martes, 3 de octubre de 2023

Sospecha salada

 

La convivencia es un arte que presenta sus complejidades. Ponerse de acuerdo, negociar, modificar conductas y hábitos, tiene lo suyo.

Isaac Bashevis Singer evoca la función que cumplía su padre como mediador en los conflictos que se presentaban en parejas de su comunidad y los aprendizajes que ello le significó.

Para mí el tribunal de mi padre fue una escuela donde pude estudiar el alma humana, sus caprichos, sus añoranzas, sus defensas. Lleno de asombro, oí las amargas quejas de las parejas que demandaban divorciarse o dar por terminado un compromiso, o de quienes sencillamente acudían para abrir sus corazones a mi padre o a mi madre.

De entre las muchas controversias que atestiguó, hubo una que llamó poderosamente su atención.

Me acuerdo también del caso de un hombre mayor que acusaba a su esposa -su segunda mujer- de poner demasiada sal en la comida. Los médicos le habían prohibido que tomase demasiada sal, pimienta y otras especias picantes, pero por mucho que rogaba a su mujer que no lo hiciera, ella siempre condimentaba en exceso los platos que preparaba.

Así las cosas -continúa Bashevis Singer- sus padres intentaron solucionar el conflicto dialogando con la señora.

Mi padre le preguntó a la mujer por qué no satisfacía los deseos de su esposo, mencionando la frase de la Guemará según la cual: “Una esposa cabal cumple las peticiones de su marido.” La mujer contestó que ella era incapaz de cocinar sin sal ni especias porque la comida no sabría a nada. Aunque mi madre le insistía: “Siempre es posible condimentar después. La sal tiene el mismo sabor tanto si se echa en la cazuela como en el plato”, la mujer se empeñaba en que eso no era cierto.

Llega el momento de interpretar la férrea negativa de aquella mujer a introducir cualquier cambio en su rutina culinaria. La clave podía estar en su incapacidad para abandonar usos y costumbres inherentes a su vida. “En sus ojos se adivinaba la terquedad de una campesina; se le había metido una idea en la cabeza y no había modo de disuadirla.”  

Pero Isaac Bashevis Singer también da lugar a la sospecha que le suscitaba todo aquello: “Le dijo a mi madre que, con la ayuda de Dios, ella encontraría un hombre que no mirase dentro de las cazuelas. Esbozó una sonrisa aviesa; quizá deseaba que su marido enfermase y muriera.”

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