jueves, 1 de octubre de 2015

El besamanos

Eran otros tiempos, cuando en ciertas ocasiones el poderoso accedía a que algunos escogidos pudieran tener el privilegio de saludarlo personalmente. Y claro que no era cuestión de andar de igualados por lo que dicho saludo se regía por una serie de normas estrictas. Nos referimos al famoso “besamanos”. El origen de este ritual de poder es antiguo y Paul Tabori le siguió el rastro.  
 
En la corte de Viena en 1731 todavía se combinaba la genuflexión y el besamanos, como lo explica Johann B. Küchelbecher en su Allerneueste Nachricht vom Römisch-Kayserl. Hofe (Hanover, 1730):
 
El más señalado favor que el plebeyo puede recibir es que se le permita besar la mano de su Majestad Imperial. Ocurre del siguiente modo: quien solicita este supremo favor debe presentarse primero ante el Chambelán principal y solicitar su ayuda. Si el Chambelán principal está dispuesto a concederla, fija inmediatamente el día en que se otorgará el favor real. En la fecha señalada, la persona se presenta en la residencia imperial y se reúne con el Chambelán principal. Se la coloca a poca distancia de la puerta por la cual pasa el emperador cuando se dirige a la mesa. Apenas aparece el emperador, la persona admitida para el besamanos dobla una rodilla y besa las manos del emperador y de la emperatriz, mientras éstos pasan; y los monarcas extienden la mano con ese fin. Ello ocurre casi diariamente, y especialmente los días festivos, cuando casi todos son admitidos a la ceremonia del besamanos.
 

Esta expresión aludía también a la costumbre de los caballeros de besar la mano de las damas. En la Francia del Antiguo Régimen esta costumbre –en sus dos usos- tuvo plena vigencia hasta que se vio súbitamente interrumpida con la Revolución de 1789, y de acuerdo con Frédéric Rouvillois, durante un prolongado lapso

(…) el manual de la baronesa Staffe, el best-seller indiscutido del género, no lo menciona ni en su edición de 1890 ni en la de 1899; asimismo, el imponente Dictionnaire Larousse de 1896 ignora totalmente la práctica mundana: en cuestión de besamanos evoca sólo la versión medieval -"homenaje feudal consistente en besar la mano del señor"-, la etiqueta en vigor en ciertas cortes de Europa, donde la costumbre indica besar la mano del soberano y, en fin, antiguo uso "muy a la moda bajo Luis XIII". Por lo tanto parece que, a partir del siglo XVIII, el besamanos prácticamente ha desaparecido, si se exceptúan las relaciones amorosas, en las que no es sino el preludio de otros transportes, y las manifestaciones de deferencia debidas a las princesas reales, siendo unos y otros evidentemente ajenos al orden de la cortesía usual. Para ser más precisos: si se lo encuentra en el curso del siglo, es casi exclusivamente en el modo epistolar, en el que algunos señores especialmente delicados o solícitos concluyen sus cartas "besando respetuosamente la mano" de su corresponsal: pero no consideran pasar a la acción sino ver sólo una agradable fórmula de cortesía, como aquellos que, como Théophile Gautier bajo el Segundo Imperio, retoman la vieja fórmula española del "beso a usted los pies": eso se escribe pero no se hace...
 
Será a comienzos del siglo XX cuando, de acuerdo con Rouvillois, el besamanos reaparezca en la escena social. “En 1907, Chambon constata con dicha que ‘la costumbre del besamanos, tan hermosamente respetuosa, regresa a los usos de los que había sido tan torpe y desdichadamente exiliada’.” Y Rouvillois añade que

(…) en 1900, la baronesa d'Orval será la primera en festejar su resurrección, aunque no habla de él sino como de una simpática curiosidad: "Algunos hombres del mejor mundo, escribe, reeditan la costumbre del besamanos, ese gesto galante cuya moda se inspira en Richelieu".
Lo que no le impedirá, conforme a las predicciones, implantarse rápidamente: en vísperas de la Gran Guerra, la señora Raymond se felicita notando "con placer que parece que se vuelve mucho a la bonita moda del besamanos. [...] Casi en todo París, cuando una mujer tiende la mano a un hombre, éste, en lugar de apretarla como haría si fuera la mano de un camarada, hace el movimiento de llevar a sus labios la punta de los dedos que se le ofrecen".

Llegados a este punto veamos las recomendaciones de Frédéric Rouvillois que deberán tenerse en cuenta para un adecuado besamanos.
 
Este uso quiere manifestar un aumento de deferencia: "El gesto de un hombre, de un muchacho inclinado sobre la mano de una mujer es de una gracia y una delicadeza exquisitas. Mucho más deferente que el shake-hand desenvuelto, distribuido indiferentemente a hombres, mujeres, jovencitas, muchachos, todos confundidos en la misma igualdad". De ahí ciertas reglas que parecen imponerse desde el principio, aun si permanecen en realidad ondulantes, inciertas y debatidas hasta mediados del siglo: por ejemplo la que quiere que el besamanos sea debido sólo a las damas, lo que significa que no se besa la mano de una jovencita, ni siquiera, especifica la condesa de Magalon en 1932, la de una mujer muy joven. O incluso en un salón, por ejemplo en ocasión de una visita, si hay más de tres o cuatro damas, el uso es de limitarse a la dueña de casa: no es cuestión de distribuir besamanos en cadena, a la manera de un autómata, como se haría con simples saludos o banales apretones de mano.
Si todas las damas tienen derecho al besamanos, todos los hombres y aun los niños pueden llevarlo a cabo, por supuesto con la condición de saber hacerlo con absoluta soltura: si se teme hacerlo con torpeza es mejor abstenerse.
En cuanto a las modalidades, son muy simples en su origen. "Para el besamanos, escribe Chambon, la mujer se quita el guante de la mano derecha. El hombre se inclina profundamente y roza con los labios la punta de los dedos. No levanta la mano: es él quien se inclina".

Todo esto suena a pasado pero cabe señalar que hasta hoy existen ceremonias protocolares en las que el poderoso en turno se digna saludar a funcionarios y personas que le son más o menos próximas. Hay quienes siguen llamando a este acto como “el besamanos” si bien aquella costumbre actualmente se encuentra muy limitada y lo más usual es “dar la mano” (claro que seguramente no falta quien al darles la mano se tomen hasta el codo).

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