martes, 2 de julio de 2013

Los escribanos


En tiempos en que eran muchos quienes no sabían leer y escribir, el trabajo de escribano adquiría especial relevancia y quienes a ello se dedicaban estaban revestidos de prestigio social. Además de ser buenos en el manejo de la letra, debían saber interpretar las demandas de la clientela. A ello se refiere un autor que firma Ash.
 
Sentado en la plaza lee y fuma mientras espera a la clienta habitual. Ella, analfabeta, ocupa el taburete frente a él y le muestra su corazón. Le confía anhelos y amores que él, como intérprete autorizado de sentimientos y propósitos, transcribe por comisión. Son palabras bellas que la remitente se adjudica sin pudor, y no sabe que el escribano, cursi y machacón, envía al destinatario la frase íntima que, aunque parece original, viene de un repertorio que se ha vuelto moda por repetición (tampoco sabe que el librito de poemas es insustituible en la labor). Semanas después regresa la mujer: Ahora trae la carta de respuesta, que el escribiente -¿quién más?- le puede descifrar. Y es casi seguro que al otro lado de la comunicación se halle otro evangelista que ha respondido con fervor.
Escribir correctamente no era cosa común porque la habilidad requería no sólo saber leer, sino tener acceso a los libros para aprender.
Con algo de poeta, y otro poco de tinterillo notarial, el escribano público, o evangelista, durante mucho tiempo fue la única posibilidad de comunicación epistolar. Modesto y silencioso en el mercado popular, el amanuense fue visto como persona de cierta dignidad, y es que había pocos que sabían usar pluma, tinta y papel.
 
A poco de llegar a ciudad de México me instalé junto a mis inolvidables amigos en un departamento en cuarto piso por escalera de un antiguo y hermoso edificio, de los tantos que es posible encontrar en el centro histórico. Situado sobre la calle Luis González Obregón que a pocos metros cambia su nombre por el de Cuba, a  media cuadra de la plaza de Santo Domingo, sede de la primera manifestación estudiantil habida en América.
 
Todas las plazas tiene su personalidad y ello es muy notorio en la de Santo Domingo, en cuyos alrededores se congrega un buen número de imprentas por lo que a todas horas es posible ver desde estudiantes a punto de graduación consultando precios para la publicación de sus tesis hasta el padrino que busca imprimir estampitas para el bautizo que se aproxima.
 
Bajo sus portales estaban los escribanos o evangelistas, que en su oficina abierta que constaba de una pequeña mesa y dos sillas mostraban sus destrezas en el oficio de escribir a máquina. En aquellos años por lo general trabajaban con unas Remington de tamaño regular aunque todavía era posible ver alguna  Underground que se resistía al retiro.

 
Con frecuencia debía llenar formularios para diversos trámites por lo que me convertí en asiduo cliente de don Lupe quien llevaba varias décadas laborando al pie de la máquina y siendo un verdadero profesional que hacía sus trabajos con una prolijidad y rapidez asombrosas. Recuerdo con afecto cuando me decía que le llegaban gentes muy humildes y que con frecuencia hacía trabajos gratis porque “unos tecladazos nunca se deben negar al necesitado”.
 
Homero Bazán recuerda las buena épocas de los evangelistas que, además de en Santo Domingo, era posible encontrar en diversos rumbos de la ciudad.
 
En épocas de buenos deseos, cuando las palabras amelcochadas se resbalaban por la lengua de los capitalinos igual que la demagogia en un político corrupto, las cartas y tarjetas navideñas inundaban los buzones y muchos que no sabían leer ni escribir contrataban las artes de los evangelistas que se apostaban en alguna esquina para hacer palpable hasta la cursilería más ingenua.
No sólo en Santo Domingo se les encontraba, también en los zaguanes de la Romita, en los mercados de la Obrera y la Hidalgo, en los callejones de Coyoacán, en las iglesias de Tacubaya y hasta en sus propias viviendas ubicadas en barrios populares. Con una gastada máquina de escribir o unas cuantas plumas y tintas, estos escribanos, capturaron durante décadas las ideas y palabras de los capitalinos que engrosaban las estadísticas de analfabetismo nacional.
En las crónicas de antiguos viajeros se describían las colas domingueras que los capitalinos humildes realizaban en la época decembrina junto a los portales para enviar sus deseos de fin de año a aquellos parientes que se habían quedado en el pueblo natal.
Tomando en cuenta la lentitud del sistema postal de entonces, cuyas cartas con destinatarios más lejanos tardaban hasta cuatro y seis semanas, algunos escribanos colocaban desde el mes de noviembre letreros como: “Adelante sus felicitaciones navideñas” o “¿Feliz Navidad en enero? Escriba ahora las tarjetas para los suyos”.

 
No faltaban ocasiones en las que tenían que hacer frente a tareas muy complejas, debiendo sortear dificultades varias.  Homero Bazán aporta más información al respecto.
 
