo de una situación que llamó su atención en el transcurso de un recorrido por el norte del país y del que da cuenta en nota publicada en la revista Así en el año de 1943.
 

Tijuana enloquece y envenena con su vértigo, con su frenesí. Siempre hay un río de gente, de norteamericanos sobre todo, dispuestos a beber de la manera más salvaje, tal vez hasta reventar.
Hay ahí hasta cierta industria ingenua y maligna, hecha para explotar la candidez norteamericana. Se trata de pacientes, prodigiosos burros pintados con rayas blancas, que se pasan todo el día al extremo de unas carretas en cuya parte posterior se muestra un telón de fondo con decorados “nacionales”. Los yanquis llegan con infantil regocijo para retratarse en “una carreta mexicana” tirada por una “zebra (sic) mexicana”. Tengo la impresión de que, en efecto, creen que el burro, así esté a punto de decolorar sus hermosas rayas a causa de faltarle pintura, es nada menos que una zebra mexicana, traída, eso sí, de quién sabe dónde.


Esta tradición no se ha perdido y mi experiencia al respecto tuvo lugar hace años en Ciudad Juárez, donde había estado trabajando unos días.  Ya iba rumbo al aeropuerto para tomar el vuelo de regreso cuando llegando a un crucero nos detuvo el semáforo. Entre los vendedores que ofrecían sus productos llamó mi atención un pajarero que cargaba a sus espaldas una torre de jaulas que parecía no tener fin, una sonora escalera al cielo; había pájaros de colores muy brillantes, estridentes se podría decir. Como no podía quitar mi vista de ellos, la persona que me acompañaba preguntó qué era lo que tanto llamaba mi atención, a lo que respondí haciendo referencia al hermosísimo colorido de aquellas aves. Sin mayor perturbación, y mientras la luz verde permitía reiniciar la marcha, se limitó a comentar asombrado por mi ingenuidad:

-¡Ah!, no crea todo lo que ve. Deje que se mojen y ya verá cómo quedan…

jueves, 5 de junio de 2014

Entrevistas


Hay personas que disfrutan ser entrevistadas y también están aquellas que no ocultan su sufrimiento ante esa experiencia. Conocedor del mundo de las letras, J.M. Coetzee estable una clara diferenciación entre una conversación y una entrevista.
 
(…) a menudo he sentido un aburrimiento opresivo al escucharme a mí mismo fanfarronear con los entrevistadores. En mi opinión, una verdadera conversación solo tiene lugar cuando discurre alguna clase de corriente entre los interlocutores. Y esa corriente casi nunca discurre durante las entrevistas.
 
No cabe duda que existen grandes entrevistadores, pero son excepciones. Las preguntas realizadas a los personajes públicos del momento por lo general son muy similares, cuando no iguales; más de lo mismo. Federico Fellini alude a ello.
 
A veces soporto bastante bien las entrevistas. Me ocurre que hablo de buen grado, incluso demasiado. Me exaspero después cuando releo lo (…) escrito y encuentro todo un poco estúpido. Juro que será la última vez, pero luego hago lo mismo porque no sé decir no. Me gustaría establecer un catálogo de respuestas preparadas. Diría a los periodistas, que además siempre preguntan lo mismo: “Miren la respuesta n° 2005”.
Realmente estoy un poco cansado de entrevistas. Cuando respondo a las preguntas, me veo como un oráculo... idiota.
 
No faltan periodistas tramposos que a toda costa quieren dar la nota de ocho columnas. Si no la encuentran, la construyen; Luis Carandell ilustra el punto
 
El obispo de Canterbury viajó a Nueva York a principios de siglo (XX). Al llegar, un periodista le preguntó: “¿Qué opina de los prostíbulos del este de Manhattan, arzobispo?”, a lo que el arzobispo replicó: “¿Hay prostíbulos en el este de Manhattan?”. El titular del diario del día siguiente fue: “Primera pregunta del arzobispo de Canterbury al llegar a Nueva York: ‘¿Hay prostíbulos en el este de Manhattan?’.”
 
Advertido del lado peligroso de las entrevistas Woody Allen esgrime su singular defensa: “La respuesta es ‘no sé’, pero me puede repetir la pregunta”.

martes, 3 de junio de 2014

Inauguracionismo


Se trata de una patología que afecta a ciertos gobernantes a quienes les gana el apuro por inaugurar obras públicas en el afán de mostrar la eficacia de su administración. Este síndrome se intensifica en fechas próximas a la conclusión de un período de gobierno. Existen pruebas suficientes que permiten afirmar que el anhelo por cortar el listón antes de tiempo, ha producido daños de envergadura siendo los ciudadanos quienes pagan (en las diversas acepciones del término) la factura. Cuanto más grande sea la construcción mayor será la aprobación y la cosecha electoral consecuente. El inauguracionismo no es patrimonio de un país en particular, aún cuando sus manifestaciones varían mucho de una nación a otra.


