jueves, 28 de mayo de 2015

Aquel otro que pudimos haber sido


Desde niños nos hemos ido familiarizando a ver la vida desde el lugar en que la vivimos. Y claro que, tal como muchos autores lo han subrayado, la realidad siempre depende desde donde uno la mire.


Hay momentos en que el recuerdo se impone y llegan sin avisar diversas imágenes del pasado. Según Ángel Gabilondo “si llueve, es más difícil no recordar”, así que imaginemos que fue en una tarde de lluvia cuando Luis Buñuel se puso a recordar.


No íbamos a Calanda más que en Semana Santa y en verano, y aun hasta 1913, en que descubrí el Norte y San Sebastián. (...)
A menos de tres kilómetros del pueblo, cerca del río, mi padre mandó construir una casa a la que llamamos La Torre. Alrededor plantó un jardín con árboles frutales que bajaba hasta un pequeño estanque, en el que nos esperaba una barca, y hasta el río. Un canalillo de riego cruzaba el jardín, en el que el guarda cultivaba hortalizas.
La familia al completo -por lo menos, diez personas- íbamos todos los días a La Torre en dos jardineras. Aquellas carretadas de chiquillería alegre se cruzaban con frecuencia con niños desnutridos y harapientos que recogían en un capazo el estiércol con el que su padre abonaría el huerto. Imágenes de penuria que, al parecer, nos dejaban totalmente indiferentes.
A menudo, cenábamos opíparamente en el jardín de La Torre, a la luz tenue de varias lámparas de acetileno, y regresábamos de noche cerrada. Vida ociosa y sin amenazas.


Y en esa supuesta tarde lluviosa, el famoso cineasta concluía su recuerdo con una de esas preguntas que conducen al vértigo existencial. “Si yo hubiera sido uno de aquellos que regaban la tierra con su sudor y recogían el estiércol, ¿cuáles serian hoy mis recuerdos de aquel tiempo?”      

martes, 26 de mayo de 2015

María Elena Domínguez Cristóbal: apuntes de una vida


Ya hemos dedicado un artículo a historias de Santa María Tavehua, Oaxaca, y no está de más anunciar que seguirán otros. Todo surgió del encuentro fortuito con un libro: Memoria Viva. Crónicas de emigrantes de Santa María Tavehua, Oaxaca al Valle de México. Coautora y recopiladora: Ma. Elena Sánchez Fernández. México, s/e, 2012. La introducción está a cargo de Verónica Vázquez Mantecón quien pasa lista de algunos valores comunitarios que la obra quiere ayudar a conservar. La lectura de este texto es ampliamente recomendable.

En esta ocasión retomaremos una de las tantas historias de vida que están narradas en el libro. El relato es de la propia protagonista, la señora María Elena Domínguez Cristóbal y de su autoría son todas las citas transcriptas.  

Comienza aludiendo a su lugar de origen. “(…) ¡Si señores, señoras!, hablo de esa sierra de guacamayas: ‘Santa María Tavehua’, pueblo de donde soy orgullosamente oriunda, ahí conocí el sol por primera vez un 18 de agosto de 1945, en él se encuentra mi historia, mis orígenes, los restos de mis ancestros, su esencia, mi esencia, mis recuerdos.” Y enseguida viene la evocación amorosa de su madre.

Recuerdos que ahora me llevan al regazo de esa hermosa mujer que Dios me prestó por nueve maravillosos años, Doña Virginia Domínguez Cristóbal, mi madre. Mujer orgullosa de ser campesina y zapoteca quien en esos breves años supo enseñarme los valores que me han acompañado hasta el día de hoy. También me enseñó el amor por la tierra, por mi gente, por el baile que es un gran refugio cuando quiero conectarme con mis antepasados, mis raíces, mis recuerdos, por la música que me envuelve cuando entra por mis oídos y llega a todas y cada una de las fibras de mi ser, envolviéndome de sonidos tan mágicos como nuestra laguna.

La referencia al padre, por el contrario, es muy breve y está acompañada con el sabor de la ausencia. “De mi padre me reservo algún comentario porque nunca estuvo cerca de mí, por ello y sólo para que este trabajo no quede incompleto lo menciono sin más comentarios que su nombre: Juan Luna Méndez.”

Con la muerte de su madre y la ausencia del padre dio inició a su peregrinar que en un primer momento la llevó a la capital del estado. Una historia muchas veces repetida: la niña que debe comenzar a trabajar con responsabilidades propias de adulto.

Cuando mi mamá se fue de este mundo me tuve que ir a vivir con el tío Leonardo (su hermano), fue entonces cuando inició mi sufrimiento pues me quedé sola; tenía una hermana que vivía en la Ciudad de México pero también murió al poco tiempo. Mi tío no pudo mantenerme y cuidarme así que decidió llevarme a Oaxaca con una madrina esperando que mi vida cambiara. Déjenme comentarles que efectivamente cambió, pues inmediatamente me pusieron a trabajar cuidando a una niña que cargaba en mi espalda mientras lavaba pañales, cumplía mandados, lavaba trastes, etcétera, escalando así los tragos amargos de lo que debería haber sido una niñez "feliz"... cada día fui viviendo una realidad llena de carencias, pobreza, hambre, reprimiendo los deseos de jugar, de comer un dulce, de tener un juguete, unos zapatitos nuevos, ropa... enfrentando así el mundo con el gran dolor de ser huérfana (herida que nunca cicatriza).

