viernes, 24 de junio de 2011

La muerte de Carlos Gardel

Tal como suele afirmar la crónica, en un día como hoy (aunque con esto del cambio climático uno nunca sabe) murió el Mago, el Mudo, el morocho del abasto, el Zorzal Criollo, el Troesma.

Sí, el 24 de junio de 1935 falleció el inigualable Carlos Gardel.


Por aquellos entonces era usual que en ese día se celebraran las cédulas de San Juan y se efectuara la quema del Judas en diversos barrios montevideanos. Cuenta Raúl E. Barbero el dolor que produjo la llegada de tan infausta noticia a la estación de radio en que laboraba.

Estamos cumpliendo el turno de locución en CX 28 Edison Broadcasting. El crepúsculo nos acerca a la noche más larga del año, cuando la llamada de un oyente nos pone a los puertas de lo increíble:         

-Murió Gardel... (dice entre sollozos) ¡Diga que murió Gardel!... (Y corta la llamada).
No nos animamos a dar a noticia sin confirmarla. Diez minutos después estamos trasmitiéndola con la misma dramática síntesis que a veces usa la muerte para no explicar sus decisiones más absurdas.

¡Murió Gardel!!! Pero... ¿dónde?... ¿cómo?...

Se van conociendo detalles. Fue en Medellín, en una forma que nadie puede comprender. Estalló en llamas el avión en que iba con su representante y sus guitarristas, cuando el piloto tomaba posición para despegar en el aeródromo colombiano Olaya Herrera. El aparato chocó con otro que estaba en la pista, el “Manizales”. La noche de la víspera se había despedido Carlitos del público bogotano cantando “Tomo y obligo”.

Esa misma noche del 24 de junio de 1935 están en CX 32 comentando la trágica noticia, Juan Carlos Patrón, Edmundo Bianchi y Pintín Castellanos. Una chispa de inspiración los une a los tres, y nace una canción hermosa que titulan “El pájaro muerto”. Llaman a un cantor de la casa –Luis Alberto Bottini- para que la estrene antes de que se agote la trágica jornada. Y Bottini cumple, entonando esa página que él mismo –y algo después Charlo- harán popular en el Río de la Plata.

Pocas muertes, si es que alguna otra, conmocionaron tanto a Uruguay y Argentina como la de Gardel lo que dio lugar a una generalizada sensación de orfandad. La vida ya no volvería a ser igual. El 24 de junio de 1935 marcaría un antes y un después en la historia del tango. 

La gente no se resignaba a semejante pérdida y, tal como lo señala Hugo Alfaro, volver a ver las películas en que actuaba Carlitos era una forma de homenajearlo.
                                                                                    
Empezaron a reponerse masivamente las películas de Carlos Gardel y la proyección, sobre todo en los barrios, sufría cinco, ocho, diez interrupciones por función, porque el público quería escuchar otra y otra vez “El día que me quieras”, “Volver”, “Por una cabeza”, “Cuesta abajo”, “Sus ojos se cerraron” y “Melodía de arrabal”, y el operador en la cabina también quería escucharlas otra vez. Las mujeres lloraban, los hombres (en la oscuridad) lloraban. Y Gardel —ahora desde la pantalla, es decir desde otra vida— sonreía cálido, amistoso, inalcanzable.
                                                                                                         
Por cierto que al ver la película El día que me quieras, que Gardel protagonizó en Nueva York en 1934, los espectadores estaban viendo sin saberlo a un adolescente que años después sería otro de los grandes del género. Me refiero a Astor Piazzolla quien en ese entonces tenía 13 años, y en esa película tuvo un papel de canillita (voceador).

Han pasado muchos años y sin embargo no se han acallado las diversas hipótesis sobre las causas del accidente. No ha faltado quien atribuye el origen del percance a una pelea que hubo abordo del avión que se encontraba en las maniobras previas al despegue. Homero Alsina Thevenet refiere una anécdota que, en forma por demás extraña, permite abonar esta hipótesis; es Rafael Courtoisie quien rememora ese relato.
                                                                                 
(...) En otra ocasión, el Viejo [Homero Alsina Thevenet] contó que a la redacción de El País, por los cincuenta, llegó un “vidente” para que le hicieran una nota de promoción. Se reunieron algunos periodistas y un fotógrafo. En conciliábulo, se pusieron de acuerdo para ponerlo a prueba. Le hicieron preguntas de la más diversa índole, y el tipo, invariablemente, acertaba.

En un momento, el fotógrafo se ausentó en dirección al inmenso archivo del diario y volvió unos minutos más tarde con un sobre cerrado. Se lo entregó al vidente. El vidente cerró los ojos, entró en trance. Comenzó a transpirar copiosamente, aferraba el sobre con la mano izquierda mientras con la derecha trataba de aflojarse el nudo de la corbata, pues se estaba asfixiando.

Según Alsina, en un momento el vidente, con los ojos cerrados, comenzó a gritar:
-¡Pará, pará! ¡No tirés! ¡No tirés que nos hacemos mierda! ¡Nos caemos!

Los presentes oyeron o creyeron oír en la inmensa redacción una o dos detonaciones.
El vidente pegó un alarido, y luego otro.

-¡Nos caemos! ¡Me quemooooooooo! ¡Ayyyy!

Algunos cronistas, entre ellos el Viejo Alsina, tuvieron que cachetear al adivino para que volviera en sí. Les costó trabajo reanimarlo. Le dieron unas palmadas y un vaso de agua.
El tipo estaba mareado, con los ojos como huevos duros, el pelo enmarañado, empapado de sudor y miedo, se había orinado.

Homero abrió el sobre cerrado y examinó el contenido, desconocido para todos los presentes salvo para el fotógrafo: dentro del sobre apareció una de las últimas fotos de Carlos Gardel.
                                                            
Así pues al misterio que rodea el lugar de nacimiento de Carlos Gardel que es disputado por Argentina, Francia y Uruguay (por demás está aclarar que, como no podía ser de otra manera, adhiero a esta última opción) hay que agregar el de las circunstancias que tienen que ver con su muerte. Algo bastante frecuente para las figuras excepcionales que acceden a los territorios del mito.

Lo que es indiscutible es que Carlos Gardel cada día canta mejor.

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