Hay temas que son
desfondados porque no hay ninguna posibilidad de llegar al fondo de los mismos
sino que tan solo es posible hacer sucesivas aproximaciones. Que si hay que
perdonar y olvidar; que si hay que perdonar pero no olvidar; que ni olvido ni
perdón, en fin… Ahora acercamos dos opiniones que contribuyen al debate.
Muchas son las
voces, entre ellas la de Harold Kushner, que señalan que antes que hablar de
perdón hay que ejercer la justicia: “(...) creo, como Hamlet, que ‘la
naturaleza está en desorden’ en tanto los crímenes graves no sean castigados.”
No puede haber perdón si no existe justicia y presenta un ejemplo al respecto.
Por la misma razón, me sentí muy desilusionado
cuando hace unos años leí en el diario la historia de una mujer muy religiosa,
víctima de una brutal agresión, que se negó a testificar contra su atacante,
aduciendo que por razones religiosas lo había perdonado y no tenía deseo de
venganza.
Para Kushner en
ese caso entran en conflicto la condición de persona religiosa con la de
ciudadano.
Para mí, eso constituyó una inapropiada violación
de la separación entre Iglesia y Estado. Como persona, la mujer tenía todo el
derecho de desistir de su deseo de venganza, y la admiro por ello. Pero como
ciudadana debería haber sentido la
obligación de contribuir a la seguridad de sus conciudadanos, ayudando a sacar
a un hombre peligroso de las calles.
No es secreto
para nadie que –tal como afirma Héctor Abad Faciolince, citado por Inés Martín Rodrigo-
los victimarios son los principales interesados en militar en las filas del
olvido.
Sí, a los que han hecho actos abominables,
indignos, lo que más les conviene es el olvido, para que no los odien. Les
gustaría ocultar sus crímenes peores, negarlos, no decirlos, justificarlos. Sí,
hay eso. Y eso es lo que hay que combatir, las mentiras de los que quieren que
olvidemos sus actos abominables, eso sí.
Una vez que Abad Faciolince
expresa su rechazo contundente al olvido, pasa a otra arista del tema (cabe
aclarar que él vivió situaciones de violencia extrema en Colombia, como el
asesinato de su padre)
Pero, al mismo tiempo, los que denunciamos esos
actos abominables y los que queremos que se sepan creo que no nos podemos
quedar toda la vida rumiando eso, no nos podemos quedar toda la vida en el
rencor y en el resentimiento, porque eso nos va a envenenar a nosotros mismos.
Que se sepa y ya, y tampoco escribir, insistir y vengarse y señalar y señalar y
pasarse la vida señalando… ¡Qué cansancio! No conviene, no conviene.
Y concluye con una
confesión muy distante de la teología cristiana clásica. “Ya le he dicho, yo
soy católico o cristiano sin serlo, y mi concepción del perdón es que uno no
perdona al otro, es que lo bueno de perdonar es para uno, el otro que se joda;
cuando uno perdona, es uno el que se libera.”
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