A sus 11 años de edad emprende otro viaje, que en esta ocasión tendrá como destino la Ciudad de México.

Después llegaron las ansias de conocer la Ciudad de México, "el espejismo", pues oía que la gente contaba que ahí se ganaba más. Decidí a los 11 años junto con una paisana de 20 ir a la capital, no hubo quien nos recibiera en la terminal. Yo era tan niña que cuando me preguntaban ¿a dónde vas? sólo podía contestar "a México" "a México", sin darme cuenta que ya estábamos en la ciudad. Sin familia, ni lugar donde poder llegar, con $5 en mi haber y mucho miedo pero con ganas de mejorar mi situación... llegamos a la calle de Ciprés en la colonia Santa María La Ribera, pues ella ahí tenía unos conocidos y ubicaba el lugar porque ya había venido antes.

Como suele acontecer, la realidad no resultó tan linda como la pintaban y es entonces cuando aparece la nostalgia, pero el camino atrás ya no es posible.

Efectivamente, se ganaba más dinero pero también el trabajo era más pesado, la gente nos discriminaba, los patrones nos humillaban, nos explotaban y no podíamos contestarles por miedo a que nos despidieran ya que no teníamos a donde ir. En esas circunstancias me daba nostalgia por el pueblo, extrañaba a mi madre y empecé a valorar todo lo que había dejado en mi tierra. La pobreza me hizo dejar el pueblo y aunque me daban ganas de regresar no podía, pues incluso la distancia y las condiciones para llegar a Tavehua eran muy duras ya que no había carretera de Oaxaca hacia allá. Se tenía que caminar como mínimo cuatro días atravesando el monte donde había animales salvajes y esos peligros nos obligaban a llegar en grupo para irnos cuidando. Todas estas razones me hicieron quedarme en la ciudad.
Estudié en la primaria Basilio Rojas hasta 4° grado en Oaxaca y la terminé en el DF; no estudié la secundaria porque ya no me dejaron ir, pero a los 27 años, ya casada, cursé la carrera corta de cultura de belleza. En 1959 la ciudad era muy segura, pero las agresiones de las que fui objeto durante mi niñez me hicieron muy dura y fuerte de carácter.

María Elena Domínguez Cristóbal hizo familia en la gran ciudad, una familia que siguió marcada por la migración.

Me casé a los 26 años con Javier Ramírez Yáñez, él es de Maravillas estado de Hidalgo, tenemos dos hijos: Ignacio que nació en 1969 y Rita Dinorah en 1970, Nacho nos dio un nieto, Iván de 18 años y por parte de Dino, Nayeli de 11 años y Rita de 1 año. Infortunadamente ellos no viven aquí, parecería que en nuestra familia se debe emigrar del lugar natal; actualmente están en Los Ángeles, California (EUA) y al igual que yo me quedé aquí creo que ellos se quedarán allá.

El primer reencuentro con Santa María Tavehua no fue en circunstancias felices. “Regresé a mi pueblito en 1973 porque mi tía Ana (hermana de mi mamá) estaba muy grave y me vinieron a buscar para ir a verla. Casi todos los paisanos creían que yo había muerto y se llevaron una gran sorpresa cuando me vieron llegar casada y con hijos.” Con cierta frecuencia regresa a su pueblo, que sigue siendo el mismo y que también es distinto.

Me gusta mucho ir de fiesta a Tavehua, principalmente en diciembre. Tengo una pequeña casita justo en el centro del pueblo, donde mi madre siempre la quiso tener y aunque físicamente ella ya no está, sé que su espíritu siempre espera desde la casa con ansias mi regreso. Desde ella se alcanza a ver todo: la iglesia, las canchas, la comisión y el campo; cada vez que voy aprovecho también para ir al mercado de Zoogocho en donde compramos cosas frescas propias de la región, aunque ya casi no puedo ver y camino muy poco por lo mismo.

Con el paso de los años la vida ha cambiado para la señora María Elena. Las cosas se han complicado pero ella confía en el consuelo que, en las horas aciagas, seguramente le procurará la memoria de sus sentidos, de aquello que no olvidará jamás.

Sé que perderé mi vista por completo pero me quedan todos mis demás sentidos, éstos siempre me llevarán a oler el barro rojo, oír la banda, degustar un plato de chapulines y amarillo, una tortilla calientita, pero lo más importante es que me quedan en la memoria todos los verdes, azules y floridos paisajes, todos los colores de la sierra que aunque la vista se vaya ya nunca perderé, porque son parte de mi.

En el final del relato subraya su orgullo por ser oaxaqueña y en particular tavehuana.