En el caso concreto de México han existido presidentes con especial predilección por las inauguraciones. Jorge Mejía Prieto sitúa a Pascual Ortiz Rubio entre ellos.
 

A medida que el tiempo transcurría, peor trataba la opinión pública a Ortiz Rubio haciéndolo objeto de chistes cada vez más corrosivos satirizándolo con saña creciente a causa de la singular manía inauguradora que lo poseyó. Don Pascual inauguraba con toda solemnidad lo mismo una carretera de catorce kilómetros de longitud que una sala de hospital o una exposición de automóviles. En realidad el prurito de inaugurar obras públicas no ha sido privativo del ingeniero Ortiz Rubio. Sería de interés la indagación hemerográfica que nos mostrara en qué inauguraciones de obras, no sólo insignificantes sino a veces ni siquiera concluidas, se han desperdiciado nuestros gobernantes.
El hecho fue que Ortiz Rubio se jactó en su primer informe de gobierno de haber llevado a cabo una “labor trascendental”, tan trascendental como la inauguración, el veintitrés de agosto de 1931, del túnel para peatones que comunica dos aceras del primer cuadro de la ciudad de México, acto al que se presentó con sombrero de copa y acompañado de miembros de su gabinete, entre vallas de honor, toques de clarín y marchas militares.
Y en vista de que en uno de los pasos alpinos se encuentra el túnel del Gran Simplón, extenso paso ferroviario que une a Suiza con Italia, la mordacidad infatigable relacionó el nombre del gigantesco túnel europeo con el diminuto paso a desnivel inaugurado por don Pascual, que fue conocido como el nuevo “túnel del Gran Simplón”, o sea, del presidente enormemente simple, del Nopalito.

 
Las inauguraciones –que suelen ser anunciadas con bombos y platillos- tienen lugar en un marco protocolar cuidado aún en sus menores detalles. En ciertas ocasiones aquello deriva en una gran simulación; Alejandro Rosas proporciona un ejemplo de ello.


Cada fin de sexenio la escena se repetía. Durante los últimos meses del año, el presidente de la República recorría el país inaugurando obras públicas, escuelas, clínicas, carreteras, puentes, museos, edificios. La mayoría de estas obras eran inauguradas por el mandamás del país, aún sin haberse concluido, pero entre bombos y platillos cortaba el listón y todos eran parte del acto simulado.
Acarreados de todas las edades vestidos con sus mejores galas recibían al “primer mexicano”. Cientos de banderitas de colores ondeaban al tiempo que los “vivas” invadían, en ambiente festivo, la llegada del mandatario. La recompensa para los asistentes no podía ser mejor: tortas y refrescos.
En otras ocasiones los empleados de los lugares inaugurados participaban voluntariamente. Estrechar la mano del presidente o verlo de cerca no era algo de todos los días -y en algunos momentos del siglo XX fue un orgullo hacerlo. La intención del hombre del poder era clara: dejar en la memoria de los mexicanos el arduo trabajo realizado por el jefe del Poder Ejecutivo para beneficio de la nación.
Y sin embargo, muchos de los actos inaugurales estaban manchados con la simulación propia del sistema político mexicano y hasta el presidente era víctima de la mentira de sus colaboradores.
En 1964 se terminó de construir el laboratorio de análisis clínicos del Hospital Juárez. “El edificio era moderno y funcional, muy bonito -recuerda la química Ileana Robles- el problema es que todos nuestros aparatos eran prácticamente unos vejestorios, tenían cuando menos veinte años de antigüedad”.
El doctor Santiago Fraga, jefe del laboratorio, comunicó a sus colaboradores que el presidente López Mateos inauguraría el nuevo edificio, y pidió al personal presentarse con sus mejores batas -ni siquiera una les proporcionaba el hospital. Llegó el día esperado, y como siempre, las químicas se presentaron muy temprano.
La sorpresa fue mayúscula: los viejos aparatos habían sido recogidos y en su lugar fueron colocados colorímetros, centrífugas, microscopios y demás instrumentos, todos nuevos, flamantes, luminosos. La alegría era inmensa, a partir de ese momento podrían trabajar en mejores condiciones. Llegó el presidente, saludó de mano, se retrató. Una vez que terminó el acto oficial las químicas regresaron al laboratorio y se encontraron con otra sorpresa. Personal de la Secretaría de Salubridad y Asistencia había recogido todo el material dejando vacío el lugar. Necesitaban llevarlo a otra inauguración. Con cierto desánimo las químicas tomaron los viejos instrumentos y se pusieron a trabajar. El único consuelo que guardaron, sí podía considerarse así, fue haber estrechado la mano del presidente.

 
Las reformas aprobadas en tiempos recientes no han podido erradicar al inauguracionismo; quien tenga dudas al respecto no tiene más que dar seguimiento al acontecer político de nuestros días.