De que todos tenemos cita con la muerte no cabe duda. Sin
embargo con frecuencia vivimos como si la muerte no existiera, lo que podría
dar origen a muchos de nuestros males personales y sociales (a ello nos
referiremos en otra ocasión).
Según Javier Gomá Lanzón hay que distinguir muerte de mortalidad.
“La muerte es algo vulgar que les ocurre a los mosquitos, plantas y a todo ser
orgánico, siendo la conciencia de la muerte algo exclusivamente humano.” Y
agrega: “La mortalidad es igualadora. La totalidad del mundo está en juego en
cada uno de los que vivimos en el mundo.”
Ahora bien, lo demás son conjeturas: ¿cuándo?, ¿cómo?,
¿dónde? Raffaele Mantegazza aborda la cuestión citando a Giuseppe Marotta
Si cada hombre recibiese, a los 20 años, un mensaje
sobrenatural que le comunicara, mediante anuncios impresos o sirviéndose de la
radio, el día y la hora de su muerte, todos los que supieran que debían morir
el 7 de abril de 1960, a las 19.40, supongamos, se tenderían la mano desde
cualquier parte del mundo. […] Sí, creo que ni las distancias ni las fronteras
impedirían, a quienes supieran que iban a morir en el mismo instante, sentirse
consanguíneos. Es la muerte, no el nacimiento, lo que nos emparenta.
Por lo general el desconocimiento del día y hora de
partida es valorado –y a ello se refiere Mantegazza- como un don de la vida: “Saber
cuándo deberemos morir constituiría,
sin duda una desgracia”. Y reafirma su convicción citando a Dino Buzzati: “La
muerte, en sí, no es una cosa tan horrible, posiblemente. A todos nos llegará.
El problema sería si supiéramos, aunque fuera dentro de un siglo, o dos, el
momento preciso en que vendrá.” Así las cosas, Raffaele Mantegazza contrapone
ambas miradas acerca del momento de la muerte
Es curioso cómo Marotta y Buzzati, en los escritos de
los que proceden las citas anteriores, extraen conclusiones completamente
distintas al imaginar lo que pasaría si las personas supieran el día y la hora
exacta de su muerte. Para el primero, esto da lugar a la solidaridad; para el
segundo, a la más oscura desesperación.
Y concluye con una exhortación: “Pero saber que moriremos, tal como lo sabemos,
podría constituir un pretexto válido para unirnos y consolarnos recíprocamente.”
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