Me siento muy feliz de ser oaxaqueña pero más aún de ser tavehuana, con orgullo porto mi traje típico y conservo mi lengua natal ya que ambos son mi identidad, lo que me hace sentir siempre cerca de las personas que ya se han ido y de las que vendrán.

Muchas gracias, señora María Elena Domínguez Cristóbal por compartirnos de su historia.

jueves, 21 de mayo de 2015

Elogio de la neurosis


Sea lo que sea que por ello se entienda, la neurosis tiene muy mala prensa. Felizmente no han faltado aquellos que –desafiando consensos psicologistas- salieron en su defensa, coincidiendo en su principal argumento: ¡cuánto más pobre, triste y feo, sería este mundo si los grandes neuróticos hubiesen sido curados!

Y es que el arte, la creatividad, la innovación, mucho tienen que ver con la neurosis, lo que no constituye precisamente un descubrimiento contemporáneo. Esto ya lo sabía Aristóteles que, citado por Luis Ignacio Helguera, preguntaba en el “Problema XX”: “¿Por qué son melancólicos los hombres que se distinguen en la filosofía, en la vida pública, en la poesía y en las artes, al grado de que algunos entre ellos sufren el morbo que viene de la bilis negra?”. Es así que para el arte, la neurosis deviene en artículo de primera necesidad ya que –como sostiene Helguera- “(…) la mayoría de los creadores artísticos han sido y son temperamentos hipersensibles, obsesivos, depresivos, melancólicos y neuróticos (…)”. Y para argumentar aún más a su favor, Luis Ignacio Helguera cita a Proust.

Todo lo importante lo han creado los neuróticos. Ellos han creado las grandes obras. Disfrutamos de música deliciosa, hermosas pinturas y miles de pequeños milagros, sin detenernos a pensar lo que le han costado a sus creadores en insomnio, salpullidos, asma, epilepsia y, lo que es aún peor, temor a la muerte.

Esto le permite concluir a Helguera que los creadores comprometen hasta la vida en el proceso artístico. “En efecto, el verdadero creador se sacrifica en muchos sentidos por su obra; su vida, y su salud, están supeditadas a la vida y el vigor de su obra.

Y en atención a todo lo anterior es posible coincidir con Pierre Rey. Es una constante de la vida psíquica que nadie quiere privarse de su neurosis. Aporta demasiadas ventajas secundarias para desprenderse de ella al contacto con el primer analista que se presente.

martes, 19 de mayo de 2015

Las Domínicas del Mate: fin de una evocación /4


Con este artículo concluye la serie que hemos dedicado a las domínicas del mate que tuvieron lugar, tal vez sería más apropiado decir que se celebraron, en casa del padre Octaviano Valdés durante aproximadamente cincuenta años. Es necesario destacar que entre los fundadores de las Domínicas del Mate estuvieron los creadores de la revista Ábside fundada en 1937, dirigida por los hermanos Gabriel y Alfonso Méndez Plancarte, y que fue tan importante en su momento. De acuerdo con Alfredo Leal Cortés

Vista con la perspectiva de los años, aquella revista rompió silencios, descubrió vocaciones, informó de hombres y nombres de otras latitudes, reexaminó valores. Fue una incubadora para el crecimiento intelectual, mantenida y alimentada, por una reunión de domingo a domingo, sostenida en los principios de la libertad y respeto.

No deja de llamar la atención que Leal Cortés la caracterizara como “incubadora para el crecimiento intelectual” cuando actualmente dicha expresión parece estar confinada a las “incubadoras de negocios”.

Alfonso Noriega, destacado asistente a las domínicas, se cuestiona acerca de cuál sería la forma correcta de definir a estas reuniones: ¿mentidero, tertulia o peña?

 (…) me he decidido a pedir luces al diccionario que para norma y orientación de los hispanohablantes publica la vieja y venerable Real Academia de la Lengua.
El diccionario mencionado, con su cruel, precisa, indiscutible autoridad etimológica y semántica nos informa en la entrada: “Mentidero: (de mentir) m. fam. Sitio o lugar donde para conversar se junta la gente ociosa”. Y, por otra parte, en el mismo lexicón, también puntualmente se nos ilustra en la entrada “tertulia” (en port. tertulia). Reunión de personas que se juntan habitualmente para discurrir sobre alguna materia, para conversar amigablemente, para algún pasatiempo honesto”. Y, por último, recorriendo las páginas del mismo diccionario, encontramos el vocablo peña que se define en los siguientes términos: “corro o grupo de camaradas…”
Todo esto y mucho más –aun cuando quizás algo menos- es la reunión que se efectúa en la casa del P. Valdés. Es un mentidero porque es un lugar en donde para conversar se junta un grupo de amigos, por cierto, como quiere la Academia, ociosos, porque la reunión es precisamente, los domingos, días de descanso desde el punto de vista religioso por ser el día del Señor y día de descanso –de ociosidad- de acuerdo con la Ley Federal del Trabajo; así pues, se trata de una reunión de gente ociosa, pero dedicada, en esos momentos, a la ociosidad creadora.
Se trata también de una tertulia, porque como quieren los antepasados del vocablo, los portugueses, es una reunión de personas que se juntan habitualmente –cada domingo- para conversar amigablemente sobre tópicos diversos.
Y, en fin, se trata, asimismo, de una peña, porque es en la casa del Padre Valdés donde, cada domingo, actúa un corro o grupo de camaradas dedicados a la noble tarea de la conversación.
Por las lecturas de las obras de los grandes escritores españoles de la época de oro, sabemos que en la Madre Patria existían, desde aquellos tiempos, los mentideros situados al aire libre y aún sobre las gradas de una iglesia y que, de ahí se fueron a refugiar, posiblemente, a las tabernas hasta que hizo su aparición en España, para trasladarse bien pronto a nuestra patria, la noble Institución del café. (…)
La tertulia que preside el Padre Valdés cuya liturgia es la conversación amistosa y cordial y cuyo rito está representado por el consumo colectivo del mate uruguayo, es heredera de los mentideros, de los cafés y de los salones.

