Siempre se ha dicho que en la vida es
muy importante saber lo que se quiere y lo que no; lo que gusta y aquello que
disgusta; lo que origina simpatía y lo que provoca aversión. En el rechazo -así
como sucede con la aceptación- hay diversos grados y posiblemente el más
extremo está dado por aquello que alcanza el rango de detestable (el
diccionario señala que “detestable” es “lo que merece ser detestado” –poco aclara
la cuestión- o algo “sumamente malo”; mientras que “detestar” es “sentir fuerte
antipatía hacia alguien o algo”).
Veamos algunos ejemplos -que a veces no
carecen de ironía- de quienes se han referido al tema. Afirma Voltaire: “En
medio de todas mis pasiones siempre he detestado el vicio de la ingratitud y si
le debiera un favor al diablo hablaría bien de sus cuernos.” Por su parte
Aldous Huxley cree interpretar algo de lo que detestan los niños.
Nunca conocí a un
niño que no detestara la imbécil complacencia de la gente que pretende, cuando
escriben para chicos, ser más estúpidos e insulsos de lo que realmente son. La
clase de bobadas que a los adultos sentimentales les resulta demasiado
dulcemente infantil, a los chicos les parece la basura más detestable. En esto
su gusto es perfectamente sólido.
Hay quienes se centran en cuestiones menores
tal como sucede con Gerardo Franco –citado por Marcial Fernández- “que detesta a quienes
hablan a sus espaldas, sobre todo cuando está en el cine.” También hay desagrados
un tanto convenencieros, como el que señala Woody Allen: “Cloquet detestaba la realidad, pero
comprendía que era el único lugar donde conseguir un buen bistec” o bien el
referido por Wimpi
El tipo ve saltar a la rana y se crispa:
“¡Ay, qué asco!” Luego va al restaurante, pide ranas “saltadas”, y dice que
están exquisitas. ¡Qué habilidad tiene el tipo para aceptar complacido, a quien
antes detestara, cuando lo ve que se dispone a alimentarlo!...
En otros casos la
mirada va mucho más allá, así acontece con Manuel Vázquez Montalbán: “Comparto con los neoliberales
pocas cosas, pero una de ellas es que detesto la tendencia intelectual europea
de exaltar la lucha armada en todas partes con tal de que no se produzca en
Europa.” Mientras que Albert Einstein –citado por Leo Maslíah- no deja dudas a
la hora de manifestar su vehemente rechazo.
(…) Con esto paso a hablar del
peor engendro que haya salido del espíritu de las masas: el ejército, al que
odio. Que alguien sea capaz de desfilar muy campante al son de una marcha basta
para que merezca todo mi desprecio; pues ha recibido cerebro por error: le
basta con la médula espinal. Habría que hacer desaparecer lo antes posible a
esa mancha de la civilización. Cómo detesto las hazañas de sus mandos, los
actos de violencia sin sentido, y el dichoso patriotismo.
Caso diferente es el de Luis
Buñuel quien enlista sus aversiones (así como sus simpatías) iniciando con
situaciones propias de su oficio.
Detesto el pedantismo y la jerga. A veces, he llorado de risa al
leer ciertos artículos de los Cahiers du Cinéma. En México, nombrado
presidente honorario del Centro de Capacitación Cinematográfica, escuela
superior de cine, soy invitado un día a visitar las instalaciones. Me presentan
a cuatro o cinco profesores. Entre ellos, un joven correctamente vestido y que
enrojece de timidez. Le pregunto qué enseña. Me responde: “La semiología de la
imagen clónica.” Lo hubiera asesinado.
El pedantismo de las jergas, fenómeno
típicamente parisiense, causa tristes estragos en los países subdesarrollados.
Es un signo perfectamente claro de colonización cultural.
Sabida es la curiosidad que tenía Buñuel
por el devenir, por el acontecer futuro, tan es así que llegó a expresar su
deseo en cuanto a que después de muerto le gustaría regresar de vez en cuando
sólo para poder leer el periódico. No obstante lo anterior, formulaba severas
críticas a la prensa al tiempo que admitía su deseo de poner orden con
actitudes autoritarias.
Detesto la proliferación de la
información. La
lectura de un periódico es la cosa más angustiosa del mundo. Si yo fuese
dictador, limitaría la Prensa a un solo diario y una sola revista, ambos
estrictamente censurados. Esta censura se aplicaría tan sólo a la información,
quedando libre de opinión. La información-espectáculo es una vergüenza. Los
titulares enormes -en México baten todos los récords- y los sensacionalistas me
dan ganas de vomitar.
A continuación afirma con determinación:
“No me gustan los poseedores de la verdad, quienesquiera que sean. Me
aburren y me dan miedo. Yo soy antifanático (fanáticamente).” Y añade
No me gusta la política. En este terreno, me encuentro
libre de ilusiones desde hace cuarenta años. Ya no creo en ella. Hace dos o
tres años, me llamó la atención este slogan, paseado por unos manifestantes de
izquierdas en las calles de Madrid: “Contra Franco estábamos mejor.”
Finalmente en relación a
este ejercicio de enlistar aversiones y simpatías, Luis Buñuel agregó: “aconsejo a todo el mundo
que haga lo mismo algún día”.
Su cordial invitación está hecha. Usted
dice.