miércoles, 24 de febrero de 2021

La receta de Nostradamus

 

No es ninguna novedad que, tal como refiere Alberto Savinio, “en el Medievo y en el Renacimiento la peste devastó Europa.” Tiempos en que médicos, galenos y curanderos iban totalmente cubiertos para evitar el contagio; todos menos uno

Nostradamus era el único que se desplazaba sin escafandra, sin ajo en la boca, ni esponjas en la nariz, ni lentes en los ojos. ¿De qué medios ocultos disponía este hombre para afrontar impunemente el flagelo? ¿De qué remedios era autor para repartir por donde pasaba el milagro de la salud?

Así pues surge la duda: ¿qué medicinas prescribía Nostradamus a sus pacientes? El mismo Savinio nos saca de dudas.

“Coged de serrín de madera de ciprés una onza”, escribe en su Excelente y óptimo opúsculo, necesario para todos aquellos que quieran conocer semejantes recetas exquisitas, “de lirio de Provenza seis onzas, tres de clavel, tres gramos de cañas doradas, seis de ligni aloes. Coged de rosas rojas tres o cuatrocientas bien limpias y frescas y recogidas antes del rocío, y, una vez que las hayáis pisado, echad dentro el polvo. Cuando todo esté bien mezclado haced un montón de bolitas y luego ponedlas a secar en la sombra. (…)”

Ahora bien, ¿de qué manera había que usarla? Prosigue Nostradamus -siempre citado por Alberto Savinio-

Aparte de la bondad y el perfume que esta composición da a las cosas, si os la metéis en la boca hará que todo el día la tengáis perfumadísima; y si la boca os apesta bien por dientes cariados, bien por malos olores que suben del estómago, o si se padece de úlcera fétida o de cualquier cosa extraña, poneos un poco en la boca y en timo de peste usadla con frecuencia, porque no hay olor que con más prontitud ahuyente el aire corrupto y pestífero.

Gracias a Savinio no sólo contamos con la receta sino también conocemos el nombre del boticario que se encargaba de la preparación: “bajo la vigilancia personal de Nostradamus, este específico era preparado por el puro y sincero José Turiello Mercurino, boticario de Marsella”.

El uso o no de tal medicina era el límite entre la vida y la muerte porque -concluye Savinio- “todos los que se servían de este específico estaban preservados de la peste; quien no lo utilizaba, moría irremediablemente.”