La vida tiene lo suyo por lo que pocos son los momentos en que no traemos
con nosotros algún dolor, preocupación, aflicción, temor… De allí que la
ansiedad es compañera de viaje en muchos de nuestros días y por lo general
resulta sencillo saber a qué se debe su presencia.
Pero en ocasiones suceden cosas extrañas como la que aconteció a Juan José
Millás en un día de verano.
Estoy solo, en
la terraza de verano de un hotel, al caer la tarde. He trabajado todo el día,
de modo que cuento a mi favor con la satisfacción del deber cumplido y todo
eso. Pido un gin-tonic y me lo bebo con una ansiedad que no se corresponde con
la situación que acabo de describir. Debería disfrutarlo sorbo a sorbo,
mientras recibo en el rostro la suave brisa que acaba de levantarse contra el
calor reinante. Ninguna preocupación importante en mi cabeza, ningún conflicto
sentimental o familiar, ningún dolor de muelas o de cualquier otro tipo.
Ante ello el escritor se formula la pregunta inevitable “¿De dónde, pues
procede esta ansiedad?” Su respuesta no se hace esperar: “Del subsuelo, me
digo. Tenemos un subsuelo que arde, aun cuando la superficie permanece fría.” Como
no es cuestión de dejarse robar las buenas vivencias en forma tan injusta,
respondió a la altura de los acontecimientos. “Pido otro gin-tonic, dispuesto a
consumirlo con lentitud.”
Queda claro entonces que hay circunstancias en que la ansiedad se hace
presente sin ningún motivo.
Será que como dice Millás procede del subsuelo o bien que nos extraña, que
no puede vivir sin nosotros.
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