viernes, 12 de agosto de 2011

Hombre de palabra

Rosario trabajaba en una carpintería en La Habana. Un buen día -es un decir- a su marido se le rompió la guitarra, en la que sonaba buena parte del sentido de su vida. Las posibilidades de reponer la guitarra eran mínimas y la chance de repararla casi imposible por las limitaciones propias de la situación que se vivía. 

Ilustración: Margarita Nava
Ella vio tan amargado a su marido, que resolvió pedir ayuda a don Miguelito, el jefe de la carpintería. Hombre extremadamente serio pero de una generosidad y solidaridad inconmensurables, solucionó el problema colocando un puente en la guitarra luego de enfrentar enormes vicisitudes para obtener la materia prima necesaria. Rosario agradeció debidamente y advirtiendo la fragilidad de aquel remiendo preguntó cuánto tiempo podía durar el arreglo. La respuesta de don Miguelito no se hizo esperar: “mientras yo viva, no hay que temer”.

Pasan los años, Rosario y familia se van a vivir a Suecia. Una noche un ruido estrepitoso despierta a la pareja. Van al cuarto de junto y observan que a la guitarra reparada (que estaba colgada junto a  otras dos) le había explotado el puente, cuyos restos yacían en el piso.

Esa noche, a muchos kilómetros de distancia, fallecía Don Miguelito, hacedor de puentes.

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