En una foto de los asistentes a una de estas domínicas, y que corresponde a 1981 o 1982, es posible apreciar el ambiente de camaradería que se manifiesta en los rostros sonrientes así como también que la mayoría de los que allí se encuentran (entre otros: Octaviano Valdés, Antonio Gómez-Robledo, Francisco Liguori, Rafael Ramírez Aguayo, Alí Chumacero, Alfonso Noriega, Raúl Villaseñor, Fausto Cantú, Fausto Vega, Salomón Oldak, Ulisés Cortés, Gustavo Sainz) visten de manera formal con predominio de cuello y corbata. Otros tiempos.

Concluimos esta serie de artículos con las “Coplas del mate” de Francisco Liguori, uno de los más asiduos y destacados concurrentes a las tertulias dominicales.
 
 
Tertulias intelectuales
en México hay ya muy pocas.
Hay grupos muy informales
que hablan a tontas y a locas
sobre tópicos banales;
poco seso y muchas bocas.


Pero hay una que distingo
entre todas, y esa es
la que domingo a domingo
preside el Padre Valdés.
Ahí la semana extingo
como puntual feligrés.


Concurren allí poetas,
filósofos, novelistas,
pintores con sus paletas,
profesores, periodistas,
académicos, estetas,
sacerdotes y juristas.

 
No es frecuente que haya vino
mas siempre hay “mate” a la mano,
paraguayo o argentino,
que el padre ofrece galano:
costumbre del Pío Latino,
Pío Latinoamericano.


Y en jocundo parloteo
hay amigable refriega:
el místico y el ateo,
Cantú y el Chato Noriega,
Brambila y Méndez Arceo,
Henestrosa y Fausto Vega.

 
Hablan Aguayo y Valdés
sobre cuestiones de credo,
y discuten con denuedo
Villaseñor, Leal Cortés,
Garciadueñas y los tres
hermanos Gómez Robledo.


A esta tertulia se agremia
todo el que se siente afín.
No es una reunión bohemia:
se habla en griego y en latín
y normas dicta Agustín
Director de la Academia.

 
Se enciende el diálogo ameno
y nadie se siente triste;
el mate es sabroso y bueno
y hablan en serio y en chiste
Liguori y Daniel Moreno,
Chamucero y Alatriste.

 
Un olvido me remuerde
como fiebre de carbunco;
si hay nombres que no recuerde
resultaría esto truco:
por eso aludo a Monterde
y también a Alfonso Junco.

 
Nació esta sesión de mate
el año de treinta y dos.
Hay amistoso debate
en charla de doce a dos,
y luego, como remate,
copa en “El Bosque”… y adiós.

jueves, 14 de mayo de 2015

Elías Canetti, acerca de las órdenes


Para que una orden tenga probabilidades ciertas de llevarse a cabo, debe existir una marcada diferencia entre quien la emite y quien la recibe. Esa distancia puede estar dada por el poder, edad, roles, conocimiento, dinero, jerarquía, armas, autonomía, etc.

Elías Canetti en su libro “Masa y poder” (México, Random House Mondadori, 2005) dedica un capítulo a realizar una serie de consideraciones sobre el tema que, subraya, no ha sido objeto de mayores análisis. “Una orden es una orden: pueda que el carácter definitivo e indiscutible propio de la orden sea la causa de que se haya reflexionado tan poco sobre ella.”

En la relación entre el ser humano y el animal, es usual que el cumplimiento de la orden tenga su recompensa inmediata.

Se ha creado un estrecho vínculo entre la orden y el alimento que se dispensa. Este vínculo aparece de forma muy clara en la práctica del adiestramiento de animales. Cuando el animal ha hecho lo que debe hacer, recibe su golosina de la mano del adiestrador. La domesticación de la orden la convierte en una promesa de alimento.

Por otra parte, en el vínculo ente las personas –y más allá de que existen formas sociales en que el súbdito asegura que dará cumplimiento de muy buena gana a lo que se le mande (“a sus órdenes”, “para lo que usted ordene”, “mande usted”, etc.)- según Canetti la cuestión es compleja.

