Uno de los ejemplos clásicos
en relación a las objeciones que generan las innovaciones, es del ferrocarril.
Entre quienes lo abordaron, encontramos nada menos que a Walter Benjamin quien
dedicó a este tema uno de los programas de radio, dirigidos a adolescentes, que
condujo en emisoras de Frankfurt y Berlín entre los años 1927 y 1933 (Walter
Benjamin. Juicio a las brujas y otras
catástrofes. Crónicas de radio para jóvenes, trad. Ariel Magnus. Buenos
Aires, Interzona-Hueders, 2014).
Veamos
lo que afirma Benjamin en cuanto a las reacciones suscitadas por la
inauguración de las primeras líneas ferroviarias.
En 1825
se inauguró la primera línea de ferrocarril, y aún hoy se puede ver la
“Locomotora Número 1” en una de sus estaciones terminales. Si alguna vez pasan
por ahí, seguro que les parecerá una aplanadora a vapor para alisar calles
antes que una verdadera locomotora. En el continente europeo se construyeron al
principio trayectos muy cortos, que se podrían haber recorrido con el coche de
correos e incluso a pie. En general se veía todo esto más bien como una
curiosidad. Y cuando se consultó sobre el ferrocarril de Núremberg a los
profesores de medicina de la Universidad de Erlangen, estos dijeron que no
había que permitir su instalación bajo ningún concepto, pues el rápido
movimiento produciría enfermedades mentales en los pasajeros. Más aún: sólo el
hecho de mirar esos trenes de paso veloz podía provocar desmayos. Como mínimo
había que colocar tabiques de madera de tres metros de altura a ambos lados de
la vía. Cuando se inauguró el segundo ferrocarril alemán, que iba de Leipzig a
Dresde, un molinero presentó una denuncia judicial porque el tren le
interceptaba el viento. Y cuando el recorrido exigió la construcción de un
túnel, los médicos volvieron a dar un dictamen negativo, alegando que la gente
mayor podía sufrir un paro cardíaco por el repentino cambio de presión.
Pero los reparos no sólo
tenían que ver con aspectos relacionados con la salud de las personas sino
también con lo que hace al propio concepto de viajar. En cuanto a ello, añade
Benjamin
Para
saber lo que pensaba la gente sobre el ferrocarril en los primeros tiempos,
nada mejor que lo que decía sobre los viajes en tren un sabio inglés que no
tenía un pelo de tonto: para él, eso ya no tenía nada que ver con viajar, sino
que simplemente era ser enviado de un lugar a otro, como si uno fuera un
paquete.
No es
difícil imaginar lo que diría hoy aquel sabio inglés al que -sin precisar su
nombre- cita Walter Benjamin en relación al tren bala…
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