martes, 8 de julio de 2014

Que por esto y que por lo otro… ¡Salud!


Ser o estar borracho es condición o estado que por lo general cuenta con censura social, cuando no con franca persecución. Así que alcoholizados, beodos, indispuestos y borrachitos han tenido que sufrir no sólo la cruda inevitable sino también el señalamiento social. Durante la Edad Media en algunos lugares se les castigaba metiéndolos en toneles con orina y excrementos, además –para hacer más patente la burla- les colocaban unos gorros ridículos. No se crea que por estos rumbos la tenían más fácil; a ese respecto afirma Joaquín Antonio Peñalosa, siguiendo la crónica de Fray Jerónimo de Mendieta, que

                                                       
Las ordenanzas de Netzahualcóyotl castigan con la muerte al sacerdote sorprendido en estado de ebriedad y lo mismo al dignatario, funcionario o embajador que se encuentre borracho en palacio; el dignatario que se haya embriagado sin hacer escándalo, recibe por ello un castigo menor, pues pierde funciones y títulos. Al plebeyo sorprendido en estado de ebriedad, se le exponía la primera vez a la rechifla de la multitud mientras se le rapaba la cabeza en la plaza pública y "luego le iban a derribar la casa, añade Mendieta, dando a entender que quien tal hacía, que no era digno de tener casa en el pueblo, sino que pues se hacía bestia, viviese en el campo como bestia, y era privado de todo oficio honroso en la república". En caso de reincidencia, se le castigaba nada menos que con la muerte, pena que correspondía a los nobles desde la primera infracción.


No deja de llamar la atención que el castigo fuera más severo con los funcionarios que con el común de las gentes y José N. Iturriaga explica el punto. “Nezahualcóyotl argumentaba que ‘la culpa del caballero era mayor por su mayor dignidad, y así había de ser su castigo más riguroso que el de la gente plebeya’.”

 
El tiempo ha transcurrido y, salvo en algunas regiones por motivos generalmente religiosos, las sanciones han dejado de ser tan drásticas.

 
Para el caso de México la enumeración de términos con que se identifica al aficionado al alcohol, y que Francisco Padrón registró a manera de muestra, asume gran diversidad.
 

La forma de expresar que una persona está bajo la influencia del alcohol es variadísima. Enumeraremos en seguida lo que consideramos que puede escribirse en letras de molde: El individuo que, después de “sepultarse entre pecho y espalda” la cantidad suficiente de copas o de tragos, se considera en estado agudo de alcoholismo, anda jalado, anda pando, anda troley o trole, se puso cachetón, anda en copas, anda tapado de copas, anda pegando programas, está pedernal, anda sonámbulo, está negro, anda en la uva, anda en l’agua, está firuláis, anda burro, anda alumbrado, anda trompeto o trompeta, anda zumbo, anda bien servido, anda bien parejo, se tomó sus alacrancitos, le entró a los petróleos, anda intróspido, anda incróspito, está bien mamado, anda cuete (cohete), está más pando que un riel, anda pando, está tícuaro, anda entrado en copiosas, anda pepe, está gis, anda jetón, está cañón, anda bebido, está pandolfo, anda enchispado, está trinquis, trae una buena franca, anda atrancado, anda muy pasado, anda chispa, se le pasaron las cucharadas, trae su briaga, agarró una papalina, trae una buena guarapeta, agarró una de órdago, trae o agarró una estocada. Esta estocada puede ser atravesada, o en todo lo alto, o tendenciosa, usando términos taurinos. En estos casos basta con decir que trae una atravesada, por ejemplo, sobreentendiéndose lo de estocada. Andar rayado significa lo mismo, lo que ha dado lugar al apodo de “la cebra” a los que “les gusta el gusto”, como también se acostumbra decir. Equivale a lo mismo, agarrar varias cosas; por ejemplo: agarrar una zumba, una zorra, una taranta, una guarapeta, una atravesada, o una buena, simplemente. Para dar idea del grado de embriaguez se usan expresiones como éstas: se puso una de andar en cuatro patas, se colocó una de andar a gatas, se puso una de padre y señor mío, se puso una de arrastrar la cobija, se agarró una de aguilita, se puso una de cargador, acabó hoguiche (ahogado). Si se ha bebido moderadamente, y los efectos son de embriaguez incompleta, se dice que se anda a medios chiles, a media asta, anda como el robalo: a media agua; medio cuete, nomás alegre, anda sarazo, medio jalado, nomás se puso cachetón, agarró media estocada.
Para indicar que se tiene afición a las bebidas alcohólicas, hay no pocas expresiones: es muy pánfilo, le gusta empinar el codo, le rechoca un trago, se las pone, se las coloca, le cuadran los farolazos, se sabe echar sus fogonazos, es bueno para un fajo, le hace al soyate, l’entra a las copiosas, le gustan las cucharadas, se truena sus petróleos, tiene mal del vino, le da puñaladas al hígado, le gusta resbalarse con cáscaras de mezcal, se tropieza con el cántaro del pulque, se revienta sus tragos, se sepulta sus tencuarnices entre pecho y espalda, le hace al vinagre, se requema sus alipuces.