Toda orden deja un penoso aguijón en quien está obligado a ejecutarla. (…) Quienes reciben muchas órdenes y están por tanto llenos de esos aguijones, sienten un poderoso impulso a deshacerse de ellos. Y tienen dos maneras de hacerlo. Pueden transmitir hacia abajo las órdenes que han recibido de arriba; aunque para eso tiene que haber, claro está, inferiores dispuestos a recibir órdenes de ellos. Pero pueden también devolver a sus superiores lo que durante largo tiempo han venido soportando y sufriendo por su culpa.

Esto último difícilmente se podrá hacer en forma aislada, pero las cosas cambian diametralmente cuando aparece la masa.

Un individuo aislado, y por lo tanto débil e indefenso, raras veces tendrá la oportunidad de hacerlo. Sin embargo, cuando se reúnen muchos para formar una masa, pueden conseguir lo que individualmente les estaba vedado. Todos juntos podrán volverse contra aquellos que hasta entonces les habían dado órdenes. La situación revolucionaria puede considerarse el estado por antonomasia de semejante inversión.

Elías Canetti establece un símil entre la orden y la flecha, de tal manera que la única forma de aliviarse de la herida que la orden produce está en la posibilidad de descargarla  en otro.

Una orden es como una flecha. Es disparada y da en el blanco. El que da la orden apunta antes de dispararla. Su blanco será alguien muy determinado, la flecha siempre tiene una dirección elegida. Queda clavada en el que la recibe; este deberá extraerla y dispararla a su vez, para liberarse de su amenaza. De hecho, el proceso de la transmisión de órdenes se cumple como si el receptor la extrajese, tendiese su propio arco y volviera a disparar la misma flecha. La herida en su propio cuerpo sana pero deja una cicatriz. Cada cicatriz tiene una historia, es la huella de una flecha determinada.

El soldado raso -que en la mayoría de los casos lo es por necesidad y no por vocación- es el ejemplo más claro de quien ha sido preparado únicamente para recibir órdenes y darles cumplimiento sin ningún tipo de excusas ni miramientos.

El soldado en activo actúa solo bajo orden. Puede que le apetezca esto o aquello; pero como es soldado sus deseos no cuentan, debe renunciar a ellos. Para él no hay encrucijadas que valgan, pues aunque se le presentase alguna, no es él quien decide cuál de los caminos ha de seguir. (…)
Un centinela que permanece horas y horas inmóvil en su puesto constituye el mejor ejemplo de la condición psíquica del soldado. No le está permitido alejarse, dormirse ni moverse, a excepción de determinados movimientos que le son prescritos con total precisión. Su servicio propiamente dicho es la resistencia a cualquier tentación de abandonar su puesto, sea cual sea la forma como esta se le presente. Este negativismo del soldado, como muy bien se lo puede llamar, es su columna vertebral. Reprimirá todas las motivaciones habituales que nos llevan a actuar, como el deseo, el temor, la inquietud, y que tan esenciales son para la vida humana. Su mejor forma de combatirlas es evitar confesárselas. (…)
Durante su instrucción, al soldado se le prohíben más cosas que al resto de las personas. Cualquier transgresión, por mínima que sea, es severamente castigada. La esfera de lo no permitido, con la que todos nos familiarizamos desde niños, adquiere proporciones gigantescas para el soldado (…) Es un prisionero que se ha adaptado a las paredes de su celda; un prisionero que está contento de serlo y se rebela tan poco contra su condición que los muros lo moldean. Mientras que otros prisioneros solo piensan en una cosa: cómo podrían horadar o escalar esos muros, él los ha aceptado como una nueva naturaleza, como un entorno natural al que uno mismo se adapta y el cual acaba transformándose.

Esta rigidez genera incapacidad de reacción ante órdenes inhumanas e inhibe el derecho a la desobediencia. (En otra ocasión nos hemos referido a los daños que puede producir la llamada obediencia debida:

Asimismo la formación recibida en cuanto al cumplimiento acrítico de las órdenes, se transforma en un gran problema en el caso de los soldados que se pasan al bando del llamado crimen organizado y siguen funcionando bajo el mismo esquema.

Como hemos visto Canetti advierte que la orden clava su aguijón, del que los mandos intermedios pueden liberarse, así sea parcialmente, emitiendo a su vez órdenes que serán cumplidas por otros que se encuentran debajo en la cadena de mandos. (Esto tiene que ver con la llamada ley del gallinero social a la que ya hemos aludido en otra oportunidad
http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2014/04/el-gallinero-social.html) Por supuesto que este tema no queda restringido al orden castrense y quien lo dude no tiene más que dar un vistazo a lo que acontece con los altos mandos políticos o con quienes ocupan cargos medios en la jerarquía de la burocracia.

Ahora bien, ¿qué sucede con el soldado raso que no tiene en quien derivar la herida?

