viernes, 5 de agosto de 2022

Los retos de la diversidad

 

Hasta no hace mucho tiempo (y aún hay quienes…) en muchos lugares se vivía con la ilusión de homogeneidad. Existían modelos que daban la pauta de la normalidad y quien se apartara de ello había equivocado su camino por lo que debería volver al redil. Y si se trataba de un pueblo que practicaba otras costumbres se imponía la tarea compasiva y desinteresada de iniciar un proceso de conquista que permitiera civilizarlo (si ello hacía posible adueñarse de sus recursos naturales o apropiarse del trabajo de los naturales, mejor aún para el civilizador). Era cuestión de humanidad.

La heterogénea realidad desafía al supuesto, tal como Jorge Lanata lo pone de manifiesto con un pequeño ejemplo.

Si buscáramos alguna comida “universal” como la hamburguesa y quisiéramos invitar a un nuevo amigo a comer, descubriríamos que el 61% del mundo la rechazaría por motivos religiosos: los islámicos no comen cerdo; los hindúes tienen prohibida la sal y la carne de vaca; los taoístas, el pan; los budistas evitan el tocino; los ortodoxos, los lácteos y los jainistas, las gaseosas. Eso suponiendo que no llevemos al almuerzo a un cristiano en un viernes de Cuaresma.

Hace unos años en España se hizo una campaña pública que promovía la integración de los migrantes; uno de los textos difundidos con ese objeto decía:

Tu Dios es judío; tu música es negra; tu coche, japonés; la pizza que comes, italiana; el gas que llega a tu cocina, argelino; el café que bebes, brasileño; esta democracia tiene raíces griegas; tus vacaciones las planeas a Marruecos; los números con que calculas son árabes; las letras con que escribes son latinas… ¿Y osas decir que tu vecino es extranjero?

En tiempos recientes (y gracias a la lucha de personas e instituciones) la pluralidad se ha ido abriendo camino. Claro está que aun reconociendo los pasos dados, queda mucho -muchísimo- trecho por recorrer…

Y el tema es muy complejo porque aun quienes consideramos tener una mirada amplia de apertura hacia la diversidad que nos libera de comportamientos groseramente discriminatorios, no somos ajenos a la cuestión. Al respecto Carlos Belvedere anota: “Podría decirse que sobre discriminación no hay nada escrito: como en cuestiones de gusto, cada uno construye el objeto de su fascismo a la medida de sus sueños.” Eso que alguien ha llamado el pequeño fascista que nos habita.

El pedagogo francés Philippe Meirieu traza el horizonte. “Nos queda por construir un cuerpo social en el que, a imagen y semejanza de un mosaico, la particularidad de cada fragmento participa de la figura plural y, no obstante armoniosa, que constituyen juntos.”

Estamos lejos, muy lejos de ello. Pero tal vez tenga razón Rafael Narbona cuando afirma que “(…) ya se sabe que las utopías siempre se desdibujan en la lejanía”.

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