Eran otros tiempos, cuando en ciertas ocasiones el poderoso
accedía a que algunos escogidos pudieran tener el privilegio de saludarlo
personalmente. Y claro que no era cuestión de andar de igualados por lo que
dicho saludo se regía por una serie de normas estrictas. Nos referimos al
famoso “besamanos”. El origen de este ritual de poder es antiguo y Paul Tabori
le siguió el rastro.
En la corte de Viena en 1731 todavía se
combinaba la genuflexión y el besamanos, como lo explica Johann B. Küchelbecher
en su Allerneueste Nachricht vom Römisch-Kayserl. Hofe (Hanover, 1730):
El más señalado favor que el plebeyo puede recibir es que se le permita
besar la mano de su Majestad Imperial. Ocurre del siguiente modo: quien
solicita este supremo favor debe presentarse primero ante el Chambelán
principal y solicitar su ayuda. Si el Chambelán principal está dispuesto a
concederla, fija inmediatamente el día en que se otorgará el favor real. En la
fecha señalada, la persona se presenta en la residencia imperial y se reúne con
el Chambelán principal. Se la coloca a poca distancia de la puerta por la cual
pasa el emperador cuando se dirige a la mesa. Apenas aparece el emperador, la
persona admitida para el besamanos dobla una rodilla y besa las manos del
emperador y de la emperatriz, mientras éstos pasan; y los monarcas extienden la
mano con ese fin. Ello ocurre casi diariamente, y especialmente los días
festivos, cuando casi todos son admitidos a la ceremonia del besamanos.
Esta expresión
aludía también a la costumbre de los caballeros de besar la mano de las damas. En
la Francia del Antiguo Régimen esta costumbre –en sus dos usos- tuvo plena
vigencia hasta que se vio súbitamente interrumpida con la Revolución de 1789, y
de acuerdo con Frédéric
Rouvillois, durante un prolongado lapso
(…) el manual de la baronesa Staffe, el
best-seller indiscutido del género, no lo menciona ni en su edición de 1890 ni
en la de 1899; asimismo, el imponente Dictionnaire
Larousse de 1896 ignora totalmente la práctica mundana: en cuestión de
besamanos evoca sólo la versión medieval -"homenaje feudal consistente en
besar la mano del señor"-, la etiqueta en vigor en ciertas cortes de Europa,
donde la costumbre indica besar la mano del soberano y, en fin, antiguo uso
"muy a la moda bajo Luis XIII". Por lo tanto parece que, a partir del
siglo XVIII, el besamanos prácticamente ha desaparecido, si se exceptúan las
relaciones amorosas, en las que no es sino el preludio de otros transportes, y
las manifestaciones de deferencia debidas a las princesas reales, siendo unos y
otros evidentemente ajenos al orden de la cortesía usual. Para ser más
precisos: si se lo encuentra en el curso del siglo, es casi exclusivamente en
el modo epistolar, en el que algunos señores especialmente delicados o
solícitos concluyen sus cartas "besando respetuosamente la mano" de
su corresponsal: pero no consideran pasar a la acción sino ver sólo una
agradable fórmula de cortesía, como aquellos que, como Théophile Gautier bajo
el Segundo Imperio, retoman la vieja fórmula española del "beso a usted
los pies": eso se escribe pero no se hace...
Será a comienzos del siglo XX cuando, de
acuerdo con Rouvillois, el besamanos reaparezca en la escena social. “En 1907, Chambon
constata con dicha que ‘la costumbre del besamanos, tan hermosamente
respetuosa, regresa a los usos de los que había sido tan torpe y
desdichadamente exiliada’.” Y Rouvillois añade que
(…) en 1900, la baronesa d'Orval será la
primera en festejar su resurrección, aunque no habla de él sino como de una
simpática curiosidad: "Algunos hombres del mejor mundo, escribe, reeditan
la costumbre del besamanos, ese gesto galante cuya moda se inspira en
Richelieu".
Lo que no le impedirá, conforme a las predicciones,
implantarse rápidamente: en vísperas de la Gran Guerra , la señora
Raymond se felicita notando "con placer que parece que se vuelve mucho a
la bonita moda del besamanos. [...] Casi en todo París, cuando una mujer tiende
la mano a un hombre, éste, en lugar de apretarla como haría si fuera la mano de
un camarada, hace el movimiento de llevar a sus labios la punta de los dedos
que se le ofrecen".
Llegados a este punto veamos las
recomendaciones de Frédéric Rouvillois que deberán tenerse en cuenta para un
adecuado besamanos.
Este uso quiere manifestar un aumento de
deferencia: "El gesto de un hombre, de un muchacho inclinado sobre la mano
de una mujer es de una gracia y una delicadeza exquisitas. Mucho más deferente
que el shake-hand desenvuelto,
distribuido indiferentemente a hombres, mujeres, jovencitas, muchachos, todos
confundidos en la misma igualdad". De ahí ciertas reglas que parecen
imponerse desde el principio, aun si permanecen en realidad ondulantes,
inciertas y debatidas hasta mediados del siglo: por ejemplo la que quiere que
el besamanos sea debido sólo a las damas, lo que significa que no se besa la
mano de una jovencita, ni siquiera, especifica la condesa de Magalon en 1932,
la de una mujer muy joven. O incluso en un salón, por ejemplo en ocasión de una
visita, si hay más de tres o cuatro damas, el uso es de limitarse a la dueña de
casa: no es cuestión de distribuir besamanos en cadena, a la manera de un
autómata, como se haría con simples saludos o banales apretones de mano.
Si todas las damas tienen derecho al
besamanos, todos los hombres y aun los niños pueden llevarlo a cabo, por
supuesto con la condición de saber hacerlo con absoluta soltura: si se teme hacerlo
con torpeza es mejor abstenerse.
En cuanto a las modalidades, son muy
simples en su origen. "Para el besamanos, escribe Chambon, la mujer se
quita el guante de la mano derecha. El hombre se inclina profundamente y roza
con los labios la punta de los dedos. No levanta la mano: es él quien se
inclina".
Todo esto suena a pasado pero cabe
señalar que hasta hoy existen ceremonias protocolares en las que el poderoso en
turno se digna saludar a funcionarios y personas que le son más o menos
próximas. Hay quienes siguen llamando a este acto como “el besamanos” si bien
aquella costumbre actualmente se encuentra muy limitada y lo más usual es “dar
la mano” (claro que seguramente no falta quien al darles la mano se tomen hasta
el codo).
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