Es evidente que estos aguijones tienen que acumularse de manera desmedida en el soldado. Todo cuanto este hace, lo hace obedeciendo una orden; no debe ni puede hacer otra cosa; esto es exactamente lo que la disciplina manifiesta exige de él. Sus impulsos espontáneos son reprimidos. Encaja órdenes y más órdenes y da igual cómo se sienta al hacerlo: nunca le está permitido cansarse por ello. Cada orden que ejecuta –y las ejecuta todas- deja clavado en él un aguijón.
La acumulación en él de estos aguijones se produce con rapidez. Si sirve como soldado raso, en el peldaño más bajo de la jerarquía militar, le está negada toda oportunidad de liberarse de sus aguijones, pues él mismo no puede impartir órdenes a nadie. No puede hacer más que lo que le ordenan. Obedece, y la obediencia le vuelve cada vez más rígido.

Ante ello quedan pocas alternativas: el anhelado ascenso que permita la revancha o desquitarse con  civiles, con aquellos que no pertenecen al orden castrense; Canetti profundiza en la primera opción.

Esta situación, que es en sí algo violenta, solo es posible cambiarla mediante un ascenso. En cuanto es ascendido, el soldado tiene, a su vez, que dar órdenes, y al hacerlo comienza a desembarazarse de una parte de sus aguijones. Su situación se ha invertido, aunque de manera muy restringida. Deberá exigir cosas que en su momento le fueron exigidas a él mismo. El modelo de la situación es exactamente el mismo, únicamente ha cambiado su propia posición dentro de él. (…) La identidad de la situación entera tiene algo de siniestro; es como si hubiese sido inventada ex profeso. Por fin tiene el soldado ocasión de disparar aquello que antes le disparaban.

El epílogo es muy triste cuando al soldado muerto en acto de servicio se le hace un homenaje como jamás habría soñado en vida y su viuda será quien reciba la constancia de aquel soñado ascenso.
 

martes, 12 de mayo de 2015

Festival del Día de las Madres


Hace unos días se festejó el Día de las Madres. Me imagino que en pocos lugares esta celebración alcanza la importancia con que se le reviste en México. Desde muchos días antes la publicidad se encarga de recordar que todo buen hijo debe manifestar el reconocimiento a su jefa con un buen regalo (no faltan quienes, aún a estas alturas del partido, continúan obsequiando algún utensilio que facilite las tareas del hogar). El 10 de mayo prácticamente todos los restaurantes, que ofrecen un menú especial digno de la ocasión, se encuentran llenos. El tránsito acostumbra ser agobiante y la lluvia intensa.


Por supuesto que no pueden faltar los festivales escolares que festejen a las madrecitas. Las escuelas parecen competir entre sí para ver cuál se sitúa más a la altura de las circunstancias y otro tanto sucede con algunas maestras que procuran que “sus” niños sobresalgan con el mejor cuadro de la extenuante jornada. Hay voces que critican que a este tipo de ceremonias se les dedique tanto tiempo de preparación, descuidando con ello tareas que son fundamentales en el quehacer educativo.


Pero tradiciones son tradiciones y después de elegir la obra a representar para homenajear a las mamás, hay que hacer el reparto de papeles. Luego vienen los múltiples ensayos que, por lo general, no evitan que siempre se presenten imponderables.


Tal fue lo que sucedió en la actuación de Jorge Ibargüengoitia cuando siendo niño tuvo a su cargo un papel estelar en la obra; el mismo escritor es quien evoca aquella circunstancia.


(...) El diez de mayo siguiente fue más satisfactorio, debido a que durante ese año crecí más que los demás niños y acabé representando el papel de lobo en los Tres Cochinitos. Tengo la impresión de que me dejé arrastrar por la actuación, hice cosas que no estaban en el libreto y los tres cochinitos, por más que se empeñaron, no lograron vencerme.


Concluye Ibargüengoitia rememorando el escaso reconocimiento que obtuvo con su destacada interpretación. “Al terminar la representación, ni mi propia madre me felicitó.”


Ni hablar,  hasta los buenos actores corren el riesgo de ser incomprendidos.

jueves, 7 de mayo de 2015

Una historia de hilos que se rompen


Parece ser una tendencia compartida por muchos de quienes integramos el gremio de los caminantes. Me refiero a la imperiosa necesidad que nos invade de hacer apuntes mentales de la posible historia de muchas personas con las que nos cruzamos en la calle. No niego que, como antes se decía, me comprenden las generales de la ley y en ocasiones me dedico a la elaboración imaginaria de biografías no autorizadas.


Alcanza con ver la expresión del rostro, la vestimenta, el rumbo en que se cruzan nuestros caminos, para dar inicio a las primeras conjeturas que tienen que ver con oficio o profesión, situación familiar, nivel socio-económico, etc. Como que a uno no le alcanzara con la propia vida y por allí andamos husmeando en la de los demás.
 

