No es habitual que una ciudad, pueblo, villa, aldea,
agrupamiento o congregación, carezca cuando menos de una estatua que reconozca los
extraordinarios méritos políticos, artísticos, militares, deportivos,
religiosos, etc. de alguna persona nacida en esa localidad. En ocasiones existe
una verdadera concentración de estatuas, y todos los caminos conducen a una de
ellas. Ante ello es legítimo que aparezcan las sospechas y Julio Camba se
refiere a esta cuestión.
Las provincias están llenas con estatuas de grandes
hombres, sin contar las grandes mujeres, como Concepción Arenal y doña Emilia
Pardo Bazán. Y ante este fenómeno, yo no puedo menos de preguntarme:
-¿Hay muchas estatuas porque hay muchos grandes hombres, o
hay muchos grandes hombres para que haya muchas estatuas? ¿Quién hace a quién?
¿El escultor es una consecuencia del grande hombre, o el grande hombre una
consecuencia del escultor?
Llegado a este punto, las sospechas de Camba se
vuelven suspicacia.
Desde luego, parece evidente que los grandes hombres, en
caso de necesidad, podrían, bien que mal, arreglárselas sin escultores. En
cambio, los escultores se verían bastante apurados el día en que hubiese una
huelga de grandes hombres.
Un escultor amigo mío, hablándome de cómo iba el hombre
resolviendo su vida, me decía recientemente:
-Tengo bastante que hacer. Antes sólo había trabajo en
España para una media docena de escultores. Ahora trabajamos constantemente
cerca de un centenar. (...)
Estamos
en un período de gran florecimiento. ¿Cómo puede encontrarse en decadencia un
país que produce grandes hombres bastantes para emplear diariamente a cien
escultores?
El siguiente paso en el análisis de Julio Camba
consiste en preguntarse qué sucedería con los escultores en el hipotético caso
que no existieran suficientes grandes hombres o mujeres. Ante escenario tan
crítico, el gremio de escultores debe tener previsto un plan de contingencia.
Pero luego me asaltó la idea de que, si España dejase de
producir grandes hombres repentinamente, esos cien escultores no iban a morirse
de hambre.
-A falta de grandes hombres –pensé-, se arreglarían con
hombres medianos, y hasta con hombrecitos chiquitines.
Y de situar esta hipótesis en el porvenir a trasladarla
al presente no había más que un paso. No son los grandes hombres quienes hacen
a los escultores, sino los escultores quienes hacen a los grandes hombres. Se
van por las capitales de provincia y trabajan el artículo.
-Pero ¿es posible? –exclaman-. ¿Cómo tienen ustedes esta
alameda así, sin un grande hombre ni nada?
-¿Un grande hombre?
-Sí. Un grande hombre. Un hijo ilustre de la provincia.
Los provincianos no se acuerdan de ninguno.
-Fíjense ustedes bien. No faltará por ahí un filántropo,
un héroe, un cronista local, aunque sea un ex ministro.
Generalmente, se acaba por elegir al ex ministro, y el
escultor, que ya suele tener preparados cuerpos para ex ministros, para
filántropos y para generales, no hace más que preparar la cabeza y enchufarla.
Ahora bien, así como hay personas que no son
fotogénicas también están aquellas que son poco favorecidas para ser candidatos
a estatua y Camba aborda la cuestión.
En una ciudad, cuyo nombre no importa, el poeta local fue
desechado porque era tuerto, y se le sustituyó con un abogado.
-¡Un tuerto! –decía el escultor-. Si me dieran ustedes un ciego,
les haría una obra magnífica; pero, ¡por Dios!, no me den ustedes un tuerto.
-Es que es el único hombre de algún mérito que tenemos
por aquí. El único digno de una estatua.
El escultor fue irreductible:
-¿Cómo va a ser digno de una estatua un tuerto? ¿Cómo va
un tuerto a tener mérito?
Finalmente Julio Camba sintetiza los requisitos necesarios
para que uno termine en estatua. “Los que
no somos tuertos no debemos desconfiar todavía de llegar a tener nuestra
estatua; pero para adquirir una personalidad algo estatuaria, debemos dejarnos
crecer la barba y vestir siempre de levita.”
En los tiempos que corren, lo de la levita sería un
exceso de formalismo pero el resto del planteo mantiene su vigencia.
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