 
Aun cuando la enumeración anterior parece ser exhaustiva, no lo es y por ello José Moreno Villa se encarga de completarla.


Estuve informándome estos días de los calificativos que usa el pueblo mexicano para señalar el estado de embriaguez. Si a la lista conseguida se añadieran los sinónimos españoles, no acabaríamos nunca.
Figura en primer término el sustantivo zumbo. "Estar zumba" y "tener una zumba de pronóstico reservado". Viene luego el sustantivo chispo, el cual me recuerda que en los giros de nueva invención el pueblo prefiere usar el sustantivo en vez del participio; antes hubiéramos dicho "estoy achispado". Véanse otros casos: Fulano tenía un trole. Zutano está chuco, o Zutano tenía una chuca; aquel amigo andaba jalado (éste es un caso de participio); aquel otro traía un candado padre; Mengano llevaba una bimba; Perengano estaba a medios chiles y su compañero a media bolinia; el camarada tenía una borrachera de quiniela (o sea de combinación; verbigracia, alcohol y mariguana).
Hay giros de muy distinto valor plástico. "Traía una borrachera de trapeador" es, por ejemplo, tan evidente y tan mexicano que desde luego vemos al individuo convertido en un trapo húmedo y zarandeado como los que sirven para fregar el suelo, es decir, para trapearlo, porque aquí no se friega como en España generalmente. Cuando se dice de un individuo que "es muy pita", es que se le compara con esta planta por la cantidad de líquido embriagador que es capaz de almacenar. Pero de todos los giros que han llegado a mi conocimiento, los más agudos me parecen estos tres: "Ganar altura". "agarrar vapor" y "estar cuete". Los dos primeros, inspirados por la mecánica y, el tercero, por la pirotecnia. El más feliz de todos es el último y por eso es el más usado. Estar en estado de cohete es, en efecto, la realidad del borracho. Su ser parece que vive entre detonaciones y explosiones incoherentes e irregulares. Siente como un tirón de acá y otro de allá que se le convierten en relámpagos. Se siente capaz de un viaje raudo, se lanza a la acción con ímpetu como el cohete y como éste llega a un límite en que se cae, en que azota, como dicen en México.
 

Hay de borrachos a borrachos y a un tipo de ellos se les denomina “teporocho”, según algunos esa expresión se origina en el té con piquete que se tomaba para curar la cruda. Costaba 8 cent. y se pedía “un té por 8”. Gonzalo Celorio aporta otra hipótesis.

 
Entiendo que una de las posibles etimologías de la palabra teporocho se sustenta en una proporción aritmética: tres por ocho. Tres tantos de alcohol por ocho de refresco. El eufemismo de Jefe caite con un peso pa’ mi refresco no es gratuito. Refiérese al ingrediente mayoritario: ocho tantos de Lulú roja por tres de alcohol potable de 96 grados, que ciertamente no se vende en la farmacia sino en la vinatería.
Tres por ocho, teporocho.