En la mayoría de los casos nos cruzamos con alguien por única vez, pero también están los que aparecen con cierta periodicidad. Y de entre ellos siempre hay alguno que por algo nos llama poderosamente la atención. Tal es el caso de un señor de mi edad que parece vivir no en situación de indigencia pero sí de pobreza, lo que se percibe en que siempre viste el mismo traje (sin corbata) de color café. Se adivina que esa prenda supo tener su muy buena época y hoy se encuentra raída y sucia. El señor siempre carga con algunas bolsas que también parecen ser las mismas, su paso es veloz, su postura erguida y su mirada triste, muy triste. O tal vez avergonzada.
 

Hace unos días nos volvimos a cruzar, no llegamos a saludarnos pero creo que él también me reconoce como transeúnte habitual por sus caminos. Y sucede que por estas mismas fechas me encontré con un viejo artículo en que el periodista español Enric González entrevista a uno de los maestros de su oficio, el más veterano José Martí Gómez. En un pasaje de su testimonio como cronista, Martí Gómez comenta que cuando vemos a alguien en una situación desfavorable en lo económico, en un afán tranquilizador tendemos a explicarlo por una supuesta falta de esfuerzo, oportunidades desperdiciadas o haraganería. Pero ello en muchos casos está lejos, muy lejos de la realidad y para ilustrar el punto relata lo que le sucedió en una oportunidad en que por cuestiones de su oficio concurrió a un centro de acogida de los que apoyan a personas que viven en situación de vulnerabilidad social.
 

(…) Acabas pensando: “Si yo no hubiera tenido suerte con mi familia, estaría aquí.” Un día estaba en la puerta de Arrels, despidiéndome del director, y se acercó un hombre con barba y bastón, bien vestido. El hombre me preguntó si yo era Martí Gómez y si no me acordaba de él. No me acordaba. Resulta que cuando yo estaba en El Correo, él era el jefe de Relaciones Públicas. Y ahora vive gracias a un centro de acogida. Pensé: “¿Qué le ha pasado durante estos años y qué me ha pasado a mí?” Lo fácil es responderse: “Bueno, es que yo he trabajado”. Sí, pero quizá él también ha intentado trabajar. Es la imagen de la cuerda con que amarran los barcos, compuesta por hilos entreligados. Un día se corta el hilo del trabajo, el tío tiene vergüenza y no lo dice y deja de ver a los amigos. Segundo hilo cortado. Como no tiene trabajo ni amigos, bebe. Tercer hilo cortado. Como no tiene trabajo, no tiene amigos y bebe, la mujer está hasta los cojones y le echa de casa. Se corta el último hilo y el hombre se convierte en un barco a la deriva.

 
No sé por qué, pero enseguida me acordé de mi colega del traje café.

martes, 5 de mayo de 2015

Los mates del padre Octaviano eran de muy buena cebadura /3


Ya nos hemos referido al origen e integrantes de las domínicas del mate (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2015/04/dominicas-del-mate-su-origen.html) así como a las características de tan armónicas reuniones (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2015/04/la-convivencia-en-las-dominicas-del-mate.html). Ahora nos detendremos tanto en la figura del padre Octaviano Valdés como en la infusión compartida.

Son muchos los asistentes a estos encuentros que ponen de relieve el don de gente del padre Octaviano, entre ellos Rafael Aguayo Spencer.

Autor de esta obra de auténtico humanismo, ha sido Don Octaviano Valdés, poseedor de muchos títulos académicos y canónicos, pero que sólo conserva entre nosotros el más representativo y entrañable de Padre. Y este es el único tratamiento que se da a persona alguna en la tertulia.

Xavier Gómez Robledo, otro de los asistentes “al mate del P. Valdés”, subraya la  inexistencia de mayores formalismos, “así le decimos cariñosamente, el P. Valdés, aunque sabemos que hace tiempo es ya Monseñor, y es Ilustrísimo”. Para Aguayo Spencer, el padre Octaviano fue el facilitador de las sólidas amistades. “Gracias a él se han anudado aquí amistades que de otro modo hubieran sido, en el mejor de los casos, simples conocimientos epidérmicos.” Por su parte Antonio Gómez Robledo, abunda en el clima fraterno de la “tertulia valdesiana”. “(…) A esto ha contribuido, sin la menor duda, el carácter del anfitrión, uno y plural al propio tiempo: uno en su ser más íntimo, en su verticalidad natural y sobrenatural, y plural en su apertura al prójimo; un pluralismo resultante de lo uno en la dialéctica de la amistad y de la caridad.” Agustín Yáñez destaca la humildad y vocación de servicio del padre Cotaviano (“porque así a media lengua, lo llamaba su ahijada Beatriz, hija mía…”) quien

(…) los domingos, casi no habla, ni opina; no interfiere despropósitos y atrevimientos en el trato individual con sus contertulios, en las horas de problemas y crisis, de júbilos y dolores, el insigne humanista, poeta, novelista, crítico sutil, académico, ejemplar sacerdote y amigo, prodiga palabras más bien hechas tonos, timbres de bienhechora lentitud balsámica.
Tal es el secreto de cómo en cuatro décadas perviva un grupo cuya constancia, liberalidad e ingenio merecen pasar a los fastos de la cultura patria.

