jueves, 1 de agosto de 2013

Defensa (no solicitada) de los vagabundos

Han existido desde siempre y posiblemente puedan pelear la condición de formar parte del “oficio más antiguo del mundo”. Infaltables en toda ciudad que se precie de tal, deambulan por calles y parques. Hay quienes con su sola presencia provocan el rechazo de los demás,  pero también están aquellos que conservan el cuidado –claro que con las limitaciones propias de sus circunstancias- de su persona. Suelen representar mucho más edad que la que en realidad tienen. Están quienes viven en la calle desde siempre y también aquellos que trasmiten la sensación de que hace muy poco que se incorporaron al gremio. En cada uno de ellos habita una historia desconocida que podrían servir de  argumento a libros o películas de gran suceso.
Los menos se marginaron de “la vida en sociedad” por voluntad propia, los más fueron obligados a ello por circunstancias personales, familiares o laborales. Por lo general no piden limosna (aun cuando en la mayoría de los casos no le hacen el feo a unos pesos, una torta, un refresco o un cigarro). Algunos duermen siempre en el mismo lugar (un parque, bajo un puente, un cajero automático, la entrada de un edificio…), mientras que otros prefieren quedarse siempre en un lugar diferente, en donde les agarre la noche.

Al estar la vida social tan regulada por obligaciones familiares, horarios laborales, objetivos de realización personal, etc., estos habitantes de la ciudad se sitúan en el otro extremo: no tienen trabajo a desempeñar, horario que respetar, prisas para llegar a ningún lado.

A los políticos no les interesan mayormente porque ni siquiera tienen los documentos necesarios para votar; ni se diga a los comerciantes ya que no cumplen con los requisitos mínimos que cualquier cliente debería reunir.

Se los identifica de diversas maneras: vagos, marginados, vagabundos, mal entretenidos, excluidos… Luis Melnik sostiene que la palabra “extravagante” procede del latín, “extra vagari”, que significa salir del curso, andar sin objeto. De allí viene la expresión vagabundo.

El capitalismo de alguna manera los tolera y de muchas los produce; el socialismo en su momento pretendió obligarlos a integrarse a la sociedad (hace algunos años se contaba que en Cuba habían muy pocos vagabundos que mantenían esa condición desde antes de la Revolución y que tenían autorización para ejercer como tales).

No son pocos los que conservan muy malos recuerdos del trato con las autoridades (en particular con la policía) y de los tiempos en que vivieron bajo techo. Es así que cuando llega la temporada de frío intenso no es tarea sencilla que acepten concurrir a los refugios dispuestos a tal objeto.   

Pero no se vaya a creer que para ser un buen vagabundo no hay que cumplir con requisito alguno. Hace ya unos cuantos años Roberto Arlt se refería a las condiciones que debía tener quien quisiera callejear por la ciudad de Buenos Aires.

Comienzo por declarar que creo que para vagabundear se necesitan excepcionales condiciones de soñador. Ya lo dijo el ilustre Macedonio Fernández: "No toda es vigilia la de los ojos abiertos". (…)
Para un ciego, de esos ciegos que tienen las orejas y los ojos bien abiertos inútilmente, nada hay para ver en Buenos Aires, pero, en cambio, ¡qué grandes, qué llenas de novedades están las calles de la ciudad para un soñador irónico y un poco despierto! (…)
Los extraordinarios encuentros de la calle. Las cosas que se ven. Las palabras que se escuchan. Las tragedias que se llegan a conocer. Y de pronto, la calle, la calle lisa y que parecía destinada a ser una arteria de tráfico con veredas para los hombres y calzada para las bestias y los carros, se convierte en un escaparate, mejor dicho, en un escenario grotesco y espantoso donde, como en los cartones de Goya, los endemoniados, los ahorcados, los embrujados, los enloquecidos, danzan su zarabanda infernal.
(…) he llegado a la conclusión de que aquel que no encuentra todo el universo encerrado en las calles de su ciudad, no encontrará una calle original en ninguna de las ciudades del mundo. Y no las encontrará, porque el ciego en Buenos Aires es ciego en Madrid o Calcuta…
Recuerdo perfectamente que los manuales escolares pintan a los señores o caballeritos que callejean como futuros perdularios, pero yo he aprendido que la escuela más útil para el entendimiento es la escuela de la calle, escuela agria, que deja en el paladar un placer agridulce y que enseña todo aquello que los libros no dicen jamás. (…)
Sin embargo, aún pasará mucho tiempo antes de que la gente se dé cuenta de la utilidad de darse unos baños de multitud y de callejeo. Pero el día que lo aprendan serán más sabios, y más perfectos y más indulgentes, sobre todo. Sí, indulgentes. Porque más de una vez he pensado que la magnífica indulgencia que ha hecho eterno a Jesús, derivaba de su continua vida en la calle. Y de su comunión con los hombres buenos y malos, y con las mujeres honestas y también con las que no lo eran.

En una suerte de espejo, es posible que los incluidos tengamos por los vagabundos la misma lástima que ellos nos tienen a nosotros (tal vez porque como afirma Nicolas Boileau “quien vive contento con nada, posee todas las cosas”). Ignacio Aldecoa profundiza en esta cuestión.


Bienaventurados los vagos, porque sólo son egoístas de sombra o de sol, según el tiempo. Bienaventurados porque son despreciados y les importa un comino. Bienaventurados porque son como niños y les gusta jugar a cazadores para alimentarse y no para divertirse. Bienaventurados porque tienen el alma sensible y se duelen de las desgracias del prójimo: de que el prójimo trabaje demasiado, de que el prójimo luche por una posición en la vida, de que el prójimo sea tonto. (...) Bienaventurados los vagos.

No les preocupa en lo más mínimo cuestiones como productividad,  devaluación de la moneda, competitividad, marcas, modas, indicadores de la bolsa, éxito y una larga lista de todo aquello que se ha convertido en centro de la vida social.

Tal vez de allí provenga esa sonrisa respetuosa pero indisimulada con la que algunos de ellos nos ven mientras corremos para cumplir con las exigencias de la vida actual.

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