 
Joaquín Antonio Peñalosa señala que el alcoholismo en México constituye un “vicio nacional de rostro alegre y corazón amargo, que marca con sello de tragedia a la persona, la familia y la sociedad.” En su opinión nunca faltan los “mil y un motivos, pretextos y disculpas que siempre tienen a mano los bebedores. Porque el mexicano nunca bebe porque sí. Cada copa tiene una razón. No sabrá por qué vive, pero sí sabe por qué bebe. No sabe lo que deja, pero sí sabe lo que toma.” Y añade Peñalosa

 
Después de cuatro siglos y medio en que irrumpió el alcoholismo al filo de la Conquista, no ha dejado de conquistarnos y nos conquista desde la infancia. Desde pequeño, el mexicano observa cómo hay necesidad de ingerir bebidas embriagantes para celebrar cuanto acontecimiento amable y benéfico le sucede a uno; el onomástico de la mamá, el cumpleaños del abuelo, las fiestas patrias, la petición de mano de la hermana, el examen profesional del primo, la bendición del negocio, el estreno de una televisión a colores, el ascenso en el trabajo, el reintegro de la lotería y hasta el regreso de la peregrinación de San Juan de los Lagos. Todo lo humano y lo divino, la alegría y el dolor, terminan en una copa. Es decir, una tras otra.

Para todo mal mezcal
y para todo bien, también.
Con amor y aguardiente
nada se siente.

Contra las muchas penas,
las copas llenas.
Contra las penas pocas,
llenas las copas.

 
Está claro que para unos pocos el alto consumo de alcohol representa ganancias muy elevadas mientras que para la mayoría es fuente de problemas sociales varios: conflictos y violencia intrafamiliar; peleas y riñas callejeras; ausentismo laboral y baja productividad; elevación en los costos de la atención médica, accidentes de tránsito y un largo etcétera en el que no deja de apuntarse la supuesta anulación del talento personal.

 
Aunque en esto último entra aquello de qué fue primero, si el huevo o la gallina por lo que Jorge Ibargüengoitia presenta sus dudas al respecto de un conocido. “Este hombre, al principio de su carrera dio muestras de gran talento y después se apagó. Una de las discusiones que teníamos en aquella época era: ¿se le apagó el talento porque se volvió alcohólico, se volvió alcohólico porque se le apagó el talento, o por una tercera causa, se volvió alcohólico y se le apagó el talento?”. Hay quienes salen de la bebida de buena manera y también están aquellos que lo hacen a un altísimo costo, dejando de ser ellos mismos al perder el entusiasmo y la alegría que los caracterizaba. En sus memorias el caudillo potosino Gonzalo N. Santos comenta un caso en el que el proceso de rehabilitación no fue benéfico para la persona en cuestión, tanto que el trabajo que no perdió por su alcoholismo, lo vino a perder en tiempos de sobriedad.
 

(...) Ahora llevaba yo por asistente a un muchacho muy brioso de Nispishol o del Corosal, Veracruz, no estoy seguro, apodado el Tigrillo, pues mi viejo asistente Ciriaco Guzmán, que era propietario de un pequeño rancho en el antiguo Taquín y de unas 50 o 60 cabezas de ganado, lo había curado un hierbero de su eterna borrachera, y cuando se volvió sobrio quedó hecho un ente abúlico que no servía para nada.
 

A la fecha siguen los estudios acerca del origen de la propensión al consumo de alcohol. Hay quienes como José Antonio Peñalosa le atribuyen un peso importante a factores sociales y culturales. “La monotonía de la vida del campo, el miserable letargo con que los pueblos vegetan sin ilusión, empuja a los hombres a la cantina que es el único lugar donde pueden encontrarse y matar el tiempo, privados como están de cualquier otro espectáculo y aun de elementales canchas para el deporte.” Por otro lado están aquellos que priorizan el peso de lo hereditario. En relación a ello, no tiene desperdicio una nota del periódico El Telegrama de Guadalajara del 19 de marzo de 1887 que, en su peculiar estilo sintético de dar las noticias, afirma:

 
Sabio doctor Lanceaux presentó informe Academia Ciencias París, sosteniendo que embriaguez es hereditaria. Sí, échenle la culpa a sus padres.

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