martes, 5 de mayo de 2020

Literatura y mensaje


La literatura de mensaje siempre ha tenido sus defensores y detractores. ¿Debe la literatura estar al servicio de aquello que el autor quiere trasmitir?, ¿la escritura tiene un compromiso moral y debe responder por ello? Aun cuando hoy estas preguntas no son tan frecuentes, de vez en cuando el tema vuelve al tapete con diversas formulaciones como por ejemplo ¿es conveniente la enorme difusión adquirida por la narcoliteratura?  

Simon Leys no evitó referirse a esta cuestión.

Hace poco, recibí de pronto una crítica implacable por haber sugerido (entre otras herejías) (…), la idea (absolutamente banal, en realidad) de que la literatura de creación, siempre que sea artísticamente válida, puede no trasmitir ningún mensaje. (…)
Algunos críticos reaccionaron indignados a mi afirmación: “¿Qué? ¿No hay ningún mensaje en las obras maestras de la literatura universal? ¿Y la Divina Comedia de Dante? ¿Y El paraíso perdido de Milton?”. Hasta podrían haber añadido más concretamente: “¿Y el Quijote de Cervantes?”.

Aun más, para Leys la literatura de mensaje puede fácilmente convertirse en irrelevante mientras que la valía literaria perdura en el tiempo.

Por supuesto, muchos poetas y novelistas piensan que tienen mensajes que comunicar, y suelen creer en el carácter trascendente de sus mensajes. Pero esos mensajes suelen ser mucho menos importantes de lo que ellos supusieron en principio. En realidad, a veces son erróneos, o directamente estúpidos o incluso detestables. Y a menudo, al cabo del tiempo, llegan a ser sencillamente irrelevantes, mientras que las obras en sí, si tienen auténtico mérito literario, adquieren vida propia, revelando su sentido verdadero y perdurable a las generaciones posteriores; pero el autor no era consciente de ese sentido más profundo. La mayoría de los lectores más fervientes de Dante apenas se interesan por la teología medieval; y muy pocos admiradores modernos de Don Quijote han leído los libros de caballerías (y menos oído los nombres de los títulos) que Cervantes atacó con tan fiera pasión.

Para terminar de dejar en claro su opinión, recurre a una cita muy conocida -y no por ello menos pertinente- de Ernest Hemingway.

No es una idea nueva, desde luego, y eso debería resultar evidente. Hemingway, al que yo citaba, lo había expresado mejor ante un periodista que le interrogaba sobre “los mensajes” de sus novelas. Le contestó muy razonablemente: “No hay ningún mensaje en mis novelas. Cuando quiero enviar un mensaje, voy a la oficina de correos.”

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