Todos los que somos
compradores habituales de libros usados hemos encontrado dentro de ellos diversos
vestigios de sus antiguos propietarios. Hay quienes han compartido sus
encuentros y entre ellos encontramos a Barbara Hodgson.
Durante
años he conservado los artículos que he encontrado dentro de los libros: flores
secas, menús, recortes de periódico, fotos, tarjetas de visita, dibujos,
recetas y páginas de otros libros. Me hacen pensar en las cosas que sin darme
cuenta yo misma he utilizado como puntos de lectura: recibos, fichas de
préstamo de bibliotecas, tarjetas de felicitación y notas. Cuando releo un
libro que no había sacado del estante durante una o dos décadas y encuentro
entre sus páginas un antiguo abono de autobús, por ejemplo, pienso en lo rápido
que cambian las cosas y en lo impersonales que se han vuelto la mayoría de
ellas. Los recibos actuales son todos iguales, y el texto impreso pierde el
color en muy poco tiempo; las notas ya no son misivas escritas a mano, sino
páginas impresas en láser; ¿y cuándo fue la última vez que alguien dedicó
tiempo a arrancar una flor y prensarla entre las páginas de un libro?
No es el único testimonio a
este respecto. Angélica Jiménez Robles también da cuenta de sus hallazgos
(…) entre
sus páginas se pueden encontrar tesoros invaluables, tengo libros donde he
encontrado desde el clásico boleto del camión, del trolebús, hasta la carta de
amor, la dedicatoria, algunas de ellas muy pasionales, un examen con cinco y en
uno encontré un billete de $100.00, el vendedor me lo había dado en $40.00. Es
una maravilla lo que puede encontrarse en ellos.
Por mi parte reconozco que
tengo mi colección particular y en algún momento pensé que debería organizar una
exposición a partir de ello. Pero, como en tantos otros casos me sucede, ya me
habían ganado la idea. En una nota de prensa de enero de 2013, leo:
¿Quién no
encontró alguna vez entre las páginas de algún viejo libro, un trébol de cuatro
hojas o un boleto capicúa? Cápsulas del
tiempo: objetos encontrados en los libros, así se titula la exposición
montada en la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid.
¿Qué se expone? Una gran variedad de objetos descubiertos entre las páginas de
los libros, pequeños tesoros hallados en el proceso de catalogación de los
fondos históricos. Telegramas, correspondencia, señaladores, poemas y
anotaciones, flores secas, invitaciones y tarjetas de visita, naipes, estampas,
dibujos y grabados científicos, recibos de pago, billetes de tranvía, incluso
balas y metralla (de los volúmenes que viajaron a las trincheras).
En otro orden de cosas, pero
dentro del mismo rubro, hay libros usados en que sus posibles lectores (en
atención a la obviedad de que usados no siempre quiere decir leídos) no dejaron
marca alguna de las experiencias vividas al ir avanzando en la consulta de la
obra. Estos libros viejos, en algún sentido son nuevos. Pero también hay
lectores que subrayaron, marcaron círculos, discutieron, se enojaron, agregaron
signos de admiración y de interrogación, utilizaron marcadores de colores para
dejar constancia de acuerdos y discordias, pegaron papeles, etc. En algunos casos
la intervención del lector o lectores previos, ha sido tan nutrida que invita a
jugarle al analista e interpretar la vida del colega de afición.
En ello también tengo mi
colección particular integrada por algunos libros que podrían ser verdaderas
piezas de museo y en algún momento pensé que podría hacer una exposición con
ellos. Pero en esto, también me ganaron. En un artículo firmado por María Luján
Picabea publicado en el diario Clarín
(Argentina) el 4 de julio de 2014, leo la reseña de una exposición que tuvo el
acertado nombre de Las huellas de la
lectura.
Existe
una captura de las páginas 338 y 339 de la novela Finnegans Wake, de James Joyce, que perteneció a Susan Sontag. Es
una obra tan increíble que, como apuntó un colega, “dan ganas de colgarla en el
living de la casa” para tenerla cerca y poder perderse en los detalles. Y es
que en esas páginas se percibe la vehemencia con la que Sontag leía. Uno acaso
siente que puede asomarse por encima de su hombro y escuchar sus pensamientos.
Bastante más modestas son buena parte de las intervenciones de libros que
Esteban Feune de Colombi registró para su proyecto y muestra Leídos –en exhibición en la Biblioteca
Nacional–, pero es cierto que hay algunas fotografías que provocan un efecto
semejante al de las páginas del ejemplar de Finnegans
Wake de Sontag.
Feune de
Colombi cuenta que el germen de esta muestra, para la que reunió a 99
escritores contemporáneos, lo asaltó al heredar un ejemplar de las Obras Completas de Oliverio Girondo que
había pertenecido a su abuelo materno –a quien no llegó a conocer–, y en él
habían quedado las huellas de su lectura. Dice que en el intento por
resguardarlas, fotografió el ejemplar y eso le hizo querer más. Así que salió,
cámara en mano, y visitó a un escritor detrás de otros, así hasta llegar a 99.
A todos les pidió que le abrieran algún libro y le mostraran las marcas que su
andadura lectora había dejado. Así, por ejemplo, María Moreno abre El factor Borges, de Alan Pauls, en el
que escribió, en las páginas en blanco del final, un relato completo en
imprenta mayúscula. El poeta Hugo Mujica, por su parte, muestra Nietzsche. Biografía de su pensamiento,
de Rüdiger Safranski, en cuyas páginas se ven subrayados de distintos colores,
marcas y resaltados.
Notas al
margen con lápiz, palabras encerradas con círculos, llamadas con birome, son
algunas de las marcas que Alan Pauls ha dejado sobre su ejemplar de Nombre Falso, de Ricardo Piglia, y
Beatriz Sarlo muestra las tarjetas amarillas con notas intercaladas en la
edición de 1983, de Autobiografía II, el
imperio insular, de Victoria Ocampo. Por las páginas de Instrucción del estanciero, de José
Hernández, es claro el paso de David Viñas, la fruición con que ha masticado
cada palabra. Así lo indican notas, rayas, flechas y papelitos que el ejemplar,
ofrecido a Feune de Colombi por María Moreno, a modo de testimonio. Vaya, pase
por la Biblioteca y no se prive de espiar esas lecturas.
Así las cosas he renunciado a
todo afán de originalidad pero no descarto incluir en artículos próximos
algunas muestras de libros en que lectores anónimos dejaron mensajes (en
dedicatorias o notas al margen del texto) que merecen difundirse. Quedan
avisados.
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