No había trabajo imposible, decía uno de estos personajes en una entrevista publicada en 1959. A veces, afirmaba el escribano José Hermosillo, la verdadera dificultad consistía en traducir los deseos del cliente, casi siempre acompañados de suposiciones fantasiosas de los que significaba la palabra escrita.
—Verá usté don Teófilo, me permito decirle que esa muchacha me ha quitado el sueño todo el mes, y mesmamente por eso quiero hacerle saber mis intenciones que no son ni muy blancas ni muy negras, sino todo lo contrario. En resumidas cuentas quiero que me tenga presente en navidad, pero sin que yo pierda mi injundia de macho; o sea, sin ser uno de esos rotos arrastrados que se ponen de petate ante cualquier par de enaguas que le marean la chirimoya.
Y tras varias sesudas interpretaciones, así como el uso de papel azul con adornos de relieve y sellos donde por lo general aparecían las iniciales del susodicho, acompañadas de un motivo decembrino, la carta era finalmente perfumada con un chisguete y puesta en un sobre.
—Oiga... ¿y la tal Pascuala a la que le confiesa su amor... sabe leer?
—¡Ah chirrión! Se me había pasado ese detallito don Teófilo... híjoles, mejor “voyir” al expendio de manteca y como no queriendo le voy a decir a la condenada que se dé una güeltecita por aquí para que le lean un recado bien precioso de un admirador... nomás trate de ponerle mucha crema a sus tacos... yo le pago un realito extra.

 
No siempre el cliente quedaba satisfecho con el trabajo, por lo que a veces se presentaban situaciones similares a la que comenta Noel Clarasó en relación a Voltaire.
 
Una vez, uno de sus criados que no sabía escribir, le pidió que le escribiera una carta a la novia ausente. Voltaire le complació. Y, terminada la carta, la leyó en voz alta. Y el criado le dijo:
-No está mal. Pero añada esto: «Y te ruego que me perdones el estilo. Pero no es culpa mía. Esta carta me la ha escrito otro».

 
En otros casos, y por el contrario, quien demandaba el trabaja quedaba sumamente satisfecho ante la labor del escribano. De ello da cuenta Eduardo Galeano.
 
Enrique Buenaventura estaba bebiendo ron en una taberna de Cali, cuando un desconocido se acercó a la mesa. El hombre se presentó, era de oficio albañil, perdone el atrevimiento, disculpe la molestia:
-Necesito que me escriba una carta. Una carta de amor.
-¿Yo?
- Me han dicho que usted puede.
Enrique no era especialista, pero hinchó el pecho. El albañil aclaró que él no era analfabeto:
-Yo puedo escribir, yo sé. Pero una carta así, no sé.
-¿Y para quién es la carta?
-Para ... ella.
-¿Y usted qué quiere decirle?
-Si lo sé, no le pido.
Enrique se rascó la cabeza.
Esa noche, puso manos a la obra.
Al día siguiente, el albañil leyó la carta:
-Eso –dijo, y le brillaron los ojos-. Eso era. Pero yo no sabía que era eso lo que yo quería decir.
 
Y es que así sucede en muchas ocasiones, ¡qué difícil saber lo que uno quiere decir!
 
Pasó el tiempo y  para esos entonces ya me había mudado a otra colonia muy lejos del centro. Cuando me tocaba andar por esos rumbos pasaba a saludar a don Lupe quien ya se veía muy viejito y se quejaba de la disminución de la chamba. La última vez que pasé por allí ya no lo encontré y uno de sus colegas me comentó que el maestro ya no iba más por allí porque había tomado la decisión de jubilarse e incluso me dio detalles de la gran despedida que le organizaron -por ser uno de los decanos del oficio- en la misma plaza de Santo Domingo. Y es que no falta razón a Homero Bazán cuando analiza el declive en la demanda de este tipo de trabajos.
 
Aquellas felicitaciones navideñas enviadas con sudor y esfuerzo fueron reemplazadas por las tarjetas creadas en serie, aquellas donde un deseo pasaba de lo masivo a la ilusión de lo particular, llenando de ilusiones a los más bartolos… quizá muy pronto, alguien atestiguará el último deseo navideño escrito por un solitario evangelista… y más aún, la última carta escrita de puño y letra, perdida en un universo de prácticos correos electrónicos.


Actualmente son pocos quienes en la plaza de Santo Domingo aún cultivan este oficio que ha perdido mucho de romanticismo y ganado en burocratismo, lo que provocó la emigración de muchos escribanos hacia la entrada de las oficinas públicas (Hacienda, Delegaciones, Asuntos Migratorios, etc.). A ello se refiere Ash.
 
Urbano por excelencia, el evangelista ha visto transcurrir el tiempo y la mutación social, y por causas ajenas a su voluntad (o sea la burocrática reubicación) un día se mudó con su pesadísima máquina de escribir, y se plantó discretamente en los rumbos cercanos a las dependencias públicas para satisfacer cualquier trámite oficial: al secretario del abogado le urgía redactar de volada una demanda judicial; y la gente buena le hizo llenar formularios administrativos que no cualquiera sabía descifrar: los burócratas de ventanilla exigían letra clara y datos bien precisos bajo amenaza de regresar a la fila y repetir el trámite una y otra vez.
 

Me vuelve la imagen de don Lupe y me alegra saber que se retiró a tiempo. No creo que le hubiese hecho mucha gracia culminar su larga y prestigiosa trayectoria llenando la forma A-7b-D aprobada en la más reciente simplificación  emprendida por la administración en turno.

 

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