jueves, 23 de febrero de 2017

Una certeza no agendada


De que todos tenemos cita con la muerte no cabe duda. Sin embargo con frecuencia vivimos como si la muerte no existiera, lo que podría dar origen a muchos de nuestros males personales y sociales (a ello nos referiremos en otra ocasión).

Según Javier Gomá Lanzón hay que distinguir muerte de mortalidad. “La muerte es algo vulgar que les ocurre a los mosquitos, plantas y a todo ser orgánico, siendo la conciencia de la muerte algo exclusivamente humano.” Y agrega: “La mortalidad es igualadora. La totalidad del mundo está en juego en cada uno de los que vivimos en el mundo.”

Ahora bien, lo demás son conjeturas: ¿cuándo?, ¿cómo?, ¿dónde? Raffaele Mantegazza aborda la cuestión citando a Giuseppe Marotta

Si cada hombre recibiese, a los 20 años, un mensaje sobrenatural que le comunicara, mediante anuncios impresos o sirviéndose de la radio, el día y la hora de su muerte, todos los que supieran que debían morir el 7 de abril de 1960, a las 19.40, supongamos, se tenderían la mano desde cualquier parte del mundo. […] Sí, creo que ni las distancias ni las fronteras impedirían, a quienes supieran que iban a morir en el mismo instante, sentirse consanguíneos. Es la muerte, no el nacimiento, lo que nos emparenta.

Por lo general el desconocimiento del día y hora de partida es valorado –y a ello se refiere Mantegazza- como un don de la vida: “Saber cuándo deberemos morir constituiría, sin duda una desgracia”. Y reafirma su convicción citando a Dino Buzzati: “La muerte, en sí, no es una cosa tan horrible, posiblemente. A todos nos llegará. El problema sería si supiéramos, aunque fuera dentro de un siglo, o dos, el momento preciso en que vendrá.” Así las cosas, Raffaele Mantegazza contrapone ambas miradas acerca del momento de la muerte

Es curioso cómo Marotta y Buzzati, en los escritos de los que proceden las citas anteriores, extraen conclusiones completamente distintas al imaginar lo que pasaría si las personas supieran el día y la hora exacta de su muerte. Para el primero, esto da lugar a la solidaridad; para el segundo, a la más oscura desesperación.

Y concluye con una exhortación: “Pero saber que moriremos, tal como lo sabemos, podría constituir un pretexto válido para unirnos y consolarnos recíprocamente.”

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