Ahora bien, el mate es de consumo habitual en Uruguay, Argentina, parte de Brasil y Paraguay (también en su variante de tereré) ¿Cómo fue que llegó de aquellas lejanas tierras a la ciudad de México? Antonio Gómez Robledo ofrece su versión al respecto. “A México lo trajeron, hasta donde yo sé, los eclesiásticos egresados de la Universidad Gregoriana de Roma, donde tomaron la afición al mate de sus colegas de la cuenca del Plata.” No deja de llamar la atención que el mate se haya aclimatado de tan buena manera por estos rumbos con todos sus atributos tradicionales (facilitador del encuentro y la amistad) entre un grupo de intelectuales que se reunieron durante varias décadas en aquella casa de la colonia Tacubaya.

El mismo padre Octaviano Valdés se refiere al punto: “¿A qué se debe la supervivencia de nuestra tertulia después de tantos años? Tal vez a la virtud social del mate, a su espontáneo gobierno de libertad sin formalismos.” Y añade: “El te paraguayo, conocido comúnmente con el nombre de mate, posee la virtud social de promover y propiciar en torno suyo la agradable conversación y la amistad.” Alfonso Noriega sostiene que el Padre Valdés preside esta “liturgia (de) conversación amistosa y cordial y cuyo rito está representado por el consumo colectivo del mate uruguayo (…)” (¡faltaba más!). Fausto Vega y Gómez coincide en destacar la importancia del lugar que ocupaba el mate en estas reuniones

A todos nos asombran nuestras coincidencias y nuestros desacuerdos, porque no somos ni de la misma edad, ni de la misma formación, ni de las mismas convicciones.
Nadie ha dejado sus diferencias en la puerta, se manifiestan holgadas e irreverentes y los disentimientos fertilizan el corimbo amistoso.
El aroma del mate es la libertad permanente de la comunicación.

Maricruz Castro Ricalde, quien no participó en estas reuniones -recordemos que el grupo estaba integrado exclusivamente por hombres-, coincide en el carácter ritual que adquirían las domínicas.

Si bien hay una demarcación entre el adentro del recinto y el afuera urbano, lo que se vive en el interior de la casa localizada en Protasio Tagle recupera un sentido de fraternidad única, metaforizada en tomar del mismo calabazo y la misma bombilla; ingresar a ese espacio y abrir un paréntesis, en relación con las bebidas conocidas y darse la oportunidad de formar parte de una ocasión mucho más cercana a la ritualidad.

Por otro lado Antonio Gómez Robledo pone énfasis en la contribución del mate a la buena conversación que hace posible escapar “del piélago de la insulsez y la vulgaridad” que –en su opinión- ya se hacía presente por aquellos entonces.          

Mate para vivir, es el reclamo comercial en el Brasil (donde lo toman hasta como refresco) de la sabrosa yerba paraguaya, estimulante y nutritiva. (…) Lo de “mate para vivir” lo he recordado incontables veces al concurrir domingo a domingo (nunca falto cuando estoy en México) a la tertulia valdesiana (…) El arte de conversación es algo que ha desaparecido del mundo y de México, ex orbe et urbe, y se conserva apenas en raros islotes entre los “rari nantes” del piélago de la insulsez y la vulgaridad, o para ponerlo con los sustantivos propios, televisión y mass media. Uno de estos islotes se ubica, en las claras mañanas dominicales de Tacubaya, en la morada del padre Valdés.

A juzgar por la descripción que realiza Fausto Vega y Gómez, el padre Octaviano se tomaba algunas libertades en cuanto a la forma tradicional de cebar mate. El texto no tiene desperdicio y seguramente hará estremecer a más de un rioplatense.

Las vueltas de los domingos tejen la recurrencia del conversar en el simbólico ruedo de los tomadores de mate. Paladeo del llanero brebaje y delectación de la inteligencia y la memoria compartidas. (…)
El grupo se eslabona por el ritual del paso de la churumbela, del anfitrión al bebedor, de éste al anfitrión, quien enjuaga la paja con agua hirviente, la seca con una servilleta, remueve la hierba y ofrece el nuevo cebamiento a las siguientes manos. En paraje de libros, la poción extravagante estimula ideas, conjeturas, afirmaciones, agudezas, réplicas y discusiones.

Cabe destacar que en ocasión de las fiestas decembrinas, tal como lo señala Raúl Villaseñor, el grupo dejaba de lado el mate para realizar los brindis de rigor.

Algunas veces, sobre todo en navidades y año nuevo, otro motivo trascendental, plausible siempre, se opera un milagro: en lugar de abrevar por riguroso turno en el típico calabazo de mate, se ingiere alguna infusión no más espiritual pero sí espirituosa, pero nada más de esas con las cuales el ánimo se expande y lleva a la alegría sin cortapisas (…)

Aunque hay que aclarar que algunos tertulianos no se esperaban al final del año ya que todos los domingos después del mate se iban a seguirla por alguna cantina del rumbo.