martes, 1 de abril de 2014

Una travesura de Max Aub


Lugar destacado ocupó Max Aub entre los intelectuales que llegaron a México a causa de la Guerra Civil española. Su obra abarcó diversas líneas de trabajo, sobresaliendo –entre otros rubros- por sus críticas teatrales que se publicaron en el periódico El Nacional en la década de los cuarenta del siglo pasado. Su afición al teatro era notable y sus opiniones solían ser muy duras, por lo que imagino que en su momento fue muy temido por productores, directores, actores, escenógrafos apuntadores y hasta por el propio público.

En ese contexto llama poderosamente la atención su nota del 5 de diciembre de 1947 en la que reparte elogios para todos. Tituló su columna “Música en la noche, de J. B. Priestley, en el Teatro del Prado”. Así decía:

Todo resultó perfecto. Era lo menos que debían los amantes del teatro, en México, a la presencia del autor. Para mí, muerto Pirandello, Priestley es el dramaturgo de más enjundia, de mayor envergadura, del mundo contemporáneo. Hubiese sido incomprensible que pasara desapercibida su presencia aunque sólo fuera como preeminente delegado británico en la Unesco. Fue una feliz coincidencia que hayamos podido festejar simultáneamente dos suceso de tan buen augurio para el teatro en México como lo han sido, en estos días, la presencia del máximo autor teatral inglés (Bernard Shaw es aparte y dramaturgo por carambola) y la reinauguración del Teatro del Prado.
Como es sabido este último local, proyectado originalmente para teatro, vino a caer, por una sucesión de hechos lamentables que no hay por qué contar de nuevo, en las fauces del cine. El ardiente amor hacia su propio nombre y la cultura hizo que un numeroso grupo de personas conscientes de su buena condición de mexicanos se reunieran para formar una Sociedad de Teatro, que anoche dio las primeras muestras de su alcance y de su vigor.
Personalidades sobresalientes de la política, de los negocios, de la banca, de las diversiones, algunos intelectuales con posibles, sin más objeto que oír y ver lo más encumbrado del teatro de todos los tiempos, lograron rápidamente poner en pie de paz y de guerra esta bendita Sociedad Mexicana de Teatro.
No soy cronista de sociales y no voy, por lo tanto, a citar los nombres de los presentes que, estando en la memoria de todos, abarrotaron la sala. Algún indiscreto dijo:
-Ya era hora. (…)
No tengo por qué hablar de la obra con detenimiento. Prodigioso primor de veraz exactitud de adentro. Quizá pudieran discutirse algunos pormenores del tercer acto (…) Corresponden sus tres actos a los tres movimientos de un concierto para violín y orquesta, Allegro Capriccioso, Adagio y Allegro Agitato, Maestoso Movile, en los cuales vernos pasar los pensamientos de los personajes por los más diversos estados de ánimo, sin perder, en algún momento, su propia línea psicológica. Todo rebosa realidad y poesía. (…)
Para este acontecimiento se reunió la compañía más en consonancia con la obra (…)

A renglón seguido Max Aub enumera las actrices y actores que integraron el electo cuya dirección correspondió a Xavier Villaurrutia. El decorado fue obra de Alfredo Best Maugard. La nota concluye afirmando: “México cuenta, desde anoche, con un teatro digno de su nombre. Me parecía que estábamos soñando.”

Pocos días después se develaría el trasfondo inesperado respecto a la crónica citada. En el mismo periódico El Nacional con fecha 13 de diciembre Max Aub publica una nota titulada “Mea culpa” en la que señala:

El crítico está melancólico. El crítico quisiera que coexistieran varios teatros de comedia. A veces el crítico sueña porque no concibe el triste estado de diversión tan principal. Entonces, aunque parezca mentira, el crítico inventa; lo cual, naturalmente, está reñido con su profesión. Por ello, el que esto escribe se declara vencido.
Quien yerra muere por lo menos para la meta fallida; y queda el ridículo abierto a todo lo ancho de las miradas ajenas. El crítico aquí criticado no debiera escribir más después de lo que le ha sucedido. Se lo tiene merecido, por iluso. La letra impresa engaña, y más a quien la fabrica.
La semana pasada, creyendo poner una pica en Flandes, el infeliz que esto pergeña conspiró escribir una falsa crónica con fines determinados: mentir para procurar reacciones que, en su sueño, se figuraba de resultados prodigiosos. El silencio, o lo que es peor, la aceptación de la mentira como verdad intrascendente, ha venido a demostrarle, una vez más, la realidad de la ninguna importancia que para nuestro mundo de escasos kilómetros cuadrados tiene el teatro. Para más detalles se le ocurrió figurar en el estreno de una comedia de J. B. Priestley, en el Teatro del Prado. Volcose en elogios acerca de la obra escogida (Música en la noche); de la dirección, que atribuyó a un amigo suyo; de la interpretación, que combinó a su gusto y al mejor servicio de la comedia, escogiendo entre los cómicos los que le parecieron más a propósito para dar realce a todos los papeles; fingió la existencia de una supuesta “Sociedad Mexicana de Teatro” –ilusión suya de hace muchos meses- y formada por quienes cree que debieran componerla; recobró para el teatro el actual cine Trans Lux Prado, construido con aquel fin y traspasado sin gloria al negocio de las imágenes parlantes. Feliz con su ocurrencia, disfrazada de hazaña, el tonto llevó su artículo al redactor jefe, y esperó. Las reacciones –no le cabía duda- iban a ser trascendentales. (…)
El escritorzuelo no las tenía todas consigo. Pasó la mañana, pasó la tarde, se vino la noche (…) amaneció el día siguiente, y fuese. Nadie chistó. Nada sucedió. Como si tal cosa. Un compañero de labores le indicó que se había dado cuenta de la superchería, sin insistir. Nada más.
Hace de esto una semana, poco más o menos. Una semana vacía. Una semana con una sola comedia en un solo teatro de la ciudad, de una ciudad de dos millones de habitantes. El cronista bobo se siente desalentado. No sabe qué hacer. No carecemos de diversiones. Cada día la gente se divierte más. Cada noche tiene más tiempo que perder. No va al teatro, entre otras razones porque no hay teatros. (Y dicen que no hay teatros porque no acude la gente a ellos, cuando los hay.)
El crítico se desespera. El crítico cree que debiera haber, en México, tres o cuatro teatros de comedia funcionando continuamente. (…) Claro está que con dolo no se consigue nada, pero al que esto le duele tiene a veces ganas de echarse a la calle, con un cartelón y gritar en las plazas:
-Señores y señoras, el teatro es una cosa importante. El teatro es lo mejor, lo más alto del mundo…
¡Qué duda cabe que, si creyera que ello era capaz de dar resultado, lo haría!... Mas por ahora, sólo le cabe pedir perdón por la travesura pasada: a ver si con ello consigue algo más que con la mentira.

Cabe aclarar que a pesar de las nulas repercusiones que obtuvo con su farsa, Max Aub continuó dedicándose al oficio de la crítica teatral. Por último es posible suponer que este ejercicio lo condujo a crear otra travesura literaria mucho mayor algunos años después.  

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